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UNA SOLA MUJER?
Es estupendo ver fotografías llenas de mujeres solas entre montones de hombres, para que se las vea resplandeciendo entre tanto tipo aburrido, para que se reconozca su mérito espontáneo y peleado.
TEXTO FERNANDO SCHWARTZ ILUSTRACIÓN JACOBO PÉREZ-ENCISO
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EN TIEMPOS RECIENTES (no solo por comparar “tiempos recientes” con la larga historia de la humanidad sino porque la cosa pertenece de verdad al último siglo), se ha hecho usual que los hombres, al menos los más evolucionados, nos escandalicemos ante estampas de un montón de varones, de enhiesto bigote y chaleco de lana virgen, rodeando a una única mujer de cierto mérito. Por lo general, la mujer que aparece en la foto es la más lista de todos. ¡Qué barbaridad! Qué cosas pasaban hace 60 o 70 años, nos decimos. Qué insulto que las mujeres no pudieran votar hasta bien entrado el siglo XX; incluso en Suiza no se autorizó el sufragio femenino hasta 1971 (!). Esas cosas ya no pasan, nos recordamos. ¿No?
En el fondo, la sociedad desarrollada sigue despreciando la capacidad de la mujer (del 100 por cien de las mujeres, no unas cuantas listillas solamente) de competir con los hombres en inteligencia, empuje, carácter y organización. Estos no se lo creen y afirman que, si compitieran por méritos, no sería necesaria la ley que impone acercarse al 50 por ciento de ejecutivas en los consejos de administración. ¿No? Sucede que toda la estructura de la presencia femenina en la sociedad está mal planteada, mal montada y siempre orientada a la consagración de la desigualdad, de la disparidad entre sexos. Y eso solo porque las mujeres, además de más listas, son más bellas y ejercen sobre el hombre un atractivo irresistible que hay que desmontar y despreciar, no vaya a ser que se nos note la inferioridad.
Pero, se dice, en 2022 tal discriminación ha dejado de existir. Es una polémica estéril. ¿De veras? ¿No hemos hecho ya películas sobre Hypatia de Alejandría y sobre Marie Curie, no hemos contado las historias de tantas mujeres que llevaban el peso de todo y sacaban adelante a la familia recibiendo apenas unas cuantas bofetadas del marido borracho? Ah sí, pero siempre y cuando, además de traer el dinero a casa, lavara los calzoncillos.
Todo esto de la igualdad de las mujeres viene a ser lo mismo que afirmar que la sociedad estadounidense no es racista. Por supuesto que lo es. Si es usted negro, le recomiendo que no conduzca de noche en una carretera de Idaho o de Mississippi; es verdad que el escándalo y las manifestaciones del Black lives matter sacan a la luz el problema y consiguen puntualmente su enderezamiento. Pero el problema sigue ahí. Es verdad que un negro puede ser elegido senador o presidente, pero lo es a base de que los blancos del viejo sur (en fin, muchos de ellos) miren cuidadosamente hacia otro lado para votar sin taparse la nariz. Al fin y al cabo, la Constitución de Estados Unidos, cuna de la verdadera libertad y democracia, fue escrita por un reducido grupo de amiguetes, la mayor parte propietarios de esclavos negros, que consideraban a la mujer una entidad de segunda clase sin más derecho a participar en sociedad que inaugurando el baile en la plantación sureña. Ojo, no estoy afirmando por defecto que en España estemos limpios de culpa: somos tan racistas como el que más, solo que aquí los negros son menos; hay más árabes, amablemente llamados moros.
Mujeres solas. Es estupendo ver portafolios de fotografías llenos de mujeres solas entre montones de hombres. Así se van asomando a la dignidad, a que se las vea resplandeciendo entre tanto tipo aburrido, a que se reconozca su mérito espontáneo, peleado, no obtenido por concesión graciosa. Está uno un poco cansado de que se invoque el nombre de Marie Curie como ejemplo casi único de lo reivindicable. No, no. No fue casualidad. Una se llamó Sophie Germain y enumeró los números primos; otra, la condesa Lovelace, formuló los algoritmos; otra, Rosalind Franklin, catalogó el ADN; otra, Lise Meitner, fue madre de la física nuclear; y otra, Jocelyn Bell, descubrió la radioseñal del pulsar (y encima, le doblaron el insulto: le dieron el Nobel a su compañero de investigación). Y a Colette, su marido le firmó la primera novela, como ocurrió a muchas otras en España, en Inglaterra, sitios así de civilizados; luego se divorció de él.
Ya ven, no solo de banqueras vive el hombre. Hasta hay algunas primeras ministras en varios países evolucionados, pero son sociedades en las que el género ha dejado de ser un problema escondido y se ha convertido en una mejora de la inteligencia. Y además, los maridos, sean del color que sean, hacen la cama. Y el amor y la sopa.