Antologia textos 27 vanguardia

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ANTOLOGร A DE TEXTOS

CURSO 2016/17 4ยบ ESO

DEPARTAMENTO DE LENGUA

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PEDRO SALINAS (1891-1951) 1. Si me llamaras ¡Si me llamaras, sí; si me llamaras! Lo dejaría todo, todo lo tiraría: los precios, los catálogos, el azul del océano en los mapas, los días y sus noches, los telegramas viejos y un amor. Tú, que no eres mi amor, ¡si me llamaras! Y aún espero tu voz: telescopios abajo, desde la estrella, por espejos, por túneles, por los años bisiestos puede venir. No sé por dónde. Desde el prodigio, siempre. Porque si tú me llamas «¡si me llamaras, sí, si me llamaras!» será desde un milagro, incógnito, sin verlo. Nunca desde los labios que te beso, nunca desde la voz que dice: «No te vayas».

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2. Tú vives siempre en tus actos. Tú vives siempre en tus actos. Con la punta de tus dedos pulsas el mundo, le arrancas auroras, triunfos, colores, alegrías: es tu música. La vida es lo que tú tocas. De tus ojos, sólo de ellos, sale la luz que te guía los pasos. Andas por lo que ves. Nada más. Y si una duda te hace señas a diez mil kilómetros, lo dejas todo, te arrojas sobre proas, sobre alas, estás ya allí; con los besos, con los dientes la desgarras: ya no es duda. Tú nunca puedes dudar. Porque has vuelto los misterios del revés. Y tus enigmas, lo que nunca entenderás, son esas cosas tan claras: la arena donde te tiendes, la marcha de tu reloj y el tierno cuerpo rosado que te encuentras en tu espejo cada día al despertar,

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y es el tuyo. Los prodigios que están descifrados ya. Y nunca te equivocaste, más que una vez, una noche que te encaprichó una sombra -la única que te ha gustado-. Una sombra parecía. Y la quisiste abrazar. Y era yo. 3. Underwood Girls Quietas, dormidas están, las treinta, redondas, blancas. Entre todas sostienen el mundo. Míralas, aquí en su sueño, como nubes, redondas, blancas, y dentro destinos de trueno y rayo, destinos de lluvia lenta, de nieve, de viento, signos. Despiértalas, con contactos saltarines de dedos rápidos, leves, como a músicas antiguas. Ellas suenan otra música: fantasías de metal valses duros, al dictado. Que se alcen desde siglos

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todas iguales, distintas como las olas del mar y una gran alma secreta. Que se crean que es la carta, la fórmula, como siempre. Tú alócate bien los dedos, y las raptas y las lanzas, a las treinta, eternas ninfas contra el gran mundo vacío, blanco en blanco. Por fin a la hazaña pura, sin palabras, sin sentido, ese, zeda, jota, i...  4. 35 BUJÍAS Sí. Cuando quiera yo la soltaré. Está presa, aquí arriba, invisible. Yo la veo en su claro castillo de cristal, y la vigilan —cien mil lanzas— los rayos —cien mil rayos— del sol. Pero de noche, cerradas las ventanas para que no la vean —guiñadoras espías— las estrellas, la soltaré. (Apretar un botón.) Caerá toda de arriba a besarme, a envolverme de bendición, de claro, de amor, pura. En el cuarto ella y yo no más, amantes

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eternos, ella mi iluminadora musa dócil en contra de secretos en masa de la noche —afuera— descifraremos formas leves, signos, perseguidos en mares de blancura por mí, por ella, artificial princesa, amada eléctrica. 5. Para vivir no quiero Para vivir no quiero islas, palacios, torres. ¡Qué alegría más alta: vivir en los pronombres! Quítate ya los trajes, las señas, los retratos; yo no te quiero así, disfrazada de otra, hija siempre de algo. Te quiero pura, libre, irreductible: tú. Sé que cuando te llame entre todas las gentes del mundo, sólo tú serás tú. Y cuando me preguntes quién es el que te llama, el que te quiere suya, enterraré los nombres, los rótulos, la historia.

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Iré rompiendo todo lo que encima me echaron desde antes de nacer. Y vuelto ya al anónimo eterno del desnudo, de la piedra, del mundo, te diré: «Yo te quiero, soy yo». 6. Miedo. De ti. Quererte Miedo. De ti. Quererte es el más alto riesgo. Múltiples, tú y tu vida. Te tengo, a la de hoy ya la conozco, entro por laberintos, fáciles gracias a ti, a tu mano. Y míos, ahora, sí. Pero tú eres tu propio más allá, como la luz y el mundo: días, noches, estíos, inviernos sucediéndose. Fatalmente, te mudas sin dejar de ser tú, en tu propia mudanza, con la fidelidad constante del cambiar.

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JORGE GUILLÉN (1893 – 1984) 7. LAS DOCE EN EL RELOJ Dije: Todo ya pleno. Un álamo vibró. Las hojas plateadas Sonaron con amor. Los verdes eran grises, El amor era sol. Entonces, mediodía, Un pájaro sumió Su cantar en el viento Con tal adoración Que se sintió cantada Bajo el viento la flor Crecida entre las mieses, Más altas. Era yo, Centro en aquel instante De tanto alrededor, Quien lo veía todo Completo para un dios. Dije: Todo, completo. ¡Las doce en el reloj! (Cántico) 8. El balcón, los cristales El balcón, los cristales, Unos libros, la mesa. ¿Nada más esto? Sí, Maravillas concretas.

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Material jubiloso Convierte en superficie Manifiesta a sus átomos Tristes, siempre invisibles. Y por un filo escueto, O el amor de una curva de asa, la energía De plenitud actúa. ¡Energía o su gloria! En mi dominio luce Sin escándalo dentro De lo tan real, hoy lunes. Y ágil, humildemente, La materia apercibe Gracia de Aparición: Esto es cal, esto es mimbre. 9. Beato sillón ¡Beato sillón! La casa corrobora su presencia con la vaga intermitencia de su invocación en masa a la memoria. No pasa nada. Los ojos no ven, saben. El mundo está bien hecho. El instante lo exalta a marea, de tan alta, de tan alta, sin vaivén.

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GERARDO DIEGO (1896 – 1987) 10. EL CIPRÉS DE SILOS A Ángel del Río Enhiesto surtidor de sombra y sueño que acongojas el cielo con tu lanza. Chorro que a las estrellas casi alcanza devanado a sí mismo en loco empeño. Mástil de soledad, prodigio isleño, flecha de fe, saeta de esperanza. Hoy llegó a ti, riberas del Arlanza, peregrina al azar, mi alma sin dueño. Cuando te vi señero, dulce, firme, qué ansiedades sentí de diluirme y ascender como tú, vuelto en cristales, como tú, negra torre de arduos filos, ejemplo de delirios verticales, mudo ciprés en el fervor de Silos. (Versos humanos)

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11. Estabais las tres hermanas Estabais las tres hermanas, las tres de todos los cuentos, las tres en el mirador tejiendo encajes y sueños. Y yo pasé por la calle y miré... Mis pasos secos resonaron olvidados en el vesperal silencio. La mayor miró curiosa, y la mediana riendo me miró y te dijo algo... Tú bordabas en silencio, como si no te importase, como si te diese miedo. Y después te levantaste y me dijiste un secreto en una larga mirada, larga, larga... Los reflejos en las vidrieras borrosas desdibujaban tu esbelto perfil. Era tu figura la flor de un nimbo de ensueño. ... Tres erais, tres, las hermanas como en los libros de cuento.

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12. Ajedrez

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13. Romance del Duero Río Duero, río Duero, nadie a acompañarte baja; nadie se detiene a oír tu eterna estrofa de agua. Indiferente o cobarde, la ciudad vuelve la espalda. No quiere ver en tu espejo su muralla desdentada. Tú, viejo Duero, sonríes entre tus barbas de plata, moliendo con tus romances las cosechas mal logradas. Y entre los santos de piedra y los álamos de magia pasas llevando en tus ondas palabras de amor, palabras. Quién pudiera como tú, a la vez quieto y en marcha, cantar siempre el mismo verso pero con distinta agua. Río Duero, río Duero, nadie a estar contigo baja, ya nadie quiere atender tu eterna estrofa olvidada,

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sino los enamorados que preguntan por sus almas y siembran en tus espumas palabras de amor, palabras. 14. Brindis A mis amigos de Santander que festejaron mi nombramiento profesional.

Debiera ahora deciros: —«Amigos, muchas gracias», y sentarme, pero sin ripios. Permitidme que os lo diga en tono lírico, en verso, sí, pero libre y de capricho. Amigos: dentro de unos días me veré rodeado de chicos, de chicos torpes y listos, y dóciles y ariscos, a muchas leguas de este Santander mío, en un pueblo antiguo, tranquilo y frío, y les hablaré de versos y de hemistiquios, y del Dante, y de Shakespeare, y de Moratín (hijo), y de pluscuamperfectos y de participios, y el uno bostezará y el otro me hará un guiño. Y otro, seguramente el más listo, me pondrá un alias definitivo. Y así pasarán cursos monótonos y prolijos. Pero un día tendré un discípulo, un verdadero discípulo, y moldearé su alma de niño

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y le haré hacerse nuevo y distinto, distinto de mí y de todos: él mismo. Y me guardará respeto y cariño. Y ahora os digo: amigos, brindemos por ese niño, por ese predilecto discípulo, por que mis dedos rígidos acierten a moldear su espíritu, y mi llama lírica prenda en su corazón virgíneo, y por que siga su camino intacto y limpio, y porque este mi discípulo, que inmortalice mi nombre y mi apellido, ... sea el hijo, el hijo de uno de vosotros, amigos.

VICENTE ALEIXANDRE (1898 – 1984) 15. UNIDAD EN ELLA Cuerpo feliz que fluye entre mis manos, rostro amado donde contemplo el mundo, donde graciosos pájaros se copian fugitivos, volando a la región donde nada se olvida. Tu forma externa, diamante o rubí duro, brillo de un sol que entre mis manos deslumbra, cráter que me convoca con su música íntima, con esa indescifrable llamada de tus dientes.

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Muero porque me arrojo, porque quiero morir, porque quiero vivir en el fuego, porque este aire de fuera no es mío, sino el caliente aliento que si me acerco quema y dora mis labios desde un fondo. Deja, deja que mire, teñido del amor, enrojecido el rostro por tu purpúrea vida, deja que mire el hondo clamor de tus entrañas donde muero y renuncio a vivir para siempre. Quiero amor o la muerte, quiero morir del todo, quiero ser tú, tu sangre, esa lava rugiente que regando encerrada bellos miembros extremos siente así los hermosos límites de la vida. Este beso en tus labios como una lenta espina, como un mar que voló hecho un espejo, como el brillo de un ala, es todavía unas manos, un repasar de tu crujiente pelo, un crepitar de la luz vengadora, luz o espada mortal que sobre mi cuello amenaza, pero que nunca podrá destruir la unidad de este mundo. 16. Se querían Se querían Sufrían por la luz, labios azules en la madrugada, labios saliendo de la noche dura, labios partidos, sangre, ¿sangre dónde? Se querían en un lecho navío, mitad noche, mitad luz. Se querían como las flores a las espinas hondas, a esa amorosa gema del amarillo nuevo, cuando los rostros giran melancólicamente, giralunas que brillan recibiendo aquel beso.

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Se querían de noche, cuando los perros hondos laten bajo la tierra y los valles se estiran como lomos arcaicos que se sienten repasados: caricia, seda, mano, luna que llega y toca. Se querían de amor entre la madrugada, entre las duras piedras cerradas de la noche, duras como los cuerpos helados por las horas, duras como los besos de diente a diente solo. Se querían de día, playa que va creciendo, ondas que por los pies acarician los muslos, cuerpos que se levantan de la tierra y flotando... Se querían de día, sobre el mar, bajo el cielo. Mediodía perfecto, se querían tan íntimos, mar altísimo y joven, intimidad extensa, soledad de lo vivo, horizontes remotos ligados como cuerpos en soledad cantando. Amando. Se querían como la luna lúcida, como ese mar redondo que se aplica a ese rostro, dulce eclipse de agua, mejilla oscurecida, donde los peces rojos van y vienen sin música. Día, noche, ponientes, madrugadas, espacios, ondas nuevas, antiguas, fugitivas, perpetuas, mar o tierra, navío, lecho, pluma, cristal, metal, música, labio, silencio, vegetal, mundo, quietud, su forma. Se querían, sabedlo.

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17. Beso alegre, descuidada paloma Beso alegre, descuidada paloma, blancura entre las manos, sol o nube; corazón que no intenta volar porque basta el calor, basta el ala peinada por los labios ya vivos. El día se sienta hacia afuera; sólo existe el amor. Tú y yo en la boca sentimos nacer lo que no vive, lo que es el beso indestructible cuando la boca son alas, alas que nos ahogan mientras los ojos se cierran, mientras la luz dorada está dentro de los párpados. Ven, ven, huyamos quietos como el amor; vida como el calor que es todo el mundo solo, que es esa música suave que tiembla bajo los pies, mundo que vuela único, con luz de estrella viva, como un cuerpo o dos almas, como un último pájaro. LUIS CERNUDA (1902 – 1963) 18. Te quiero Te quiero. Te lo he dicho con el viento, jugueteando como animalillo en la arena o iracundo como órgano impetuoso; Te lo he dicho con el sol, que dora desnudos cuerpos juveniles

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y sonríe en todas las cosas inocentes; Te lo he dicho con las nubes, frentes melancólicas que sostienen el cielo, tristezas fugitivas; Te lo he dicho con las plantas, leves criaturas transparentes que se cubren de rubor repentino; Te lo he dicho con el agua, vida luminosa que vela un fondo de sombra; te lo he dicho con el miedo, te lo he dicho con la alegría, con el hastío, con las terribles palabras. Pero así no me basta: más allá de la vida, quiero decírtelo con la muerte; más allá del amor, quiero decírtelo con el olvido. (Los placeres prohibidos) 19. Si el hombre pudiera decir lo que ama Si el hombre pudiera decir lo que ama, si el hombre pudiera levantar su amor por el cielo como una nube en la luz; si como muros que se derrumban, para saludar la verdad erguida en medio, pudiera derrumbar su cuerpo, dejando sólo la verdad de su amor, la verdad de sí mismo, que no se llama gloria, fortuna o ambición, sino amor o deseo,

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yo sería aquel que imaginaba; aquel que con su lengua, sus ojos y sus manos proclama ante los hombres la verdad ignorada, la verdad de su amor verdadero. Libertad no conozco sino la libertad de estar preso en alguien cuyo nombre no puedo oír sin escalofrío; alguien por quien me olvido de esta existencia mezquina por quien el día y la noche son para mí lo que quiera, y mi cuerpo y espíritu flotan en su cuerpo y espíritu como leños perdidos que el mar anega o levanta libremente, con la libertad del amor, la única libertad que me exalta, la única libertad por que muero. Tú justificas mi existencia: si no te conozco, no he vivido; si muero sin conocerte, no muero, porque no he vivido. 20. Diré cómo nacisteis, placeres prohibidos Diré cómo nacisteis, placeres prohibidos, Como nace un deseo sobre torres de espanto, Amenazadores barrotes, hiel descolorida, Noche petrificada a fuerza de puños, Ante todos, incluso el más rebelde, Apto solamente en la vida sin muros. Corazas infranqueables, lanzas o puñales, Todo es bueno si deforma un cuerpo; Tu deseo es beber esas hojas lascivas O dormir en esa agua acariciadora.

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No importa; Ya declaran tu espíritu impuro. No importa la pureza, los dones que un destino Levantó hacia las aves con manos imperecederas; No importa la juventud, sueño más que hombre, La sonrisa tan noble, playa de seda bajo la tempestad De un régimen caído. Placeres prohibidos, planetas terrenales, Miembros de mármol con sabor de estío, Jugo de esponjas abandonadas por el mar, Flores de hierro, resonantes como el pecho de un hombre. Soledades altivas, coronas derribadas, Libertades memorables, manto de juventudes; Quien insulta esos frutos, tinieblas en la lengua, Es vil como un rey, como sombra de rey Arrastrándose a los pies de la tierra Para conseguir un trozo de vida. No sabía los límites impuestos, Límites de metal o papel, Ya que el azar le hizo abrir los ojos bajo una luz tan alta, Adonde no llegan realidades vacías, Leyes hediondas, códigos, ratas de paisajes derruidos. Extender entonces una mano Es hallar una montaña que prohíbe, Un bosque impenetrable que niega, Un mar que traga adolescentes rebeldes.

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Pero si la ira, el ultraje, el oprobio y la muerte, Ávidos dientes sin carne todavía, Amenazan abriendo sus torrentes, De otro lado vosotros, placeres prohibidos, Bronce de orgullo, blasfemia que nada precipita, Tendéis en una mano el misterio. Sabor que ninguna amargura corrompe, Cielos, cielos relampagueantes que aniquilan. Abajo, estatuas anónimas, Sombras de sombras, miseria, preceptos de niebla; Una chispa de aquellos placeres Brilla en la hora vengativa. Su fulgor puede destruir vuestro mundo. 21. Donde habite el olvido Donde habite el olvido, En los vastos jardines sin aurora; Donde yo sólo sea Memoria de una piedra sepultada entre ortigas Sobre la cual el viento escapa a sus insomnios. Donde mi nombre deje Al cuerpo que designa en brazos de los siglos, Donde el deseo no exista. En esa gran región donde el amor, ángel terrible, No esconda como acero En mi pecho su ala, Sonriendo lleno de gracia aérea mientras crece el tormento.

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Allí donde termine este afán que exige un dueño a imagen suya, Sometiendo a otra vida su vida, Sin más horizonte que otros ojos frente a frente. Donde penas y dichas no sean más que nombres, Cielo y tierra nativos en torno de un recuerdo; Donde al fin quede libre sin saberlo yo mismo, Disuelto en niebla, ausencia, Ausencia leve como carne de niño. Allá, allá lejos; Donde habite el olvido. FEDERICO GARCÍA LORCA (1898 – 1936) 22. BALADILLA DE LOS TRES RÍOS A Salvador Quintero El río Guadalquivir va entre naranjos y olivos. Los dos ríos de Granada bajan de la nieve al trigo. ¡Ay, amor que se fue y no vino! El río Guadalquivir tiene las barbas granates. Los dos ríos de Granada uno llanto y otro sangre.

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¡Ay, amor que se fue por el aire! Para los barcos de vela, Sevilla tiene un camino; por el agua de Granada sólo reman los suspiros. ¡Ay, amor que se fue y no vino! Guadalquivir, alta torre y viento en los naranjales. Dauro y Genil, torrecillas muertas sobre los estanques, ¡Ay, amor que se fue por el aire! ¡Quién dirá que el agua lleva un fuego fatuo de gritos! ¡Ay, amor que se fue y no vino! Lleva azahar, lleva olivas, Andalucía, a tus mares. ¡Ay, amor que se fue por el aire! (Poema del cante jondo)

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23. Romance de la luna La luna vino a la fragua con su polisón de nardos. El niño la mira, mira. El niño la está mirando. En el aire conmovido mueve la luna sus brazos y enseña, lúbrica y pura, sus senos de duro estaño. – Huye luna, luna, luna. Si vinieran los gitanos, harían con tu corazón collares y anillos blancos. – Niño, déjame que baile. Cuando vengan los gitanos, te encontrarán sobre el yunque con los ojillos cerrados. – Huye luna, luna, luna, que ya siento sus caballos. – Niño déjame, no pises mi blancor almidonado. El jinete se acercaba tocando el tambor del llano. Dentro de la fragua el niño tiene los ojos cerrados.

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Por el olivar venían, bronce y sueño, los gitanos. Las cabezas levantadas y los ojos entornados. Cómo canta la zumaya, ¡ay, cómo canta en el árbol! Por el cielo va la luna con un niño de la mano. Dentro de la fragua lloran, dando gritos, los gitanos. El aire la vela, vela. El aire la está velando. 24. VERDE QUE TE QUIERO, VERDE Verde que te quiero verde. Verde viento. Verdes ramas. El barco sobre la mar y el caballo en la montaña. Con la sombra en la cintura ella sueña en su baranda, verde carne, pelo verde, con ojos de fría plata. Verde que te quiero verde. Bajo la luna gitana, las cosas la están mirando y ella no puede mirarlas. Verde que te quiero verde. Grandes estrellas de escarcha,

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vienen con el pez de sombra que abre el camino del alba. La higuera frota su viento con la lija de sus ramas, y el monte, gato garduño, eriza sus pitas agrias. ¿Pero quién vendrá? ¿Y por dónde? Ella sigue en su baranda, verde carne, pelo verde, soñando en la mar amarga. (Romancero gitano) 25. La aurora La aurora de Nueva York tiene cuatro columnas de cieno y un huracán de negras palomas que chapotean las aguas podridas. La aurora de Nueva York gime por las inmensas escaleras buscando entre las aristas nardos de angustia dibujada. La aurora llega y nadie la recibe en su boca porque allí no hay mañana ni esperanza posible: A veces las monedas en ejambres furiosos taladran y devoran abandonados niños. Los primeros que salen comprenden con sus huesos que no habrá paraíso ni amores deshojados; saben que van al cieno de números y leyes, a los juegos sin arte, a sudores sin fruto. La luz es sepultada por cadenas y ruidos en impúdico reto de ciencias sin raíces.

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Por los barrios hay gentes que vacilan insomnes como recién salidas de un naufragio de sangre. (Poeta en Nueva York) RAFAEL ALBERTI (1902 – 1999) 26. Si mi voz muriera en tierra Si mi voz muriera en tierra llevadla al nivel del mar y dejadla en la ribera. Llevadla al nivel del mar y nombradla capitana de un blanco bajel de guerra. ¡Oh mi voz condecorada con la insignia marinera: sobre el corazón un ancla y sobre el ancla una estrella y sobre la estrella el viento y sobre el viento la vela! 27. El mar. La mar. El mar. La mar. El mar. ¡Sólo la mar! ¿Por qué me trajiste, padre, a la ciudad? ¿Por qué me desenterraste del mar? En sueños, la marejada me tira del corazón.

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Se lo quisiera llevar. Padre, ¿por qué me trajiste acá? Marinero en tierra 28. Acordaos. Acordaos. La nieve traía gotas de lacre, de plomo derretido y disimulo de niña que ha dado muerte a un cisne. Una mano enguantada, la dispersión de la luz y el lento asesinato. La derrota del cielo, un amigo. Acordaos de aquel día, acordaos y no olvidéis que la sorpresa paralizó el pulso y el color de los astros. En el frío, murieron dos fantasmas. Por un ave, tres anillos de oro fueron hallados y enterrados en la escarcha. La última voz de un hombre ensangrentó el viento. Todos los ángeles perdieron la vida. menos uno, herido, alicortado. Sobre los ángeles (1927-1928) Se equivocó la paloma, se equivocaba. Por ir al norte, fue al sur. Creyó que el trigo era agua. Se equivocaba.

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Creyó que el mar era el cielo; que la noche, la mañana. Se equivocaba. Que las estrellas rocío; que la calor, la nevada. Se equivocaba. Que tu falda era tu blusa; que tu corazón, su casa. Se equivocaba. (Ella se durmió en la orilla. Tú, en la cumbre de una rama.) (Entre el clavel y la espada) MIGUEL HERNÁNDEZ

(1910 – 1942)

29. Llegó con tres heridas Llegó con tres heridas: la del amor, la de la muerte, la de la vida. Con tres heridas viene: la de la vida, la del amor, la de la muerte. Con tres heridas yo: la de la vida,

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la de la muerte, la del amor. 30. CANCIÓN ÚLTIMA Pintada está mi casa del color de las grandes pasiones y desgracias. Regresará del llanto adonde fue llevada con su desierta mesa con su ruidosa cama. Florecerán los besos sobre las almohadas. Y en torno de los cuerpos elevará la sábana su intensa enredadera nocturna, perfumada. El odio se amortigua detrás de la ventana. Será la garra suave. Dejadme la esperanza. (El hombre acecha)

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POESÍA VANGUARDISTA OLIVERIO GIRONDO (1891-1967) 31. NO SÉ, ME IMPORTA UN PITO... No sé, me importa un pito que las mujeres tengan los senos como magnolias o como pasas de higo; un cutis de durazno o de papel de lija. Le doy una importancia igual a cero, al hecho de que amanezcan con un aliento afrodisíaco o con un aliento insecticida. Soy perfectamente capaz de soportarles una nariz que sacaría el primer premio en una exposición de zanahorias; ¡pero eso sí! -y en esto soy irreductible- no les perdono, bajo ningún pretexto, que no sepan volar. Si no saben volar ¡pierden el tiempo las que pretendan seducirme! Ésta fue -y no otra- la razón de que me enamorase, tan locamente, de María Luisa. ¿Qué me importaban sus labios por entregas y sus encelos sulfurosos? ¿Qué me importaban sus extremidades de palmípedo y sus miradas de pronóstico reservado? ¡María Luisa era una verdadera pluma! Desde el amanecer volaba del dormitorio a la cocina, volaba del comedor a la despensa. Volando me preparaba el baño, la camisa. Volando realizaba sus compras, sus quehaceres... ¡Con qué impaciencia yo esperaba que volviese, volando, de algún paseo por los alrededores! Allí lejos, perdido entre las nubes, un puntito rosado. "¡María Luisa! ¡María Luisa!"... y a los pocos segundos,

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ya me abrazaba con sus piernas de pluma, para llevarme, volando, a cualquier parte. Durante kilómetros de silencio planeábamos una caricia que nos aproximaba al paraíso; durante horas enteras nos anidábamos en una nube, como dos ángeles, y de repente, en tirabuzón, en hoja muerta, el aterrizaje forzoso de un espasmo. ¡Qué delicia la de tener una mujer tan ligera..., aunque nos haga ver, de vez en cuando, las estrellas! ¡Que voluptuosidad la de pasarse los días entre las nubes... la de pasarse las noches de un solo vuelo! Después de conocer una mujer etérea, ¿puede brindarnos alguna clase de atractivos una mujer terrestre? ¿Verdad que no hay diferencia sustancial entre vivir con una vaca o con una mujer que tenga las nalgas a setenta y ocho centímetros del suelo? Yo, por lo menos, soy incapaz de comprender la seducción de una mujer pedestre, y por más empeño que ponga en concebirlo, no me es posible ni tan siquiera imaginar que pueda hacerse el amor más que volando. 32. NOCTURNO 2 Debajo de la almohada una mano, mi mano, que se agranda, se agranda inexorablemente,

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para emerger, de pronto, en la más alta noche, abandonar la cama, traspasar las paredes, mezclarse con las sombras, distenderse en las calles y recubrir los techos de las casas sonámbulas. A través de mis párpados yo contemplo sus dedos, apacibles, tranquilos, de ciclópeas falanges; los millares de ríos zigzagueantes, resecos, que recorren la palma desierta de esa mano, desmesurada, enorme, adherida al insomnio, a mi brazo, a mi cuerpo diminuto, perdido en medio de las sábanas; sin explicarme cómo esa mano es mi mano, ni saber por qué causa se empeña en disminuirme.

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33. ¡AZOTADME! ¡Azotadme! Aquí estoy, ¡azotadme! Merezco que me azoten. No lamí la rompiente, la sombra de las vacas, las espinas, la lluvia; con fervor, durante años; descalzo, estremecido, absorto, iluminado. No me postré ante el barro, ante el misterio intacto del polen, de la cama, del gusano, del pasto; por timidez, por miedo, por pudor, por cansancio. No adoré los pesebres, las ventanas heridas, los ojos de los burros, los manzanos, el alba; sin restricción,

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de hinojos, entregado, desnudo, con los poros erectos, con los brazos al viento, delirante, sombrío; en comunión de espanto, de humildad, de ignorancia, como hubiera deseado... ¡cómo hubiera deseado! 34. CALLE DE LAS SIERPES A D. Ramón Gómez de la Serna Una corriente de brazos y de espaldas nos encauza y nos hace desembocar bajo los abanicos, las pipas, los anteojos enormes colgados en medio de la calle; únicos testimonios de una raza desaparecida de gigantes. Sentados al borde de las sillas, cual si fueran a dar un brinco y ponerse a bailar, los parroquianos de los cafés aplauden la actividad del camarero,

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mientras los limpiabotas les lustran los zapatos hasta que pueda leerse el anuncio de la corrida del domingo. Con sus caras de mascarón de proa, el habano hace las veces de bauprés, los hacendados penetran en los despachos de bebidas, a muletear los argumentos como si entraran a matar; y acodados en los mostradores, que simulan barreras, brindan a la concurrencia el miura disecado que asoma la cabeza en la pared. Ceñidos en sus capas, como toreros, los curas entran en las peluquerías a afeitarse en cuatrocientos espejos a la vez y cuando salen a la calle ya tienen una barba de tres días. En los invernáculos edificados por los círculos, la pereza se da como en ninguna parte y los socios la ingieren con churros o con horchata, para encallar en los sillones sus abulias y sus laxitudes de fantoches. Cada doscientos cuarenta y siete hombres, trescientos doce curas

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y doscientos noventa y tres soldados, pasa una mujer. A medida que nos aproximamos las piedras se van dando mejor. VICENTE HUIDOBRO (1893-1948) 35. Arte poética Que el verso sea como una llave que abra mil puertas. Una hoja cae; algo pasa volando; cuanto miren los ojos creado sea, y el alma del oyente quede temblando. Inventa mundos nuevos y cuida tu palabra; el adjetivo, cuando no da vida, mata. Estamos en el ciclo de los nervios. El músculo cuelga, como recuerdo, en los museos; mas no por eso tenemos menos fuerza: el vigor verdadero reside en la cabeza. Por qué cantáis la rosa, ¡oh poetas! hacedla florecer en el poema. Sólo para nosotros viven todas las cosas bajo el sol.

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El poeta es un pequeño Dios.

36. Altazor (fragmento del CANTO I) Cae Cae eternamente Cae al fondo del infinito Cae al fondo del tiempo Cae al fondo de ti mismo Cae lo más bajo que se pueda caer Cae sin vértigo A través de todos los espacios y todas las edades A través de todas las almas de todos los anhelos y todos los naufragios Cae y quema al pasar los astros y los mares Quema los ojos que te miran y los corazones que te aguardan Quema el viento con tu voz El viento que se enreda en tu voz Y la noche que tiene frío en su gruta de huesos Cae en infancia Cae en vejez Cae en lágrimas Cae en risas Cae en música sobre el universo Cae de tu cabeza a tus pies Cae de tus pies a tu cabeza Cae del mar a la fuente Cae al último abismo de silencio

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Como el barco que se hunde apagando sus luces Todo se acabó El mar antropófago golpea la puerta de las rocas despiadadas Los perros ladran a las horas que se mueren Y el cielo escucha el paso de las estrellas que se alejan Estás solo Y vas a la muerte derecho como un iceberg que se desprende del polo Cae la noche buscando su corazón en el océano La mirada se agranda como los torrentes Y en tanto que las olas se dan vuelta La luna niño de luz se escapa de alta mar Mira este cielo lleno Más rico que los arroyos de las minas Cielo lleno de estrellas que esperan el bautismo Todas esas estrellas salpicaduras de un astro de piedra lanzado en las aguas eternas No saben lo que quieren ni si hay redes ocultas más allá Ni qué mano lleva las riendas Ni qué pecho sopla el viento sobre ellas Ni saben si no hay mano y no hay pecho Las montañas de pesca Tienen la altura de mis deseos Y yo arrojo fuera de la noche mis últimas angustias Que los pájaros cantando dispersan por el mundo. 37. Altazor (CANTO VII)

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Al aia aia ia ia ia aia ui Tralalí Lali lalá Aruaru urulario Lalilá Rimbibolam lam lam Uiaya zollonario lalilá Monlutrella monluztrella

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10 lalolú

Montresol y mandotrina Ai ai Montesur en lasurido Montesol Lusponsedo solinario Aururaro ulisamento lalilá Ylarca murllonía Hormajauma marijauda Mitradente Mitrapausa Mitralonga Matrisola matriola Olamina olasica lalilá Isonauta Olandera uruaro Ia ia campanuso compasedo Tralalá Aí ai mareciente y eternauta Redontella tallerendo lucenario

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Ia ia Laribamba Larimbambamplanerella Laribambamositerella Leiramombaririlanla lirilam Ai i a Temporía Ai ai aia Ululayu lulayu layu yu Ululayu ulayu ayu yu Lunatando Sensorida e infimento Ululayo ululamento Plegasuena Cantasorio ululaciente Oraneva yu yu yo Tempovío Infilero e infinauta zurrosía Jaurinario ururayú Montañendo oraranía Arorasía ululacente Semperiva ivarisa tarirá Campanudio lalalí Auriciento auronida Lalalí Io ia

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iiio Ai a i a a i i i i o ia

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