Album intisana 74

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Intisana 74 Recuerdos


Responsable editorial: Galo Valencia Reyes COORDINACIÓN GENERAL: Claudio Crespo Ponce

Reservados todos los derechos. No se pueden reproducir los textos ni las imágenes a menos que se cuente con la autorización expresa de los autores o del propietario del copywright. Los créditos y otros datos de las fotografias se encuentran al final de la obra.

© Galo Valencia 2017 Impreso en: Imprenta Mariscal División Misfotos.ec Quito, Ecuador


Dedicatoria A Jaime José Ordóñez Maldonado, Juan Carlos Burneo Mateus, Santiago Darquea Dewitt, Manuel Fernández Estrella, Fausto Hernán Peñafiel Banderas y a nuestra madrina y dos veces reina del colegio Gabriela De Guzmán. Gracias, desde lo más íntimo, por los momentos que compartieron con nosotros. Ustedes habitan en el lugar al que pronto arribaremos.


Dicen que uno debe hacer la primera comunión cuando tiene uso de razón. He aquí un recuerdo del razonable inicio de algunos de nuestros compañeros. ¿Habrán tenido uso de razón?

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Esto sucedió el 12 de junio de 1964, en el Pensionado Borja # 3. Quito.

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Introducción. Hace poco se nos ocurrió redactar las anécdotas de nuestra época colegial. Este relato se ha alzado juntando los recuerdos entre todos, va acompañado con las fotos que se han conseguido de hace años y con las últimas, las que tenemos desde nuestro reencuentro en febrero del 2015. El Pedro Francisco recuerda haber venido de la Provincia de los Lagos y aterrizar en la Residencia Ilinizas para las pruebas de admisión, les miró con atención a los que ahora sabemos venían del Borja 3, que eran mayoría: … ¿Quién será ese langarote? – pensó. Se destacaba por su altura el Flaco Terán. Allí estaban el Claudio José, el Masho Burneo, Pepe Viche Maldonado, el Steve Robalino, Churo Valdivieso, Xavier Sáenz, Carlos Restrepo, Andrés Moreno, Johnny Reece y el Guillo Ribadeneira. El primer día de clases es emocionante, mucho más en el ingreso a la secundaria: el Intisana, un nuevo lugar, nuevos compañeros, el semi-internado, otro ambiente. Así nos sentimos en ese octubre de 1968 a pesar de que el Manuelito Utreras nos mandó a la punta de un cuerno porque no supimos distinguir entre vidrio y cristal, en las pruebas de admisión. ¡Así nos recibió! Hace casi cincuenta años. El colegio inauguraba ese año el lugar que tenía una construcción de una sola planta sobre una pequeña loma junto a la cancha, la que a su vez servía de parqueadero. Todo alrededor era campo, un paisaje inundado de árboles, sembríos, potreros, casitas, y hacia la ciudad, al oriente, una gran urbanización trazada sobre la tierra, la avenida Occidental era apenas un sueño. En el primer año, nuestra promoción ya fue mostrando su rasgo diferente, su particular forma de ver la vida y de actuar frente a ella. Fuimos mostrando con audacia, timidez, arrogancia, inteligencia, esmero y nobleza de qué madera estábamos hechos y trazamos una pequeña huella que fue muy particular y original: fue única. Esta historia pequeña o estas pequeñas historias hablan un poco de eso.

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Las vacas sagradas Esto sucede en nuestro último año en el Intisana: el licenciado Gerardo Andrade, bajito, carirredondo, con su mechón de pelo bajo control en la frente, buen amigo, profe de literatura, dirigente de curso, con terno y sin corbata, nos recibe en octubre con una arenga de bienvenida; después de dar algunas recomendaciones, reconoce ciertos logros y valores nuestros, y finalmente dice: -Pero, no se vayan a creer las vacas sagradas-. ¡Fue suficiente!, empezamos a autodenominarnos Las Vacas Sagradas. ¡Parece que ya teníamos esas ínfulas! Por algo crecimos al abrigo del sol quiteño, del verdor de Cochapamba, del cariño de nuestras mamas y de la paciencia de nuestros profes. Eso de las vacas también tiene cierto sentido porque en nuestra vida estudiantil en el colegio, siempre estuvimos junto a un ambiente campestre: todo era de barro, excepto las construcciones, los linderos eran cercas vivas o muros naturales de tierra, el aroma y la textura del lodo fueron nuestros compañeros, el polvo muchas veces nos acarició con fuerza y otras con ternura. Uno de los dos grandes niveles que tenía el colegio, el de abajo, era un gran potrero en el que casi al final estaba el pozo.

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Emulación de Indianápolis En el límite sur del colegio, encaramados en la inmensa muralla de cangagua construimos el gran complejo para nuestros autos de acero, los Matchbox. Meticulosamente cavamos la tierra con navajas, tillos y palitos: el muro escupe sus curvas y peraltes, vomita bellamente sus grandes autopistas para nuestros pequeños carritos; con fino interés, espíritu ingenieril y gran artesanía, cada día avanza la obra. Haciendo minga aprovechamos las horas del lunch y del almuerzo, continuamos con la tarea, probamos el ancho de la vía, la perfección de las curvas, la eficacia de la ruta. Llegando al hogar, las viejas confabuladas, ¡todas!, dicen lo mismo –llegas hecho ¡un asco! La pared muestra los garabatos que día a día vamos grabando, nuestra extensa autopista empieza a funcionar a la perfección: los autos en fila india, un solo carril con barreras de protección. Lotus, Lamborghini, Ferrari, todos pasean por allí. Pasan los meses… Aburridos ya de reparar la obra que se afecta con el invierno, encontramos una original travesura: jugar plancha con los Timex y los Invicta que tienen el sello shock resistant. ¡Qué mudos! Las viejas ya no dirán más –llegas hecho ¡un asco!-. Nos jalarán las orejas.

Fotos del paseo a Jaramijó, año 1971

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Poesía que vuela Éramos unos mocosos, guambras de primer curso. Por algún motivo los mayores creyeron que un pantalón claro, una camisa blanca y un rompe vientos rojo era el mejor uniforme para unos preadolescentes con ganas de vivir la vida en el antiguo Club de Caza y Pesca de Quito. El Juan Carrillo, compañero mío desde el Borja, demostró tener una gran habilidad para cazar moscas y mantenerlas vivas (luego el Carlos Restrepo haría lo mismo con las abejas). Esa vez fue en la clase de castellano con el profesor Rafael Arias Michelena, destacado poeta y literato, de hablar correcto, casi perfecto… el Juan y yo nos sentábamos al final de la clase, el Carrillo sostenía al mosco patas arriba mientras con mucho cuidado yo le anudaba, en una de sus patas, un largo hilo rojo que había jalado del rompe vientos. No nos demoramos mucho en preparar al insecto que luciendo una larga cola roja atravesó sin mucho brío toda el aula y fue a aterrizar en el hombro del profesor que estaba junto al pizarrón, el poeta recibió el impacto, sobre todo visual, de frente, por lo que pudo ver claramente al mosco, su rabo medía siquiera un metro… Parecía un bicho arrojado de algún columpio de la tarde. Enseguida se molestó muchísimo; hombre de voz grave, tranquila y muy articulada; prudente y pausado, nunca lo vimos enojado, pero esa vez estaba colorado, enérgico, realmente cabreado. El Juan y yo salimos expulsados de la clase. Años después me encontré con el profesor en una tertulia literaria, nos reconocimos y le recordé el evento, del que se acordaba perfectamente y lamentaba mucho no haber valorado positivamente semejante muestra de creatividad e ingenio…según dijo.

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Los primeros bomberos El Gordo Cobo nos cuenta Estábamos en primer curso y llegó un profesor de dibujo, el arquitecto Burbano de Lara, con el que tuvimos algunas dificultades, así que entre varios compañeros decidimos que le bajaríamos las llantas de su carro. Efectivamente, entre Cristóbal Roldán y yo fuimos al parqueadero y pusimos dos astillas en las válvulas de los neumáticos y de esta manera se desinflaron un par de ellos. Por supuesto, dos llantas desinfladas al mismo tiempo, es una gran dificultad. Luego nos enteramos de los grandes aprietos que tuvo el profesor para cambiar los neumáticos que se desinflaron simultáneamente y la tremenda rabieta que tuvo. Al otro día vinieron las averiguaciones y frente a la amenaza del castigo a todo el curso, los dos involucrados confesamos nuestra fechoría. Por este hecho se nos conminó a pedir las debidas disculpas al profesor; no sé por qué motivo nos tuvimos que trasladar a su domicilio: Cristóbal y yo, así lo hicimos. Cuando llegamos nos recibió muy amablemente, la cortesía sólo duró hasta cuando se enteró del motivo de nuestra visita, fue allí que nos reprendió fuertemente. Al final del mes, vino la correspondiente nota, en rojo, de cero nueve sobre veinte en conducta: ¡bombero!!

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Acróbatas y saltimbanquis Al principio nuestras incursiones a la quebrada, eran allí, cerca del edificio original, donde hoy es la administración. Construimos una resbaladera de tierra que bajaba desde el nivel del suelo a lo profundo de la quebrada. Nuestros uniformes se ensuciaban mucho pero los adultos, ya, con mucha visión habían elegido un color “encubridor” o sea, lo más parecido a la tierra. Efectivamente: la tierra y nosotros éramos una sola cosa.

la clínica, parece que era alérgico; nuestro querido Loco Restrepo con tremenda bola porque a propósito se dejó el aguijón en el brazo. Esas picadas nos hacían volar en calentura.

Abrazadas a un inmenso árbol vivían unas lianas, en las que atrevidamente nos columpiábamos, una ocasión el Loco Restrepo se lanzó agarrado de la vena y por algo se zafó y cayó de cabeza, quedó medio turulato y al reanimarse nos contó que había visto un tillo de Pepsi ¡así de grande! (extendió sus brazos). Se partió la crisma. ¡El Loco Restrepo se lanzó de cabeza a la quebrada!, era un audaz. Quizá por eso su apodo… ¡era realmente un loco!

Y en nuestras andanzas recogíamos guagsas, lagartijas, alacranes, huevos de lagar-

Allí empezamos a encontrar abejas, con las que experimentábamos. El Carlos Restrepo era vital, crecido en el campo, un verdadero campesino que cazaba a los bichos y los tomaba por sus delicadas alas y nosotros nos hacíamos picar, sobre todo en el dorso de la mano, debíamos conseguir que el doloroso aguijón del animalito no llegue a penetrar por completo, ágilmente tratábamos de sacar de inmediato ese pequeño puñal venenoso; siempre dolía, no era tan simple la cosa. Estos experimentos fueron decayendo porque la acción suicida de estos pequeños kamikazes de la quebrada fue causando estragos y algunos terminamos con la mano completamente hinchada. El Pato Ordóñez fue a parar en

tija, entre otros especímenes propios del colegio. Alguna vez no faltó alguien que se comió shanshi al que confundió con mortiños y luego también voló y voló hasta que vomitó… El Masho Burneo, nos recuerda: Amigos acuérdense que cuando llovía, los buses no subían el último tramo porque era un lodazal, entonces nos tocaba subir caminando. Y lógicamente todos subíamos al ritmo de Manuelito Utreras Y en el tramo de 10 minutos hacíamos 45 minutos o más, para perder la primera hora de clases.

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Mineralogía práctica Era la época en que descubrimos que en la parte posterior del colegio había minas de plomo. Sííí; como en ese lugar practicaron tiro al blanco, habían construido un campo de tiro con unos camellones de tierra de cierta altura. Empezamos jugando guerra de terrones con los del otro curso, con los de la primera promoción: atrincherados en los cerros lanzábamos a nuestros rivales proyectiles de tierra, gozábamos enormemente aunque a veces había heridos por los impactos. ¡Solamente una vez hubo un ojo hinchado! El del Macaco Díaz. Entonces fue allí que encontramos el tesoro: balas de plomo enterradas en las trincheras, escarbábamos y escarbábamos hasta salir con los bolsillos del pantalón repletos de balas, con suerte no llegaban a romperse; con esas joyas llegábamos a nuestras casas para fundirlas en los más diversos recipientes: latas vacías de atún y bacerola, tapas de Sí Café y hasta,

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en algún descuido de la mamá, en algún sartén de la cocina. Ahí también empezamos a encontrar huevos de lagartijas que luego les calentábamos en nuestras manos y ¡plac! ¡eclosionaban los reptiles en medio de la clase! Un día llegó el Chicho Darquea con varias costras en la cara; al no tener aireación, había explotado el plomo caliente que puso en un molde de ladrillo hecho por él.


De niños y cantores todos tenemos un poco El Gonza Cobo, nos cuenta esta curiosidad: Creo que fue en segundo o tercer curso: teníamos clases de Ciencias Naturales con el profesor Otto Alemán, en una de sus clases, en la que yo me encontraba sentado en la primera fila del aula. El Profesor asentó sobre el escritorio su cuaderno con el que daba la materia; curioso como siempre, alcancé a leer el membrete que decía: “Cuaderno de Ciencias Naturales Del niño Otto Alemán Quito curso A” Como era de esperarse, inmediatamente comencé a reírme, con lo que el Profesor se ruborizó y dijo: -“Está bien, cuenta a todo el curso lo que has leído… lo que sucede es que mi mamá me escribía los membretes y para la madres, nunca dejamos de ser niños” Fue una carcajada generalizada, ¡de todos los compañeros!! El Claudio Pipino, se acuerda, matándose de la risa: -Asomó en tercero: alto, delgado, pelo zambo y rubio, de ojos claros, bien pintón; venía de Cuenca. ¡Cantaba! Y que buen canto morlaco tenía, entonces le preguntábamos: -¿Cómo te llamas?- Y con su entonación cuencana melodiosa y acento característico respondía a capella: -Juan Manuel Borrero-. Y luego: -¿De dónde vienes?-Siempre contestaba cantando, con su voz modulada, inflexión y cadencia características. -Del Técnico Salesiano de Cuenca-, y así por molestarle y escucharle su acento, le preguntábamos una y mil veces lo mismo, y él siempre contestaba muy afinado, sin darse cuenta de cómo gozábamos…

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Cosa de hombres El tercer curso fue bien movido, estábamos más maltones, nuestra curiosidad y rebeldía eran notorias. Nunca debe haberse repetido historia parecida; ese año en el Intisana se realizó una huelga, que por momentos fue incontrolable, inmanejable y mantuvo desconcertadas a las autoridades. Todo empezó porque no nos dieron permiso para realizar un paseo a Salinas y a esto se sumó lo del pelo largo: el Perro Fernández junto al Gutty Arias y al Ricardo Jiménez, compañeros de la primera promoción, escribieron “la hombría no se lleva en el pelo, sino entre las piernas”. ¡Elé! Eso fue por obligarnos o por tratar de obligarnos a que nos cortáramos el pelo largo. ¡Un relajo completo!: pusimos los pupitres en el corredor y lanzábamos borradores, basureros y lo que asomaba. ¡Ese corredor era una sola polvareda! Finalmente la visión, la astucia y la buena onda del Ramón Unda fue lo único que condujo a la calma, de un modo muy amigable y comprensivo fue tranquilizando los ánimos. Finalmente, en las fotos que se registran en este álbum, se aprecia nuestro logro.

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Echándose la pera Al medio día, en la hora del almuerzo, era cuando nos volvíamos más creativos y traviesos. Cierto día ocurrió esto que nos cuenta el Claudio José. Con el Juan Carlos Burneo y el Pedro Francisco nos escapamos del colegio, nos subimos en un “Chilibulo – Cochapamba”, que era el bus que pasaba frente al colegio y que luego iba por la Prensa; bien agachados para que no nos vean, nos fuimos al Quito Tenis, allá por el Canal Cuatro… Llegamos allá y nos pegamos unos sánduches y después de un rato decidimos regresar al colegio y nos fuimos a la Diez a esperar un bus… y cuando por ahí pasa mi mamá en el auto y nos alcanza a ver. -Guambras, que hacen aquí- No me acuerdo que le dijimos, pero yo si le pedí que no diga nada en el colegio. Nos llevó hasta el colegio y se parqueó en la cancha como siempre y cuando creí que ahí nos dejaba, ¡nada! Se baja con nosotros y entra al edilicio y hace llamar al Mauricio Troya, secretario del Intisana, y le dice: - Ahí le dejo a estitos, que les encontré acá abajo en la Diez de Agosto. ¡Futa!! Ya se imaginarán…

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Un chivo asiste a clases Historia de lo más curiosa y muy celebrada por nuestra generación. Ocurrió mientras estábamos en el famoso tercer curso. Digamos que nuestras hormonas empezaban a bullir y ya éramos unos adolescentes calificados, con muchas ganas de probar a los mayores nuestra inconformidad y carácter rebelde. Sabíamos reconocer a quien era respetable y lo respetábamos, pero ¡ay! del que por algún motivo caía en desgracia con nosotros: debía sufrir las consecuencias de nuestras maldades. Sabíamos joderle la vida a alguien con descaro, sobre todo si era un profesor que se dejaba. El Jorge Landívar, era el teacher de Inglés, joven soltero que usaba el reloj en la muñeca del brazo derecho, delgado, de lentes, pintaba algunas canas, se ponía con frecuencia ternos de diseño extravagante. Eran los años setenta y se usaban solapas anchas… pues él, usaba trajes sin solapas y como decíamos: de color mordoré a cuadros; no dejaba de tener su elegancia. Además en un paseo pudimos constatar que usaba calzoncillos tipo tanga, que por lo menos para nosotros, no eran conocidos en aquella época. ¡Qué chiste! Le era muy difícil, al pobre, imponer disciplina en nuestro curso. Era un buen tipo. El primer evento “animalesco” sucedió una tarde soleada, tiznada de un gris campechano: desde la clase veíamos al viento bailando levemente con los grandes eucaliptos. Teníamos Inglés después de almuerzo, hora en la que curiosamente la clase estaba en completo silencio -muy raro-, cuando resulta que de pronto se escucha el mugido largo y profundo de una vaca. – ¡¡Hasta la vacas han estado en contra mío hoy!! -exclamó con mucha sinceridad el profe. No sabía que en realidad la sonora expresión vacuna salió de un aparatito que el Juan Carlos Burneo había llevado ese día a clase: era una caja cilíndrica del tamaño de una tacita de tinto, que al voltearla producía el mugido. Y la vaca volvió a mugir y nosotros a gozar a carcajadas. Está demás decir que la mayoría sabíamos del asunto y por eso estuvimos tan calladitos esa tarde. Nunca nos descubrió. Éste fue solo el abrebocas de otro evento animalesco con el que gozamos estrepitosamente. ¡Es que realmente fue lo máximo! En nuestra clase de inglés de aquella memorable tarde, estábamos todos en silencio, aunque con cierta agitación por la curiosidad de lo que iba a pasar en cualquier momento. El profe Landívar había empezado la clase, cuando repentinamente suena el balido lastimero y musical de un cabrito. Inmediatamente monta en cólera, se cabrea como él solo, -le jodíamos tanto que esa actitud no era rara- estira su brazo rígidamente, elevándose sobre sus pies, casi en puntillas y prácticamente gruñendo, me señala y me expulsa de la clase. 16


Ese momento en medio de las risas, las carcajadas y la bulla de los compañeros me dirijo a la puerta del aula; - ¡Valencia!! Te llevas contigo tu maleta de deportes -me grita molesto, ardido y colorado el teacher. Él estaba seguro que el chivo estaba en mi bolso. Mi maletín de deportes era un poco grande, regresé al sitio y lo tomé poniéndome al hombro y salí por la puerta y cuando la estaba cerrando, justo ese momento: -Meeeee!! Meee!!el sonido dentro de la clase, yo no sé, parecía que el chivito sabía cuándo balar, y esta vez su tono fue afligido. ¡Ja ja ja! la carcajada general. No recuerdo cuántos compañeros nos encontramos afuera antes de que se descubriera el hecho con todos sus detalles. A los cuarenta y cinco años, aproximadamente, me entero de lo que pasó mientras estuvimos afuera de la clase, y esto por un chat del Paquete Guarderas que cuenta: -El caprino salió de su escondite y se paseaba por la clase cuando el profe fue a buscar al Ramón Unda, quien, ágil como era, llegó corriendo a la clase y coincide que justo ese momento pasaba el chivo junto a la puerta y se quedaron mirando el Ramón y el chivo , este le baló y él se cagó de la risa, cosa que el Jorge Landívar nunca le perdonó. Después de almuerzo en nuestras andanzas por el campo: el colegio estaba rodeado de cultivos, el verdor, la quebrada, el camino a la tienda, etc. Dimos con un chivo muy pequeño, a lo mucho tendría un par de meses de nacido. Le llevamos a la clase e introducimos al chivito en el locker del Mancheno… Bueno, ustedes saben… Desde allí balaba el animal pidiendo que alguien le saque de su oscuro cautiverio. Este hecho levantó mucha polvareda y cagues de risa hasta en el personal docente. En realidad el Mancheno aún no había aparecido en nuestras vidas: poner al chivo en el locker del Mancheno era imposible, es una manera de encubrir a quien puso a su disposición el cancel ese día jueves, en que el teacher Landívar estuvo muy cabrera. Me parece que fue en una clase de química, ya en cuarto, al principio de año: el profesor había corrido la lista y preguntó si faltaba alguien. – El Mancheno!!– alguien contestó. ¡Qué chiste! el profe escribió a mano el apellido Mancheno al final de la lista. Desde allí el Mancheno fue nuestro permanente compañero ausente, siempre recordado, puesto de ejemplo y no pocas veces acusado de alguna travesura o trafasía. Nunca llegó a asistir a clases y pronto descubrimos que tampoco se había matriculado. Algún profesor llegó a tomar lista con Mancheno incluido. (No sé si le hicieron perder el año por faltas). El Mancheno, en realidad fue un invento nuestro. Como es ahora el de ¡Honofria! 17


En otra ocasión en un acto de maldad le metimos a uno de los más pequeños del curso, al Alvarito Bayas, también en el locker.

Las lluchas En Opciones Prácticas, en tercer curso escogíamos entre dibujo artístico y agropecuaria: mientras los compañeros guachaban, sembraban apio, rábanos, zanahorias y otros bichos, nosotros aprendíamos a dibujar haciendo rayas y manchas en los papeles. El primer caso sucedió cuando el Milton Estévez, hoy gran guitarrista, nos enseñaba a delinear la figura humana y dejó trazado en el pizarrón un desnudo femenino. Las autoridades más conservadores del colegio se alarmaron, sin mayores consecuencias. Seguramente quedó claro el tema del desnudo artístico.

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Para tercero, éramos pocos en dibujo: seis. El Patricio Proaño era el profesor, estudiante de arquitectura, medio bizco, usaba lentes y era conocido del Edison “el Negro” Granja. Todo empezó un día en el que el profesor llevó a clases una Playboy para que miremos el desnudo artístico; claro, para nosotros fue una novedad y nos enfocamos en el lado erótico. Vimos entre todos la revista mientras él recomendaba lo que teníamos que mirar en las imágenes para ir reconociendo los aspectos estéticos de las fotografías. A la siguiente clase, el confianzudo del Negro Granja llevó a clases una revista impresa a todo color, llena de imágenes de auténtica pornografía. Esto no le gustó al profesor y dijo que eso no es arte, que era una cosa rústica y ordinaria – ¡Negro perro! - le dijo; y enseguida le confiscó la publicación. El Negro le rogaba y le rogaba al profesor que le entregue el folleto, argumentando que le había prestado un amigo del barrio que exigía su devolución. Finalmente el Edison fue llamado por el Padre Martínez de Velasco, capellán del colegio, que había hecho una amistad con nosotros y hasta cierto punto se había ganado nuestra confianza. El Proaño le había entregado el objeto a él. Se reunió con el sacerdote: el nerviosismo y las súplicas para que le devuelva el folleto siguieron, porque para él era una montaña lo que se le venía encima con la pérdida del objeto prestado; ya le veo al Negro Granja, chiquito, con sus movimientos medio alborotados revolviendo todo el cuerpo y con su hablar entrecortado, arrastrando las erres, acariciando su pelo lacio para tirarlo hacia atrás y con su acento tan característico, implorando que le entregue la revista, diciendo: -¡No sea malito, veea! En esa reunión lo que hizo finalmente el padre, según nos contó el Edison, fue hacerle 19


pedazos al colorido panfleto y botarle a la basura. Siempre nos pareció totalmente desatinada y fuera de lugar la traída del librito a clases… En dibujo éramos: Fausto Peñafiel, Edison, Steve Robalino, Reece, Viche Riofrío y Galo.

Llegan los nuevos En cuarto, algunos compañeros nuevos aparecieron: el Fabián Merlo que ya estaba sentado en el pupitre esperándonos, el Pablo Carrera, el Chino Egas, el Negro Arteaga, Francisco Ponce, Perucho, Epicúreo Eguiguren, Juan Carlos Ponce, Camello Hidalgo, y el Juan Pablo Salas asomaron por esas fechas. Marchitas hizo su debut en quinto. Uno que otro desapareció. Me contacté con el Juan Pablo Salas y en abril del 2017, esto es lo que nos envía nuestro amigo desde Chile. Yo llegué al Colegio Intisana en enero del año 1971, proveniente de Chile. En Chile la situación era complicada económica y políticamente, y por motivos de trabajo mis padres se trasladaron a Quito, y yo con ellos. Recuerdo mi primer día yendo al Intisana, en que subiendo al Colegio por esas calles entonces de tierra, le pregunté a un alumno que también iba caminando, si se dirigía al Colegio (cosa que era obvia), me dijo que sí y en medio de la conversación resultó que íbamos al mismo curso; era Francisco Egas. Fue muy bueno para mí ese encuentro, ya que tenía una referencia para llegar sin problemas al curso que me correspondía. Yo llegué en enero, ya atrasado, por lo que fue muy exigente ponerme al día con los apuntes de las diferentes materias. Recuerdo que Claudio Crespo tenía unos apuntes perfectos, que por supuesto le solicité para fotocopiarlos. Un poco de suspenso, es lo que ahora aporta el chileno, cuando continúa diciendo: Una situación que nunca se me va a olvidar es que a los pocos días de llegar a Quito, ya de vuelta del Colegio en mi casa, suena el timbre: al abrir la puerta estaban allí Andrés Moreno y Pablo Carrera, y me indican que quieren invitarme a recorrer la ciudad. En vista de que yo estaba recién llegado; obviamente accedí y salimos en una camioneta que no recuerdo bien quien manejaba. Al poco andar, me di cuenta que estábamos saliendo de la ciudad y me llevaron a un cementerio que quedaba cerca de Quito. Me llamó la atención que con el auto prácticamente 20


llegamos a las tumbas mismas; me forzaron a salir del auto, dejándome en el cementerio… Ya era obscuro y me puse a caminar hacia donde se había ido la camioneta. Después de una media hora de estar caminando, yo ya estaba preocupado…-no tenía idea por donde irme de regreso a Quito-. Entonces aparece de nuevo la camioneta con mis compañeros riéndose a carcajadas…… Ahora suena como una broma simpática, pero entonces fue una situación que me quedó grabada. ¡Cosas que pasan…! Según el Pablo Carrera, este evento fue un acto de bautizo e iniciación para que Juan Pablo se integre totalmente al curso.

Dé un permisito por favor Gonzalo Cobo, gran jugador y tremendo hincha dice: Recuerdo que se daba un partido de Copa Libertadores, miércoles 14 de marzo 1973, por supuesto jugaba El Nacional con Unión Española de Chile, no se autorizó la salida del Colegio porque el partido era mientras estábamos en clases; así que fuimos a conversar con el Dr. Enrique Cobo, rector del Colegio, nosotros fervientes hinchas esgrimíamos largas argumentaciones, entre las que estaba -¿por qué se permitía la salida a los toros y no al futbol?- El Dr.

Selección del colegio

Foto: cortesía Gonzalo Cobo

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Cobo, muy seguro, nos dijo que los toros se daban sólo una vez al año y que el fútbol todos los fines de semana. Con prontitud le respondí que los toros de pueblo se daban, igual, todos los fines de semana y que la Copa Libertadores se jugaba una vez al año. Inmediatamente nos dijo: -¡está bien pueden irse y no me sigan haciendo problema! Como era de esperarse, gozamos del partido, e indudablemente ganó el Nacional uno a cero.

Los profesores Tuvimos tantos, recordemos a algunos. Parrafitos: de contextura grande y medio calvo, contaba muchas anécdotas, nos dio clases de historia por unos pocos meses, le hacíamos relajo presionándole para que termine y decía, solo un parrafito más y así se le puso Parrafitos. Se llamaba (+) Francisco Barona. Los hermanos Andrade, hijos de un obrero, buenos tipos, tenían en común su amor a la gramática y la literatura y supieron lidiarnos por largo rato. El Gerardo jugaba al fútbol con nosotros. El Remigio fumaba como chino y siempre se recogía con la mano el cabello que se resbalaba sobre su cara o sacudía la cabeza para tirarlo hacia atrás. El señor Unda, luego licenciado Unda y después Ramón. No muy alto, atlético, de tez bronceada, siempre con su gran bigote, enérgico y siempre listo; profesor desde primero, llegó donde nosotros al poco tiempo de salir de cadete de la Armada del Ecuador… ¡nos sacaba la chucha! ¡Es que no hay otra expresión! Nos trataba como en el cuartel: servicio especial, sapito, flexiones de pecho y aguanten mariconcitos, vuelta al pozo carrera ¡maaar!, trote al estadio Olímpico y así por el estilo. Por lo menos hasta segundo curso era una especie de academia militar, ya en tercero fue aflojando un poco la cuerda, se había ganado nuestro respeto y también nuestra amistad. El Enfermero Echeverría, buen profesor de biología, aunque no bien aceptado por todos. Un poco alto, moreno y hábil con la tiza, dibujaba muy bien las imágenes de los órganos. Creo que era ingeniero, profesor de dibujo técnico, Ramos. Las escuadras, el compás y los otros implementos de dibujo para usar en el pizarrón, estaban colocados en una parte alta. Ese desdichado día, para él, saltaba y saltaba el gordito tratando de alcanzar el compás y de pronto… ¡saz! que el compás se desliza y le cae en el labio, da su cuerpo en el suelo y le deja la boca hecho trompeta. A la siguiente clase ¡no regresó!

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Un ave de alto vuelo Para el colegio, conseguir un buen profesor de Química, casi siempre fue difícil. Tuvimos de todo: un doctor que tenía colección de ternos con el mismo casimir, discutimos mucho para saber si era el mismo terno que usaba cada vez que venía a clases, pero ¡no! un día, en el laboratorio, alguien le puso un poco de ácido sulfúrico en el terno y se quemó; a la siguiente clase el mismo traje impecable! Otros no duraron ni quince días y así. Hasta que llegó a nuestras vidas el Cuervo. Dos meses antes de terminar el cuarto curso, apareció el ingeniero de química. Menudo, moreno, bien afeitado, ñata prominente, quijada más bien pequeña y metida hacia adentro, la frente inclinada hacia atrás, pelo negro cual copete de pájaro, orejas no muy pequeñas y serio. Me acuerdo muy bien: paseándose por el aula indicándonos el sistema de sus calificaciones. Nos puso a parir, aunque no sé si tanto, cuando dijo estar dispuesto a arrancharnos el reloj de la muñeca, cuando alguno de nosotros intentara ver la hora en medio de la clase, y tirarlo por la ventana. Muy atentos lo mirábamos y nos mirábamos entre nosotros. Sus clases al principio eran temibles. ¡Qué ahueve! Pasábamos al pizarrón y a modo de lección debíamos escribir fórmulas y fórmulas que él dictaba sin descanso mientras se llenaba de tiza el inmenso espacio verde. El que se equivocaba: cero; el que acertaba to-

das podía ir tranquilo al puesto: no tenía cero. Era una joda, tres ceros significaban un cero al promedio y saber la lección ¡¡no tenía recompensa!! Al principio de quinto curso sucedieron algunas cosas en relación al Cuervo, que es el mote con el que castigamos a este hombre de nariz particular y trajes oscuros: lo primero fue que nos enteramos que en los fines de semana se pegaba los tragos y cuando estaba borracho le cascaba a la mujer y en esos días alguien, con ganas de joder, le preguntó – ¿Usted conoce la química de Fittipaldi?- A lo que el Cuervo respondió con gran seguridad – ¡Claro! es excelente. Ahí, el tipo ¡se jodió!, le perdimos el respeto. Y esas clases en las que no volaba ni una mosca, se convirtieron en un escenario donde nos reuníamos en grupos a conversar, movíamos los pupitres para estar más juntos; la sala parecía un mercado del barrio chino, algún bazaar de Estambul, o la Calle Ipiales; era la algarabía que se sentía en el lugar, sin embargo la clase seguía su curso con los pizarrones llenándose de nomenclatura química, junto a las trampas para contestar correctamente, ¡¡un relajo total! 23


¡Un, dos… tres! Y sentados en los pupitres nos movíamos unos cuantos centímetros hacia adelante… El pobre Cuervo ¡no sabía qué hacer!, casi le acorralábamos contra el pizarrón. Decir que no sabía volar…Era el sexto curso.

Black and White En relación con el mismo Cuervo, esto es lo que se registró en un chat de wasap en el año 2017, cuando Mauricio Marchán escribió lo siguiente: Otra anécdota fue cuando el Masho y el suscrito, en sexto curso, en nuestras andanzas encontramos un desdichado roedor de apenas 2.5 cm de largo, incluida cola y bigotes...recién nacido y amigable. El Gatúbelo relamía sus mostachos mientras introducíamos al pequeño animalito en el aula. En clase de Química, con el Cuervo, le soltamos y con el beneplácito de todos los compañeros, a gritar se ha dicho, fue todo al unísono que hasta el Pablo Carrera se asustó; para nuestra sorpresa, el Cuervo y el Pablo han sabido tener terror a estos animalitos y no se diga frente a tan pequeño ratoncito . . Y ahí les vemos (abrazaditos los dos, espuma de terciopelo): encima del escritorio del Profe... ¡Qué shuto del dúo dinámico!!… Robin le abrazaba, Batman le changaba con la entrepierna… Y el idilio siguió, por unos cuantos minutos, acompañado por los chillidos al unísono de todo el curso; el efecto fue, que ese escándalo se escuchó hasta en el rectorado. Consecuencia de este buen chiste: todos aplazados de grado, ¡de una! Pero la unidad del grupo o complicidad de todos, hizo que las autoridades revean esa orden del rectorado. Yo igual, quedé para septiembre. Y colorín colorado. . .ese ratón salió salvado. Lo que no dice la nota del Marchán (3M) es que el Cuervo estaba de negro y el Papolo Carrera con el uniforme blanco y verde de la selección de fútbol del colegio, ¡auténtica escena en claroscuro! La historia del Cuervo con el Papolo no quedó allí, resulta que después de un examen trimestral, nos amontonamos alrededor del profe después de la entrega del examen, pidiéndole que suba las notas, Papolo insistiendo y rogando que le suba unos puntos. En ese punto alguien le empujó y el Cuervo fue a dar en el suelo, las malas lenguas me acusan a mí, sinceramente debo decirles que no me acuerdo; el Cuervo ya incorporado, de pie, le decía al Papolo: -se fregó Sr. Carrera, ¡se fregó! no le voy a subir- El Pablito asustado por24


que se sentía acusado injustamente, seguía la rogadera… qué cara tendría, que finalmente, creo que recordando el pánico solidario que tenían por los ratoncitos se animó a subirle los puntos. Claro que el Papolo terminó prestándole el VW para que el Cuervo se vaya a la tienda a comprar tabacos. La apreciación del Juan Pablo Salas es más parca: Las clases de química eran de cuidado, ya que había interrogación de fórmulas en el pizarrón; al profesor lo denominábamos “el Cuervo”, por su característica nariz. Desde entonces nunca se me han olvidado las fórmulas, por ejemplo, del ácido sulfúrico y ácido nítrico.

Los físicos Física y matemáticas eran materias complicadas para casi todos, en tercero tuvimos de profesor al Mullo Dávila: gordo, bajito, con bigotito a lo mexican man, de hablar arrastrado, cantado pastuso y bastante picarón, se soltaba sus cachos colorados de vez en cuando. El “rey de las rifas” llegaba a clases en un Ford Escort rojo, daba clases en el Manuela, no explicaba bien la materia pero ahí le dábamos, física se convirtió en una cuestión de memoria y de resolver a Alonso y Acosta. Otra vez, es el Gonzalo Cobo que nos cuenta algo chistosísimo que pasó, ya en quinto. Uno de los profesores más temidos de la etapa del Colegio fue indudablemente Teodoro Álvarez, hombre serio y exigente, quien llegó a quinto curso para darnos la materia de Física, el cambio fue brusco pues de los problemas de la Física de Alonso y Acosta con el licenciado Dávila, pasamos a los de Sears y Zemansky, y ahí vinieron los “bomberos” generalizados, varios compañeros tomaron clases particulares, aún recuerdo varias amanecidas con Galo Valencia a fin de entender y poder resolver los problemas planteados. A consecuencia de esto, en sus clases no “volaba ni una mosca” (Casi siempre era en las primeras horas de la mañana). Sin embargo, un día se escuchó un murmullo extendido y algunas risas reprimidas expandiéndose por el aula, lo que alteró el sepulcral silencio que normalmente reinaba en las clases de Física. -¡Que es lo que está pasando!- Exclamó, perturbado y sorprendido, el profesor. Las risitas seguían, hasta que Francisco Ponce se levantó del pupitre y le contestó: - lo que sucede es que ha venido con un zapato café y otro negro, profesor-. -¿Cómo?... ¡La tiranía de mi mujer!..., si prendo la luz, ¡bronca! y si no lo hago: ¡ahí están las consecuencias! exclamó abochornado-, y continuó diciendo-: espero que no se comente el incidente fuera de esta clase. 25


Terminada la hora de clase salió en precipitada carrera hasta su camioneta con el fin de regresar a casa a cambiarse los zapatos. ¡De los acontecimientos en su hogar nunca tuvimos noticias! Cabe señalar, eso sí, que quienes ingresamos a la Politécnica no tuvimos ningún inconveniente en aprobar la materia de Física en el Pre-Politécnico, gracias a sus exigencias. Claro, el Teodoro vivía en el valle de los Chillos y debía salir madrugadito al colegio… ¡Ahí están las consecuencias! Este profesor había realizado una hermosa foto blanco y negro de un rincón de la quebrada junto a su casa. Unas campanas de floripondio se desenfocaban con el aire leve y dibujaban una mancha gris en la imagen que con el roce de los negros texturados construían un espacio artístico sobre el papel. Mauricio Marchán recuerda que al presentarse a los exámenes de ingreso para la carrera de Administración de Empresas de la PUCE, en la prueba de matemáticas, salió airoso junto a otros 16 aspirantes, frente a cerca de 700 que se presentaron. Para qué también, ¡en matemáticas éramos buenos!

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De compras Al final del Colegio, hacia arriba, fuera ya de sus linderos, paseábamos antes o después de almuerzo, y descubrimos una cueva que la hicimos nuestra, a la que se subía desde el lecho de la quebrada, se encontraba a algunos metros de altura incrustada en la pared lateral de la hondonada, escondida entre las chilcas y sus abundantes flores blancas. Allí nos pegábamos los cigarrillos que podíamos conseguir, uno de nuestros preferidos era el Full blanco, el que nos facilitaba un compañero siempre alegre, sonriente, con algunas pecas en su nariz, peinado con raya en el medio y grandes lentes fotocromáticos, hoy recordado como el Paquete Guarderas. Su familia recibía semanalmente estos cigarrillos de la Fábrica El Progreso, de la que eran accionistas. La quebrada era muy bonita, plena de vegetación: su suelo esculpido por el agua de siglos a veces era rasgado por troncos caídos formando puentes; el ambiente embadurnado de verdes, de cafés y de amarillos estaba picoteado de misteriosos pequeños frutos y de florecillas violetas, azules, rojas, blancas y de innumerables otros colores con sus matices. Adornada estaba, de los sonidos de los insectos, los pájaros, el murmullo de las hojas mecidas por la brisa y por cientos de tintineos. Nos dejábamos acunar por ella y algunas ocasiones caminábamos y caminábamos y perdíamos el almuerzo por eso. Esto es lo que se acuerda el Masho Burneo: Por esta ruta de la quebrada descubrimos alguna vez, que más arriba y cruzando al otro lado, había una tienda. Después de almuerzo nos escapábamos a la cueva y otras veces a la tienda, a comprar golosinas y bebidas… Atendía allí una muchacha que en esa época nos parecía muy simpática, o podríamos decir que era guapetona… La Katiusca. Los viajes a la quebrada y a la tienda se habían hecho famosos y parece que llegaron a los oídos del licenciado Ramón Unda, profesor de Educación Física y de CCNN. Como era un pilas, una tarde después del almuerzo, se fue por el camino normal, es decir por las calles que rodeaban al Colegio y que conducían a la tienda; y allá nos trincó… muertos de la risa, conversando y algunos coqueteando con la pelada. -Flaco, ¡vamos!!- le dije cuando le vi al Ramón – y el Flaco seguía en gran conversa con la Katiusca -No jodas – Me dijo. Hasta que, ¡claro! se dio cuenta de lo que nos tocaba. El duro regreso: todos en posición sapito saltando o caminando con mucha dificultad hasta el Colegio, servicio especial de por lo menos unos 1.000 metros, según mis cálculos. Después… ¡Qué dolor de piernas! 27


Tratando de establecer consenso, unos dicen que la Katiusca era raspable, otros que ¡buenota!, que un ¡hembrón! y el Juanito que ¡riiica!. El asunto es que el único que tiene razón es el Borreguito, porque esto es visión: después de unas vacaciones largas, en una nueva escapada, nos topamos que habían puesto una gran escalera de madera que subía del fondo de la quebrada al chaquiñán que iba a la tienda. ¡Perspectiva comercial! La Katiusca terminó… Riiica! De la otra tienda, mejor no les cuento, porque ciertos compañeritos le quebraron al negocio. De eso se dieron cuenta al año siguiente, cuando fueron a pagar las deudas: la tienda ¡ya había cerrado!


Fusiles de a mentiras Año 1972, el General Bombita toma el poder por las armas y declara al país en estado de sitio. Esta situación parece que afectó de algún modo a la previsión y a la provisión de pollo para la celebración de la Familia Intisana de aquel año; el resultado fue un exceso de bípedos desplumados que prontamente se despachaban en nuestra dieta diaria, o sea en el almuerzo del colegio que preparaba la señorita Lola. Nos daban pollo a cada rato y en grandes cantidades, incluso parece que algún profesor pidió “para llevar” y le entregaron algunas presas. El asunto fue creando malestar, al punto que se desataron reclamos y protestas y algunas acciones de hecho, como la guerra de los pollos en la que los proyectiles que nos lanzábamos entre nosotros eran presas de ave y usamos las mesas como trincheras. Otro grupo realizó un ritual funerario, enterrando los despojos en las parcelas de agropecuaria. El Juan Bustamante describe así: -hemorragia de gente en protesta llevó los pollos en charoles a la cancha, y ahí entre gritos y desmanes esperándole al Dr. Cobo para formalizar el levantamiento estudiantil-. El Francisco Ponce le dio un pedazo de ese pollo a la Arrecha, la perrita del colegio, ella le olisqueó varias veces y no se animó a pegarse el manjar. En quinto curso (1973), nuestra aula estaba en el edificio de arriba, habían solo dos edificaciones: Administración, donde estaba la cocina, el comedor, la capilla y las oficinas en la planta baja y la construcción de ladrillo visto de la parte de arriba destinado exclusivamente a aulas y oficinas docentes. En ese año, nuevamente alguna falta de previsión hizo que suframos de exceso de pollo. Seguramente la cadena de frío no se mantuvo y los pollos empezaron a tener mal aspecto, se difundió prontamente la noticia y se generalizó el malestar. El Marchas, después de cuarenta y pico de años del suceso, mientras nos pegamos un capuchino me sorprende con esto: Una tarde después del almuerzo, no me acuerdo por qué motivo, fuimos expulsados de clase el Pablo Carrera y yo. Nos fuimos hacia abajo por el sector del comedor y nos encontramos con una escena muy vistosa que nos llamó la atención y a la que poco a poco nos fuimos integrando. Era un ejército de caballería montada. Cada uno de nosotros montaba un palo y en una de sus manos blandía un arma (otro palo). Había un muerto, que era el Miguel Vasco, el pollo del almuerzo le hizo mal. Todo esto, organizado por los compañeros del sexto curso, estaban ellos, el Pablo y yo. 29


El muerto iba en hombros y todos marchábamos: ¡uun, dooos, treees! ¡Un, dooos, treees! Algunos iban con banderas, otros palos a los que les pusimos tiras de papel higiénico que ondeaban con el viento, muy bonito todo. Al unísono marchando. Al unísono, las armas. Al unísono, las banderas. ¡Queremos pollo… no, pescado! Era el coro. Salimos frente al comedor y avanzamos rodeando el edificio por la parte norte, pasamos frente a la secretaría y llegamos frente al rectorado en la parte de afuera. ¡Caaaballeeería! ¡Alt oooo! ¡Caaaballería! ¡Deeesmontar! Sáz, sáz… Todos dejamos caer los palos al suelo. ¡Caaaaballeriiiía! ¡Fusil al hoooombro! Chá… chá y llevamos el fusil al hombro, todo muy marcial y a grito vivo. El rector habrá dicho ¿Qué carajos pasa? Y sale de su oficina y se para frente a nosotros, imponiendo respeto. Después de un rato salió el Mauricio Troya. Los dos en la parte alta y nosotros en la cancha. Desmontan al muerto y le ponen ahí, el Vasco tieso, estirado sobre el piso y con un letrero en el pecho que decía: El pollo me mató. Parecía que habíamos entrenado por mucho tiempo para esta obra de teatro. El doctor Cobo: -¡No armen el desorden! -¡Caaaballerííía: aaapunten! Y todos apuntando… -¡Caaaballlerííía: dispaaaren! Y le disparan al Cobo y luego al Troya ¡le matamos al Cobo, viejo! Tres muertos viejito: El Vasco, el Mauricio y el Dr. Cobo y nosotros dos de infiltrados. Nos mandó a la mierda y las consecuencias… ni te cuento. El Pablo Carrera, aclara: -No ves que cuando ya deciden enviar a los de sexto al curso, nosotros nos quedamos por ahí, al último, agarrados el fusil… y el Dr Cobo nos dice -y ustedes que hacen aquí-. Sin saber que explicar, tuvimos que contar nuestra parte y a mí me fue, por decisión del Consejo Directivo, menos cinco en conducta ese mes. O sea que quedé debiendo puntos.

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Galápagos y las Vacas Sagradas Francisco Guarderas, haciendo memoria de lo que pasó en aquella época, nos cuenta: Amigos acuérdense de las anécdotas con corridas de toros, torneos de cintas, kermeses. Cuando la Gabriela De Guzmán fue la única reina que repitió dos años pues era nuestra madrina en quinto y salió reina, se murió en un accidente y al llegar a sexto hicimos el pedido post morten, de que ella sea reina del colegio nuevamente. El bar de las Vacas Sagradas, en sexto curso, en el que vendíamos colas para el paseo a Galápagos. Ese paseo fue ¡espectacular! El famoso BAE Calicuchima llevó a cierto número de angelitos de dos colegios: Intisana e Indoamericano, al paseo de fin de año a las Islas Encantadas, corría el año 74 del siglo pasado. Creo que fue en Puerto Ayora o en Santa Cruz, que nos pegamos los tragos, y en nuestro camarote estábamos 3M, alguien más y yo; eran literas de 3 pisos y el tamaño de los camarotes era tan pequeño que teníamos que respirar por turno, había un lavabo a media altura y entre los tragueados 3M llegó hecho bolsa al camarote, luego de vomitar bonito en la lancha de desembarco, le echamos a dormir en la litera del medio que era la suya, pasó un rato y oíamos “¡me ahogo!!! ¡glu glu glu, me ahooogo, glu gluuu glu!!” y corrimos a ver qué pasaba y el aludido borrachín trataba de tomar agua del lavabo, desde la litera, pero como no podía sostenerse ni con su alma, se ahogaba en las llaves del lavamanos!!!! Otro de los que por azares del destino, en esa cantina, llenó su panza con alcohol fue Francisco Ponce y éste si se fue a dormir, cual angelito, en su camarote, pero ¡claro! se acostó temprano y... se despertó temprano y no tuvo mejor idea que silbar igualito al guía del tour, un belga de nombre Felipe Degel, que así nos levantaba. Esa mañana todos bien obedientes nos levantamos y nos arreglamos y al salir nos dimos cuenta que era recién de madrugada, como las tres de la mañana y el Ponce ¡sí que nos hizo la buena!!! Al estar por llegar a Guayaquil luego de 15 días en la mar, el tercero al mando del Calicuchima estaba encargado de hacer el acercamiento en el Rio Guayas hasta el muelle, en pleno Guayaquil. A eso de las tres de la mañana sentimos que atracaba el barco y todos nos vestimos y salimos ¡ya!, listos para ir al aeropuerto… ¡Oh sorpresa! Al llegar a cubierta, había agua a los 4 costados: habíamos encallado y como a las seis a.m. nos haló un petrolero que paso por ahí!!! Tremendo vacile al encargado y ¡claro!! full puteada del capitán!!! Pocas promociones juraron la bandera en alta mar. El 24 de Mayo, la nuestra lo hizo cuando 31


regresábamos al continente; personalmente para mí, una ceremonia muy emotiva. Así que amigos hagan memoria de lo que pasamos, pues no fue una promoción más la nuestra, creo que fue especial.... ¡muy especial! El Juan Pablo con su seriedad característica, rememora esto: Como olvidar ese viaje de fin de año a las Islas Galápagos. Recuerdo que el barco se llamaba Calicuchima, el que no tenía quilla, por lo que le habían colocado pesos en la parte más baja del casco para tratar de que no bamboleara tanto. En el barco iban unas jóvenes nórdicas, que eran muy bonitas, según pudimos ver entonces por unas rendijas que daban al sector de duchas de mujeres. ¡Aventuras de juventud...! Para finalizar debo aclarar que tengo gratos recuerdos de los años en el Ecuador, en el Colegio Intisana. Transcribo lo que me remite el Borreguito Bustamante por el chat: En el camarote por donde se veía al baño de las mujeres, en el barco, estábamos los 3 Juanes: Salas, Larrea y Bustamante. Pero a la hora de la ducha entraban a espiar todos.

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Acoso y no derribo Reírnos de los compañeros y hacer bromas de mal gusto, algunas veces fue producto de una reacción apurada, mezclada con cierta dosis de ignorancia y crueldad, sin pensar en las consecuencias de ese tipo de actos. Tuvimos como compañero a un provinciano, guaytambo como muchos otros chagras que llegaron a estudiar en el Intisana. Delgado de contextura, vivaz y curioso. El Largo Terán afirma –el que sugirió fue Senzei Miranda cansado de las presunciones del provinciano, que era de todo un poco, tirado a Tenorio, a mucho lote y también de aventajado…al fin un mini moco de pavo, era todo. Le empezaron a molestar: ¡Vista de ojos, vista de ojos!… luego de perseguirle un rato, le agarraron entre algunos, le templaron horizontalmente y le empezaron a bajar los pantalones mientras él se sacudía resistiendo bravamente al abuso. No se llegó a consolidar el vejamen, que era verle sus partes íntimas, porque logró soltarse o porque los acosadores decidieron no seguir. Abreviaron así los diestros su tarea, pues parece que someter al pequeño miura no fue cosa sencilla. Eso es lo que veíamos los demás desde el burladero. Después de haber esquivado a sus acosadores, nuestro bravo compañero, salió en franca carrera en busca de algo para disciplinar a sus captores y regresó con un palo grueso con el que perseguía a uno y a otro de los que reconocía como sus ofensores, para colocarles un rejón de castigo. No logró dar con ninguno, porque ellos siempre toreaban limpiamente sus embestidas, a tal punto llegó su ira, que estaba verdaderamente descompuesto, brama-

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ba y arremetía con su puya, dicen que llegó a botar espuma por la boca. Mostró con esto último su falta de trapío y tuvieron que ducharle con ropa y todo. Que le dio ataque de histeria dijo su ñaño. En la noche del que fue, amargo día, para este compañero y como parte del último tercio, Peter Miranda fue a buscarle a su casa. El chagra salió a la puerta y casi sin recibirle le preguntó: -¿qué quieres?- Pedro Francisco le dijo –quería disculparme por lo que sucedió hoy día, se nos pasó la mano. Recibió como respuesta un brazo que se alzó y que luego cayó con su propio peso. Al día siguiente, el vejado recibió como castigo un viaje a su propia tierra, a su querencia. Este es un pequeño ejemplo de la casta de la que estábamos y estamos hechos. Como decía mi abuela: -la nobleza se muestra con nuestros actos. No sé si es honor o nobleza… Ustedes dirán, aunque a las vacas sagradas nadie les dice nada…Pero no importa, dirán no más.

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¡Varias décadas después! La mayoría, casados con hijos algunos ¡ya abuelos! ¡y un bisabuelo!

Otros recuerdos


Estas son imágenes de reuniones que se realizaron cerca de la conmemoración de los 25 años de nuestra graduación.

Y estas tres, son en el primer día del paseo por los veinticinco años de graduados.


“Los 25 años”. Santo Domingo de los Colorados. 1999 Gran festejo.


© Enrique Terán Terán 2015

Cena por los cuarenta años, realizada en el Restaurante “El Tocte”. Quito, 25 de febrero de 2015

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Paseo a la playa de Same, Esmeraldas. 25 de abril de 2015

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Paseo Coca Cobo Sinclair, 8 de octubre de 2015

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Visita a la presa de Manduriacu, 23 de mayo de 2015.

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La Chacra de Pedro Francisco, 19 de noviembre de 2016. Festejo de los sesentones.

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© Pedro Francisco Miranda 2016

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Las profesoras de baile


Reunión en casa de Gonzalo Fernández V. Tumbaco, 22 de abril de 2017

© Gigi Peñaherrera 2017

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Fotos que se quedaron...

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Los Rezagados...

Solo en esta fotografía, ocho rezagados: Marcelino Durán, Gonzalo Fernández, Juan Manuel Borrero, Manuel Fernández +, César Bermeo, Edison Granja, Cristóbal Roldán y Jorge Escobar,

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Imágenes: Reconocimientos y créditos. Agradecimientos: Principalmente al Colegio Intisana por permitirnos revisar y usar todas las imágenes de la época colegial que aquí se publican. A Jorge Escobar: muchas gracias Mueloncito, por guardar y permitirnos usar esas fotos de antaño. A todos los compañeros que de diferente manera y con gran afecto, colaboraron y apoyaron para la culminación de este proyecto. Un especial reconocimiento a Gonzalo Cobo por sus tres invitaciones: primero a la Provincia de El Oro a los pocos años de terminar el colegio y últimamente cuando nos permitió conocer Manduriaco y Coca Codo Sinclair (por eso el capítulo se llama Coca Cobo S.)

Créditos: Todas las fotografías de la etapa estudiantil fueron gentilmente cedidas por el Colegio Intisana, a excepción de la foto de la selección de fútbol, que es de propiedad de Gonzalo Cobo. La gran mayoría de estas imágenes fueron registradas por Mauricio Troya Mena. Además hay unas fotos de la primaria del Borja # 3 que son de propiedad de Marcelo Burneo. Las fotos de Galápagos son de Claudio Crespo y de Mauricio Marchán. Las fotografías del paseo por los 25 años son de Enrique Terán. La mayoría de las fotos actuales son de Galo Valencia a excepción de las de Manduriacu que son de Claudio Crespo. En otras fotografías se consigna el respec-

tivo crédito al autor al pie de la imagen. La mayoría de fotografías de la promoción 75 que aparecen en la sección “Los rezagados” son de Jorge Escobar. Las fotos de la página 60, son cortesía de Cristóbla Roldán. En algunos casos nos han llegado fotos que aquí se publican y que desconocemos a su autor. Todas las ilustraciones son de Galo Valencia.

Referencias de nombres de quienes aparecen en las fotografías: Se indicarán los nombres según su orden de aparición, dando preferencia a las fotos grupales y evitando la repetición. En las págs. 36, 37 y 38 aparecen los nombres de todos los compañeros de la promoción. En las fotos individuales la mayoría de las veces aparece una foto actual junto a la de 1974. Se nombran siempre de izquierda a derecha y de arriba hacia abajo (si no se indica algo diferente). En una misma página se separan las descripciones de cada foto por un punto. Pág. 4.- Andrés Moreno. Claudio Crespo. Marcelo Burneo. Guillermo Rivadeneira. José Vicente Maldonado. Johnny Reece. Pág. 5.- Enrique Terán. Alfredo Valdivieso. Francisco Egas. Xavier Sáenz. Ricardo Moreano. Carlos Restrepo. Pág. 6.- Profesor Manuel Utreras y varios padres de familia. Pedro Francisco Miranda. Pág. 7.- José Vicente Maldonado. Enrique Terán

Pág. 8.- De izq. a der. y de abajo hacia arriba: Manuel Fernández. Francisco Arteta. José Vicente Maldonado. Juan Bustamante. Galo Valencia. Carlos Jiménez. Oscar Albuja y Francisco Zambrano. Pág. 9.- Francisco Fernández. Pág. 10.- Gonzalo Cobo y la grupal: Xavier Sáenz, Guillermo Rivadeneira, Roberto León, Giuseppe Milanesi, Carlos Restrepo, Gonzalo Cobo, Santiago Darquea y Camilo Darquea. Pág. 11.- Prof. Utreras con un alumno de primaria. Pág. 12.- Francisco Arteta. Xavier Sáenz. Pág. 13.- Claudio José Crespo. Pág. 14.- Johnny Reece, Jorge Vintimilla, Alfonso Reece. Guillermo Rivadeneira. Fabián Merlo. Pág. 15.- Xavier Zambrano. Juan Carlos Burneo. Jaime Ordóñez. Pág. 16.- Johnny Reece. Pág. 17.- Fernando Saá. Pág. 18.- Galo Valencia. Francisco Albuja. Juan Larrea. Juan Bustamante. Pág. 19.- Federico Fornell. Vicente Riofrío. Fausto Peñafiel. Pág. 20.- Juan Pablo Salas. Grupal: Pablo Carrera, Roberto Valdivieso, Giuseppe Milanesi y Carlos Jiménez. Pág. 21.- Foto b. y n. De espaldas: Carlos Jiménez; visibles: Francisco Egas, Alberto Tobar, Ricardo Arteaga y Epicuro Eguiguren. Color: Francisco Egas. Selección de fútbol del Colegio: Eduardo Gortaire(E), Ernesto Donoso, Gonzalo Cobo (capitán), Francisco Arteta, César Bermeo, Gonzalo Fernández, Ramiro Zambrano, Gerardo Andrade(E); en cuclillas: Vicente Riofrío, Tobar, Rodrigo Cordovez, Santiago Cordovez, Ricardo Moreano, Javier Larrea y Fernando Saá. Pág. 22.- Lic. Gerardo Andrade. Lic. Re61


migio Andrade. Pág. 23.- Lic. Ramón Unda. Pág. 24.- Mauricio Marchán. Pág. 25.- Francisco Ponce. Ricardo Arteaga. Pág. 26.- Carlos Jiménez. Alfredo Valdivieso. Pág. 27.- Marcelo Burneo. Pág. 28.- Andrés Moreno. Juan Carlos Ponce. Grupal: María Luisa Flores, Amparo Andrade Calisto, Pedro Francisco Miranda, Fernando Saá, Pablo Carrera, Mauricio Marchán y Cecilia Flores. Pág. 29.- Dr. Enrique Cobo. Ing. Mauricio Troya. Pág. 30.- Pablo Carrera. Francisco Trueba. Pág. 31.- Francisco Guarderas. Pág. 32.- Primera foto de arriba: Claudio Crespo, Mauricio Marchán, Francisco Ponce, Vicente Riofrío y Carlos Jiménez. Siguiente: Juan Carlos Burneo, bajo el parlante Claudio Crespo, de rojo Juan Bustamante, Carlos Jiménez, Guillermo Rivadeneira y Fausto Peñafiel. Última foto: Mauricio Marchán jurando, de camisa a rayas Juan Carlos Burneo, Andrés Moreno, Juan Carlos Ponce y Xavier Zambrano.Segunda foto inferior: Juan Larrea, Juan Pablo Salas, Francisco Arteta, Guillermo Rivadeneira, Carlos jiménez, Francisco Ponce, Andrés Moreno y Francisco Guarderas. Pág. 33.- Fausto Peñafiel, Galo Valencia, Pedro Francisco Miranda, Juan Pablo Salas, Juan Carlos Burneo, Gonzalo Cobo, Claudio Crespo y Francisco Ponce. Siguiente foto: Alfredo Valdivieso al extremo derecho. Alfredo Valdivieso y Galo Valencia. Dr. Enrique Cobo y Gonzalo Cobo. En la boda de Claudio José: Marcelo Burneo, Andrés Moreno, Mauricio Marchán y Raquel Acosta. Pág. 34.- Foto color: selección de indor en quinto curso: Vicente Riofrío, Gabriela 62

De Guzmán, Fernando De la Paz; segunda fila: Mauricio Marchán, Pablo Carrera, Gonzalo Cobo; tercera fila: Camello Hidalgo, Johnny Reece y Fausto Peñafiel. Foto blanco y negro (por planos): Adriana Bermeo, Mónica Rivadeneira y Verónica De Guzmán; César Bermeo; Gonzalo Cobo, Xavier Zambrano, Ramiro Zambrano; Francisco Guarderas, Xavier Sáenz, Guagua Saá, Fausto Peñafiel; Francisco Egas, Carlos Jiménez, Pablo Carrera; Federico Fornell, Epicuro Eguiguren; Pedro Miranda, Claudio Crespo, Iván Camello Hidalgo; atrás se reconoce a Perucho Fernández y al final dos Chilibulo - Cochapamba. Pág. 35.- Casa de retiros “La Joya”: Guillermo Rivadeneira, Mauricio Marchán, Francisco Albuja, Juan Carlos Ponce, Fausto Peñafiel, Chino Egas y Fabián Merlo (en primer plano).Retiro en la Hacienda Miranda: Enrique Terán, Juan Carlos Burneo y Vicente Riofrío. Familia Intisana: Cristóbal Roldán (semitapado), Diego Miranda (mira a cámara); atrás están Marcelino Durán y Guillo Rivadeneira. Pág. 40.- A caballo: Enrique Terán, Pablo Carrera, Mauricio Marchán Y Fernando Saá. De pie: Masho Burneo, Churo Valdivieso, Guagua Saá, Pedro Miranda, Fabián Merlo y Xavier Sáenz; sentados: Papolo Carrera, Mauricio Marchán y Enrique Terán. Foto grande: Churo Valdivieso, Guagua Saá, Claudio Crespo, Gonzalo Cobo, Carlos Jiménez, Pablo Carrera, Guillo Rivadeneira, Negro Arteaga, Andrés Moreno, Mauricio Marchán, Paquete Guarderas, Piccolo Miranda y Masho Burneo. Pág. 42.- De pie, atrás: Enrique Terán, Galo Valencia, Francisco Ponce y Fernando Saá; de pie adelante: Mauricio Marchán, Pedro Miranda, Guillermo Rivadeneira, Gonzalo Cobo, Ricardo Arteaga,

Alfredo Valdivieso, Pablo Carrera, Marcelo Burneo, Andrés Moreno y Federico Fornell. Sentados: Carlos Jiménez, Francisco Arteta, Fabián Merlo, Juan Bustamante, Vicente Riofrío, Francisco Trueba y Johnny Reece. Pág. 45.- En esta foto grupal, constamos todos los que asistimos al paseo excepto Gonzalo Fernández. En primer plano: Enrique Terán, Francisco Guarderas, Marcelo Burneo, Gonzalo Cobo, Francisco Arteta, Galo Valencia. En segundo plano: Pedro Miranda, Fernando Saá, Juan Bustamante, Andrés Moreno y Mauricio Marchán. En tercer plano: Vicente Riofrío, Alfredo Valdivieso, Pablo Carrera, Carlos Jiménez, Ricardo Arteaga y Guillermo Rivadeneira. Pág.. 46.- De pie: Alfredo Valdivieso, Guillermo Rivadeneira, Pedro Miranda, Francisco Guarderas, Pablo Carrera, Marcelo Burneo, Claudio Crespo, Gonzalo Fernández, Andrés Moreno, Vicente Riofrío, Enrique Terán, Gonzalo Cobo y Fernando Saá. Sentados: Galo Valencia, Ricardo Arteaga, Francisco Arteta, Mauricio Marchán, Carlos Jiménez y Juan Bustamante. Pág. 50.- Segunda foto grupal: Ramón Unda, Pedro Francisco Miranda, Mauricio Marchán, Francisco Guarderas, Gonzalo Cobo, Pablo Carrera, Fernando Saá, Marcelo Burneo y Claudio Crespo. Pág. 51.- Gonzalo Fernández, Gonzalo Cobo, Marcelo Burneo, Soledad Montalvo, María Luisa Flores, Pablo Carrera, Ricardo Arteaga, Susana Jácome, José Vicente Maldonado, María Cristina Salazar, Guillermo Rivadeneira, María Gloria Meneses, Enrique Terán, Patricia Cornejo, Fabián Merlo, Anita Cordovez , Juan Bustamante, Andrés Moreno, Francisco Albuja, Pilar Ponce, Fernando Saá, Elizabeth Mangia, Teresa Borja, Carlos Jiménez, Gigi Peñaherrera, Galo Valen-


cia, María Iliana Villegas, Marcela Cobo, Francisco Guarderas, Pedro Francisco Miranda, Cristina Guerrero, Mauricio Marchán y Alfredo Valdivieso. Pág. 55.- De pie: Gigi Peñaherrera, Gonzalo Fernández, Elizabeth Mangia, Anita Cordovez, Marcela Cobo, Soledad Montalvo, María Luisa Flores, Pablo Carrera, Patricia Cornejo, Enrique Terán, Juan Bustamante. Sentados, de atrás hacia adelante: Maria Clara Correa, Alfredo Valdivieso, Eugenia Eguiguren, Francisco Guarderas, Gino Descalzi, Andrés Moreno, Gabriela Baer, Marcelino Durán, María Rosa Ribadeneira, Kelley Moreno, Juan Moreno, Pedro Borja, Catalina García. Adelante: Galo Valencia, María Iliana Villegas, Vicente Riofrío, Pedro Miranda, Cristina Guerrero, Fernando Saá, Francisco Arteta, Marcelo Burneo, María Gloria Meneses y Guillermo Rivadeneira. Pág. 56.- Fotos blanco y negro: El Ing. Estuardo Castillo. Lic Mejía, Oscar Albuja, Ramón Unda y Alfredo Valdivieso izando la bandera. José (Giorgio) Paredes y Negro Arteaga jugando básket. En esta última se reconocen a algunos fans del Clan Cinco y en especial nuestro distinguidísimo compañero Francisco Albuja, distinguido desde guambra! Pág. 57.- De pie: Marcelino Durán, Juan Carlos Zevallos, Gonzalo Fernández, Juan Manuel Borrero, Gino Descalzi, Francisco Samper, Manuel Fernández +, Sebastián Romolerux, Ivan García, César Bermeo; nivel medio: Edison Granja y Cristóbal Roldán; sentados: Carlos Julian Trueba, Lautaro Pozo, Jorge Escobar, Juan Esteban Ontaneda, Ernesto Donoso y Juan Moreno. Los nombres que están en negrita, correspoden a los rezagados. Segunda foto.- Botolo Roldán, Pollo Borrero, Kike Cobos Baca, Juan Carlos Zevallos e incado Jorge Escobar.

Tercera foto.- Cristóbal Roldán, Marcelino Durán y Oscar Albuja. Pág. 58.- De arriba hacia abajo: Gonzalo Fernández, Oscar Albuja, Teodoro Álvarez, Pablo Crespo, Mauricio Troya, Manuel Utreras. Juan Carlos Zevallos, Botolo Roldán y Juan Manuel Borrero. César Bermeo con Ricardo Moreano. La siguiente foto: Roberto León de chaqueta negra. Todas las demás: Gonzalo Fernández V. (cortesía del mismo Gonzalo). Pág. 59 .- De arriba hacia abajo: Cristóbal Roldán con Gonzalo Fernández. Ricardo Moreano y Marcelino Durán. Marcelino Durán. Las blanco y negro: Jorge Escobar, Marcelino Durán, Juan Carlos Zevallos. Gonzalo Fernández en primer plano. La última es una imágen póstuma de Manuel Fernández. Pág. 60.- Todas estas fotografías son de la posesión de Cristóbal Roldán como Embajador ante el Reino de España, es recibido por el Rey Felipe Juan Pablo Alfonso de Todos los Santos de Borbón y Grecia. Año 2017.

Editor:

www.galovalencia.com Impresor:

Imprenta Mariscal . Febrero de 2018

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