ANTOLOGร A DE TEXTOS
CURSO 2018/19 4ยบ ESO
DEPARTAMENTO DE LENGUA
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JUAN RAMÓN JIMÉNEZ (1881-1958)
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Yo me moriré, y la noche triste, serena y callada, dormirá el mundo a los rayos de su luna solitaria. Mi cuerpo estará amarillo, y por la abierta ventana entrará una brisa fresca preguntando por mi alma. No sé si habrá quien solloce cerca de mi negra caja, o quien me dé un largo beso entre caricias y lágrimas. Pero habrá estrellas y flores
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y suspiros y fragancias y amor en las avenidas a la sombra de las ramas. Y sonará ese piano como en esta noche plácida, y no tendrá quien lo escuche sollozando en la ventana. Arias tristes (1903) 2
¿Soy yo quien anda esta noche por mi cuarto, o el mendigo que rondaba mi jardín al caer la tarde ...? Miro en torno y hallo que todo es lo mismo y no es lo mismo... ¿la ventana estaba abierta? ¿yo no me había dormido? ¿El jardín no estaba blanco de luna...? El cielo era limpio y azul... Y hay nubes y viento y el jardín está sombrío... Creo que mi barba era negra... yo estaba vestido de gris... y mi barba es blanca y estoy enlutado... ¿Es mío este andar? ¿tiene esta voz que ahora suena en mí, los ritmos de la voz que yo tenía? ¿Soy yo ...? ¿o soy el mendigo que rondaba mi jardín al caer la tarde ...? Miro
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en torno... Hay nubes y viento... El jardín está sombrío... ... Y voy y vengo... ¿Es que yo no me había ya dormido? Mi barba está blanca... Y todo es lo mismo y no es lo mismo... Jardines lejanos (1904)
3 Pájaro errante y lírico, que en esta floreciente soledad de domingo, vagas por mis jardines, del árbol a la yerba, de la yerba a la fuente llena de hojas de oro y caídos jazmines... ¿qué es lo que tu voz débil dice al sol de la tarde que sueña dulcemente en la cristalería? ¿eres, como yo, triste, solitario y cobarde, hermano del silencio y la melancolía? ¿Tienes una ilusión que cantar al olvido? ¿una nostaljia eterna que mandar al ocaso? ¿un corazón sin nadie, tembloroso, vestido de hojas secas, de oro, de jazmín y de raso? 4 Las antiguas arañas melodiosas, temblaban maravillosamente sobre las mustias flores... sus cristales, heridos por la luna, soñaban guirnaldas temblorosas de pálidos colores... Estaban los balcones abiertos al sur... Era una noche inmortal, serena y trasparente... de los campos lejanos, la nueva primavera mandaba, con la brisa, su aliento, dulcemente... ¡Qué silencio! Las penas ahogaban su ruido
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de espectros en las rosas vagas de las alfombras... el amor no existía... tornaba del olvido una ronda infinita de trastornadas sombras... Todo lo era el jardín... Morían las ciudades Las estrellas azules, con la vana indolencia de haber visto los duelos de todas las edades, coronaban de plata mi nostaljia y mi ausencia... La soledad sonora (compuesto en 1908 y publicado en 1911) 5. MAR ¡Sólo un punto! Sí, mar, ¡quién fuera, cual tú, diverso cada instante, coronado de cielos en su olvido; mar fuerte —¡sin caídas!—, mar sereno —de frío corazón con alma eterna—, ¡mar, obstinada imajen del presente! 6 No sé si el mar es, hoy —adornado su azul de innumerables espumas—, mi corazón; si mi corazón —hoy adornada su grana de incontables espumas—, es el mar. Entran, salen uno de otro, plenos e infinitos, como dos todos únicos. A veces, me ahoga el mar el corazón, hasta los cielos mismos.
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Mi corazón ahoga el mar, a veces, hasta los mismos cielos. Diario de un poeta recién casado (1916) 7
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Yo no soy yo. Soy este que va a mi lado sin yo verlo; que, a veces, voy a ver, y que, a veces, olvido. El que calla, sereno, cuando hablo, el que perdona, dulce, cuando odio, el que pasea por donde no estoy, el que quedará en pie cuando yo muera. Eternidades, (1918) ¡Inteligencia, dame el nombre exacto de las cosas! … Que mi palabra sea la cosa misma, creada por mi alma nuevamente. 5 Que por mí vayan todos los que no las conocen, a las cosas; que por mí vayan todos los que ya las olvidan, a las cosas; que por mí vayan todos 10 los mismos que las aman, a las cosas… ¡Inteligencia, dame el nombre exacto, y tuyo, y suyo, y mío, de las cosas! Eternidades, (1918)
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9 ¡No estás en ti, belleza innúmera, que con tu fin me tientas, infinita, a un sinfín de deleites! ¡Estás en mí, que te penetro hasta el fondo, anhelando, cada instante, traspasar los nadires más ocultos! ¡Estás en mí, que tengo en mi pecho la aurora y en mi espalda el poniente —quemándome, trasparentándome en una sola llama—; estás en mí, que te entro en tu cuerpo mi alma insaciable y eterna! Piedra y cielo, (1919)
10 ESPACIO «Los dioses no tuvieron más sustancia que la que tengo yo». Yo tengo, como ellos, la sustancia de todo lo vivido y de todo lo porvenir. No soy presente sólo, sino fuga raudal de cabo a fin. Y lo que veo, a un lado y otro, en esta fuga (rosas, restos de alas, sombra y luz) es sólo mío, recuerdo y ansia míos, presentimiento, olvido. ¿Quién sabe más que yo, quién, qué hombre o qué dios puede, ha podido, podrá decirme a mí qué es mi vida y mi muerte, qué no es? Si hay quien lo sabe, yo lo sé más que ése, y si quien lo ignora, más que ése lo ignoro. Lucha entre este ignorar y este saber es mi vida, su vida, y es la vida. Pasan vientos como pájaros, pájaros igual que flores, flores, soles y lunas, lunas soles como yo, como almas, como cuerpos, cuerpos como la muerte y la resurrección; como dioses. Y soy un dios sin espada, sin nada de lo que hacen los hombres con su ciencia; sólo con lo que es producto de lo vivo, lo que se cambia todo; sí, de fuego
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o de luz, luz. ¿Por qué comemos y bebemos otra cosa que luz o fuego? Como yo he nacido en el sol, y del sol he venido aquí a la sombra, ¿soy de sol, como el sol alumbro?, y mi nostaljia, como la de la luna, es haber sido sol de un sol un día y reflejarlo sólo ahora. Pasa el iris cantando como canto yo. Adiós, iris, iris, volveremos a vernos, que el amor es uno y solo y vuelve cada día [...]». 11
LA TRASPARENCIA, DIOS, LA TRASPARENCIA Dios del venir, te siento entre mis manos, aquí estás enredado conmigo, en lucha hermosa de amor, lo mismo que un fuego con su aire. No eres mi redentor, ni eres mi ejemplo, ni mi padre, ni mi hijo, ni mi hermano; eres igual y uno, eres distinto y todo; eres dios de lo hermoso conseguido, conciencia mía de lo hermoso. Yo nada tengo que purgar. Toda mi impedimenta no es sino fundación para este hoy en que, al fin, te deseo; porque estás ya a mi lado, en mi eléctrica zona como está en el amor el amor lleno. Tú, esencia, eres conciencia; mi conciencia y la de otros, la de todos, con forma suma de conciencia; que la esencia es lo sumo, es la forma suprema conseguible, y tu esencia está en mí, como mi forma. Todos mis moldes, llenos
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estuvieron de ti; pero tú, ahora, no tienes molde, estás sin molde; eres la gracia que no admite sostén, que no admite corona, que corona y sostiene siendo ingrave. Eres la gracia libre, la gloria del gustar, la eterna simpatía, el gozo del temblor, la luminaria del clariver, el fondo del amor, el horizonte que no quita nada; la trasparencia, dios, la trasparencia, el uno al fin, dios ahora sólito en lo uno mío, en el mundo que yo por ti y para ti he creado. Dios deseado y deseante (1948-1949)
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GENERACIÓN DEL 27
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PEDRO SALINAS (1891-1951) 12. Si me llamaras ¡Si me llamaras, sí; si me llamaras! Lo dejaría todo, todo lo tiraría: los precios, los catálogos, el azul del océano en los mapas, los días y sus noches, los telegramas viejos y un amor. Tú, que no eres mi amor, ¡si me llamaras! Y aún espero tu voz: telescopios abajo, desde la estrella, por espejos, por túneles, por los años bisiestos puede venir. No sé por dónde. Desde el prodigio, siempre. Porque si tú me llamas «¡si me llamaras, sí, si me llamaras!» será desde un milagro, incógnito, sin verlo. Nunca desde los labios que te beso, nunca desde la voz que dice: «No te vayas».
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13. Tú vives siempre en tus actos. Tú vives siempre en tus actos. Con la punta de tus dedos pulsas el mundo, le arrancas auroras, triunfos, colores, alegrías: es tu música. La vida es lo que tú tocas. De tus ojos, sólo de ellos, sale la luz que te guía los pasos. Andas por lo que ves. Nada más. Y si una duda te hace señas a diez mil kilómetros, lo dejas todo, te arrojas sobre proas, sobre alas, estás ya allí; con los besos, con los dientes la desgarras: ya no es duda. Tú nunca puedes dudar. Porque has vuelto los misterios del revés. Y tus enigmas, lo que nunca entenderás, son esas cosas tan claras: la arena donde te tiendes, la marcha de tu reloj y el tierno cuerpo rosado que te encuentras en tu espejo cada día al despertar,
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y es el tuyo. Los prodigios que están descifrados ya. Y nunca te equivocaste, más que una vez, una noche que te encaprichó una sombra -la única que te ha gustado-. Una sombra parecía. Y la quisiste abrazar. Y era yo. 14. Underwood Girls Quietas, dormidas están, las treinta, redondas, blancas. Entre todas sostienen el mundo. Míralas, aquí en su sueño, como nubes, redondas, blancas, y dentro destinos de trueno y rayo, destinos de lluvia lenta, de nieve, de viento, signos. Despiértalas, con contactos saltarines de dedos rápidos, leves, como a músicas antiguas. Ellas suenan otra música: fantasías de metal valses duros, al dictado. Que se alcen desde siglos
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todas iguales, distintas como las olas del mar y una gran alma secreta. Que se crean que es la carta, la fórmula, como siempre. Tú alócate bien los dedos, y las raptas y las lanzas, a las treinta, eternas ninfas contra el gran mundo vacío, blanco en blanco. Por fin a la hazaña pura, sin palabras, sin sentido, ese, zeda, jota, i... 15. 35 BUJÍAS Sí. Cuando quiera yo la soltaré. Está presa, aquí arriba, invisible. Yo la veo en su claro castillo de cristal, y la vigilan —cien mil lanzas— los rayos —cien mil rayos— del sol. Pero de noche, cerradas las ventanas para que no la vean —guiñadoras espías— las estrellas, la soltaré. (Apretar un botón.) Caerá toda de arriba a besarme, a envolverme de bendición, de claro, de amor, pura. En el cuarto ella y yo no más, amantes
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eternos, ella mi iluminadora musa dócil en contra de secretos en masa de la noche —afuera— descifraremos formas leves, signos, perseguidos en mares de blancura por mí, por ella, artificial princesa, amada eléctrica. 16. Para vivir no quiero Para vivir no quiero islas, palacios, torres. ¡Qué alegría más alta: vivir en los pronombres! Quítate ya los trajes, las señas, los retratos; yo no te quiero así, disfrazada de otra, hija siempre de algo. Te quiero pura, libre, irreductible: tú. Sé que cuando te llame entre todas las gentes del mundo, sólo tú serás tú. Y cuando me preguntes quién es el que te llama, el que te quiere suya, enterraré los nombres, los rótulos, la historia.
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Iré rompiendo todo lo que encima me echaron desde antes de nacer. Y vuelto ya al anónimo eterno del desnudo, de la piedra, del mundo, te diré: «Yo te quiero, soy yo». 17. Miedo. De ti. Quererte Miedo. De ti. Quererte es el más alto riesgo. Múltiples, tú y tu vida. Te tengo, a la de hoy ya la conozco, entro por laberintos, fáciles gracias a ti, a tu mano. Y míos, ahora, sí. Pero tú eres tu propio más allá, como la luz y el mundo: días, noches, estíos, inviernos sucediéndose. Fatalmente, te mudas sin dejar de ser tú, en tu propia mudanza, con la fidelidad constante del cambiar.
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JORGE GUILLÉN (1893 – 1984) 18. LAS DOCE EN EL RELOJ Dije: Todo ya pleno. Un álamo vibró. Las hojas plateadas Sonaron con amor. Los verdes eran grises, El amor era sol. Entonces, mediodía, Un pájaro sumió Su cantar en el viento Con tal adoración Que se sintió cantada Bajo el viento la flor Crecida entre las mieses, Más altas. Era yo, Centro en aquel instante De tanto alrededor, Quien lo veía todo Completo para un dios. Dije: Todo, completo. ¡Las doce en el reloj! (Cántico) 19. El balcón, los cristales El balcón, los cristales, Unos libros, la mesa. ¿Nada más esto? Sí, Maravillas concretas.
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Material jubiloso Convierte en superficie Manifiesta a sus átomos Tristes, siempre invisibles. Y por un filo escueto, O el amor de una curva de asa, la energía De plenitud actúa. ¡Energía o su gloria! En mi dominio luce Sin escándalo dentro De lo tan real, hoy lunes. Y ágil, humildemente, La materia apercibe Gracia de Aparición: Esto es cal, esto es mimbre. 20. Beato sillón ¡Beato sillón! La casa corrobora su presencia con la vaga intermitencia de su invocación en masa a la memoria. No pasa nada. Los ojos no ven, saben. El mundo está bien hecho. El instante lo exalta a marea, de tan alta, de tan alta, sin vaivén.
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GERARDO DIEGO (1896 – 1987) 21. EL CIPRÉS DE SILOS A Ángel del Río Enhiesto surtidor de sombra y sueño que acongojas el cielo con tu lanza. Chorro que a las estrellas casi alcanza devanado a sí mismo en loco empeño. Mástil de soledad, prodigio isleño, flecha de fe, saeta de esperanza. Hoy llegó a ti, riberas del Arlanza, peregrina al azar, mi alma sin dueño. Cuando te vi señero, dulce, firme, qué ansiedades sentí de diluirme y ascender como tú, vuelto en cristales, como tú, negra torre de arduos filos, ejemplo de delirios verticales, mudo ciprés en el fervor de Silos. (Versos humanos)
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22. Estabais las tres hermanas Estabais las tres hermanas, las tres de todos los cuentos, las tres en el mirador tejiendo encajes y sueños. Y yo pasé por la calle y miré... Mis pasos secos resonaron olvidados en el vesperal silencio. La mayor miró curiosa, y la mediana riendo me miró y te dijo algo... Tú bordabas en silencio, como si no te importase, como si te diese miedo. Y después te levantaste y me dijiste un secreto en una larga mirada, larga, larga... Los reflejos en las vidrieras borrosas desdibujaban tu esbelto perfil. Era tu figura la flor de un nimbo de ensueño. ... Tres erais, tres, las hermanas como en los libros de cuento.
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23. Ajedrez
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24. Romance del Duero Río Duero, río Duero, nadie a acompañarte baja; nadie se detiene a oír tu eterna estrofa de agua. Indiferente o cobarde, la ciudad vuelve la espalda. No quiere ver en tu espejo su muralla desdentada. Tú, viejo Duero, sonríes entre tus barbas de plata, moliendo con tus romances las cosechas mal logradas. Y entre los santos de piedra y los álamos de magia pasas llevando en tus ondas palabras de amor, palabras. Quién pudiera como tú, a la vez quieto y en marcha, cantar siempre el mismo verso pero con distinta agua. Río Duero, río Duero, nadie a estar contigo baja, ya nadie quiere atender tu eterna estrofa olvidada,
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sino los enamorados que preguntan por sus almas y siembran en tus espumas palabras de amor, palabras. 25. Brindis A mis amigos de Santander que festejaron mi nombramiento profesional.
Debiera ahora deciros: —«Amigos, muchas gracias», y sentarme, pero sin ripios. Permitidme que os lo diga en tono lírico, en verso, sí, pero libre y de capricho. Amigos: dentro de unos días me veré rodeado de chicos, de chicos torpes y listos, y dóciles y ariscos, a muchas leguas de este Santander mío, en un pueblo antiguo, tranquilo y frío, y les hablaré de versos y de hemistiquios, y del Dante, y de Shakespeare, y de Moratín (hijo), y de pluscuamperfectos y de participios, y el uno bostezará y el otro me hará un guiño. Y otro, seguramente el más listo, me pondrá un alias definitivo. Y así pasarán cursos monótonos y prolijos. Pero un día tendré un discípulo, un verdadero discípulo, y moldearé su alma de niño y le haré hacerse nuevo y distinto,
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distinto de mí y de todos: él mismo. Y me guardará respeto y cariño. Y ahora os digo: amigos, brindemos por ese niño, por ese predilecto discípulo, por que mis dedos rígidos acierten a moldear su espíritu, y mi llama lírica prenda en su corazón virgíneo, y por que siga su camino intacto y limpio, y porque este mi discípulo, que inmortalice mi nombre y mi apellido... sea el hijo, el hijo de uno de vosotros, amigos. VICENTE ALEIXANDRE (1898 – 1984) 26. UNIDAD EN ELLA Cuerpo feliz que fluye entre mis manos, rostro amado donde contemplo el mundo, donde graciosos pájaros se copian fugitivos, volando a la región donde nada se olvida. Tu forma externa, diamante o rubí duro, brillo de un sol que entre mis manos deslumbra, cráter que me convoca con su música íntima, con esa indescifrable llamada de tus dientes. Muero porque me arrojo, porque quiero morir, porque quiero vivir en el fuego, porque este aire de fuera no es mío, sino el caliente aliento que si me acerco quema y dora mis labios desde un fondo.
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Deja, deja que mire, teñido del amor, enrojecido el rostro por tu purpúrea vida, deja que mire el hondo clamor de tus entrañas donde muero y renuncio a vivir para siempre. Quiero amor o la muerte, quiero morir del todo, quiero ser tú, tu sangre, esa lava rugiente que regando encerrada bellos miembros extremos siente así los hermosos límites de la vida. Este beso en tus labios como una lenta espina, como un mar que voló hecho un espejo, como el brillo de un ala, es todavía unas manos, un repasar de tu crujiente pelo, un crepitar de la luz vengadora, luz o espada mortal que sobre mi cuello amenaza, pero que nunca podrá destruir la unidad de este mundo. 27. Se querían Se querían Sufrían por la luz, labios azules en la madrugada, labios saliendo de la noche dura, labios partidos, sangre, ¿sangre dónde? Se querían en un lecho navío, mitad noche, mitad luz. Se querían como las flores a las espinas hondas, a esa amorosa gema del amarillo nuevo, cuando los rostros giran melancólicamente, giralunas que brillan recibiendo aquel beso. Se querían de noche, cuando los perros hondos laten bajo la tierra y los valles se estiran como lomos arcaicos que se sienten repasados: caricia, seda, mano, luna que llega y toca.
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Se querían de amor entre la madrugada, entre las duras piedras cerradas de la noche, duras como los cuerpos helados por las horas, duras como los besos de diente a diente solo. Se querían de día, playa que va creciendo, ondas que por los pies acarician los muslos, cuerpos que se levantan de la tierra y flotando... Se querían de día, sobre el mar, bajo el cielo. Mediodía perfecto, se querían tan íntimos, mar altísimo y joven, intimidad extensa, soledad de lo vivo, horizontes remotos ligados como cuerpos en soledad cantando. Amando. Se querían como la luna lúcida, como ese mar redondo que se aplica a ese rostro, dulce eclipse de agua, mejilla oscurecida, donde los peces rojos van y vienen sin música. Día, noche, ponientes, madrugadas, espacios, ondas nuevas, antiguas, fugitivas, perpetuas, mar o tierra, navío, lecho, pluma, cristal, metal, música, labio, silencio, vegetal, mundo, quietud, su forma. Se querían, sabedlo.
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28. Beso alegre, descuidada paloma Beso alegre, descuidada paloma, blancura entre las manos, sol o nube; corazón que no intenta volar porque basta el calor, basta el ala peinada por los labios ya vivos. El día se sienta hacia afuera; sólo existe el amor. Tú y yo en la boca sentimos nacer lo que no vive, lo que es el beso indestructible cuando la boca son alas, alas que nos ahogan mientras los ojos se cierran, mientras la luz dorada está dentro de los párpados. Ven, ven, huyamos quietos como el amor; vida como el calor que es todo el mundo solo, que es esa música suave que tiembla bajo los pies, mundo que vuela único, con luz de estrella viva, como un cuerpo o dos almas, como un último pájaro.
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LUIS CERNUDA (1902 – 1963) 29. Te quiero Te quiero. Te lo he dicho con el viento, jugueteando como animalillo en la arena o iracundo como órgano impetuoso; Te lo he dicho con el sol, que dora desnudos cuerpos juveniles y sonríe en todas las cosas inocentes; Te lo he dicho con las nubes, frentes melancólicas que sostienen el cielo, tristezas fugitivas; Te lo he dicho con las plantas, leves criaturas transparentes que se cubren de rubor repentino; Te lo he dicho con el agua, vida luminosa que vela un fondo de sombra; te lo he dicho con el miedo, te lo he dicho con la alegría, con el hastío, con las terribles palabras. Pero así no me basta: más allá de la vida, quiero decírtelo con la muerte; más allá del amor, quiero decírtelo con el olvido. (Los placeres prohibidos)
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30. Si el hombre pudiera decir lo que ama Si el hombre pudiera decir lo que ama, si el hombre pudiera levantar su amor por el cielo como una nube en la luz; si como muros que se derrumban, para saludar la verdad erguida en medio, pudiera derrumbar su cuerpo, dejando sólo la verdad de su amor, la verdad de sí mismo, que no se llama gloria, fortuna o ambición, sino amor o deseo, yo sería aquel que imaginaba; aquel que con su lengua, sus ojos y sus manos proclama ante los hombres la verdad ignorada, la verdad de su amor verdadero. Libertad no conozco sino la libertad de estar preso en alguien cuyo nombre no puedo oír sin escalofrío; alguien por quien me olvido de esta existencia mezquina por quien el día y la noche son para mí lo que quiera, y mi cuerpo y espíritu flotan en su cuerpo y espíritu como leños perdidos que el mar anega o levanta libremente, con la libertad del amor, la única libertad que me exalta, la única libertad por que muero. Tú justificas mi existencia: si no te conozco, no he vivido; si muero sin conocerte, no muero, porque no he vivido.
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31. Diré cómo nacisteis, placeres prohibidos Diré cómo nacisteis, placeres prohibidos, Como nace un deseo sobre torres de espanto, Amenazadores barrotes, hiel descolorida, Noche petrificada a fuerza de puños, Ante todos, incluso el más rebelde, Apto solamente en la vida sin muros. Corazas infranqueables, lanzas o puñales, Todo es bueno si deforma un cuerpo; Tu deseo es beber esas hojas lascivas O dormir en esa agua acariciadora. No importa; Ya declaran tu espíritu impuro. No importa la pureza, los dones que un destino Levantó hacia las aves con manos imperecederas; No importa la juventud, sueño más que hombre, La sonrisa tan noble, playa de seda bajo la tempestad De un régimen caído. Placeres prohibidos, planetas terrenales, Miembros de mármol con sabor de estío, Jugo de esponjas abandonadas por el mar, Flores de hierro, resonantes como el pecho de un hombre. Soledades altivas, coronas derribadas, Libertades memorables, manto de juventudes; Quien insulta esos frutos, tinieblas en la lengua, Es vil como un rey, como sombra de rey Arrastrándose a los pies de la tierra
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Para conseguir un trozo de vida. No sabía los límites impuestos, Límites de metal o papel, Ya que el azar le hizo abrir los ojos bajo una luz tan alta, Adonde no llegan realidades vacías, Leyes hediondas, códigos, ratas de paisajes derruidos. Extender entonces una mano Es hallar una montaña que prohíbe, Un bosque impenetrable que niega, Un mar que traga adolescentes rebeldes. Pero si la ira, el ultraje, el oprobio y la muerte, Ávidos dientes sin carne todavía, Amenazan abriendo sus torrentes, De otro lado vosotros, placeres prohibidos, Bronce de orgullo, blasfemia que nada precipita, Tendéis en una mano el misterio. Sabor que ninguna amargura corrompe, Cielos, cielos relampagueantes que aniquilan. Abajo, estatuas anónimas, Sombras de sombras, miseria, preceptos de niebla; Una chispa de aquellos placeres Brilla en la hora vengativa. Su fulgor puede destruir vuestro mundo. 32. Donde habite el olvido Donde habite el olvido, En los vastos jardines sin aurora;
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Donde yo sólo sea Memoria de una piedra sepultada entre ortigas Sobre la cual el viento escapa a sus insomnios. Donde mi nombre deje Al cuerpo que designa en brazos de los siglos, Donde el deseo no exista. En esa gran región donde el amor, ángel terrible, No esconda como acero En mi pecho su ala, Sonriendo lleno de gracia aérea mientras crece el tormento. Allí donde termine este afán que exige un dueño a imagen suya, Sometiendo a otra vida su vida, Sin más horizonte que otros ojos frente a frente. Donde penas y dichas no sean más que nombres, Cielo y tierra nativos en torno de un recuerdo; Donde al fin quede libre sin saberlo yo mismo, Disuelto en niebla, ausencia, Ausencia leve como carne de niño. Allá, allá lejos; Donde habite el olvido.
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FEDERICO GARCÍA LORCA (1898 – 1936) 33. BALADILLA DE LOS TRES RÍOS A Salvador Quintero El río Guadalquivir va entre naranjos y olivos. Los dos ríos de Granada bajan de la nieve al trigo. ¡Ay, amor que se fue y no vino! El río Guadalquivir tiene las barbas granates. Los dos ríos de Granada uno llanto y otro sangre. ¡Ay, amor que se fue por el aire! Para los barcos de vela, Sevilla tiene un camino; por el agua de Granada sólo reman los suspiros. ¡Ay, amor que se fue y no vino! Guadalquivir, alta torre
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y viento en los naranjales. Dauro y Genil, torrecillas muertas sobre los estanques, ¡Ay, amor que se fue por el aire! ¡Quién dirá que el agua lleva un fuego fatuo de gritos! ¡Ay, amor que se fue y no vino! Lleva azahar, lleva olivas, Andalucía, a tus mares. ¡Ay, amor que se fue por el aire! (Poema del cante jondo) 34. Romance de la luna La luna vino a la fragua con su polisón de nardos. El niño la mira, mira. El niño la está mirando. En el aire conmovido mueve la luna sus brazos y enseña, lúbrica y pura, sus senos de duro estaño. – Huye luna, luna, luna.
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Si vinieran los gitanos, harían con tu corazón collares y anillos blancos. – Niño, déjame que baile. Cuando vengan los gitanos, te encontrarán sobre el yunque con los ojillos cerrados. – Huye luna, luna, luna, que ya siento sus caballos. – Niño déjame, no pises mi blancor almidonado. El jinete se acercaba tocando el tambor del llano. Dentro de la fragua el niño tiene los ojos cerrados. Por el olivar venían, bronce y sueño, los gitanos. Las cabezas levantadas y los ojos entornados. Cómo canta la zumaya, ¡ay, cómo canta en el árbol! Por el cielo va la luna con un niño de la mano. Dentro de la fragua lloran, dando gritos, los gitanos. El aire la vela, vela.
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El aire la está velando. 35. Romance sonámbulo Verde que te quiero verde. Verde viento. Verdes ramas. El barco sobre la mar y el caballo en la montaña. Con la sombra en la cintura ella sueña en su baranda, verde carne, pelo verde, con ojos de fría plata. Verde que te quiero verde. Bajo la luna gitana, las cosas le están mirando y ella no puede mirarlas. Verde que te quiero verde. Grandes estrellas de escarcha, vienen con el pez de sombra que abre el camino del alba. La higuera frota su viento con la lija de sus ramas, y el monte, gato garduño, eriza sus pitas agrias. ¿Pero quién vendrá? ¿Y por dónde...? Ella sigue en su baranda, verde carne, pelo verde, soñando en la mar amarga.
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Compadre, quiero cambiar mi caballo por su casa, mi montura por su espejo, mi cuchillo por su manta. Compadre, vengo sangrando, desde los montes de Cabra. Si yo pudiera, mocito, ese trato se cerraba. Pero yo ya no soy yo, ni mi casa es ya mi casa. Compadre, quiero morir decentemente en mi cama. De acero, si puede ser, con las sĂĄbanas de holanda. ÂżNo ves la herida que tengo desde el pecho a la garganta? Trescientas rosas morenas lleva tu pechera blanca. Tu sangre rezuma y huele alrededor de tu faja. Pero yo ya no soy yo, ni mi casa es ya mi casa. Dejadme subir al menos hasta las altas barandas, dejadme subir, dejadme, hasta las verdes barandas. Barandales de la luna por donde retumba el agua. Ya suben los dos compadres hacia las altas barandas.
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Dejando un rastro de sangre. Dejando un rastro de lágrimas. Temblaban en los tejados farolillos de hojalata. Mil panderos de cristal, herían la madrugada. Verde que te quiero verde, verde viento, verdes ramas. Los dos compadres subieron. El largo viento, dejaba en la boca un raro gusto de hiel, de menta y de albahaca. ¡Compadre! ¿Dónde está, dime? ¿Dónde está mi niña amarga? ¡Cuántas veces te esperó! ¡Cuántas veces te esperara, cara fresca, negro pelo, en esta verde baranda! Sobre el rostro del aljibe se mecía la gitana. Verde carne, pelo verde, con ojos de fría plata. Un carámbano de luna la sostiene sobre el agua. La noche su puso íntima como una pequeña plaza. Guardias civiles borrachos, en la puerta golpeaban.
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Verde que te quiero verde. Verde viento. Verdes ramas. El barco sobre la mar. Y el caballo en la montaña. 36. La aurora
(Romancero gitano)
La aurora de Nueva York tiene cuatro columnas de cieno y un huracán de negras palomas que chapotean las aguas podridas. La aurora de Nueva York gime por las inmensas escaleras buscando entre las aristas nardos de angustia dibujada. La aurora llega y nadie la recibe en su boca porque allí no hay mañana ni esperanza posible: A veces las monedas en ejambres furiosos taladran y devoran abandonados niños. Los primeros que salen comprenden con sus huesos que no habrá paraíso ni amores deshojados; saben que van al cieno de números y leyes, a los juegos sin arte, a sudores sin fruto. La luz es sepultada por cadenas y ruidos en impúdico reto de ciencias sin raíces. Por los barrios hay gentes que vacilan insomnes como recién salidas de un naufragio de sangre. (Poeta en Nueva York)
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37. LLAGAS DE AMOR Esta luz, este fuego que devora. Este paisaje gris que me rodea. Este dolor por una sola idea. Esta angustia de cielo, mundo y hora. Este llanto de sangre que decora lira sin pulso ya, lúbrica tea. Este peso del mar que me golpea. Este alacrán que por mi pecho mora. Son guirnalda de amor, cama de herido, donde sin sueño, sueño tu presencia entre las ruinas de mi pecho hundido. Y aunque busco la cumbre de prudencia me da tu corazón valle tendido con cicuta y pasión de amarga ciencia. 38. EL POETA DICE LA VERDAD Quiero llorar mi pena y te lo digo para que tú me quieras y me llores en un anochecer de ruiseñores con un puñal, con besos y contigo. Quiero matar al único testigo para el asesinato de mis flores y convertir mi llanto y mis sudores en eterno montón de duro trigo.
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Que no se acabe nunca la madeja del te quiero me quieres, siempre ardida con decrĂŠpito sol y luna vieja. Que lo que no me des y no te pida serĂĄ para la muerte, que no deja ni sombra por la carne estremecida. (Sonetos del amor oscuro)
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RAFAEL ALBERTI (1902 – 1999) 39. Si mi voz muriera en tierra Si mi voz muriera en tierra llevadla al nivel del mar y dejadla en la ribera. Llevadla al nivel del mar y nombradla capitana de un blanco bajel de guerra. ¡Oh mi voz condecorada con la insignia marinera: sobre el corazón un ancla y sobre el ancla una estrella y sobre la estrella el viento y sobre el viento la vela! 40. El mar. La mar. El mar. La mar. El mar. ¡Sólo la mar! ¿Por qué me trajiste, padre, a la ciudad? ¿Por qué me desenterraste del mar? En sueños, la marejada me tira del corazón. Se lo quisiera llevar. Padre, ¿por qué me trajiste acá? Marinero en tierra
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41. Acordaos. Acordaos. La nieve traía gotas de lacre, de plomo derretido y disimulo de niña que ha dado muerte a un cisne. Una mano enguantada, la dispersión de la luz y el lento asesinato. La derrota del cielo, un amigo. Acordaos de aquel día, acordaos y no olvidéis que la sorpresa paralizó el pulso y el color de los astros. En el frío, murieron dos fantasmas. Por un ave, tres anillos de oro fueron hallados y enterrados en la escarcha. La última voz de un hombre ensangrentó el viento. Todos los ángeles perdieron la vida. menos uno, herido, alicortado. Sobre los ángeles (1927-1928) 42.
Se equivocó la paloma, se equivocaba. Por ir al norte, fue al sur. Creyó que el trigo era agua. Se equivocaba. Creyó que el mar era el cielo; que la noche, la mañana. Se equivocaba.
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Que las estrellas rocío; que la calor, la nevada. Se equivocaba. Que tu falda era tu blusa; que tu corazón, su casa. Se equivocaba. (Ella se durmió en la orilla. Tú, en la cumbre de una rama.) (Entre el clavel y la espada)
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DÁMASO ALONSO (1898-1990) 43. INSOMNIO Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres (según las últimas estadísticas). A veces en la noche yo me revuelvo y me incorporo en este nicho en el que hace 45 años que me pudro, y paso largas horas oyendo gemir al huracán, o ladrar los perros, o fluir blandamente la luz de la luna. Y paso largas horas gimiendo como el huracán, ladrando como un perro enfurecido, fluyendo como la leche de la ubre caliente de una gran vaca amarilla. Y paso largas horas preguntándole a Dios, preguntándole por qué se pudre lentamente mi alma, por qué se pudren más de un millón de cadáveres en esta ciudad de Madrid, por qué mil millones de cadáveres se pudren lentamente en el mundo. Dime, ¿qué huerto quieres abonar con nuestra podredumbre? ¿Temes que se te sequen los grandes rosales del día, las tristes azucenas letales de tus noches? 44.
MONSTRUOS
Todos los días rezo esta oración al levantarme: Oh Dios, no me atormentes más. Dime qué significan estos espantos que me rodean.
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Cercado estoy de monstruos que mudamente me preguntan, igual, igual, que yo les interrogo a ellos. Que tal vez te preguntan, lo mismo que yo en vano perturbo el silencio de tu invariable noche con mi desgarradora interrogación. Bajo la penumbra de las estrellas y bajo la terrible tiniebla de la luz solar, me acechan ojos enemigos, formas grotescas que me vigilan, colores hirientes lazos me están tendiendo: ¡son monstruos, estoy cercado de monstruos! No me devoran. Devoran mi reposo anhelado, me hacen ser una angustia que se desarrolla a sí misma, me hacen hombre, monstruo entre monstruos. No, ninguno tan horrible como este Dámaso frenético, como este amarillo ciempiés que hacia ti clama con todos sus tentáculos enloquecidos, como esta bestia inmediata transfundida en una angustia fluyente; no, ninguno tan monstruoso como esa alimaña que brama hacia ti, como esa desgarrada incógnita que ahora te increpa con gemidos articulados, que ahora te dice:
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«Oh Dios, no me atormentes más, dime qué significan estos monstruos que me rodean y este espanto íntimo que hacia ti gime en la noche». Hijos de la ira, (1944-46) 45. HOMBRE Y DIOS Hombre es amor. Hombre es un haz, un centro donde se anuda el mundo. Si Hombre falla otra vez el vacío y la batalla del primer caos y el Dios que grita «¡Entro!» Hombre es amor, y Dios habita dentro de ese pecho y profundo, en él se acalla; con esos ojos fisga, tras la valla, su creación, atónitos de encuentro. Amor-Hombre, total rijo sistema yo (mi Universo). ¡Oh Dios, no me aniquiles tú, flor inmensa que en mi insomnio creces! Yo soy tu centro para ti, tu tema de hondo rumiar, tu estancia y tus pensiles. Si me deshago, tú desapareces.
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Hombre y Dios, (1955)
LUIS ROSALES (1910-1992) 46. PORQUE TODO ES IGUAL Y TÚ LO SABES, Porque todo es igual y tú lo sabes, has llegado a tu casa y has cerrado la puerta con aquel mismo gesto con que se tira un día, con que se quita la hoja atrasada al calendario cuando todo es igual y tú lo sabes. Has llegado a tu casa, y, al entrar, has sentido la extrañeza de tus pasos que estaban ya sonando en el pasillo antes de que llegaras, y encendiste la luz, para volver a comprobar que todas las cosas están exactamente colocadas, como estarán dentro de un año, y después, te has bañado, respetuosa y tristemente, lo mismo que un suicida, y has mirado tus libros como miran los árboles sus hojas, y te has sentido solo, humanamente solo, definitivamente solo porque todo es igual y tú lo sabes. (…) Sí, ahora me gustaría saber para qué sirve este silencio que me rodea, este silencio que es como un luto de hombres solos, este silencio que yo tengo, este silencio que cuando Dios lo quiere se nos cansa en el cuerpo, se nos lleva, se nos duerme a morir, porque todo es igual y tú lo sabes. La casa encendida, (1949)
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MIGUEL HERNÁNDEZ (1910 – 1942) 47. EL RAYO QUE NO CESA ¿No cesará este rayo que me habita el corazón de exasperadas fieras y de fraguas coléricas y herreras donde el metal más fresco se marchita? ¿No cesará esta terca estalactita de cultivar sus duras cabelleras como espadas y rígidas hogueras hacia mi corazón que muge y grita? Este rayo ni cesa ni se agota: de mí mismo tomó su procedencia y ejercita en mí mismo sus furores. Esta obstinada piedra de mí brota y sobre mí dirige la insistencia de sus lluviosos rayos destructores.
El rayo que no cesa (1936)
48. EL HERIDO Para la libertad sangro, lucho, pervivo. Para la libertad, mis ojos y mis manos, como un árbol carnal, generoso y cautivo, doy a los cirujanos. Para la libertad, siento más corazones que arenas en mi pecho dan espuma a mis venas;
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y entro en los hospitales, y entro en los algodones, como en las azucenas. Porque donde unas cuencas vacías amanezcan, ella pondrá dos piedras de futura mirada, y hará que nuevos brazos y nuevas piernas crezcan en la carne talada. Retoñaran aladas de savia sin otoño, reliquias de mi cuerpo que pierdo en cada herida; porque soy como el árbol talado que retoño: aún tengo la vida. El hombre acecha (1937-39) 49. CANCIÓN ÚLTIMA Pintada está mi casa del color de las grandes pasiones y desgracias. Regresará del llanto adonde fue llevada con su desierta mesa con su ruidosa cama. Florecerán los besos sobre las almohadas. Y en torno de los cuerpos elevará la sábana su intensa enredadera nocturna, perfumada. El odio se amortigua detrás de la ventana.
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Serรก la garra suave. Dejadme la esperanza. (El hombre acecha) 50. LLEGร CON TRES HERIDAS Llegรณ con tres heridas: la del amor, la de la muerte, la de la vida. Con tres heridas viene: la de la vida, la del amor, la de la muerte. Con tres heridas yo: la de la vida, la de la muerte, la del amor. Romancero y cancionero de ausencias (1939, publicado en Argentina en 1958)
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POESÍA VANGUARDISTA
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OLIVERIO GIRONDO (1891-1967) 51. NO SÉ, ME IMPORTA UN PITO... No sé, me importa un pito que las mujeres tengan los senos como magnolias o como pasas de higo; un cutis de durazno o de papel de lija. Le doy una importancia igual a cero, al hecho de que amanezcan con un aliento afrodisíaco o con un aliento insecticida. Soy perfectamente capaz de soportarles una nariz que sacaría el primer premio en una exposición de zanahorias; ¡pero eso sí! -y en esto soy irreductible- no les perdono, bajo ningún pretexto, que no sepan volar. Si no saben volar ¡pierden el tiempo las que pretendan seducirme! Ésta fue -y no otra- la razón de que me enamorase, tan locamente, de María Luisa. ¿Qué me importaban sus labios por entregas y sus encelos sulfurosos? ¿Qué me importaban sus extremidades de palmípedo y sus miradas de pronóstico reservado? ¡María Luisa era una verdadera pluma! Desde el amanecer volaba del dormitorio a la cocina, volaba del comedor a la despensa. Volando me preparaba el baño, la camisa. Volando realizaba sus compras, sus quehaceres... ¡Con qué impaciencia yo esperaba que volviese, volando, de algún paseo por los alrededores! Allí lejos, perdido entre las nubes, un puntito rosado. "¡María Luisa! ¡María Luisa!"... y a los pocos segundos, ya me abrazaba con sus piernas de pluma, para llevarme, volando, a cualquier parte.
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Durante kilómetros de silencio planeábamos una caricia que nos aproximaba al paraíso; durante horas enteras nos anidábamos en una nube, como dos ángeles, y de repente, en tirabuzón, en hoja muerta, el aterrizaje forzoso de un espasmo. ¡Qué delicia la de tener una mujer tan ligera..., aunque nos haga ver, de vez en cuando, las estrellas! ¡Que voluptuosidad la de pasarse los días entre las nubes... la de pasarse las noches de un solo vuelo! Después de conocer una mujer etérea, ¿puede brindarnos alguna clase de atractivos una mujer terrestre? ¿Verdad que no hay diferencia sustancial entre vivir con una vaca o con una mujer que tenga las nalgas a setenta y ocho centímetros del suelo? Yo, por lo menos, soy incapaz de comprender la seducción de una mujer pedestre, y por más empeño que ponga en concebirlo, no me es posible ni tan siquiera imaginar que pueda hacerse el amor más que volando. 52. NOCTURNO 2 Debajo de la almohada una mano, mi mano, que se agranda, se agranda inexorablemente, para emerger, de pronto,
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en la más alta noche, abandonar la cama, traspasar las paredes, mezclarse con las sombras, distenderse en las calles y recubrir los techos de las casas sonámbulas. A través de mis párpados yo contemplo sus dedos, apacibles, tranquilos, de ciclópeas falanges; los millares de ríos zigzagueantes, resecos, que recorren la palma desierta de esa mano, desmesurada, enorme, adherida al insomnio, a mi brazo, a mi cuerpo diminuto, perdido en medio de las sábanas; sin explicarme cómo esa mano es mi mano, ni saber por qué causa se empeña en disminuirme.
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53. ¡AZOTADME! ¡Azotadme! Aquí estoy, ¡azotadme! Merezco que me azoten. No lamí la rompiente, la sombra de las vacas, las espinas, la lluvia; con fervor, durante años; descalzo, estremecido, absorto, iluminado. No me postré ante el barro, ante el misterio intacto del polen, de la cama, del gusano, del pasto; por timidez, por miedo, por pudor, por cansancio. No adoré los pesebres, las ventanas heridas, los ojos de los burros, los manzanos, el alba; sin restricción,
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de hinojos, entregado, desnudo, con los poros erectos, con los brazos al viento, delirante, sombrío; en comunión de espanto, de humildad, de ignorancia, como hubiera deseado... ¡cómo hubiera deseado! 54. CALLE DE LAS SIERPES A D. Ramón Gómez de la Serna Una corriente de brazos y de espaldas nos encauza y nos hace desembocar bajo los abanicos, las pipas, los anteojos enormes colgados en medio de la calle; únicos testimonios de una raza desaparecida de gigantes. Sentados al borde de las sillas, cual si fueran a dar un brinco y ponerse a bailar, los parroquianos de los cafés aplauden la actividad del camarero,
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mientras los limpiabotas les lustran los zapatos hasta que pueda leerse el anuncio de la corrida del domingo. Con sus caras de mascarón de proa, el habano hace las veces de bauprés, los hacendados penetran en los despachos de bebidas, a muletear los argumentos como si entraran a matar; y acodados en los mostradores, que simulan barreras, brindan a la concurrencia el miura disecado que asoma la cabeza en la pared. Ceñidos en sus capas, como toreros, los curas entran en las peluquerías a afeitarse en cuatrocientos espejos a la vez y cuando salen a la calle ya tienen una barba de tres días. En los invernáculos edificados por los círculos, la pereza se da como en ninguna parte y los socios la ingieren con churros o con horchata, para encallar en los sillones sus abulias y sus laxitudes de fantoches. Cada doscientos cuarenta y siete hombres, trescientos doce curas
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y doscientos noventa y tres soldados, pasa una mujer. A medida que nos aproximamos las piedras se van dando mejor. VICENTE HUIDOBRO (1893-1948) 55. ARTE POÉTICA Que el verso sea como una llave que abra mil puertas. Una hoja cae; algo pasa volando; cuanto miren los ojos creado sea, y el alma del oyente quede temblando. Inventa mundos nuevos y cuida tu palabra; el adjetivo, cuando no da vida, mata. Estamos en el ciclo de los nervios. El músculo cuelga, como recuerdo, en los museos; mas no por eso tenemos menos fuerza: el vigor verdadero reside en la cabeza. Por qué cantáis la rosa, ¡oh poetas! hacedla florecer en el poema. Sólo para nosotros viven todas las cosas bajo el sol. El poeta es un pequeño Dios.
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56. ALTAZOR (fragmento del CANTO I) Cae Cae eternamente Cae al fondo del infinito Cae al fondo del tiempo Cae al fondo de ti mismo Cae lo más bajo que se pueda caer Cae sin vértigo A través de todos los espacios y todas las edades A través de todas las almas de todos los anhelos y todos los naufragios Cae y quema al pasar los astros y los mares Quema los ojos que te miran y los corazones que te aguardan Quema el viento con tu voz El viento que se enreda en tu voz Y la noche que tiene frío en su gruta de huesos Cae en infancia Cae en vejez Cae en lágrimas Cae en risas Cae en música sobre el universo Cae de tu cabeza a tus pies Cae de tus pies a tu cabeza Cae del mar a la fuente Cae al último abismo de silencio Como el barco que se hunde apagando sus luces
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Todo se acabó El mar antropófago golpea la puerta de las rocas despiadadas Los perros ladran a las horas que se mueren Y el cielo escucha el paso de las estrellas que se alejan Estás solo Y vas a la muerte derecho como un iceberg que se desprende del polo Cae la noche buscando su corazón en el océano La mirada se agranda como los torrentes Y en tanto que las olas se dan vuelta La luna niño de luz se escapa de alta mar Mira este cielo lleno Más rico que los arroyos de las minas Cielo lleno de estrellas que esperan el bautismo Todas esas estrellas salpicaduras de un astro de piedra lanzado en las aguas eternas No saben lo que quieren ni si hay redes ocultas más allá Ni qué mano lleva las riendas Ni qué pecho sopla el viento sobre ellas Ni saben si no hay mano y no hay pecho Las montañas de pesca Tienen la altura de mis deseos Y yo arrojo fuera de la noche mis últimas angustias Que los pájaros cantando dispersan por el mundo.
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57. ALTAZOR (CANTO VII) Al aia aia ia ia ia aia ui Tralalí Lali lalá Aruaru urulario Lalilá Rimbibolam lam lam Uiaya zollonario lalilá Monlutrella monluztrella
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10 lalolú
Montresol y mandotrina Ai ai Montesur en lasurido Montesol Lusponsedo solinario Aururaro ulisamento lalilá Ylarca murllonía Hormajauma marijauda Mitradente Mitrapausa Mitralonga Matrisola matriola Olamina olasica lalilá Isonauta Olandera uruaro Ia ia campanuso compasedo
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Tralalá Aí ai mareciente y eternauta Redontella tallerendo lucenario Ia ia Laribamba Larimbambamplanerella Laribambamositerella Leiramombaririlanla lirilam Ai i a Temporía Ai ai aia Ululayu lulayu layu yu Ululayu ulayu ayu yu Lunatando Sensorida e infimento Ululayo ululamento Plegasuena Cantasorio ululaciente Oraneva yu yu yo Tempovío Infilero e infinauta zurrosía Jaurinario ururayú Montañendo oraranía Arorasía ululacente Semperiva ivarisa tarirá Campanudio lalalí
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Auriciento auronida
LalalĂ Io ia
iiio Ai a i a a i i i i o ia
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