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ESAS ANHELADAS DESUBICACIONES
NUNCA TANTO COMO AHORA, LA NOSTALGIA DEL VIAJE SE IMPONE COMO UNA NECESARIA –AUNQUE IMPROBABLE– HUIDA QUE NOS ALIVIE DE LA RECLUSIÓN QUE EL VIRUS DECRETA.
TEXTO ENRIQUE MURILLO ILUSTRACIÓN FERNANDO VICENTE
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CREEMOS SABER QUIÉNES SOMOS. Vivimos en una zona de confort que empieza en esa idea de nosotros mismos: mi trabajo, mi familia, mis amigos, mi gimnasio, mi perfil de twitter… Y en esas ubicaciones lo principal es ese yo que dice ‘mi’, y que domina ese nuestro pequeño mundo. La vida contemporánea tiende a hacer que nos sintamos víctimas de todo ese control. Lo que debería ser nuestro, según esa idea común, se transforma en aquello que nos domina, nos esclaviza, nos aburre, nos agobia. Y cuando esta terrible sensación empieza a ahogarnos llega el momento de huir.
Hay una bella y estremecedora historia que cuenta el escritor Dashiell Hammett en El halcón maltés. Sam Spade forcejea una vez más con la esquiva Brigid, esa mujer misteriosa que le mete en la búsqueda del mítico halcón. En mitad de un forcejeo, Spade le cuenta la historia de un tal Flitcraft, que un día desapareció de una vida con esposa, trabajo, etcétera… perfectos. Ese tal Flitcraft reaparece al cabo de los años con otro nombre, otra esposa, otro trabajo, tan iguales a los anteriores en su perfección que parece increíble que haya cambiado no una situación por otra, sino por la misma.
Para no tener que llegar a esos extremos están los viajes, cuya función principal consiste en lograr que en cuestión de unos días o semanas tengamos ganas de regresar a nuestra vida de siempre. Salgamos pues de nuestra zona de confort mediante esa cosa tan emocionante que es el viaje, no necesariamente grandioso ni aventurero, que también. No necesitamos ir del Mediterráneo a los polos, de Europa a América, de la ciudad al Sahara. Si me apuran, basta con hacer lo que cuenta WG. Sebald en Los anillos de Saturno: sale de la universidad con una mochila y una camarita fotográfica y, despacio, empieza a caminar. Sin prisas, va dejando a su espalda el mundo protegido de sus clases de literatura y en breves jornadas, realiza un recorrido hacia el norte, pasando por viejos puertos pesqueros abandonados, antiguas mansiones señoriales venidas a menos…
Puede que baste con mucho menos. Adoro a Rick Stein y sus pasiones por el regreso a cierto paraíso perdido de lo natural que este cocinero de Cornualles encuentra en lugares de todo el mundo. Su serie de Escapadas de fin de semana a ciudades no grandes, como Cádiz, en pos de un cambio rápido y fugaz, o las crónicas de su periplo de Venecia a la antigua Bizancio, dan siempre lecciones de esa idea: ir a otro lado. También sirven, claro, Japón o Laos. Y basta con hacer cincuenta kilómetros en coche, aparcarlo en algún lugar, y ponerse a caminar.
El escritor Javier Fernández de Castro lo hacía en moto, solo. Una buena kilometrada y luego un bocadillo en un bar de carretera. Dos mujeres del mundo editorial preferían caminar por una ruta de la red GR, por la cornisa cantábrica o los Pirineos. España ofrece mil posibilidades, mejores que el famoso viaje a la Alcarria de Camilo José Cela. A mí me gusta hacer despacito, en coche, las
NO HACE FALTA IR A LOS POLOS O CRUZAR OCÉANOS. HAY DESTINOS CERCANOS QUE OXIGENAN CUERPO Y ESPÍRITU. Y SIEMPRE QUEDA LA LITERATURA.
rutas de Teruel, cuyos montes orientales, sus pueblos medievales y renacentistas me encantan. Y en primavera es maravilloso seguir hacia el norte el curso de un río truchero como el Isábena, hacia la catedral de Roda y llegando al pie del Pirineo. El Bierzo es interminable y visitar el valle del Jerte fuera de temporada, sobre todo en invierno, suele dar mucho de sí. Cada región española ofrece aventuras ilimitadas, y albergues amables en posadas de pueblo. Aire muy limpio y soliloquios de caminante. Oxígeno para el cuerpo y para el espíritu. Desubicaciones perfectas. ¿Qué más se puede pedir?