ISSN
2322-7842
FACULTAD DE CIENCIAS HUMANAS DIRECCIÓN DE BIENESTAR DIRECCIÓN DE BIENESTAR UNIVERSITARIO ÁREA DE ACOMPAÑAMIENTO INTEGRAL PROGRAMA GESTIÓN DE PROYECTOS
número 2013-I
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FACULTAD DE CIENCIAS HUMANAS DIRECC IÓN DE BIENEST AR DIRECCIÓN DE BIENES TAR UNIV ERSITARIO ÁREA DE ACOMPAÑAMI ENTO INTEGRA L PROGRA MA GESTIÓN DE PROYECTOS
Rector Ignacio Mantilla Prada Vicerrector Sede Bogotá Diego Fernándo Hernández Losada Decano Facultad de Ciencias Humanas Sergio Bolaños Cuéllar Dirección de Bienestar Universitario Oscar Oliveros Garay Directora de Bienestar Facultad de Ciencias Humanas María Elvía Domínguez Blanco
Revista La Ventana / Soluciones imaginarias ISSN 2322 - 7842 http://revistalaventana.blogspot.com laventana_fchbog@unal.edu.co Director Fabián Becerra González Comité editorial Ana Milena Ladino Rojas Angélica Téllez Daniel Mauricio Bohórquez Diego Valbuena Gestión docente Diana Diaconu
Directora Departamento de Literatura Patricia Simonson
Corrección de estilo Carolina Ochoa Gutiérrez
Coordinadora Programa de Gestión de Proyectos Elizabeth Moreno
Colaboración Lorena Méndez Rivera
Coordinadora Grupos Estudiantiles de Trabajo Andrea Fandiño Cardona
Portada Vesania Camilo Tavera Ilustraciones Camilo Tavera Franyel Delgara Diseño y diagramación Nikole Calderón Impresión Gracom Gráficas Comerciales
LA VENTANA / SOLUCIONES IMAGINARIAS es una revista literaria de la Universidad Nacional de Colombia y de los estudiantes vinculados al Colectivo Cultural Gavia. Los textos presentados en la siguiente publicación expresan la opinión de sus respectivos autores y la revista no se compromete directamente con la opinión que estos puedan suscitar.
Índice Fabián Becerra González | Editorial “La locura”
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Edward Iván González Quiñones | Mas bien parezco un loco
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Natanael | Lista de asesinos
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Lord Klisgor | Septenario “Génesis de mi insania”
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Sebastián Rodríguez Cárdenas | Pabellón de reposo # 2
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Fabián Becerra González | El enloquecimiento como esbozo de la modernidad. Paralelo entre Hamlet y Don Quijote de La Mancha
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Paula Andrea Rojas Cifuentes | La dueña
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Álvaro A. Rodríguez S. | Stultifera navis: la locura al margen y la llegada a puerto
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Luis Alfonso Otálora Bonilla | El rey perdido
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Iván Bejarano | El jardín de los sueños colgantes
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Paula Andrea Pinzón Hernández | Ruido, persecución y asilo
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Rolando A. Franco Hernández | Yasunari Kawabata: la literatura que se hace silencio
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Steven Calderón Valles | Andrés Caicedo: 5 meses y 4 días de insensatez
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La Locura Fa b i á n B e ce r ra G o n z á l e z .
La locura, como recurso estético, expone un lienzo ansioso en descifrar los contornos, muchas veces difuminados, que desvían la razón del desquicio. Llámese como se pretenda (demencia, insania, vesania, esquizofrenia, paranoia, alucinación), la locura se presta como vehículo de abstracción para egregios e infames que surcan huella al margen de los linderos del buen juicio y la virtud. Al comprenderse de diversas maneras, su apreciación nunca es unidimensional, varía tanto en significado como en aplicación, siendo tema tentador para autores de todo espacio y tiempo que enmarañan la realidad en ámbitos propios de la ficción. Entendido como un elemento exento a la norma y el deber ser, lo anómalo y enfermizo contiene una relación intrínseca con las letras, bien sea por la brillantez que muchas veces concede la insensatez o por la imperiosa verdad que muchas veces abarcan los desequilibrios de la humanidad arrogada en su raciocinio. También alude al sufrimiento, la pesadumbre y la consternación desenfrenada que trasiega por excelencia esta raza de desafueros y entelequias, que acoge el arte como una de tantas vías de acceso a lo que ilusoriamente la historia no ha podido cobijar, aquello que denominan felicidad. La locura, que en muchos casos adquiere una toma de posición frente al mundo que la contiene, traza universos nutridos por la creatividad de autores insignes que suministran baluartes perennes en manos de lectores ávidos por desempolvar los anaqueles de la desidia, la quietud y la desmemoria. Un trabajo labrado a muchas manos, que da crédito de infinitas sonrisas, angustias y brazos amigos, posibilita concebir la publicación de este número, que deja tras de sí el paso de muchos pioneros que dieron vida al Colectivo Cultural Gavia. En su segundo número, LA VENTANA aborda esta tematica, alumbrada por el tacto de cada ilustrador y autor que da vida a este constructo alimentado por las ansias que los lectores depositan en la totalidad de nuestros infranqueables designios. Sean bienvenidos a estas páginas insanas.
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Más bien parezco un loco Edward Iván González Quiñones* { Estudiante de Antropología. Universidad Nacional de Colombia.} edwardgonzalezquinones@gmail.com
Me dijo, inadvertida, que parezco loco. Sus imágenes son reminiscencias instantáneas. Desconfío de mi memoria; dudo de la realidad que viví junto a ella. Son tormentosas las posibilidades de que haya sido un sueño; un sueño de ensueño, tornándose en pesadilla. La cerveza no es bebida para recordar. Es amarga, al cabo; sabe muy amarga hoy. Suena música que voy programando. Una rocola; decenas de monedas de doscientos para escuchar música de la que quiera, y en los rincones de una cantina se oye despecho, todos diciendo lo mismo. Javier Solís. José Alfredo Jiménez. Chavela Vargas. Vicente Fernández. Julio Jaramillo... Se va oscureciendo y no la dejo de pensar. Temo la llegada de la noche. Todas las canciones parecen ser mi historia, son mis composiciones. Ese bolero es mío... qué importa quién lo haya hecho, es mi historia y es real... Ese bolero es mío, por un derecho casual, porque yo soy el motivo de su tema pasional.1 El aguardiente sería mejor ahora, pero nunca me ha gustado su sabor, prefiero chirrinchi. Sabe dulce, mucho más ardiente. Es traicionero; enloquece. Quema. Revuele los sentimientos. En ese salvaje occidente de Boyacá, tierra del destilado de guarapo, el chirrinchi, pocos lo toman, muchos menos quienes lo admiten. Desconozco la razón por la cual me lo dice. Una tarde, de sol fingido, típico de la capital, Nacho, otrora cuentero, nos contó el cuento de “el amor y la locura”. Ingenuo, muy parecido a los mitos de origen recogidos por los antropólogos entre las mentalidades “infantiles” y “primitivas”, relata un juego 1 En adelante las frases en cursiva indicarán fragmentos de canciones. Evito ponerlas entre comillas porque son mis palabras, del mismo modo en que pueden ser las del lector, o cualquiera que cante como suyas esas letras.
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entre los sentimientos, previo a la creación de los seres humanos, para decidir si serían las virtudes las que predominarían en cada ser, o si, por el contrario, serían los defectos. Juegan a “las escondidas”, como sugiere la locura (muy loca para proponer mediante un juego resolver asuntos trascendentales del destino). Si una virtud fuese la última descubierta, estas serían mayoría en los humanos, de otro modo, los defectos predominarían. Ella misma cuenta y busca; los encuentra a todos menos uno: el amor. La envidia indica su escondite: un
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matorral lleno de espinas. No alcanzaba a verlo y no podía internarse en la enredadera; decide, con un palo, hurgar, pero la detiene un grito espantoso. El amor salió de su escondite, sin ojos, arrebatados por la desesperación de la locura. Le promete, con ese sentimiento de culpa, con las fuerzas únicas de un loco, estar junto al recién cegado por siempre, sirviéndole de lazarillo. De ahí que el amor y la locura lleguen siempre juntos, de la mano, a donde sea que sucedan. Bastó algo de tiempo y vida para entender que, en efecto, así suceden. Unos aventureros apostaron por sostener que los mitos no son cuentos raros, que son “verdad”. Creer en el amor es creer en un ente mítico; un cuento raro dice, además, que va acompañado de la locura. Tan mítico es, que hay quienes luchan contra la corriente pregonando que no creen en él. El amor es un mito... Tú eres mi amor. Tú eres mi mito. Por eso tuve un cuento (raro) contigo. Ella se desvaneció, sin dejar más rastro que mi pena; quise un amor mítico, una locura, locura como la de Felipe Pirela: para vivir contigo eternamente. Y ser uno del otro imprescindible, en la muda elocuencia de los besos. Y tener nuestro amor en lo intangible... Cuando la vida eterna se desprenda y el infinito muera en el olvido, quedará nuestro amor como la ofrenda de dos que aunque pecaron han vivido. Ahora está ausente. -Temo la llegada de la noche. Ya está oscuro, tan sólo la pienso. Como todo, nuestro querer, una víctima de tensiones; nunca hay un estado de perfecto equilibrio, siempre apremia la entropía. Mas bien lo mío fue una utopía. Con candor, el alma entera yo le di, pensando en nuestro idilio consagrar. Sin pensar que ella lo que buscaba en mí, era el amor de loca juventud. Nadie se atreverá jamás a decir que mi querer no fue genuino. La quise desde que la conocí. Pero nadie me llame cobarde, sin saber hasta dónde la quiero. Confieso mi pobre capacidad de confiar. Me aterra depositar mi vida en otra. Me horroriza pensar en un suspiro perpetuo. En otras palabras, tengo miedo de la traición, de la decepción, de su devenir en desconsuelo. Para dejarlo más claro, soy “cerrado”. La apertura es un privilegio, no tanto para los otros como para mí. Es un desahogo. Me aterra depositar mi vida en otra. Pero no menos cierto es que lo necesito. A ella me entregué.
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No soy nada único, igual que tantos, creí invaluable su amistad, sincera y tan saludable para mí. Como los detectives que actúan de inmediato ante un indicio, reprimí cualquier sospecha de “amor”. Fue como contener la tos cuando se pasa saliva sorprendido y se va por el camino viejo. Inútil. Pronto me descubría, esperanzado, jugando, en tímidas avanzadas, a conquistarla. Serían presagios y señales del destino esos rechazos suyos, que supe ignorar “sin agüero”. Y es que las cosas llegan sin avisar. Recíproco intercambio de vivencias mantenían ese cariño; sentimiento genuino, cotidiano hasta en las bromas más sutiles. Cuando fue inevitable captar las migajas que dejaba como pista tras de sí, me percaté de que “me las estaba botando”. Uno juega, inconsciente, a indagar por los sentimientos del otro. Son pistas, por poco trampas, para descifrar un corazón. Se hacía cada vez más claro, era, con cada comentario, más evidente. Qué hacía que acababa de desilusionarme de esa otra que me encantó con su misterio; todo se lo conté, con más bien pocos detalles. Fue momento de la “prueba reina”. Lo recuerdo como anhelándolo, me dijo: “estoy celosa”. Miento si digo que no fue impactante tal confesión de ese sentimiento instintivo, de ese sentimiento premurosamente inmediato en cualquiera. -Debí saberlo desde un principio. Me había jurado no prestarle atención, no insistir en perseguirla entre la niebla, esquivando esa sombra que siempre se interpuso entre ambos. Ya la había llorado, cualquiera sabría identificar esa señal. Siempre ha logrado doblegar mi voluntad. No pude evitarlo. Comenzó por las manos, como inicia cualquier artesanía. No puedo dejar de pensar que resultó ser una cerámica de las que hace doña Rosa en Ráquira y terminan “chitiadas”, se rompen intempestivamente. Veo innecesario negar la “cursilería” que agobia cualquier idilio ¡Te quiero con el alma! Te quiero con ternura, con miedo, con locura. Al parecer, en el amor, ocurre que todo se reduce a una unidad formada por dos. Se crea un individuo a partir de dos. Como en él todo es pura locura, el loco es, además, egocéntrico. Es yo y lo relativo a él; piensa al mundo desde ahí. Las dos partes, egocéntricas, “crecidas” por saberse idolatradas por otra son, sin embargo, solidarias, cuando menos entre ambas. El egoísmo es distinto: no es yo pensando en sí mismo para relacionarse condescendientemente con el mundo,
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sino pensando el mundo en función de yo. Me esfuerzo por no creerte egoísta. Puede que esté condenado a tu egoísmo. Soy víctima de la prisión de tus ojos. Una prisión sin obstrucciones, similar a las colonias carcelarias de principios del siglo XX que condenaban a los reos a vivir en lugares inhóspitos, de los cuales escapar equivalía a morir, a desaparecer interno en la selva. Le dije, y ella estuvo de acuerdo, que su querer era menor al que yo sentía por ella. Qué se puede hacer con el amor... si es cosa de él. En retrospectiva, cuán chistosa me parece la noche en que, de no ser por la iluminación de la nada romántica razón, te dijera “te amo”; fui racional, me contuve. -Tu amor de noche me llegó y un claro día se me fue, maldigo el sol que se llevó tus juramentos y mi fe... La noche me hace al volver enloquecer. Uno es ciego frente a las tragedias. Llegan sin avisar, por sorpresa, y sin compasión. Se cuenta que en Armero nadie esperó la avalancha de la tragedia. Hubo pistas, señales, indicios. Lloviznó ceniza. El mundo “natural” se comportó igual que el cuerpo de un despechado. Primero sensaciones inofensivas, si no ingenuas, causantes incluso de la belleza de las flores y la felicidad de los niños (las insospechadas ceniza y arena blancas). En un parpadear, la avalancha arrasó con todo aquello que se postró a su paso2. Se llevó la vida de una ciudad. Tú te me fuiste; fui incapaz de detenerte. ¿Por qué te fuiste mujer como un sueño fugaz, dejando en todo mi ser una ansiedad pertinaz? Ahora espero en las noches tu regreso, al sitio donde un beso fue chispa de mi fe. La pasamos bueno, hacía ya rato desde la última vez que reí sin motivo. Entregar y recibir es una rutina peligrosa, es complicado reparar en cuánto uno recibe, dar deviene en devolver, y ella daba. Deja que salga la luna... Deja que caiga la noche pa’ que empiece nuestro amor... Yo sé que no hay en el mundo amor como el que me das, y sé que noche con noche va creciendo más y más... Por eso es que ya mi vida, toda te la entrego a ti, tú que me diste en un beso lo que nunca te pedí. La noche tiene pocas estrellas. Y los “te quiero”, cada vez más férreos, murieron en su punto más alto. Murieron en donde germinaron; no lo esperaba. El amor es también un encanto, uno está encantado. Se fue como el encanto de la 2 Cuellar, M. (2011) “Por ti me estoy consumiendo: cuerpo, despecho y brujería en el Norte del Tolima”. Maguaré, vol. 25, N.° 2, pp. 65-68. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia.
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laguna de Ancamáy, o eso dijo don Segundo en la calurosa vereda, ofreciendo guarapo. Anhelo el pasado, sueño en nuestro ayer. ¡Qué efímero! ¡Qué Ausente! ¿Tu ausencia me matará o me dejará así, chiflado? Nada buenas son las opciones que me deja Lavoe. No sé de qué padezco, pero los síntomas están localizados en el corazón, todo en el centro del cuerpo, el alma debe estar allí. Dicen que yo no te conozco, que yo debo estar loco soñando en tu querer. Que me salgo en las noches a llorar mi locura y a contarle a la luna lo que siento por ti. Me tortura su desprecio, su ausencia, es no más que un vacío. Si me llaman “el loco” porque el mundo es así. La verdad sí estoy loco, pero loco por ti. Es una pena profunda.
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Unos cuantos escucharían atentos y entenderían, pocos la comprenden, la comparto con Julio Jaramillo: Loco, dice la gente que estoy loco... no saben que una mujer... mujer maldita y traicionera destrozó mi corazón. Pero qué sabe la gente del dolor que hay en mi alma... si todos tienen su amor; yo no lo tengo, se me lo robó un amigo, me ha traicionado el destino, mala suerte tengo yo. Quién dice que Wilfrido Vargas se volvió loco; el merengue es alegre. De la vida saben sólo los que han sufrido una pena de amor y comprenderán que pueda hablar tanto contigo. Escribo esta conversación textualmente para que me crean. Luna, dime tú si ella me quiere... ¡Ah luna! Nuestra compañera de todas las noches. Ahora que no está me acuerdo bailando con ella, merengue y salsa, pero su sonrisa, encanto y oxígeno, para mí se fue repentinamente. No logré encontrarla de nuevo. Yo perdí, la perdí. Me dijo que así no me quisiera como yo a ella, perdería igual al verme sufrir por su culpa. A todas luces perdí; se equivocó, ella ganó. Lo admito, estoy loco. O mejor, lunático. Me aseguré inquiriendo diccionarios, y sí. Tengo perturbada la razón; mi amor, aún más mi despecho, están exaltados; mis sentimientos por ella son muy intensos, fuera de lo común. Como ya no está la olvido por instantes, pero es la noche el gatillo de mi locura, que es lunática, porque no es continua; porque tú, luna, exhortas mi memoria. Desde que te marchaste dormir casi no puedo, hay noches que despierto con ganas de llorar. Te quiero Te amo Te idolatro. Idolatría, un amor primitivo, el pecado del salvaje; amor indio, irracional. Mi vivir es mítico. El destino es cruel; mala suerte tengo yo. Ya ves que no soporta tu ausencia el corazón. Del amor no se escapa nadie (acaso Sherlock Holmes), debe ser con locura para ser verdadero y quien no lo tiene lo anhela lunático. De la locura, entonces, nadie se salva... No te salves, dice el poeta. Te juro que en mis locos delirios te llamo, parece tenerte de nuevo a mi lado... pero todo es mentira, se destruyó mi sueño, mi único consuelo en las noches es llorar. Huir del mito, de la sociedad, del amor y la locura, es de superhombres. Yo soy corriente, nada especial. Eso que canto lo cantan y lo cantaron muchos, no menos lo cantarán pronto. Quiero creer, empero, que son mis letras inspiradas en ti.
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La luna escala la noche. El trago, dulce y amargo, tenue y ardiente, se extingue. No cesa la reminiscencia, no concluye el querer. Ya no tengo sosiego, siempre estoy intranquilo. Presiento miles cosas que suelen suceder. Más bien parezco un loco, confuso y sin destino. Nunca pensé que tanto se amara a una mujer. Mi voz se pierde entre el llanto. Te amo con locura, tu ausencia me enloquece; la noche me tortura y la luna me consuela. Pero me serena la fortuna de la distancia; el olvido camina junto al tiempo. Ojalá que te vaya bonito. No queda más que esperar, con desesperación. Sueño o pesadilla, confundo entre realidad y quimera. Y sin distinguir entre ellos, el destino es incierto.
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Lista de asesinos Natanael { Seudónimo }
III. y hay que cantar (¡listar! ¡versificar!) los oficios tributarios del averno (infierno tártaro pocilga) las profesiones que parasitan las necrosis las labores simpáticas subsidiarias del subsuelo las faenas afines a los seres sarcófagos las tareas comunes a los espíritus anélidos rastrer y baj | bellac y espant el que maneja la pala o poda el camposanto y el que cosecha feliz las carcasas del forense el que vende motosierras con bombos y platillos y el que ensambla las muelas brillantes que las arman ºasí ganan sus panes tristes los fotógrafos de guerra en su pose triunfal para las premiaciones así se lucran los que aceitan las picanas así epifitan las savias y expanden sus ramales los factótums obsecuentes de las fábricas de sangre rumiantes de los crímenes y las conflagraciones hongos nigérrimos que les nacen a las caras tumefactas tumescentes hinchadas inflamadas
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pues existen (¡existen!) y cunden los que ablandan la carne y los finos filántropos que licuan los cerebros los que alargan en serie los brazos suplicantes los jueces irrestrictos que nutren los cadalsos (pocilgas cementerios) arquitectos panópticos de laws cárceles (jaulas morgues reclusorios) ingenieros concretos y serios como tapias (muros cercas parapetos) los que mezclan las pinturas que adornan los misiles los que doran las palabras de las ejecuciones los que inciensan las caras con óleos sacratísimos los que aceitan los rostros de las extremaunciones que todos son uno en esta tierra apelmazada: aterradores enterradores y carnadas ideólogos en bata ocultos tras las gafas amortajadores de facha endomingada vendedores de sudarios en su basta caterva de impresores de sufragios y amenazas impartiendo anatemas cantando las matanzas (rizas degollinas desmoches asonadas) sin contar listar decir gritar versificar los artífices (artistas) de las leucotomías y los muertos en vida de
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las trepanaciones más los cabeza de coliflor de las lobotomías límbicas con la marca lechosa de la nada en los iris elevados sin amor que sacuda sus redes neuronales canceladas sin luz que penetre su caja craneana saqueada phineas gage sin ánima de los moniz y los freemans friedmaniáticos y hayekosos uribundos y rockefellerinos… anestesiólogos lúbricos para las sedaciones terminales internistas para las depresiones refractarias cerrajeros de toda estimulación cerebral profunda enfermeros de los desahuciados en planilla con agitación motora de componente afectivo ansioso (pésimo funesto deplorable) más todos los que un día serán pasto de mazmorras frenocomios asilos hospicios carcelarios
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dementes de veras por enfermedad difusa de los dos hemisferios dementes de veras por enfermedad difusa de los dos hemisferios dementes de veras por enfermedad difusa de los dos hemisferios (Occidental y Norte) trastornados que viajan por sus limbos sin pasaje obscuros avatares callados del silencio en sus trajes de entes abatidos con sus fachas de espectros anulados pésimos funestos deplorables ya vaciados de la cordura los tuétanos libérrimos ya extirpadas de las gargantas las voces insumisas ya extraídas de la locura la piedra y las palabras ya sorbidos los sueños los sesos y las esas aunque bien se les parecen algunos que andan en dos patas sin lenguaje praxis lexia ni memoria (moira) encarnaciones tibias de la nada mausoleos latientes de sus substancias grises comas irrecuperables osamentas sin causa (lucha querella pelotera) hasta sumar en suma a este sumario ídem (compendio lista sumun o catálogo) los negros tesoros de la pinacoteca del suicidio con su arsenal de sogas abismos barbitúricos o drulas de insomnes y cartas rotundas a jueces antárticos
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con ese amor adolescente por los filos con esa pasión juvenil por la desgracia los gaseados en sus autos sepulcrales los lúgubres callados tasajeados en sus sentinas interiores más los cara de lápida sin móvil afectivo o sonoro colgados de las hipotecas colgados de su incógnita ganchuda sangrantes en sus cuartos faenados tibios tembleques y bovinos como despojos somáticos nerviosos lúgubres silentes obsesos de tan angustiados (taciturnos lúgubres sin nada) pues son legión (o religión) los patetismos las conductas automutilantes las autoflagelaciones mecánicas los monigotes e histriones de lo tétrico sin aliciente inmaterial o corpóreo ya infligida la sombra en los tejidos ya tatuada la caída en la mirada mueca rictus facha niños suicidas con vocación de antorcha banderas llameantes de boca sellada expertos en inmolaciones y estrellones con los ojos ya idos tras el pasamontañas dinamitas juveniles entrenadas bombas humanas moradas de mutismo con el moho del olvido llagándoles las tráqueas.
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“Génesis de mi insania” Lord Klisgor { Seudónimo }
I (Vacío Insondable) Como una imagen de la vida se expande al infinito, nuestros sueños se sumeºrgen en la muerte. Cuando todo estuvo agrietado y destruido se abrieron las puertas dejándonos entrar al jardín de los sueños perdidos. Nadie sabe, nadie recuerda cómo y cuándo los rituales fueron dejados en el olvido. Uno en todos y todos en mí, sueños perdidos.
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II (Manifestación Primigenia) En la oscuridad perdido, con la luz deslumbrado ¿acaso qué son tus ojos? ¿por qué me miras? ¿por qué me tientas? lo acepto, lo sé nuestro amor no fue cosa del pasado hoy es un principio.
III (Antigua Inarmonía) Las estrellas marcharon y todos lloramos, porque no encontramos los signos del retorno. Artemisa se levantó con su arco y dijo: mirad volar mis flechas, ¿acaso no tienen retorno?
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el efecto de mis actos, el amor o la muerte ¿dónde está oculto mi amante? IV (Ritual) Como piedras en la tierra, mis huesos son culpables, mi energía es tormenta del mar, al aire como a la emoción conquisto, mi fuego, mi deseo; ¡mi deseo eres tú!
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Llevemos hasta el final este ritual hecho a nuestros cuerpos y valmas creados. V (Deseo Irracional) Deseo irracional, no por eso menos real; que entre pasarelas de cobre, la plata siempre me deslumbre, porque en ella tu rostro encuentro.
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¿No es mi genio aun fatídico? ¿no es mi mérito aun más grande? soy un animal de lujo. VI (La Piedra Más Justa) Veo la conquista; lamentos y ladridos ¿somos acaso estos seres sin vida y sin expresión? ¡oh, las piedras son hermosas, que de ellas surjan todos los caos!, con gusto aniquilarían la tierra de un suspiro, cual ramera lapidada. Yo no seré un mal huésped y entre todas mis maldades, algún día veras lo bello, viajando entre consuelos de colores. Cómo no sería yo, lo suficientemente justo. condenarme, enloquecerme… pero antes que nada, yo soy quien os bendice. ¿queréis oír más? cómo no sería yo, lo suficientemente justo. VII (¡En Verdad Soy Yo!) Escúchalos a ellos, los hijos de la noche, ¿qué te dicen de mis actos? he retado los abismos, a mowwnstruos he vencido, ahora tengo sus enigmas soy un hombre sublime, tal como se soñaba a mi alrededor mil máscaras.
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En verdad soy yo… cientos de tiempos, cientos de lugares, antiguos signos del pasado, si mi risa y mis pies aun temblaban, hoy tan sólo quiero tornarme aire. En verdad soy yo… el alma de un niño agrietada, la palabra sabia trastornada, un enemigo desposeído de virtud, armonía acribillada como plaga, nada mejor en esta tierra en verdad os aconsejo, soy un animal de lujo, aceptemos el reto con indiferencia y que esto en verdad os importe.
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Pabellón de reposo Sebastián Rodriguez Cárdenas { Estudiante de Derecho. Universidad de Caldas.} sebass_1000@hotmail.com
Tenía una forma particular de desnudarse. Siempre lo hacía por partes, ahora que lo pienso jamás la conocí desnuda por completo, siempre se dejaba algo, el sostén, un liguero, un moño en el cabello, pero nunca llegó a quitarse todo frente a mí. Me perturba demasiado pensar que lo haya hecho con otro, pero eso también me perturba, ahora que lo pienso, porque no llegué a decirle nada mientras estuviera medianamente desnuda, mientras con la ropa sudara y gimiera como una zorra. No debí haber dicho eso, semejante cosa, no soy así en absoluto, es la soledad que te va mitigando hasta hacerte una especie de hombre mediocre, de intento fallido, de dolor de muelas o dolor en la espalda. Uno puede pensar en uno todo el tiempo pero no lo hace, el problema quizás no sea ni siquiera el tiempo, sino más bien el silencio. Uno no puede hablar con uno mismo si todo lo demás le está hablando, si hay alguien exigente como locutor es la persona que es uno que lo conoce de toda la vida y tiene toda la posibilidad de juzgar. Quizás hubo una vez en que se desnudó por completo, pero no lo recuerdo muy bien, me duele la cabeza cuando intento pensarlo. Hace demasiado calor en esta habitación y no sé cuánto llevo aquí plantado. Tenía unos pies preciosos, como acaramelados, y tenía los ojos color violeta, como la miel que cae del cielo, eran tan, tan hermosos. Yo solía decirle tímidamente “te quiero” y ella se quedaba callada con la espalda descubierta y una línea que bajaba hasta el punto exacto donde sabía lanzarse la sábana; ahora que lo pienso nunca supe si me escuchaba, quizás nunca oyó lo que dije porque yo lo decía de
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manera tan, tan delicada, porque ella dormía después de expirar y se veía preciosa envuelta en el sueño y con las manos apretadas bajo su rostro. Nunca dormimos juntos, yo siempre me quedaba despierto diciéndole cosas en voz baja y ella se iba tan pronto despertaba. Ahora que lo pienso nunca supe su nombre real, nos llamábamos cómo creíamos que debíamos llamarnos, era parte de todo, llamarla por su nombre habría sido la muerte, nominarla hubiera sido poseerla y esa idea a ella le revolvía la cabeza. Tengo razones suficientes para pensar que estoy demasiado solo, divago demasiado. También hay razones suficientes para pensar que ella estaba casada, quizás tenía un hijo porque a veces yo le miraba el abdomen como maltratado y ella me miraba autoritaria y me mordía la boca, yo nunca tuve otra opción que obedecer.
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Dolor de cabeza. Ojos cansados. Hay una niebla espesa entre nosotros. Ahora que lo pienso hace mucho que no me veo en un espejo, debo estar irreconocible incluso para mí mismo, además estas batas blancas lo hacen ver a uno como un alma en pena. Tanto silencio. Ella gritaba horriblemente. Llegó el punto en que no supe como callarla, estaba todo tan bien para mí, y las aguas eran cristalinas y ella gritaba como una loca. Nunca le gustó que la besara en el cuello. Cuánta soledad. Quizás desde antes era yo un dolor de muelas o un dolor de espalda. Todavía me duele que me tratara de esa forma. Jamás debió decirme lo que dijo, ¿qué dijo?, cada día pierdo más la noción de sus palabras, sobre todo en un punto intermedio del día en el que el sol entra sin permiso por mi ventana y yo empiezo a girar con el mundo. Giramos a la misma velocidad, él me lo ha dicho. A veces logro distinguir una puerta pero sigo girando. Tantas náuseas. Ojos pesados, muy pesados, tan, tan pesados. Hay una soledad, dos, tres, cuatro, tal vez; he llegado a contar hasta cuatro. Ella gritaba mucho, más de lo que cualquiera podría soportar. “No debiste matarla” me decía yo mismo cada noche, no pude enterrar el cadáver, lo dejé morir en su caída original. Debí haberla desnudado, nadie tenía más derecho que yo a desnudarla, a besarle el cuello, ya no podía gritar. A nadie le hace mal estar de vez en cuando atado. Tanto dolor. Tanto cansancio. Hay un letrero en la puerta: “Cree que mató a una mujer, estadía permanente”. Creo no, estoy segurísimo, como de los ojos color púrpura que me vigilan en las noches. Están todos aquí, estamos todos aquí, lo sé, lo saben, pueden llamarme loco pero esa mujer está muerta; su desaparición, eso sí, no es culpa mía. ¡Puedo jurar que la maté! a veces incluso viene a visitarme, a preguntarme cómo voy, a preguntarme por qué no me mato yo también y les muestro que puedo matar al que se me dé la gana, incluyéndome porque en materia de muertes nunca discrimino; yo siempre le contesto lo mismo, el problema no es “por qué” sino “cómo”.
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El enloquecimiento como esbozo de la modernidad. Paralelo entre Hamlet y don Quijote de La Mancha Fa b i á n B e ce r ra G o n z á l e z { Estudiante de Literatura. Universidad Nacional de Colombia.} fabecerrag@unal.edu.co
¿Qué tienen en común dos obras coetáneas del siglo XVII como Hamlet, de William Shakespeare, y El ingenioso hidalgo don Quijote de La Mancha, de Miguel de Cervantes Saavedra? Indudablemente, las dos piezas se convirtieron en clásicos irrefutables de la literatura universal y uno de los aspectos más importantes es la psicología que contienen sus protagonistas y con ello la importancia del titubeo, el razonamiento, la duda cartesiana en el sentido más preciso de la palabra que sin duda renueva los géneros; la novela cervantina al tomar elementos de fuerza teatral y la dramaturgia shakespeareana al adjudicar a sus personajes elementos de consciencia individual, algo notable e imprescindible en la novela de la modernidad. Por tanto, el enloquecimiento de ambos personajes, real en el caso del Quijote, fingido en el de Hamlet, es un elemento que bien vale la
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pena tener en cuenta en el presente texto, al abordar este aspecto a través de su importancia en tanto cuestionamiento propio de las sociedades modernas, es decir, a partir de la importancia de la duda y verificación como punto de partida de Occidente para sostener sus pautas a lo largo de la modernidad
Aspectos importantes en los protagonistas de las obras En Hamlet y Don Quijote de La Mancha, la locura adquiere un sentido pragmático, pues muestra un sujeto que cuestiona su entorno y contexto haciendo frente a las implicaciones represivas de los mismos. Esto en términos de Lucien Goldmann nos lleva a pensar en la figura del héroe problemático y de novela en general, pues existen dos degradaciones; por una parte el héroe
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y por la otra el mundo en que se halla inserto. Si bien es cierto que Hamlet es una obra teatral en ella se hallan aspectos propios de la novela, pues el protagonista participa de un mundo insuperable y entra en conflicto con éste, Don Quijote, por su parte, se da el gusto de pensar de una forma racional dentro de la personalidad que ha adoptado, la de caballero andante, emulando las gestas de los libros de caballerías. Para Goldmann, el héroe problemático lo es en tanto sea loco o criminal, en tanto siempre luche, resista, se cuestione y no se entregue a las limitaciones del mundo, ya que si lo hace deja de ser problemático. En ambas obras se ve cómo la locura se sirve como instrumento de sus protagonistas para emprender una búsqueda inadecuada y por tanto inauténtica de valores auténticos en un mundo de conformismos y convención. El héroe ejerce una actividad con una consciencia excesivamente estrecha respecto a la complejidad de su mundo, ese ejercicio lo asume Hamlet al fingir locura como medio para desenmascarar a Claudio como asesino de su padre, mientras que don Quijote en realidad enloquece y hace de esto un mecanismo para plasmar la idealización de un mundo perdido que en el plano real no existe. El uno siente cobardía y el otro vive una valentía obcecada. El mundo degradado buscará cercenar la locura de ambos sujetos y con esto negarlos, pues a Hamlet lo envían a Inglaterra y a don Quijote lo devuelven a su casa, la del sujeto real, Alonso Quijano. El aspecto de la locura también puede verse de interesante forma en los papeles de Ofelia y Sancho Panza. Ella enloquece sin saber ciertamente si es por culpa de la desidia de Hamlet o por la muerte de sus padres y curiosamente contrastará con el protagonista, pues esa locura al ser auténtica la lleva a la felicidad (en el caso del Quijote al convencimiento), mientras que su amado cae en desespero al vivir una demencia irreal. Por su parte, Sancho Panza, si bien no está loco, adquiere importancia al tratarse de un personaje que se deja conducir por la locura de su amo. Inicialmente es un sujeto que asume irrefutablemente los convencionalismos del mundo pero luego los cuestiona al creer en las ilusiones tejidas por don Quijote, en una relación casi didáctica donde el amo ilustra a su siervo en temas de alta erudición y de la misma manera el siervo instruye al amo en aspectos prácticos de la vida cotidiana. Como puede verse, en ambas obras pareciera que la locura se sirviera como un instrumento que permite alivianar cargas y sobrellevar penas.
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Ahora ¿qué importancia tiene el aspecto psíquico de los personajes en la configuración de la mentalidad moderna? Cuando se habla de modernidad se hace referencia a un sujeto racional que se comporta de acuerdo a los arbitrios de la sociedad occidental. Ésta nace epistemológicamente con los preceptos de Descartes y tiene continuidad bajo el imperativo categórico en Kant, la progresión ascendente en Hegel y las relaciones sociales a través de la lucha de clases en Marx. Sin embargo, todas estas posturas serían criticadas posteriormente, pues se tenía en cuenta un sujeto que entraba a ser tan sólo un elemento más en los estamentos estructurales o que era desconocido al comprender la masa como un todo. El principal detractor de estos cimientos sería Sigmund Freud, quien pondría sobre la mesa la importancia de las fuerzas irracionales y el inconsciente en las dinámicas de relación social. Los mismos psicoanalistas habrían de reconocer en ese sentido que obras como Hamlet y Don Quijote de La Mancha serían de alguna manera pioneras en este tipo de planteamientos, ya que encontramos por ejemplo cómo el protagonista de la obra shakespeareana moldea el carácter trágico al cuestionar la legitimidad de su venganza sobre sus principios morales. En este punto, el dilema de asesinar a Claudio esboza las fuerzas intrínsecas no sólo de Hamlet en tanto sujeto sino de un ser humano que puede revertir el establecimiento, algo que será muy usual a lo largo de la modernidad en la consciencia individual de varios estamentos sociales. Se encuentra entonces un paralelismo entre Hamlet y Don Quijote de La Mancha al ver cómo la locura entra a ser un elemento sumamente determinante, no sólo en las acepciones personales de sus principales personajes sino además en cómo ésta configura una concepción de mundo propio de la época, tanto en España como en Inglaterra, lo cual hace que los dos libros sean referentes innegables de la más alta literatura del siglo XVII. En este orden de ideas podría asumirse que la intencionalidad de Shakespeare y Cervantes radica en la necesidad de establecer una crítica. Sus protagonistas no son precisamente los locos de la apenas embrionaria modernidad, por el contrario, las acciones de ambos permiten cuestionar la vesania y desentendimiento de un mundo en decadencia, especialmente en la España cervantina que ya vivía su caída imperial.
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Algunos aspectos históricos. Destino y subjetividad en Shakespeare Cervantes
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Hablar de la época de Shakespeare y Cervantes conlleva referirse a álgidos puntos de transición histórica en sus respectivos países, así como a transformaciones determinantes en el plano del pensamiento occidental, más si se tiene en cuenta que el siglo XVII, recordado por muchos como el de la ciencia, abriría nuevas perspectivas epistemológicas que darían crédito al método hipotético-deductivo y con él al racionalismo. Shakespeare desenvuelve su obra en un tiempo de esplendor para Inglaterra en las áreas política y literaria tras la grandiosidad que vino con el reinado de Isabel I (1559-1603), quien erige el país en fuerte potencia y consolida una supremacía en el escenario europeo. En ese ambiente, el teatro isabelino se mostró como un género que daba importancia a las experiencias históricas del pueblo inglés aunado a una exquisita renovación del lenguaje, al igual que el nacimiento de nuevas formas de representación y acogimiento de las obras en el público. Por su parte, tras muchos años de glorioso imperio, la España de Cervantes afronta una época de declive en los campos social, político y económico que trastoca su población. Es así como se evidenciará una constante tensión entre lo tradicional y el despunte de la modernidad. Es importante entonces clarificar cuáles fueron las renovaciones que ambos autores gestaron en sus obras. La tragedia clásica, en tanto género, cuando hace su aparición se enmarca en aspectos históricos que afianzan la individualidad de sus personajes, haciéndose necesaria la presencia de un héroe o heroína que se enfrente a una situación que lo lleve a romper con los valores absolutos de su mundo mediante una toma de consciencia que desenlaza en un final trágico. La existencia de ese universo trágico impide que el final se preste para que haya una proyección al futuro. Sin embargo, Hamlet y la obra shakespeareana en su conjunto se consideran anticlásicos en el sentido de que el final no concluye de forma cerrada y esto puede verse en la figura de Fortimbrás, ya que pese al funesto desenlace de la gran mayoría de personajes él de alguna manera deja la puerta abierta al futuro en el final. Además, otro elemento distintivo de Shakespeare respecto a la tragedia clásica radica en la indecisión que Hamlet tiene ante el dilema de matar a Claudio, por tanto no hay una búsqueda imperiosa por romper a toda costa con los valores absolutos de su mundo. En el caso del Quijote, en España se manifiesta una consciencia de crisis que se da en conso-
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nancia a la transición del Renacimiento al Barroco, período que concibe nuevas maneras de percibir la realidad social planteando expectativas de cambio a través de procedimientos irreales. Cervantes expone un barroco exacerbado en la intransigencia de don Quijote mediante el recurso técnico de la locura. Los delirios de don Quijote permiten que tergiverse la realidad para de esta manera dar vida a un mundo ficcional: el universo quijotesco, posibilitado al superponer la estructura del mundo caballeresco. Un mundo relacionado con la imaginación, la utopía y la ensoñación de un hombre benévolo nacido para “desfacer entuertos, socorrer doncellas y ayudar a los menesterosos.” El aspecto de la subjetividad es algo verdaderamente característico en las dos obras. En suma, el individuo moderno es aquel hombre que tiene la convicción de dominar el fatum, su destino, y para lograrlo debe tener una arraigada posesión de su ser. Hamlet y don Quijote quieren ser reconocidos por sus grandes hazañas, en ambos existe una constante angustia por la trascendencia de su historia. Hamlet, simulando locura, se ve impelido a tomar una decisión no sólo en función de vengar a su padre, también en él está la represalia por la usurpación del trono que por derecho le es heredado, es decir, está implícito el carácter de la gloria que confiere la corona, es también su prestigio el que está en juego y prueba de ello se da en la petición que hace a Horacio instantes antes de su muerte, encomendándole que narre a los vivos el legado de sus proezas como si acaso fuera un héroe. “Ser o no ser” contiene la disyuntiva respecto a hacerse dueño de su destino, sin embargo, no tomar ninguna decisión es lo que le impide trascender, lo que no le deja adquirir posesión de su ser. Don Quijote, traza la necesidad de ostentar un universo imaginativo que lo lleva a querer hacerse caballero andante, logrando generar en Sancho la convicción de cuán pertinente se hace para los hombres otorgar mérito a la imaginación y creatividad de cara a la impositiva realidad. He ahí el valor de la obra, pues la necesidad de poseer el ser cuestiona el mundo de la realidad deductiva, racionalista, conferida a Alonso Quijano en la lucidez de sus últimos días de vida, el pretendido dominio del fatum permite creerse accesible en el escenario de lo ilusorio: la locura. Fingida por Hamlet, príncipe de Dinamarca. Vívida en el Quijote, ingenioso hidalgo de La Mancha.
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La dueña Paula Andrea Rojas Cifuentes { Estudiante de Licenciatura en Educacion Básica con Énfasis en Humanidades y Lengua Castellana. Universidad Distrital Francisco José de Caldas.} paureds5@hotmail.com
Hace poco encontré una de sus cartas, la escribió durante su estadía en el manicomio, jamás la contesté, y ahora es tarde para hacerlo, estoy seguro de que cumplió con su promesa; ahora, debe ser ella quien está esperando mi respuesta para seducirme y confundirme, no respondo porque sé que puede lograrlo, sé que mis manos se pueden extraviar entre la idea de que es la misma cintura que bailaba esquizofrénicamente The Mars Volta, y que serán los mismos ojos que amaban las pinturas de Mark Ryden, esas donde siempre había sangre, Lincoln y abejas, chicas hermosas como ella, chicas que se le robaron el cuerpo e hicieron de ella un retrato del pasado... la carta decía así: “Cariño: Su voz es tenue cuando habla conmigo, al hablar con los demás grita para que la entiendan, más cuando se tratan de los malditos enfermeros, lo hace para que un poco de las letras que está pronunciando penetren sus miradas, sus oídos y seguro sus recuerdos; su perfume algunas veces es agrio y otras dulce, pero siempre codiciable como sus manos llenas de quemaduras de cigarrillo y grietas del tiempo sin mí... me gusta cuando me cuenta sus sueños, pero la detesto cuando me cuenta cómo quiere lograrlos, odio como empieza a arañarse las piernas, a torcerse el cuello para que así tal vez la refundan con otro ansiolítico y no pueda contestarme cuando le pregunto: ¿Cómo vas a salir de aquí? A veces me responde algo sobre un revólver, relacionado con sexo de metal –tan insensible y maleable cuando derrite la base de lo que somos– y con algún ayudante de este lugar para
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que la deje escapar. Lo que ella a veces olvida o al menos actúa como si lo hiciera, es que en esos momentos de depravación me buscan a mí, me buscan para encerrarme en un laberinto de lágrimas, me buscan para desfigurar mi carne, para fundir mis metales y deformarlos tanto que logren inyectárselo a ella entre las venas… ella me dice que le gusta cuando hacen eso, porque la hacen sentir más fuerte, con alma de acero, entonces, yo sólo logro callar y seguir regalándole a dosis lo poco que queda de mí. A ella le encanta caminar sobre el pasto, extraña hacerlo desnuda, dice que le gusta porque siente cómo las venas de las piernas y las manos se le conectan a la tierra por medio de los cables de la yerba, que se le enchufan del mismo color de sus ojos, sus ojos muertos de tanto volar y caerse, sus ojos mojados y resecos de tanta sal que le quedaron de mares de lágrimas; ella, ella tan libre y encerrada, tan surreal y despierta, tan mía y extraña a mí. Conserva la cintura de cuando vivíamos juntas en el mismo hogar y no se había tomado todo el espacio, cintura perdida por el ritmo, cintura que la puso a danzar sobre caminos de neuronas, conduciéndola sin remedio a un desorden que nos separó y además ahora nos tiene acá encerradas, en esta desolada habitación blanca, donde pretenden prestarnos colores para que nos expresemos y no entienden que no nos expresamos para que ellos nos entiendan, sino porque nos nace hacerlo, por eso no usamos sus colores, nos sobran los nuestros. Tiene hermosos ojos grandes, olivos brillando para el sol, burbujas de jabón que toman color de camaleón cuando sonríe... esos ojos a los que tanto temo, les temo porque es mi manera más directa de encontrarme con ella, en la que no puedo huir de la certeza de que nos pertenecemos, así seamos tan distintas, así yo sólo sirva como su esclava en este puto manicomio, así ella se haya apoderado de todo, así muchas veces me abandone entre sus desórdenes, y así para ella mi opinión sea vana cuando hablamos de nosotras, donde esa opinión sólo vale acá, cuando ella duerme de tanto mareo, cuando frente a la máquina soy yo quien es funcional... cuando confieso que lo que más temo de sus ojos es encontrármelos en el espejo y no lograr cerrarlos porque ella es quien tiene poder en mi cuerpo. Prometo, cariño, que no interrumpiré más, que el espejo ahora sólo pertenece a ella y lo que queda de la cintura que yo hacía tuya. Un beso de esos que tanto te gustaban los domingos en la mañana
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mientras escuchábamos The Velvet Underground, un beso de esos que sólo tú podías tatuarme en la lengua”. Nunca supe si padecía de mitomanía, ninfomanía o de personalidad múltiple, sólo sé que cuando la sangre manchó mis manos supe que mi chica no era quien había intentado romper el espejo y desgarrarse el abdomen –razón por la que debí internarla–, y sé que si la veo me enamoraré de esa desconocida con el cuerpo de mi amada.
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Stultifera Navis: La locura al margen y la llegada a puerto Álvaro A. Rodríguez S. { Profesional en Estudios Litearios. Universidad Nacional de Colombia.} correocoyotl@yahoo.com
El siguiente texto presenta y comenta el primer capítulo del libro de Michel Foucault Historia de la locura en la época clásica3. Dicho capítulo se titula “Stultifera navis” y, como veremos, hace referencia a la aparición de la locura en la sociedad de la Baja Edad Media y del Renacimiento. Cuando el autor propone que la locura como fenómeno social sólo hizo su aparición en la historia de Occidente hasta la Baja Edad Media (siglos XIII y XIV), surge la pregunta acerca de la existencia de locos antes de esa época. Con seguridad existieron, es más, como el mismo Foucault lo dice, la locura hace parte fundamental e inseparable de la razón, pero es posible que antes de la Edad Media la sociedad no asumiera la locura como un mal, una enfermedad o incluso un pecado, y por lo tanto pasara inadvertida. Pensemos, por ejemplo, en los que subían a un pedestal como símbolo del alejamiento del mundo y desde allí reflexionaban sobre el ser, el universo y otras cosas más. Ellos vivían de lo que los habitantes de la ciudad les hacían llegar. Eran parte de la 3 Foucault, Michel. Historia de la locura en la época clásica (Tomo I). Bogotá, Fondo de Cultura Económica, 2002.
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sociedad, eran aceptados. Recordemos también a Diógenes “el perro”, padre de la escuela de los cínicos. La bella leyenda de Diógenes y Alejandro Magno, cuando el gran señor y emperador de Oriente y Occidente llega hasta él, se presenta, su enorme sombra cubre al filósofo, y le dice que le pida lo que desee, que la fama de Diógenes es grande y que el Magno quiere regalarle algo. “Qué quieres”, le dice Alejandro, y Diógenes desde su barril que tiene como casa, le contesta: “Quítate de mi sol”. Estos pensadores de la Grecia clásica, que podríamos llamar locos, eran aceptados por su comunidad y valorados desde la diferencia; al menos eso es lo que nos deja suponer la historia. Pero al finalizar la Baja Edad Media (siglo XV) algo cambia, y el loco empieza a ser visto de una manera nueva y diferente. Preguntémonos: ¿qué pasa en ese momento de la historia en Europa? Lo primero es la consolidación de la Iglesia Católica como poderosa institución reguladora de las conductas sociales. Lo segundo podría ser el afianzamiento de la burguesía y con ella la expansión territorial de la urbe. ¿Qué más? La recuperación de un azote que acabó con más de la mitad de la población europea: la peste negra. Se acaba la peste y se acaba poco a poco la lepra como terror social. Lo primero que nos muestra Foucault en su libro es un recuento de cómo las instituciones encargadas de atender y aislar a los enfermos de lepra se van quedando vacías, cómo los habitantes celebran esta liberación: “…en 1635 los habitantes de Reims hacen una procesión solemne para dar gracias a Dios por haber librado a la ciudad de aquel azote [la lepra]” (p. 14). Después Foucault nos explica cómo el espacio que deja la lepra en el imaginario socio-cultural es ocupado por la locura. Surgen unos nuevos extraños, unos nuevos distintos, unos nuevos enfermos del espíritu (esta es una actitud claramente religiosa y medieval) más no del cuerpo. Los locos alcanzarán a recibir un trato especial si son conocidos por la comunidad o si son considerados no peligrosos. A ellos se les permite vagar por la ciudad. Los otros, los locos ajenos o peligrosos ocupan los hospitales que antes fueron para servicio de los leprosos, y poco a poco van adquiriendo las mismas connotaciones sociales y culturales que aquellos. Para el otro grupo, para los extraños, peligrosos o extranjeros, para los que la comunidad no acoge ni siquiera en los hospitales, se crea una embarcación que recorrerá los ríos europeos. Esta es la barca de los locos, la stultifera navis,
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que se irá convirtiendo en un símbolo cultural de la nueva Europa que deja atrás el medioevo, un símbolo de la presencia de la razón entre los hombres. Las obras de Bosco y Brueghel recrean la unión entre la fiesta y la danza de los locos, en palabras de Foucault: “… cuán cierto es que, desde el siglo XV, el rostro de la locura ha perseguido la imaginación del hombre occidental” (p. 30)4. Foucault analiza las razones de la barca de los locos, el por qué de este espacio y no otro cualquiera para albergarlos y alojarlos. Nos explica: “El agua purifica a los locos en su nave y se instaura como símbolo del devenir y destino propio. Hacia el otro mundo es adonde parte el loco en su loca barquilla; es del otro mundo de donde viene cuando desembarca” (p. 25). Vemos pues que una creencia de origen mágico es la que sustenta la stultifera navis: al poner a los locos en el agua se les aleja del origen de su mal y se les acerca al elemento que puede “sanarlos”: “El agua y la navegación tienen por cierto este papel. Encerrado en el navío de donde no se puede escapar, el loco es entregado al río de los mil brazos, al mar de mil caminos, a esa gran incertidumbre exterior a todo” (p. 26). Así, poco a poco, se va construyendo el imaginario social sobre la locura entre los siglos XVI y XVII: “…la locura es como una manifestación, en el hombre, de un elemento oscuro y acuático, sombrío desorden, caos en movimiento, germen y muerte de todas las cosas, que se opone a la estabilidad luminosa y adulta del espíritu [Foucault comentando las ideas de Heinroth]” (p. 27). Y como resultado de esta inserción de la locura en las reflexiones sociales y culturales de la época, la literatura y en general las artes hacen uso de esta temática en sus creaciones: “En la Baja Edad Media y el Renacimiento surge en la literatura el personaje del ‘loco’, ‘necio’ o ‘bobo’ como el poseedor de la verdad, el que sabe algo que los otros no” (p. 28). Foucault también nos habla de las marcadas diferencias entre el hombre medieval y el hombre renacentista, y de cómo la locura se convierte lentamente en ese punto de fuga de lo establecido, de lo adecuado, espacio que había sido 4 Las obras pictóricas son en orden de aparición: a) Dulle Griet (1562) Pieter Bruegel, El Viejo. Óleo sobre tabla. b) Los cuatro jinetes (serie El Apocalipsis) (1496-1498) Alberto Durero. Grabado en madera.
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ocupado antes por el pecado: “…los fantasmas de su locura tienen, para el hombre del siglo XV, mayor poder de atracción que la deseable realidad de la carne” (p. 37). Ese movimiento de traslación simbólica continúa hasta que el loco pasa de ser un enfermo social a una figura poderosa, temible y llena de valiosos misterios; en otras palabras, se revalora el sentido de la locura y se convierte en algo “metafísico”: “En tanto que el hombre razonable y prudente no percibe sino figuras fragmentarias –por lo mismo más inquietantes–, el loco abarca todo en una esfera más intacta: esta bola de cristal, que para todos nosotros está vacía, está, en sus ojos, llena de un espeso e invisible saber…” (p. 39) Estamos ya en el surgimiento histórico de una nueva orientación en el pensamiento: la lógica dialéctica que tuvo nacimiento en el siglo VI a.C. con Parménides y que en la Baja Edad Media toma la forma de la razón como eje de la existencia y como parámetro de organización social. Así pues, la locura ya no estará nunca más sola, ya no será lanzada a un interminable viaje por ríos y mares; ahora la locura es la hermana de la razón y como tal estará en los mismos lugares que esta ocupe. Cada vez que se hable de la razón, no se podrá dejar de hablar de la locura: “A partir del siglo XVI la locura se convierte en una forma relativa de la razón […] la locura tiene su razón, la cual la juzga y la domina, y toda razón su locura, en la cual se encuentra su verdad irrisoria” (p. 53). ¿Es esta una dualidad debida al fortalecimiento del pensamiento dialéctico? Sin embargo, en el siglo XVI la locura también es el momento de la liberación mística, la cercanía a Dios; el abandono de todo lo terrenal y lógico: “…la locura se convierte en una de las formas mismas de la razón […] la locura no conserva sentido y valor más que en el cuerpo mismo de la razón” (p. 58). Es así como encontramos a un ser humano en conflicto con su naturaleza, que empieza a distanciarse de lo que la sociedad establece como lo normal, lo razonable y lo adecuado, que encuentra que las propuestas de la sociedad no lo alivian, y que debe buscar el sentido propio en otro lugar, quizá en la locura misma, pues ya ha visto que en ella hay una verdad mucho más vital que la que se encuentra en la razón. Foucault nos explica cómo la conciencia de la ruptura con la razón del siglo XV es un eco de lo acontecido en la Grecia Antigua; nos cuenta cómo este loco entra en comunicación con los héroes
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trágicos griegos, con Edipo, con Prometeo, con Antígona. Pero, atención, este ser del siglo XV está incompleto, ve a los héroes trágicos griegos desde lejos, y estos a su vez le devuelven la mirada con cierta extrañeza, notan en él rasgos familiares pero lo saben distinto; esto sucede porque mientras los héroes trágicos griegos poseen una experiencia trágica de la locura, una fuerza espiritual poderosa, a los locos del Renacimiento, los nuevos seres trágicos, sólo les queda una conciencia crítica de su estado. La conciencia crítica, dice Foucault, es pobre frente a la experiencia trágica, es incompleta. Esto lo sabían los pensadores de los siglos XVI y XVII, y para defenderse ante el caos de la experiencia trágica de la locura, aceptan sólo su lado crítico, el lado que se puede racionalizar, sobre el que se puede reflexionar; Foucault afirma: “Este enfrentamiento de la conciencia crítica y la experiencia trágica anima todo lo que ha podido ser conocido de la locura y formulado sobre ella a principios del Renacimiento. Empero se esfumará pronto, y esta gran estructura […] tan bien delineada a principios del siglo XVI, habrá desaparecido, o casi, menos de cien años después” (p. 50); y más adelante: “…la conciencia crítica de la locura se ha encontrado cada vez más en relieve, mientras sus figuras trágicas entraban progresivamente en la sombra […] La experiencia trágica y cósmica de la locura se ha encontrado disfrazada por los privilegios exclusivos de una conciencia crítica” (pp. 50-51). De ahí que la filosofía de la época, siempre desde su visión de mundo, se interese por la locura como forma de verdad; al respecto, Foucault comenta a Erasmo de Rotterdam y su Elogio de la locura. Foucault ve en la obra de Erasmo y otros filósofos de la época una discriminación entre la locura “bestial” (la experiencia trágica) y la locura hermana de la razón (la conciencia crítica), una exaltación de aquellos que se apartan de las costumbres y las normas establecidas para reflexionar sobre el mundo desde otra óptica: “…la razón, allí donde puede alcanzar sus cumbres, está infinitamente cerca de la locura más profunda” (p. 60); los “locos pensadores”, por llamarlos de algún modo, serán los privilegiados de la razón y al mismo tiempo los condenados por el saber (a la manera del pensamiento mítico). Los otros son los desgraciados, los perdidos, los “locos sin razón”: “Tal es la peor locura del hombre: no reconocer la miseria en que está encerrado, la flaqueza que le impide acercarse a la verdad y al bien, no saber qué parte de la locura es la suya” (p. 58).
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Aquí una visión, un imaginario apocalíptico de la época: ante el tema de los “jinetes del fin”, el pintor Durero los asocia con el caos, con la locura. Dice Foucault al respecto: “El fin no tiene valor de tránsito o promesa; es la llegada de una noche que devora la vieja razón del mundo. Es suficiente mirar a los caballeros del Apocalipsis de Durero, enviado por Dios mismo: no son los ángeles del Triunfo y de la reconciliación, ni los heraldos de la justicia serena; son los guerreros desmelenados de la loca venganza. El mundo zozobra en el Furor universal. La victoria no es ni de Dios no del Diablo; es de la Locura” (pp. 40- 41).
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Este es el panorama que Foucault nos brinda en el primer capítulo de su trabajo sobre la locura. Lo cierra con la imagen de un loco social, bien recibido en las reuniones gracias a su hilaridad, a su voz irrespetuosa y franca, y a su carácter pacífico. Quedat por ver si esta acogida es más destructiva para el individuo escindido de su contexto que las barcas de los locos de los siglos XV y XVI.
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El rey perdido Luis Alfonso Otálora Bonilla { Filósofo. Universidad Nacional de Colombia } obonill@gmail.com
El rey camina lento por la calle quebrada su cabeza, sus ojos, pareciera que apuntan hacia el cielo uno blanco arruinado, el otro como si adivinara los cuerpos que la luz toca, hiere. Un manto, imperial túnica, arrastra barre el andén
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la mano descompuesta es un esmerado botón de rica joya que lo prensa en el cuello o si no caería lento como la sábana que se orea al sol en la cuerda cuando el viento la arranca pero esta colcha oscura no ondularía porque la mugre pesa más que las ondas juguetonas. La otra mano en la cintura asiendo el pantalón tres tallas más grande. Torpe es el paso porque torpes son estos zapatos hechos para otros pies que aspiran otros destinos. Las enloquecidas mentes de la prisa no lo miran pero saben que ahí está, que pasa, saben que una cerda desnuda continuará el desfile y que la cabeza extraviada es capaz de transformar el hambre en carcajadas equívocas. No lo capturarán los ondulantes versos de la lírica sino el sonido bronco de palabras abyectas, subterráneas. Pero hay cabezas alegres que quieren salir de aquí, que vislumbran valles y cuerpos desnudos y normas estranguladas, que cantan y aman y escriben frases en el viento. Pero este tiempo es una máquina de la industria cruel de producir dementes. No te fíes de este tiempo. No pienses que te soportará generoso y paciente. Todo lo cobra y a todo condena pues este tiempo es un ingenio doloso de fabricar dementes, reyes perdidos que luego él mismo vomita en una calle sucia y olvida, siempre olvida.
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El jardín de los sueños colgantes Iván Bejarano { Licenciado en Educación Básica con Énfasis en Ciencias Sociales. Universidad Distrtital Francisco José de Caldas.} correocoyotl@yahoo.com
El concierto fue increíble y me hizo volver a la escena a lo grande —pero estaba acojonado, moviéndome en el escenario delante de 60.000 personas. Para mí fue muy emotivo volver, y esperaba que la gente no mirara a la silla y pensara ‘pobre Jeff’. Jeff Becerra Lunes 3 de septiembre: –Nadie sabe lo duro que es andar en una silla de ruedas a los 24 años. Nadie alcanza a comprenderlo. Piensas a veces que estás acabado. Tal vez sí lo estés. »Desde el día del accidente… bueno… crimen –¡ajk! aunque no quiero recordar nada de aquello–… pero pues bueno, desde aquel día comenzaron los sueños. Creo que fue en el mismo hospital que empezaron. Si no estoy mal, aquellas formas aparecieron el día que desperté... De hecho no, mientras estuve todos esos días inconsciente, vi muchas cosas, o sentí, no sé. Me fui para muchos lados del mundo. Era como si viajara a través de mil túneles de luz iridiscente. Veía formas inexplicables. Hasta que me despertaron los teléfonos que se oían a lo lejos, el altoparlante llamando al doctor Becerra. Y fue cuando comprendí todo. »En el momento en que empezaron los sueños también comencé a pintar. Recuerdo que apenas llegué de nuevo a mi apartamento, después de dejar ese maldito hospital, mandé a comprar algunos bastidores. Fue una manera de sa-
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carme el karma, por lo menos, de olvidar toda esa mierda que había sucedido. Al principio me pintaba yo misma. Desnuda. No sé por qué… así me soñaba. Las atmósferas eran algo avinagradas, sórdidas, tal cual aparecían en mis sueños. Nunca antes había pintado. »La mordacidad nauseabunda y la lontananza procaz se dibujaban cuadro a cuadro que se iba arrumando en el cuarto. »Luego empezó a aparecer él en los sueños. Se me hacía extraño que después del accidente, y de su muerte, me abandonara en mi inconsciente. O tal vez era mi inconsciente que lo había abandonado. Era confuso.
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Viernes 7 de septiembre. (Era hermosa, bellamente hermosa): –Aquel perfume que provenía de la música estimulaba mis sentidos. »Sonó el teléfono. Sí, ahí fue cuando sonó el teléfono. Ni siquiera supe quién era. Ni contesté. Al bajar las manos para agarrar la rueda de la silla e impulsarme, sin darme cuenta, rasgué mi mano –me mostró el revés de su mano–. Lancé un alarido iracundo y la sangre empezó a manar, dejando un charco en el suelo. »Encendí un cigarrillo y maldije mi puta suerte. El hado que me acompañaba era pérfido y cojo, padecía tal vez subdesarrollo óseo. Apagué la colilla en el charco de sangre, luego la arrojé hacia el lienzo. Miré hacia fuera, al jardín. Suspiré. Observé de nuevo el lienzo y vi cómo se salpicó de pequeñas gotitas carmesí. De pronto una ira, algo malévola, se despertó y entonces agarré el pincel, empapé la punta en la sangre y empecé a dar rienda suelta a mi imaginación. Viernes 14 de septiembre. (Hablaba como para sí): –El estentóreo clamor de tus besos. Aquellos besos que me dabas en la boca y atraían de mi alma el más placentero éxtasis que estallaba como magma incandescente, exultante. Nunca supo por qué su búsqueda era subir peldaños hacia la locura. ¿O descenderlos? ¿Era eso? »No sé si la locura me iba a llevar a eso. No sabía si la locura era amar y odiar, o sentir las cosas al mismo, tiempo. ¿Sí? Al parecer no es posible saberlo. Y ¿de qué manera encontraría esa lluvia silenciosa? No es posible, cortaría todas las gotas de lluvia con estas tijeras, con estas tijeras que abro y cierro en este momento. »Aquella noche, el sueño fue extraño. Me desconocía –se iba. Ella se iba. Luego volvía. Prosiguió el relato del 7 de septiembre, uno de sus sueños–: No podía creer mi comportamiento. Igual, ya no sabía ni cómo era, ni en sueños ni en la vida real. Recuerdo que tan sólo lo veía. Estábamos en mi casa. Él y “su novia” –que era yo misma–, y yo. Me excitaba tan sólo su presencia. Yo me recostaba contra la pared. Me zarandeaba de aposta. Me quitaba la ropa, como exhibiéndomele. Me bajaba o me subía la ropa. Todo transcurría
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como de esa necesidad tan basta de estar con él, de sentirlo dentro de mí. Yo sabía que él me tenías ganas también, pero no me seguía el juego. Estaba era pendiente de ella, de “su novia” y no de mí. Me daba rabia. Esa rabia se me extrapoló a la realidad. »Tenías una gruesa trenza que llegaba hasta la cintura –me mira fijamente, haciéndome estremecer–, algunos mechones de cabello que no se agarraban a la trenza se ondulaban a cada costado de tu cara. Abrías la boca y te salía una larga lengua, algo reptilesca, o reptiliana, como sea, no sé. Era muy grande, un músculo muy grande. Pero parecía suave. Muy suave. Muy húmeda. Lo que me atraía en sí era el músculo, ese color carne que tenía. Me seducía. »Me dibujé bebiendo una eyaculación de sangre que salía de su sexo. Masticaba tu orgasmo. Mientras yo, con mi falda subida hasta la cintura me sentaba en tu cara y tú me introducías aquella portentosa lengua. Y me lamías entre mis piernas lienzo –imaginaba que me hablaba a mí, que fuera yo el objetivo de su pintura–. Sentí suave, húmedo, pesado. ¡Muy áspero! Era extraordinario. Antinatural. Te sentí así, medio animal, medio mito, medio leyenda. »Esa misma noche apareciste y sucedió tal cual lo plasmé en el. Exactamente igual. »Las cortinas no soportaron el brillo intenso, dejando entrar los cálidos rayos hasta mi cama, alcanzando a acariciar suavemente mis párpados. Me sentí plena, completa. Hacía mucho tiempo no sentía aquella satisfacción. Había olvidado esas chispas de felicidad. »No comprendía lo que había sucedido. ¿Fue un sueño?, ¿otro sueño de aquellos? No, no lo era. Fue real. Auténtico. Él había regresado. Había estado conmigo. Recuerdo lo que soñé, y eso fue diferente, soñé con una cobra de cascabel trémula y retumbante, tenía silueta femenina humeante y suavemente se difuminaba en un cielo verde, violeta. »Salí del apartamento. Quería respirar, ver aquel día masajeado por el sol. El asfalto y algunos adoquines se hallaban algo húmedos, una tenue llovizna remojaba mis cabellos, igual así no dejaba de brillar el sol.
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»Pensaba. Tan sólo pensaba. Y este era el camino. Decirlo. Decirlo de alguna manera, cualquiera, fuera como fuera, y lo plasmé pintando, esa era la manera que encontraba. Los sueños se me metían en la cabeza y se derretían en metal fundido, en mercurio fundido, en ese mercurio que se riega en gotitas redondas cuando el termómetro se estalla contra el suelo, el cerebro se fundía también con esos sueños y todo se perdía. Hasta quedar llorando. Quedaba llorando en la nada, a la orilla de un mar, en silla de ruedas, bebiendo un Johnny Walker Sello Negro mientras observas el rastro en la arena de la goma de las llantas. Sin poder meterte al mar. Aunque lo pensabas. Sí podrías, pero sabías que tal vez morirías ahogada en la profundidad oscura y deformada. Deformada hasta la médula que mueve tus dedos, hasta el corazón que babea. Y sin él. Allí debería estar él. En el fondo del océano, ese océano que estaba salpicado de centellas reflejadas por la luna pálida, de guasona sonrisa de
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comodín, de boca cortada. Debíamos estar ambos en la playa, bebiéndonos, aleando nuestras pieles, nuestros cuerpos. Pero no fue así. »De no haber sido por aquel… –pensaba– absurdo accidente que lo arrebató de mí. (Se me arrojó en un ataque de ira. Me agarró la chaqueta que rasgó, cayó al suelo. Comenzó a arrancar sus propios cabellos mientras gritaba y escupía. Salí… Al volver): –Me despreciaba a mí misma por andar en esta silla. Ni siquiera la gente piensa en que hay gente en esta condición. Esta puerca ciudad no está pensada para una, para gente como yo. Un par de niñas jugaban a lo lejos, cantaban al tiempo que chocaban sus manos. Hice un gran esfuerzo por subir aquel puentecillo que pasaba encima de un lago artificial, cercado en ladrillos. No pude. Me quedé entonces observando el agua de un verde bilioso, miraba aquellos peces nadar libremente, eran peces naranjas en degradé, había otros, color pardo grisáceo. Los veía libres, volando. Las frondosas nubes se reflejaban en el agua y parecía como si nadaran sobre ellas, entre las nubes, se escondían, reían. Entonces volvía a recordarlo. Lo imaginaba a él, nadando entre las nubes, escalándolas, tal vez sentado en una de ellas y pensándome, intentando pescar mis recuerdos, o mis labios. »¿Sabe? –decía–, cuando uno ama a alguien pierde los estribos, se pierde el sentido común. Pero de qué vale lo común, eso no importa. Uno lo deja todo. Y en realidad lo dejamos todo. Nos íbamos solos, para que nada importara. Sólo nosotros y ya. Y las ballenas. Y quién iba a creerlo. El destino siempre es cruel, abyecto. Ese maldito bus en el barranco. (Hoy fue un buen avance. A medida que hablaba reparaba en sus labios, me interesaba mucho lo que contaba. No sabía por qué. Algo me seducía.) Lunes 17 de septiembre. (Su relato parecía ahora más confuso): –Devanándome los sesos, cosiéndolos con grueso hilo azul, unos a otros. Llega entonces aquella maldición que aúllan elefantes con patas de zancudo y ojos que brillan como cigarrillos encendidos, los rugidos de león que rompen las siete copas. Ya, en este momento, no me interesaba nada. Mis cortinas de
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moralidad se fueron al suelo. No me iba a quedar en atavismos ni remordimientos. Quería lograr mi cometido. »Llamé a la enfermera para un chequeo médico. Me quejé de fuertes dolencias en la espalda. Que necesitaba que me llevaran al hospital. »Forcejeamos. Agarré un pincel, y con su reverso se lo enterré en el ojo. Salió el globo ocular de su cuenca, prendido de unas membranas carmesí. Pero creo que el pincel llegó hasta el cerebro, porque tan sólo alcanzó a proferir un grito apagado y un estertor ahogado y murió. Se preguntarán por qué sangre humana. La verdad, intenté con una rata y luego con un perro. Era el perro de una amiga. Ella pensó que aquella bola de motas se escapó de su casa, en realidad fue una injusta muerte banal. No me sirvió para nada. Pinté entonces con su sangre y, efectivamente, lo que pintaba se hacía real. »No pensé que el cuerpo humano fuera tan frágil. Mejor dicho, sí lo sabía. Sabía en la condición en que me encontraba. Lo que nunca pensé fue que yo pudiera ser la artífice en dañar y quitar la vida de alguien tan fácilmente. La enfermera se hallaba en el suelo de mi alcoba y cada vez más sangre brotaba de su cuerpo en un charco que crecía a cámara lenta. Su tez cérea, aunque parecía suave, sabía que estaba palideciendo como esperma cálida de iglesia y el aroma de su cuerpo se estaba marchitando. »Esa noche lo volví a sentir. Me volvió a acariciar, lo pude besar –creo que sentí celos. Salí un rato, bebí un tinto y volví con ella–: –Pero no entiendes ese mundo que se abre en el interior de un barco pirata, dentro del Alakrana o del cristal de un bombillo. No sabes qué vida importa más. Si la de acá, o la que atraviesa el acero con puntas de plomo que vuelan a la velocidad del susto. »No se sabía dónde acababan los días, tal vez cuando en los árboles florecían sombrillas amarillas, o cuando escuchabas el pizzicato vibrar en la garganta tenor de Galgviðr. Un As-Salamu Alaykum antes de cerrar los ojos. ¿A qué le teme? –me preguntó.
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Viernes 21 de septiembre. (Acá empecé a dudar de los asesinatos). –Asesinaba simplemente. Pintaba en la tarde y por las noches ocurrían los asesinatos. ¿Quién iba a sospechar de una inválida? ¡Chicle!, ¡bon bon bum! Piruleta o paleta. Media vuelta… Cacareo… Picoteo. ¡Pongo un huevo y lo pateo! »Unas niñas jugaban, palmoteando sus manos y saltando. No entendía qué hacía en aquel lugar. ¿Dónde me hallaba?, ¿mi apartamento?, ¿el parque del lago? »¡Truaskas kass! ¡Kuashká! ¡Kilashká!, se escucha en la otra habitación – recomenzó–. Me asomo al pasillo y escucho en la otra habitación, tan blanca como los dientes rotos de máscaras del teatro kabuki, que lanzan destellos de sonrisas macabras, que se cuelgan en la pared encima, bailarinas que giran en cofrecitos labrados sobre mesas de mármol. »Babas salen de mi boca. Saliva que se estira en hilos infinitos, veloces. Lo miro desde mis ojos, que aún no se rompen y no desde otros que ya decayeron. »Volteo la cabeza y, pasados los segundos, vuelve, como si se retardara. Es como si se detuviera en el tiempo. Ayer me enteré que en la otra habitación había un hombre que se había cambiado las manos por unos brazos de canguro, para pelear mejor, según él –averigüé aquel caso, era una esquizofrenia crónica. »Algún día acabaré con mi vida. Tal vez cuando los sueños se acaben, cuando... Sábado 22 de septiembre: Recuerdo lo que sucedió ayer. Después de escucharla y reparar nuevamente en sus ojos de mirada perdida, me dijo que ya no pintaría más, que tuvo su último sueño y que ese era su último cuadro. Quité la sábana del camastro que cubría el cuadro, aparecía entre el marco de una ventana su seductor cuerpo que pendía de un árbol. La soga tirante la había pintado enroscada en su cuello. Ya estaba muerta. Si no lo
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estaba, en la noche ya lo estaría. Vendría un árbol y la tomaría con sus manos callosas de corteza gruesa y me elevaría en el viento. Aún no entiendo cómo fue que ocurrió. Era verdad. Sus pinturas auguraban el futuro, lo volvían realidad. Aún no se encuentra el cuerpo de la enfermera. Ni los demás cuerpos. Tal vez nada fue real. Supe entonces que esta mañana había aparecido colgada de un eucalipto en el jardín lateral del sanatorio. Los guardias hicieron guardia toda la noche. Su habitación estaba cerrada por fuera. La reja de la ventana estaba intacta. No se supo cómo salió. No sé en qué momento dejé de creerle. No mentía. Estará con él entre las nubes. No sé por qué la dejé morir.
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Ruido, persecución y asilo
Paula Andrea Pinzón Hernández { Estudiante de Filosofía. Pontificia Universidad Javeriana.}
La locura puede ser vista desde muchas perspectivas. Como una afección del individuo, como un problema social, como una salida artística o como una consecuencia vital, por nombrar algunas. En lo personal considero que podría ser una unión de todas estas la que nos permita acercarnos a la cuestión de la locura. Sin embargo, me interesa aclarar que en la presente disertación intentaré alejarme de la concepción de la ‘locura Siglo XXI’ –ligada necesariamente a la psiquiatría moderna– para mantenerme en el plano de la ‘locura Siglo XVI’, que es presentada por Michel Foucault en Historia de la locura en la época clásica. Diría el mismo Foucault «para hablar de la locura habría que tener el talento de un poeta». En este orden de ideas, me referiré a la locura como en una obra de teatro, como una persecución. Históricamente, la sociedad se ha valido de una concepción de locura un poco distorsionada, razón por la cual loco era todo aquel que se saliera de las convenciones dispuestas por la misma sociedad. En el Hospital General –que fue uno de los primeros centros de reclusión– entraban indigentes, prostitutas y leprosos juzgados de a-normales. El asilo surgía por la necesidad de individualizar al potencial sujeto loco y determinar el carácter propio de sus reacciones. Se decía entonces que la consciencia del sujeto loco no se había perdido sino que se había adormecido: “en la locura la naturaleza es olvidada, no suprimida” (Foucault 2002).
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Imaginemos ahora lo siguiente: se abre el telón y escuchamos un fuerte estruendo que domina el lugar y se superpone a los múltiples aplausos del público que considera, asombrado, el ruido como parte de la obra. Pensemos que eso es la locura. Un estruendo que rompe con la estructura convencional de una malla social dominada por, podría decirse, ciertas normas de comportamiento. Sin embargo, y desafortunadamente para quienes gustamos de las sorpresas del teatro, los esfuerzos de la malla social están lejos de ser positivos para la situación del loco. La locura debe ser normalizada, de modo tal que se logre una armonía en la estructura social, una suerte de mecanismo por medio del cual es posible, de alguna manera, predecir el orden de una relación de poder. Jacques Rancière se basará en un pasaje del Libro I de La Política, de Aristóteles, para sostener su teoría del discurso y el ruido, teoría que me interesa señalar a grandes rasgos por su vecindad con la concepción de la locura que me he dispuesto a presentar: hay una distinción entre logos y phone. El logos es la palabra razonada y articulada propia del ser humano mientras que la phone es simplemente el ruido que pueden emitir los animales. La distinción entre discurso y ruido sigue esta idea aristotélica: en toda malla social los acuerdos se gestionan desde un discurso que usualmente es el hegemónico; todo aquello que perturbe ese discurso es considerado ruido y, por lo tanto, ha de ser eliminado. Con esto en mente, la locura se aleja de un problema de patologías o de identificación del ‘enfermo mental’ y pasa a ser concebida como ruido. La locura es ahora un contra-movimiento que se da en oposición al discurso convencional, es decir que si seguimos en medio de la obra de teatro, la locura es eso que rompe con la actuación plana del artista pero que al mismo tiempo es difícil de comprender por parte del espectador que desde el silencio exige que ese ruido sea puesto en orden. Y entonces comienza la persecución. La reacción del público ante el ruido crea la necesidad de eliminación, pero es una eliminación parcial dado que en realidad la pretensión siempre está ligada a reformar, a cambiar eso que hace que el sujeto actúe de cierta y determinada manera. En un esfuerzo por callar el ruido, por convertir el ruido en discurso, aparecen los asilos. Sin embargo, entre el ruido y los asilos hay una persecución.
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La persecución comienza con el juicio y se concreta en la alienación, un juicio de valor bastante alejado de la imparcialidad dado que nos vemos obligados a pensar que el público de la obra –la sociedad– es directamente lo contrario a la locura, luego están la capacidad de juzgar a cualquiera como loco. Como ya lo dije, la persecución se concreta en la alienación que pretende normalizar, pero todo esto no es más que un mecanismo de sometimiento. Ken Kesey en Alguien voló sobre el nido del cuco presenta un gran ejemplo de ese sometimiento que se da en los asilos, pero además de las condiciones mentales de quien intenta normalizar al a-normal. La figura de ‘La Gran Enfermera’ es quizás el ejemplo perfecto, ya que en medio del asilo se evidencia su afán de sometimiento del mundo interno –del mundo del loco– y del mundo externo, casi como una conducta neurótica. Entonces, ¿cómo sabemos quién es el loco? “La locura es estar al otro lado de la frontera, aunque a la locura no hay que contraponerle la razón, sino el sentido común, que es lo que el enfermo mental cuestiona y debilita. La locura tiene sus propias razones…” (Ruiz 2005). Aún nos resulta confuso descubrir dentro del estruendo en el escenario quién causa el ruido, y nos preocupa porque el ruido perturba. Nos sirve en el teatro y en el escenario. Nos sirve saber que el ruido perturba porque lo tenemos cerca y sabemos que debemos atender a algo que va a pasar frente a nosotros y no sabemos es. Pero ¿podemos decir lo mismo de la sociedad? Y frente a esto considero que puedo hacerme una última pregunta: ¿qué es eso tan perturbador que tiene el loco que hace que una malla social concrete mecanismos complejos para aislarlo en un intento de normalizarlo? Vale la pena decir, finalmente, que la locura no es otra cosa que todo eso que el hombre se ha esforzado por ocultar como producto de la persecución. El hombre como resultado de las mismas dinámicas sociales –del lenguaje– reconoce un modo de ser y un cierto orden establecido que de alguna manera se ve obligado a seguir. La malla social se esfuerza por normalizar todos esos movimientos sordos –como me gustaría denominarlos–, todas esas formas de ser que no encajan de manera adecuada en ese orden establecido. No sé en este punto quién está más loco: si quien normaliza o quien es objeto de normalización, razón por la cual creo que Foucault afirma «que la locura no está en el hombre, está en la sociedad». Así se cierra el telón, por ahora.
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Bibliografía Foucault, Michel. (2002) Historia de la locura en la época clásica, México D.F.:Fondo de Cultura Económica. Kesey, Ken. (2004) Alguien voló sobre el nido del cuco. Trad. Mireia Botill, s. l. Ruiz, Ricard. (2005) Las voces del laberinto. Relatos sobre esquizofrenia, España: Plaza y Janés.
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Yasunari Kawabata: la literatura que se hace silencio Rolando A. Franco Hernández { Licenciado en Educación Básica con Énfasis en Humanidades y Lengua Castellana. Universidad Distrital Francisco José de Caldas.}
Cabe preguntarse si la música deliciosa y refinada de los sentidos, cultivada como una filosofía o como un arte, y hasta quizás como una sabiduría, entendida más profundamente que la voz del corazón, escuchada en la prolongación de sus ecos hasta el alma del silencio interior, está dotada de una magia capaz de abrir a alguien las puertas de su libertad, de metamorfosear sus alegrías en dicha, y esta dicha en una serenidad que sería sinónimo de certidumbre, de plenitud y de paz. (Armel Guerne, Yukiguni: La novela de la Blancura. Prólogo a la novela País de nieve de Yasunari Kawabata). Después de leer y releer el prólogo de País de nieve, del cual cito el fragmento anterior, recuerdo la lectura de Kawabata, sus letras y relatos inmersos en la poesía, como el ir y venir de las olas, vaivén que reproduce tan nítidamente la canción Kagimaru no Uta, de la cantante japonesa Ikue Asazaki. Recuerdo la canción, porque en ella se escuchan a viva voz las olas del mar golpeando con la arena, ese deambular de la vida, de la poesía y de la escritura Oriental es el encuentro con los libros del autor japonés.
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Este fragmentario texto, hecho más por frases y párrafos sueltos que por una constante, analítica y juiciosa critica, es una mínima recopilación de lecturas y relecturas del autor japonés, quien para mí ha resultado un descubrir constante y una aproximación a toda una cultura, a su literatura, a su religión y a una forma particular de percibir el mundo y de estar en él. De este modo, la literatura de Kawabata es un todo que logra atrapar un trato cuidadoso de la palabra, sus escritos recurren al arte del Japón como escenario donde expresar el sentido de la vida por medio de una construcción de imágenes que muestran objetos, emociones y lugares, por los cuales los personajes no sólo deambulan, tal vez viven; este es el retrato en sus libros, la imagen majestuosa de un maestro. –Hay una novela de mi padre en la que he pensado con frecuencia desde que le sucedió el percance. En ella escribió sobre un joven que le enviaba unas cartas. El muchacho se volvió loco y le recluyeron en un manicomio. Por ser peligroso no le permitían tener ni plumas ni tinteros, ni lápices. Lo único que podía tener en la habitación eran resmas de papel de escribir. Cuentan que se pasaba el día frente el papel en blanco escribiendo… O más bien, con la idea de que estaba escribiendo. Porque el papel permanecía en blanco. Lo que he dicho hasta aquí fueron los hechos. Lo que sigue es el relato de mi padre. Cada vez que la madre iba a hacerle una visita al muchacho le decía: –Mamá, he escrito algo. ¿Me lo lees, por favor?—. Al ver la hoja de papel sin una letra, la madre sentía ganas de llorar. Sin embargo, mostraba un rostro sonriente y le decía: –¡Está muy bien escrito! ¡Qué interesante!—. Con mucha frecuencia, importunada por los ruegos de su hijo, la madre le leyó la hoja en blanco. Se le ocurrió contarle sus propias historias, haciendo ver que las leía. En eso consiste la idea de papá. La madre le cuenta al joven su niñez. El joven loco cree que lo que escucha es el documento que él escribió con sus propias memorias. Los ojos le brillan de orgullo. La madre no sabe si él comprende o no lo que le cuenta. Sin embargo, al repetir la historia cada vez que lo visita, se va volviendo poco a poco más hábil hasta que llega un momento en que tiene la impresión de estar leyendo de verdad una obra a su hijo. Recuerda cosas que había olvidado. También los recuerdos del hijo se van tornando más hermosos. El hijo convoca el relato de la madre, colabora con ella, reconstruye los hechos. No hay modo de saber si se trata del relato de la madre o del relato del hijo.
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Mientras la madre está contando la historia se olvida de sí. Puede olvidar la locura del hijo. Mientras el hijo escucha la lectura con tanta concentración, no es posible discernir si está loco o no. Durante unos instantes el alma de la madre y la del hijo se funden en una sola. Se sienten felices como si estuvieran viviendo en el cielo. Y así, mientras se repite esta experiencia, la madre sigue leyendo hojas en blanco convencida de que el hijo ha de sanar de su locura. (“Sin palabras”, Yasunari Kawabata) Yasunari Kawabata fue el primer escritor japonés en ganar el premio Nobel de Literatura en 1968. Nació en Osaka el 11 de junio de 1899 y perdió a su familia a muy temprana edad. Después de que mueren sus padres, poco a poco lo abandonan su hermana, sus familiares cercanos y su abuelo, todos antes de que el joven cumpliera los 16 años, parte de esta etapa trágica de su vida se refleja en sus primeros relatos, donde la muerte, la soledad, la agonía y la enfermedad son temas recurrentes. En 1920 ingresa a la Universidad de Tokio a la carrera de Literatura en Lengua Inglesa, y un año después cambia a la de Literatura del Japón. Mientras cursaba sus estudios, se publica el sexto “Shinjich” (literalmente, la nueva tendencia del pensamiento) donde publican algunos de sus trabajos, con lo que se abre el camino al mundo literario. En 1924 termina la universidad, y aparece el primer número de Bungei-jidai (Época del Arte Literario), una revista de un grupo de intelectuales al que pertenecía. Esta publicación reunía a nuevos y prometedores literatos que al escribir utilizaban un estilo (el Shinkankaku-ha, la nueva escuela de las sensaciones) en el que la composición constaba de la aprehensión sensitiva de la realidad a la manera de los intelectuales. Debuta como escritor al publicarse La bailarina de Izu en 1927, y alcanza la consagración en Japón diez años más tarde con la novela País de nieve. Lancé un suspiro de alivio y reí en voz alta. Es una niña… una niña que puede correr desnuda a plena luz del día, sobrecogida por la alegría al encontrarme, alta en puntas de pie. Continué riéndome encantado. Sentía la cabeza despejada como si me la hubieran lim-
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piado con un lienzo. No podía dejar de sonreír. (La bailarina de Izu, Yasunari Kawabata) Recibe la medalla Goethe en Frankfurt en 1959. Gana el Nobel de literatura en 1968, y ofrece el discurso titulado “Del hermoso Japón, su yo” (Utsukushii Nihon no watashi). Yasunari Kawabata muere el 16 de abril de 1972; las circunstancias de su muerte no están totalmente claras, se cree que se suicida inhalando gas. Existen, por supuesto, maestros del zen y el discípulo logra la “iluminación” a través de un intercambio de preguntas y respuestas con su maestro, y estudia las escrituras […] Y el énfasis está colocado menos en la razón y el argumento que en la intuición, en la sensación inmediata. La iluminación no llega a través de la enseñanza, sino a través del ojo despierto internamente. La verdad reside en “desechar la palabra, subyace fuera de la palabra” (Partes del discurso pronunciado por Yasunari Kawabata al recibir el premio Nobel en 1968) La literatura de Kawabata supera el realismo en el que muchos lo catalogaron, enviste la realidad condensándola en los sentidos y construyendo imágenes donde la poesía es presencia permanente. El escenario es la pálida nieve del Japón en invierno, es el sueño de una joven hermosa en su silencio, es el palpitar de un viejo corazón cansado, es la soledad que queda después de la muerte, es el sonido del mar constante; la escritura de Yasunari Kawabata es la literatura que se convierte en silencio. Su mano derecha y la muñeca estaban al borde de la colcha. El brazo izquierdo parecía extendido diagonalmente sobre la colcha. El pulgar derecho se ocultaba a medias bajo la mejilla. Los dedos, sobre la almohada y junto a su rostro, estaban ligeramente curvados en la suavidad del sueño, aunque no lo suficiente para esconder los delicados huecos donde se unían a la mano. La cálida rojez se intensificaba de modo gradual desde la palma a las yemas de los dedos. Era una mano suave, de una blancura resplandeciente.
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-¿Estás dormida? ¿Vas a despertar? Era como si lo preguntara con objeto de poder tocarle la mano. (La casa de las bellas durmientes, Yasunari Kawabata)
Bibliografía del autor La bailarina de Izu (Izu no Odoriko, 1926) La pandilla de Asakusa (1930, publicada por entregas en el diario popular Asahi entre diciembre de 1929 y febrero de 1930) País de nieve (Yukiguni, 1935) Mil grullas (Senbazuru, 1949) El Maestro de Go (Meijin, 1951) El rumor de la montaña (Yama no Oto, 1949-1954) El lago (Mizuumi, 1954) Primera nieve en el monte Fuji (Recopilación de cuentos, 1958) La Casa de las Bellas Durmientes (1961) Lo bello y lo triste (Utsukushisa to Kanashimi to, 1964) Historias de la palma de la mano (1972) Kioto (Koto, 1962)
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Andrés Caicedo. 5 meses y 4 días de insensatez
Locura, fantasía y éxtasis
S t e v e n C a l d e ró n Va l l e s { Estudiante de Licenciatura en Filosofía. Universidad Pedagógica Nacional ) dfl_scalderon700@pedagogica.edu.co.
Bienaventurados los imbéciles, porque de ellos es el reino de la tierra Andrés Caicedo En el presente escrito intentaremos descifrar la marca autobiográfica de Andrés Caicedo, indagar por medio de sus obras su personalidad, su pensamiento y especialmente su posición ante la vida. Su suicidio es el momento más enigmático y controversial de toda su vida, pues aunque ya había señalado que “vivir más de 25 años es una insensatez”, sólo el tener en sus manos la primera edición de ¡Que viva la música! es su amuleto de tranquilidad y el pasaporte hacia la muerte. Tal vez sólo quería llamar la atención con un espectáculo como el suicidio o tenía más miedo a la vejez que a la misma muerte; o tal vez su único deseo era escapar de su realidad, ¿cómo?: con drogas, literatura, cine y música. Introducción Andrés Caicedo puede ser considerado como el precursor de la literatura urbana en Colombia. Sus escritos dirigidos hacia jóvenes, principalmente, y con el fin de resaltar la eterna rebeldía
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juvenil o la juventud como el apogeo de la vida, han exaltado el estilo de vida hedonista y onírico como la máxima forma de vivir y ser realmente joven. Pero a la vez Caicedo ha mostrado un poco de sí mismo; la apariencia de un tipo energúmeno, intelectual, cinéfilo, rumbero. Y tal vez con varios problemas psicológicos: algo de mitómano, neurótico, drogadicto y con varios trastornos sexuales. Estos, y muchos más, pueden ser calificativos de Caicedo, suponiendo que cada uno de los personajes de sus obras contienen un poco de él; del escritor polifacético y ambiguo. Tal vez su suicidio sea el momento más polémico de su vida y el punto más enigmático de su pensamiento; siendo consecuente con su afirmación de que “vivir más de 25 años era una insensatez” se suicida a los 25 años, 5 meses y 4 días, para ser exactos. ¿Por qué?, esta es la cuestión a definir.
¿En dónde estaba parado Caicedo? Maldita sea, Cali es una ciudad que espera pero no le abre las puertas a los desesperados. Andrés Caicedo, Piel de verano Sí, odio a Cali, una ciudad con unos habitantes que caminan y caminan… piensan en todo y no saben si son felices, no pueden asegurarlo. Andrés Caicedo, Infección Andrés Caicedo nació en Cali (Valle del Cauca, Colombia), un 29 de septiembre de 1951, tendría actualmente 61 años, pero para su fortuna no sucedió así. Murió por voluntad propia el 4 de marzo de 1977, 5 meses y 4 días después de cumplir aquellos anhelados 25, y justo después de recibir el primer ejemplar impreso de ¡Que viva la música! No pudo haber vivido su adolescencia y juventud en otras décadas, las de 1960 y 1970; época en la que la Guerra Fría se mantenía en su apogeo y Estados Unidos sostenía una injusta guerra en Vietnam, lo que generó gritos de protesta y rebelión en todo el mundo. En 1959 Fidel Castro y el Che Guevara
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triunfaron en Cuba, iniciando el deseo de revolución latinoamericana (Vitale 1989:156). Estos y muchos más acontecimientos llegan a Colombia, que no sabía (y aún no sabe) cómo gobernar, por lo que recurre al llamado Frente Nacional; la situación política colombiana y mundial generan en Caicedo cierta sazón apolítica y antinacionalista. …y el gallito de la garganta empezó un enloquecido bailoteo, pues el vómito le subía con ventarrón desde el estomago. Su cuerpo se aflojó […] Haciendo bizco pudo concentrarse en la naturaleza y el color de su vómito: amarillo como los frutos y riquezas de nuestra patria, azul como el color de las montañas lejanas y rojo como la sangre de los héroes derramada… (Caicedo 1994:135) Todos estos hechos sociopolíticos tienen una repercusión cultural que indudablemente llegan a Cali. Por ejemplo, el “boom latinoamericano” de la literatura, del cual indudablemente Caicedo hace parte, pero el fenómeno cultural que más le impacta es la música, que lo había llenado más que cualquier arte. El rock and roll norteamericano fue el himno que cambió el pensamiento mundial en pro de la protesta social, la igualdad racial y sexual, la paz mundial, etc. Era el himno del movimiento iniciado en los 60, el de la “onda hippie”, el que se tomaba una actitud rebelde ante el Estado y hedónica ante la vida; esa era la actitud de Andrés Caicedo (por lo menos en lo hedónico). Aparte del rock, hubo otro género musical que marcaría la vida de Caicedo y el estadio cultural de Cali: la salsa. Iniciada en Cuba, la salsa fue también un himno de rebeldía, y más que de rebeldía, de revolución; de la Revolución Cubana y, con ella, el frustrado sueño de revolución latinoamericana. Caicedo entonces no pudo haber nacido en otra ciudad que no fuera Cali, ciudad que adoptaría este género cubano, la salsa, para convertirse en su capital e implantar en la juventud caleña la parranda, que tanto llamaba a Caicedo; tal y como escribe en ¡Que viva la música!: Lo comprendí todo. Su discoteca, comprada en cooperativa, cubría toda la etapa pre-revolucionaria cubana, la pachanga y la charanga, la revuelta, y el gran movimiento de esta salsa que ahora me llama y me llama, y yo me digo: ‘Espérate. Aprende a controlar el llamado’… (p. 102)
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En este contexto está parado Andrés, en la generación que inicia el éxtasis en la parranda y la locura en la rebeldía, que intenta vivir la juventud como nunca antes se había vivido. Caicedo creció en Cali, “una ciudad que espera pero no le abre la puerta a los desesperados”. Tal vez él era un completo desesperado, pero ahí estaba parado, en la capital mundial de la salsa. En medio de esa asfixiante desesperación de la cotidianidad urbana, no es raro que Andrés Caicedo hubiese gritado con locura: “¡que viva la música!” …anda en busca de una ciudad que se llama Cali, que todavía debe existir porque cuando se acabe Cali se acaba el mundo entero… Andrés Caicedo, “Los mensajeros”
Locura El instante de la decisión es una locura. Kierkegaard
La pregunta fundamental es: ¿quién era Andrés Caicedo? Para interpretar y analizar a este hermético personaje, qué mejor que disertar sobre lo que él nos dice de sí mismo; lo dice en sus escritos, en sus cuentos y en su novela. En cada personaje de su obra literaria hay un poco de él, especialmente en los protagonistas de dichas obras. Por lo tanto, intentaremos descifrar las características comunes de sus personajes1 para definirlo, y así determinar el por qué de su suicidio. Primero que todo definamos qué es un loco, para poder afirmar si Caicedo lo era o no. Más allá de cualquier tipo de análisis o clasificación psicológica, en el lenguaje cotidiano se suele llamar “loco” al que actúa de una manera muy extraña. Pero ¿cómo se debe actuar? Los parámetros de conducta son determinados por un tejido sociocultural, el que se salga de aquellos parámetros sería 1 Una característica del estilo literario de Andrés Caicedo es el hecho de que la gran mayoría de sus narraciones están escritas en primera persona, por lo que podemos decir que él se “metía en el cuento” y en el personaje.
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un loco. Un “cuerdo” en un mundo de “locos” no sería un “cuerdo”, sería “loco”, y los “locos” de aquel mundo serían los “cuerdos”. Caicedo era un tipo algo diferente de lo común de la gente; pues por lo general, la gente no se suicida a los 25 años. Él afirmaba que vivir más de 25 es una insensatez, y para no ser un insensato acabó con su vida a esa edad. Se podría decir que el tipo era un loco por tal afirmación y por tal acto. Pero… ¿y si tenía razón? Si todos los que piensan llegar a la adultez y a la vejez, y lo han hecho, son unos insensatos… Caicedo sería de los pocos cuerdos que han existido. Desde luego, no pretendo afirmar que Caicedo fuera un completo psicópata. Pues si aceptamos la afirmación de Durkheim, de que el suicidio es un acto cometido por dos clases de “locos” (el total alienado y el consciente del suicidio): “No es posible incluir en la misma categoría, ni tratar de la misma manera, la muerte de un alienado, que se precipita desde una ventana elevada, porque la cree en el mismo plano del suelo, que la del hombre sano de espíritu, que se mata sabiendo lo que hace” (Durkheim 1974:57); diremos entonces que Caicedo pertenece a la segunda clase de suicidas, pues no estaba en un estado constante de alucinación (aunque le gustaba estarlo) y sabía lo que hacía. De hecho, parece que estaba totalmente seguro de lo que haría, no tenía otra cosa más clara. Sin embargo, no podemos negar que, si bien Caicedo no era un completo loco, sí era “raro”, en el fondo quería perder la cabeza, escapar de su realidad, quería volverse loco, ser un completo psicótico. Pero cómo no ser “raro” sabiendo que la vida se acaba a los 25. ¡El tiempo es oro! Especialmente cuando se debe “morir y dejar obra”, era muy poco tiempo el que tenía para sus escritos, para la literatura, el cine, y especialmente para la música y la rumba (con ellas las drogas y el alcohol). Su ritmo de vida debía ser acelerado y estricto, era una carrera contra la muerte, o más bien contra la insensatez (adultez y vejez). Andrés Caicedo era polifacético, pero a la vez con rasgos característicos que podemos interpretar por medio de sus personajes, pues casi todos eran cinéfilos, alcohólicos, drogadictos, rumberos, extrovertidos, paranoicos, obsesivos y con algunos problemas sexuales. El mismo Andrés dice:
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Olvídate de que podrás alcanzar alguna vez lo que llaman ‘normalidad sexual’, ni esperes que el amor te traiga paz. […] practica el miedo, el rapto, la pugna, la violencia, la perversión y la vía anal… (1994:188). La Mona, de ¡Que viva la música!, es seguramente el personaje que más representa a Caicedo, pues desde el inicio nos vende la idea de que “la Mona” es la autora del libro y nos quiere compartir un poco de su experiencia. Es posible que ella sea una idealización de la mujer perfecta para Caicedo, o es la imagen que él tenía de sí mismo si hubiera sido mujer, o sea una mezcla de lo mejor de sus amigas; pero a fin de cuentas era una loca extrovertida, que quería vivir al máximo, y disfrutar de los placeres carnales y dominar a los hombres a su antojo (casi que era una abusadora sexual con muchos de ellos). En el “Besacalles” de Calicalabozo, por ejemplo, el personaje principal es un travesti; idéntico a una mujer, trae a varios muchachos enamorados y sólo el inicial amor de su vida se entera de su verdadera sexualidad. Este cuento, como la gran mayoría, está escrito en primera persona, y narra los hechos, situaciones y sentimientos con gran expresión y originalidad. Andrés se metía en el cuento, tal vez en algún momento se sintió como travesti. En “Berenice”, del mismo libro póstumo, se narra la historia del amor desesperante, pasional y tenebroso de unos muchachos (principalmente Andrés o la primera persona) hacia una prostituta, con un contenido de terror y misterio crea un mundo ero-gótico. Pero en “Los dientes de caperucita” Caicedo concluye lo que realmente quiere: “…tenérsela bien adentro, ¿ya? Era sexo, viejo, sexo ¿no has oído esa palabra? Sexo…” (2008:174) Algunas de las narraciones tienen contenido erótico, en donde el narrador nos cuenta su historia, se declara con sus más profundos pensamientos, sentimientos, ilusiones y frustraciones; casi como un diario, un único amigo confiable al cual contarle sin inhibiciones sus más oscuros secretos, sólo podía hablar tranquilamente con la pluma y el papel, esos eran sus verdaderos amigos. ¿Será que Caicedo escribía en un diario a modo de cuentos? Lo que sí es seguro es que todos los protagonistas son Andrés, pues todos se le parecen, por no decir que son él mismo; varía el sexo, la profesión, la edad, las circunstan-
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cias, etc., pero la personalidad no varía, todos tienen la misma personalidad frenética. Todos son Andrés. Uno de los escritores preferidos de Caicedo era Edgar Allan Poe, el promotor de la novela gótica y el cuento de terror. Poe indudablemente influyó a Caicedo, quien intenta dar un matiz tenebroso y misterioso a algunos de sus cuentos, pero sin perder su originalidad; más que inducir el suspenso en sus cuentos intenta reflejar, por medio de la exageración, a la temible Cali, la desesperante, asfixiante y horrorosa Cali: la Cali-calabozo, un pequeño claustro psiquiátrico de caníbales en la agonizante Colombia. Hay varias maneras de comerse a una persona. Empezando porque debe ser diferente comerse a una mujer que a un hombre […] lo que yo por mi parte conozco son tres formas de comerse a un hombre: se puede partir en seis pedazos a la persona […] la otra forma que conozco es comerse a la persona entera, así no más, a mordiscos lentos, comer un día hasta hartarse y meter el cuerpo en el refrigerador y sacarlo al otro día para el desayuno… (“Calibanismo”, 2008:153) “Calibanismo” es un relato que puede ser bastante metafórico teniendo en cuanta el odio que Caicedo sentía hacia su realidad y hacia la sociedad; además, “Mucha gente se está enloqueciendo en estos días aquí en esta ciudad…” (p. 159). Otra narración con un enfoque fantástico-tenebroso es “Destinitos fatales”, escritos que están en tercera persona, pero que indudablemente tiene como personaje principal a Caicedo: en el primer “destinito fatal” narra su experiencia y fracaso con el cineclub, el tercero es un breve relato de un hombrecito al que le encanta Edgar Allan Poe, y el segundo es un extraño acontecimiento de un ataque de zombis sobre él, nuevamente expresando el acoso de unos ciudadanos zombis sobre una mente brillante (como seguramente se consideraba). El mundo urbano y existencial que Caicedo creaba está cargado de ilógica y sátira, y si “lo fácil es siempre ser ilógico […] ¿hay una lógica hasta la muerte?” (Camus 1970:17). ¿Será entonces toda su vida, y toda vida en general, algo ilógico? Si es así, en el caso de Caicedo hubo un único momento de lógica: aquel 4 de marzo de 1977, después de 25 años y 5 meses de ilógica. ¿Cuál es entonces el límite entre la locura y la cordura, entre la sensatez y
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la insensatez, entre la lógica y la ilógica? ¿Será acaso la muerte o el instante previo del suicidio? ¿Cuál es el momento loco, insensato o ilógico de Andrés Caicedo? Tal vez toda su vida, o el periodo posterior a cumplir los 25 años, o sus últimas horas después de haber recibido un ejemplar de ¡Que viva la música! O tal vez sus últimos minutos luego de haber consumido sesenta pastillas de secobarbital. Loco o no, Andrés Caicedo era un artista y, en palabras de Gonzalo Arango, “se ha considerado a veces al artista como un símbolo que fluctúa entre la santidad o la locura”, pero para tal locura, para tal producción literaria, se necesita escapar de la realidad, escapar al mundo de lo imaginario. Y eso era justamente lo que deseaba Andrés: olvidar, dejar de pensar y refugiarse en el éxtasis y en la fantasía.
Fantasía Odio la realidad, pero es el único lugar en donde puedo comer un filete. Woody Allen Y ahora ella corría por mi cuerpo, ¿para huir de sí en mi cuerpo? Yo también huía, me quería perder, pero ambas huíamos en vano. Para huir enserio le habría tocado a uno arrancarse la cabeza. Andrés Caicedo, ¡Que viva la música! Nuestro mundo es el peor de los mundos posibles, especialmente si los comparamos con el mundo de lo imaginario, de la fantasía. En este mundo surreal quiere vivir Caicedo, que odia la cotidianidad; y sólo se puede escapar del mundo real con el sueño, la literatura, el cine y las drogas. En el mundo onírico puede hacer realidad, por lo menos momentáneamente, lo que quiera, si es que pudiera controlar su inconsciente; aún así, muchas veces ese mundo creado por su inconsciente puede ser perfecto.
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…yo siempre abro mucho ambos ojos estando dormido. […] Simón, a mí me gusta tirar mirdo, moisi. La onda de los ñosues me gusta más que nada en el mundo. Sobre todo cuando uno se la pasa viajando con actores de cine o con actrices… (“Los dientes de caperucita”, 2008:101) Cuando vemos cine nos sometemos a la historia, al guión, a la producción, a la dirección, a los actores, etc. Pero en el sueño no, en el sueño somos los creadores, directores y protagonistas de todo, nuestro rollo en el sueño aunque impredecible es sólo nuestro, por lo tanto los sueños son mejores que el cine. Por eso: “Ármate de los sueños para no perder la vista. […] Adonde se practica el ritmo de la soledad es en los cines. Aprende a sabotear los cines…” (Caicedo 1994:188-189). Lástima que ese maravilloso mundo de lo onírico tenga que desaparecer cada mañana. Eso es lo que más pesa de la vida, que nos estrellemos contra un mundo donde no somos nada, donde debemos sujetarnos al azar y a la circunstancia. Pero no tenemos más alternativa, la vida no es un sueño y debemos despertar. “No hay momento más angustioso que el despertar del hombre que madruga. Complica y prolonga ese momento, consúmete en él. Agonizarás lentamente y de berrido en berrido enfrentarás los nuevos días” (Caicedo 1994:189). Entonces, ¿qué pasa en la vigilia? La soportamos así no más. En la vigilia somos lúcidos, nuestro pensamiento es constante y lógico, ¡es desesperante! Caicedo quiere callar sus pensamientos a como dé lugar “…detesto esos pensamientos: los míos, los de ella, pensamientos que recorren todo lo que saben vulnerable y no se cansan…” (Caicedo 2008:40). Con la literatura y el cine podemos entrar en un mundo pseudo-onírico, pero no es suficiente, pues aún nos sometemos a reglas. Caicedo refleja lo que él mismo es en lo que escribe, pero es una tarea bastante tediosa cuando se analiza en el fondo, pues sabemos que todo lo nuestro es mentira: “Conozco un amigo que le da miedo pensar en él, porque sabe que todo lo de él es mentira, que él mismo es una mentira…” (Caicedo 2008:41). Si la literatura y el cine no son suficientes para escapar de la agobiante realidad, ¿qué queda? Sólo la música. Pero la música por sí sola tampoco es
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suficiente, son necesarios la rumba, el alcohol y las drogas para generar un verdadero escape y silenciar los crudos pensamientos. Sólo así nos sumergiremos en un placer que puede ser mejor que los sueños: el éxtasis.
Éxtasis Y en el momento de perder todo valor ante los ojos de la amada exclamaban, el himno de los pepos: ‘¡Vale güevo!’. Andrés Caicedo, ¡Que viva la música! ¿Pero dónde está el poder que traslada al espectador a ese estado de ánimo creyente en milagros, mediante el cual ve transformadas mágicamente todas las cosas? […] -Es la música. Nietzsche, El nacimiento de la tragedia Solamente existe un arte que vale la pena para Caicedo: la música. Pues “… el libro miente, el cine agota, quémenlos a ambos, no dejen sino la música…” (1994:187). En el arte podemos refugiarnos ante cualquier vicisitud. Pero como si la vida siempre fuera una vicisitud, el arte debe ser constante y cada vez más sofisticado. Algunos pocos amigos de Caicedo concuerdan al afirmar que él decía que el arte (especialmente el teatro y el cine) no es únicamente para contemplarlo y ser un simple espectador, sino que hay que interpretarlo y reinterpretarlo, ser su intérprete. Por eso Caicedo se preocupó tanto por producir guiones teatrales y cuentos, y especialmente una película; buscaba un film que reflejara los problemas existenciales de los adolecentes, y que mostrara la selva urbana en su más cruda realidad. Pero los desacuerdos con su amigo y co-director Carlos Mayolo impidieron la conclusión de dicha película; tal vez ese fracaso lo llevo a concluir que el cine agota. Y es que: “Si el mundo fuera claro no existiría el arte” (Camus 1970:79), por eso también intentó con la literatura. Pareciera que esta sí fuera un arte superior a cualquier otro, pues casi que dio la vida
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por ella; sólo su obra literaria le dio tranquilidad para morir, casi como si en la literatura pudiera expresar a la perfección el hermético mundo y pudiera definirse a sí mismo; pero finalmente termina por despreciarla, por utilizar a la literatura como un trampolín para exaltar al único y verdadero arte: la música, la única que merece vivir. La música no sólo es el mejor escape a la cotidianidad, sino que es la única que proporciona un éxtasis; es un arte que no interpreta a la naturaleza, sino que es meramente creador, borra nuestros pensamientos y transmite puro sentimiento. Caicedo intentó ser intérprete de todas las artes que le emocionaban, menos de la música, este arte fue el único al que contempló, fue su mero espectador. Pero ¿cómo hacer para que la música no se vuelva un arte tedioso como los demás? Si la música nos lleva a un estado de éxtasis, lo hace por cuestiones fisiológicas, pues el éxtasis se logra con estados alterados de consciencia, arrancándonos la cabeza, perturbando los pensamientos con licor y drogas. Si a la traba y a la borrachera le agregamos música no sólo llegamos a un máximo estado de éxtasis, casi que llegamos a ser dioses, por lo menos de la piel para dentro, pero eso es lo que importa. “Tú enrúmbate y después derrúmbate” (Caicedo 1994:190). En eso se le fue la vida a Caicedo: en la producción textual (pues no podía morir sin dejar obra), en la fantasía literaria y cinematográfica, y por último en la rumba. Son demasiadas cosas para una persona que llegaría sólo a los 25 años, por eso son necesarias las drogas, para aprovechar el tiempo al máximo, para reemplazar lo placentero del mundo onírico por el placentero mundo de la fiesta y la embriaguez: “Tomamos cuatro pepas diarias para no dormirnos, y tuvimos 7 días de rumba” (Caicedo 1994:102).2
2 También traigo a relación el poema de Baudelaire “Embriagaos”: “Hay que estar siempre ebrio. Esto es lo único. Para no sentir el horrible fardo del tiempo que rompe vuestros hombros y os inclina hacia la tierra, hay que emborracharse sin tregua. ¿De qué? De vino, de poesía o de virtud, como gustéis. Pero embriagaos”.
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Un breve período de insensatez Si dejas obra, muere tranquilo, confiando en unos pocos buenos amigos… Andrés Caicedo, ¡Que viva la música! No hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio. Juzgar que la vida vale o no vale la pena de que se la viva es responder a la pregunta fundamental de la filosofía. Camus, El mito de Sísifo. “A juzgar por las fechas de sus escritos, parece ser que 1969 fue el año en el que Andrés logró imponerse una disciplina de trabajo […] En 1975, publicó su relato “El atravesado” […] a partir de esa época cometió dos intentos de suicidio. En ambos lograron salvarlo…” (Caicedo 2008:19-21). Ya había dejado algo de obra, pero no era suficiente, no había plasmado sus más profundos pensamientos, faltaba su obra maestra. Después de que lo “salvaron” de sus dos intentos de suicidio (uno de ellos tras consumir 300 pastillas de Valium), él prometió falsamente a su familia y sus amigos que “no lo volvería a hacer”; pero tenía que matarse, es como si sus dos primeros intentos de suicidio lo hubieran convencido aún más de que no debía llegar a los 26 años. ¡Por nada del mundo! Sería toda una insensatez. Llega ese 29 de septiembre de 1976, Andrés cumple 25 años y desde ese momento es consciente de que le falta muy poco, de que a partir de ese día se acaba la sensatez y la genialidad. Su rigor y disciplina como literato y escritor, cinéfilo y cineasta y rumbero, están enmarcados por estrictos horarios y cronogramas; aparentemente preestablecía toda su rutina. Sus dos fallidos intentos de suicidio, en 1975, reflejan que la idea era no llegar a los 25 años, porque después de eso llega la insensatez y un insensato no se suicida. Pero cumplió los 25 años, y su cronograma se desarticuló. ¿Por qué?: porque le faltaba algo: ¡su obra maestra, ¡Que viva la música!, no estaba en sus manos! Cómo podía morir tranquilamente sin saber si había dejado obra, una obra que valiera la pena.
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Otra pregunta es: ¿por qué falló dos intentos de suicidio?, ¿cómo es posible eso?, ¿acaso es tan difícil matarse? Quiero decir que si falló dos veces en su suicidio fue porque se suicidó a medias. ¿Acaso lo estaba dudando? Si lo dudaba era porque no había dejado obra (con lo cual sería una muerte intranquila) o porque ya era un insensato. Pero no podía ser un insensato pues aún no cumplía los 25. “El instante de la decisión es una locura”, pues se hallaba encerrado en un crudo dilema: o se suicidaba a los 25 años exactamente (a riesgo de no quedar inmortalizado por su obra) o esperaba el ejemplar de ¡Que viva la música! Sin saber cuánto tardaría (a riesgo de que tardara demasiado: hasta después de los 25 años, en un período de insensatez donde ya no se suicidaría), optó por la segunda opción, esperó pacientemente su novela a costa de vivir 5 meses y 4 días en un periodo de insensatez. ¿Qué pensaría ese 29 de septiembre de 1976, y el octubre y el noviembre de ese año? ¿Cómo sería ese último diciembre, cómo sería esa rumba? Sabía que era el último diciembre, tenía que disfrutarlo al máximo… pasaron enero y febrero del 77… ¡hasta que por fin! Le informaron que en la primera semana de marzo llegaba el primer ejemplar de ¡Que viva la música! Debió ser la semana más larga de su vida, la ansiedad no lo dejaría dormir… y pasaron cuatro días más de insensatez; hasta que llego ese viernes 4 de marzo de 1977. Había peleado con su amor, “Patricialinda”, pero el día pintó bien, se fue al aeropuerto a recoger el libro, regresó con los ojos brillantes y una sonrisa de satisfacción en el rostro; le presumía a los amigos que encontraba: “¡me publicaron mi novela!”. Llegó a su casa y sin pensarlo dos veces se tragó sesenta pastillas de secobarbital, una droga tranquilizante y somnífera; tantas pastillas son suficientes para acabar con un caballo. Se sentó en su escritorio y con su máquina escribió varias cartas (a su madre, a un amigo y a Patricia), Patricia llegó y Andrés le contó lo que había hecho, ella pensó que fue por su pelea pero no, no fue por ella ni por la pelea. Se suicidó para acabar ya con esa insensatez que lo martirizaba. ¿Y por qué no prefirió suicidarse a los 25 años exactamente?: porque no podía morir tranquilo, la obra que lo inmortalizó (y que al mismo tiempo lo mató) debía estar en sus manos. “Morir y dejar obra” no es un mero capricho, es la búsqueda de trascender para siempre en el recuerdo3 (que no fuera únicamente 3 Analogía similar hace Camus con el escritor Kirilov: “Quiere matarse para ser dios. Si Dios no existe,
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el recuerdo de su familia y sus amigos), en el recuerdo de todas las juventudes, que sin importar la generación, buscan la locura y el éxtasis. O, en otras palabras, quería llamar la atención, pues si no se hubiera suicidado su obra no habría sido nada, y ni yo ni nadie hubiera escrito nada sobre el genial escritor siempre joven, o “siempre viva”, como llamaría a María del Carmen, “la Mona” de ¡Que viva la música! Y ¡que viva! ¡Que viva la música y que viva Andrés Caicedo! Siento una voz que me dice, agúzate que te están velando Siento una voz que me dice, agáchate que te están tirando… Ricardo Rae & Bobby Cruz , Agúzate – La música es el arte de expresar con emoción los sentimientos, sinceros del corazón… Ray Barreto, Que viva la música –
Bibliografía Caicedo, Andrés. (1994) ¡Que viva la música!, Bogotá: Editorial Plaza y Janés. Caicedo, Andrés. (2008) Calicalabozo, Bogotá: Grupo Editorial Norma. Camus, Albert. (1970) El mito de Sísifo, el hombre rebelde, Buenos Aires: Editorial Losada. Derrida, Jacques. (1989) La escritura y la diferencia, Barcelona: Anthropos [en línea] Disponible en: http://www. jacquesderrida.com.ar/ Kirilov es dios. Si dios no existe, Kirilov debe matarse. Por lo tanto, Kirilov debe matarse para ser dios” (Camus 1970:84).
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Durkheim, Emilie. (1974) El suicidio, México D.F.: Universidad Nacional Autónoma de México. Vitale, Luis. (1989) “Latinoamérica y Colombia (19301960)”. En: Nueva historia de Colombia, Tomo III, Bogotá: Editorial Planeta. Páginas de internet Arango, Gonzalo. Primer Manifiesto Nadaista, 1958. Disponible en: http://www.gonzaloarango.com Baudelaire, Charles. “Embriagaos”. Disponible en: http:// inmanez.wordpress.com/2007/12/14/embriagaoscharles-baudelaire/ Nietzsche, Friedrich. Disponible en: http://www.nietzscheana.com.ar/textos/de_el_nacimiento_de_la_tragedia. htm
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