transitar la adoescencia hoy

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LAS FORMAS DE TRANSITAR LA ADOLESCENCIA HOY, Y LA SALUD/SALUD MENTAL: ACTORES Y ESCENARIOS Alicia Stolkiner1 Pero vosotros, cuando lleguen los tiempos En que el hombre sea amigo del hombre, Pensad en nosotros con indulgencia Bertolt Brecht (“A los hombres Futuros” 1938) Agradezco mucho la invitación y creo necesario aclarar que abordaré el tema desde los marcos conceptuales y metodológicos con que investigamos sobre salud/salud mental 2. Sucede que no me considero una especialista en infancia y adolescencia, más allá de la experiencia clínica que tuve y tengo con personas que transitan esas etapas de la vida. La complejidad del proceso de salud-enfermedad-cuidado Comenzaré con algunas reflexiones sobre el término salud mental. Si se adopta una conceptualización de salud en la que se la reconoce como un objeto complejo de conocimiento, se rechaza la idea misma de la existencia de una salud o enfermedad “mental”. Éste es un constructo fuertemente ligado a las formas institucionales y a los modelos de respuesta que la modernidad dio a la problemática de la locura, pero mal puede pensarse en una salud fragmentada en mente –cuerpo- sociedad. Como tampoco puede pensarse en una salud separada de las formas de cuidado y de las respuestas que la sociedad da frente a las problemáticas del enfermar. Salud mental es, básicamente, un término que define un campo de prácticas sociales. Aquellas que se configuraron como respuesta a los modelos asilares manicomiales de asistencia a la locura, pero no un tipo particular de salud- enfermedad. Se trata de un subcampo dentro del de la salud, que se define por las instituciones y los actores que lo configuran, y también por las formas particulares de producción de sentido que le son propias. Uno de esos sentidos que las instituciones mismas recrean es el de salud-enfermedad mental y una serie de discursos y prácticas consecuentes. Recnozcamos así, que la salud es un fenómeno complejo que debe ser comprendido como un proceso y no como un estado. En ese proceso intercatúan y devienen corporeidades y subjetividades configuradas en la trama social. Por eso es preferible hablar de subjetividad más 1

Profesora Titular de Salud Pública/Salud Mental de la UBA y del Departamento de Salud Comunitaria de la Universidad Nacional de Lanus. stolkin@psi.uba.ar 2 Las investigaciones que menciono son proyectos que he dirigido y que han sido financiados por la Secretaría de Ciencia y Técnica de la Universidad de Buenos Aires, Por la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica y por el IDRC de Canadá, desde 1995.


que de “mente”. Se trata básicamente de dimensiones de análisis que se utilizan para la comprensión del fenómeno y que no deben ser ontologizadas. El filósofo italiano Giorgio Agamben nos brinda una definición de subjetividad que nos permite avanzar en esta tarea: “El sujeto..no es algo que pueda ser alcanzado directamente como una realidad sustancial presente en alguna parte; por el contrario, es aquello que resulta del encuentro cuerpo a cuerpo con los dispositivos en los cuales ha sido puesto..en juego”…“La historia de los hombres no es quizás otra cosa que el incesante cuerpo a cuerpo con los dispositivos que ellos mismos han producido: antes que ninguno el lenguaje”3 He subrayado en el texto la mención a los cuerpos para resaltar que no estamos hablando exclusivamente de un aspecto “psicológico”. Los dispositivos sociales configuran también los cuerpos, y es difícil hoy pretender pensar una salud humana donde lo biológico pueda ser comprendido sin considerar las formas en que se gestiona la vida en general. Pensemos en las transformaciones de la biología humana contemporánea, por ejemplo la extensión de la vida, la menarca cada vez más temprana de las niñas urbanas, la modificación de los cuerpos por los ritmos y los tiempos de trabajo, etc. A su vez, entre los dispositivos están las instituciones mismas de salud. Las formas y las prácticas generales de cuidado. Por eso la denominación que preferimos es proceso de salud-enfermedad-cuidado. Hasta hace pocos años, usábamos la categoría proceso de salud-enfermedad-atención, pero tiene el problema de que al referirse a “atención” – a diferencia de la polisemia de la palabra “care” en inglés-- establece una línea divisoria que deja fuera la infinidad de formas de cuidado de la salud y la vida que suceden fuera de las instituciones de salud, en la trama cotidiana de la vida de las personas y que son fundamentales. Es interesante incorporar además como referente el debate que las teóricas feministas han aportado sobre el concepto de “cuidado” y la ética ligada al mismo4. Como hoy en día se habla mucho de “auto-cuidado”, me detendré para referirme al término, tan frecuente, de “grupos de auto-ayuda”. Me parece una contradicción, entiendo que si se trata de un dispositivo grupal debe contener la idea de cuidado mutuo y no de cuidado individual. Hay, me parece, planteada una falsa antinomia entre el objetivo individual y el de cuidado a los otros. No se forma parte de un grupo para lograr exclusivamente objetivos individuales, sino para conjugar los individuales en una acción colectiva. En todo caso, y volviendo a las mutuales originales del fines del siglo XIX, debieran llamarse grupos de ayuda mutua. Pero, en muchos casos, la efectividad del cuidado deviene de una acción colectiva dirigida a visibilizar socialmente la problemática. 3 4

Agamben, Giorgio: “Profanaciones” Adriana Hidalgo Editora, 2005, 93-94 Ruth Ana Putnam : “La ética del cuidado” http://www.jstor.org/pss/30228671 10-4-10


Finalmente quisiera detenerme en el uso de la categoría “sufrimiento psíquico” o “subjetivo” para diferenciar entre la nosografía clásica que define las “enfermedades mentales” que está en la base de la psiquiatría. Al respecto dice C. Ausburger5: “En nuestra perspectiva, la incorporación del concepto de sufrimiento psíquico y su distinción de la patología mental permite ubicar dos cuestiones específicas de los problemas atinentes a la salud mental. Por un lado, evita considerar los conflictos que devienen de la vida cotidiana y de las interrelaciones sociales, en términos de patologías. Las condiciones concretas en que se generan los padecimientos le otorgan a éstos un carácter procesual e histórico que no queda expresado en las clasificaciones mórbidas; y cuya utilización conduce a una patologización de las situaciones cotidianas. Asimismo, la emergencia del sufrimiento psíquico no conduce necesariamente a la enfermedad, puede tanto precederla como ser divergente de ella” El método de abordaje del problema En nuestras investigaciones, para abordar este problema complejo hemos desarrollado una estrategia metodológica que consiste en articular interdisciplinariamente dimensiones y niveles de análisis. Las dimensiones de análisis, que deben ser comprendidas como un recurso metodológico, y no como parcelas de la realidad, nos llevan a analizar la articulación entre lo económico, lo institucional y la vida cotidiana en la configuración del proceso de salud-enfermedad-cuidado.

Articulación entre dimensiones Lo institucional

Lo económico

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La vida cotidiana La dimensión subjetiva

Ana Cecilia Ausburger: “La inclusión del sufrimiento psíquico: un desafío para la epidemiología” Psicologia & Sociedade; 16 (2): 71-80; maio/ago.2004 p.75


La dimensión económica refiere a la forma o al modo de producción, desarrollo, intercambio y acumulación y a la moneda como equivalente general. No sólo lo que se produce y cómo, sino en qué marco de relaciones y clases se da el proceso de apropiación-distribución, en qué forma la mercantilización configura los lazos sociales , son preguntas que se ligan a lo económico y a su vez nos remiten a la siguiente dimensión de la que resulta inseparable. La dimensión institucional refiere a la forma particular que adquieren determinadas relaciones sociales en circunstancias históricas particulares, por ejemplo la familia es una institución, pero las formas familiares son muy diversas y reconocen cambios sumamente veloces en nuestra época. Finalmente, la vida cotidiana, como lo define Agnes Heller 6 es la forma en que se particulariza lo genérico social, constituida por los procesos comunes de producción y reproducción de las vidas singulares. La vida cotidiana implica un determinado ordenamiento del tiempo y el espacio, de los objetos y las relaciones que se resuelve singularmente con la materia de lo genérico. En ella se materializa el “cuerpo a cuerpo” de la definición de Agamben sobre la subjetividad. Los niveles de análisis, que tomamos en su momento del abordaje de sistemas complejos de Rolando García7, consiste en diferenciar metódicamente un nivel macro, un nivel meso y uno de procesos básicos en el cual se centra el estudio. Pondré un ejemplo: si se trata de pensar la relación médico- paciente, descubrimos que aunque se la puede definir como objeto de estudio, es inseparable de las condiciones en las que sucede. Se requiere un nivel de análisis en el que las políticas y modalidades institucionales de las prácticas en salud, las condiciones de trabajo de los médicos, etc. , sean consideradas. En ese marco se torna comprensible lo que sucede en el vínculo, en la especificidad del mismo, en cada uno de los micro-episodios sociales. Durante la década del 90, por ejemplo, la práctica médica pasó a ser evaluada con criterios de productividad tomados de la corriente económica neoclásica. Por ese camino se produjo una aceleración, casi fordista, de los tiempos de atención que favoreció la transformación de la consulta en un acto prescriptivo, suprimiendo drásticamente algunos de los aspectos más importantes de la clínica. A su vez esto potenció el uso de teconologías diagnósticas y el consumo de medicamentos. Durante nuestras investigaciones encontramos, por otra parte, que no era aislable la relación médico-paciente, de los vínculos que las personas establecían con los establecimientos e instituciones de salud. Por citar dos casos, en uno de los estudios apareció que era frecuente que ante conflictos producidos con la figura del o la médico/a, el malestar se desplazara hacia la relación con otras figuras del equipo de salud. Una madre entrevistada en un centro de salud de la periferia de una ciudad del interior decía:… “me retó la doctora….la culpa la tuvo la enfermera que no me avisó de las vacunas”……Sin embargo, la actitud de la médica había sido inadecuada. En la investigación realizada con usuarios del conurbano bonaerense que utilizan 6

Heller, A. : Sociología de la vida cotidiana, Ed. Península, 2a. Ed., Barcelona, 1987 7 García, Rolando (1986): “Conceptos básicos para el estudio de los sistemas complejos” en: Los problemas del crecimiento y la perspectiva ambiental del desarrollo, (comp:E. Leff), Buenos Aires, Siglo XXI.


servicios de la Ciudad de Buenos Aires, uno de los factores que aparecieron asociados a esa práctica fue la “tradición”, término que utilizamos para sintetizar la confianza en un hospital específico ligado a la historia familiar o personal, independientemente de quién fuera el profesional tratante. A su vez estos microepisodios sociales, que formaban parte de decisiones y prácticas individuales, estaban fuertemente imbricados con las transformaciones generales que sucedían en las instituciones de salud a nivel nacional y con el proceso de reforma del estado y del sector salud. Finalmente, como último referente metodológico, recalcaría que es indispensable atender a las formas de producción de discursos y de sentido que las instituciones tienen y que forman parte de la producción de subjetividad. En ellas, en esas pequeñas acciones cotidianas, se construye o no la efectivización de sujetos de derecho. Una institución produce y reproduce, eventualmente transforma, representaciones de sus actores que, a su vez, los constituyen. Con este referencial metodológico, pero sin el rigor de un proceso de investigación, voy a tratar de reflexionar sobre las formas de transitar la adolescencia hoy, sobre la relación entre esta fase de la vida y la salud-enfermedad-atención, sobre sus potencialidades y sus formas de sufrimiento subjetivo. Los adolescentes hoy: actores o analizadores? No me detendré en describir el carácter social y cultural de la adolescencia y su diferencia con el fenómeno biológico de la pubertad. No obstante también pueden pensarse algunas particularidades biológicas de esta fase, como las tienen las diversas etapas de la vida. Biológicamente, confluyen en la adolescencia un organismo de impresionante fortaleza y potencia con las fragilidades y necesidades que genera el estar todavía en crecimiento y desarrollo. Por eso el perfil epidemiológico de morbimortalidad de ese grupo etario muestra pocas enfermedades en el sentido clásico del término y sus principales causas de muerte son accidentes, violencia y suicidio, pero pese a su baja mortalidad son vulnerables a las carencias nutricionales y ambientales de un modo especial. Ya se encuentran incluidos/as en las problemáticas de salud reproductiva y en los riesgos de las condiciones laborales y aunque sus tasas de mortalidad sean bajas, contribuyen a generar el que probablemente sea el mayor estigma de los jóvenes: el supuesto de peligro y la idea de riesgo. Esta representación, que hunde raíces en las históricas políticas de minoridad pero adquiere hoy perfiles propios. No obstante, quiero resaltar el anclaje singular que estas personas tienen en la cultura y en la juridicidad, porque no se las termina de considerar un niños/as pero tampoco adultos/as, de hecho fueron sujeto de la ley de patronato mientras la misma existió y han sido privado de derechos de la misma manera que los niños y , como ellos, han sido puestos como sujeto de excepción ; pero a la vez se los reclama como factibles de aplicación de leyes penales otrora restringidas a los adultos. Su particularidad es que se trata jurídicamente de “menores” que sin embargo tienen la fuerza y la capacidad de reproducción de un adulto.


Sucede que los adolescentes comparten con los niños el lugar de excepción en materia de derechos y las institucionales específicas en su vinculación con la tutela del estado. Sólo recientemente, la derogación de la Ley de Patronato y el lento proceso de efectivización de los acuerdos referentes a la adhesión de la Argentina a la Convención de los Derechos del Niño., que adquirió en 1994 rango constitucional, ha puesto en escena a los otrora “menores” como sujetos plenos de derecho, sucediendo la paradoja de que .. “el estado avanzó en el establecimiento de políticas sociales que favorecieron la instauración de un sistema de ampliación de condiciones de derechos, en la marco de un sistema general de vulneración de los mismos”8 Ahora trataré de abordar, desde la metodología planteada, algunas de las particularidades que hoy adquiere esta fase de la vida. En primer lugar, aunque resulte obvio, debo señalar que es imposible hablar de “la adolescencia” en una sociedad cuya segmentación y fragmentación ha generado notables diferencias en las formas de vivir y resolver la cotidianeidad, en el cuidado de los cuerpos y en el acceso a los recursos materiales y simbólicos. Hace unos días, en un noticiero sensacionalista, presencié la siguiente escena: el notero entrevistaba en cámara a la madre de una joven -- madre a su vez de un hijo pequeño -- que había sido asesinada por otro joven consumidor de “paco”. Perdí la primera parte de la noticia por lo que no se cómo había sucedido el hecho. La mujer se sostenía con entereza y, lejos de lo esperable, no pedía venganza ni pena de muerte aunque el periodista insistía en preguntarle: “usted qué le haría al que mató a su hija?”. Frente a esa pregunta recurrente, que esperaba una respuesta retaliativa, ella sólo respondía “trate de entender cómo viven nuestros chicos”, ante la insistencia y cuando la pregunta era : “no cree que debería ir a la cárcel” respondió: “ si por lo menos les enseñaran algo allí, electricidad, algo”, finalmente el entrevistador logró su cuota de lágrimas cuando le preguntó si su hija era buena madre “pese a ser tan jovencita” y ella respondió, llorando, “si era muy buena madre”. En esta escena se sintetizan muchos aspectos de la forma en que este estadio de la vida se transita en los sectores sociales: la fragilidad de la vida, el desamparo de la sociedad, la violencia que implica y lo temprano que se definen funciones que, en otros sectores sociales, son cada vez más tardíos. También se transparenta, en el intento de construcción de la noticia, una serie de representaciones que caen sobre los jóvenes de los sectores sociales más pobres. Cómo comparar esta condición de la adolescencia con la de los y las jovencitas de clase media que escuchamos en el consultorio, presionados/as hasta el infinito por el horror social de no ser exitosos/as en el futuro, de no ser bellos/as, de no ser “populares”. Con padres que temen que fracasen y esperan –ambivalentemente-- que los superen en sus logros. “Winners” y “losers” (ganadores y perdedores) son categorías que se han incorporado al lenguaje cotidiano. Curiosamente nada dicen sobre el sujeto, sólo sobre su posición en una sociedad pensada básicamente como un espacio de competencia. Revisemos un párrafo del 8

Luciani Conde L. y Barcala A. ( organizadores): Derechos en la Niñez-Políticas públicas y efectivización del derecho a la salud en el contexto de la protección integral” Ed. Teseo, Buenos Aires, 2008.


informe del Banco mundial dedicado a la pobreza: … ““ los efectos de las reformas de mercado no son los mismos para los distintos grupos que integran una economía: hay ganadores y perdedores, y entre éstos pueden estar los pobres”9.... Entonces lo económico no sólo determina a quienes quedan en situación de carencia, sino que estructura la forma misma de pensarse y pensar a los otros y a la relación con los otros. Si el modelo de la competencia mercantil se propone y propugna como modelo societal y esto se exacerba hasta su máxima forma imaginaria, entonces no hay espacio para el lazo y para la solidaridad. Lo económico entra básicamente afectando a los jóvenes de manera directa no solo en la condición de vida de amplios sectores de la población, sino también en la construcción de esta idea de éxito que es inherente al modelo de sujeto en el cual se sostuvo la transformación de la sociedad que se produjo a partir de la crisis de los 70 en adelante. En Nueva York vi una pintada en la calle que decía “los ganadores no usan drogas” y abajo alguien pinto con aerosol “yo no soy un ganador”. Volveré entonces con lo de losers. Esta categoría se trasladada al lenguaje común y marca una época. Incusive los insultos son de época: cuando se insulta diciendo “un hijo de ….” se está utilizando una categoría casi medieval, que dice degrada al sujeto por su genealogía. Además del machismo y del sexismo que hay contenido en ese insulto, quiero señalar que descalifica por descalificación del origen. Si uno le dice a alguien que es “imbécil” o “idiota” está utilizando un insulto absolutamente moderno porque califica al sujeto a partir de lo que alguna vez fue una nosografía científica, retomada en el lenguaje cotidiano. Califica algo que se supone inherente a ese individuo. En cambio cuando el insulto es “perdedor”, nada dice sobre la genealogía o el individuo, nada refiere al sujeto, sólo a su posición. Y se trata de una calificación peyorativa que es posible escuchar aún en los preescolares, a una edad en que, obviamente, todavía no han podido definir su posición por su propia trayectoria. El riesgo de “perder” o “fracasar” está instalado en los sectores medios en el interior del modelo de crianza familiar. Así encontramos jóvenes paralizados, incapaces de moverse, en los que parece haber caído toda potencialidad de deseo y toda energía , aterrorizados ante el futuro, aferrados a la infancia o pubertad. ¿Cómo se ha logrado hacer eso, anular una potencia tal como la que tienen los adolescentes?. En una edad en que el ensayo y error son indispensables en la construcción del presente y el futuro, el error aparece como la posible caída a un precipicio del que no se vuelve. A la vez, la lógica de mercado avanza sobre los adolescentes instituyéndolos como consumidores, proponiendo modelos de cuerpo, de placer centrado en los objetos, de satisfacción rápida e inmediata. Permanentemente se busca la captura de su deseo y su identidad en imágenes de cuerpos y consumos específicos en el logro de ese “ser”. La contracara de ésto es la permanente consideración de la juventud como riesgo y en riesgo.

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Banco Mundial (2000/2001) : “Informe sobre el Desarrollo Mundial: lucha contra la pobreza” Washington D.C. pag. 38


Sumemos que las formas institucionales están en transformación rapidísima, en crisis y reacomodación. Se trata de la crisis y veloz transformación de instituciones como las educativas, las de contratación y modos laborales, la familia etc, y también de sus instituidos subyacentes como la relación entre géneros, entre generaciones, el lugar de la autoridad, etc. La complejidad de las formas societales, lo que podríamos llamar metafóricamente (para no incluirnos en toda una trama teórica) la “ecología de lo social” hace que toda modificación aparentemente parcial tenga efectos inesperados sobre aspectos que no estaban contenidos en sus objetivos. Por ejemplo: cuando la reforma educativa -- que no se ejecuto en la ciudad de Buenos Aires-- modificó los ciclos educativos acabando con el final de la educación primaria a los doce años, derrumbó el único ritual de pasaje de la infancia a la adolescencia que quedaba en esta cultura .. “La infancia era lo más”… dijo mi hijo menor antes de irse de viaje de egresados. En esa frase sintetizaba la vivencia de que la sociedad y la cultura le estaban poniendo un corte, y expulsándolo hacia alguna otra cosa. No intento ahora hacer un análisis de tal reforma, sino señalar un efecto no planeado. Los técnicos educativos que la diseñaron quizás no tuvieron idea de este tipo de impacto. Todas las transformaciones institucionales tienen dos facetas: una de cambio y una de fragilización y degradación10. La aclaración es necesaria para no recaer en el lugar común de que “todo tiempo pasado fue mejor”, en la nostalgia de un supuesto bienestar perdido, un discurso frecuente que somete a los jóvenes a la representación de que el paraíso terminó justo antes de que ellos llegaran. Se trata de un discurso que vela lo que eventualmente hubo de terrible en las vicisitudes de las generaciones anteriores. Hecha esta aclaración, detengámonos un poco en estas transformaciones. Algunas de ellas pertenecen a un ciclo largo, como el caso del ocaso del modelo patriarcal de organización familiar. Otras, como la modificación de los roles de género en la vida pública y privada se desarrollan con más velocidad a partir de la segunda guerra mundial. La adolescencia en sí, como grupo diferenciado que se reconoce por signos culturales se constituye también en ese período. Finalmente, las modificaciones de las formas laborales y de los modos de inserción en el trabajo son de las últimas décadas del siglo XX, posteriores a la crisis de mediados de los 70. A finales del siglo XX asistimos también a un nuevo énfasis en los derechos de grupos específicos, entre los que se contaron los otrora “menores” y donde también entran los derechos de las personas que pertenecen a grupos con alguna diversidad particular que les ha motivado exclusión o estigma. Tal como la madre del episodio que mencioné, deberíamos ser capaces de pensar las circunstancias en la que transcurren las vidas de los jóvenes. Entre esas circunstancias está también el lugar del discurso disiciplinar, técnico, científico y médico sobre ellos. Insisto en esta faceta porque es excesivo el peso de la mirada sobre ellos como peligrosos o en peligro. Se dice 10

Stolkiner A.: “Antagonismo y Violencia en las formas institucionales de la época” En “Pensando la Institución” Compiladoras Cecilia Moise y Rosa M. Goldstein. Colección: Antífona / Psicoanálisis, Sociedad y Cultura – Ed. El Escriba. Buenos Aires, 2001. ISBN 987-98720-9-6. Págs. 125 a 129.


adolescencia y se piensa en riesgos de la sexualidad, de las adicciones, de la violencia o del fracaso. Se dice adolescencia y se remite directamente a encasillamientos patológicos, una fasceta más de la medicalización y psicopatologización de la vida. A los profesionales que trabajamos en salud/salud mental nos cuesta reconocerlos como sujetos y no recurrir a herramientas etiquetantes o al horror ante las crisis. Con frecuencia pretendemos solucionar con medicamentos o formas terapéuticas estandarizadas problemas de compleja configuración, o problemas que no lo son para ellos sino para nuestra mirada. Mientras tanto, los jóvenes, a veces hacen estallar las representaciones o ponen en escena lo que la sociedad invisibiliza. Nos exasperan y desafían nuestra comprensión. Una jovencita que está cursando la secundaria, que alguna vez trajeron a consulta se porque se cortajeaba, irrumpe de vez en cuando con un mensaje de texto:…”puedo verte hoy?” . No he logrado que mantenga un horario fijo, pero no ha dejado de venir y hablar cuando hacerlo ha tenido sentido o ha sido una necesidad para ella. La acepto en esa forma de llevar adelante su tratamiento porque así parece ser su forma y no deja de tener efectividad. Antes de etiquetarlos y sucumbir a las representaciones hegemónicas, debiéramos recordar que en plena crisis del 2001 demostraron un caudal de creatividad y vitalidad notable produciendo música, teatro, arte y alegría aún en los peores momentos de la sociedad. Tengamos presente que, a veces, en los sectores más desfavorecidos en la distribución de la riqueza, los jóvenes son soporte de las precarias existencias de grupos familiares completos. Que se apropiaron de manera nocturna de los espacios urbanos mostrando la necesidad de habitar a su modo las ciudades y que siguieron construyendo sus proyectos cotidianos cuando el mundo de los adultos parecía desmoronarse. Una vez que recordemos esto, podemos adentrarnos en sus formas actuales de padecimiento subjetivo para pensar cómo encararlas incluyéndolos como actores de los programas y procesos que los tienen como destinatarios. En la crisis de las instituciones esos hechos operan produciendo discursos y , potencialmente, cambios. Pensemos la lógica de la autoridad en la familia o la escuela a la luz de la caída de los modos de ejercicio del poder en esas instituciones. Antes el la autoridad devenía del lugar, ahora debe ser legitimada permanentemente. Caído el modelo autoritario vertical por asignación, deviene una vacío que sólo puede ser llenado ganando el reconocimiento de los jóvenes al lugar de cuidado que, hacia ellos, deben ocupar los adultos. En todos los casos se trata de promover vínculos en que el otro sea reconocido como persona, en los que haya una instancia tercera normativa regulando las relaciones y permitiendo la palabra. Ellos y los padres, educadores y adultos en general están, estamos, fuertemente determinados por la tendencia a objetivar y se trata antagonizar con ella generando espacios de intersubjetividad. En algún texto anterior he afirmado que los niños y los adolescentes son analizadores privilegiados de las instituciones. Sus actos develan y ponen en el discurso social aspectos naturalizados o invisibilizados. Al entrar una generación nueva en escena entra necesariamente una nueva mirada sobre los hechos cotidianos y suceden actos que iluminan de otra manera los instituidos sociales. Defino un analizador como una persona, acto o acontecimiento que coloca en el discurso social o


institucional, que pone en escena algo que estaba naturalizando o invisibilizado. No obstante ser analizador es distinto de ser actor. El analizador produce un proceso de revulsión del discurso y del sentido sin que necesariamente haya en su acto una intención de hacerlo. Un joven que protagoniza un acto de violencia escolar pone en escena toda la institución, lo hace con el cuerpo, pero no necesariamente ha tratado de cambiar algo. Simplemente puede haber reaccionado a una situación insoportable. Para configurarse como actor necesita incorporar una intencionalidad y una búsqueda de asociatividad. Todo nuestro esfuerzo en salud mental debe estar dirigido a favorecer su pase de analizadores a actores. No debemos tratar de adaptarlos a modelos preconcebidos, sino facilitar los dispositivos para que construyan sus modelos. No se trata de atenderlos, educarlos o curarlos, sino de trabajar conjuntamente con ellos en esos procesos. Esto se favorece a través de formas institucionales que se sostengan en la lógica de la garantía de derechos. Se trata de trabajar conjuntamente para que no sea la sociedad la que habla de ellos sino que ellos hablen en y a la sociedad. Para terminar quisiera sostener que la adolescencia es un derecho. Es cierto que se trata de un constructo social, pero es un constructo valioso. En una época en que la vida se ha prolongado potencialmente tanto, se torna indispensable preservar este período que se caracteriza por la búsqueda, el ensayo y el aprendizaje por error.


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