La Universidad, históricamente, ha cumplido una doble función: como
agente de renovación, de cambio, de progreso, y, al mismo tiempo, como
elemento de reacción conservadora, como agente de mantenimiento del
statu quo, o de preservación de privilegios de clase o casta. Este doble papel
de la universidad la convierte en un territorio en disputa, por parte de fuerzas
progresistas y reaccionarias, democráticas y conservadoras; al tiempo
que educa a los hijos de los poderosos, para formarlos como dirigentes en
instituciones prestigiosas; que enseña y reproduce la ideología dominante;
que forma ingenieros, doctores, abogados y economistas que sirven a una
sociedad injusta e inequitativa; la Universidad también puede formar una
masa de intelectuales y profesionales sensibles a los problemas sociales, críticos
de los privilegios de los sectores dominantes, y capaces de formular
soluciones a los problemas nacionales...