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El sujeto deseante Al caracterizar el aprendizaje como multidimensional, sostuvimos que en el acto de aprender confluyen un momento histórico, un organismo, una etapa genética de la inteligencia y un sujeto, entendiendo por sujeto, en este caso, al que acciona el aprender. Es decir, para que en la estructura lógica de conocimiento ingrese una novedad, tiene que haber un movimiento, una acción, un interés, que haga que ese mundo sea algo conocible. Muchos marcos conceptuales que centran su análisis en los fenómenos concientes del aprendizaje reconocen la intervención de un factor que une al sujeto con el objeto de aprendizaje. En varias oportunidades no se encuentran grandes precisiones sobre la índole de ese factor. En otras tantas, se derivó esta inquietud por la línea de la motivación. En general esos estudios tuvieron un sesgo conductista por cuanto, en última instancia, lo que intentan es modificar ciertos comportamientos a partir de la presentación de los estímulos más adecuados (presentación de la tarea como más atractiva, búsqueda del éxito como refuerzo, etc.). En definitiva, lo que adolecen todas estas concepciones es, justamente, la no consideración del deseo, no sólo como motor del desarrollo subjetivo, sino como condición necesaria para cualquier actividad cognitiva y de aprendizaje. La actividad deseante, que como veremos más adelante no se limita a “las simples ganas de”, es la responsable de seleccionar los objetos del mundo, considerando atrayentes a algunos y repudiables otros. La corriente que estudió sistemáticamente al deseo, en tanto producto del inconsciente, fue la teoría psicoanalítica. Tomaremos de ella sólo su modelo conceptual (llamada metapsicología) para comprender el funcionamiento de la actividad representantita del sujeto
Conceptos básicos de la metapsicología freudiana Según el Diccionario de Psicoanálisis de Laplanche y Pontalis (1981) la metapsicología es un
“término creado por Freud para designar la psicología por él fundada, considerada en su dimensión más teórica. La metapsicología elabora un conjunto de modelos conceptuales más o menos distantes de la experiencia, tales como la ficción de un aparato psíquico dividido en Instancias, la teoría de las pulsiones, el proceso de la represión, etc. La metapsicología considera tres puntos de vista. Dinámico, tópico y económico” (LAPLANCHE y PONTALIS, 1981, p. 225).
2 Es decir que con el mismo vocablo Freud designa tanto al corpus total del psicoanálisis como a la descripción del aparato psíquico. Acerca de por qué adopta ese nombre, tenemos que recordar que Freud es quien descubre la importancia del inconsciente en el desarrollo de los fenómenos mentales. Es en este sentido que, en una carta personal a su amigo Fliess, escribe: “A propósito, quería preguntarte seriamente si crees que puedo adoptar el nombre de ‘metapsicología’ para mi psicología que penetra tras la conciencia” (FREUD, 1981, Carta de Freud a Fliess del 10/03/1898). Es evidente, entonces, que ya en esos tiempos fundacionales de su teoría, Freud no pensaba organizar una corriente más dentro de la psicología, sino que su intención era generar una disciplina con método y objetos propios. Es decir, no quería disputar ninguna hegemonía, sino que, por fuerza de su descubrimiento (el inconsciente), necesitaba crear nociones y conceptos nuevos. Sin embargo la metapsicología nunca se plasmó en ninguna publicación integral, proyecto que según algunos biógrafos estaba en las intenciones freudianas. Para algunos autores (ASSOUN, 1994), esta ausencia de un “Tratado de metapsicología” es consustancial al psicoanálisis por cuanto es una práctica en pleno proceso de transformación. En esto, como en muchas otras cosas más, se ubica en las antípodas del ideal positivista.
“Así como hay arte pictórico, hay una arte metapsicológico: este ‘cuadro’ de tres dimensiones (tópica – económica – dinámica) evoluciona constantemente, ‘por toques’, en el incansable intento de determinar su ‘objeto’. Básicamente un ‘hecho’ salta a los ojos, cobra importancia a otros, y en consecuencia el paisaje se modifica. Freud nos advirtió: ‘la actividad psicoanalítica (...) no se deja manejar con tanta facilidad como los anteojos que nos calzamos para leer y nos quitamos para ir de paseo’. Pero precisamente la metapsicología es ese ‘anteojo’ que permite dar relieve a elementos en desplazamiento constante, cuyas metamorfosis se deben apreciar. Visión de un cuadro de conjunto mientras todo se sostiene en el fresco metapsicológico, pero las modificaciones pueden significarse desde cualquier ‘lado’ del cuadro, exigiendo dibujar de nuevo el conjunto o desplazar ‘paneles’ de diversas articulaciones para hacer lugar al ‘detalle’ nuevo.” (ASSOUN, 1994, pp. 11 y 12)
Por este motivo, en lugar de hacer una exposición conceptual, es preferible describir el funcionamiento mismo del aparato psíquico, a través de los tres puntos de vista: tópica, económico y dinámico. Desde el punto de vista tópico, Freud construyó dos formas de aparato psíquico. La que se conoce como primera tópica (por que fue la primera descripción freudiana del aparato psíquico) distribuye tres lugares: la conciencia, el inconsciente y el preconciente. La revolución freudiana consiste, justamente, en la valoración que se le otorga a los procesos inconscientes. La
3 conciencia, objeto tradicional de la psicología, no es más que una ínfima parte de nuestra psique sobredeterminada por el inconsciente. El término inconsciente hace referencia a:
Un aspecto cualitativo: como cuando decimos, por ejemplo, que determinados fenómenos no son concientes. Un aspecto sistémico, esto es la instancia psíquica que cuenta con leyes propias, distintas de las de la conciencia. Al sistema inconsciente se lo identifica a veces con el símbolo Icc.
Entre sistema conciente y el inconsciente Freud localiza lo que se denomina “censura” o “represión”.
“Quizá pueda presentaros más vivamente el proceso de la represión y su necesaria relación con la resistencia por medio de un sencillo símil, que tomaré de las circunstancias en las que en este mismo momento nos hallamos. Suponed que en esta sala y entre el público que me escucha, cuyo ejemplar silencio y atención nunca elogiaré bastante, se encontrara un individuo que se condujese perturbadoramente y que con sus risas, exclamaciones y movimientos distrajese mi atención del desempeño de mi cometido hasta el punto de verme obligado a manifestar que me era imposible continuar así mi conferencia. Al oírme, pónense en pie varios espectadores, y después de una breve lucha arrojan del salón al perturbador, el cual queda, de este modo, expulsado o ‘reprimido’, pudiendo yo reanudar mi discurso. Mas para que la perturbación no se repita en caso de que el expulsado intente volver a penetrar aquí, varios de los señores que han ejecutado mis deseos quedan montando una guardia junto a la puerta y se constituyen así en una ‘resistencia’ subsiguiente a la represión llevada a cabo. Si denomináis lo ‘consciente’ a esta sala y lo ‘inconsciente’ a lo que tras de sus puertas queda, tendréis una imagen bastante precisa del proceso de la represión” (FREUD, 1981a).
El sistema preconciente incluye a aquellos contenidos que si bien son cualitativamente inconscientes no pertenecen a la instancia inconsciente. Son aquellas representaciones que momentáneamente están ausentes de la conciencia pero que con poco esfuerzo del sujeto pueden llegar nuevamente a la conciencia. Por esta razón, y considerando que la verdadera distinción en el aparato es la represión, generalmente las instancias conciente y preconciente se las unifica en el sistema Cc – Prec. ¿Cómo tenemos noticias del inconsciente? Por intermedio, justamente de las rupturas de la conciencia, las denominadas formaciones del inconsciente, como por ejemplo los lapsus, los actos fallidos, los sueños y –desde luego– por los síntomas neuróticos. Si bien fueron estos últimos los que llevaron a Freud al conocimiento del inconsciente, esto es analizando personas
4 enfermas (especialmente queriendo descubrir la etiología de la histeria), pronto llega a la conclusión que estas “anomalías” de la conciencia son generalizables a todos los individuos. Las características del inconsciente son: la atemporalidad, la carencia de negación, la indiferencia por la realidad y la ausencia de duda. Se regula por el principio de placer – displacer o, dicho de otro modo, la búsqueda del placer y la evitación del displacer. Este principio se opone justamente al que gobierna la conciencia, que se llama principio de realidad A medida que la investigación psicoanalítica avanzaba, Freud necesitó introducir una segunda tópica. Ahora las instancias son Yo, Superyó y Ello. Estas modificaciones no anulan las formulaciones de la primera, sino que las integra para explicar los nuevos fenómenos descubiertos, entre los que podemos mencionar el reconocimiento de la existencia de una parte del Yo como inconsciente. Este hecho marca la ruptura definitiva con cierta tradición filosófica, como la cartesiana, que consideraba al Yo como la única garantía de existencia: si una parte del Yo, y la parte más importante del mismo, se escapan a la conciencia y a su voluntad, lejos puede arrogarse la función de organizador de la realidad. Con el término superyó se designa lo que habitualmente se entiende por conciencia moral. Esta instancia tiene una función sumamente crítica del Yo, no sólo prohibiendo sino proponiendo ideales hacia el cual debería tender (ideal del yo). Finalmente el Ello puede considerarse equivalente al Icc de la primera tópica. La diferencia con aquel es justamente el reconocimiento de que el Icc sobrepasa al Ello encontrándose procesos inconscientes tanto en el Yo como en el superyó. Desde el punto de vista dinámico se considera al aparato psíquico en permanente conflicto intersistémico. Básicamente, y tomando la primera tópica, las representaciones inconcientes tienden a incorporarse a la conciencia, mientras que ésta trata de evitarlo. La noción clave para entender este tipo de dinamismo es la de represión, tal como la vimos anteriormente. Pero para entender plenamente el funcionamiento del aparato hay que incluir el punto de vista económico. Si la psique está permanentemente en conflicto, hay que pensar la existencia de una energía psíquica. Esta energía psíquica se denomina libido. Precisamente para que algún elemento sea considerado por la psique –o sea que tenga existencia para ella–, éste debe estar previamente catectizado, es decir cargado de energía libidinal. La libido tiene un origen sexual. Y aquí se encuentra, junto con el descubrimiento del inconsciente, una de las grandes transformaciones que el psicoanálisis aportó al pensamiento contemporáneo. Porque la concepción de sexualidad que desarrolló la teoría psicoanalítica se aparta radicalmente de una concepción biologista de la misma. Al postular la existencia de una sexualidad infantil es evidente que la idea de sexualidad no se corresponde con el concepto de genitalidad. La sexualidad humana no es primordialmente un instrumento reproductivo. Por el contrario, lejos
5 de entender a la sexualidad como un elemento fisiológico, como el hambre o la respiración, habría que comprenderlo, como veremos más adelante, dentro de la transmisión cultural. La articulación metapsicológica de esta concepción de sexualidad con la energía libidinal la encontramos en la noción de pulsión. Definido por Freud, como “el concepto límite entre lo psíquico y lo somático” (FREUD, 1981b), el término pulsión es introducido para sustituir al de instinto, que se lo reserva para la vida animal. Justamente, la diferencia radica en que el instinto tiene su fin preformado por herencia, mientras que en la pulsión, propia de la vida humana, el objeto, lejos de ser idéntico a todos los individuos, es contingente, variable y determinado por la historia singular de cada sujeto. El origen pulsional siempre tiene una apoyatura funcional. Veamos por ejemplo cómo describe Freud la pulsión oral:
“En un principio la satisfacción de la zona erógena aparece asociada con la del hambre. La actividad sexual se apoya primeramente en una de las funciones puestas al servicio de la conservación de la vida, pero luego se hace independiente de ella. Viendo a un niño que ha saciado su apetito y que se retira del pecho de la madre con las mejillas enrojecidas y una bienaventurada sonrisa, para caer en seguida en un profundo sueño, hemos de reconocer en este cuadro el modelo y la expresión de la satisfacción sexual que el sujeto conocerá más tarde. Posteriormente la necesidad de volver a hallar la satisfacción sexual se separa de la necesidad de satisfacer el apetito, separación inevitable cuando aparecen los dientes y la alimentación no es ya exclusivamente succionada, sino mascada” (FREUD, 1981b).
Esta descripción es el modelo del origen del deseo. Esquemáticamente podemos explicar el nacimiento del deseo de la siguiente manera. La necesidad fisiológica (por ejemplo el hambre en el lactante) genera un estado de tensión interna y por lo tanto de displacer. La satisfacción, que generalmente proveniente del exterior (la madre le da de comer), produce una huella mnémica en el inconsciente no sólo del objeto que procuró placer al eliminar la tensión (en este caso el pecho materno) sino de la situación total de satisfacción. Esto genera que, al repetirse la tensión orgánica (el bebé siente hambre nuevamente), se pueda lograr la satisfacción fisiológica, pero no reencontrará aquella inscripción de la primera vez que, perdida definitivamente, marcará el destino del deseo humano. Esta explicación, desde luego excesivamente esquemática, sirve para dejar en claro el carácter indeterminado del deseo humano que no debe confundirse con otros términos vecinos como anhelo, ganas, etc. Retomando la descripción del funcionamiento del aparato psíquico, ahora podemos explicar los dos procesos que regulan los sistemas concientes e inconscientes. Mientras que para el inconsciente rige el proceso primario esta energía libre que empuja por salir a la conciencia, para esta última, a partir del principio de realidad, se impone el proceso secundario, esto es postergando la descarga hasta llegar a alguna transacción entre este empuje pulsional y la
6 realidad. En esta actividad secundaria es donde hallamos la capacidad representativa del ser humano. Vemos entonces que las elaboraciones concientes, donde encontramos la producción cognitiva, lejos de ser una actividad neutra y desapasionada, están regidas y dirigidas (posibilitadas o restringidas) por el deseo.
El modelo metapsicológico de la actividad representativa Piera Aulagnier (1993) realiza, a partir de la metapsicología freudiana, un modelo del aparato psíquico centralizado en su actividad de representación. Para esto retoma los procesos ya formulados por Freud, el primario y el secundario, y le agrega un tercero: el proceso originario. Si bien cuando la psique ya está constituida funcionan los tres procesos simultáneamente, en la historia de cada sujeto irán apareciendo en forma sucesiva en el siguiente orden: originario, primario y finalmente el secundario. Por actividad representativa se entiende el equivalente psíquico del trabajo de metabolización característico de la actividad orgánica. Esto es convertir en homogéneo u elemento heterogéneo. Está claro que en la psique el elemento absorbido no es físico sino un elemento de información. Este trabajo de metabolización no se realiza solamente con elementos exteriores a la psique, sino que cada uno de los tres procesos (originario, primario y secundario) intentará integrar las informaciones que provengan de los otros dos. A fin de ser sintéticos utilizaremos un esquema para explicar el funcionamiento del modelo de aparato psíquico.
Proceso
Postulado
Instancia
Producto
Originario
Autoengendramiento
Representante
Pictograma
Primario
Poder omnímodo del
Fantaseante
Fantasía
Enunciante o Yo
Representación ideica
Otro Secundario
Causa inteligible en el discurso
o enunciado
Cada proceso tiene lo que Aulagnier denominó postulado. El postulado hay que entenderlo como el principio sobre el cual se considera homogéneo un elemento. Tomemos por ejemplo el caso del proceso secundario, que si bien es el más tardío en aparecer en la historia singular de un sujeto, en cuanto coincide en parte con la estructura conciente puede ser el de más sencilla comprensión. El postulado del proceso secundario dice que todo existente en la psique tiene una causa inteligible en el discurso. El Yo, que es su instancia, es decir el encargado de realizar esta tarea de metabolización, solamente considerará como válido aquello
7 que puede encontrarle un sentido. El resto lo considerará extraño, sin sentido e intentará expulsarlo de la esfera de la psique. No olvidemos que cada proceso, al considerar heterogéneo a los otros dos, considera que la representación de la psique que se hace coincide totalmente con la instancia del proceso. En este caso, para Yo, no hay más psique que el Yo mismo. No sabe o no quiere saber de la existencia de otras instancias psíquicas. Por lo tanto, conocer es hacer homogéneo al Yo la heterogeneidad del mundo circundante.
“Si desplazamos a la esfera del proceso secundario, y del Yo, que es su instancia, lo que acabamos de decir, podemos plantear una analogía entre actividad de representación y actividad cognitiva. El objetivo del trabajo del Yo es forjar una imagen de la realidad del mundo que lo rodea, y de cuya existencia está informado, que sea coherente con su propia estructura. Para el Yo, conocer el mundo equivale a representárselo de tal modo que la relación que liga los elementos que ocupan su escena le sea inteligible: en este caso inteligible quiere decir que el Yo pueda insertarlo en su esquema relacional acorde con el propio.” (AULAGNIER, 1993, p. 26)
Pero como habíamos adelantado, cada proceso considera heterogéneo tanto a lo proveniente del exterior a la psique, como a lo que le llega de las otras instancias. Por eso para el Yo lo que provenga del Originario o del Primario también lo considerará sin sentido y negará su existencia. El postulado de lo originario es el de Autoengendramiento. Este dice que todo lo existente es autoengendrado por el mismo sistema que lo representa. Este funcionamiento, difícil de comprender para nosotros, a quienes el sistema lógico conciente nos gobierna (o nos intenta gobernar) nuestra psique, se explica si pensamos que lo originario corresponde a los primeros momentos de la vida, aquellos en donde aún no había diferenciaciones yo/no yo y sólo había representaciones sensitivas. Si bien estas representaciones quedan absolutamente reprimidas y en lo más interno de nuestra psique, no desaparecen nunca, y el proceso originario seguirá siendo un modo de representación para toda la vida. En la vida adulta es muy difícil tomar contacto con lo originario, salvo en patologías muy graves como la psicosis, pero si queremos tener algún indicio, aunque sea muy deformado, podemos pensar en cuántas sensaciones (un aroma, una temperatura, una sonoridad, entre otras) nos producen satisfacción o irritabilidad sin saber bien la razón de ese efecto. El proceso primario coincide casi plenamente con lo que Freud denominó con el mismo nombre. Si bien ya se cuenta con una distinción entre un yo y un Otro, la valorización de ese Otro es extrema. Su poder es absoluto (más adelante veremos por qué), determinando que todo
8 lo que existe en la psique es por su deseo. El producto de este proceso son las fantasías inconscientes claramente ejemplificadas en los sueños. Como vemos, no nacemos con un aparato psíquico constituido, sino que se va constituyendo en la historia del sujeto. Si consideramos que no hay dos sujetos que tengan exactamente la misma historia, resulta imposible la existencia de dos psiques iguales. De esto se desprende que no hay dos Yo iguales. En consecuencia, los conocimientos del mundo objetivo, en tanto son interpretaciones del Yo, también son singulares.
Una posible articulación entre Freud y Piaget
A esta altura nos damos cuenta que el aprendizaje no puede reducirse a un marco conceptual. Tampoco son suficientes las respuestas eclécticas. Sin pretender constituirse en una disciplina independiente, es válido ensayar modos de articulación teórica generando conceptos nuevos o bien renovando la significación de otros al sacarlos de la rigidez de sus encapsulamientos teóricos. Uno de esos ensayos, tal vez el más logrado hasta el momento, es la obra de Sara Paín al pretender integrar la teoría psicogenética y la psicoanalítica. Aparte de las dificultades epistemológicas esperables, y sobre las cuales nos detendremos un poco más adelante, existen trabas a esta tarea que pertenecen a otras cuestiones menos científicas:
“la escisión que separa la intelección y el pensamiento simbólico separa aun más tajantemente a las instituciones que los representan, y ninguna temática común parece interesar a freudianos y piagetianos, que se desconocen y se desprecian mutuamente” (PAÍN, 1985, p. 7).
Sin embargo, los requerimientos prácticos de los que trabajamos con sujetos en situación de aprendizaje impulsa la tarea, ya que “una teoría única del pensamiento concreto es necesaria a fin de descubrir las condiciones y circunstancias de aquella articulación, y proponer al sujeto las que le permitan reencontrar el placer del conocimiento y la autonomía de su ejercicio” (PAÍN, 1985, p. 7). Encarar una tarea semejante no debería hacerse sin tener al menos dos reservas. La primera de ellas se refiere a la búsqueda de zonas, que en la orientación epistemológica, puedan ser compartidas. Entre la teoría psicogenética y el psicoanálisis encontramos tres de esas zonas:
9 a) Ambas son estructuralistas: La inteligencia es una estructura de esquemas de acción coordinados, el inconsciente, por su parte, es una estructura de representaciones ordenadas por la legalidad propia de esa instancia. b) Ambas son genéticas: Tanto Freud como Piaget rechazan las posiciones innatistas. Ni los esquemas de acción, ni los desarrollos pulsionales, se encuentran en el bagaje hereditario. c) Ambas son del inconsciente: Desde Piaget, los principios que dirigen los procesos cognitivos son inconscientes. No es necesario insistir que la freudiana es una teoría del inconsciente. De todos modos es necesario aclarar que el valor del término inconsciente en Piaget es cualitativo, no sistémico.
La segunda reserva que hay que tener ante la articulación de ambas teorías se refiere a vigilar la independencia, en cuanto a objeto y metodología, de ambas posturas. Los procedimientos de una y otra son distintivos, pero tampoco complementarios: mientras la teoría piagetiana se apoya en la lógica de la acción, el psicoanálisis en la lógica del deseo. La hipótesis de S. Paín es que le pensamiento, entendido tanto como el resultado de la inteligencia como la expresión del deseo, es el suplemento del instinto en el medio humano. Si el instinto en los animales garantiza la supervivencia de la especie, en los hombres el contenido de los instintos –ante su pérdida– es sustituido por la actividad intelectual y la sexualidad.
“En resumen, el aprendizaje y la sexualidad garantizan simultáneamente la conservación individual y específica, y si su operatividad es tan distinta que puede parecer contraria, en realidad se complementan en mantener el funcionamiento del edificio humano.” (PAÍN, 1985, p. 21)
Sobre este marco la autora encontrará cuatro procesos que regularán los intercambios del sujeto con el medio: la asimilación, la acomodación, la repetición y la represión. Los dos primeros establecidos por la teoría psicogenética y los dos últimos por el psicoanálisis. La asimilación permite organizar los objetos de la experiencia del sujeto por intermedio de los esquemas de acción. La acomodación será justamente la modificación de los esquemas en función de la realidad. Sin embargo una característica de los esquemas de acción es su tendencia a la repetición. Originalmente concebido para explicar el funcionamiento del síntoma es posible diferenciar una repetición no patológica sino más creativa, elaborativa. En la repetición sintomática se repite un pasado que termina de pasar, de agotarse en el presente para constituir
10 un recuerdo. Por el contrario, podemos distinguir una repetición que encuentra en el mismo acto de repetir una mismidad que permite el reconocimiento del sujeto. Finalmente la represión permite el juego del deseo. Al no permitir la descarga total sobre la realidad permite obligando al aparato a la búsqueda de caminos indirectos. Si bien como dijimos anteriormente, estos cuatro procesos fueron elaborados por la psicogénesis y el psicoanálisis, es posible encontrar referencias de cada uno de ellos en los otros campos conceptuales. Con respecto a la repetición, la encontramos en la descripción piagetiana de las primeras experiencias del bebé en la circularidad de los primeros esquemas de acción de la etapa senso motora. La represión la podemos encontrar en lo que se denomina “imitación diferida”, por cuanto “diferir un movimiento es permitir su internalización en forma esquematizada de lo no efectuado, que deja una huella” (PAÍN, 1985, p. 46). En cuanto a la asimilación, encontramos en la teoría psicoanalítica el término proyección, cuyo significado es sintéticamente la transformación del mundo al trasladar allí los conflictos psíquicos del sujeto. En cambio la identificación, señalará el proceso inverso, al transformarse el sujeto por la apropiación de los atributos de una persona puesta como modelo. Por esta razón se puede relacionar con la acomodación.
Bibliografía
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