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LA VOZ QUE NOS ACOMPAÑA

por Javier Fernández de Angulo

POETA, INTELECTUAL, ENSAYISTA, diplomático, premio Nobel de Literatura y uno de los escritores más destacados de la historia mexicana nos dejó hace 25 años, pero su voz resuena en todas las artes mexicanas. Para muchos es el poeta más profundo y trascendente desde Sor Juana Inés de la Cruz. Pensador a contracorriente, crítico con su propio país con una mirada intelectual, feroz contra las dictaduras y divulgador de la poesía por todo el planeta, su obra ya es inmortal, además en 1990 se hizo acreedor al Premio Nobel de Literatura que le otorgó reconocimiento universal.

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Un incendio en 1996 en su departamento en la colonia Cuauhtémoc destruyó su preciada biblioteca y hundió en el desánimo al autor de El laberinto de la soledad. En una de sus últimas declaraciones se sinceró a modo de despedida: “No tengo más remedio que confesarlo: soy escritor y la escritura representa mi vocación verdadera. Estoy presente en todas partes, y para ver mejor, para mejor arder, me apago”. El poeta publicaba sus primeros poemas a los diecisiete años en la revista Barandal y años más adelante, en 1939, dirige la revista Taller y después Hijo Pródigo en 1943. En esos años viaja a España donde contacta con poetas e intelectuales de la República, que marcarán su prosa, también con el escritor chileno Pablo Neruda. Otro destino que le marcará será cuando ingresa en el Servicio Exterior Mexicano y es enviado a París, donde contacta con poetas, artistas surrealistas y los intelectuales europeos.

Su obra poética es rica con títulos como Pasado en claro, Mono gramático o La llama Doble

En 1981 recibió el Premio Cervantes. Destaca también su epistolario con el poeta Pere

Gimferrer y con Carlos Fuentes con quien tuvo amistad y desencuentros, cartas que no se han publicado y están custodiadas en el Universidad de Princeton y todavía hoy inéditas.

Octavio con su mirada universal, tenía muy arraígadas sus raíces mexicanas y recordaba: “Mi abuelo, al tomar el café, me habla de Juárez y de Porfirio, los zuavos y los plateados. Y el mantel olía a pólvora. Mi padre, al tomar la copa, me habla de Zapata y de Villa; Soto y Gama y los Flores Magón. Y el mantel olía a pólvora”.

Octavio Paz, nieto de Irineo Paz, periodista cercano al gobierno de Porfirio Díaz, nos decía “la poesía nos hace tocar lo impalpable, escuchar la marea del silencio” y como presidente del jurado de poesía Loewe, ayudó a la difusión de nuevos valores, el surgimiento de nuevos poetas en América Latina y España, era un gran promotor literario.

Decía Octavio Paz que todas las religiones cuentan cómo, en su origen, el mundo estaba poblado de dioses, ninfas, ángeles y demonios; de pronto ese mundo se despobló y sólo quedaron fuerzas que había que utilizar y dominar. Ese mundo de dioses también se olvidó de la poesía. Tras la masacre de Tlatelolco renunció a la embajada de la India, y dio clases en diversas universidades americanas como Harvard, Texas o Austin.

Estuvo casado con la gran dramaturga, escritora y poeta Elena Garro a quien conoció en la UNAM en los años 30, con quien tuvo una hija, Laura Helena Paz, divorciándose en 1950. Después Bona Tibertelli de Pisis, fue su pareja y en 1966 se casó con la francesa Marie José Tramini, su compañera hasta el final de su vida. El romanticismo también encontró un hueco en su poesía, el mismo Octavio nos decía: “No olvides nunca que el primer beso no se da con la boca si no con la mirada”

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