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LUIS LANDERO

C OSAS Q UE DAN SENTIDO A LA V IDA

Tras 30 años muy vividos, Luis Landero enfrentó por fin su vocación última y se puso a escribir, en cuerpo y alma. Ahora, es uno de los grandes de la literatura, y Una historia ridícula es su última novela.

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TEXTO JUAN LUIS GALLEGO FOTOGRAFÍA JACOBO MEDRANO

LUIS LANDERO (ALBURQUERQUE, BADAJOZ, 1948) ESCRIBE sus novelas a mano, con pluma, como inicio de un metódico proceso en el que se suceden, con anotaciones en interlineados y márgenes, un lápiz negro para la primera corrección; un rotulador azul para la segunda; otro rojo para la tercera y, nalmente, uno verde si es necesaria una cuarta revisión. Los colores conviven además en este manuscrito con guras geométricas y muñequitos que dibuja para concentrarse. Una auténtica fantasía artesanal cuyas prestaciones, dice, ningún tecnológico procesador de textos iguala.

No parece el extremeño, sin embargo, un hombre obsesivo. Es cierto que, después de haber vivido mucho hasta los 30 años, la literatura es ahora lo que da sentido a su vida, según sus propias palabras. A ella se entrega en cuerpo y alma. Pero, al menos aparentemente, exhibe cierta paz de espíritu sustentada, por un lado, en la satisfacción que le proporciona dedicarse a lo que siempre quiso, desde los 15 años; y por otro, en la convicción, teñida de más socarronería que fatalismo, de que la vida es absurda, pero puede dar muchas alegrías.

Procedente de una familia campesina, alguna vez ha dicho Landero que ha llegado tarde siempre a todo. A los estudios, que inició con cierto retraso después de haber abandonado el bachillerato para ponerse a trabajar; a la enseñanza, en la que aterrizó tras cursar Filología Hispánica ya en la treintena, y a la escritura ‘profesional’, pues superaba la cuarentena cuando publicó Juegos de la edad tardía, la novela que le abrió, casi de un día para otro, las puertas de la fama. Caballeros de fortuna; El mágico aprendiz o, más recientemente, Absolución, Lluvia na o El huerto de Emerson, entre otras obras, le han con rmado unánimemente como uno de los grandes nombres de la narrativa hispánica contemporánea. Ahora, acaba de publicar con la editorial Tusquets Una historia ridícula, un relato repleto de humor e ironía en el que Marcial, uno de esos hombres autodidactas que confunden curiosidades con conocimiento y creen que sus manías conforman un cuerpo losó co, se enamora perdidamente de la mujer que no debe, por pertenecer a una familia culta y adinerada en la que, según sus temores, solo puede acabar haciendo el ridículo.

Juegos de la edad tardía fue, en 1990, la novela que dio a conocer a Luis Landero. Una historia ridícula, publicada ahora por la editorial Tusquets, es su última novela.

Alguna de las anécdotas que cuenta Marcial le han sucedido a usted. ¿Cuántas de sus manías, obsesiones o vivencias son suyas? Poquitas, pequeñas cosas. Algunas expresiones, sí, pero él es un hombre que habla con su propio léxico; yo solamente le presto algunas palabras y expresiones. Quizás alguna tontería, aprovechando materiales de la vida real. Pero en general Marcial es muy ajeno a mí, no tiene nada que ver conmigo. Por suerte. Claro, claro, por suerte (risas). ¿Es un recurso habitual del escritor, utilizar las experiencias propias en la trama? Sí, por supuesto. Lo que pasa es que las experiencias propias no son necesariamente autobiográ cas. Uno almacena experiencias de lo que ha vivido o de lo que ha visto vivir; también de lo que ha leído, de películas..., de tantísimas cosas. Y de todo ese material va uno tirando a la hora de escribir, más la parte inventada, que va surgiendo sobre la marcha. La realidad, el pasado, la memoria son para el escritor como el cerdo, que todo se aprovecha. ¿Nos ocupan demasiado las pequeñas cosas, las “tontunas”, como dice en la novela? Sí, nos pasa a todos, nos enredamos en pequeñas cosas cotidianas que adquieren una importancia desmesurada. Es propio del hombre, de la parte ridícula que tenemos los humanos; tenemos ideas maravillosas, pero batallamos en el día a día y nos enredamos en cosas mínimas, pequeñas, minucias. Eso es un poco lo que nos hace cómicos y eso es lo que hace Marcial muy a menudo, que le da mucha importancia a cosas mínimas. ¿Y qué debería ocuparnos entonces? Cada cual lo sabrá. Para mí, escribir, la literatura, forma parte de mi proyecto de vida. No sabría vivir sin escribir. Otra cosa es que a la hora de escribir se me rompa la punta del lápiz y me cabree, las minucias… Eso para mí es importante; también los amigos..., no sé, lo que es importante para ti y para todos, la política, aunque en España tiene demasiada importancia, y tantas otras cosas, el dolor en

el mundo, pero también una sobremesa con unos amigos, hacer un poco el ganso. Esas cosas también tienen su importancia porque a veces ahí está la felicidad del día a día. ¿Qué es para usted el éxito? Escribir todos los días. La felicidad…, bueno yo esta palabra la he descatalogado, no la utilizo; digamos que la paz y la alegría me las gano escribiendo todos los días, ese es para mí el éxito. Para mí el éxito es estar bien conmigo mismo porque he tenido el coraje y la tozudez y la voluntad de dedicarme a lo que realmente he querido hacer, y lo he hecho lo mejor posible, he dado lo mejor de mí mismo en cada línea que he escrito. Por lo demás, el éxito social, el éxito de cara a los demás, me “LOS HUMANOS TENEMOS IDEAS MARAVILLOSAS, PERO BATALLAMOS EN EL DÍA A DÍA Y NOS ENREDAMOS EN COSAS MÍNIMAS, MINUCIAS. ESO ES UN POCO LO QUE NOS HACE CÓMICOS” parece una droga adictiva y peligrosa, porque muchas veces quien conoce el éxito no sabe luego vivir sin él. Y lo vemos muy a menudo, porque nunca ha sido tan fácil conseguir el éxito como ahora, la nombradía, con las redes sociales, la televisión... Y eso es adictivo. El escritor Fernando Aramburu dice que se leería de usted “hasta la lista de la compra”. ¿De quiénes se lee usted todo lo que sale? Jaja. Por ejemplo de Aramburu; espero sus libros con impaciencia y cuando llega uno es motivo de alegría, porque me permite pasar horas de soledad muy felices leyéndolo. Hay otros de los que suelo leer lo que publican, como Muñoz Molina o Gonzalo Hidalgo Bayal, extremeño también. Podría decir más, pero eso de los nombres propios… Esa frase que ha dicho estos días, durante la promoción del libro, de “estoy saturado de literatura” ¿traerá consecuencias prácticas? No, no. Eso me ha pasado siempre, que a veces cuando estás muchos meses, incluso años, escribiendo sin parar, al terminar un libro acabas saturado y empachado, y en esos momentos no me apetece escribir. Pero es bueno, porque así descansa la mente y reaparecen las palabras, la escritura, con más fuerza que antes, incluso.

¿Y se ríe cuando escribe libros como este, trufados de humor? Sí, con este libro me lo he pasado muy bien. Me he reído y a veces a carcajada limpia, porque es un personaje muy curioso y muy alejado de mí. Me he reído con situaciones grotescas y con su forma de hablar un poco pretenciosa, esa mezcla de extravagancia y sabiduría que tiene. Yo digo que no he escrito esta novela, que la ha escrito Marcial, el personaje, porque yo lo oía hablar, como a alguien que está en la barra de un bar y con cuatro copas encima te cuenta su vida, y yo iba escribiendo lo que decía. Tengo la sensación de que la novela le pertenece más a él que mí. Lo importante es el personaje... Sí, para mí es lo más importante. Si un escritor crea un buen personaje en una novela, haga lo que haga ese personaje, va a ser interesante. ¿Sabe usted los nales cuando empieza? Normalmente sí. Otra cosa es cómo el personaje llega a él. Exactamente, el camino que recorre, que es lo interesante, y eso no lo puedo prever. No puedo prever lo que se me va a ocurrir por las mañanas. En mis borradores de inicio digo “atraviesa la habitación y le da un beso a la chica”, pero no digo cómo atraviesa la habitación y qué le dice a la chica. Eso ya es una cosa del día a día, aparece al calor de las palabras, y eso es lo interesante, la invención menuda. ¿Cómo recuerda su etapa de guitarrista de amenco? Mi padre me sacó de estudiar con 14 años y él murió cuando yo tenía 16, así que me puse a trabajar. Entré en Clesa de auxiliar administrativo y me veía de o cinista toda la vida. Pero llegó mi primo Paco, que venía de Madrid de ser torero y se hizo guitarrista, y me dijo, ‘cómo vas a estar de o cinista que es lo más triste en la vida; tú tienes que ser guitarrista, con esas manos tan nas’. Entre ser o cinista y la farándula, con esa edad además, no hay color, así que con la complicidad de mi madre me dediqué a la guitarra, estudié mucho y en dos años ya estaba haciendo giras. Acompañé a Enrique Morente alguna vez. Y Manzanita también venía de guitarrista, y su padre de cantaor. Estuve desde los 16 a los 20, 21 años. Luego seguí, pero ya alternándolo con los estudios. Alguna vez ha dicho que en usted hay cuatro yoes: el lector, el escritor, el profesor y el no literario. ¿Qué tal se lleva este último con los otros tres, que parecen más a nes entre sí? Bien, está más abducido y apagado por el escritor, que es el que manda, y el que tiene, con el látigo, sometido a los otros. Porque la escritura es lo más importante. Yo hasta los 30 años viví mucho, rodé mucho por el mundo. Pero una vez que saqué las oposiciones y me casé, llegó la hora de dedicarme a escribir, porque era lo que quería realmente, nunca desde los 15 años había dejado de escribir, lo tenía muy claro. Y fue como si ingresara en una orden religiosa, viví y luego me hice monje literato, de algún modo la vida quedó aparcada. Mi verdadero proyecto de vida ha sido escribir y es lo que le ha dado un sentido a mi vida. Otra cita suya: “Todos sabemos que la vida es absurda, pero preferimos mirar para otro lado”. ¿Realmente lo cree? ¿Y hay alguna forma de conseguir que sea menos absurda? La vida no tiene sentido, lo tengo muy claro. Pero carece de sentido cuando la ves en general, en el día a día sí le puedes encontrar un sentido. Lo decía muy bien Schopenhauer: vista en su conjunto, la vida de todo individuo ofrece un espectáculo trágico: porque es breve, somos frágiles, estamos destinados a morir en cualquier momento y luego esa segunda muerte que viene después que es el olvido. Pero decía Shopenhauer que vista en su menudencia, vista en el día a día, la vida parece un sainete. Pero que la vida no tenga sentido no quiere decir que no sea hermosa y que no se pueda disfrutar de ella. La vida es completamente absurda, pero me gusta vivir. No quiere decir que uno vaya a tirarse por la ventana. No tiene sentido, vale, pues ya está, son las reglas del juego. Ya que hemos caído en la ratonera vamos a comernos el queso. ¿El arte y la literatura son formas e caces de darle un poco de sentido? Creo que sí, el arte, la literatura, también ayudar al prójimo, amar a los demás, hacer algo útil, el compromiso moral que uno tiene para que el mundo sea un poco mejor, proteger y cuidar a los niños... Todas estas cosas le dan un sentido a la vida, pero desde el punto de vista losó co la vida no tiene ni pies ni cabeza.

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