LA GRAN DEPRESIÓN DE 1929 Desde la segunda década del siglo XX, los acontecimientos mundiales parecen favorecer al país más hegemónico de la época, los Estados Unidos de Norteamérica, quienes aplicaban un modelo económico dinámico y solvente, donde la producción era el fin del sistema capitalista, llegando a niveles de saturación en un mercado que colapsaría luego de ver imposibilitada su capacidad de compra. HECHOS PRELIMINARES La primera guerra mundial, favoreció los intereses de prosperidad y consolidación del modelo económico norteamericano sustentado en la producción, por tal razón EE.UU. se convirtió en el principal proveedor de materias primas y productos alimenticios e industriales. También era el principal acreedor del mundo y su influencia en Europa era fundamental para el proceso de reconstrucción después de las contiendas bélicas. La guerra también trajo para EE.UU. un importante crecimiento industrial que se calcula en un 15%, siendo los más favorecidos aquellos relacionados con la agricultura, la química y la petroquímica, la aeronáutica, el cine, la radiofonía, industria bélica, la industria de la construcción y la industria del automovilismo. La prosperidad indefinida y el optimismo se extendían por todas partes. Eran los años dorados de EEUU, el consumo crecía y la exaltación nacionalista también. Se creyó que se alcanzaba a ser una sociedad opulenta. Los negocios eran tan rápidos y buenos que los agentes de la bolsa se prestaban dinero de los bancos para prestarles a sus clientes, tomando como garantía sus mismos títulos. Pues con las buenas ganancias de las bolsas que llegaban a un 50% anual y el interés que pagaban por los créditos bancarios era de solo 12%, las utilidades que obtenían eran grandes. LA RESERVA FEDERAL Y LA CONTRACCIÓN ECONÓMICA Galbraith, recuerda que el boom que se desató en la Bolsa de Nueva York fue un auténtico fenómeno cultural, en el que participaron todos los grupos sociales, tanto los financieros de Wall Street como Main Street, esto es, la gente común, es decir, la amplia disponibilidad de crédito barato facilitó que aquellos que lo deseasen pudiesen entrar en la bolsa, tanto si comprendían las operaciones que realizaban como si las desconocían, tan sólo fiándose de la supuesta capacidad de sus agentes. La evolución de las cotizaciones en Wall Street inquietaba y a la vez dividía a las autoridades políticas y a los responsables económicos de Washington y Nueva York. Andrew Mellon, el todopoderoso secretario del Tesoro, afirmó a principios de 1929, no había de que preocuparse y que la ola de prosperidad continuaría. El presidente Hebert Hoover, sin duda la voz con mayor influencia, confesó en sus memorias que desde mediados de los años veinte la especulación desatada en Wall Street le causaba una creciente intranquilidad; empero, cuando llegó a la Casa Blanca en marzo del 29, tras su aplastante victoria electoral en las elecciones de noviembre de 1928, no expresó mayores preocupaciones y se limitó a corroborar la opinión de Mellon.