Moisés y su época. Desde los Misterios de Egipto a los Jueces de Israel. Emil Bock. Pau de Damasc

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Emil Bock Contribuciones a la historia espiritual de la humanidad Volumen 2

MOISÉS Y SU ÉPOCA Desde los Misterios de Egipto a los Jueces de Israel


Título original: Beiträge zur Geistesgeschichte der Menschheit, Band II: Moses und sein Zeitalter. © Verlag Urachhaus, Stuttgart. El presente volumen es el segundo de los siete que componen la obra de exégesis bíblica Contribuciones a la historia espiritual de la humanidad: 1 - El Génesis 2 - Moisés y su época 3 - Reyes y profetas 4 - Césares y apóstoles 5 - La infancia y juventud de Jesús 6 - Los tres años 7 - San Pablo Traducción del alemán: Miguel López-Manresa. Revisión: Francesc Fígols Giné. Portada: Marc Chagall, Moisés ante la zarza ardiendo. Diseño e ilustraciones: Miquel Fígols Cuevas. © Copyright 2015, Editorial Pau de Damasc, Barcelona. Publicado en español con el permiso de Verlag Urachhaus, Stuttgart. Reservados todos los derechos para España y los países de habla castellana. El contenido de esta obra está protegido por la Ley. No se permite la reproducción parcial o total por ningún medio, ya sea sobre soporte de papel o electrónico.

Primera edición: octubre de 2015 ISBN: 978-84-15827-83-2 Publicado en la colección Cristología y espiritualidad Editorial Pau de Damasc Calle Ocells, 6 08195 Sant Cugat del Vallès, Barcelona (España) (+34) 936 743 026 E-mail: editorial@paudedamasc.com www.paudedamasc.com


ÍNDICE Prólogo.. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 5 1. Osiris - Akhenatón - Moisés. 1.1. El ocaso de los dioses egipcios. . . . . . . . . . . . . . . . 9 1.2. El nacimiento de un pueblo en tierra extranjera.10 1.3. Tutmosis III y la batalla de Megiddo.. . . . . . . . . 12 1.4. Amenofis IV - Akhenatón. . . . . . . . . . . . . . . . . . . 15 1.5. La expectación de un Mesías. . . . . . . . . . . . . . . . 18 1.6. Ramsés II y la matanza de los niños. . . . . . . . . . 23 1.7. El “cesto de juncos” de Moisés. . . . . . . . . . . . . . . 27 1.8. La educación de Moisés en Egipto.. . . . . . . . . . . 36 1.9. La transformación de la consciencia. . . . . . . . . . 41 1.10. El símbolo de la serpiente. . . . . . . . . . . . . . . . . . . 42 1.11. Los cuernos del carnero. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 47 1.12. El sacrificio del cordero. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 55 1.13. Aarón y el toro sagrado.. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 59 1.14. Las diez plagas. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 63 1.15. La travesía del Mar de las Cañas. . . . . . . . . . . . . 67 1.16. El sarcófago de José. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 69 2. La travesía del desierto - Jetró - Revelación del Sinaí. El nacimiento de la cultura israelita de Yahvé 2.1. El significado del desierto. . . . . . . . . . . . . . . . . . . 73 2.2. Osiris, Yahvé, Cristo. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 75 2.3. La naturaleza geológica de la revelación de Moisés. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 81 2.4. La localización del Monte Sinaí. . . . . . . . . . . . . . 86 2.5. El centro de Misterios de Jetró. . . . . . . . . . . . . . 101 2.6. Las hijas de Jetró. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 111


2.7. La zarza ardiente. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 118 2.8. El báculo de Moisés.. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 127 2.9. La serpiente de bronce. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 137 2.10. El milagro de la fuente. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 141 2.11. La revelación en el Monte Horeb-Sinaí. . . . . . 149 2.12. Pruebas y tentaciones. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 159 2.13. La muerte de Moisés. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 171 2.14. El Sinaí y Damasco. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 180 3. Josué - Los jueces - Rut Combates y premoniciones del futuro mesiánico 3.1. Josué y Jesús. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 185 3.2. El “hijo del pez”. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 193 3.3. La destrucción de Jericó. . . . . . . . . . . . . . . . . . . 197 3.4. El mundo de los cananeos. . . . . . . . . . . . . . . . . 207 3.5. La cima de Gabaón. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 216 3.6. Los doce jueces. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 222 3.7. Débora, Gedeón, Abimélec. . . . . . . . . . . . . . . . . 228 3.8. La hija de Yefté. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 237 3.9. Sansón.. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 243 3.10. Belén y Rut. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 262


Prólogo

Explicar la historia es una tarea que nunca se puede realizar sin una cierta dosis de coraje. No basta con la mera enumeración de hechos y acontecimientos exteriores; en sí mismos, éstos aún no constituyen historia. Lo que los convierte en elementos de la historia son las influencias directoras y ordenadoras de poderes y entidades espirituales que subyacen tras los destinos de los individuos y de los pueblos. Los dioses dibujan sus inscripciones sobre la Tierra; las letras y los trazos que así hacen surgir son los hechos y los acontecimientos de la historia terrestre. Esa es la esencia de la historia. Es escrita inicialmente por las manos de los dioses. Y cuando, nosotros los humanos, nos atrevemos a escribir historia hemos de saber que en nuestra exposición sólo habrá verdad y realidad en la medida en que hayamos desarrollado la facultad de descifrar y leer esa escritura primigenia de los hechos y luego de describirla en los limitados caracteres verbales de nuestro pensar y nuestro hablar. Clío, que escribe con su estilete en tablas de piedra, era considerada por los antiguos como la musa inspiradora a la que tenían que encomendarse los escritores de la historia. Su imagen era una ayuda, un puente socorredor entre la escritura de los dioses en los hechos y la escritura de los humanos en las palabras. ¿Cómo es posible “escribir con el estilete de Clío” en nuestra época en que la escritura, en contraste con los jeroglíficos egipcios grabados en piedra, o los signos cuneiformes de los asirios o las runas grabadas en madera de los nórdicos, se ha convertido en la plana y mecánica expresión de un modo de pensar abstracto?

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Uno de los caminos sería consultar exactamente las tablas sobre las que los espíritus de la historia escriben sus indelebles caracteres. ¿Pero, dónde podemos asir el Libro de la Vida en el que los dioses escribieron y todavía escriben con el estilete de Clío? Podríamos expresar la misma pregunta diciendo: ¿Dónde se revela en los procesos históricos un verdadero sentido y un avance? Visto superficialmente, el conjunto de la historia puede aparecer como un eterno ascenso y descenso, un avance y un retroceso, una cíclica e insensata progresión y regresión de las civilizaciones. En ninguna parte encontramos un fruto realmente significativo y duradero que se transmita de una cultura en declive a la siguiente, a menos que uno se entregue a la creencia ingenua en el progreso y la civilización exterior. En el fondo, una contemplación de la faceta exterior de la historia de la humanidad sólo puede conducir a una imagen del mundo pesimista, como la que Oswald Spengler expuso en su libro “La decadencia de Occidente”: ningún sentido de evolución que daría justificación a la secuencia cultural se transmite de una civilización a la siguiente. Los espíritus de la historia dan la impresión de estar escribiendo con una tinta defectuosa que con el tiempo siempre acaba borrándose. En realidad, las páginas del Libro de la Vida en las que a lo largo de milenios se han escrito y se siguen escribiendo signos indelebles hay que buscarlas en un estrato situado más en el interior. La tabla sobre la que escribe el estilete de Clío es la consciencia humana. Quien intenta leer y exponer la historia del mundo como la historia de la consciencia humana tendrá acceso a los objetivos de los dioses que la gobiernan y que se realizan progresivamente en ella. Las transformaciones de la consciencia por las que atraviesa la humanidad son las estaciones del progreso pretendido por los dioses. Es en esas transformaciones donde ha de reconocerse el sentido del devenir histórico. 6


Mi obra en siete volúmenes “Contribuciones a la historia espiritual de la humanidad” intenta ser una exposición de la historia en el sentido de una historia de la consciencia, siguiendo los caminos preparados y sugeridos por la ciencia espiritual de Rudolf Steiner. Al describir la época de Moisés, eso hay que resaltarlo muy especialmente, pues, en la historia de la consciencia, esa época constituye un nudo crucial y una transición de particular relevancia. La historia de la humanidad hasta la época de Moisés y un poco más allá, durante el tiempo de los jueces en Israel, aún no es historia en el sentido de los procesos modernos, porque la consciencia humana en aquellos tiempos todavía era muy distinta de la consciencia actual. Lo que en mayor medida es aplicable a los tiempos primigenios, incluyendo la época de los Patriarcas del Antiguo Testamento, aún sigue siendo válido para la época de Moisés: la historia todavía es más suprahumana y mítica que humana e histórica.1 En realidad, procediendo del mundo suprahumano, la historia en su sentido actual sólo llega a ser propiamente humana en la época del rey David. Sin embargo, la época de Moisés es precisamente la de la gran transición. El cambio de conciencia que tiene lugar entonces es básico para la conciencia de la humanidad de las épocas recientes; fueron las fuerzas que guían la evolución histórica de la humanidad las que forjaron el nivel del hombre de aquel período. La habitual imagen de que Moisés, Josué y los jueces pertenecen puramente a la corriente judía, se opone, de múltiples maneras, al reconocimiento de la trascendencia que para la humanidad tiene la época de Moisés. Así como en el volumen dedicado al Génesis tuvimos que poner énfasis en lo humano-universal de figuras como Adán, Enoc y Noé, con el presente volumen ha de quedar patente el aspecto pre-judío de Moisés y sus inmediatos sucesores. La historia judía como tal surgió sólo después de la época de 1.- Véase Emil Bock: El Génesis. Editorial Pau de Damasc, 2015.

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Salomón, al salir a primer plano una de las doce tribus israelitas, la tribu de Judá. Hasta entonces, la historia del Antiguo Testamento posee todavía la impronta de lo global israelita. En su duodécuple constitución, el pueblo era todavía una quintaesencia equilibrada de la humanidad entera. Entre otras cosas, eso podría ser ilustrado en la exposición a base de comparar los acontecimientos paralelos en la cultura griega. De hecho, la gran transformación de la consciencia que abarca la época de Moisés es un proceso que afecta y configura a la humanidad entera. El hecho de que el presente volumen se limite a la época de Moisés se fundamenta en primer lugar en la aspiración de destacar y describir con claridad y detalle el importante punto histórico de transición en la consciencia humana. El siguiente volumen describirá la época de los Reyes y los Profetas. En lo que se refiere al método expositivo, me remito a lo que se dijo en el prólogo del primer volumen (dedicado al Génesis), porque lo allí expuesto se aplica igualmente a este segundo volumen. Sin embargo, en un punto, el autor, al escribir el segundo volumen se ha visto forzado con consecuencia a introducir un elemento metodológico: precisamente aquí se hacía imprescindible exponer con más detalle las citas de Rudolf Steiner. En la incalculable profusión de ciclos de conferencias de Rudolf Steiner, existen, a cada paso, exposiciones y menciones que proyectan las luces más sorprendentes y reveladoras sobre el devenir histórico de la humanidad. Y allí también se habla, precisamente, en los más diversos contextos y desde los más diversos enfoques, de los problemas de la época de Moisés, de manera que toda la concepción y el pensamiento históricos pueden recibir considerables estímulos. El autor espera que las más frecuentes y extensas citas para muchos lectores se conviertan en gérmenes de un nuevo pensar y conocer. Emil Bock 8


Capítulo 1

OSIRIS - AKHENATÓN - MOISÉS

1.1. El ocaso de los dioses egipcios

Miguel Ángel esculpió su Moisés como si fuera el padre de los dioses, el omnipotente Zeus que pensó el mundo en sus orígenes. Sus manos tienen tal poder creador que parecería que pudieran lanzar rayos y truenos: la derecha, apoyada sobre las tablas de la ley, toca la barba larga y desgreñada; la izquierda, dispuesta para la acción, descansa suavemente en su regazo. Y sin embargo, el centro de gravedad de la figura no se halla en las manos, sino en la frente. Zeus engendró en su frente a su hija Atenea, abundante en pensamientos. De la frente de Moisés sobresalen dos imperiosos cuernos que proclaman: aquí se halla el regio comienzo en la Tierra del pensar humano individual. Esa escultura sobrehumana de mármol en la iglesia de San Pietro in Vincoli, en Roma, que se hace más gigantesca a medida que se la contempla, es la expresión clásica del significado universal de la figura de Moisés. No ha existido ningún período de tiempo, incluyendo el actual, que no haya recibido la impronta característica que el impulso de Moisés otorgó al saber espiritual de la humanidad. En un primer despertar, en él abrió los ojos la consciencia que, en forma transformada, es también nuestra consciencia moderna. Antes de Moisés, los espacios oníricos del mito, misteriosos y llenos de revelaciones, mantenían al alma de la 9


humanidad cautivada en su luz crepuscular. Moisés fue el más grande de los guías hacia las libres amplitudes de la claridad del pensar despierto. El inicio de una nueva época que tomó forma en Moisés no estuvo limitado a Israel. Al mismo tiempo y por todas partes provocó la irrupción de una nueva humanidad. Como si fueran señales de fuego, por toda la Tierra se encienden las más importantes simultaneidades. Así por ejemplo, la salida de Egipto coincide en el tiempo con la guerra de Troya. Cuando Moisés sacó al joven pueblo de Israel de la región coercitiva de un Egipto envejecido para llevarlo hacia sus tareas de futuro, sonó al mismo tiempo la hora del nacimiento del espíritu europeo: con la victoria sobre Troya, el genio de los griegos, primogénito de Europa, se desembarazó de la tutela de las antiguas culturas asiáticas. Y como si fuera un terremoto, los movimientos de pueblos que se propagan en la región mediterránea, en la India e incluso hasta en China, muestran el mismo punto de transición universal.

1.2. El nacimiento de un pueblo en tierra extranjera

Entre José y Moisés, la exposición que hace el Antiguo Testamento da un salto de cuatrocientos años. Ese es el período de tiempo en que, a la sombra de la monumental vida egipcia, tiene lugar la formación del pueblo de Israel. Desde lo más temprano, el desarrollo del pueblo bíblico parece hallarse bajo el signo de una falta de hogar deseada por Dios. Los tiempos en que los patriarcas se hallaban todavía cercanos a los dioses habían permanecido insertos en el regazo de Babilonia y de Egipto. Las migraciones de 10


Abrahán habían entrado tardíamente en reposo en la tierra de la promesa futura, a medio camino entre Mesopotamia y Egipto. Sólo la vida de Isaac, sobre la que flotaba el hálito del presentimiento profético, tuvo como escenario exclusivo la tierra del Jordán. Jacob, cuando maduró para convertirse en hombre, regresó sólo por un tiempo relativamente corto a la tierra de sus padres y de su juventud. Igual como la de Abrahán, su vida osciló entre Babilonia y Egipto. Los templos a orillas del Tigris y del Éufrates constituyeron el trasfondo de los primeros decenios de su vida, y el mundo de las pirámides y de la esfinge acogió el crepúsculo de su vida. Los doce hijos de Jacob, los padres de las doce tribus, permanecieron muy poco tiempo en la región palestina. Todos ellos, menos uno, habían nacido en Babilonia, y todos ellos, igual que su padre, murieron en Egipto. Una vez nos hemos liberado del hábito mental por el que imaginamos que todos los relatos bíblicos están desprovistos de entorno y son meras imágenes de la vida de pastores nómadas, nuestra mirada podrá libremente penetrar en una captación cada vez más rica y cromática del magnífico entorno de los templos, el verdadero trasfondo históricoreligioso de los primeros libros del Antiguo Testamento. La más exuberante monumentalidad cúltica esconde en su seno el imperceptible germen de un pueblo. Ese es especialmente el caso una vez que ha transcurrido el tiempo de los Patriarcas. Durante cuatrocientos años, desde José a Moisés, es como si el germen de futuros desarrollos se perdiera totalmente en la piedra y en la tierra del reino terrestre que lo cobija en su interior. Luego, súbitamente, emerge la figura de Moisés y reconocemos, gracias a él, que el grupo que era como una familia cuando se había trasladado a Egipto ha crecido hasta convertirse en un gran pueblo. En el momento en que se hace históricamente visible el 11


hecho de que Israel se ha convertido en una nación, se manifiesta también de manera más intensa el destino apátrida de ese pueblo. Egipto había sido un país extranjero amistoso cuando José, uno de los suyos, había llegado a asumir altos cargos en la vida estatal egipcia. Pero ahora, la tierra de los faraones se ha convertido en un territorio ajeno y hostil; la voluntad de poder de los tiranos había convertido a los israelitas en una clase social de esclavos subyugados y despreciados. En la época de Moisés, el propio ser de Egipto ya no es el mismo que 400 años antes. Los sueños del faraón, que José había podido interpretar, no habían sido solamente una visión profética de una hambruna exterior; en ellos se mostraba, al mismo tempo, un agotamiento de la vida espiritual egipcia en su conjunto. Sin embargo, lo que en la época de Moisés se muestra a la mirada exterior parece mostrarse aquí en plena contradicción a esa predicción. En el período en que nació Moisés, el poder del imperio egipcio había crecido sin medida. ¿Acaso las visiones de infortunio que había tenido el faraón en tiempos de José habían sido rebatidas por el curso de la historia? Veamos, en los acontecimientos y figuras más importantes de esos 400 años, cuál fue la transformación que había tenido lugar en Egipto.

1.3. Tutmosis III y la batalla de Megiddo

A mediados del segundo milenio antes de Cristo −se lo suele situar en torno al año 1.479 a.C.−, cuando el pueblo israelita en formación ya había pasado la mitad de su periplo egipcio, tuvo lugar un acontecimiento que conmovió todo el orbe terrestre y que tuvo un significado mucho más 12


decisivo que el que suelen atribuirle los historiadores: la batalla de Megiddo. Tutmosis III, el primer y a su vez más grande conquistador entre los faraones egipcios, puso de rodillas a los ejércitos de Oriente Medio en el valle de Yezreel, que se extiende en Galilea entre el monte Tabor y el monte Carmelo, y que, desde ese momento, sería el campo de batalla de Palestina por antonomasia. No sólo Palestina, sino todas las maduras y sobremaduras regiones culturales de Oriente Medio, incluidas Babilonia y Asiria estuvieron, desde ese momento, sometidas a Egipto. Tenía razón Tutmosis cuando dijo a sus tropas victoriosas después de la batalla: “La conquista de Megiddo significa más que la conquista de mil ciudades”. Surgió así un imperio mundial que reunía en una unidad las regiones que hasta entonces habían sido escenario de grandes culturas y desarrollos espirituales independientes. La visión histórica que se sienta fascinada por el despliegue del poder y el surgimiento de poderosos imperios considerará un acontecimiento como el de la batalla de Megiddo como algo afortunado y portador de progreso, no sólo en la evolución de Egipto, sino también en la humanidad entera. Pero si se contemplan las líneas de los destinos espirituales de la humanidad, se reconoce, en esa batalla y en sus consecuencias, la funesta irrupción de la decadencia en la historia. La aparición del principio de la conquista y el poder implica el fin de la vida espiritual nacida de la sabiduría de la revelación. En Tutmosis III se prolongan los impulsos que ya habían aparecido siglos antes en Mesopotamia, en las figuras de gobernantes babilónicos como Nimrod. Ellos habían provocado ya entonces la renuncia de Abrahán, pues éste estaba intentando una interiorización de la cultura. El ser humano, para quien se va extinguiendo la luminosa esfera de la existencia suprasensible con los dioses, penetra tensamente en el 13


mundo sensorial y agarra todo lo que puede alcanzar. En el gran imperio que se reúne bajo los faraones de la XVIII dinastía, Egipto encuentra un substituto para el reino del espíritu que se va extinguiendo, un reino en el que antaño podía sentirse seguramente conducido. El afán de poder no es otra cosa que miedo reprimido que está causado por la pérdida de la esfera espiritual. En la época anterior a Abrahán, las dos grandes culturas hermanas de Egipto y Babilonia florecieron una al lado de la otra en una genuina espiritualidad. Cada una estaba sostenida por las fuentes de revelación de sus templos y sus centros de Misterios y se beneficiaban mutuamente en sus aspiraciones creativas. Aunque la salida de Abrahán de Caldea ya es un testimonio de la incipiente decadencia de Babilonia, las migraciones de los patriarcas Abrahán y Jacob eran una demostración de la interacción aún fecunda de las fuerzas que se movían entre Babilonia y Egipto. Cuando ahora, los dos reinos hermanos se enfrentan bélicamente con intenciones de conquista, la pérdida del intercambio de fuerzas espirituales es evidente. Perdido el vínculo con los reinos de los dioses, aparecen los mutables lazos políticos de los estados terrestres bajo el liderazgo de quien es más poderoso en cada momento. Y no sólo pierde el vencido, sino también el vencedor. Al tender el lazo del poder de Egipto en torno al oriente, Tutmosis sella la pérdida del derecho a la anterior existencia con los dioses. Aunque la apariencia sensorial quisiera demostrar lo contrario, acaban de convertirse en realidad en el alma y en la esencia de Egipto los sueños de infortunio que había tenido antaño el faraón en el tiempo de José. La batalla de Megiddo fue más que un acontecimiento militar, fue un evento apocalíptico. Significó la interrupción de la continuidad de revelaciones que las grandes culturas del mundo antiguo disfrutaron con las esferas 14


suprasensibles. Con armas terrestres, la humanidad lucha por su salida del reino de la revelación divina. Algún día en el futuro, tendrá que producirse una gran inversión de la batalla de Megiddo: con las armas del espíritu, valientes almas humanas conseguirán un nuevo acceso al mundo suprasensible. La pérdida apocalíptica vinculada a la victoria física de Tutmosis III será compensada por una victoria apocalíptica. Y cuando el vidente del Libro del Apocalipsis de Juan, contempla y describe ese acontecimiento futuro, lo presenta en las imágenes de una batalla, que es el reflejo de la que tuvo lugar en el pasado: la batalla de Armagedón (Apoc. 16, 16), la contra-imagen espiritual de la batalla de Megiddo. El término “Armagedón” no es otra cosa que una variación de “Megiddo”. Moisés creció en un Egipto poderoso por las conquistas de Tutmosis III, pero precipitándose espiritualmente en su decadencia.

1.4. Amenofis IV- Akhenatón

Unos

cien años después de la batalla de Megiddo, asciende al trono faraónico, a la edad de 12 años, una personalidad que como si fuera un símbolo profético, es en cierta manera único en la historia egipcia. Como un huésped proveniente de otra esfera cósmica, vuelve a dejar la Tierra a la edad de treinta años: Amenofis IV, Akhenatón. Es lo más completamente opuesto a Tutmosis III y a todos los restantes conquistadores y déspotas del trono faraónico. Es el primer idealista utópico de la humanidad, un esclarecido oponente a todo afán de poder y a todo uso de la violencia. Vuelve la espalda a la ostentosa residencia real de Tebas y a los templos de Karnak. En lugar de juntarse con los sacerdotes de Tebas y Karnak, corruptos por la politización y con sus dioses de magia negra, se adhiere a la 15


pertenecer al pasado, ahora se están extinguiendo y, si no son transformadas, no pueden ser llevadas al futuro. “El hecho de que Moisés se basaba completamente en una clarividencia antigua, que en él la nueva fuerza intelectual era todavía clarividente, se nos muestra más tarde cuando hay que decidir si realmente él ha de conducir a su pueblo a Palestina. Ese pueblo había de ser conducido como el pueblo que debía fundar la cultura intelectual a través de su constitución sanguínea. Lo que Moisés poseía de clarividencia podía dar el impulso, pero no podía ser en sí mismo esa cultura. Pues esa cultura no debía ser clarividente. Debía aparecer justamente como algo nuevo frente a la antigua clarividencia. Por eso vemos cómo Moisés se sentía llamado a conducir a su pueblo hasta un determinado punto, pero él mismo no podía introducirlos en la nueva tierra”.42 La limitación impuesta al alma de Moisés también podría describirse de la siguiente manera. Él disponía, sobre todo, del don de la visión retrospectiva, la facultad de una profecía inversa, capaz de penetrar en remotos pasados primigenios; no poseía el don de la verdadera premonición profética o visión anticipada, capaz de penetrar en el futuro. La clásica fórmula “Moisés y los profetas” describe la dualidad de la visión espiritual retrospectiva y de la premonición profética y en esa misma medida la unilateralidad del destino de la naturaleza de Moisés. Para poder reconocer a Cristo en la roca del milagro de la fuente, Moisés tendría que haber sido también un representante de la profecía propiamente dicha, pues, en aquel entonces, Cristo era todavía el que vendría en el lejano futuro. Moisés instruye al pueblo sobre el sacrificio anual del cordero. El sacrificio del poder del carnero de Isaac que brillaba en el loto de dos pétalos en la frente humana como último don clarividente, tenía que ser renovado una y otra 178



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