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CON FIRMA

COMAMOS PUES

Alimentarnos y dormir son las únicas actividades esenciales para vivir. La historia de la humanidad consiste en combinarlas con lo que resulta superfluo para así convertirnos en seres racionales.

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TEXTO FERNANDO SCHWARTZ ILUSTRACIÓN JACOBO PÉREZ-ENCISO

POR ENUMERAR COSAS ESENCIALES en nuestra vida, digamos que son precisas dos y solo dos: comer y dormir. No se me ocurre nada más. Vaya, leer, proyectar, andar, trabajar, apasionarse, amar y odiar, temer y luchar son, me parece, cuestiones super uas que nada tienen que ver con el tema principal de la supervivencia. Aquí, o se come y se duerme o no se vive. Luego, a lo peor, acaba con nosotros un virus, pero eso son, como dicen los franceses, accidents de parcours, mala suerte en el recorrido.

También es importante beber agua.

Fíjese, amigo lector, en la de cosas de las que deberíamos prescindir por no ser esenciales en este viaje que nos lleva del parto a la tumba. Con un colchón y un trozo de pan se va adelante.

Si uno lo piensa bien, las dos actividades esenciales nos asemejan a una lombriz, mientras que las que no lo son nos hacen ser, con algo de suerte, Homero, Einstein o Jesucristo. Por ponerlo de otra manera, la historia de la humanidad (o de la civilización, si lo preferimos) es la historia de una aventura que consiste en imbricar lo que es esencial (comer y dormir) con lo que resulta super uo (todo lo que tiene que ver con la pasión del espíritu) para convertirnos en seres racionales y que así la Historia adquiera signi cado. ¿Dónde está la fusión entre lo esencial (comer) y lo super uo (que las cosas sepan bien y lleven sal)? Eso sí que es cocinafusión. Pues es el resultado de siglos, tal vez milenios, de ensayos buscando la satisfacción del paladar al tiempo que la manutención del cuerpo: trasformar la gula en re namiento de los sentidos. Combinar la pobreza con el buen gusto. Solo así se entiende que un potaje de garbanzos, hecho con restos de mísera comida, pueda convertirse en una delicatesse para los paladares más nos. Solo así puede un gran chef como Paul Bocuse decir que unas patatas a la riojana no solo son un plato de la mejor cocina, sino que además están buenísimas.

De ahí a cocinar una sopa con virutas de madera y azúcar de jengibre hay un larguísimo trecho. Tanto, como el que recorren los protagonistas de La grande bou e, que traicionan la esencia del comer con una muerte por indigestión. (La gastronomía tiene un límite: la gastritis.)

Hubo un tiempo largo (hasta bien recientemente), en que la comida no evolucionaba más allá de ponerle mucha mantequilla a las salsas o de cambiar las cebollas por chalotes o de abusar de las trufas. La gente comía en los restaurantes en la seguridad de que lo que llegaba a sus platos estaba sabroso y era hasta delicado. El vino tenía un aroma y un cuerpo imbatibles, calentaba el paladar y dejaba retrogustos a frambuesas. Cosas así. Todo llevaba inevitablemente al coñac y al habano, mientras se resolvían hablando los temas que habían llevado a los comensales a sentarse a la mesa. Claro que Adolfo Suárez arruinó esta tradición: resolvía los asuntos de estado comiendo tortilla a la francesa y café con leche.

Pero, de pronto, se produjo un cambio en los modos de la gastronomía: ya no solo debía comerse re nadamente, sino que era preciso ingerir, además, alimentos saludables. Por una parte, debían eliminarse los manjares que eran producto de la crueldad hacia los animales, como si una pechuga de pollo equivaliera a un hígado humano. Mucha gente dejó de comer carne, se hizo vegetariana. Pero fue empujada a la reducción al absurdo: si uno dejaba de comer un lete, ¿cómo se justi caba un huevo frito que también salía del vientre de una gallina o un vaso de leche, que hacía lo propio de la teta de una vaca? ¿Y los quesos?

Ah, veganos, pues: ni carne, ni huevos, ni leche, ni quesos, pese a lo acostumbrada que está la humanidad a las toxinas de un buen lete. La harina ya no es de trigo, sino de garbanzos, la leche ya no es de vaca sino de coco. ¿Qué está ocurriendo? El regreso a lo esencial, nada más ni nada menos: a alimentarnos para sobrevivir antes de irnos a la cama a practicar la otra cosa importante, dormir. Seguiremos pensando y apasionándonos, pero en un camino inexorable hacia la regresión de nitiva.

Exagero, sí. Pero, como decía el conocido médico, “deje usted de fumar y de beber vino; no sé si vivirá más, pero se le hará interminable”.

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