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DANIEL CRAIG EL LARGO ADIÓS

SU ÚLTIMA PARTICIPACIÓN COMO EL FAMOSO ESPÍA INGLÉS, ES SÓLO EL PRINCIPIO DE LOS PRÓXIMOS PROYECTOS DEL ACTOR, QUIÉN SE INVOLUCRÓ DE LLENO EN SIN MIEDO PARA MORIR.

TEXTO IRENE CRESPO FOTOGRAFÍA D.R.

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DANIEL CRAIG (CHESTER, INGLATERRA, 1968) NO PUDO NI TERMINAR su discurso de despedida antes de rodar la última escena de Sin tiempo para morir. La última, ultimísima escena de su última película como James Bond. Después de 15 años encarnando al personaje y cinco filmes, no podía abandonar aquel set sin decir unas palabras. Y las soltó, lo intentó, se lo agradeció eternamente a un equipo que, en muchos casos, le ha acompañado desde el principio, desde Casino Royale (2006), aquel título que no solo le dio la vuelta a su vida y su carrera, también abrió un nuevo camino para el personaje, para ese Agente 007 que es una joya más en la orgullosa corona inglesa.

El cierre a su etapa Bond ha sido un poco interruptus. Sin duda, accidentado. El director Danny Boyle abandonó el proyecto a semanas de empezar por desacuerdos creativos; Cary Fukunaga (conocido por la serie True Detective) tomó el relevo poco antes de arrancar; un doble salió herido en un incendio; Craig se rompió la rodilla y luego la pandemia. Un largo adiós. Así, la prensa anglosajona habló hasta de película maldita. La pausa entre Spectre (2015) y Sin tiempo para morir es la segunda más larga en la historia de la saga. Ese impasse tuvo que ver con muchas cosas, pero, sobre todo, con cierto hartazgo del propio Daniel Craig hacia el personaje. Al acabar el rodaje de Spectre, con el ligamento cruzado de la rodilla roto y el cuerpo adolorido, en la primera entrevista en que le preguntaron si volvería a ser Bond, le salió del alma: “Antes rompería este vaso y me cortaría las venas”. Su habitual franqueza se abrió paso, aunque hoy dice que hablaban sus músculos destrozados, no su cabeza. Cuando se le enfrió se dio cuenta de que su interpretación del personaje, su giro sombrío, anclado a la realidad del siglo XXI, necesitaba un final a su altura. Y, por primera vez, en Sin tiempo para morir se involucró a fondo en el guion: “Esta es mi última película. Mantuve la boca cerrada antes, me quedé al margen y me arrepentí después de haberlo hecho”, confesaba el año pasado, asumiendo que todo lo que sea ve y dice en su quinta película ha sido aprobado por él.

Suya fue la idea de contratar a Phoebe Waller-Bridge, la nueva mujer de moda en la industria británica y Hollywood (por su serie Fleabag y Killing Eve). A ella recurrieron para añadirle al guion humor y una voz femenina actual en este mundo post #MeToo. Y Craig también habrá tenido mucho que ver en la introducción de una agente en la historia, a la que interpreta la actriz Lashana Lynch, que ha avivado el rumor sobre si el próximo 007 será una mujer. Un debate del que Craig ya está fuera. “Ni me preguntes. Ya no es mi problema”, dijo tras una reflexión con mucho sentido. “La respuesta es muy sencilla. Debería haber mejores papeles para mujeres y actores de color. ¿Por qué una mujer debería interpretar a James Bond cuando lo que tendría que pasar es que hubiera tan buenos papeles como James Bond pero para mujeres?”.

Craig sufrió en su propio ego e inseguridad de actor la presión de ser el nuevo Bond. El color de su pelo lo usaban como el principal ataque, también su altura y para los que lo conocían, también era una afrenta su pasado de actor serio en teatro y cine de autor. Aquellos comienzos que para Barbara Broccoli, la productora y dueña de la saga fueron precisamente la razón para contratarle. Había nacido un nuevo Bond que interpretaba sus propias escenas de acción y sufría en ellas, casi no sonreía, seguía vistiendo bien, conduciendo buenos coches, pero también se podía enamorar.

El tiempo pasaba por él. Como ha pasado por Daniel Craig, cuyo pelo ya no es tan rubio. El MeToo, el Brexit, Trump…La realidad se ha ido filtrando de manera más o menos directa en el legado que Craig deja al personaje. Y Bond también se ha colado en el legado personal y artístico de Craig. Cuando aceptó el reto, ya le iba bien como actor, cada vez mejor. La interpretación es algo que compara muchas veces con una droga, por lo adictivo que tiene para él, y podía ejercerla aún con casi total anonimato. Si aceptaba ser James Bond, perdería todo. “Sabía que mi vida se iba a ir a la mierda”, dice llanamente. ¿Pero cómo iba a decir que no? Hoy ha hecho las paces con la fama que acompañó al personaje. Después de pasar unos años casi como un ermitaño –“me sentía física y mentalmente asediado”–, vive en Nueva York con su mujer, la también actriz Rachel Weisz, y su hija pequeña (tiene otra ya adulta de su primer matrimonio). Además, es, oficialmente, el actor mejor pagado del mundo y no solo por 007, sino por su trabajo como productor y protagonista en Puñales por la espalda, la comedia millonaria con la que ha arrancado una nueva saga en la piel de un detective inspirado abiertamente en el Hércules Poirot de Agatha Christie. Ya tiene anunciadas dos secuelas. Más otra película y una serie. Quince años y cinco películas después, las lágrimas ganarán a las palabras, pero Daniel Craig ya puede decir con tranquilidad que “hay vida después de Bond”.

Daniel Craig en un momento del rodaje de Sin tiempo para morir. La nueva película de la saga Bond.

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