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LA MÚCURA REVISTA Numero 4 / SEM 02 - 2016 / ISSN 2357-6464 Universidad Nacional de Colombia Facultad Ciencias Humanas Sede Bogotá
LA MÚCURA REVISTA, es una publicación semestral en la que los estudiantes de antropología de pregrado y posgrado tienen la posibilidad de publicar sus artículos de investigación y todo su quehacer académico y cultural. Los objetivos de la revista son: crear un canal de comunicación entre todos los estudiantes del Departamento, promover las investigaciones y creaciones culturales de los grupos estudiantiles, y propiciar un espacio en el que se ponga en discusión la labor ética, académica y política del antropólogo. LA MÚCURA es una revista sobre el quehacer antropológico estudiantil de la Universidad Nacional de Colombia y de los estudiantes vinculados al Comité de Estudiantes de Antropología. Los textos presentados en la siguiente publicación expresan la opinión de sus respectivos autores y la Universidad Nacional no se compromete directamente con la opinión que estos pueden suscitar. CONTACTO DEL GRUPO lamucurarevista@gmail.com /lamucurarevista lamucurarevista.wordpress.com issuu.com/gestiondeproyectos proyectoug_bog@unal.edu.co UNIVERSIDAD NACIONAL DE COLOMBIA Sede Bogotá Edificio Uriel Gutiérrez Sede Bogotá www.unal.edu.co
RECTOR / Ignacio Mantilla Prada VICERRECTOR DE SEDE / Jaime Franky Rodríguez DIRECTOR BIENESTAR SEDE BOGOTÁ / Oscar Oliveros COORDINADORA PROGRAMA DE GESTIÓN DE PROYECTOS PGP / Elizabeth Moreno DECANA FACULTAD CIENCIAS HUMANAS / Luz Fajardo Uribe DIRECTOR BIENESTAR FACULTAD CIENCIAS HUMANAS / Eduardo Aguirre Dávila DIRECTORA DEPARTAMENTO DE ANTROPOLOGÍA / Consuelo de Vengoechea COMITÉ EDITORIAL DIRECCIÓN / Carlos Miñana Blasco COORDINADORA / Ivonne Espitia Montenegro EQUIPO DE COLABORADORES
/ Malva Sofía González Esguerra / David Felipe Henao Neuta / María Sirex Consuegra Díaz Granados / Danielle Rodríguez Rivera / Valeria Flórez González / Daniel Felipe Bernal Cubillos / Daniel Alejandro Márquez Bocanegra / Erika Mesa Penagos AGRADECIMIENTO ESPECIAL / Carlos Guillermo Páramo
proyectoug_bog@unal.edu.co /gestiondeproyectosUN ugp.unal.edu.co issuu.com/bienestarbogotaun Los textos presentados en la siguiente publicación expresan la opinión de sus respectivos autores y la Universidad Nacional de Colombia no se compromete directamente con la opinión que ellos puedan suscitar.
CORRECCIÓN DE ESTILO / Diana Luque Villegas. DISEÑO Y DIAGRAMACIÓN PGP / Fabio Jiménez IMPRESOR / GRACOM Gráficas Comerciales DERECHOS DE AUTOR Y LICENCIA DE DISTRIBUCIÓN Atribución - No Comercial - Sin Derivar
SUMARIO
4 7 24 39
EDITORIAL
ANTROPÓLOGOS Y MERCADERES. Fragmentos de una historia apócrifa
Cristian Andrés Gaona Borbón Camila Andrea Guzmán Páez
TESOROS EMPOLVADOS: “Garras de oro” el primer film anti-yankee, oculto y censurado
LA POLIOMIELITIS EN BOGOTÁ: Historia sociocultural de una enfermedad en los años 40
Juan Sebastián Gómez García
Linda Sofía Ordoñez Villa Santiago Castilla Parra
52 62 73 77
EXTENSIONES Y RESISTENCIAS DE LA ESCLAVITUD: Roles de las mujeres negras esclavizadas en la colonia neogranadina Daniela Cardona Londoño Luz Marina Agudelo Henao
ÁRBOL Y HUMANO EN LA VORÁGINE. Historia de asesinatos y alianzas María Pierina Lucco García
LAS GAFAS
María Alejandra Buelvas
TRABAJOS DE GRADO 2015-II
EDITORIAL Este nuevo semestre nos recibe con grandes retos. Algunas gratas noticias, como la reapertura de la materia Etnografía –que había sido injustamente olvidada– y la celebración de los 50 años de nuestro Departamento. Pero, también, algunas noticias preocupantes como la destrucción de las huertas estudiantiles por órdenes de rectoría y la continua escasez de presupuesto para las salidas de campo. Para nosotras, estos espacios son de vital importancia, dado que la antropología permite ver, conocer y valorar el mundo con diferentes lentes y corazones. Es algo que no debe olvidarse, pues es más que una simple profesión, y se aprende más allá de las aulas de clase: en las cafeterías, los pasillos, las sonrisas, las marchas, los grupos estudiantiles, los amores y amistades, etc. A pesar de que, en ocasiones, la academia parezca insensible, con este proyecto editorial hemos aprendido, que es a través de los espacios académicos, que se construye comunidad, y se transmiten sensibilidades y conocimientos. Por ello, cada nuevo semestre, materia o iniciativa, implica un reto en tanto se reconocen y comprenden nuevas formas de significar el mundo, pese a que a veces resultan asfixiantes, injustas o burocráticas. Es tarea de las estudiantes de este Departamento dotar de novedosas experiencias y recuerdos el campus universitario y la labor antropológica, desde la acción local y la constante transformación como seres humanos. Los elementos de esta cuarta edición muestran entre líneas dicho proceso reflexivo, dado que son textos e imágenes producto de clases, salidas de campo y viajes (físicos o emocionales), de antropólogas en formación, quienes encontraron, en espacios como la literatura, el cine, los archivos históricos o la fotografía, otra mirada sobre las posibles realidades e historias de las que estamos rodeadas. Esperamos que den cuenta de cómo la antropología se construye en, desde y fuera de los “muros” intelectuales de las aulas que supuestamente nos encierran. La mitad de los artículos que aquí presentamos están elaborados a cuatro manos, y esa mezcla de igualdades y divergencias hace parte de lo que nos presentan Cristian Gaona y Camila Guzmán, cuando mezclan la antropología y la economía. Mientras tanto, Pierina Lucco nos adentra en el Amazonas y la vorágine cauchera para relacionar la sangre y la madera. Nuestro recorrido continúa con el aporte de Juan Gómez, quien nos invita a viajar por los linderos del cine dejado en el olvido con el análisis de “Garras de Oro”, un film que relata la pérdida de Panamá y la influencia norteamericana en el proceso. Del cinema salimos a los hospitales, a conocer un poco de la histo-
ria de la poliomielitis, retomada de periódicos, por Linda Ordóñez y Santiago Castilla. Por su lado, Luz Marina Agudelo y Daniela Cardona, otra pareja que nos vuelve a tomar de la mano para llevarnos a la Nueva Granada y hablarnos de la esclavitud y del rol femenino en la resistencia de la identidad. Para finalizar con serenidad, María Alejandra Buelvas nos sienta en una banca a ponernos “Las Gafas”. Aprovechamos este espacio para agradecer a todas las personas que han seguido este proyecto estudiantil y a quienes iniciaron este grupo por su apoyo, su paciencia, su amistad y complicidad. Este número es resultado de cuatro años de trabajo, crecimiento personal y aprendizaje mutuo para quienes hemos participado en él. Igualmente, queremos celebrar este logro con quienes han aportado de manera indirecta, como son otros grupos estudiantiles a los que consideramos hermanos: la huerta Semillas de Memoria, el Colectivo Radial Malas Palabras, el Grupo Estudiantil de Antropología Visual Obtura, a la Red de Acción Antropológica y al Consejo Estudiantil del Departamento de Antropología. Cuando iniciamos, el objetivo principal era crear un espacio de comunicación entre estudiantes para la difusión de nuestras preocupaciones sociales y antropológicas. Consideramos que esta Revista siempre ha sido de estudiantes para estudiantes, y como tal, la dejamos en las manos de una nueva generación que tiene la responsabilidad de perpetuar (o no) este proyecto; sin embargo, también reconocemos que sus iniciativas probablemente son diferentes a las expectativas iniciales, y que los cambios de La Múcura responderán a las dinámicas propias del Departamento, del Comité Editorial, y de las maneras en que cada nueva integrante enriquecerá el proceso. Mil gracias por creer en nuestra Revista Estudiantil y por animarse a participar. Esperamos que este nuevo periodo sea un tiempo fértil para cada una de ustedes y para el Departamento.
Comité Editorial La Múcura Revista Primera Generación
Mostacilla (2014), Guaviare.
CAMILA PEÑA GÓMEZ.
ELVER ALEJANDRO ARIZA TELLO.
ANTROPÓLOGOS Y MERCADERES Fragmentos de una historia apócrifa
Cristian Andrés Gaona Borbón ANTROPÓLOGO - UNIVERSIDAD NACIONAL DE COLOMBIA cristiangaonab@gmail.com
Camila Andrea Guzmán Páez ANTROPÓLOGA - UNIVERSIDAD NACIONAL DE COLOMBIA ECONOMISTA - PONTIFICIA UNIVERSIDAD JAVERIANA cguzmanp9@gmail.com
< ANTROPÓLOGOS Y MERCADERES > Fragmentos de una historia apócrifa
Resumen:
PALABRAS CLAVE:
Antropología de la empresa en el siglo XX, antropología aplicada, consultoría, ética profesional.
1. Una versión preliminar de este texto fue producido gracias a la financiación del Programa de Gestión de Proyectos de la Dirección de Bienestar de la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Nacional de Colombia, en el marco del proyecto Estado del arte y Primer simposio de investigación social aplicada a la empresa, desarrollado en el año 2014. Esta presentación final debe sus agradecimientos al Programa mencionado, así como a la colaboración de los estudiantes participantes en el Laboratorio de Investigación Social Aplicada a la Empresa –LISAE–, hoy Semillero de Investigación de la Universidad Nacional de Colombia.
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La relación entre antropología y empresas carece de una exploración rigurosa dentro del entorno académico de la disciplina en el país. Este hecho desafortunado se manifiesta tanto en la escasa producción científica como en la ausencia de dicho tópico en los programas curriculares nacionales. Atendiendo a tales vacíos, este artículo recorre discusiones y eventos neurálgicos, los cuales tuvieron lugar en el devenir histórico de la antropología aplicada a las empresas durante el siglo pasado. El relato se divide en tres grandes momentos. En principio, se rastrean los indicios primigenios del campo, asociados a la expansión económica de los países del primer mundo, en particular de los Estados Unidos, ocurrida desde los años treinta hasta finales de los cincuenta. Luego, se abarcan las controversias éticas surgidas en los años sesenta y la adaptación de los paradigmas de la subdisciplina ante la transformación de las relaciones laborales. Por último, se sigue el proceso de renacimiento desde los años ochenta en un contexto de empresas transnacionales y globalización.
< Cristian Andrés Gaona Borbón - Camila Andrea Guzmán Páez >
Pareciera inalienable el derecho de formular preguntas sobre el pasado de la antropología, particularmente para sus más jóvenes aprendices. Este derecho, por lo demás, involucra la posibilidad de agenciar el conocimiento adquirido sin mayores restricciones que las impuestas por las disposiciones éticas inherentes al ejercicio profesional. En virtud de ello, este artículo reconoce su legítimo tema de interés en las relaciones comerciales entre los mercaderes –hombres y mujeres del mercado, presumiblemente, hoy llamados empresarios– y los nativos de nuestra profesión, los antropólogos. Si bien un justo registro del desarrollo histórico de esta relación podría ser versado sobre tomos enteros, para efectos de este artículo se ha resuelto presentar su versión compacta –también podría decirse ligera–. Esta presentación parece resultar más funcional dada la especial condición que caracteriza este tema en la literatura antropológica producida en nuestro país, a saber, la inexistencia. Las revistas colombianas de antropología, bien sean sus editores o ellas mismas en tanto instituciones, han optado por no difundir conocimiento de la materia que aquí nos concierne. Aunque exigirles esta responsabilidad exclusivamente a ellas pueda resultar injusto. Tal vez, la ausencia de investigación y, luego entonces, de producción científica sobre el tema pueda rastrearse hasta los contenidos mismos de las asignaturas que contemplan los planes de estudio de los departamentos de antropología más robustos del país. Lo dicho hasta aquí explica el hecho capital de que la relación que nos convoca hoy en estas
reducidas (pero saludables) letras, sea abordada a vuelo de pájaro, a manera introductoria. Algunos pensarán que esta colcha de retazos tiene una intencionalidad provocadora y, probablemente, no se están equivocando. Pretendemos atraer a una nueva y renovada generación de antropólogos colombianos hacia un abanico temático que brinde posibilidades alternativas a la ortodoxia a la cual nos hemos acostumbrado. Nuestro objetivo último es presentarles algunos de los problemáticos callejones en los que, históricamente, la antropología se ha encontrado a sí misma cuando ha optado por abandonar la academia y hacerse aplicada. La relación entre la antropología y la empresa ha sido nombrada con una lista de interminables rótulos, siendo los principales, antropología industrial, antropología de los negocios, antropología de la empresa, antropología comercial, antropología del trabajo industrial, entre otros tantos. Todos ellos dan cuenta de un interés antropológico por aquello que, parafraseando a Jordi Roca (1998), podríamos denominar las instituciones primordiales del capitalismo: la industria y la empresa. El interés de la antropología por comprender el funcionamiento del sistema económico capitalista en sus manifestaciones locales, hace del asunto de la riqueza y, aún más, de su generación –siendo esta tan mística como ella misma– un verdadero caldo de cultivo para la antropología aplicada. No obstante, las expediciones que los antropólogos han emprendido hacia este campo de estudio no convencional han generado toda forma de discusiones sobre el tipo ideal de relación a establecer entre 9
< ANTROPÓLOGOS Y MERCADERES > Fragmentos de una historia apócrifa
la empresa privada y nuestra disciplina. Mientras algunos defienden su utilidad y el compromiso con sus entes financiadores, otros abogan por una actitud crítica y alejada de las dinámicas empresariales. En el caso particular de este artículo, su pretensión se sitúa en una exposición histórica y sintética sobre los momentos neurálgicos de aquel complejo relacionamiento, presentando, por igual, sus elementos más loables, así como sus agudas contradicciones éticas. Para ello, hemos fragmentado arbitrariamente la historia del siglo pasado, con el fin de dar cuenta de tres distintos momentos históricos que han correspondido con estados diferentes del desarrollo de la relación en cuestión. El artículo concluye con un conjunto de observaciones sobre algunos desafíos vinculados a esta materia en la antropología colombiana. Orígenes. Entre el imperio y la potencia Históricamente, es imposible considerar el ascenso del imperialismo decimonónico, así como sus subyacentes estructuras colonialistas, sin referirse a la expansión de las redes de intercambio comercial como uno de sus principales motores. Consecuentemente, admitir que la antropología germinó bajo el auspicio del imperio británico nos induce a intuir su proclividad mercantil, al menos cuando esta sea originaria. Así, la relación entre antropología y colonialismo floreció, en parte, gracias al interés de los mercaderes por conocer mejor a sus socios comerciales en las colonias 10
(Baba, 1997)2 ; motivación que progresaría de manera significativa en el siglo siguiente. Por supuesto, estos desarrollos tempranos no estuvieron directamente asociados a una agenda formal de investigación en el área de la antropología aplicada. Incluso, debe señalarse que los antropólogos europeos no iniciarían su formación académica en este campo sino hasta finales de la primera mitad del siglo XX. Este hecho, no accidental, incidió de manera definitiva en la notable predominancia de los Estados Unidos en los desarrollos de esta rama de la disciplina. Esto no contradice el apoyo decisivo de la corona británica al surgimiento de la antropología; más bien, intenta introducir dos formas distintas, aunque convergentes, de asumir su utilidad. Sin duda alguna, la aparición del texto Los argonautas del pacífico occidental en 1922 es el resultado –tanto en su contenido como en su justificación (Malinowski, 1986)–, de la promoción realizada por la corona británica a la labor de los antropólogos en las regiones distantes del imperio. Malinowski (1986) abonó en Oceanía el esfuerzo por aplicar la antropología a concretos problemas administrativos y comerciales de las colonias, el cual más tarde se vería continuado por antropólogos británicos en África (Cfr.: Radcliffe-Brown y Forde, 1950; Evans-Pritchard, 1940) y Asia (Cfr: Thurston,
2. Paul Sillitoe (2007, 159) también se ha referido sobre este asunto, a saber, los orígenes coloniales del rol que los antropólogos han desempeñado como “consejeros”, que, históricamente, ha correspondido a iniciativas privadas sobre la comercialización de recursos y conocimientos exóticos y distantes.
< Cristian Andrés Gaona Borbón - Camila Andrea Guzmán Páez >
1909; Dirks, 1997). Autores como Baba (2006) y Sillitoe (2007) señalan que ya en las postrimerías de la época victoriana pueden registrarse los indicios primigenios de la antropología aplicada. Sin embargo, no todas las naciones de lo que más tarde se configuraría como el primer mundo, tenían los mismos interrogantes sobre cómo aplicar la joven disciplina; sea el caso puntual de los Estados Unidos. Apenas dos años después de la publicación de Argonautas, la Western Electric Company da inicio a un ambicioso proyecto investigativo con un grupo de psicólogos de la Universidad de Harvard, encabezado por el australiano Elton Mayo. Los experimentos del llamado Proyecto Hawthorne se proponían incursionar en las prácticas habituales de los trabajadores que laboraban en una planta manufacturera ubicada en las afueras de Chicago, con el propósito de explicar las lógicas comportamentales detrás de su productividad. En 1931, aprovechando su estancia en Harvard, Mayo vincula al aspirante a PhD. en antropología William Lloyd Warner (Holzberg y Giovannini, 1981). Movido por la experiencia etnográfica del antropólogo entre los yolngu del norte de Australia, Mayo generó interés por los novedosos aportes metodológicos que Warner podría realizar a las observaciones directas incluidas en la tercera fase del estudio. Siguiendo a Roca (1998), se podría decir que Mayo no erraría en su vinculación, debido a que las contribuciones más significativas del antropólogo permitieron descubrir que, en el lugar del trabajo, existía una forma de organización informal, la cual influía predominantemente sobre la pro-
ductividad de los trabajadores, a diferencia de los estímulos ambientales por los cuales se interesaron los experimentos, Hawthorne en un comienzo (Cfr.: Holzberg y Giovannini, 1981, p. 319). El mismo autor apunta que “En este sentido la investigación de Hawthorne sustituyó al hombre económico de Taylor por la imagen de los trabajadores unidos por intereses sociales y psicológicos” (Roca, 1998, p. 73). Esta poderosa idea, la cual simultáneamente constituye el primer referente de participación de un antropólogo en una agenda de estudios empresariales, daría forma, durante los siguientes 25 años, a la Escuela de Relaciones Humanas, la cual guió paradigmáticamente la manera de explicar las relaciones sociales al interior de las empresas. Al cabo de los años treinta, la antropología aplicada entra en auge debido al interés del gobierno estadounidense por financiarla, situación que marca una diferencia con la década anterior, si se considera que la Gran Depresión marginó a los empresarios –los principales clientes de la antropología hasta entonces– de la posibilidad de costear este tipo de investigaciones (Baba, 2006). Este momento coincide históricamente con la emergencia de los Estados Unidos como potencia mundial, la cual no terminaría de configurarse sino hasta el periodo de posguerra. Durante las administraciones de Franklin D. Roosevelt, los antropólogos norteamericanos trabajaron para el Estado a medida que participaban en distintos puntos de la agenda política en los años treinta y cuarenta. Su primera entrada rastreable se dio en el marco de los programas políticos, conoci11
< ANTROPÓLOGOS Y MERCADERES > Fragmentos de una historia apócrifa
dos bajo el nombre de New Deal, los cuales buscaban combatir las nefastas consecuencias acarreadas por la Gran Depresión. Tal como lo señala Herbert Lewis (2014, p. 7980), “algunos antropólogos se involucraron en asuntos económicos y políticos indígenas, especialmente con respecto a la educación, el desarrollo económico y el uso de la tierra”. Margaret Mead, por ejemplo, ocupó el cargo de Secretaría Ejecutiva del Comité de Hábitos Alimenticios en el National Research Council; mientras que Ruth Benedict participaba en un entendimiento antropológico de la cultura japonesa, el cual le facilitaría al presidente Roosevelt la toma de decisiones respecto a las acciones militares en el Lejano Oriente, con el objeto de procurar una terminación estratégica de la Segunda Guerra Mundial. El clímax de este tipo de participación fue alcanzado en el año 1944, cuando un 25% del total de antropólogos estadounidenses se encontraban trabajando para agencias federales de su gobierno (Hinshaw, 1980, p. 499)3 ; ganar la guerra requería de un esfuerzo interdisciplinario concentrado en aceitar el desempeño de la industria, así como de las instituciones del sector público. Lo que ocurre inmediatamente después comporta una bifurcación del quehacer profesional antropológico. Con el fin de la Segunda Guerra Mundial, buena parte de los antropólogos, que habían desempeñado un rol protagónico en la oferta de servicios de consultoría e investigación para el estado norteamericano, se repliegan de nuevo a la academia. Se gestó, entonces, desde la época 12
de posguerra un pacto tácito al interior de la disciplina, el cual consistía en saberse y mantenerse a sí misma “libre de cualquier clase de cliente, al servicio de toda la humanidad” (Hinshaw, 1980, p. 500). Después de los años cincuenta, esta vocación académica, a ultranza aclamada por la antropología, se expandiría por todas las facultades fuera de los Estados Unidos y, en sincronía con el espíritu convulso de las décadas que estaban por llegar, engendraría una historia de reclamo e indiferencia a la antropología aplicada; aún más a la manifestación de esta que aquí nos interesa, la antropología de la empresa. El otro camino de la bifurcación se encuentra en el flujo de antropólogos dispuestos a continuar, siendo empleados por los gobiernos y el sector privado. A inicios de la década de los cuarenta ocurrió el primer encuentro de la Society for Applied Anthropology en Harvard; años más tarde, en la Universidad de Chicago se establece el Comité de Relaciones Humanas en la Industria; hacia finales de la década, W. Lloyd Warner en compañía de los antropólogos William Henry y Burleigh B. Gardner fundan la Social Research Inc., la primera firma consultora en aplicar em3. Los orígenes de este compromiso con la aplicabilidad de la antropología se relacionan primordialmente con el hecho según el cual, los “antropólogos orientados a la acción sintieron que ellos tenían las herramientas analíticas y las metodologías conceptuales adecuadas para hacer predicciones y planear recomendaciones, no solo para el personal industrial –administración y trabajadores– sino también dirigidas hacia las políticas gubernamentales así como a los grupos de acción comunal interesados en encontrar soluciones a los dilemas de una sociedad industrial”(Holzberg & Giovannini, 1981, p. 347. Traducción propia).
< Cristian Andrés Gaona Borbón - Camila Andrea Guzmán Páez >
presarialmente4 herramientas metodológicas y analíticas provenientes de la disciplina5 . En conclusión, la antropología abandonaría esta década con una escisión dentro de sus filas de profesionales, lo suficientemente estrepitosa para configurarse como un punto de no retorno; se agudizaron, así, insalvables contradicciones entre los principios rectores de una vocación académica y la práctica de una antropología direccionada a resolver problemas del mundo empresarial. Exilio. Controversia ética y nuevas perspectivas Durante los años sesenta, el viraje académico, así como un número considerable de contingencias históricas, algunas de ellas relacionadas con los avances inspirados por la carrera científica de la guerra fría, hicieron que los antropólogos tuviesen a su disposición nuevos escenarios de investigación, en cierta medida, más ortodoxos que la industria (Baba, 2006). El repentino declive de la antropología aplicada también estuvo marcado por el divorcio definitivo por parte de sus profesionales con la pretendida “antropología libre de sesgos”. El deseable objetivo de mantener los prejuicios y valores personales fuera del ejercicio de la antropología fue sustituido por la aceptación de que esta era una pretensión inviable. Esto contribuyó, de alguna manera, a flexibilizar la dimensión ética del oficio hasta un discutido límite. Para mediados de la década del sesenta la intervención favorable en las comunidades se observó como una posibilidad tangible (Solovey,
2001); verbigracia de esto, agencias del gobierno de los Estados Unidos iniciaron programas de inteligencia en distintas partes del orbe, camuflados bajo investigaciones académicas (Baba, 2006). Probablemente, el más controvertido de ellos fue el Proyecto Camelot. El objetivo del programa consistió en indagar las motivaciones de las revueltas sociales que potencialmente causarían inestabilidad institucional en países del tercer mundo (Solovey, 2001). Aparentemente, la investigación no era desarrollada contando con el consentimiento informado de los sujetos de indagación, así mismo, la publicación de los resultados estaba limitada a los objetivos de las misiones de inteligencia. Las consecuencias negativas que acarrearía el programa alimentaron inquietudes éticas relacio-
4. El diario Chicago Tribune, en el obituario de Gardner, proporciona una simple pero acertada descripción de la compañía, que podría contribuir a resaltar nuestro argumento: “La firma usa técnicas de las ciencias sociales para resolver problemas de los negocios” (Chicago Tribune, 1988. Subrayado propio). 5. Es menester indicar que, durante las décadas de los cuarenta y los cincuenta, los desarrollos académicos más canónicos en el campo de la antropología aplicada a las empresas fueron los adelantados por W. Lloyd Warner y sus estudiantes, los antropólogos Eliott D. Chappel y Conrad Arensberg (Holzberg y Giovannini, 1981); aunque también son considerables los trabajos del antropólogo Frederick L. W. Richardson y el sociólogo William Foote Whyte. A estas personalidades de la antropología aplicada a la empresa, les caracterizó, independientemente de su preferencia temática, un ideal de cientificidad y neutralidad aún no rebatido para la época. Holzberg y Giovannini (1981, p. 327. Traducción propia) lo describen así: “la empresa industrial era un escenario popular en el cual podían desarrollarse investigaciones académicas debido a que éste ofrecía un contexto óptimo para el estudio de las dinámicas implicadas en la interacción social y las estructuras grupales. Este también se prestaba para la investigación científica objetiva con la ayuda de rigurosas metodologías con el propósito de obtener datos que pudiesen ser ponderados, cuantificados, verificados y generalizados”.
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< ANTROPÓLOGOS Y MERCADERES > Fragmentos de una historia apócrifa
nadas con el porvenir de las comunidades estudiadas y la posibilidad de perder escenarios para el trabajo de campo. En últimas, el peso de la controversia ética hizo que el Proyecto Camelot fuera cancelado (Hill, 1987), bajo el auspicio de diversas denuncias públicas en contra de la antropología aplicada (Galtung, 1968); finalmente la situación generalizada conduciría a su marginación de la academia6 . Las objeciones éticas no estaban restringidas a la práctica asociada a objetivos gubernamentales. La posguerra permitió que las compañías estadounidenses tuvieran un mayor acceso a los mercados de ultramar. Durante los años sesenta, esta ventaja se hizo más aparente pues las empresas multinacionales ampliaron su espectro de operaciones alrededor del globo. Su proceso de expansión no estuvo exento de una conducta corporativa antiética. El trabajo de antropólogos en la industria fue estigmatizado debido a las malas prácticas corporativas de las nuevas multinacionales. Como reacción a ello, la American Anthropological Association prohibió, en 1971, las investigaciones que no pudiesen ser libremente difundidas (Jordan, 2012). Sabemos que la deserción en masa del campo de la empresa por parte de antropólogos sería una característica de esta década y la siguiente. Para Roca (1998), las razones se encuentran profundamente ligadas al contexto sociopolítico de la época, al involucramiento de las antropologías periféricas alrededor del mundo, al resurgimiento de los problemas clásicos de la disciplina, a la facilidad de acceso a becas estatales y privadas, y en últimas, al rasgo según el cual los perío14
dos de auge de una antropología industrial y de la empresa se asocian a los períodos conservadores política, cultural e ideológicamente. A pesar de las críticas asociadas al trabajo de antropólogos con la industria y la empresa, la consolidación de las multinacionales despertó nuevas inquietudes para aquellos que no abandonaron el ejercicio de la antropología aplicada (Gordon, 1995). En este período, Geert Hofstede (1991) realizó el primer estudio a gran escala, el cual consideró las culturas nacionales como una característica fundamental para comprender la forma en que se construyen las relaciones laborales y su incidencia en la productividad de los empleados. El estudio consistió en la aplicación de un instrumento que buscaba comparar actitudes y valores entre 100.000 empleados de IBM, repartidos entre 40 nacionalidades distintas. Basado en dicha investigación, Hofstede construyó un modelo de cultura basado en 4 dimensiones: distancia jerárquica, feminismo vs. masculinidad, individualismo vs. colectivismo y evasión de la incertidumbre. El autor ha desarrollado gran parte de este modelo hasta la actualidad (Cfr.: The Hofstede Centre).
6. La relación entre antropología y espionaje militar se ha revelado con mayor contundencia en las últimas décadas. La historia de esta forma proscrita de antropología aplicada es tan antigua como la participación de Franz Boas en la Primera Guerra Mundial, y atraviesa eventos como la vinculación de ingentes cantidades de antropólogos durante los años cuarenta a la Office of Strategic Services (OSS), la inteligencia de contrainsurgencia en países de América Latina y del Lejano Oriente, y la financiación por parte de la CIA a antropólogos en formación en el discutido, y relativamente reciente, PRISP (Pat Roberts Intelligence Scholars Program) (Cfr.: Sillitoe, 2007; Price, 2000; Price: 2005; Eric Wakin; 1992; Gusterson, 2003).
< Cristian Andrés Gaona Borbón - Camila Andrea Guzmán Páez >
La década del 60 finaliza con crecientes preocupaciones éticas, pero también con desarrollos en el corpus teórico de la antropología de la empresa. El declive de la “Escuela de las Relaciones Humanas” (ERH) permitió el surgimiento de nuevas perspectivas teóricas. Durante los años 70, la crítica marxista al orden industrial, el análisis de las culturas profesionales, el estudio de los procesos de industrialización en países no occidentales, entre otras ramas de interés, crearon nuevos conceptos para la naciente subdisciplina, que aún no era conocida como “antropología de la empresa” (Baba, 2006). Durante los años 60 y 70, el contexto laboral de los Estados Unidos sufrió cambios no previstos por los teóricos de la Escuela de las Relaciones Humanas (ERH). Por ejemplo, los sindicatos empezaron a constituirse como solución a todas las formas de disputa laboral. Sus métodos de negociación no eran acordes con la propuesta de la ERH, y como resultado, esta perspectiva teórica cayó en la obsolescencia. Al mismo tiempo, la teoría de la contingencia adquirió relevancia al utilizar investigación cuantitativa y análisis estadístico de variables como estructura organizacional, tecnología, entre otras (Baba, 2006). En resumen, la incapacidad de los antropólogos industriales de la ERH para formar una nueva generación que respondiera a los retos impuestos por las transformaciones de las relaciones laborales, es una de las razones por las cuales la escuela no pudo retomar su preponderancia paradigmática para explicar el comportamiento de las organizaciones (Kedia & Van Willigen, 2005).
De forma simultánea, las escuelas de la ecología cultural, la antropología simbólica y el estructuralismo, fervientemente seguidas en la década anterior, empezaron a ser insuficientes en la tarea de explicar el mundo experimentado por los antropólogos de la época. Se hizo necesario un nuevo modelo teórico que delineara una renovada comprensión de los fenómenos sociales, que abandonara la criticada ahistoricidad de las escuelas anteriores y que justificara la participación política en la que un buen número de estudiantes y profesionales de la antropología se habían aventurado. Tal y como lo señala Sherry Ortner (1984), los postulados teóricos de Marx le brindaron a la antropología herramientas para hacer más sólida su crítica social, así como para denunciar la opresión burguesa, expresión por antonomasia de la dominación occidental. Las negociaciones de los sindicatos para obtener mejores remuneraciones salariales crearon una separación entre empleados y dirigentes. Dichas disconformidades hicieron más favorable la construcción de la crítica marxista. El enfoque de esta última se centró en la manera como los administradores utilizaban su poder para lograr incrementar la productividad de los empleados, y, también, en la forma en la cual los empleados reaccionaban a la opresión burguesa (Baba, 2006). Según Baba (2006), la crítica marxista logró una aproximación documentada de las reacciones de los empleados a la implementación de innovaciones tecnológicas, así como del conocimiento laboral informal que empleaban para llevar a cabo sus obligaciones laborales. Por supuesto, no estuvieron 15
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ausentes los análisis más estructurales, dirigidos a demostrar cómo “la empresa está conectada a grandes fuerzas económicas, políticas y sociales” (Baba, 2006, p. 99). Además de las contribuciones marxistas, florecieron los estudios sobre ocupaciones y profesiones, especialmente durante la década del setenta. El concepto de “cultura laboral”, acuñado por Herbert Applebaum (1984), permitió caracterizar la manera en que el diseño del puesto de trabajo, las herramientas utilizadas, y los conocimientos y habilidades requeridos para ejercer un trabajo son determinantes de las prácticas, valores y actitudes de los empleados que comparten el oficio. Así pues, como balance del período que va de 1960 a inicios de 1980, podría decirse que estuvo caracterizado por la importante erosión de la cooperación entre antropología y empresa. Los diversos inconvenientes que enfrentó la práctica en el sector empresarial, hicieron que el trabajo aplicado se desarrollara en otras vías de intervención, acaso proyectos subrepticios con prácticas profesionales de ética cuestionable. Según Hinshaw (1980, p. 499), “los setenta marcaron el punto más bajo en la participación de antropólogos en gerencia e investigaciones con respecto a la política”. Renacimiento. Desafíos transnacionales Los años ochenta constituyeron un periodo de renacimiento en este campo de la antropología. La relación entre la disciplina y las empresas obtiene provecho del interés recíproco entre ellas (Van Marrewijk, 2010). El tema de la 16
cultura organizacional entraría en auge (Cfr.: Hofstede, 1991) y su dominio perduraría hasta la actualidad. Las causas de este panorama, tan diferente al de las dos décadas que lo precedieron, fueron signadas por factores como (…) la transformación de las economías capitalistas, marcadas por los crecientes flujos globales de bienes y servicios, la desregulación mundial de los mercados y la difusión de información convergente así como las tecnologías de la telecomunicación (algunas veces conocidos juntos como ‘globalización’). (Baba, 2006, p. 104).
Nuevos mercados se inauguraron alrededor del mundo y la antropología vio, en este fenómeno, la oportunidad de ofrecer sus servicios a distintas firmas como General Motors, IBM, Intel, Microsoft, Motorola, Xerox, entre otras. Es claro que semejante estado de la cuestión implica preguntarse ¿por qué la antropología no habría seguido este derrotero con anticipación? ¿Qué rasgos históricos caracterizaron los años ochenta, los cuales estimularían este repentino despegue de la antropología empresarial? Es claro que las respuestas no pueden circunscribirse exclusivamente a factores económicos extrínsecos a la disciplina –mencionados en el párrafo anterior–; al interior de la antropología, se perfilaba una nueva manifestación de su vocación académica, marcada por la atomización de su producción literaria, la flexibilización de sus principios deontológicos y la aparición de una nueva agenda intelectual. Todos estos fueron síntomas de una fractura con la ortodoxia, la cual, hasta el momento, había predominado en las pesquisas antropológi-
< Cristian Andrés Gaona Borbón - Camila Andrea Guzmán Páez >
cas y que coincidiría, en última instancia, con lo que algunos autores han entendido como el giro epistemológico de las ciencias sociales7. Para los años ochenta, figuras icónicas de la antropología como Eric Wolf consideraban – con tono apocalíptico– que el campo de la disciplina se estaba desintegrando y que las subdisciplinas al interior de ella ya no se manejaban dentro de un discurso compartido (Ortner, 1984). Sherry Ortner (1984) explica que para la década en cuestión, la antropología, así como otras ciencias humanas, experimentó el auge de nuevos temas de interés, donde figuraban extraños conceptos como práctica, acción, performance, actor, persona, individuo, sujeto, entre otros; los cuales, además, serían abordados colaborativamente con disciplinas como la lingüística, la teoría del arte y la filosofía. En resumen, la impresión de Wolf sobre la antropología se traducía en una nueva agenda intelectual, abordada por distintos análisis que cuestionaban las fronteras entre las disciplinas y que defendían la indeterminación fructífera de dichas mixturas. En medio de esa vorágine de artificios epistemológicos y sujetos de estudio incipientes, la antropología de la empresa renace. La razón para esto tiene menos que ver con que la nueva forma de vocación académica –predominante en antropología, y, en general, en las ciencias sociales– hubiese acreditado los estudios empresariales, y más con el hecho de que los nuevos principios rectores de la disciplina impedían a sus practicantes la posibilidad de señalar la invalidez o la ilegitimidad de un sujeto de estudio.
A finales de la década del setenta, la antropóloga Dorothy Willner inaugura el seminario de la American Anthropological Association (AAA) sobre antropología y política pública con estas preguntas: ¿Puede la antropología proporcionar conocimiento con relevancia política en más que unas pocas áreas? ¿pueden los antropólogos ganar crédito gracias a este conocimiento por parte de los formuladores de políticas públicas? ¿esto puede ser realizado sin comprometer la calidad del conocimiento? (Hinshaw, 1980: 498).
Las mismas preguntas podrían ser realizadas respecto al trabajo de la antropología con las empresas y, de hecho, parece que fueron formuladas y respondidas afirmativamente durante los años noventa. El ímpetu con el que los nuevos antropólogos de las empresas asumieron las dinámicas económicas globales de los años ochenta, hizo emerger durante la siguiente década campos de acción, en los cuales los antropólogos ofrecieron sus servicios, tales como el comportamiento y la gerencia organizacional, el diseño de productos, servicios y sistemas, así como el marketing y el comportamiento del consumidor. La vigencia de esta agenda no parece caducar en la actualidad, sino, por el contrario, muestra signos de madurez. El proceso de desindustrialización gestado desde finales de los años setenta dio paso a una mayor participación del sector servicios en la
7. Para una mayor comprensión de este fenómeno al interior de la antropología ver: Cohn, 1981; Geertz, 1983; Ortner, 1984; Geertz, 1988; Rosaldo 1989.
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< ANTROPÓLOGOS Y MERCADERES > Fragmentos de una historia apócrifa
economía. Para principios de la década de los años noventa, esta transformación tuvo alcance global. El mundo industrial asistió a una pluralización de la fuerza laboral en el marco de los mercados internacionales, como consecuencia directa de su dinámica globalizadora. Tal como lo definió Fine (1996), las diversas ofertas de recursos humanos que emergieron en esta década, así como las técnicas administrativas que comportaba su respectiva gestión, condujeron a un boom sobre estudios de diversidad sociocultural de la fuerza laboral al interior de las empresas (Cfr.: Allen, 1995; Cox, 1993; Fine, 1995, Limaye, 1994). El análisis de diversidad sociocultural fue inicialmente desarrollado por investigadores no antropólogos que alcanzaron gran reconocimiento. Geert Hosftede (1991) es, tal vez, uno de los ejemplos más prominentes al tratarse de un psicólogo social que importa herramientas conceptuales y metodológicas de la antropología. El auge de este tipo de investigaciones creó un terreno fértil para la incursión de los antropólogos. Los estudios en gestión y comportamiento de las organizaciones son, probablemente, los que más se han beneficiado de los desarrollos tempranos en antropología industrial. De hecho, uno de los temas que fueron retomados desde la década del noventa fueron los estudios sobre las culturas corporativas y laborales (Baba, 2006). Desde finales de los ochenta, el concepto de cultura organizacional empezó a ser un objeto común en las investigaciones de antropólogos; contradictoriamente, dicho interés no convirtió a la antropología en la disciplina experta en los temas de cultura organiza18
cional (Czarniawska, 2012). Por otro lado, los efectos de la reproducción de las organizaciones en un contexto de globalización hicieron que las empresas estuvieran más interesadas en conocer la opinión de los antropólogos sobre los posibles impactos y desafíos que surgirían como consecuencia de la aplicación de modelos de negocio en entornos socioculturales extranjeros (Jordan, 2010). El restablecimiento de la relación cooperativa entre antropología aplicada y empresa permitió que florecieran las áreas de investigación surgidas en los años ochenta. Por ejemplo, el diseño de productos a partir de información recolectada y tratada etnográficamente se consolidó (Cfr.: Jordan, 2012: 19; Blomberg et al., 1993; Louridas, 1999; Pfaffenberger, 1992). También debe considerarse un campo cuya exploración no era desconocida para la época, los estudios de comportamiento del consumidor y el marketing (Baba, 2006). A pesar de que operan en planos muy cercanos entre sí, el tipo de información requerida para el diseño de producto no es equivalente a la estrategia de marketing. Ambas implican desafíos distintos, por lo que constituyen ámbitos de investigación separados.
< Cristian Andrés Gaona Borbón - Camila Andrea Guzmán Páez >
*** De este trecho, más o menos extenso, no podemos advertir conclusiones como sí preocupaciones distintas sobre la relación de la antropología colombiana con el sector privado. La primera se relaciona con el hecho de que gran parte de la literatura sobre la antropología de la empresa recomienda la búsqueda de formas cada vez más efectivas de aplicación de la etnografía. Evidentemente, la aplicación de las técnicas etnográficas no ha sucedido sin inconvenientes y, de manera simultánea, ha hecho nuestros servicios más atractivos, no obstante, tal vez el fallo más desafortunado ha sido la incapacidad de crear un corpus teórico sólido que pueda vincular su instrumentalización empresarial a un público más académico. Una segunda inquietud yace sobre los vínculos entre academia y empresa. Es imperativo que las reformas al interior de los programas curriculares de antropología en nuestro país permitan un lugar a estos caminos de la investigación aplicada; sin duda alguna, renovados programas de proyección laboral, en este campo, contribuirían a reducir la exasperante incertidumbre laboral generada por nuestra disciplina. Lo anterior conduce justamente a una preocupación última, la construcción de conocimiento antropológico debe problematizarse y diversificarse, sin demonizar la financiación privada, pero, simultáneamente sin aceptar abnegadamente sus designios; las generaciones contemporáneas de aprendices reclaman formas menos ortodoxas de manifestar y experimentar su ardiente vocación por la antropología. 19
< ANTROPÓLOGOS Y MERCADERES > Fragmentos de una historia apócrifa
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< ANTROPÓLOGOS Y MERCADERES > Fragmentos de una historia apócrifa
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Pampero, JUAN DAVID ANZOLA.
Juan Sebastían Gómez García PREGRADO EN ANTROPOLOGÍA - UNIVERSIDAD NACIONAL DE COLOMBIA jusgomezga@unal.edu.co
< Juan Sebastían Goméz García >
Resumen:
PALABRAS CLAVE:
Garras de oro, historia del cine colombiano, separación de Panamá.
Este artículo explora las relaciones entre la historiografía y la llegada de la industria cinematográfica a Colombia, así como las condiciones socio-políticas de ese entonces, por medio del filme “Garras de Oro”, producido en 1926 por P. P. Jambrina. La separación entre Panamá y Colombia, ocurrida el 3 de noviembre de 1903, y la influencia de las convicciones del gobierno de los Estados Unidos en la época, son los temas centrales del filme, que se realizó con un objetivo de denuncia claramente anti-estadounidense, lo que lo ha catalogado como pionero de su tipo en el mundo. Así, el objetivo de este artículo es mostrar cómo la producción cinematográfica colombiana en aquella época tuvo un tinte claramente coyuntural, y cómo esta tendencia ha perdurado a través de toda la historia de la cinematografía colombiana.
1. Este artículo funge como trabajo final de los cursos de Antropología Histórica I y Antropología Histórica II, impartidos por el profesor Carlos Guillermo Páramo Bonilla del programa de Antropología de la Universidad Nacional de Colombia en el primer y segundo semestre de 2014.
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< TESOROS EMPOLVADOS > “ Garras de oro” el primer film anti-yankee, oculto y censurado
Introducción En las primeras décadas del siglo XX, la sociedad colombiana atestiguó la llegada de numerosos cambios, ecos de la modernización que empezaba a transformar las estructuras productivas de los países y, por ende, los sistemas sociales y culturales. Dentro de estos cambios, trataré de desenterrar un “tesoro empolvado”, que aunque trabajado, sigue siendo víctima del olvido académico y, en especial, del olvido antropológico: los inicios del cine en Colombia. El cine llega a Colombia de la mano de la modernización, no como forma nueva de arte sino, más bien, como producto comercial de importación (Suárez, 2009). Desde el inicio del siglo hasta los años 30, se producirían numerosas obras cinematográficas que realzarían la colombianidad desde, por ejemplo, las readaptaciones a la pantalla grande de novelas como “ La María”, o “Aura o las Violetas”. En el proceso de leer algunos trabajos sobre el inicio del cine en Colombia, encontré una producción que me llamó la atención por su naturaleza misteriosa y oculta. Garras de Oro fue una producción dirigida por P. P. Jambrina y la empresa Cali Films en el año de 1926. Retrata la separación de Panamá y Colombia por medio de un romance entre un estadounidense y una colombiana radicada en los Estados Unidos. Hay que agregar que, en realidad, el estudio de los inicios del cine en Colombia es necesariamente pobre, debido a que muchos materiales se perdieron por diferentes causas. Se podría decir que esta película misteriosa cuenta con muchas más pistas sobre su origen 26
que otras producciones contemporáneas a esta como “Alma Provinciana” o “Bajo el Cielo Antioqueño”. A pesar de lo anterior, la película en sí y los registros concernientes a las exhibiciones de la misma, sobre su producción o sobre los actores que trabajaron en ella, no existen. Además, “Garras de Oro” me resultó increíblemente interesante debido a su sesgo político y de denuncia frente al papel que tuvo el gobierno de los Estados Unidos en la separación de Panamá de Colombia en 1903, y la referencia irónica que hace a la enemistad que hubo entre el periódico The World de Nueva York – dirigido por el magnate del periodismo de la época Joseph Pulitzer– y el presidente Theodore Roosevelt (Suárez, 2009). Pretendo, con este trabajo, mostrar varias cosas: primero, quiero recordar el episodio de la independencia panameña como un juego de intereses económicos; segundo, quiero mostrar “Garras de Oro” como una producción cinematográfica sobre la que se debe realizar un estudio más juicioso en aras de descubrir más información sobre esta; tercero, resaltar “Garras de Oro” como pionera fílmica en realizar una crítica política y una denuncia contra los Estados Unidos; y, por último, demostrar que es necesario realizar más estudios académicos sobre el cine colombiano debido a que históricamente ha respondido a las coyunturas políticas y sociales de nuestra nación, con lo cual podríamos tener más luces sobre nuestra historia desde otros puntos de vista.
< Juan Sebastían Goméz García >
Contexto histórico nacional Para entender el contexto espacial y temporal que rodeó la producción de la película, es necesario remitirnos a la situación que enfrentó el país a comienzos del siglo XX. Para ello, utilizaré el trabajo del periodista y sociólogo Olmedo Beluche (2003), quien hace una cuidadosa revisión sobre el papel que tuvieron los Estados Unidos en la separación entre Panamá y Colombia. La Guerra de los 1000 días (1899-1902) había enfrentado a liberales contra conservadores debilitando las estructuras sociales de la nación. En esta misma época, Estados Unidos, bajo el gobierno de Theodore Roosevelt (1901-1909), había empezado a ejecutar políticas exteriores en varias partes del mundo, con la llamada “Doctrina Monroe”. Roosevelt tenía un gran interés sobre el territorio que hoy comprende Panamá, debido a sus características topográficas, ideales para la construcción de un canal que conectara el Océano Atlántico con el Océano Pacífico, en aras de llevar la economía de la próspera Costa Este de los Estados Unidos hacia la Costa Oeste que no gozaba de la misma situación de desarrollo económico. Panamá logra su independencia en el año de 1821, adhiriéndose voluntariamente a la Gran Colombia, debido a que no contaban con una economía lo suficientemente independiente. Hubo temor por intentos de retoma española; además, simpatizaron con el proyecto bolivariano integracionista. Panamá se mantuvo como departamento independiente hasta 1886, año en el que se incorpora al gobierno centra-
lista de Rafael Núñez en la llamada época de “La Regeneración”. En los años 40, Colombia y Estados Unidos firman una serie de contratos para construir un ferrocarril en el istmo que empezó a funcionar en 1855. En 1878, se firma otro contrato para construir un canal con Aquileo Parra, cediendo la concesión a una compañía francesa. Se había consolidado, entonces, “La Compañía Universal del Canal Interoceánico de Panamá”, cuya empresa sufrió prórrogas por parte del gobierno colombiano hasta causar su disolución en 1899. Ese mismo año, la empresa se reforma bajo el nombre de la “Nueva Compañía del Canal de Panamá”, que extendió sus trabajos hasta 1904. Ya desde 1901, Colombia y Estados Unidos habían comenzado negociaciones para el traspaso de la concesión a Estados Unidos. Se firma, así, un tratado en 1903 entre Tomás Herrán y John Hay. A pesar de lo anterior, el Congreso Colombiano niega esta aprobación, lo que causó un tajante rechazo norteamericano. Para esta época, en Panamá, se consolida un movimiento separatista producto del descuido al que había estado sometido el país, desde hacía varias décadas, por parte del gobierno central de la Gran Colombia. Finalmente, el 3 de noviembre de 1903, el movimiento separatista panameño declara su independencia apoyado por tropas estadounidenses, sin mayor resistencia militar por parte del gobierno central. Inmediatamente después, Bunau-Varilla, representante del gobierno panameño, firma con Estados Unidos un contrato cediendo a este país la zona del canal por 27
< TESOROS EMPOLVADOS > “ Garras de oro” el primer film anti-yankee, oculto y censurado
siempre. Este proceso se realizó sin consultar a otros miembros del gobierno. Para arreglar las relaciones entre Estados Unidos y Colombia después de los hechos sucedidos, en 1914 se firma el tratado Urrutia-Thompson, en donde Estados Unidos le da a Colombia una indemnización por 25 millones de dólares. Colombia no previó las consecuencias de la pérdida del istmo. En 1903, el país estaba sufriendo las consecuencias de la Guerra de los Mil Días (1899-1902) y se encontraba sumergida en la reafirmación de los valores conservadores reflejados en una jerarquía de clases basada en la raza y enmarcada en un catolicismo dominante, lo que significó un regreso al hispanismo y la colonia (Suárez, 2009). “Garras de Oro” se produce en tiempos de modernización. Es una de las primeras producciones cinematográficas del país junto con otras como “Bajo el Cielo Antioqueño”, “Alma Provinciana” y “María”, como se señaló más arriba. Cabe recalcar, además, que en la historiografía del cine colombiano no se mencionó esta producción, probablemente, debido a su censura y a que permaneció oculta durante la mayor parte del siglo XX. Breve historia del cine colombiano en el siglo XX Según Juana Suárez (2009) en su compilación de ensayos sobre cine colombiano “Cinembargo Colombia: Ensayos críticos sobre cine y cultura”, la primera producción cinematográfica realizada en su totalidad en Colombia fue “La Tragedia del Silencio” (1924), un filme que 28
narra el asesinato un año antes del General Rafael Uribe Uribe, luchador de la clase trabajadora de la época. Suárez afirma que esta película fue la precursora de una de las premisas históricas del cine colombiano: la representación de la violencia. Aun así, “María” (1922) y “Aura o las Violetas” (1924) también formaron parte del arsenal primigenio de películas colombianas. Por el contrario, Juan G. Buenaventura (1992), afirma que, en realidad, la primera película colombiana fue “María”, producida por un negociante caleño llamado Francisco José Posada. Él mismo recalca que “El Drama del 15 de Octubre” fue la primera película colombiana de ficción. Las últimas fueron adaptaciones literarias que se hicieron de las clásicas novelas a la pantalla grande cuya función radicó en continuar los temas de las discusiones intelectuales del siglo XIX. Los hermanos Di Doménico y otros pioneros Llegados de Italia en 1909, los hermanos Di Doménico serán los pioneros en la distribución y exhibición de cine en Colombia (Buenaventura, 1992). Aun así, Hernando Salcedo (1981), historiador del cine colombiano, encuentra documentos que muestran que las primeras proyecciones de cine en Colombia se realizaron en Bogotá, Bucaramanga y Barranquilla desde 1897. Los hermanos Di Doménico (que en realidad eran primos), habían comprado una pequeña cámara y algunas películas europeas. Llegaron a Colombia y comenzaron a realizar proyecciones en exteriores de barrios y pueblos.
< Juan Sebastían Goméz García >
En 1912, inauguran el Teatro Olimpia, que sería el más grande del país y se dedicaría exclusivamente a proyectar películas de cine. Para 1913, los teatros en Colombia estarían bajo posesión de los Di Doménico, Kinematógrafos y la Compañía Nacional de Cinematógrafos. Lo importante hasta este punto, es que el comienzo formal de la distribución de cine en Colombia estuvo ligada fuertemente a la actividad de los Di Doménico en las primeras tres décadas del siglo XX. Ellos tuvieron como objetivo inicial mostrar su país por medio de los filmes, por lo cual realizar ficción no era su prioridad en el inicio (Buenaventura, 1992). Los años comprendidos entre 1924 y 1927 (llamados “The Boom Years” por Buenaventura, 1992), fueron tiempos en los que se produjeron doce películas. Lo anterior explicado por los buenos precios del café y por los veinticinco millones de dólares que Estados Unidos había pagado por el incidente de Panamá. Este periodo correspondió a la llamada “Danza de los Millones”. Durante estos años, los Di Doménico produjeron tres películas: “Aura o las Violetas” (1924), “Como los Muertos” (1924) y “El Amor, el Deber y el Crimen” (1925), que sería la última producción de SICLA Films (Sociedad Industrial Cinematográfica Latinoamericana, fundada en 1914, empresa de los hermanos Di Doménico). En 1928, los Di Doménico venden su compañía a la naciente Cine Colombia (establecida en 1927), acción con la cual la anterior compra toda la competencia. Posteriormente, estos venden todo el equipo de producción y se concentran en exhibir películas norteame-
ricanas. Buenaventura (1992) también menciona que para finales de los años 20, el cine colombiano sufrió una gran crisis por la depresión global de 1929, que redujo los precios de exportación de café. En los años siguientes, Colombia se preocuparía por sus prioridades, y el cine no estuvo dentro de ellas. Como se puede ver, los hermanos Di Doménico tuvieron un papel nodal en el establecimiento tanto de la producción, como de la exhibición de cine en el país. Juana Suárez (2009), resalta que al exhibir películas sobre Colombia, estos hombres detonan la identificación o extrañamiento del espectador frente a la pregunta “¿así somos?”. Escribe, además, que allí se pueden encontrar los orígenes del rechazo histórico que tenemos los colombianos frente a la inclusión del crimen como tema dominante. Nos hemos rehusado a aceptar la imagen de país que el cine colombiano propone. Por otro lado, Los Acevedo (Arturo Acevedo y sus hijos mayores, Álvaro y Gonzalo) fueron otros productores de cine en Colombia en la época. “La Tragedia del Silencio” (1924) fue su primera producción y “Bajo el Cielo Antioqueño” (1925) una de las más recalcables. Acevedo fue apoyado por Gonzalo Mejía, un adinerado paisa que financió el proyecto con la condición de realizar el papel estelar de la película junto con su esposa Alicia Arango. La racha de los Acevedo, como la de los Di Doménico, también culmina en 1937, cuando llega el cine sonoro a Colombia (Suárez, 2009). Máximo Calvo hizo, también, parte de la competencia en el inicio hasta que Donato Di Doménico llegó a Cali y unieron fuerzas 29
< TESOROS EMPOLVADOS > “ Garras de oro” el primer film anti-yankee, oculto y censurado
(Suárez, 2009). Este hombre español viaja a América en busca de fortuna, aprende el oficio del cine y viaja a Cali en 1921, contratado por el fraile Francisco Antonio Posada, para hacer la fotografía en la producción “María” (1922). Este hombre constituiría, tiempo después, la Calvo Film Company en Cali, la cual realizaría documentales silentes, y dirigiría”Flores del Valle” (1941), el primer largo sonoro hecho en el país (Banco de la República, 2014). “Garras de Oro” Como ya se ha mencionado, “Garras de Oro” es un film silente colombiano producido por P. P. Jambrina y la empresa Cali Films en 1926, que trata sobre la separación de Panamá y Colombia en 1903, además del papel que tuvo Estados Unidos en este hecho. Paralelamente, en la historia se desenvuelve una relación amorosa entre la hija de un empleado del consulado colombiano en Nueva York y Patterson, un estadounidense que se empeña en demostrar el papel intromisorio que tuvo los Estados Unidos en la separación ya mencionada. Tanto Juan Guillermo Buenaventura (1992) como Juana Suárez (2009), coinciden en afirmar que la película está llena de misterios aún sin solucionar. Este filme fue producido por los hermanos Di Doménico en los mismos tiempos de la “Danza de los millones” y fue terminado algunos años después en la ciudad de Cali. Como escribe Juana Suárez (2009): La película cuenta la historia de un editor de un supuesto diario neoyorquino que buscaba con ansiedad pruebas para librarse de 30
un juicio por calumnia. Se sugiere que en sus columnas, el periodista sostenía que Roosevelt no podría ser elegido como presidente de los Estados Unidos pues había violado un tratado internacional que, si bien permitía el desarrollo de un canal interoceánico en el istmo, prometía mantener la unidad de lo que era en ese entonces Colombia. (p. 78)
Esta producción cinematográfica fue censurada en la época y estuvo perdida por cerca de 60 años hasta su descubrimiento en los años 80. En 1982, el investigador Jorge Orlando Melo encuentra en los Archivos Nacionales de Washington una nota sobre esfuerzos por bloquear la exhibición de una película llamada “The Dawn of Justice” hecha en Cali en 1926, por ser calumniosa contra los Estados Unidos. Encuentra también documentos de 1926, en donde se revelaba el interés del entonces Cónsul en Cali, de no permitir la post-producción en Italia de “una película de inversionistas caleños” (Suarez, 2009, p. 81) puesto que se sabía que su contenido era perjudicial para los Estados Unidos. Yamid Galindo Cardona (2014) escribe en su artículo “Garras de Oro: un film silente y político sobre la pérdida de Panamá”, que, según Rodrigo Vidal, la película fue trabajo de tres personas desde 1923 –el año en que se funda en Cali la empresa “Colombia Film Company”, una organización que trajo actores italianos para la producción cinematográfica en el país–. En 1987, Vidal entrega los 5 rollos a la Cinemateca Distrital de Bogotá, y en este año, comienza a funcionar la Fundación Patrimonio Fílmico Colombiano. En 1989, se consiguen recursos para la restauración de los rollos por parte de la Fundación para
< Juan Sebastían Goméz García >
la Preservación del Patrimonio Colombiano del Banco de la República y el Departamento del Museo de Arte Moderno de Nueva York. El film regresa a Colombia en 1993. Actualmente, la versión restaurada cuenta con 56 minutos en total, los cuales, según Juana Suárez (2009), equivaldrían a aproximadamente el 85% o 90% de la duración de la película. Advierte que aun así, es posible entender la trama del film. Habría, en todo caso, que tener cuidado con esta suposición, pues podría haber en los rollos perdidos partes de la historia que sean radicalmente distintas a lo que se esperaría o que, por lo menos, den otras pistas sobre cómo se debe entender la película en su totalidad. Sobre la película no se han encontrado registros de producción ni de los actores que trabajaron en ella. Suárez (2009) especifica que existe ausencia total de información sobre ella entre 1931 y 1985. Así pues, no se sabe quién la escondió o por qué, siendo la única explicación su naturaleza controversial. A pesar de lo anterior, Ramiro Arbeláez (2009) encuentra un documento en el Diario Oficial (la publicación oficial de la Imprenta Nacional) del 4 de septiembre de 1925 en donde José Vicente Navia registra derechos de autor sobre una pieza literaria titulada “La venganza de Colombia o la muerte de Theodore Roosevelt” y declara que su plan es llevarla a la pantalla grande. El 17 de marzo del mismo año Navia envía una carta al diario Relator de Cali alegando que, en realidad, esa película se trataba de la misma “La Venganza de Colombia o la muerte de Theodore Roosevelt”. Anuncia que emprendería un proceso legal contra los productores por fraude. Navia envía un
telegrama a Sammuel H. Piles, jefe de la Legación Estadounidense en Bogotá, para advertirle al diplomático tanto de la exhibición de la cinta como de su naturaleza denigrante en contra de los Estados Unidos. El 4 de febrero de 1928, Piles envía una carta a Navia expresando el éxito de sus esfuerzos por bloquear la exhibición de la misma. Juana Suárez (2009) escribe que Ramiro Arbeláez encuentra un documento en el que se dice que Cali Film se funda en 1925 con el objeto principal de realizar una película titulada “La venganza de Colombia o la muerte de Theodore Roosevelt” por un grupo de hombres en los que figuraba Alfonso Martínez Velasco (el cual adopta el pseudónimo de P.P. Jambrina). Algunos de estos hombres pertenecían a la Colombia Films Society establecida en 1923, que contrató personal artístico y técnico italiano. El conflicto entre Joseph Pulitzer y Theodore Roosevelt Como se dijo anteriormente, “Garras de Oro” recrea literariamente el conflicto que hubo entre el periodista Joseph Pulitzer y el presidente de los Estados Unidos de entonces, Theodore Roosevelt. También se ha dicho que en la época existía un ambiente de crítica contra el gobierno de los Estados Unidos por sus políticas que intervenían otros países latinoamericanos bajo el nombre de “Doctrina Monroe”. De hecho, Estados Unidos tomaba cualquier crítica como un ataque a los intereses estadounidenses (Suárez, 2009). En Nueva York, circulaba un periódico llamado The World, dirigido por el 31
< TESOROS EMPOLVADOS > “ Garras de oro” el primer film anti-yankee, oculto y censurado
periodista mencionado más arriba, que mantenía una crítica abierta a las políticas internacionales del gobierno. Una crónica de 1908 criticó la separación de Colombia y Panamá, y la compra de acciones de la compañía francesa mencionada anteriormente que había intentado inicialmente construir el canal sin éxito. Se podría afirmar entonces, que J. J. Jambrina tenía pleno conocimiento sobre las circunstancias políticas de la época. Juana Suárez (2009, p. 80) retrata lo anterior cuando continúa escribiendo su interpretación sobre la obra cinematográfica: En la película, la intriga se teje alrededor de Patterson, […] que eventualmente se acoge a la causa colombiana de reclamar la soberanía sobre Panamá […]. La trama incluye además una historia de amor manipulado entre Berta […] y Patterson, junto a una serie de episodios que se refieren a la toma de Panamá en forma metafórica… En la narrativa fílmica, el señor González parece diferir con la opinión de Patterson sobre Roosevelt. Aun así, Patterson se empeña en la relación con Berta. Luego ocurre un asunto (del cual no se sabe debido a que no se encuentra el rollo que corresponde al final de la segunda parte) que lleva a romper la relación entre Patterson y Berta. En la tercera parte, Patterson es descubierto sobre los brazos de Ketty por Berta. Para recobrar el amor de Berta, Patterson se une al equipo de detectives que viaja a Colombia en busca de evidencias contra Roosevelt. Patterson llega a Bogotá y hace alianza con Russell Smith, aconsejado del senador 32
Barrington y primer responsable de ubicar evidencias contra Roosevelt […]. Smith le advierte a Patterson que los documentos están a punto de salir de Colombia en manos de Dr. Careless […] En las secuencias en el Magdalena, cuando el barco está por zarpar, la esposa de Jujol, uno de los aliados de Moore, usa sus atributos femeninos para distraer a Mr. Careless y apropiarse de su maleta. Al final, los documentos llegan a Nueva York justo cuando Moore está a punto de ser sentenciado, este se ve liberado… Las secuencias finales exaltan el patriotismo colombiano y celebran el honor del buen americano (Patterson), redondeando su historia de amor con Berta.
Análisis del film “Garras de Oro” muestra su posición antimperialista y anti-yankee desde el primer intertítulo: “Cine - novela para defender del olvido un precioso episodio de la historia contemporánea, que hubo la fortuna de ser piedra inicial contra UNO que despedazó nuestro escudo y abatió nuestras águilas”. Muestra también esta posición en el primer cuadro, en donde sale como fondo el mapa dibujado de Colombia, y luego, aparece el Tío Sam personificado como un hombre de dedos alargados en forma de garras, este las acerca hacia Panamá con cara maliciosa. La película transcurre en el año de 1914, año en el que se inaugura el Canal de Panamá. Y como se dijo anteriormente, el drama ocurre con la relación amorosa de un trabajador estadouni-
< Juan Sebastían Goméz García >
dense del diario neoyorkino The World y una colombiana. Este trabajador se esfuerza por encontrar pruebas que deslegitimaran el gobierno del Presidente Roosevelt y que lo inculparán en el hecho de la separación de Panamá y Colombia. En el artículo “Garras de Oro, P. P. Jambrina” de Jaime E. Manrique (2014) se escribe que este film ha sido pionero mundial en tratar temáticas abiertamente en contra de Estados Unidos. Esto se corrobora, por ejemplo, cuando se hace referencia a los Estados Unidos no con su nombre original, sino con la palabra “Yankilandia”. Los intertítulos, además, se escriben con un vocabulario que deja ver el dolor que causó la pérdida de Panamá para los colombianos, debido al aire despectivo con el que fácilmente se pueden leer. Se evidencia, también, un claro interés de P. P. Jambrina por mostrar las opiniones locales sobre lo sucedido. Resulta, pues, muy interesante este film por su intensa carga política, la cual rompió con la tendencia temprana de producción cinematográfica colombiana enfocada en readaptaciones literarias y temáticas costumbristas como en “María” y “Bajo el Cielo Antioqueño”. Juana Suárez y Ramiro Arbeláez (2009) sugieren que debido a la carga política del film, los nombres usados en la ficha de realización probablemente fueron pseudónimos. A su vez, no existe referencia de la película en los pocos documentos que existen sobre Cali Films. Los actores de la historia no se relacionan tampoco con las compañías de teatro de la época. Lo anterior da a entender que los productores, muy probablemente, quisieron conscientemente ocultar la película.
Por otro lado, Juan Guillermo Buenaventura (1992) cuestiona el origen colombiano de la película, reparando en algunos rasgos europeos de los actores y la imposibilidad de encontrar las locaciones en escenarios colombianos de entonces. Sugiere que se debió haber hecho “nacional” alguna película europea de entonces. Luego concluye, provisionalmente, que fue filmada en un país extranjero pero adaptada para ser mostrada en Colombia. Sin embargo, durante las primeras tres décadas del siglo XX, Cali era una ciudad próspera; el Canal de Panamá y la Carretera del Pacífico conectaban a Cali directamente con Europa y USA. En 1910, Cali ya tenía tranvía, electricidad y una amplia escena cultural. Barrios como Granada y Versalles reflejaron la fuerte influencia arquitectónica europea. Así pues, sería posible que algunos interiores de “Garras de Oro” tuvieran lugar en alguna mansión caleña de la época. De hecho, los hermanos Di Doménico y Máximo Calvo se asentaron en Cali por considerarla apta para el desarrollo de la industria del arte. Lo único que se puede asegurar en torno a este tema es que, en realidad, no hay certeza de que la producción fuera colombiana. Cabría preguntarse en este punto, qué implica la posibilidad de readaptar toda una obra fílmica a otro contexto totalmente diferente del europeo. Se plantea acá una empresa bastante grande para la imaginación, pues como podrá imaginar el lector, implicaría un trabajo muy delicado y no se sabe hasta qué punto Jambrina estuvo dispuesto a realizarlo. Por ello, es necesario tener mayor información sobre P. P. Jambrina. El hombre fue un 33
< TESOROS EMPOLVADOS > “ Garras de oro” el primer film anti-yankee, oculto y censurado
político liberal y cronista de prensa quien, además de ser comerciante y empresario de salas de cine, fue alcalde de Cali en el periodo 19301931. En esta época, Cali era una ciudad pequeña con aproximadamente 60 mil habitantes. Vivía un proceso acelerado de modernización, en donde, gracias a su cercanía al Pacífico, se erigía una clase terrateniente que comenzaba a incursionar en el mercado internacional con su producción agrícola. Se podría concluir, entonces, que esta prosperidad económica favoreció la producción cinematográfica de la época, explicando así la migración de cinéfilos europeos al territorio nacional. Aunque este proceso había ya empezado con la llegada de los hermanos Di Doménico a finales del siglo XIX. Sobre lo anterior, Suárez (2009) afirma que debido a que Jambrina fue alcalde, esto implicó que su participación en la producción de la película no afectó en nada su carrera política. Aun así, yo me plantearía el problema de acceder a las posibles reacciones de la gente frente a la película, porque tal vez, en realidad, fue su participación en la película la que le habría dado fama e impulsaría su carrera política de entonces. La película muestra, en resumidas cuentas, cómo el Gobierno Colombiano de la época cede ante las presiones de Estados Unidos por entregar Panamá, con el objetivo de construir el canal para hacer crecer su economía en detrimento de la soberanía y dignidad colombiana (Juana Suárez & Ramiro Arbeláez, 2009). Muestra, además, cómo Estados Unidos aprovechó el movimiento separatista panameño para materializar sus intereses económicos en vez de mantener una posición neutral como se hubiera esperado. 34
El uso del cine como herramienta política, social e historiográfica Sin duda, la llegada del cine a Colombia causó un gran revuelo por todo el territorio, no solo por la fascinación que habría causado ver las fotografías en movimiento, recreando realidades, sino también, porque se vio como herramienta política. Por otro lado, el cine se vio como oportunidad para mostrar la modernidad y documentar el progreso de las ciudades. De hecho, este ánimo de modernidad es tema central en “Bajo el Cielo Antioqueño” (1925). Así, la idea era plasmar a la clase dirigente antioqueña, la grandeza económica de una región que se resistía a identificarse con el proceso modernizador tardío y traumático del resto de Colombia. Así mismo, (Buenaventura, 1992) explica que junto con “Alma Provinciana” (1926), “Bajo el Cielo Antioqueño” (1925), estuvo fuertemente vinculada con la moral cristiana. Además, el ánimo de mostrar paisajes se volvía símbolo de la esencia nacional, y la ciudad se muestra como halo de la modernidad pero también como centro de lo libertino. Una de las características de las producciones cinematográficas en Colombia yace en sus bases políticas y sociales. Aunque no es posible generalizar con todas las producciones, si se puede evidenciar que gran parte responde a las situaciones coyunturales de la época de su producción o también, de épocas anteriores. El cine, como canal de comunicación, retrata realidades al arreglo de su director, a sus convicciones y a su manera particular de ver el mundo.
< Juan Sebastían Goméz García >
Las películas pueden ser usadas como herramientas políticas y sociales cuando llevan al consumidor algún mensaje político o social que el director quiere transmitir. También puede ser un instrumento de denuncia, cuando muestra visiones alternas de los hechos que rodearon un suceso importante; o, también, las películas pueden ser usadas como instrumentos de propaganda, cuando se imprimen en ella mensajes que patrocinan ciertos relatos, ciertos personajes o ciertas ideologías. Lo especial acá, y lo que nos debe poner a reflexionar, es cómo se narra. Las imágenes llevan mensajes al espectador, quien no solo las ve sino que además las consume, más fieles que como lo harían con los párrafos de un libro. La imagen entra por el sentido nodal del ser humano: la vista. Al construir los mensajes y enviarlos por el medio visual, el consumidor se siente más identificado con la información, pues, de una u otra manera, se siente inmerso en cierto tipo de cotidianidad visual. Es aquí donde yace el poder comunicativo del film. Como cualquier producción historiográfica, el relato se construye desde una perspectiva particular, en donde se ha inyectado la más profunda construcción cultural del creador. No es posible construir un relato objetivo, aunque así se suela querer. La objetividad se volvió un fetiche inalcanzable, incluso para el más riguroso y desapegado narrador. No importa si el relato intenta escapar de cierta narrativa hegemónica, este resultará igualmente parcial. Tampoco importa si el relato intenta mostrar dos narrativas opuestas con el ánimo de neutralizar la historia, este ánimo también es una parcialización de la historia.
Lo que nos queda Lo que nos queda es “Garras de Oro”, una película que ha puesto en la mesa uno de los episodios más vergonzosos de la historia colombiana. Ha denunciado el papel que jugaron los Estados Unidos y el gobierno del presidente Roosevelt. “Garras de Oro” ha contado la historia desde Colombia; ha mostrado un intento de cotidianidad ficticia nacional, que aunque artificial, es legítima al fin y al cabo. Aunque esta producción no se escapa de los fantasmas que rodean a la creación historiográfica, ha puesto en evidencia, de manera casi profética, las dinámicas políticas de los Estados Unidos, que han inundado el mundo en lo que siguió del siglo XX y lo que ha transcurrido del siglo XXI. Nos queda un testimonio fílmico nodal para la construcción de la historia colombiana. Y nos queda una oportunidad para explotar la investigación y levantar conocimiento en una nación que históricamente no ha tenido memoria. El cine colombiano, seguro, entraña numerosos misterios a los que vale la pena desenterrar y difundir en los círculos sociales de nuestro país. Nos queda también una ventana abierta al pasado, un pasado lleno de dolor nacional por la pérdida de un territorio. Igualmente, queda un testimonio más sobre la naturaleza devoradora de los Estados Unidos de América, nación capitalista que corre sobre las cabezas de los países que están por debajo de su arsenal productivo, mas son, a la vez, base para el funcionamiento de este. 35
< TESOROS EMPOLVADOS > “ Garras de oro” el primer film anti-yankee, oculto y censurado
Será pues mi deber –y el deber de las personas que lean este artículo y se sientan interesados en expandir estos conocimientos–, el de emprender este camino o, más bien, estos caminos: los inicios del cine en Colombia, la separación de Panamá, u otros muchos temas que se podrían desprender de esta compilación de investigaciones. Por lo menos, lo que me queda es un tesoro empolvado que he de seguir limpiando con trapos de conocimiento e investigación.
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< Juan Sebastían Goméz García >
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Monasito (2014), San Basilio de Palenque, Bolívar.
BEATRIZ OBANDO MARTÍNEZ.
NICOLÁS SANTIAGO ESCOBAR CEDIEL.
Linda Sofía Ordoñez Villa PREGRADO ANTROPOLOGÍA - UNIVERSIDAD NACIONAL DE COLOMBIA lsordonezv@unal.edu.co
Santiago Castilla Parra PREGRADO ANTROPOLOGÍA - UNIVERSIDAD NACIONAL DE COLOMBIA sacastillap@unal.edu.co
Resumen:
PALABRAS CLAVE:
poliomielitis, salud pública, salud infantil, historia sociocultural de la enfermedad.
El presente trabajo tiene como objetivo entender cómo la poliomielitis –mejor conocida como parálisis infantil– se insertó en la vida colectiva y social durante la primera mitad del siglo XX, como parte de una preocupación aguda por la salud infantil en la época, haciendo principal énfasis en la ciudad de Bogotá durante la década de 1940. Basados en una revisión periodística, mostramos cuáles fueron las medidas que se tuvieron en cuenta para manejar la enfermedad en todo el país. Complementamos con testimonios orales de personas que recuerdan haber vivido de manera cercana la enfermedad, para entrelazarlos con las voces y los silencios de la prensa. Retomamos, también, la historia de Carmen Uribe, una niña que padeció la enfermedad y obtuvo apoyo internacional para su recuperación, gozando de gran atención de parte de la prensa nacional. Concluimos que la preocupación por el manejo de los brotes de polio contribuyó –y a la vez fue consecuencia de un auge de la salud pública institucionalizada– a la especialización médica y la higienización de la vida cotidiana.
<Linda Sofía Ordoñes - Santiago Castilla Parra >
En homenaje a todos los niños que murieron, los que lucharon, los que sobrevivieron, y las muchas personas que aún hoy, después de la erradicación de la enfermedad, sufren del síndrome de post-polio, las secuelas que la enfermedad dejó en su cuerpo para siempre.
Introducción La poliomielitis, conocida también como parálisis infantil, es una enfermedad causada por un virus que ataca el sistema nervioso, ingresando al organismo por la boca y multiplicándose en el intestino. Durante la primera mitad del siglo XX, cuando aún estaba configurándose el ámbito de la salud pública en el país, esta y otras enfermedades azotaron, principalmente, a la población infantil. La ‘polio’ se considera una enfermedad particularmente contagiosa por vía oral. Sus síntomas iniciales incluyen fiebre, cansancio, cefalea, vómitos, rigidez del cuello y dolores en los miembros, y una vez el virus invade el sistema nervioso, puede causar parálisis en cuestión de horas. La enfermedad es mortal en un 5% a 10% de los casos, debido a parálisis en los músculos respiratorios; un porcentaje alto de los casos produce secuelas irreversibles de parálisis, generalmente, en los miembros inferiores (Centro de prensa de la Organización Mundial de la Salud, 2013). En Colombia, los primeros casos diagnosticados de poliomielitis tuvieron lugar en la segunda década del siglo XX y, desde entonces, el país empezó a vivir su impacto en la vida cotidiana. El foco principal de este trabajo es la ciudad de Bogotá, y tomamos la década de
1940 como rango temporal, porque consideramos que es la época en la que mayor atención se le prestó a la enfermedad en la prensa, antes de que apareciera una vacuna para combatirla en la década de los 50. La revisión periodística se basó principalmente en el periódico El Tiempo, con algunas notas extraídas de El Espectador. Ambos eran diarios de circulación nacional, por lo que el centro del trabajo en la capital resultó algo difuso, debido a que allí se recogían también alertas de otras regiones del país; alertas que generaban, en Bogotá, una mayor incertidumbre y una sensación del peligro que venía de fuera. Escogimos estos diarios por cuestiones de practicidad y por ser, probablemente, dos de los más populares a nivel nacional. La prensa es, en este caso, un vestigio importante de la presencia de la enfermedad en la vida pública y, sobre todo, de la preocupación por parte de los entes administrativos en el ámbito de la ‘higiene’, que, en ese entonces, ocupaba gran parte de los esfuerzos en términos de política y administración pública. Las páginas de los diarios exaltaban, recurrentemente, la llegada de médicos expertos en parálisis infantil, solicitaban a los doctores más eminentes de la ciudad para que dieran sus conceptos e instaran a la población a asumir hábitos y cuidados ‘higiénicos’ atendiendo al consejo experto. Se emitían informes del número de casos identificados en cada región del país, se instaba a todos los médicos a pasar reporte de posibles contagios o epidemias, y a las unidades de higiene a manejar el problema de acuerdo con lo indicado. Encontramos que los comunicados reco41
< LA POLIOMIELITIS EN BOGOTÁ> Historia sociocultural de una enfermedad en los años 40
mendaban, en su gran mayoría, un aislamiento total de los niños enfermos. Como lo mencionan Pachón y Muñoz (1998), durante la década de los 40 una gran cantidad de organismos gubernamentales, apoyados por varios sectores de la sociedad, realizaban diversas campañas de salud, con miras al mejoramiento de las condiciones de vida de los niños, especialmente en la ciudad de Bogotá. Las enfermedades y las condiciones insalubres de los niños capitalinos fueron temas que suscitaron una constante intranquilidad en la época, por lo que los diarios se convirtieron en espacios donde se podían transmitir dichas preocupaciones. En este orden de ideas, a pesar de que pudimos encontrar un volumen bastante grande de noticias, y en general de artículos que abordaban la parálisis infantil en la prensa consultada, entendemos, también, que si bien es una fuente legítima (en tanto es una huella del pasado), tal cosa no significa que esté libre de prejuicios o que sea capaz de darnos una imagen integral de cómo se vivió la polio en esa época. De hecho, consideramos que muchos de los artículos hablan más de la configuración del campo de la salud pública en el país y de la fuerza que estaba adquiriendo el conocimiento biomédico y científico en el ámbito público, que de la experiencia cercana (de miedo, confrontación o indiferencia) de la enfermedad por parte de la población, sobre todo de los niños y las familias que la sufrieron en carne propia. La prensa no nos cuenta la forma en que las personas del común entendían la enfermedad, ni cómo tomaban precauciones frente a ella, 42
pero sí era un reflejo de que la sociedad capitalina estaba enfrentándose al pánico que producía la ‘polio’, por lo que muchos artículos hablaron al respecto. Tomar los consejos de los expertos como “la verdad” de lo que significaba y cómo se enfrentaba la enfermedad sería caer en un error preocupante. Peor aún sería asumir que toda la población, aún en la capital, leía los diarios. Es así cómo, una vez más, los silencios y las omisiones nos enseñan que “la historia tiene un inicio en las fuentes, pero también en los huecos que hay en dichas fuentes” (Arnold, 2003, p. 110). Nuestro propósito fue poner a dialogar las voces y los silencios de la prensa con las voces un tanto más humanas y empíricas de personas que, habiendo vivido en esa época, pudieran dar testimonio de cómo se experimentaba en ese entonces, desde los hogares y los patios de juego, la expectativa y la presencia misma de la enfermedad. Por tanto, además de hacer la revisión de la prensa de los meses en los que consideramos que podíamos encontrar artículos relacionados con el tema (a partir de la bibliografía consultada), entrevistamos a cuatro personas mayores de 70 años, quienes vivieron esos tiempos. Cabe anotar que, en cuanto a las entrevistas, también se flexibilizó el foco en la ciudad de Bogotá. Esto se debió a que las personas entrevistadas vivieron su infancia en distintos lugares y solo, posteriormente, migraron a la capital, donde ahora residen. De las cuatro personas que logramos contactar para este trabajo, dos de ellas vivían, por ese entonces, en ciudades relativamente importantes, una en un pueblo en el que poco se tocaba el tema, y la última en el
<Linda Sofía Ordoñes - Santiago Castilla Parra >
campo. En los dos últimos casos, pudimos ver que no recordaban tan claramente un estado de incertidumbre colectiva respecto a la enfermedad. Esto pudo deberse, como ellos mismos sugirieron, a que la comunicación pública por fuera de las ciudades era más lenta y la difusión de las noticias mucho más limitada. La enfermedad: los casos y el pánico colectivo La portada del 12 de marzo de 1930 del periódico El Tiempo ya anunciaba lo que, a finales de esa década y comienzos de la siguiente, sería una preocupación para los padres y madres, y un martirio para muchos niños y niñas. Según cuenta el artículo, los doctores Torres Umaña, Enrique Enciso y Jorge Bejarano (reconocidos médicos de la época), a solicitud del periódico El Tiempo, expusieron su concepto respecto a “la existencia de la parálisis infantil en la ciudad [de Bogotá], noticia que ha causado tan justa alarma”. En términos generales, a través de este artículo, publicado a modo de informe de ocho puntos, se buscaba llamar a la calma a la población capitalina, que por ese entonces atravesaba por un brote de la enfermedad. Lo que resulta más curioso del asunto es el hecho de que se buscaba el sosiego afirmando que: Es evidente que la parálisis infantil ha existido siempre bajo forma endémica con pequeños brotes esporádicos que no han sido siempre de una estricta regularidad [...] lo que decimos de Bogotá, puede afirmarse también con respecto a las otras ciudades principales de Colombia, pues una encuesta
realizada en 1909, demostró la existencia de la enfermedad en casi la totalidad de ellas (El Tiempo, 12 de marzo de 1930).
Aunque no encontramos concretamente un artículo que anunciara una epidemia en la ciudad de Bogotá, algunos investigadores aseguran que entre 1939 y 1940 se dio a conocer un brote del virus en la capital (Muñoz & Pachón, 1998; Rodríguez, 2007). Esto nos da a entender cómo, a pesar de que la enfermedad era anunciada en ciertos momentos por la prensa, los casos de polio se presentaban constantemente y un brote de la enfermedad no resultaba ser un asunto extraordinario. A pesar de los constantes llamados a la calma, noticias con sentencias apocalípticas eran publicadas en los diarios matutinos, anunciando casos de contagio colectivo. A comienzos de 1940 se divulgó un brote de parálisis infantil en el occidente colombiano, la prensa aseguraba que: Veinte casos de parálisis infantil, con diagnóstico comprobado científicamente, han aparecido en el Valle y en el Cauca [...] la presentación de éste foco de parálisis infantil ha alarmado a los médicos porque esta enfermedad es de excepcional gravedad y que, como se nos ha manifestado, se contagia con la misma facilidad que la gripa. (El Tiempo, 21 de febrero de 1940).
Este tipo de noticias, sin lugar a duda, sembraban zozobra entre la gente del común debido a la facilidad con la que los niños podían contraer la enfermedad. Así, las autoridades sanitarias comenzaron a tomar medidas para ejercer un control sobre el virus; aislamientos y restricciones a ciertas actividades infantiles 43
< LA POLIOMIELITIS EN BOGOTÁ> Historia sociocultural de una enfermedad en los años 40
eran las más comunes. En la prensa, se informaba a la ciudadanía que las “defensas naturales” de Bogotá, refiriéndose a su altitud y clima, evitaban que los niños contrajeran la enfermedad (El Tiempo, 22 de febrero de 1940). Pese a ello, los organismos encargados de la salud pública –en especial el Ministerio de Higiene y Previsión Social– decretaron algunas restricciones para los infantes de todo el país, incluyendo la capital. En especial, se ordenó a las autoridades nacionales y departamentales: Prohibir las concentraciones infantiles que pudieran dar origen a una nueva transmisión del terrible flagelo. Parece que en el curso de estos días se prohibirá la reunión de chiquillos en los teatros con el fin de adelantar así severa y eficazmente una campaña sanitaria en favor de la población infantil de Bogotá. (El Tiempo, 22 de febrero de 1940).
Aunque se efectuaban controles sobre la enfermedad, aún se presentaba temor frente a posibles brotes. Por ello, gran cantidad de médicos y especialistas publicaron en los diarios del país sentencias como la siguiente: Con motivo de la aparición de esta enfermedad y de las publicaciones de los diarios, el público se mantiene en un estado fácil de imaginar, aunque no del todo justificado. Se hace pues necesario aclarar las nociones epidemiológicas conocidas por la medicina para dar su verdadero valor a los factores que producen la alarma (El Tiempo, 22 de febrero 1940).
Situaciones como esta revelan una suerte de periodismo esquizofrénico que, por un lado, alarmaba a la población anunciando brotes en 44
diferentes partes del país y, por el otro, hacía varios llamados a la calma. Desde otra mirada, los testimonios de las personas dan a conocer cómo desde pequeños se tenía un conocimiento sobre la enfermedad; por ello, el temor no solo se presentó en los padres de familia, sino también en los niños. Ellos eran los principales afectados con el contagio del virus y eran conscientes de lo que sucedía. Don Orlando, que era un niño en la época, nos cuenta algunas de las razones por las cuales los pequeños temían contraer la enfermedad: Entrevistador: ¿Sí les daba miedo el hecho de contraer la enfermedad? Don Orlando: Claro, por lógica. Por pérdida de la habilidad de la movilidad y de todo, y más en una época en que uno empezaba a hacer sus primeros pinitos del deporte. Le gustaba el fútbol, le gustaba el básquetbol, a mí me gustaba por ejemplo a los diez años ya participar en carreras de atletismo. Entonces... todo eso le infundía a uno terror, quedar uno inhabilitado por una vaina de esas (Comunicación personal, 2014)
Justamente por esos casos tan mencionados en el periódico, los cuales generaban estados de “hipersensibilidad colectiva y pavor colectivo” (El Tiempo, 23 de febrero de 1940), surgieron gran cantidad de remedios, y formas de prevenir y curar la enfermedad. Tal era el temor, que los padres hacían llamadas constantemente a los doctores con especialidad en enfermedades infantiles (El Tiempo, 23 de febrero de 1940) respecto al tratamiento que se debía seguir en caso de contraer alguno de los síntomas de la enfermedad, o también para preve-
<Linda Sofía Ordoñes - Santiago Castilla Parra >
nir ser víctima de dicho flagelo (El Tiempo, 23 de febrero de 1940). Los doctores pedían mesura, en tanto, consideraban que algunas de las medidas tomadas por los padres eran bastante exageradas. El doctor Rubén García, entrevistado por el periódico El Tiempo, hacía un llamado a proteger la salud de los niños evitando tomar medidas que pudieran afectar negativamente a los pequeños: No es necesario tomar medidas prudentes para preservarse de una epidemia que, como ya se había repetido, no existe. El tratamiento por las vías nasales y por la boca practicado por algunas personas, víctimas de la falsa alarma que ha cundido, es perjudicial, pues además de no justificarse, provoca irritación en las mucosas nasales de los niños (El Tiempo, 23 de febrero de 1940).
A pesar de que unos negasen la epidemia y otros tuviesen “excesivo” temor, poco a poco fueron surgiendo alternativas para tratar los males producidos por la polio. Los métodos curativos iban desde baños en aguas termales hasta transfusiones de sangre y médula ósea, sin contar las múltiples restricciones sanitarias a las que los niños fueron sometidos con el fin de no contraer el virus. Doña Maruja vivió de cerca este mal, ya que sus dos primos sufrieron de la enfermedad. Ella recuerda algunos de los tratamientos que conoció de primera mano para calmar la parálisis: Carmencita [su prima] lo que tiene ella es de parálisis de poliomielitis, a los tres años le dio a ella, al hermano le dio poco después y a ella le sacaron... creo que sangre para ponerle a él, no recuerdo exactamente.
El cuento es que él sí quedó perfecto pero ella, ella sí quedó cojita para toda la vida (Comunicación personal, 2014).
Entretanto, Don Orlando asegura que algunos de los tratamientos para combatir la enfermedad se basaban en baños con hierbas medicinales y en pozos termales ricos en azufre para “fortalecer las extremidades”. A propósito de las formas de prevenir la enfermedad, comenta: “Pues, los cuidados en realidad era el aseo muy personal. Temían a que fuera contagioso y que en los baños de los sitios públicos había que tener mucho cuidado, inclusive hasta en los mismos colegios. Más que todo de aseo y esas cosas” (Comunicación personal, 2014) No obstante, una vez contraída la enfermedad es evidente que los severos efectos que producía el virus obligaban a las familias a recurrir al cuidado médico. La prensa nos muestra cómo, en Bogotá, diversas instituciones y hospitales proveían a la población infantil afectada de cuidados especializados y tratamientos. Además, reconocidas personalidades en el mundo de la salud eran llamadas de Washington para dar sus diagnósticos al respecto y plantear soluciones a los problemas de higiene relacionados con la enfermedad (El Tiempo, 28 de febrero de 1940). Entre dichos hospitales se encuentran el Hospital de la Misericordia, la Clínica San Rafael y, tardíamente, el Instituto de Ortopedia Infantil “Franklin Delano Roosevelt”, entre otros centros de atención a los problemas de parálisis infantil y sus derivados. La Clínica San Rafael, un hospital atendido por sacerdotes y que se sostenía básicamente mediante bazares y caridad (El Tiempo, 15 de fe45
< LA POLIOMIELITIS EN BOGOTÁ> Historia sociocultural de una enfermedad en los años 40
brero de 1940), fue uno de los primeros centros de atención especializados en “atender a los niños pobres aquejados de enfermedades de los huesos” (El Tiempo, 15 de febrero de 1940), por lo que constantemente recurrían a la ayuda de la comunidad para atender a los menores. Sin lugar a dudas, el Instituto de Ortopedia Infantil es la institución insigne de los niños discapacitados por la parálisis infantil. Fundado en 1947, tomando bases del asilo-taller creado en 1942, el instituto tenía como objetivo “la restauración de los inválidos al más completo estado físico, mental, social o vocacional posible, facultándolos para que económicamente sean unidades útiles, capaces algún día de subvenir a su diario sustento” (Instituto de Ortopedia Infantil Roosevelt). Sin embargo, es en 1948 (Muñoz & Pachón, 1996) que el instituto se posiciona como un centro de atención a los menores discapacitados, aunque todavía con muy pocos recursos para atender las demandas respecto a los niños aquejados por la enfermedad. Es así como a comienzos de los años 50, bajo la guía de la señora Beatriz Piedrahita de Correa, muchos artistas se unieron en favor de los niños discapacitados. Con donaciones de diferente índole, estos contribuyeron al mejoramiento de la institución que atendía a los niños lisiados de la ciudad (El Tiempo, 23 de mayo de 1950). Carmen Uribe: una historia de la enfermedad La historia de la polio en los diarios colombianos tiene otra cara, probablemente, la única en sentido literal. Nos referimos al relato de 46
Carmen Uribe Ardila, una niña de 12 años oriunda de Charalá, Santander, cuyo nombre se mencionó tanto en El Tiempo como en El Espectador numerosas veces. Esto, con motivo del viaje que realizó a Estados Unidos, auspiciada por su protector Walter E. Hammond –un ingeniero norteamericano que trabajaba en Colombia realizando prospecciones y estudios mineros–, y con el apoyo y protección del entonces presidente Roosevelt, para internarse en un sanatorio especializado en la curación de los efectos de la poliomielitis, enfermedad que había contraído a los dos años (El Tiempo, 2 de agosto de 1943). Los relatos acerca de la historia de Carmen Uribe no solo se acompañan en los diarios de fotografías de ella y su familia, sino que contienen descripciones de esta, de cómo fue su vida siendo una niña inválida entre niños que corrían y jugaban libremente, pequeñas entrevistas a ella y a su benefactor, y hasta descripciones de los cuidados de su madre después de años de infructuosos tratamientos por parte de los médicos de Charalá: Finalmente, la madre decidió ensayar sus propios tratamientos. Aunque no había oído del sistema de masajes usado con tanto éxito en Australia por una mujer ejemplar, procedió a dar masajes constantes a Carmen, especialmente en las extremidades [...] Es así como Carmen reconquistó el uso de las piernas pero todavía tiene muy afectados los tobillos (El Espectador, 2 de agosto de 1943).
A Carmen se la describe como una niña de provincia y siempre se exalta su buen ánimo.
<Linda Sofía Ordoñes - Santiago Castilla Parra >
Los reporteros hacen referencia explícita a su historia como un verdadero cuento de hadas: “Bogotá alberga hoy a una Moderna Cenicienta” y “Si parece un cuento” (El Espectador, 3 de agosto de 1943) son algunas de las frases que resaltan. El viaje de esta niña poliomielítica es seguido paso a paso por la prensa hasta que logra internarse en el sanatorio de Warm Springs. Seis meses después se anuncia su regreso al país totalmente curada y habiendo aguantado ocho cirugías junto con otros tantos cuidados como tratamientos eléctricos y baños tibios (El Tiempo, 29 de enero de 1944). A su llegada, la pequeña Carmen dio unas declaraciones a la prensa en las que se notaba su entusiasmo luego de haber recibido su tratamiento: Los médicos me dijeron que estaba curada, y que podía caminar, correr y bailar. Tengo, sí, que usar estos zapatos altos para evitar nuevas torceduras. Apenas los acabe, me pondré zapatillas como las que usan todas las señoritas (El Tiempo, 29 de enero de 1944).
La prensa resalta de manera enfática el “humanitarismo” y la “solidaridad americana” de Mr. Hammond. Más aún, los testimonios de la niña, así como las palabras de los reporteros, dejan ver una admiración notable hacia los Estados Unidos y una exaltación del presidente Roosevelt y de los valores del ingeniero benefactor. Frente a esto, es importante aclarar que el mismo Roosevelt sufrió los efectos de la parálisis por poliomielitis, y que su experiencia personal guió, en buena medida, el interés y los recursos que dedicó a esta causa.
En todo caso, tanto la niña como quienes escriben las noticias parecen utilizar, con mucho ahínco, la figura de La Providencia como aquello que llegó a la casa de Carmen a dar luz a su vida. No sobra decir, de todos modos, que aunque la voz de la niña efectivamente se encuentra ahí, es casi obvio que sus palabras han pasado por el filtro del reportero, quien seguramente modificaba de manera no tan sutil los testimonios que recibía, especialmente, en cuanto al tono y la elección de palabras, ya que es complicado pensar que una niña de doce años proveniente de un pequeño pueblo hablara de la forma en que parece hacerlo en algunos artículos. Como epílogo, además, vamos a mencionar lo que sucedió en la vida de Carmen Uribe luego de haber regresado al país. La pequeña niña, ansiosa por recibir su tratamiento –y quien aspiraba cuidar enfermos cuando hubiera logrado restablecerse completamente– finalmente cumplió su promesa, y algunos años después, junto a quien fuera su esposo Jaime Villaquirán Sastiri, fundaría la Facultad de Fisioterapia de la Universidad del Valle (El Tiempo, 7 de agosto de 1943). En 2014, el 28 de Mayo exactamente, se hacía en la Universidad del Valle la invitación al lanzamiento de un libro titulado “No more Charalá: historia de un cuento de hadas” (Universidad del Valle, 2014), publicado en honor a la santandereana que es hoy, luego de su muerte, referente, y una recordada y querida docente del campo de la rehabilitación de La Universidad del Valle, además de una mujer respetada por su ejercicio profesional, quien estuvo íntimamente ligado a su historia con la polio infantil y sus secuelas. 47
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Conclusiones Tras sopesar los resultados de nuestra revisión periodística y las versiones personales expresadas por los entrevistados, podemos decir que la poliomielitis es una enfermedad que cobró una relevancia significativa en la vida pública del país y, en especial, en la ciudad de Bogotá en la década de 1940. Las noticias de aparición de casos y brotes en las distintas regiones del territorio nacional, empezaron a generar un estado de alerta en la población y una especie de pánico colectivo, pues las graves consecuencias de la parálisis infantil eran del todo conocidas y temidas, quizá ni siquiera por los índices de mortalidad sino por las secuelas, la invalidez y la amenaza de quedar lisiado. Los organismos encargados de la salud pública y los médicos de renombre en el país, mantenían un interés y preocupación constante frente a la enfermedad, pero también debían calmar los ánimos de los habitantes, que recurrían a formas, a veces imprudentes, para prevenir a los pequeños de la enfermedad. Además, mucha de la atención brindada a los niños y niñas poliomielíticos se llevó a cabo bajo el “espíritu caritativo” de corte cristiano y la filantropía de algunos sectores dominantes o bien situados económicamente, sin olvidar el apoyo extranjero. Podemos concluir, también, que epidemias y problemas sanitarios como el de la polio, que eran en muchos casos tratados por las familias a través de la sabiduría popular o los remedios tradicionales, contribuyeron a abrir y profundizar el campo médico, la “higienización” de la vida urbana y el panorama de la salud pública 48
en el país desde la experiencia y los esfuerzos concretos por contener la enfermedad. La ortopedia infantil, por ejemplo, cuenta hoy con centros como el Instituto Roosevelt, avanzados y eficaces en el cuidado de niños con diversas afecciones. Esto hace parte de un largo proceso de transformación de la salud pública, que a lo largo del siglo ha fortalecido la institucionalización del ejercicio médico y el cuidado infantil.
<Linda Sofía Ordoñes - Santiago Castilla Parra >
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Recogiendo, JUAN DAVID ANZOLA.
Extensiones y resistencias
de la esclavitud: Roles de las mujeres negras esclavizadas en la colonia neogranadina
Daniela Cardona Londoño PREGRADO ANTROPOLOGÍA - UNIVERSIDAD DE ANTIOQUIA danielacardonalondono@gmail.com
Luz Marina Agudelo Henao PREGRADO ANTROPOLOGÍA - UNIVERSIDAD DE ANTIOQUIA piesafricanos@gmail.com
Resumen:
PALABRAS CLAVE:
mujeres esclavizadas, colonia, Nueva Granada, trabajos, resistencias.
Desde la cotidianidad en sus múltiples interacciones sociales y de forma más notoria desde la academia, ha sido evidente que la historia y la manera cómo esta se ha contado responde, generalmente, a intereses propios de quienes han tenido el poder y las armas para enmudecer a aquellas personas que, a lo largo del tiempo, han sido vulneradas y negadas. Es así como las escuelas y los medios de comunicación han replicado ciertas versiones de la historia que alimentan concepciones sobre África y los africanos instituidas desde la debilidad y la lástima que aparentemente se aquietan al interior de dichos grupos humanos, ocultándonos la otra parte de la historia donde ellas y ellos emprenden luchas de reivindicación basadas en sus conocimientos tradicionales e intelectuales. En ese sentido, el presente trabajo hace referencia a los roles que las mujeres negras esclavizadas desempeñaron durante la Colonia en la Nueva Granada, queriendo indagar acerca de la relación entre las actividades realizadas y su reconocimiento identitario como mujeres. Nuestro principal interés es resaltar las formas de resistencia de las cuales estas fueron protagonistas y, de igual manera, dar cuenta de que cada una de sus manifestaciones permitió elaborar una resignificación de los valores y costumbres que eran propios en sus lugares de origen y que posibilitaron que, en este presente, podamos ser testigos de sus aportes.
<EXTENSIONES Y RESISTENCIAS DE LA ESCLAVITUD> Roles de las mujeres negras esclavizadas en la colonia neogranadina
Introducción En 1452, tras la autorización del papa Nicolás V, la corona portuguesa tuvo la potestad sobre la costa occidental del continente africano para convertirla en un centro significativo de secuestro de seres humanos. Ellas y ellos fueron transfigurados como objetos para responder a los intereses políticos y económicos de Europa. Asimismo, con la invención de América, el sistema económico, basado en una ardua explotación de recursos naturales que se forjaba de este lado del Atlántico, necesitó de mano de obra africana debido a los altos índices de mortandad indígena y a la necesidad europea por instaurar grandes industrias que otorgaran más poder y prestigio a la Corona. Fue así como se emprendió un cruel proceso de captura, transporte y comercialización de hombres, mujeres y niños del continente africano hacia territorios americanos, y como se institucionalizó un potencial negocio durante la época colonial que tuvo como ridícula consecuencia eliminar la condición de seres humanos de aquellos que provenían del extremo no occidental del mundo. En este contexto de poder, deshumanización y exterminio cultural, llegan las mujeres negras al continente americano. Ellas, arrancadas de sus familias e instrumentalizadas como objetos sexuales, serían las encargadas de cuidar y reproducir los bienes y las tradiciones europeas dentro un marco delimitado por los objetivos blancos, pero también de luchar por su familia, sus hijos, su libertad, su autonomía y su derecho a la vida y la dignidad. Es por ello que 54
el presente trabajo pretende conocer los roles que las mujeres negras esclavizadas ejercieron en la Nueva Granada colonial, teniendo en cuenta las resistencias cimarronas e indagando por su cotidianidad en espacios públicos y espacios privados. La esclavitud femenina: una transfiguración en imaginarios y en convicciones colectivas Ubicándonos en el contexto de la esclavitud y el secuestro africanos1 es importante decir que estos siempre estuvieron cobijados de forma legal por una reglamentación que determinó ciertas exigencias respecto a la comercialización de las mujeres negras: se exigía una tercera parte de hembras en el lote general al que se importaba (Álvarez, 1995) y ello implicó que la cantidad de mujeres esclavizadas fuera significativa en un ambiente de poder y dominio masculino. El viaje trasatlántico significó el comienzo del desarraigo de una diversidad cultural y, sobretodo, de la aniquilación de una condición de humanidad: “[...] el africano, mientras viaja, no es esclavo, porque jurídicamente no lo puede ser, ni es libre, es simple y llanamente, un ser capturado, mercancía viva” (Ramírez, 2004: 40). Esta imposición no concluyó con la llegada a tierras americanas; al contrario, esta vi1. Aunque la esclavitud es una práctica que ha sido común a muchas sociedades, es menester aclarar que la trata esclavista fue la empresa europea que se inició oficialmente en 1518 con el primer cargamento de africanos esclavizados traídos a América (Ramírez, 2004).
< Daniela Cardona Londoño - Luz Marina Agudelo Henao >
sión reificadora que los europeos dibujaron sobre los africanos siguió replicándose cuando se forzaba una incorporación al trabajo a merced de los amos, así surgía el inicio de una vida marcada por la explotación y la mercantilización de sus cuerpos, tanto laboral como sexualmente. A su llegada al territorio de la Nueva Granada, las mujeres africanas fueron asignadas a los oficios domésticos en las casas de los españoles, y a las labores agrícolas y mineras. Lo que significó que una mayoritaria población femenina estuviera presente la mayoría de tiempo en los espacios de la casa, pues como lo dicta la ya tradicional división del trabajo, estas tareas han sido consideradas inherentes a la naturaleza biológica de la mujer: En cumplimiento de dichas tareas fueron lavanderas, cocineras, aseadoras de la casa, planchadoras y, en general, de las mujeres de la familia; las cuidaban en las enfermedades y actuaban como curanderas y preparaban bebedizos para que sanaran. Cabe destacar, como oficio importante, el de aya y nodriza de los hijos de los amos. En cuanto a las condiciones de trabajo existentes entre las domésticas y la agrícolas, debemos considerar que las primeras se efectuaban en la casa del amo y las segundas en la intemperie, lo que determinó una preferencia de las esclavas por las tareas domésticas y más si éstas eran cocineras y ayas, lo que les merecía un trato especial por parte de los miembros de las familias (Álvarez, 1995, p. 2-3).
Así, el patriarcado y su ideología, que se venía gestando durante tres siglos en contextos
de supremacía blanca especialmente, impuso por fin la mentira de que tales funciones llamadas femeninas –como la de ama de casa– hacían parte de una condición natural, cuando en realidad eran el producto de una construcción cultural que se forjó desde intereses específicos (Vitale, 1981). En este sentido, la descendencia racial también se condenaba desde principios eurocentristas que la determinaban deshonrosa en tanto estuviese más cerca de lo que para ellos implicaba el ser africano, “por esta razón, las mujeres de ‘casta’2 solamente podían reivindicarse al establecer un vínculo matrimonial con un hombre reconocido como blanco o mestizo, que al igual que el amo, en el caso de la esclava, pudiera castigar, frenar y controlar sus ‘naturales instintos’” (Chaves, 1998, p. 3). La situación de las esclavizadas estuvo siempre atravesada por situaciones degradantes; no obstante, para quienes se emplearon en labores domésticas, su cotidianidad era más llevadera que la de aquellas dedicadas al trabajo en minas y haciendas. Muchas veces, los privilegios otorgados y las diferencias dadas entre ellas obedecieron a intereses de los propios amos que –por sus deseos de poder, dinero y prestigio– cuidaron a los hijos de las mismas para aprovecharlos a largo plazo como herramientas de producción. Vale aclarar que los hijos que tenían madre africana y padre español, eran propiedad 2. Castas fue el término peyorativo que se designó de dos maneras: por un lado, como un símil de la sexualidad promiscua; y por otro, para referir que los hijos heredaban los vicios de sus padres. A quienes se nombró con tal término fueron mestizos que –teniendo ancestros africanos- fueron juzgados como ilegítimos dentro de las sociedades (Chaves, 1998).
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de este último, lo que significaba más ingresos económicos a través de una creciente mano de obra (Pérez & Gonzaga, 2010); esto conllevó a que muchas mujeres sólo pudieran vivir la maternidad mientras “[...] amamantaban a sus hijas o hijos, pues apenas el niño/a se alimentaba, sólo el amo podía negociarlo, cambiarlo, venderlo o tratarlo a su antojo, pues no le pertenecía a la madre, ni tenía derecho a formar una familia” (CEPAC, 2003, p. 2). La mujer africana fue receptora de la triple marginación en la época colonial: era negra, estaba esclavizada y era mujer; y esto tuvo como consecuencia el maltrato y una negación absoluta de su identidad: El 80 por ciento de las esclavas negras estuvo adscrito al servicio doméstico, y de ellas, más de 60 por ciento fue víctima de malos tratos por parte de sus amos. Eran obligadas a salir a vender a calles y plazas, y aun hacia los campos, en busca de compradores para sus productos, no importando si eran ancianas, estaban embarazadas o sufrían alguna enfermedad crónica, que en el caso de ellas eran frecuentes. El amo les exigía la entrega regular de un jornal, vendiesen o no sus productos, lo que las llevaba hasta a prostituirse [...] (Soto, 1992, p. 3).
De esta manera, se le redujo a la mujer tanto física como psicológicamente a un estado donde no era digna de utilizar plenamente sus capacidades; para esto, en muchas ocasiones, estuvo recluida a conventos donde no estaba permitido enseñarle a leer, ya que la iglesia católica siempre la vio como una tentación a la cual no debía darse poder (Pérez & 56
Gonzaga, 2010). El trabajo de las mujeres negras fue una pieza clave en el establecimiento y la articulación de relaciones comerciales y económicas dentro de las haciendas que basaban sus ingresos en la minería y las plantaciones. Ellas se dibujaron como un vínculo para la transferencia de valores culturales y laborales mediante sus trabajos en casas señoriales del campo y la ciudad, lo que implicó que hubiese una gran reproducción de fuerza de trabajo y de tradiciones políticas e ideológicas europeas (Vitale, 1981). En relación con esto, es preciso añadir que las labores de estas mujeres fueron fundamentales para la adquisición de riqueza y de bienes materiales para la corona española. En el campo económico, “[...] su trabajo silencioso y esclavizante contribuyó a extraer las riquezas de nuestro suelo, que fue la base material del florecimiento de la España de esa época” (Vos, 1986, p. 2-3). Aunque hemos hablado, en gran medida, del trabajo de las mujeres en el ámbito del hogar, es importante resaltar que estas también tuvieron gran participación en lo que al trabajo en las minas se refiere. Allí, ellas se dedicaron a trabajar las minas auríferas y algunos métodos de extracción, tal como las vetas, lo que significó que en estos espacios –que entendemos como públicos– tuvieran la oportunidad de compartir en variadas ocasiones con sus esposos y compañeras. Debido a que esta fue una labor realizada mayoritariamente por hombres, ellas siempre fueron menos valoradas entre las cuadrillas que, con regularidad, estaban conformadas por un número promedio de 25 personas (Vos, 1986). En este
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contexto de labores mineras y en aquel relacionado con la agricultura, las mujeres –de forma clandestina– se juntaron entre sí para practicar sus creencias; cantos, danzas y ritos cuando se daba el caso en los que compartían un origen étnico común (Márquez, 2003, p. 1). Sobre resistencias y resignificaciones culturales Una fuerte resistencia ante la desaparición de los valores culturales conllevó a que estos fueron representados a través del arte, pues “La mujer negra revolucionó las formas artísticas y técnicas propias de nuestros ancestros. La modelación de la cerámica y el tallado de la madera pueden contarse entre esas expresiones del espíritu” (Vos, 1986, p. 5). Lo que posibilitó que ellas resignificaran su historia y sus formas de vida en un ambiente que, aunque hostil, les permitió aplicar sus saberes, los cuales conjugados con el ecosistema americano y los patrones culturales de los ‘esclavócratas’ fueron útiles ante sus necesidades. Uno de los componentes culturales más empleados desde la resistencia estuvo basado en la utilización de plantas como elementos de uso medicinal, y el hecho de que eran sus propias manifestaciones en un contexto diferente, sumado a que el imaginario español sostenía una idea de que la inferioridad femenina la hacía vulnerable a pactar con el demonio, incidieron en las acusaciones que se les impuso a algunas mujeres de origen africano durante la Colonia: La aparición de la brujería en las colonias fue el resultado de dos alternativas que
lentamente se fueron difundiendo: un atemorizante discurso de la cultura dominante, ya fuera religioso o secular, que veía en estos nuevos cristianos una amenaza para la naciente sociedad; y la sutil permanencia de los símbolos y religiosidades de las sociedades desarraigadas, que tomaron acogida en las estructuras cristianas. Su resultado: la identificación de dioses africanos con el demonio cristiano, amalgamado en un ambiente abiertamente dualista (Borja, 1998, p. 286).
Las experiencias que las mujeres africanas trazaron en el territorio neogranadino estuvieron siempre motivadas por un deseo de libertad y por la esperanza de regresar a su tierra originaria. Así fue como, desde acciones pacíficas o violentas, ellas desobedecieron y se negaron a asimilar los deseos más feroces y lacerantes de los esclavistas, procediendo, entonces, como protagonistas de una resistencia asociada a sus cuerpos y a su naturaleza como dadoras de vida: “Durante el período colonial las mujeres indígenas y negras recurrieron a formas de resistencia aparentemente pasivas, negándose a tener hijos. Convirtiéndose ésta en una manera de expresar su resistencia a procrear nuevos esclavos” (Vitale, 1981, p. 4-5). En ese sentido, entendemos que las mujeres, siendo conscientes del poder de sus cuerpos y de su presencia cotidiana en las casas señoriales, emprendieron búsquedas caracterizadas por una gran capacidad creativa enlazada con la realización de labores alimentarias y con aquellas relacionadas con la estética, y fue así como impulsadas por su condición y llenas de fortaleza, 57
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(…) se reunían a peinar las cabezas de las más pequeñas y, gracias a la observación del monte, diseñaban en ellas un mapa lleno de caminitos y salidas de escape, en el que ubicaban los montes, los ríos y los árboles más altos. Los hombres, al verlas, sabían qué rutas tomar. El lenguaje en el cuerpo, con sus códigos desconocidos para los amos, permitía a los esclavos huir (Vargas, 2003, p. 121-122).
Muchos de estos modos de escape planificados por las mujeres tuvieron como consecuencia la fundación de palenques; lugares conformados por personas cimarronas, quienes tuvieron como objetivo lograr su autonomía y libertad, para ya no ser víctimas de malos tratos y de una explotación laboral (Soto, 1992). Asimismo, tuvieron la necesidad de construir pueblos en los cuales pudieran agrupar y reestructurar sus diversas tradiciones africanas. Es importante mencionar que, en estos espacios, también se hizo evidente el rol de las mujeres como afianzadoras de la armonía colectiva, pues “la presencia de las negras como concubinas o esposas evidentemente [fue lo que determinó en gran medida] la estabilidad del grupo social” (Álvarez, 1995, p. 4). Conclusiones Al preguntarnos por los roles que desempeñaron las mujeres negras esclavizadas en la Nueva Granada, tanto en las esferas de lo público como de lo privado, y su contribución a las resignificaciones culturales y a las resistencias cimarronas como mecanismo de liberación, 58
encontramos que estas fueron fundamentales para la construcción de La Nueva Granada y, principalmente, de lo que hoy sabemos sobre la vida y las formas de estar en el mundo de los habitantes de San Basilio de Palenque. Entre los roles desempeñados, hallamos que las mujeres negras esclavizadas trabajaron como nodrizas, como ayas y, de forma general, como las personas encargadas de los oficios varios en las casas de los esclavistas y, de una forma bastante paradójica, como las encargadas de la crianza y la educación de los hijos de sus opresores. Ellas también tuvieron un papel fundamental en el trabajo minero y en la agricultura; fue justamente en estos espacios, en los que encontraron la posibilidad de reencontrarse con sus compañeras y compañeros, para, de esta manera, llevar a cabo prácticas ancestrales, tales como danzas y cantos. Fue también allí que se desarrollaron algunas estrategias de resistencia basadas principalmente en el conocimiento del terreno y el territorio, para –posteriormente– plasmarlo en las cabezas de las menores y evidenciar, mediante los peinados, lugares y puntos importantes de escape. Con esto, queremos hacer especial énfasis en el papel cumplido por ellas en cuanto a la resistencia, a la construcción del cimarronaje y a la búsqueda de la libertad. Entre otras actividades realizadas encontramos que estas mujeres se encargaron de la alimentación; esto, sin duda alguna, les otorgó un gran poder sobre qué preparar para sus amos y cómo hacerlo; sobre la relación constante entre la salud y la enfermedad, y, en general, sobre las prácticas alimentarias de los
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dueños de las casas en las que trabajaban. Sumado a esto, nuestra investigación nos arrojó que ellas tuvieron un papel activo en la curación de enfermedades debido al manejo de plantas, aprendido, por supuesto, desde África. Este conocimiento, lamentablemente, desencadenó en un fuerte estigma y señalamiento de parte de los colonizadores, ya que quienes ejercieron algún tipo de función relacionada con plantas fueron juzgadas por brujería. Para concluir –y siendo consecuentes con nuestros principales intereses y nuestra necesidad de reconocer las luchas de estas mujeres– es menester agregar que su papel en la resistencia africana fue fundamental para continuar luchando aún con la presión, los homicidios, las amenazas y las constantes persecuciones lideradas por los dueños de las tierras. La conformación de los palenques estuvo también atravesada por la sabiduría y la entereza femenina; por esto, históricamente ellas se constituyen como símbolos de resistencia contra el yugo colonial y como defensoras de instituciones que se perpetúan en el tiempo y el espacio (Vos, 1986).
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BEATRIZ OBANDO MARTINEZ.
NICOLÁS SANTIAGO ESCOBAR CEDIEL.
Procesión (2014), San Basilio de Palenque, Bolívar.
Árbol y humano en la vorágine
Historia de asesinatos y alianzas
María Pierina Lucco García PREGRADO EN ANTROPOLOGÍA - UNIVERSIDAD NACIONAL DE COLOMBIA mpluccog@unal.edu.co
Resumen:
PALABRAS CLAVE:
selva, caucho, sangre, cárcel verde, hembra antropófaga.
El presente texto busca analizar la imagen de la metáfora de la relación humano-árbol en el libro La Vorágine de José Eustasio Rivera, imagen encarnada, en varios aspectos, como la afinidad entre la sangre y el caucho, el árbol y el cauchero, la selva y la mujer. Estas semejanzas llevan al lector a asimilar las atrocidades de la economía extractiva, en este caso en la Amazonia colombiana. A partir de esta metáfora, José Eustasio Rivera demuestra cómo, en una vorágine, la selva se convierte en una cárcel verde, llevando a la locura a los intrusos, y, a la vez, cómo humano y árbol son asesinos recíprocos. El caucho extraído debe ser pagado con sangre, y así los árboles, los guardianes de la selva, se encargan de volverse el cementerio del cauchero. Árboles y humanos se encuentran en una carrera tortuosa por sobrevivir, la cual tiene como punto de partida aniquilar al otro para salvarse a sí mismo. El objetivo es, pues, mostrar cómo humano y árbol están íntimamente ligados en un espacio donde no se les permite otra opción que desangrarse el uno al otro; intercambio de fluidos que no lleva a otra cosa que al desangramiento mismo de la amazorinoquía. Es una lucha entre árboles y caucheros, pero, también, es una denuncia por parte de los árboles y los caucheros contra los grandes magnates. La avaricia y la inclemencia llevan, en últimas, al derramamiento total de látex y de sangre, fundiendo a todos los personajes, árboles o humanos, en el vértigo de la vorágine.
<ÁRBOL Y HUMANO EN LA VORÁGINE> Historias de asesinatos y alianzas
La Vorágine, escrita por José Eustasio Rivera y publicada en 1924, es, sin duda alguna, una de las novelas más discutidas en el ámbito de las ciencias sociales y de la literatura colombiana. El impacto que ha tenido se debe, principalmente, al carácter verídico con el que fue concebida y escrita, originando, desde sus inicios, la percepción de que se trataba de un caso verdadero, hasta el punto de inspirar comisiones para ir a buscar a la selva a Arturo y a Alicia (Páramo, 2009). Su importancia radica en ser la célebre inauguradora del género de “novelas de selva”, y en reunir múltiples aspectos de nuestra historia, nuestros mitos, nuestros imaginarios sobre la selva. La Vorágine es una evidencia de cómo occidente se ha imaginado, y en gran parte inventado, la selva como frontera, como hembra antropófaga, como infierno verde. Por ello, las representaciones presentes en la novela son incalculables, pues la invención y consagración de dichas representaciones es necesaria en occidente para comprender lo inexplicable, lo lejano y lo enemigo: la selva. En este ensayo nos remitiremos a una cuestión en particular: la metáfora de la relación hombre-árbol. Es decir, a las relaciones consustanciales entre los elementos de la naturaleza y los elementos humanos. Esta metáfora presenta muy diversos ángulos, desde la proyección del trabajador de goma sobre el árbol de caucho, la transformación del hombre en árbol, la visión de los árboles como hombres y la percepción de la selva como mujer devoradora. El objetivo es pues el de mostrar cómo humano y árbol están íntimamente ligados en un espacio donde 64
no se les permite otra opción que desangrarse el uno al otro, intercambio de fluidos que no lleva a otra cosa que al desangramiento mismo de la amazorinoquía. *** Ahora bien, la metáfora de la relación hombre-árbol aparece de manera temprana en la novela, en la primera parte. Nos encontramos en La Maporita, en el rancho de Franco y Griselda, luego de que Barrera ha herido a Cova y en el momento en el que el protagonista está deseoso de reconciliarse con Alicia, y dice: De todo nuestro pretérito sólo quedaría perdurable la huella de los pesares, porque el alma es como el tronco de un árbol, que no guarda memoria de las floraciones pasadas sino de las heridas que le abrieron en la corteza (Rivera, 2006: p. 160; la cursiva es mía).
Tenemos, entonces, que en esta primera mención de la relación hombre-árbol, la semejanza se da en un nivel espiritual, donde, tanto el alma como el árbol, recuerdan, en mayor medida, las heridas que las situaciones felices. Veremos cómo poco a poco la relación irá acentuándose en un nivel corpóreo, exaltando la sangre y la carne. Por otro lado, tenemos, también, la antropomorfización de ciertos elementos de la naturaleza, como es el caso de la descripción del huracán en el llano, donde se le da connotaciones militares a una agitada palmera: “y era bello y aterrador el espectáculo de aquella palmera heroica, que agitaba alrededor del hendido tronco las fibras del penacho flameante y moría en su sitio, sin humillarse ni enmudecer” (Rivera,
< María Pierina Lucco García >
2006: p. 170). Estas características positivas de la vegetación de los llanos desaparecerán casi por completo cuando se comience a describir la vegetación selvática, enfatizando la diferencia física de las dos regiones y el cambio anímico que esto representa para los viajeros, quienes saben que se adentran a una cárcel verde, donde incluso se dificulta ver el sol. Esto queda esclarecido al comenzar la segunda parte, en lo que se ha denominado como oda o plegaria a la selva: ¡Oh selva, esposa del silencio, madre de la soledad y de la neblina! ¿Qué hado maligno me dejó prisionero en tu cárcel verde? […] Tú tienes la adustez de la fuerza cósmica y encarnas un misterio de creación. No obstante, mi espíritu sólo se aviene con lo inestable, desde que soporta el peso de tu perpetuidad, y, más que a la encina de fornido gajo, aprendió a amar a la orquídea lánguida, porque es efímera como el hombre y marchitable como su ilusión. Déjame huir, oh selva, de tus enfermizas penumbras, formadas con el hálito de los seres que agonizaron en el abandono de tu majestad. ¡Tú misma pareces un cementerio enorme donde te pudres y resucitas! (Rivera, 2006: p. 190).
Además de presentar a la selva como cárcel, e incluso como cementerio, en este fragmento se puede establecer la identificación entre la selva, lo telúrico y lo femenino, con expresiones como “esposa”, “madre”, “fuerza cósmica” y “misterio de la creación” (Ordoñez, 2006: p. 192). Algunas páginas después aparece otro elemento que refuerza esta identificación entre selva y mujer: se trata de la leyenda de la mu-
jer indígena Mapiripana, quien además introduce el mundo indígena a esta articulación. Su leyenda está íntimamente relacionada con el vampirismo, dado que ella “chupábale [al misionero] los labios hasta rendirlo” (Rivera, 2006: p. 226) e incluso uno de los hijos engendrados de esta violación a la inversa es un vampiro. Por otro lado, “la imagen de vampiro evoca la muerte, la metamorfosis, lo satánico, las secreciones de fluidos vitales como sangre, leche y semen, directamente relacionadas en la novela con el árbol del caucho, su coagulación (en oro negro) y su explotación” (Ordoñez, 2006: p. 225). La presencia, pues, de la indiecita Mapiripana indica un punto fundamental del viaje, donde se ha flanqueado la frontera entre civilización y barbarie, entre llano y selva, y funge, también, como un oráculo, remitiendo al tema central de La Vorágine: que la selva se engulle a quienes la ultrajan (Páramo, 2012), y es un símbolo de que “una y otra vez las mujeres y la selva responden con defensas letales a la avaricia y al deseo de poder de los hombres” (Sommer, 2004; p. 343). En efecto, el carácter sexual de la selva, que hace que el hombre pierda el control, es una forma de venganza, en palabras de Sommer (2004): (…) el libro asocia a las mujeres ofendidas con los árboles lacerados que rezuman sin control y cuya venganza es una sexualidad femenina exorbitante, un fango profiláctico de savia de caucho que asegura que nada se puede generar de ese deseo masculino. (p. 343). 65
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Encontramos, entonces, una alianza entre selva y mujer, que se unen para defenderse del despojo y la violación perpetrada por los hombres. Luego, tenemos un momento de sumo interés, donde se irá perfilando la relación violenta entre hombre y árbol, característica de las caucherías. Arturo Cova acaba de sufrir un ataque de catalepsia, su cuerpo inerte escucha las ramas de la caoba decirle a la guadaña: “Picádlo, picádlo con vuestro hierro, para que experimente lo que es el hacha en la carne viva. ¡Picádlo aunque esté indefenso, pues él también destruyó los árboles y es justo que conozca nuestro martirio!” (Rivera, 2006; p. 229). Tenemos, pues, uno de los momentos más relevantes para este ensayo: la selva se levanta como vengadora, y compara su cuerpo (los árboles) con el de los hombres. Tanto los árboles como los hombres se hallan sometidos al mismo flagelo de miseria y dolor impuesto por las caucherías; esto crea un ambiente de violencia y venganza de todos contra todos, hombre contra mujer, hombre contra árbol y selva contra humano. Esta venganza se ilustra en las primeras palabras que pronuncia Clemente Silva al encontrarse con el grupo, hablando de sus heridas en las piernas: Ay, señor, parece increíble. Son picaduras de sanguijuelas. Por vivir en las ciénagas picando goma, esa maldita plaga nos atosiga, y mientras el cauchero sangra el árbol, las sanguijuelas lo sangran a él. La selva se defiende de sus verdugos, y al final el hombre resulta vencido (Rivera, 2006: p. 244).
Este es el drama de todos los caucheros, la le66
che que extraen de los árboles debe ser recompensada con su propia sangre. Adicionalmente, tenemos, también, otra premonición: “el hombre resulta vencido”, es decir, que por más intentos por parte del hombre de dominar y domesticar la selva, esta siempre logra embrujarlo y vencerlo, convirtiéndose en su cementerio. Un ejemplo de esto es la justificación que se da a la muerte de Lucianito Silva: “¡Lo mató un árbol!” (Rivera, 2006: p. 286), lo cual parece ser probable; luego sabremos que fue un suicidio. No obstante, la relación no se limita al conflicto cauchero-árbol. También hay momentos donde la relación cambia de forma, donde el árbol y el cauchero se unen para denunciar las atrocidades de los magnates del caucho. Bien lo dice Clemente Silva al explorador francés cuando ve un árbol rayado: -Señor, diga si mi espalda ha sufrido menos que ese árbol. – Y, levantándome la camisa, le enseñé mis carnes laceradas. Momentos después, el árbol y yo perpetuamos en la Kodak nuestras heridas, que vertieron para igual amo distintos jugos: siringa y sangre (Rivera, 2006: p. 267).
Instante crucial donde árbol y hombre se compadecen mutuamente y evidencian una realidad social atroz. Las caucherías desangran todo lo que encuentren a su paso: látigos y hachas se unen para alcanzar el objetivo de una mayor producción. De este modo, la extracción del caucho, al igual que cualquier otra actividad extractiva, desangra a la selva y a la población, no dejando más que lamentos, desolación y miseria.
< María Pierina Lucco García >
Sin embargo, es, sin duda, en la tercera parte del libro donde surgen la mayor cantidad de imágenes en las cuales se relaciona al hombre con el árbol y viceversa. Ya en las primeras líneas, en la llamada canción, canto o lamento del cauchero, podemos leer: “Viví entre fangosos rebalses, en la soledad de las montañas, con mi cuadrilla de hombres palúdicos, picando la corteza de unos árboles que tienen sangre blanca, como los dioses” (Rivera, 2006: p. 287). Nuevamente, la sangre es látex y el látex es sangre. Luego continúa: ¡El que logró entrever la vida feliz, no ha tenido que comprarla; el que buscó la novia, halló el desdén; el que soñó en la esposa, encontró la querida; el que intentó elevarse, cayó vencido ante los magnates indiferentes, tan impasibles como estos árboles que nos miran languidecer de fiebres y de hambre entre sanguijuelas y hormigas!. […] Reñimos a mordiscos y a machetazos, y la leche disputada se salpica de gotas enrojecidas. ¿Mas qué importa que nuestras venas aumenten la savia del vegetal? ¡El capataz exige diez litros diarios y el foete es usurero que nunca perdona! (Rivera, 2006: p. 288-289).
Vemos de nuevo la intrínseca relación caucho-sangre, permanente en el sistema cauchero; es casi como si la sangre sirviera para rendir el caucho, pues hay una exigencia que cumplir bajo la amenaza incesante del foete, del látigo. También podemos notar que, nuevamente, la selva se desliga del hombre convir-
tiéndose en su enemiga; de hecho podemos decir que solo se ve como aliada en las palabras de Clemente Silva, la selva clemente, el único que aprendió a oírla y respetarla, y por lo mismo el único que logra salir con vida. Mientras le ciño al tronco goteante el tallo acanalado del caraná, para que corra hacia la tazuela su llanto trágico, la nube de mosquitos que lo defiende chupa mi sangre y el vaho de los bosques me nubla los ojos. ¡Así el árbol y yo, con tormento vario, somos lacrimatorios ante la muerte y nos combatiremos hasta sucumbir! Más yo no compadezco al que no protesta, un temblor de ramas no es rebeldía que me inspire afecto. ¿Por qué no ruge toda la selva y nos aplasta como a reptiles para castigar la explotación vil? ¡Aquí no siento tristeza sino desesperación! ¡Quisiera tener con quien conspirar! ¡Quisiera librar la batalla de las especies, morir en los cataclismos, ver invertidas las fuerzas cósmicas! ¡Si Satán dirigiera esta rebelión!... ¡Yo he sido cauchero, yo soy cauchero! ¡Y lo que hizo mi mano contra los árboles puede hacerlo contra los hombres! (Rivera, 2006: p. 289).
En estos párrafos finales del lamento del cauchero, podemos encontrar varios elementos interesantes. Vemos que a las sanguijuelas se suman los mosquitos, que igual tienen la función vampiresca de chupar la sangre y cobrar caro el caucho extraído. Luego, es cautivador que se invite a una rebelión, donde nuevamente se unen selva y humano para liberarse del peso de los magnates del caucho y 67
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de la esclavitud; es tan absurda la idea de libertad que, de hecho, no se piensa que sea un hecho divino, todo lo contrario, para obtenerla sería necesaria la dirección de Satanás. Por último, se enuncia una especie de amenaza, aclarando que el cauchero es, de por sí, un asesino, sugiriendo que matar árboles es lo mismo que matar hombres. Vale la pena evidenciar que los árboles de caucho que había en la Amazonia colombiana, los Castilla, eran particulares pues al rayarlos se podrían; por lo tanto, era más conveniente picar todo el árbol de una vez, lo que implica matarlo. Esto, sin duda, es uno de los factores que mayormente marcaron la actividad extractiva de la región y, al parecer, la sensibilidad de Rivera. De hecho, si no se sangraban los árboles, la selva no tendría por qué ser vengativa, como lo dijo Clemente Silva, explicando el embrujamiento de la montaña: […] cualquiera de estos árboles se amansaría, tornándose amistoso y hasta risueño, en un parque, en un camino, en una llanura, donde nadie lo sangrara ni lo persiguiera; más aquí todos son perversos, o agresivos, o hipnotizantes. En estos silencios, bajo estas sombras, tienen su manera de combatirnos: algo nos asusta, algo nos crispa, algo nos oprime, y viene el mareo de espesuras, y queremos huir y nos extraviamos, y por esta razón miles de caucheros no volvieron a salir nunca (Rivera, 2006: p. 294).
Vemos, entonces, cómo otra vez el cauchero se compadece de los árboles y comprende cómo ellos, al igual que él, son presos de la selva. Esto se evidencia en dos momentos distintos 68
del libro: el primero es la alucinación de El Pipa, donde se dice que los árboles […] tenían deseos de escaparse con las nubes, pero la tierra los agarraba por los tobillos y les infundía perpetua inmovilidad. Quejábanse de la mano que los hería, del hacha que los derribaba, siempre condenados a retoñar, a florecer, a gemir, a perpetuar, sin fecundarse, su especie formidable, incomprendida. (Rivera, 2006; p. 212)
El segundo momento es el testimonio de Cova: Por primera vez, en todo su horror, se ensanchó ante mí la selva inhumana. Árboles deformes sufren el cautiverio de las enredaderas advenedizas, que a grandes trechos los ayuntan con palmeras […] por doquiera el bejuco matapalo –rastrero pulpo de las florestas- pega sus tentáculos a los troncos, acogotándolos y retorciéndolos, para injertárselos y trasfundírselos en metempsicosis dolorosas. […] El comején enferma los árboles cual galopante sífilis, que solapa su lepra supliciatoria mientras va carcomiéndoles los tejidos y pulverizándoles la corteza, hasta derrocarlos, súbitamente, con su pesadumbre de ramazones vivas (Rivera, 2006; p. 295-296).
Más adelante, se menciona, brevemente, un aspecto de la selva que, a nivel general, es muy importante: su carácter sexual, encarnado en las orquídeas. De esta manera, se concibe la selva como hembra antropófaga, insaciable, tal como Zoraida Ayram, e igual de atrayente e inevitable. Así, vemos que, en la concepción del libro, “Las mujeres son tan insaciables como
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la selva o el capitalismo, todas consumen hombres para producir monstruos” (Sommer, 2004; p. 343). De allí surge que la muerte es la verdadera reina del lugar: “Es la muerte, que pasa dando la vida. Óyese el golpe de la fruta, que al abatirse hace la promesa de su semilla” (Rivera, 2006; p. 297). Es decir, que en la selva, para que haya vida, tiene que haber muerte. Es, entonces, estremecedor si pensamos en tal condición, teniendo en cuenta que la Amazonia es el ecosistema más diverso del mundo. La amenaza de la muerte es, por lo tanto, constante, tanto que […] cuando nos habla [el vegetal] solo entiende su idioma el presentimiento. Bajo su poder, los nervios del hombre se convierten en haz de cuerdas, distendidas hacia el asalto, hacia la traición, hacia la acechanza. Los sentidos humanos equivocan sus facultades: el ojo siente, la espalda ve, la nariz explora, las piernas calculan, la sangre clama: ¡Huyamos, huyamos!” (Rivera, 2006; p. 297).
Es precisamente este trastocar de los sentidos lo que conduce al hombre a estar siempre dispuesto a matar, condición esencial para cualquier conflicto; en nuestro caso, el colombo-peruano de los años 30 (Páramo, 2009). Hay que subrayar que el tema de fondo de La Vorágine es el de la selva como hembra antropófaga. El tema de la antropofagia es, por ende, muy recurrente a lo largo de toda la novela y atraviesa a la gran mayoría de los personajes. Tenemos, en primer lugar, que los indios, al igual que en muchas otras regiones del país y del mundo, son considerados caníbales per se.
En segunda instancia, a Julio Barrera Malo, el personaje histórico en quien está inspirado Barrera, le gustaba hacerse fama de caníbal para infundir terror. Por último, cuando Cova ataca a Barrera, al final de la novela, una de las primeras cosas que hace es morderle la cara, convirtiéndose, así mismo, en caníbal al poseer a Barrera. Por lo tanto, la antropofagia no es exclusiva de la selva, la comparten con ella los mismos humanos, blancos e indios (Páramo, 2012). Con respecto a la selva antropófaga, se dice: Andamos perdidos.> […] Por la mente de quien las escucha pasa la visión de un abismo antropófago, la selva misma, abierta ante el alma como una boca que se engulle los hombres a quienes el hambre y el desaliento le van colocando entre las mandíbulas” (Rivera, 2006; p. 307).
La única manera posible para sobrevivir en la selva es siguiendo los consejos del brújulo, de Clemente: “les aconsejó no mirar los árboles, porque hacen señas, ni escuchar los murmurios, porque dicen cosas, ni pronunciar palabras, porque los ramajes remedan la voz. Lejos de acatar estas instrucciones, entraron en chanzas con la floresta y les vino el embrujamiento” (Rivera, 2006: p. 308). Empero, cuando se está perdido y no hay nada más que selva, la única opción es recurrir a la selva misma para poder sobrevivir, “¿Por qué los árboles silenciosos han de negarse a decirle al hombre lo que debe hacer para no morir? ¡Y, pensando en Dios, comenzó a rezarle a la selva una plegaria de desagravio!” (Rivera, 2006; p.310). Llegados a este momento, podemos sostener que, definitivamente, es una ley que las re69
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ferencias positivas o esperanzadas de la selva provienen siempre de Clemente Silva, la cual contrasta con las otras percepciones negativas y rendidas de Arturo Cova. No obstante, evidenciamos las imágenes que remiten a la metáfora de la relación hombre-árbol presentes en las últimas páginas del libro, donde volvemos a encontrar a la selva como entidad vengativa. Cova se encuentra con su amigo Ramiro Estévanez, quien lo anima a escribir el manuscrito. Al percatarse de que su amigo está casi ciego, surge la conversación sobre qué le ocurrió: - ¿De modo que tus ojos no están perdidos? - Todavía no. Fue una incuria mía, mientras fumigaba un bolón de goma. Prendí fuego, y, al taparlo con el embudo que se habilita de chimenea, una rama rebelde que chirriaba quemándose, me lanzó al rostro un chorro de humo. - ¡Qué horror! ¡Como si se tratara de una venganza contra tus ojos! - ¡En castigo de lo que vieron!” (Rivera, 2006; p. 337).
En las últimas páginas, llegamos al clímax de la relación selva-humano, pues la metáfora se hace realidad, ¡Arturo Cova se convierte en árbol y su pierna en caucho!: Hablaba, hablaba, me oía la voz y era oído, pero me sentía sembrado en el suelo, y, por mi pierna, hinchada, fofa, y deforme como las raíces de ciertas palmeras, ascendía una savia caliente, petrificante. Quise moverme y la tierra no me soltaba. ¡Un grito de espanto! ¡Vacilé! ¡Caí! (Rivera, 2006; p. 374).
Este fragmento, junto a la frase del célebre epílogo, “¡Los devoró la selva!” (385), son las úl70
timas imágenes de la relación hombre-selva. Ya su distinción se hace innecesaria: Arturo Cova se convierte en un elemento más de la selva, pero no en cualquier elemento, se convierte en un árbol de caucho, susceptible de ser asesinado por el primer cauchero que lo encuentre, el cual, como lo predijo la caoba, lo picaría hasta morir, para que sienta lo que han sufrido los árboles. Él, junto a su compañera y descendencia, desaparecen en la selva, en el vórtice de esta vorágine que todo se lleva, que todo lo cobra, que venga a la selva de quienes han osado ultrajarla. Inmiscuido entre árboles y raíces, el cuerpo de Cova derramará sangre y savia hasta desvanecerse. Sin embargo, su vida como protagonista literario sigue viva, como un recordatorio de lo que fueron estas expediciones, del horror de las caucherías, del derramamiento de sangre que no ha cesado, pues si la selva debía cobrar con sangre su látex robado, violentado, hoy tendrá que cobrarla por sus plantas de coca arrancadas, por sus suelos explotados en búsqueda de petróleo y coltán, por sus árboles talados para la industria maderera, por su población: su mayor riqueza, la víctima constante de la ambición del hombre blanco.
< María Pierina Lucco García >
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ELVER ALEJANDRO ARIZA TELLO.
Abuela Nasa (2014), Cauca.
María Alejandra Buelvas PREGRADO EN ANTROPOLOGÍA - UNIVERSIDAD NACIONAL DE COLOMBIA mabuelvasb@unal.edu.co
<LAS GAFAS>
“Nadie se va de Mendoza aunque piense que se va. Madre es la tierra y el hombre raíz árbol que crece en la paz estival quedó durando en tu sangre porque yo soy guitarra que volverá.” Zamba de los adioses, Armando Tejada.
Fue extraño. En el pueblo solo tenían gafas el señor notario, el alcalde y don Héctor, que era quien traía los lentes de la ciudad y con un aparatico los ajustaba a los ojos de la gente. Bueno, del que pudiera pagarle, porque esos lentes eran caros, carísimos. Fue extraño. Nadie entendió cómo Eusebio, que nunca había puesto sus abarcas en el cemento de la ciudad; Eusebio que regalaba y vendía chicha (más lo primero que lo segundo); Eusebio al que nunca le alcanzaba con eso para pagarle al paisa las cervezas que se tomaba, apareció un día con tan extrañas gafas. A decir verdad, Eusebio tampoco entendía. El primer día pensó que estaba aún en un sueño, y se volvió a dormir. Pero fue inútil, cuando se despertó seguía teniendo las gafas, que trató y trató de quitarse en vano. No quiso contarle a nadie. No quería que se repitiera la historia del primo Carlos. Ya se sabe, pobrecito, en esa clínica mental quien sabe cada cuanto le dan a uno una buena mojarra. ¡¿Y la chicha?! No, ni de riesgos. Eusebio se quedó callado. Le inventó una historia a las gafas: que una tía, que un baúl viejo, y aunque la gente no quedó muy convencida, ya nadie volvió a preguntar. Sin embargo, lo más extraño de todo no eran las gafas, sino como veía Eusebio el mundo cuando las tenía puestas. Pasaba horas y horas sentado bajo el palo de mango de la plaza viendo la gente pasar. Una tarde me senté a su lado y le pregunté qué hacía. Se acomodó en su puesto, me miró a través de las misteriosas gafas, con unos ojos que ahora parecían más profundos y dijo: Estoy. ¿Estoy qué? Estoy. Solo estoy. Nunca había estado realmente debajo de este palo de mango. Miraba sin mirar, saludaba sin saludar, amaba sin amar. 74
< María Alejandra Buelvas >
No le entendí ni una sola palabra. Y pareció notarlo enseguida en mi gesto, porque sonrió y continuó con su explicación: Te habías fijado en que hay horas en las que está la plaza vacía y horas en las que no cabe un alma; en la forma de caminar de los que llegan a poner su puesto de comida; en su ritmo, que parece encajar con el sonido del vallenato que llega desde el billar. En los gestos que hace don Héctor cuando llega a jugar ajedrez, en la forma particular de tratar a su compañero, en el lugar que siempre escogen para su ritual, en el brillo de sus ojos. Mi cotidianidad ahora es descubrir cosas de quienes creía viejos conocidos. Estuve equivocado, creí conocer estos caminos como la palma de mi mano y veo ahora cada instante cómo cambian los pliegues de esta mano y de esta plaza. No me pararé de esta sombra hasta que no termine de comprender los secretos de mi cuerpo que no es otra cosa que esta plaza, y viceversa.
No dejaba de preguntarme de dónde había sacado Eusebio esas palabras tan profundas. O más bien, como había llegado a sentir todas esas cosas. Yo veía las gafas y veía a Eusebio concentrado y sonriente. Todo lo demás sobraba, hasta yo. Me despedí con cuidado. Quien sabe que iba a pensar o a ver ese hombre en mí. Me fui a la casa, me senté en la hamaca, con la mirada perdida en mis amplios pies descalzos. No me acuerdo ya lo que pensé esa tarde. Después de un tiempo tuve que venirme a estas lejanías. Acá, no solo Eusebio, sino todo es extraño. Ahora, Sentada en este frío –que es todo menos propio– y desde la añoranza de aquellos días, casi entiendo al buen Eusebio. Nadie se va de ese pueblo, aunque piense que se va; hasta acá siguen llegando las noticias y los recuerdos del viejo Eusebio, que ahora vende y regala chicha debajo de la misma sombra del mismo palo de mango.
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Esperando (2014), San Basilio de Palenque, Bolívar.
BEATRIZ OBANDO MARTINEZ.
NICOLÁS SANTIAGO ESCOBAR CEDIEL.
Trabajos de Grado 2015-II
A partir del presente número, La Múcura Revista pone a disposición los títulos de los últimos trabajos de grado desarrollados por los estudiantes del Departamento, para que todas las personas interesadas los conozcan y tengan presente las líneas de investigación que han trabajado nuestros compañeros graduandos, y, a partir de ello, posiblemente crear alianzas estratégicas de investigación.
< 2015/II >
Un recorrido por el Naya: Mi participación en el proyecto de construcción de memoria histórica del territorio del alto Naya (Informe final de pasantía).
Apuntamientos para una arqueología de la exclusión. Estudio arqueológico de los Lazaretos.
Autor: Víctor Alfonso caballero Blanco
Autora: María Sirex Consuegra Díaz Granados Área de convocatorias artísticas y culturales. Dirección de museo del Centro Nacional de Memoria Histórica (Informe final de pasantía).
Del palustre al tubo de ensayo: Un análisis de la función de la cerámica en Orito, Putumayo con técnicas químicas semicualitativas.
Autora: Wendy Rubiela Duarte Rincón
Autor: Eduwin Fabián Romero Aponte De rehusar a reusar: Un análisis del recorrido de las cosas y las personas en la actividad del reciclaje.
Entre montañas y quebradas. Prospección arqueológica en el río Posito: aportes al conocimiento del poblamiento prehispánico en el norte de Caldas.
Autora: Lina Marcela Guerrero Torres
Autor: Harrison Andrés Gallego Ramírez
Cúbito y radio en la estimación de talla de una población colombiana moderna: Un estudio piloto.
Poner el cuerpo, hacer memoria y reconstruir resistencias: diseño metodológico para diagnosticar las necesidades específicas de mujeres lesbianas y bisexuales en la ciudad de Bogotá (Informe final de pasantía).
Autora: Lina María Porras Saldarriaga Movilidad, tecnología e intercambio en los grupos cazadores-recolectores del norte de la sabana de Bogotá.
Autor: Tomás David Arce Buitrago Sujetos de la independencia.
Autora: Doris Andrea Castro Cantor “La ley es para los de ruana”: una aproximación etnográfica a la política pública en el páramo de Guerrero.
Autor: David Santiago Helo Molina
Autor: Juan Sebastián Martínez Tovar Hijos de la montaña. Gente Taya, gente Juliera. Persona y personalidad en Tununguá, Boyacá.
Autor: Edward Iván González Quiñones
Mandatos de género y nueva ruralidad: transformaciones y pervivencias en las identidades y experiencias femeninas dentro del contexto social de Fómeque, Cundinamarca.
Autora: Julieth Paola Acosta León Agua nueva: Inmersión al cosmos, territorio y cuerpo en el resguardo de Pastás.
Marihuana. Reflexiones a través del consumo.
Autor: Diter Rudolf Moreno Santamaría
Autor: Ramiro Eduardo Blanco Puentes 79
<TRABAJOS DE GRADO>
Fiesta y subversión. La parranda de los matachines en Capitanejo.
Los rituales de la música en la ciudad.
Autora: Laura Catalina Gómez Cubides
Autora: María Pierina Lucco Gucci Cuerpos secretos: Yo menstruo, tu menstruas, nosotras menstruamos.
Recorriendo pasos, hilvanando memorias. La historia de vida de un andariego en el siglo XX.
Autora: Laura Paola Niño Gutiérrez
Autora: Vanessa Alejandra Cadena Amaya Crear en la piel. Una antropología del tatuaje contemporáneo urbano en Bogotá.
Autora: Mayra Juliana Hernández Guzmán Memorias de un pueblo sumergido: desahogando relatos, recuerdos y olvidos de Guatavita, la vieja.
Ancestralidad y resistencia. Movimientos Afro en Santander de Quilichao.
Autora: Ana Daniela van der Hammen Arboleda Hurto en la sociedad de consumo mercancias, violencia y mito.
Autor: Víctor Manuel Prieto Perdomo
Autora: Jessica Andrea Manrique Trujillo Cartografía sagrada de Ramiriquí.
Autora: Laura Liliana Vargas Arias
Retratos de la actualidad suescana: cambios, rumbos y retos sociales de la actualidad de Suesca, Cundinamarca.
Autora: Johanna Paola Peinado Cortés De la topochera a la agricultura: reconfiguraciones terrioriales y transformaciones culturales de los llaneros en la altillanura del Meta.
La violencia en la mina: Análisis de los medios de comunicación escritos respecto a la violencia en zonas de extracción minera.
Autor: Luis Felipe Bogoya Burgos
Autora: Lina Marcela Quijano Godoy
Caminos misteriosos y encuentros de ensueños. Relatos de una pasajera de la antropología en Colombia.
Entre Cotías, Majules, Puyas y Boko “Makaguanes-maestros de la sobrevivencia”: una etnografía desde su autodiagnóstico de plana de vida.
Autora: Katherine Alejandra Duque Duque
Autor: Otto Jair Ballen Herrera
No hay silencio que no termine. Construcción cultural de un campo de literatura testimonial de secuestro en Colombia.
Antropología de la inhumanidad: conflicto, muertes violentas y desmembramiento en las “casas de pique” en Buenaventura, Valle del Cauca.
Autora: Karen Lorena Romero Leal
Autora: Yuly Esmeralda Vargas Álvarez 80
< 2015/II >
Análisis del hueso sacro para determinar diformismo sexual en colección ósea del globo B del Cementerio Central de Bogotá.
cense, a través del problema de la propiedad de la tierra y el trabajo.
Autor: Gabriel Felipe Pinilla Cárdenas
Autora: Diana Geraldine Cortés Méndez La tierra jala y la sangre llama. Comunidad y memoria. Minga, masato y fiesta en san Martín de Amacayacu.
Autor: Esteban Delgado Guerrero
Autora: Andrea Camila Cobaría Barón
Clasificación cuantitativa de material cerámico de Colina de Sal, Nemocón.
Trabajo antropológico y Burocracia. Ensayo de escritura antropológica.
Autor: Camilo Andrés Ramírez Ospina
Autor: Félix Fabián Castañeda Zárate
El arte pictórico ancestral en la provincia de Guanentá.
Modificaciones antrópicas del contexto ambiental y optimización de los recursos en el cacicazgo de Bogotá.
Autor: Nicolás Camargo Salazar
Autor: Cristian Felipe Quitián Pinzón
Muiscas en el sur de la sabana de Bogotá, festividades desde el Tequendama.
Autor: Julio Andrés Guerrero Londoño Comer, trabajar y morir. Aproximación bioantropológica e histórica a la alimentación y a la salud oral en Bogotá a principios del siglo XX.
Autora: Lizeth Martínez Bernal Atlas fotográfico de anomalías óseas representativas de la colección osteológico del Cementerio Central de Bogotá.
Autora: Stephany Vesga Lizcano Santa María de la Antigua del Darién en el análisis de las ciudades como herramienta de la conquista.
Autora: Liliana Margarita Ramos Moreno Una aproximación a la composición social de una hacienda del altiplano cundiboya81
Ayer soñé contigo, Cholita (2015), Fiesta de la Virgen de la Candelaria, Puno, Perú.
ÁNGELA ALVARADO FLÓREZ.
DANIEL ALEJANDRO MÁRQUEZ BOCANEGRA.
La revista La Múcura se terminó de imprimir en las instalaciones de GRACOM Gráficas Comerciales ubicada en la Ciudad de Bogotá, Colombia en la carrera 69K nº 70-76 en el mes de octubre de 2016. El tiraje es de 300 ejemplares en papel bulky. Las familias tipográficas usadas fueron: Garamond Premier Pro ConduitITCStd