El Génesis. Creación, Revelación, Patriarcas. Emil Bock. Editorial Pau de Damasc

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Emil Bock Contribuciones a la historia espiritual de la humanidad Volumen I

EL GÉNESIS Creación, Revelación, Patriarcas


Título original: Beiträge zur Geistesgeschichte Menschheit, Band I, Urgeschichte. © Verlag Urachhaus. Stuttgart.

der

El presente volumen es el primero de los siete que componen la obra de exégesis bíblica Contribuciones a la historia espiritual de la humanidad: 1.- El Génesis 2.- Moisés y su época 3.- Reyes y profetas 4.- Césares y apóstoles 5.- La infancia y juventud de Jesús 6.- Los tres años 7.- San Pablo Traducción del alemán: Miguel López-Manresa. Revisión: Francesc Fígols Giné. Diseño de la portada y selección de ilustraciones: Miquel Fígols Cuevas. © Copyright 2015, Editorial Pau de Damasc, Barcelona. Publicado en español con el permiso de Verlag Urachhaus, Stuttgart. Reservados todos los derechos para España y los países de habla castellana. Primera edición: abril de 2015 ISBN: 978-84-15827-34-4 Publicado en la colección Cristología y espiritualidad

Editorial Pau de Damasc Calle Ocells, 6 08195 Sant Cugat del Vallès, Barcelona (España) (+34) 936 743 026 E-mail: editorial@paudedamasc.com www.paudedamasc.com


ÍNDICE Prólogo a la edición alemana de 1958. . . . . . . . . . . . . 5 Fragmento del prólogo a la primera edición. . . . . . 6 1. Creación e historia 1.1. Creación. Los grandes ciclos del tiempo. . . . . . . . . . . . . 9 2. Tiempo primordial y Revelación 2.1. Adán, Paraíso y Caída. La humanidad lemúrica. . . . . 27 2.2. La Revelación Primigenia. Provisión para el espíritu humano. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 55 2.3. Caín, Set y Enoc. La humanidad atlante. . . . . . . . . . . 64 2.4. Noé y Job. La transición al período postatlante. . . . . 93 3. La época de los patriarcas 3.1. Guilgamesh, Nimrod y Abrahán. Entre Babilonia y Egipto. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 119 3.2. Melquisedec. El oculto misterio solar.. . . . . . . . . . . . 151 3.3. Lot, Abrahán e Isaac. Entre la herencia y la promesa.173 3.4. Jacob. La herencia babilónica. . . . . . . . . . . . . . . . . . . 197 3.5. José y sus hermanos. Los destinos egipcios.. . . . . . . 222



Prólogo a la edición alemana de 1958

Este libro tiene una historia. Cuando en el año 1933, en medio de una tempestuosa situación, se hizo evidente cuales eran las controversias espirituales que había que combatir, el autor se decidió por la arriesgada empresa de escribir una abarcante historia espiritual del Cristianismo y sus etapas precedentes, que se incluyen en el Antiguo Testamento. Entre los años 1927 y 1929 había intentado ofrecer, en 25 entregas, una contribución a una nueva comprensión de los Evangelios. En los años 1930 a 1933 habían sido publicadas 42 entregas de los libros del Nuevo Testamento en una nueva traducción, con los comentarios apropiados. En esos trabajos el esfuerzo iba encaminado a abordar el fondo histórico-real del grandioso evento de la Salvación, penetrando en el estrato de las imágenes que determinan, en gran manera, el estilo de los tres primeros Evangelios. Ahí, la historia ya no puede ser considerada como una suma de hechos aislados, sino como un continuo drama-misterio, un estilo, una voluntad y una manifestación de poderes superiores. Tenía la intención de describir la historia como tal ‒algo que se hizo posible gracias a las impresiones ganadas en dos viajes que realicé a Palestina‒ teniendo en cuenta las características del acontecer suprasensible en el destino humano. Empezando con el Antiguo Testamento, quería seguir con el cristianismo primitivo, si bien aquí concebido en un sentido amplio. Sería como la aurora de una nueva época en los escenarios de los últimos siglos precristianos, abarcando en ella la vida de Jesús, los “tres años” y finalmente, la silenciosa y a menudo subterránea prolongación del espíritu del cristianismo primitivo hasta el 5


presente. Para la exposición de la historia espiritual que surge en el Antiguo Testamento, al principio estaba previsto escribir un solo volumen. Pero, a lo largo del proceso de trabajo, quedó claro que si me limitaba al espacio planeado de antemano el estilo se hacía demasiado compacto y difícil de entender. Se hizo evidente que era mucho mejor dedicar el primer volumen hasta la época de los Patriarcas y exponer el material posterior en otros dos tomos. A ello se añadió que las condiciones de la época exigían darle el mayor peso posible a su publicación. Conseguir que se publicara en los años 1934-1936 una obra sobre el Antiguo Testamento formaba parte de la lucha espiritual que habían de librar entonces los colaboradores y grupos de la Comunidad de Cristianos en Alemania contra el terrorismo antiespiritual de los que ostentaban el poder. En lugar de ejercer una resistencia política a ese espíritu destructivo, lo mejor era oponerle logros positivos. En las condiciones de aquellos momentos no había que dejar paso a malentendidos, pues con un trabajo positivo sobre el Antiguo Testamento se estaba luchando por conquistar los valores espirituales de la humanidad, contra los cuales se dirigía particularmente la furia persecutoria del odio.

Fragmento del prólogo a la primera edición (1934)

Estas

“Contribuciones a la historia espiritual de la humanidad”, que empiezan con consideraciones sobre el Antiguo Testamento, representan una tentativa de aplicar la luz viviente de la Ciencia Espiritual de Rudolf Steiner al conocimiento de las grandes líneas e impulsos del devenir histórico y a la elucidación de los documentos bíblicos. 6


En lo que se refiere a su metodología, las consideraciones que comienzan a exponerse aquí han de ser una empresa arriesgada. Por un lado, puesto que se esfuerzan por mantenerse libres del cautiverio de los hábitos mentales materialistas, no pueden proceder en contextos basados exclusivamente en fuentes exteriores. Por otro lado, las consideraciones no pretenden emanar directamente de la visión soberana de la investigación espiritual de Rudolf Steiner. El objetivo es intentar combinar el conocimiento de los hechos históricos exteriores y las tradiciones míticas ocultas transmitidas en imágenes ‒a las cuales pertenece, junto a los libros bíblicos, el material de los relatos legendarios extrabíblicos‒, con el contenido del pensamiento antroposófico. Al desplegar la imagen espiritual del mundo, se ofrece en principio la posibilidad de reconocer por doquier los trasfondos espirituales y ella misma ofrece datos sobre determinados nudos y enigmas del devenir histórico. Recorriendo ese camino, se puede penetrar en una visión mental interior de las figuras y procesos históricos, de forma que lo uno conlleva lo otro y conduce a la evidencia. Me he atrevido a seguir adelante con la confianza de que se encontrará un círculo de lectores que esté dispuesto a tomar las diversas exposiciones extraídas de la visión conjunta que aquí emerge como material de trabajo para la propia profundización. Naturalmente, no siempre se podía empezar desde el principio. No era posible, y tampoco necesario, desarrollar todos los elementos de la concepción científico-espiritual del mundo partiendo de sus fundamentos. Más bien, se procuró configurar los conceptos básicos exponiéndolos de la manera más clara posible, de modo que ellos mismos fueran inteligibles por sí mismos, sin por ello dejar de indicar, a quien quiera esforzarse en fundam entarlos más detalladamente, que acceda al correspondiente estudio de la 7


Antroposofía. Cuando los elementos se extraen de una concepción del mundo inhabitual, sólo la paciente colaboración entre autor y lector puede ser de ulterior ayuda. Muchas cosas empezarán a aclararse al ir avanzando en las exposiciones. El conjunto explica los detalles. Mas intuir y reconocer el conjunto del devenir histórico en todos su pormenores significa el descubrimiento de las fuentes del entusiasmo, entusiasmo que, según Goethe, es lo mejor que obtenemos de la historia. La razón para empezar con la exposición del Antiguo Testamento es que, si uno lo entiende adecuadamente, dirigirá la mirada al seno materno cósmico-espiritual de la historia de la humanidad. Del mismo modo que no podemos descifrar el enigma de la entidad humana si a la cuestión de la inmortalidad (la pervivencia del alma después de la muerte) no añadimos la de la innatalidad (la vida del alma antes de la concepción), tampoco podemos preguntarnos hacia dónde va la humanidad si no nos preguntamos también de dónde viene, si es que queremos reconocer la motivación interior y el hálito de la historia. Las contribuciones que aquí comienzan su andadura quisieran mostrar que el Nuevo Testamento es más completamente comprendido si se ha profundizado en el significado del Antiguo Testamento. No sin razón la Biblia cristiana incluye los libros de la Antigua Alianza. Emil Bock

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Capítulo 1 Creación e historia

1.1. Creación. Los grandes ciclos del tiempo

C uando

la humanidad hizo la transición desde el conocimiento ensoñador del Oriente al pensar despierto de Occidente, nació la forma de pensar histórica, el sentido histórico. En un ciclo de conferencias sobre el Evangelio de Marcos Rudolf Steiner describe esa transición y el importante papel que desempeña en ello el Antiguo Testamento. La sabiduría del antiguo Oriente dirigía su mirada hacia el acontecer terrestre como si lo contemplara desde las alturas divinas, sumergida en la contemplación de ciclos que se repiten eternamente en los que se halla activa la perpetuidad ilimitada y tranquila, con sus subciclos y recapitulaciones y aún no existe el riguroso paso del tiempo y la evolución. Sólo el espíritu occidental puede reconocer los impulsos volitivos ocultos en el devenir de la humanidad y vivenciar el tiempo como un factor real. En lugar del ciclo de serenidad intemporal que vuelve una y otra vez sobre sí mismo, comienza el camino hacia adelante de la evolución progresiva, con su aspiración sin aliento y su temor frente al fluir demasiado veloz del tiempo. La trascendencia del Antiguo Testamento consiste en que tiende el puente entre la cosmovisión oriental ahistórica y la occidental histórica. “El primer impulso para la visión 9


histórica procede de la concepción del mundo de los antiguos hebreos... El Antiguo Testamento constituye el primer gran ejemplo de aproximación histórica a los acontecimientos. Con ello se le transmitió al Occidente el legado de tal concepción histórica.”1 Se abre paso la chispa de la voluntad. La humanidad despierta de los círculos carentes de preocupaciones en el seno de la deidad y se experimenta a sí misma en un proceso de evolución provocado y guiado por lo divino, un camino hacia objetivos establecidos por los dioses. La concepción histórica actual, orgullosa de la mentalidad científica de los últimos siglos, se siente por encima de una exposición histórica como la que aparece en el Antiguo Testamento, especialmente en sus primeros libros. Hoy el método se basa en una fe exclusiva en las “fuentes exteriores”. Un acontecimiento se reconoce como real sólo si se han encontrado rastros o noticias contemporáneas fiables. El comienzo de la evolución histórica es situado en la época de la información disponible más antigua. La valoración que se hace del Antiguo Testamento sobre esta base es obvia, pues, con divina indiferencia, él se extiende mucho más allá de la historia comprobable, hasta los tiempos primigenios. ¿Cómo va a resistir a la crítica histórica de hoy, si describe épocas de las que no se poseen fuentes? A lo sumo se puede uno contentar considerándolo como una ficción religiosa edificante, pero para el historiador educado científicamente, esos documentos no entran en consideración. También se cree tener una explicación del por qué el Antiguo Testamento, donde no suele verse más que la exposición de la historia de un determinado pueblo, comienza con la creación del mundo. Además, como se conocen otras descripciones históricas, ‒por ejemplo, la historia de los Caldeos escrita en griego por Beroso‒ que vinculan la historia 1.- Rudolf Steiner, conf. del 20 de septiembre de 1912, en el ciclo “El Evangelio de Marcos”, GA 139.

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de pueblos individuales con la creación del mundo, se considera que los escritores antiguos todavía no tenían una visión capaz de abarcar la humanidad entera y, por tanto, habían visto el sentido de toda la creación en la evolución de su propio pueblo. ¿Qué valor de veracidad histórica pueden tener los antiguos mitos de la creación si proceden únicamente de la manera ingenua que tenían los escritores de inventarse una ficción que hacía derivar de los dioses la historia de su propio pueblo? En realidad, en el Antiguo Testamento tenemos ante nosotros un importante modelo de escritura verdaderamente histórica. La historia de la humanidad no tiene su origen en la Tierra como tampoco lo tiene la vida del ser humano. Al nacimiento del hombre físico-corporal le precede el tejer y devenir del ser humano anímico-espiritual en las esferas suprasensibles del mundo anterior al nacimiento. Por lo tanto, los destinos de la humanidad en la esfera de la condensación e incorporación terrestre están precedidos por eones en los que la entidad humana, junto a las entidades creadoras de reinos superiores en cuyo seno descansaba, estaba tejiendo en el mundo terrenal como si fuera la vestidura viviente de la divinidad. En la historia de la Tierra, continúa la historia del cielo. Y por eso toda descripción histórica, por mucho que se apoye en una plétora de “fuentes bibliográficas”, ha de permanecer ciega e incompleta si no se hace consciente de la fuente fundamental de la que fluye, se alimenta y se configura todo devenir histórico: la esfera suprasensible y suprahistórica de entidades espirituales reales. Friedrich Schlegel describió una vez al historiador como un profeta orientado hacia atrás. Al igual que el profeta prevé lo que todavía se halla latente en la región espiritual donde el futuro está en germen, el verdadero historiador ha de poder leer en los libros del pasado inscritos en el cosmos con 11


escritura espiritual. Ha de poseer la facultad de retrospección. El mito no es una descripción histórica poco fiable, sino una más elevada. Los auténticos mitos son ventanas de retrospección; revelan la historia anterior a la historia. Por la manera en que comienza, el Antiguo Testamento reivindica su procedencia de una retrospectiva espiritual real. Niega totalmente cualquier mera yuxtaposición y combinación de tradiciones exteriores, porque, por encima y más allá del curso histórico, la mirada contemplativa se dirige a los grandes espacios supraterrenales de donde procede el devenir de la humanidad. La retrospección, que nos lleva a las remotas lejanías espirituales, se convierte en la primerísima fuente del conocimiento histórico. Vemos surgir la historia terrestre desde la historia celeste. Los destinos prenatales de la humanidad y de la Tierra misma aparecen ante nosotros. Nos está hablando un texto que es capaz de desvelarnos una historia primigenia físico-espiritual. Contemplamos cómo la historia se hace a sí misma, de modo que antes de convertirse en historia histórica es creación: historia cósmica; luego viene el desarrollo de la humanidad primigenia: la historia mitológica. E igual como sucede con el origen, también el objetivo del Antiguo Testamento pertenece a los dominios espirituales como una meta humano-cósmica omniabarcante. No se trata de describir la historia de un único pueblo. Se describe la historia del pueblo israelita simplemente porque, a través suyo, la humanidad y toda la creación terrestre prepara el cuerpo del Dios que ha de hacerse hombre. La finalidad mesiánica concreta es lo que le otorga a los libros del Antiguo Testamento el hálito del tiempo que se abre paso hacia adelante y los convierte en el primer documento de una concepción histórica del mundo. Los desarrollos descritos por el Antiguo Testamento no se completan plenamente en él. Exigen su continuación en los libros del Nuevo Testamento, hasta el Libro de la Revelación o Apocalipsis de Juan. El 12


Apocalipsis, el último libro de la Biblia, constituye el grandioso registro de la visión profética prospectiva, igual que el primer libro de Moisés, el Génesis, es el libro clásico de la retrospección espiritual o profecía inversa. En su verdadero sentido, el “Génesis”, como seno materno de la descripción histórica del Antiguo Testamento, es un Apocalipsis invertido. Y entre la visión del pasado y la visión del futuro, entre el Génesis y el Apocalipsis se halla el camino de la historia. El mito de la creación y la profecía del futuro representan el equilibrio de la existencia histórica. Cuanto más el desarrollo cultural occidental fue desembocando en el materialismo y la abstracción, tanto menos fue comprendido lo que se relata en el comienzo del Antiguo Testamento. El saber de Oriente, que todavía se basaba en la antigua visión de ciclos y rondas del devenir, acabó olvidándose del todo, quedando solamente la concepción histórica lineal de Occidente que se iba haciendo cada vez más abstracta. Surgió una manera de pensar unilateral desde la cual se concibió que “el principio” del que habla la historia de la creación era el principio absoluto y el origen del mundo, que ahí se describe como una “creación desde la nada”. Si nos imaginamos la historia como una línea, entonces sólo hay un comienzo. En cambio, para la concepción que, de alguna manera, incluye el conocimiento de ritmos y épocas cíclicas cósmicamente reguladas, existen siempre nuevos comienzos, principios primigenios, de manera semejante a como, después de cada noche, el Sol hace surgir un nuevo amanecer. Si el Antiguo Testamento también expone la transición de la concepción oriental del mundo a la occidental, no puede ser desechada como falsa la visión de ciclos y eones, ni disuelta por la concepción histórica lineal. Lo nuevo quiere completar lo antiguo y de hecho presupone lo antiguo. El Génesis se dirige hacia una consciencia en la que el conocimiento de 13


ciclos y eones existe como un resto del antiguo sentimiento contemplativo del mundo. Y cuando el Antiguo Testamento describe sobre todo el camino mesiánico de la humanidad, no puede ser entendido, ni en el principio ni en ninguna de sus secciones, sin el conocimiento de la existencia de ciclos mayores y menores y de la ley de la recapitulación o reflejo de los ciclos mayores en los ciclos menores. Sin embargo, el Antiguo Testamento es realmente muy reservado cuando se trata de mencionar las rondas o ciclos. Al principio, donde la historia nace desde el seno de las eternidades y posee todavía un carácter cósmico, los ciclos son claramente visibles. Los siete días de la creación describen claramente grandes ciclos cósmicos de tiempo. (El que no sean idénticos con lo que solemos llamar día, y de ello ya hablaba Orígenes, se deduce por el hecho mismo de que hasta el cuarto día no se crea el Sol, que es quien determina nuestros días y años). Más tarde, cuando la historia ingresa en su verdadero ámbito, los ciclos se ocultan y se hace visible sobre todo la línea del avance progresivo. Un ejemplo de cómo en el Antiguo Testamento se siguen perfilando ligeras figuras cíclicas son los pasajes de transición donde se describen los “toledot”, los “ciclos del devenir”, que en las traducciones comunes se desdibujan del todo: 1. “Estos son los ciclos del devenir del Cielo y de la Tierra en su creación” (Gén. 2,4) 2. “Aquí se describen los ciclos del devenir del ser humano (Adán)” (Gén. 5,1) 3. “Estos son los ciclos del devenir de Noé” (Gén. 6,9) 4. “Estos son los ciclos del devenir de Taré” (padre de Abrahán)” (Gén. 11,27) 5. “Estos son los ciclos del devenir de Fares (hijo de Judá que desemboca en David)” (Rut, 4, 18)

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Lo cíclico se hace visible allí donde todavía se siente el eco de la condición prenatal de la humanidad y de un pueblo. En cambio, lo lineal prevalece allí donde entra en acción la biografía terrestre, el Drama-Misterio de la historia terrestre. Al final de la Biblia, en el Apocalipsis, lo cíclico regresa a un nuevo nivel y en toda su plenitud, como señal de la irrupción de la historia en la región del espíritu. En contraste con los siete días de la creación del Génesis, en el Apocalipsis tenemos las cuatro héptadas: los mensajes, los sellos, las trompetas y las copas de la ira. Creer que la historia bíblica de la creación quiere describir el primer inicio de toda existencia terrestre es una errónea abstracción. En el momento cósmico del inicio que se describe en el Génesis, el mundo ya existía hacía mucho tiempo. En anteriores eones, nuestro planeta terrestre ya había recorrido los más grandiosos desarrollos evolutivos. Tampoco se quiere decir que el ser humano no existiera antes de que los Elohim dijeran: “hagamos al ser humano”. Como entidad anímicoespiritual, el hombre estaba ya en proceso de devenir desde hacía eones. El Verbo Divino de la creación no generó la existencia desde la nada. Lo que hizo más bien fue que la Tierra, que había regresado al seno materno de la existencia, volviera a surgir de él a una nueva existencia y devenir, y le dio una forma determinada, como nuevo inicio de una secuencia de formas que habría de ir recorriendo. No se habla de la creación de todos los eones, sino del comienzo de un determinado eón, concretamente del eón en el que, por la aparición de la sustancia terrestre en proceso de condensación, se haría posible por primera vez la voluntad y el destino terrestres en un sentido más estricto. A continuación, mostraremos que la historia bíblica de la creación no empieza describiendo el principio mismo del Eón “Tierra”, sino el momento, ya avanzado, en el que ese eón vuelve sobre sí mismo después de haber pasado por todas las 15



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