2 minute read

ICONO

Next Article
SEIKO

SEIKO

La exposición fotográfica Morente siempre se puede visitar hasta el 20 de diciembre en la Academia Amor de Dios y en la Fundación Casa Patas, de Madrid. La fotografía es de Paco Manzano.

ENRIQUE MORENTE

Advertisement

PATRIMONIO COMÚN

NO NECESITABA GRABAR OMEGA, con las guitarras eléctricas de Lagartija Nick y los versos de García Lorca o Leonard Cohen, para convertirse en leyenda. Ya lo era. Éramos los demás los que necesitábamos ese disco revolucionario para hacer a Enrique Morente un poco nuestro, como en su día La leyenda del tiempo nos descubrió a Camarón. A los aficionados a la música nos ocurre eso: que, frustrados por tanto desconocimiento, nos agarramos a esos destellos para, por fin sí, abrazar un arte, el flamenco en este caso, que a veces se muestra esquivo. De repente, ese cantaor granaíno que para entonces, 1996, ya llevaba recorridos escenarios de medio mundo, acompañado por el guitarrista Manolo Sanlúcar, exhibiendo su flamenco audaz, comenzó a ser escuchado en las casas de toda España, aunando a varias generaciones en torno a su talento.

Los Morente son y serán flamenco. Lo eran los antecesores de Enrique –su madre y su abuela eran bailaoras; su abuelo tocaba con Lola Flores– y lo es ahora Estrella, con el beneplácito y admiración de su padre, que incluso produjo sus discos. A él le costó un poco más; venirse a Madrid, por ejemplo, siendo aún adolescente hasta encontrar un ambiente creativo, más allá de las reuniones vecinales, en los que no tardó en hacerse un nombre; por su cante, por supuesto, pero también por su respeto, su conocimiento, su interés y cierto aire de hombre de mundo que un viaje a Nueva York acabó por soldar. También por su espíritu rebelde, insumiso ante las imposiciones, que le ha invitado a tomar riesgos con la suficiente generosidad para que ahora Enrique Morente, mito segado por una muerte prematura (2010, a los 67 años) sea un poco de todos. J. L. Gallego

This article is from: