Revista Rilttaura No. 07

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ISSN 1900-1665


Revista de Creación Estética Rilttaura número 7 / 2013 / issn 1900-1665 Rilttaura es una revista de creación literaria y estética, proveniente de la carrera

revistarilttaura2.0@gmail.com

de Estudios Literarios de la Universidad Nacional de Colombia. Los integrantes de

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la revista pertenecen a distintas facultades en el interior de la Universidad.

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Rilttaura ...especie vegetal endémica de la zona nororiental suramericana. Además de ser uno de los descubrimientos más recientes y controversiales en el campo, su divulgación constituye hoy en día uno de los dilemas éticos más consi-

Universidad Nacional de Colombia

derables de los últimos años. Razón por la cual catalogamos la existencia de dicha

Cra 45 No 26-85

especie pero nos reservamos su descripción exacta.”

Edificio Uriel Gutiérrez Sede Bogotá

Diccionario Enciclopédico Catedrático, Ed. Nueva España, 1915, pág. 527.

www.unal.edu.co

UNIVERSIDAD NACIONAL DE COLOMBIA FACULTAD DE CIENCIAS HUMANAS rector Ignacio Mantilla vicerrector Diego Fernando Hernández director bienestar Oscar Oliveros sede bogotá coordinadora programa Elizabeth Moreno gestión de proyectos directora bienestar María Elvia Domínguez ciencias humanas decano facultad Sergio Bolaños ciencias humanas directora departamento Patricia Simonson de literatura comité editorial Dirección Prof. William Diaz edición Andrés C. Barragán F. Fernando A. Rodríguez Z. corrección de estilo Albalucia del Pilar Gutiérrez diseño de portada Fernando A. Rodríguez Z. diagramación y diseño Andrés Felipe Barriga (PGP) equipo de colaboradores Fernando A. Rodríguez Z. Laura A. Mendoza Sebastián Paco.

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Revista de Creación Estética Rilttaura número 7 / 2013 / issn 1900-1665


ÍNDICE

CRonica

Pág. 5 Felipe Cardona Pág. 4

La obra malograda

Editorial

NARRATIVA

Pág.

Pág.

8 Pág.

Pablo Rátiva

2

El baile en el sur

Daniel Samper

Pablo Nausa

El analista

La creación de Augusto

Pág.

Pág.

10

15

22

Pág.

25

18

Eduard Moreno

Manigua

Pág.

Richard Salamanca

Fabián Becerra

Réplica mental de un tono de voz Vallejeano

Loco para una balada 26 Pág.

32

Réplica mental de un tono de voz vallejeano número tres

Richard Salamanca

Aguardo el momento Ramsés Avances El instante previo

Jonathan España

Pág.

33

Ddescubrimiento María Ocando

Tocando la puerta del cielo


ENSAYO

POESiA

Pág.

Pág.

37

43

José Serrato

Desengaño del pulso Franciso Muñoz

El efecto realidad

Pág.

Pág.

Indicios

Hablar de nubes

Tregua

Vaguedad

50

48 Daniel Samper

Cristian Moreno

Manos frías

Selección de 8 poemas sin título

Silencio

Pág.

54

Sebastián Leal

Cuando el alma ensuñea Atardecí

Pág.

Pág.

60

Escribiendo sobre hojas muertas

57 Camilo Bonilla

Pág.

61

Promesa

Hans Medrano

Oscuridad de dolor Ya no puedo escribir vida...

Sebastián Paco

El columpio

A veces hay cosas... V VIII

Pág.

62 AUTORES

Sin ser vista Haikus

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Editorial

Edit rial

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Este nuevo número de la revista los invita a compartir un espacio en el pequeño universo. Por eso la portada es inspirada en el libro de cuentos Callejón con salida de Elsa Osorio. Ingresen y compartan el reino apartado del mundo, donde se puede disfrutar de todas las virtudes explayadas por el sí mismo, es cada parte de nosotros en la escritura la que comienza a formar una real irrealidad. Nuestro primer y mayor deseo es seducirlos con diversas propuestas creativas. Queremos que sean partícipes de este encuentro creador, dejando de lado el dudoso papel de espectadores impuesto por la lectura. Deseamos lectores activos, que se despojen de ese primer proceso de acercamiento desde el voyerismo, y comiencen a escribir para comunicarnos sus ideas, escribirnos sus pensamientos, y seguir construyendo en esta creación colectiva llamada Rilttaura. Toquen nuestras sensibilidades a través de la escritura, así como nosotros las tocamos con la lectura, y los creadores con la escritura y la imagen. Juguemos esta danza de deseo hasta sacar lo mejor de nosotros. Es el rito de la seducción. Es el suspenso del encuentro erótico lo que nos motiva a darles la revista a ustedes lectoras y lectores. Es el goce de establecer una conexión más íntima y profunda, jugando con los significados de las palabras que entretejen la totalidad del texto. Les hablamos sonrojados por el éxtasis de seducirlos, acercándonos con unas ganas enormes de ser descubiertos por ustedes. Despojemos nuestros cuerpos de la ropa, o nuestra mirada... Entremos desnudos al umbral de lectura. Sigamos explorando todo lo nuevo de la creación sin accesorios. Continuaremos la creación, seguiremos explotando las palabras, las imágenes, las ideas. Por eso proponemos un nuevo comienzo, creando la revista en el encuentro erótico de la lectura, llegando a la acción de la escritura. Con cada escrito, con cada imagen se van aumentando las hojas de este gran árbol mitológico denominado Rilttaura.v


La

OBRA malograda Felipe Cardona

Una retrospectiva de los proyectos literarios frustrados del siglo XX La palabra proferida es palabra para siempre desterrada. La hija entrañable que sale gustosa a la luz del mundo asume un destino inexpugnable para el padre. El azorado escritor, indiferente al hecho de ser el escudero de campañas inútiles, se pasa la vida salvando a su criatura del anonimato: la rescata de papeles olvidados y conversaciones disolutas, la acicala como digna compañera de sus derrotas morales, además de no escatimar en esfuerzos para procurarle una existencia más o menos holgada en sus anaqueles literarios. Mientras duran estos arrimos y desbandadas, estas idas y venidas, la palabra, a lo menos, se asegura un refugio contra el olvido. Pero basta que al escritor se lo lleve el diablo en sus correrías para que sus crías gramaticales queden a la deriva. Si al rescate de estos manuscritos no acude ese personaje de corte convencional que es el amigo cercano del autor, poco se puede hacer para redimirlos. Es harto conocido que la historia de la literatura está colmada de estos deslices infames, donde no hay mecenazgos y la muerte se lleva al escritor con todo y obra.

El maletín en la frontera Walter Benjamín, ese judío enjuto capaz de desentrañar los hilos soterrados de la comedia humana, es el ejemplo más tangible de esas pérdidas irreparables. El mundo que admiró sus ensayos y lo consagró como uno de los pensadores más ambiciosos del siglo XX, hecha de menos la gran obra en la que trabajó toda su vida. Por cartas sabemos que este proyecto apocalíptico, que titularía el libro de los pasajes, preparado con tesón de amanuense día a día en la biblioteca de París, iba a generar una crisis sin precedentes en el pensamiento filosófico y político de Europa. Se perfilaba como el pastelazo definitivo para un tiempo de contradicción en que accedían los ciegos nacionalismos y el hombre sucumbía en los recovecos horrendos de su irracionalidad. Los detractores del pensamiento, que por un azar difícil de comprender, casi siempre hacen parte del régimen castrense, estuvieron tras Benjamín por largo tiempo, y conscientes del peligro de que una obra de ese talante fuera publicada buscaron la manera de destruirla. Finalmente llegó el día esperado.

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Rilttaura 7

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En septiembre de 1939, Benjamín, huyendo de la cacería de judíos que los nazis adelantaban en Francia, cruzó a pie los Pirineos hasta llegar a la frontera con España. Sus compañeros de viaje relataron años después, que durante la travesía el extraño escritor reducido por la enfermedad, no dejaba de repetir: “lo principal es salvar el manuscrito, es más importante que mi propia persona”. El judío abrazaba el maletín que llevaba a cuestas y continuaba su trasiego por las faldas escarpadas repletas de viñedos con la esperanza de llegar a salvo a la tierra del Cid. Sin embargo el destino le jugó una canallada y las autoridades francesas retuvieron al grupo en pueblo fronterizo de Port Bou el 25 de septiembre. Los militares se mostraron condescendientes y como oscurecía permitieron a los detenidos pernoctar en un hotel del pueblo para emprender el regreso a París al amanecer. El escritor se encerró en su alcoba, reducido por tan desoladora circunstancia. Al día siguiente, los militares subieron al hotel y le golpearon para que saliera. Como nadie respondía tuvieron que forzar la puerta. Encontraron a Benjamín acostado en su cama. Le tomaron el pulso, era demasiado tarde, el corazón le había estallado tras una sobredosis de morfina. Nunca más se supo del maletín y su contenido.

El Crimen fue en Granada Muy cerca en tiempo y en espacio, la ciudad de Granada, emporio de arabescos, bulerías y tendidos, recibe a su poeta. Federico García Lorca viene de Madrid, sus gentes lo llenan de agasajos y son pocos los que notan el ánimo maltratado con que llega el hijo emérito. Pasan los días y con delicias histriónicas el poeta disimula su zozobra. Canta e hincha a sus interlocutores con sus chascarrillos legendarios. Sin embargo, muy en el fondo, un

sentimiento se empoza. Federico se persigna en las sombras, presiente que el final se acerca. No en vano, el 13 de julio de 1936, antes de emprender el que sería su último viaje a Granada, el poeta da a su amigo y protector Rafael Martínez Nadal en un café de Madrid, una carpeta con sus manuscritos. “Me voy a Granada y que sea lo que Dios quiera. Toma, Guárdame esto. Si me pasara algo lo destruyes todo. Si no, ya me lo darás cuando nos veamos”. Los textos que Martínez guardó con recelo fueron publicados 45 años después, se trataba de la última obra de teatro de Federico: El público. Sin embargo, lo llamativo de esa última conversación fue lo que Federico le dijo a Martínez Nadal y que más tarde en Granada confirmó a Luis Rosales. El cantor de los marginales preparaba su obra magna. Decía con la avidez que lo caracterizaba, que el libro sería el proyecto más ambicioso en la historia de la poesía española. Como es sabido el poeta no pudo gestionar la publicación del manuscrito. No pasaron muchos días para que los falangistas celebraran en las cantinas de Granada haberse bañado con la sangre de Federico. Tragado por las tierras celosas de Fuente Vaqueros, el poeta se llevaba consigo los versos de Adán, un poema épico de sangre similar al paraíso perdido de Milton. Una pérdida considerable sin duda.

Otro librito empantanado. Esa voracidad de la tragedia no concibe censuras geográficas. De las innumerables escenas del infortunio local, cabe destacar la que protagoniza Andrés Caicedo, ese escritor vallecaucano fascinado por las parábolas tropicales de la juventud caleña. Los escrúpulos de la sociedad colombiana del decenio 70, que resistió a punta de camándula y lotería política a la andanada juvenil que se abalanzaba sobre el mundo por esos años, fueron la pauta para que Andrés concibiera una obra desinhibida y mordaz que le costó el apelativo de escritor maldito.


La estela de Otraparte Fernando González llamó a su casa de envigado “Otraparte”, con la vehemente intención de que su espacio vital escapara a las convenciones geográficas. Sólo nos basta esta burla a lo concreto para darnos cuenta del carácter disidente del escritor. El brujo, como se hacía llamar, no hizo otra cosa en su vida que escapársele a todo. Con una sonrisa procaz ante lo determinado, huyó de todo lo que huele a encasillamiento: mujeres amadas, puestos burocráticos y escuelas filosóficas. Nada pudieron

hacer los de su diestra para aplacar su temperamento trashumante. De los viajes encendidos de su locuacidad quedan varios libros para el deleite de sus exégetas. Sin embargo, el brujo abandonó este mundo con muchas cosas que decir. Meses antes de su muerte, que él no presentía como los últimos, inició una biografía de San Ignacio del Oyola. El proyecto quedó como un amague del viaje metafísico más ambicioso emprendido por escritor colombiano alguno. De esa terrible suspensión en lo sagrado, del libro que sería el hilo conductor hacia Dios no quedan rastros. Las cartas de González son esa estela casi borrosa de su obra frustrada. Por suerte de todo lo que pasa por el mundo queda una tímida crepitación, ese rastro que nos permite hablar de lo imposible.

Crónica

Andrés, el demonio de las anfetaminas, asumió de tal manera su rol en la disidencia que ya le era imposible pensar en la salvación. Marcado por esos titubeos malsanos pero deliciosos que conllevan a la autodestrucción, acabó como sus ídolos del rock, inmolado con eléctrica agonía en la plaza de la fama. En el año 2007, cuarenta años después de su desaparición, su amigo Sandro Romero y su hermana María Victoria decidieron rescatar sus papeles inéditos. Cuando entraron al cuarto se dieron cuenta que las cosas del escritor estaban como él las había dejado. La familia con suficiencia inquebrantable había hecho todo lo posible para negar la muerte del ser querido. ¡Andrés está de viaje, en cualquier momento llega y no le gusta que nadie le toque sus cosas! De esos papeles inéditos nació el cuento de mi vida, una especie de diario que el escritor había elaborado desde su temprana adolescencia. Pero como lo que importa aquí es revelar la parte de su obra que se perdió, tenemos que fijarnos en un aparte del texto donde Andrés confiesa que está próximo a editarse un libro al que ha dedicado por muchos años durante 5 horas diarias. Era una novela que pensaba llamar “Despescuezanarizorejamiento”. El texto sigue desaparecido.

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NARRATIVA 8

El BailE

en el

SUr

Atravesando el Mar Caribe, que no recibía aún ese nombre, el barco más ágil de la flota bucanera de Sir Francis Drake deja una estela imponente, marcando la dirección en la que Cartagena se perdió en el horizonte. En cubierta el bong del tambor casi no se escucha, opacado por el rítmico andar de los remos sobre las aguas y el resoplar de los bucaneros. Por una pequeña escalera que alcanza a completar una vuelta en su ascenso de caracol, se llega al camarote más importante del barco: Lady Marien se mira al espejo, mientras el vaivén del buque, cepilla su cabello, llevando el pulso marcado por los remos, sobre las ondas de la mar. Lady Marien está desnuda, sus vestidos, colgados y bamboleantes. En la proa y desalojado de su camarote por la dignidad y los honores que se le deben a Lady Marien, Sir Francis Drake descansa en el dormitorio del segundo a bordo. Sobre la mesa caen y suben las cartas del bridge mientras él, el segundo, y el contramaestre se miran y no se miran. Un ambiente pesado a más de salino se suspende sobre ellos, y las apuestas van y vienen, van y vienen, sabiendo que no importan. Fue demasiado fácil, dijo el capitán. Eran muy pocos, dijo el segundo. Eran muy flojos, dijo el contramaestre. Ya no son lo que antes los marinos españoles, francamente idiotas estos últimos, estaban muertos antes de que nos subiéramos. Cagados, dijo el contramaestre y selló, con un contundente golpe del vaso contra

Pablo Rátiva


Narrativa

la mesa. Las cartas del bridge cayeron y se barajaron. Eran muy pocos, dijo el segundo y repartió. El contramaestre se rebulló un poco en su silla, expiró largamente tabaco y dijo, “Hay que decidir ya. Se acerca la noche”; “¿Qué hay que decidir?”; “Todo está decidido” dijo el capitán. “Yo llegué primero al camarote del capitán”; “Eso es su obligación ¿se está quejando?”; “No es mi obligación traer prisioneras al barco, menos en medio de la bulla, y menos para dejarlas en su camarote”; “Yo pensaba que usted sabía que la corona agradecería mucho el regreso de esta mujer, ella no es prisionera, es invitada, huésped hasta puerto seguro”. “Yo pensaba que usted era pirata y no soldado de corona alguna, los piratas reparten los despojos”. “Yo creo que debería callarse contramaestre, es sabido cómo se solucionan ese tipo de problemas en un barco”, dijo el segundo. “A mí no me importa que sea huésped, prisionera, o lo que sea, ni en que puerto se quede, lo que yo sé es que ha sido siempre mi botín lo que traigo al barco, que debí haberla matado, y que aún puedo hacerlo”. Las sillas se movieron, los ojos se posaron sobre las manos. Cuando los amotinados saltaron dentro del camarote del segundo, con los sables desenvainados y las pistolas cargadas, lo encontraron tapizado en rojo. El contramaestre descansaba en el tapiz, con un sable clavado en el estómago, el capitán trataba de arrancarse un puñal clavado en su muslo, mientras el segundo se apretaba una herida en el costado. Nadie alcanzó a reaccionar. Atados salieron del camarote pasando entre golpes hasta llegar al frente del palo de la mesana, en donde anudaron sus cuellos con sendas cuerdas veleras y los subieron al primer trinquete. Ya subidos ahí fue que vieron la sonrisa de Lady Marien, quien se recostaba lánguidamente en la baranda de cubierta. El mar estaba en calma y la sangre del contramaestre caía a gotas. Lady Marien se sentía bien, una misma astucia para conquistar tres barcos era francamente excesiva. La sonrisa jugueteaba en sus labios cuando dio la orden, y el rostro de Sir Francis Drake que la miraba le recordó al triste pirata holandés sin suerte, y al soberbio capitán español. Hay que ver cómo han desmejorado las tripulaciones inglesas, pensó, acá ni siquiera hubo que derramar sangre. Se dio cuenta y entró al camarote. Atrás, ellos colgados y bamboleantes.

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Rilttaura 7

La

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creación de AUGUSTO

“La soledad es como un nido donde nacen los más hermosos pájaros, los cuales volarán por las cumbres de la imaginación y los valles de la libertad. En la soledad, las lágrimas se convierten en eternos pétalos hechos de cristal. Ella es la amorosa madre que con paciencia cuida y protege el mayor don humano: la creatividad. Nadie puede negar cuanto se sufre en soledad, pero es preciso llevar con orgullo aquel sufrimiento si se quiere llegar al sumo plano espiritual: el arte”. Guiado por este pensamiento, Augusto del Monte, escritor de profesión, decidió dejar Quito, donde vivía con su familia; para ir en busca de esa perfecta y magnífica combinación de palabras y signos que lo harían inmortal. Allá en el pleno centro de Quito, en una casa esquinera, a unas dos cuadras de distancia de la iglesia de San Francisco, Augusto abandonó a su familia, pero no sin antes prometerles que en menos de un año volvería a estar junto a ellos. En medio del llanto de su esposa y de sus dos hijos, con fraterna esperanza les dijo: “mi horizonte es el futuro. Es necesario que vaya en busca de mis sueños, de lo contrario ya no tendré razón para vivir. Les juro que antes de que la tierra al sol le de una vuelta, yo volveré y rendiré el mundo a mis pies, y por supuesto, también a los pies de mi familia”. Lorena, su fiel esposa, confiando en el talento y en el indomable empeño de Augusto, le juró que esperaría, pues no estaba dispuesta a cortarle las alas a semejante sueño. Ahogando su amargo llanto, le dijo: “Augusto, en mí y en tus hijos tienes un jardín de confianza en plena primavera. Confiamos

Pablo Nausa

en ti, y que en menos de un año volverás rebosante de virtud” Al día siguiente, Augusto ya había emprendido el rumbo hacia el norte; había atravesado, por Ipiales, la frontera con Colombia y se dirigía hacia Bogotá. Entre su equipaje sólo contaba con dos pares de camisas, dos pares de pantalones y, por supuesto, un computador portátil. Al llegar al terminal tomó un taxi directo al centro histórico de la metrópoli, que ya en su juventud había conocido. En el barrio La Candelaria consiguió una habitación en una amplia y silenciosa casa, cuya dueña, una mujer de unos cuarenta años, le ofreció el hospedaje y la alimentación con un costo relativamente bajo que él debería pagar mensualmente. Eran las cuatro de la tarde cuando Augusto finalmente pudo descansar a solas en su nueva habitación, y como venía de hacer un largo viaje de treinta y tres horas, cayó rendido de sueño en su cama. Cuando el reloj mostraba las once y media de la noche, Augusto se despertó. Se levantó con una inexplicable ansiedad. Salió al jardín de la casa para fumar un cigarrillo, pero aquella ansiedad, en vez de desaparecer, seguía creciendo, y dado que no podía tranquilizarse fumando, sólo había algo con lo que lo podría hacer: escribir. Con el transcurrir del tiempo se perdió inevitablemente entre sus palabras y el insomnio. Pasó ocho horas pensando y tecleando, ayudándose apenas con café y tabaco. A las dos de la tarde, Augusto se volvió a levantar. Se arregló un poco y salió a merodear por las calles del centro de Bogotá. Pasó algún tiempo revisando los libros de la biblioteca cercana a su


para desayunar. Dijo que se llamaba Aurora, que su madre era la dueña de la casa, y que cualquier cosa, le avisara a ella, porque ella también estaba ahí para atenderlo. Augusto le agradeció, y cuando ya estaban terminando su merienda, recordó el molesto ruido que había escuchado sobre la madrugada. ¿Acaso es una mirla? –inquirió Augusto. ¿A qué te refieres? – preguntó Aurora, sin saber lo que le querían decir. Durante toda la madrugada -se explicó Augusto- mis pensamientos fueron atrozmente perturbados por el inoportuno canto de un ave que no se calló sino hasta el alba. De tal modo que se me hizo imposible trabajar. - Es extraño, porque en esta casa no tenemos aves. Es más, repudiamos el hecho de tenerlas encerradas. - ¿Hablas en serio? Pero toda la noche escuché su canto. - Eso también es muy extraño, porque nosotras no escuchamos nada, a pesar de que yo me dormí hasta la una de la madrugada y mi madre lo hizo un poco después. - ¿Y nadie más, aparte de mí, se está quedando por el momento en esta casa? - No, solamente estamos mi madre, tú y yo. Nadie más. Aquella mañana el cielo estaba completamente despejado y hacía un sol placentero; por lo cual, Augusto, sin darle más rodeos al asunto del pájaro, decidió subir a la terraza de la casa, para disfrutar allí del sol mañanero. Su mirada se perdió en el azul infinito del cielo, y por un momento logró olvidarse de todo lo que lo rodeaba. Alcanzó, por un momento, una profunda calma. Sin embargo, en medio de su plácida meditación, fue interrumpido por la suave voz de su joven huésped. Hermosa mañana, ¿verdad? – dijo Aurora. Augusto, aunque amante de la soledad y el silencio, realmente no era, por lo común, una

Narrativa

residencia. Luego se dirigió a un supermercado y compró una botella de vino. A las seis de la tarde ya estaba entrando nuevamente a su habitación y se disponía a tomar la primera copa de vino. Encendió un viejo radio que habían dejado a su disposición, y escuchó Invierno de Vivaldi. Una vez hubo mezclado el vino y la música, se sentó frente al computador. Éste era un momento apropiado para empezar a escribir, pues escuchaba claramente sus pensamientos. Un poco más tarde el radio dejó de sonar, se había descompuesto y jamás volvería a transmitir nada. Sin embargo, Augusto estaba tan concentrado en su trabajo que ni siquiera cayó en la cuenta de que su habitación había sido invadida por el silencio nocturno. De esta manera transcurrieron las horas. Cuando ya el reloj de la pared indicaba un poco más de la media noche, Augusto empezó a escuchar un ligero canto de pájaros. En principio, aquel canto era suave y grato, de modo que no lo molestaba ni desconcentraba en absoluto. Pero un poco después, la intensidad de ese sonido aumentó gradualmente. Y cuando ya sonaba bastante fuerte aquel canto de pájaros, Augusto tuvo que interrumpir su tarea, porque ya no se podía concentrar. Esperó un tiempo, para ver si al fin se callaba el dichoso pájaro. Sin embargo, su espera fue en vano. Cuando ya eran casi las tres de la madrugada, cansado de escuchar el bendito ruido, Augusto cayó sobre su cama, vencido por el cansancio. Y aun dormido, le pareció que hasta en sus sueños el molesto pájaro lo seguía atormentando con indescriptibles melodías. A la mañana siguiente se despertó cuando con molestos golpes llamaban a la puerta. Era la dueña de la casa, quien venía a anunciarle que el desayuno ya estaba listo. Augusto, que había dormido con la misma ropa del día anterior, bajó al comedor para recibir el servicio. Cuando ya estaba sentado y dispuesto a probar el desayuno, la hija de la dueña, una hermosa joven, quien apenas tendría unos veintitrés años, se presentó y se sentó junto a él, también

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persona a quien le disgustara la compañía de los demás. Sí, en verdad es hermosa –respondió él. No pareces ser un hombre de muchas palabras –dijo Aurora-. Apuesto a que aún no conoces a nadie en esta ciudad. Y apuesto a que desde que llegaste, no has hablado con nadie a parte de mi madre y yo. -Pues eso no es difícil de adivinar. -Me contaron que eres escritor, ¿también es cierto? -¿Te lo contó tu madre? -Sí. ¿Es cierto? -Sí, es cierto. -Entonces creo que eres el inquilino más interesante que hemos tenido en esta casa. Gran parte de la mañana la pasaron conversando gratamente. Aurora se mostró tan cordial como siempre, y Augusto intentó mostrarse un poco más conversador de lo normal. Le contó a Aurora acerca de la tranquilidad de Quito y le aseguró que algún día la llevaría a conocer Ecuador. Después, Augusto se volvió a encerrar en su oscuro cuarto, de donde no salió en todo el día, ni siquiera para tomar el almuerzo. A las mujeres de la casa no se les hizo extraño esto, pues ya se estaban acostumbrando al encaprichado y terco empeño del inquilino. Sin embargo, de vez en cuando golpeaban en la puerta de la habitación para sugerirle que no pasara tanto tiempo sin probar bocado, pues aquello no iba a terminar sino en un grave deterioro de su salud. Pero todos sus intentos fueron en vano. Solamente, cuando la noche ya estaba muy avanzada, pues serían las once, Augusto aceptó recibir la cena. Al salir de la habitación, estaba muy pálido y se notaba muy cansado. No cenó afuera, sino que tomó su plato y, meditabundo y silencioso, regresó a su sombrío encierro. Dos horas más tarde cayó profundamente dormido. Esa noche, Augusto tuvo una pesadilla. En este sueño cada cosa que veía se asemejaba tanto a la

realidad, que durante los siguientes días no pudo dejar de pensar en la conmoción que le había generado. Soñó que caminaba con Lorena, su esposa, por las calles de Bogotá. Era una tarde opaca, casi deprimente. Augusto le enseñaba a su esposa los numerales de las calles, le enseñaba cómo llegar a la biblioteca y cómo llegar al supermercado. Mientras caminaban, de repente vio delante de ellos a un hombre que lentamente doblaba la esquina. Augusto sintió, sin saber por qué, que aquel hombre había atrapado toda su atención. Se decidió a seguirlo y aceleró el paso. Al doblar la esquina se halló completamente solo, pero no le importó, siguió en la búsqueda. Unos cuantos pasos más adelante dio con el hombre. Y para su sorpresa, su amarga sorpresa, resultó ser él mismo, o por lo menos un hombre físicamente idéntico a él. Quizá la única diferencia era que el rostro del otro, el del intruso, presentaba una palidez casi mortal y dos marcadas ojeras. El intruso dio media vuelta y emprendió la lenta marcha. Augusto lo siguió, sin la menor idea de a dónde irían a parar. Entraron en un oscuro recinto. Allí estaban congregadas una gran cantidad de personas, todas vestidas de luto. Finalmente el hombre soñado volvió la vista hacía Augusto y le entregó una sonrisa cargada de ironía. Luego se metió en un ataúd que estaba ubicado en medio de la sala; y una vez recostado allí, quedó dormido, con la misma sonrisa irónica dibujada en los delgados labios. El impacto de esta pesadilla se mantuvo constante en el ánimo de Augusto durante una semana entera. Incapaz de comprender lo que en el fondo significaba aquel sueño, pensó que debía contárselo a alguien, para descifrar así, con la ayuda de otro, lo que implicaba esa espantosa visión onírica. Para esto, evidentemente, la más indicada era Aurora, pues no sólo se entendía muy bien con ella, sino que además era la persona más cercana. Así que se lo contó todo, describiendo cada detalle, cada impresión. Le explicó que lo más extraño e inquie-


parecía inquebrantable, y la imaginación había encontrado el momento oportuno para esparcirse con toda libertad. De repente, salieron varias cucarachas del cuaderno; y a pesar de que Augusto las veía, no cesaba de escribir, pues su alma era incorregible. Seguía empecinado y quería terminar su historia esa misma noche. Pero le fue imposible, porque de las hojas amarillas del gastado cuaderno empezó a nacer un brazo humano, del mismo modo que una pequeña planta germina sobre un poco de tierra fértil. Aparecieron primero los cinco dedos, sin movimiento alguno, y Augusto, terriblemente sorprendido, se paró de su silla y caminó hacia atrás. Luego aparecieron la muñeca y el antebrazo. Entonces los dedos de la mano surgida del texto cobraron vida y movimiento. Augusto emitió un grito de terror que se escuchó por toda la casa y cayó, incapaz de soportar lo que veía, inconsciente sobre el piso frío.

Narrativa

tante de todo era que en el sueño cada cosa estaba en su lugar: el semáforo, la tienda de libros, la ubicación de las calles. De modo que su visión era muy congruente, muy real. Aurora era una mujer muy sencilla, y le respondió que efectivamente a ella le parecía vislumbrar una interpretación detrás de todo esto, pero que sólo era eso, una humilde interpretación y nada más. Le dijo a Augusto que ya antes había oído hablar de cómo algunas personas se transformaban por completo a la hora de sentarse a crear historias frente a una máquina de escribir. Le explicó que escribir era como subirse a un escenario a actuar, de modo que era necesario dejar atrás su identidad y convertirse en otro. Por lo tanto, era muy posible que en su sueño se hubiese manifestado esa pesada sensación de metamorfosis. Este pensamiento de Aurora, esta interpretación, le pareció muy profunda a Augusto, además de acertada. Por último, la joven le insinuó que sería una gran idea relatar por escrito aquella visión. Unos cuantos días después, mientras meditaba en su cuarto, Augusto pensó que en realidad no era una mala idea crear una historia a partir de aquel oscuro sueño. Primero imaginó una época, y al sentir que dentro de su mente ya la tenía casi definida, se dirigió a su escritorio y abrió el primer cuaderno que encontró a su alcance. Todo su ser era presa de un incontrolable impulso de escribir. Las palabras llegaron fácilmente a su cabeza, y los párrafos empezaron a brotar uno tras otro. Transcurrieron tres noches, durante la cuales, él pasó las horas recreando su narración. Pero a la cuarta, su espíritu sucumbió ante el poder de la imaginación. Esta cuarta era una noche más fría de lo normal. La mano del escritor se movía ágilmente sobre el texto. El profundo silencio en aquella casa

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Imagen 1. Eidder Comenares.


Rilttaura 7

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Cuando Augusto se volvió a despertar, estaba en un hospital. Junto a su cama, y esto lo recordaría toda su vida, estaba sentada Aurora, esperando con ansiedad a que él volviera en sí. Había estado un poco más de veinticuatro horas inconsciente. Aurora, al ver la sorpresa de Augusto al hallarse en una camilla, tuvo que explicarle que cuando ella y su madre habían escuchado un fuerte grito en la habitación, fueron inmediatamente para indagar lo que pasaba. Lo hallaron allí tirado, y como no reaccionaba de ningún modo, tuvieron que traerlo de urgencia al hospital. Augusto pasó tres días internado en el hospital. Los médicos, después de escuchar con lujo de detalles lo que le había sucedido aquella noche, pidieron que lo remitieran al psiquiatra. Pero Augusto sabía muy bien que aquel problema no tenía nada que ver con el psiquiatra y que aquellos médicos jamás lo entenderían. Cuando volvió nuevamente a la casa, dejó de escribir por un buen tiempo y tomó un merecido reposo. Se alimentó adecuadamente, y Aurora estuvo siempre muy pendiente de la evolución de su estado de salud, lo cual fortalecería aun más su amistad. Sin embargo, pasados casi dos meses, Augusto recordó que aun no había terminado de escribir la historia, y pensó que era completamente necesario darle un final; sintió que ese era su deber. Una vez que decidió retomar su trabajo, un evidente cambio de comportamiento se manifestó en él: volvió a ser el mismo hombre meditabundo y reservado. En las mañanas se quedaba contemplando el firmamento desde la terraza de la casa; en las tardes pasaba el tiempo meditando en alguna de las amplias salas; y por último, aprovechaba la generosidad del silencio nocturno, escribiendo en la soledad de su cuarto. Mas fue tan resuelto el empeño de terminar la historia, que al cabo de tan solo tres días, bajo una noche sombría logró darle un terrorífico final. Quizás eran ya las dos de la madrugada y Augusto, que había dado su trabajo por

terminado, víctima del constante divagar de ideas, había perdido el sueño por completo. Se había sentado en una silla ubicada junto a la ventana, con la mirada perdida en dirección hacía su escritorio, sobre el cual estaba el cuaderno abierto, poseedor de la siniestra historia. De repente, Augusto, horrorizado pero sin perder la calma, vio salir a un hombre de ojos desairados y taciturnos de aquel desgastado cuaderno de hojas amarillas. Primero surgieron unos brazos, luego la cabeza, luego el tronco, y así sucesivamente hasta los pies. Lentamente y con evidente dificultad, el nuevo ser, que gozaba de materia animada, descendió del escritorio y caminó hacia la puerta. Su cabello era negro y tan largo que le llegaba hasta los tobillos, sus cejas estaban desmedidamente pobladas y su rostro poseía una palidez tan escalofriante, que un muerto difícilmente la podría igualar. Una vez hubo alcanzado la puerta, aquel hombre surgido de las metáforas de un nostálgico escritor, la abrió y salió tranquilamente de la habitación. Dos días después, Augusto decidió partir de Bogotá y tenía sus maletas listas. No eran aun las nueve de la mañana, cuando él ya tenía todo preparado para iniciar su regreso a Ecuador. Despreocupado, Augusto salió de su habitación, para tomar por última vez el desayuno en aquella casa. Pero cuando llegó al comedor, se llevó una terrible sorpresa al ver al hijo de su desbordada imaginación sentado a la mesa. Aquel hombre, que había surgido de un cuento, estaba hablando tranquilamente con Aurora, tenía su largo cabello recogido en una extensa cola de caballo. Mientras ellos conversaban, una que otra sonrisa aparecía ora en el rostro de aurora, ora en el del extraño. Augusto fingió en principio no conocerlo y se sentó como si nada. Esperó a que Aurora se lo presentara, y luego Augusto le dijo a su propia creación: “Veo que has perdido tu palidez sobrenatural, ya no pareces un patético cadáver y eso me alegra mucho”.


el

ANALISTA

Papeles, por favor. Ni la cábala, ni el ágora, ni el vedanta pudieron con la pregunta, la pregunta que la soledad y el silencio deben calar profundamente en el alma del hombre antes de que el hombre pueda ponérsela en los labios y no tener que saltar frente a un camión de 6 ejes. Es más común que el hombre, cobarde, elude la pregunta en cosmogonías y fantasmagorías. El gobierno actual ha llegado a una solución mucho más pragmática y macabra: te dan un cartoncito con tu nombre y te dicen “usted es este. Esto”; como consuelo te dejan poner la huellita del píe en un documento adjunto, tal vez para atenuar un poco la abominación del infernal mecanismo. De cuando en cuando un agente del gobierno te pide el cartoncito con excusas triviales, para recordarte. Recordarte a fuerza. El frío doloroso de la madrugada llenaba el despacho del doctor Adler. Despertó sobresaltado, zarandeando los documentos de su escritorio con su ligero salto de sorpresa. No recordaba cómo había llegado allí, realizó un gran esfuerzo mental intentando recorrer sus pasos del día anterior y no llegó a recordar nada anterior al vago sonido de su recepcionista mecanografiando, que había acompasado la parte final de su sueño. ¿Que había soñado? El esfuerzo era inútil. Él, sobre todo, debía saberlo. El

teléfono timbró. Timbró una segunda vez. El doctor Adler se apresuró a tomar el teléfono antes de que su recepcionista lo hiciera. Tal vez era una secuela del sobresalto y la incertidumbre de su despertar, tal vez era ese sentido de urgencia que a veces nos lleva a hacer algo importante, casi como si intuyéramos la importancia secreta oculta tras el acto impulsivo. Era su recepcionista. La maldijo para sus adentros; odiaba que le hablara por el teléfono, sentía que le daba un aire de prepotencia que le dolía mucho porque él mismo se sabía prepotente. Prefería infinitamente que ella se parara y tocara la puerta del consultorio y le avisara que había llegado un paciente (la oficina era tan pequeña: una pequeña recepción, con un pequeño escritorio y una máquina de escribir para ella, un pequeño sofá para el paciente, un par de revistas malas; en la parte de atrás su consultorio, con su diván, su grueso tapete y su escritorio de roble macizo). - Llegó el paciente de las 9:00, doctor, ¿le digo que siga? ¿Las 9 de la mañana? A lo sumo serian las 7:00, la luz era tan tenue, las cosas tan borrosas y sin embargo tan ciertas, como si se pudiese ver todos sus lados y su interior, todo al mismo tiempo. - “Que siga” -, tomó su cuaderno de apuntes, su grueso cuaderno de apuntes, el hilo de Ariadna

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Daniel Samper

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que lo guiaba a través de laberintos imposibles. Su vejez había hecho que todos estos enigmas le resultaran aburridos, todos son infinitamente complejos, pero todos son casi completamente iguales. El incesto, la ira y el sadismo y todo aquello le dejaba un sabor grisáceo y sopudo en el paladar; no hay escape nunca, ¿a quién podría importarle? (no a él). Ya no había ese morbo que (profundamente seguro) secretamente impulsa a sus colegas más novatos. Entró en el consultorio sin saludar (anotó en el cuaderno). El doctor le dijo –“buenos días”-, le montó el teatrillo usual (le dio algo de vergüenza llenar su ficha clínica, porque no sabía qué día era, y tuvo que confiar en la puntualidad de su paciente nuevo para registrar la hora), le soltó la pregunta con la habilidad que da la práctica (y no el talento) -“¿que lo trae a consulta?”-. El tipo sonrió con maldad (anotó en el cuaderno), sus gestos eran calmados y fluidos (anotó en el cuaderno). Me llamo Joséf, puede decirme Joseph si la pronunciación se le dificulta (anotó en el cuaderno). ¿Le molestaría si fumo aquí? (anotó en el cuaderno). ¿Qué lo trae a consulta? Doctor, dijo con severidad, no recuerdo quién soy, no sé quién soy. ¿Cómo que no recuerda quién es?, acaba de decirme su nombre, dirección, antecedentes médicos y demás, ¿cómo puede no recordar quién es?… (Qué error de novato… había cortado el vínculo de transferencia, lo había cargado emocionalmente, ahora todo sería mucho más difícil, “su tarea es la de un espejo, señores” esa es la primera lección. Se avergonzó de su estupidez, aunque no hallaba verdadera vergüenza en lo que había hecho, era como si la sanguijuela-vergüenza le mordiera las entrañas al punto de no poder ignorarla, pero al levantar su camisa sólo estaba su piel). Cuénteme más, por favor.

Le decía que no sé quién soy yo doctor, cada mañana me levanto y veo un panorama extraño, de golpe me veo en un pijama rojo, de pronto me veo desnudo; me veo durmiendo en cuartos grandes y cuartos pequeños. De golpe voy caminando en la calle y me doy cuenta que no sé a dónde voy, ni dónde estoy, ni siquiera sé de donde he venido – anoto en el cuaderno: trastorno disociativo del yo, esquizofrenia paranoide ¿por qué no? Hoy abundan como moscas –. Algunas veces veo este maletín que está aquí, a mis pies y leo la inscripción. Veo el nombre Joséf Schütz y lo asumo como el mío. Su voz se tornó cada vez más serena y su rostro más inexpresivo (anotó en el cuaderno). – Siento un profundísimo miedo cada vez que despierto o que me doy cuenta. Me siento como si de pronto me entrara agua en los pulmones. Estoy completamente solo. Anotó en su cuaderno. – ¿Sabe que es lo más aterrador? –continuó– tengo diferentes hábitos y mañas mentales fijas cada vez que despierto: Una vez desperté frente a un crucigrama y lo llené de cabo a rabo en un santiamén. Otro día desperté en un autobús averiado a la mitad de una pequeña calle y empecé a tararear una canción que nunca había oído Anotó en el cuaderno: esquizofrenia paranoide, de seguro. –“Qué le podía importar, a qué hombre le gusta su diagnóstico”. Otra vez me encontré teniendo sexo con una extraña –prosiguió–, en una posición que de otra manera la vergüenza o la física incapacidad de realizar esa proeza me lo hubieran impedido. Una vez desperté en un puesto de verduras y sabía cada uno de los precios de las verduras de memoria: por arroba, por libra, por caja… El rostro de Joséf se tornó más y más soporífero, su relato no lograba mover profundamente al doctor, sin embargo allí estaba la sensación constante de que… sudor-frío, dolor pulsante y frío


bito la que hablaba), pero puede programar las citas a su conveniencia con mi recepcionista. Joséf volvió a sonreír, malévolo como nunca, y le dijo que todo aquello era muy sensato y que lo iba a hacer inmediatamente. Se paro, le dio la mano y salió dejando su puerta cerrada. El doctor Adler se sintió lleno de asco y de pavor. Abrió la ventana (pues no deseaba volver jamás a esa figura terrible) y salió a la calle corriendo, jadeando, casi llorando, intentando ferozmente recordar cualquier cosa, cualquier cosa anterior a haberse despertado esa mañana en su escritorio. Aceleró más y su respiración estuvo a punto de detenerse en el infarto; golpeaba y derribaba las personas a su paso en su frenética carrera. El doctor Adler se detuvo en un parque a llorar, a llorar de verdad, de miedo. Lentamente su respiración se volvió regular y su llanto cesó. Abrió sus ojos y a sus pies había un portafolio. Lo levantó con cuidado.

La ciudad en la comisura de la silla. Camila Bordamalo.

Narrativa

corriendo por las piernas y la espalda, una botella atravesada transversalmente en el pecho, hormigas crepitando cortando el nervio óptico con navajas ultrasónicas, engañosas al tacto. De súbito se sentía cansado. No exhausto. Agotado. Respira pesado, imposible ocultarlo. Hace poco desperté como Joséf, pero tuve un impulso que no había sentido antes. Sentí el impulso de detenerme, el impulso de ser Joséf, el impulso de ser. Por eso he venido a consulta. Terminó la sesión. El doctor Adler se paró, mareado y desorientado. Tomó una pastilla de una gaveta y se la tragó seca. Me gustaría que volviera esta semana para discutir un poco más acerca de sus problemas –al decir esto se frotó las sienes, la cabeza le dolía y la visión se nublaba más, todo se hacía cobalto, todo tan nítido y tan indefinido–. Le sugeriría que empezáramos un proceso tan pronto como pudiera. Sería ideal que programara dos citas para esta semana (todavía no sabía qué día era, era la fuerza del há-

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MANiGUA Rilttaura 7

Eduard Moreno

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Sólo se sostenía por un suspiro que rompía el viento y le permitía la entrada a un pequeño resonar de la puerta. El tronar de las gotas que golpeaban contra un techo de mentiras. Trisado en lo más diminuto, el cielo se escurre por sus vértices más luminosos y el arcoíris insiste en adornar la inhumana frialdad de la vida. El cuerpo maltrecho bajaba por el río que se confundía entre el barro y la sangre, el humo de un pueblo destrozado se filtraba por la cadena que le imponía la lluvia, y las lágrimas me dejaban presentir lo fuerte que había sido la realidad. La pasmosa mano que tapa y asfixia mientras el puñal entra en un cuerpo sin compasión. La metralla de una guerra a la cual nunca se le apostó, y que tenía su némesis en el final mismo de los hombres. El rostro caído y lavado de los pocos que sobrevivieron al mundo, y Miguel que desde lo profundo trataba de sacarme de mi ensimismamiento. Fue en ese instante en el que vi la rosa, ese instante donde el rojo carmesí rompió el ocre mortecino de la realidad, y la niña que en los brazos de su madre moribunda se esforzaba por alcanzarla. Pelea inútil, sólo yo podría hacerlo, sólo yo tengo la posibilidad de caminar unos pasos y tomarla entre

mis manos, besar sus pétalos envueltos en la lluvia. Sólo yo podría ir más allá de la premura de Miguel, ir más allá de aquél que me tienen entre sus manos y sabe de antemano lo que podría pasar en esta historia tan verosímil como lo podría ser la vida de un enajenado, o la posición aristocrática de los prestidigitadores que ven el mundo detrás del gran cristal. Intente dar un solo paso, deslizarme entre los gritos, las miradas absortas que no ven más allá de lo que el instante dibuja en la mente engorrosa y espesa de aquél que hoy me escribe, haciéndome en un incansable ritmo de angustia. Lo intenté y fue tan torpe darme cuenta de mi oprobiosa existencia, de mi finitud traducida en un cuerpo salido de sí, y tratar de entender, tratar de no hacer caso a la fastidiosa voz de Miguel, que no es consciente de esta oportunidad, no es consciente de aquella flor salida de la nada, esa flor que sólo está ahí, abierta a ser una posibilidad, y hasta quizá lo único real que pueda haber en esa escena. Pero continuamos con la imposibilidad del cuerpo, sin la res extensa que me permitiría unirme en perpetua guerra con este mundo gaseoso, que dentro de su metafísica irrealizable me consume, me llama a tomarlo, pero no


-¿Quién putas disparó?- Ante todo debía guardar la compostura, como el comandante Rojas de la brigada Fénix, compuesta por estos soldaditos asustados, que en ese momento se divertían con una puta del pueblo cercano, envueltos en sus miradas cansadas pero siempre queriendo más. -Perdón mi comandante- Escuchó al unisonó mientras la puta se subía las enaguas. La operación estaba calculada con unos meses de antelación, la idea era erradicar a los bandoleros de la zona y sólo nos faltaba un pueblo. La tropa, es decir, nosotros, teníamos que pasar con fuego abierto a eso de la 9:00 am, y así ablandaríamos el camino para que a las 12:00 pm pasaran los “Paras” y terminaran con todo. Pero el rigor de la disciplina hizo que nuestro papel fuera principal, la crueldad salía por los ojos de aquellos soldados, que hacía tan sólo un rato se divertían como niños. La sevicia con que cumplían al pie de la letra mis órdenes… Mis órdenes - … y la rosa que ahora no era más que un solo manchón rojo sirviendo como telón de fondo, en eso que era mi sueño, los tiros zumbaban en mis oídos, advirtiéndome la mujer descuartizada por las nimiedades más absurdas que los hombres nos podíamos inventar. - Comandante, ¿qué hacemos con estos? …los hijueputas aún no entendían que la diferencia entre el instinto y la razón era tan corta como el ruego de alguien que lucha por vivir y el dedo apretando el gatillo. Un hastío de la vida desmembrada, y la voz de Miguel que en el fondo no era más que mi conciencia, - si es que aquí eso puede llegar existir -. Lo triste era tener que saberme culpable, culpable…Tan culpable como el que manda sobre la vida de cientos. Acaso un dios misterioso, un dios lánguido que solo se hace tras la voz fuerte y las ordenes incorruptibles. Y la mirada de aquellos que solo quieren más… Pero como alcanzarla, como alcanzar

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como un ansia de lo que no se tiene, sino a tomarlo como lo más ajeno, como aquello que solo podemos presentir como nuestro. Y la voz que en el fondo me taladra, me inmortaliza como aquella flor que ahora comprendo como una simple representación de algo, -¿de mi ser y su existencia acaso?Tras la pestilencia de las tripas muertas que bajan por el río apesadumbrada se escondió la voz de Miguel que me miraba con sus ojos de más allá, y con el ritmo frío de la desesperación sentí el puñal, que entraba y salía una y otra vez de un cuerpo que aunque sentía, no era mío, como tampoco lo era el pueblo que se consumía bajo el innegable ritmo de la historia. De pronto, los tiros fueron más fuertes que el ensueño, las lagañas me pegaban los ojos y el fusil contra mi pecho me recordaba que ya era tiempo para cumplir la labor. Al fondo se escuchaban las ratas que gozaban con cada muerte, pero aunque era yo quien ordenaba que se apretaran los gatillos o empuñaran el cuchillo, eran mis sueños los que me poseían, me advertían mi conciencia, o lo poco que quedaba de ella. Esa mañana cargada de neblina entre la selva, sería como lo deseaba desde hace tantos años… la última…- ¡hacer filas! - ¡Hacer filas ya! - ¡Lo que ordene mi comandante! Eso era lo único que escuchaba como un eco retumbando entre las palmeras y la montaña. Comandante de un ejército de homicidas ignorantes. Sí… esa fue la gloria patológica que encarna mi nombre detrás de la historia de este paisito, que entre tantas clases en la academia militar, no pude aprender. Al final una chapa que se podía resumir en Rojas, y la lacónica orden de una carta, firmada por un general de mierda, confinándome a un lugar que sabe a esa misma mierda, a dar órdenes sobre la inocencia casi idiota de una tropa que está conformada por niños con fusil y el sueño más inquinoso de matar.

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la rosa, la sangría prístina que en los sueños de un soldado viejo se esconde… El tiempo se había ido junto a la sevicia, y las horas de un plan estipulado se estaban acortando. Salimos del lugar sin dejar nada más que el olor a guerra y la memoria rota con la fragilidad de los acontecimientos - ¿y qué recuerdos hemos construido al son del plomo y el machete? -. Con el pueblo a la espalda y la primera llamarada que abría la puertas del infierno. Por la montaña se deslizaban los gritos revueltos con los tiros que revotaban en las paredes de la manigua, que ese día estaba más espesa que de costumbre. Ya hacía una hora que dejábamos la muerte, pero en el caminar fatigoso todo se hacía más evidente, el tiempo como una manifestación oxidada nos permitía sentir esa sensación más parecida a una invocación secreta de la nada, del sabor salado y aceitoso de los labios, que son relamidos por las lenguas, y la voz que reaparece para pronunciar algo que no soy. - Comandante usted ordena -, la voz se perdía entre los ojos de una niña sin esperanza, y las paredes de un pueblo en llamas. - ¿Mi comandante qué hacemos? -, la tropa desesperada me exigía reclamar su parte de victoria, pero ¿Qué victoria? Mientras miraba sus rostros ansiosos, desde lo más profundo de mi estómago subía por las tripas el asco, el vómito de lo que no se quiere, y mientras me hincaba dejando que todo saliera, no podía soportar saberme en ese cuerpo, saberme en esa situación de eterno verdugo. Las preguntas me asaltaban, ¿Por qué no se puede afrontar la realidad de lo que uno es? ¿Por qué no simplemente se actúa dentro de las lógicas de una rutina pre-establecida? - ¿Se siente bien mi comandante? En realidad no, pero qué infructuoso sería tratar de explicárselo a esos idiotas que únicamente cumplen órdenes… aquellos que son tan idiotas como yo… El sueño volvía cada vez con más fuerza, se filtraba por las tejas de zinc y se trepaba a la cama

improvisada, de nuevo el río y la inquina de su verdad que me laceraba las entrañas, la niña que se estiraba tras ese sueño rojo, y yo, encontrándome con mi corporeidad, con mi no ser en ese momento. Podría ser en verdad que la manigua se chupó mi alma, se la tragó por pedazos y ahora sólo se representa en esto que soy - ¿Pero qué soy? -. La luz entraba por entre las aberturas de la tejas y el calor del ambiente advertían mis piernas desnudas recorridas por el sudor. Esta vez el sueño había entrado en un espacio más allá del permitido, mis ojos se abrieron encontrando a Rebeca a mi lado, con su pecho desnudo, sus senos apenas rosados por la gotas de sudor que la envolvían en un ambiente humanamente cálido, su respiración jadeante de prostituta vieja se mezclaba con su cabello apelmazado. Mientras no podía más que recorrerla con mis ojos, en mi garganta el vómito me recordaba el sueño, ¿o el ensueño?, ¿o la realidad acaso como una desorbitación extraña? Con la angustia entre mis manos me levanté esperando no encontrarme con el comandante de mierda, o la voz ensordecedora de aquél del que ya no recuerdo el nombre. La simple angustia de hallarme culpable, no me dejó mirar al espejo improvisado del cuarto de motel de pueblo, y como un loco apenas atiné a meter mi mano dentro del pantalón, que se encontraba tirado sobre una silla, para acariciar lentamente el tambor tibio del revólver, y entonces apareció de nuevo el eco en el silencio y las risas de los idiotas jugando con la putica de pueblo, la voz de Miguel en el fondo, la niña que simplemente jamás alcanzaría nada, y el sonido del proyectil que sin vacilar hizo que todo terminara para el maldito comandante de mierda.


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Manigua. Julio Villa


loco

Fabián Becerra

BALADA

para una

Como un acróbata demente saltaré sobre el abismo de tu escote hasta sentir

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que enloquecí tu corazón de libertad

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ya vas a ver. HORACIO FERRER

Consiénteme bandoneón. Adula con tu acústica de sinsonte algún atavío que consuele los huesos quebradizos de este viejo desaliñado, algún rasgueo porteño compasivo por la cruz de camafeo emparentada con el rosario desentendido de sus borrachos, y con gusto te lo contaré. Te confesaré cómo de tumbo en tambo me fui enamorando de la piba pero por favor consiénteme antes de cualquier acto, divaga conmigo, destílame un Corsini o un Cadícamo con aguardiente para comenzar, sublimiza las fumarolas expectorantes de mis pulmones valetudinarios con finura y destreza, despacito-despacito, sin afanes, grácilmente y a setenta y ocho revoluciones por minuto como solías hacerlo en viejos tiempos mi buen amigo. Gracias por invitar a De Angelis, a Canaro y a D’Arienzo. Gracias por no desconocerme un Irusta o un Magaldi, pero a ese otro tipo, ese tal Huguito del Carril, por favor ni me lo menciones y mándalo a guardar bien lejos ojalá en La Pampa o en Neuquén, te lo pido como buen caballero y digno enemigo del firulete que soy. Dueño ha sido de mis celos y a nombre

del ilustre muchas botellas en el hígado desemboqué. No tenía por qué meterse con lo mío bandoneón, tal deshonor difícilmente llegaré a olvidar puesto que esa risita isabelina podía trocarla por los mimos de cualqzuier melindrosa que no fuera Libertad. Sí, la misma, Libertad Lamarque, la que me conoció en una mesa sentado a la ventanuca de mejor luz proyectada que existiera en casa de doña Miel. Libertad, la de los ojos cuervos y los besos incisivos, la instructora de fox-trot, la damita de los costumbrismos oriundos de Santa Rosa De Viterbo, la más sobresaliente entre el hembraje de coperas por ser la más sumisa flor de fango en bulevar. Doce añitos prudenciales bajo el faldón a su llegada, catorce lascivos a la mía. Jamás supe desentrañarle el verdadero nombre, para mí al igual que para el resto de la camaradería simplemente fue Libertad, la huerfanita de voz aflautada que llegó con dos canarios enjaulados, pies cochinos, arabescos en el chal y virginidad incorruptible al cafetín de doña Miel, la matrona quindiana jactada de ser amorío turístico del Zorzal Criollo y sobera-


se hincaba en el rictus de sus belfos cetrinos, boquita pulposa encubriéndole la sonrisa de zarina y tú bandoneón halagando nuestra coordinación mientras te amancebabas con el piano en las victrolas empolvadas. El muslo flexionado en espera de su espina dorsal; los cuadros con la imagen de la Virgen y el Zorzal recostados sobre las tapias; la vaharada de ebrios y prostitutas gratificadas sobre las mesas de madera y los alaridos remunerados de doña Miel perturbando la quietud del segundo piso dispuesto para la rochela. Así, acostar a Libertad hubiese sido trámite de tres billetes sobre su almohada y sin embargo preferí bailar con ella antes que humillarla. Procuraba pagárselo y lo hice de tan buena manera que prontamente olvidé mis usuales rutinas salaces del lenocinio para refinarme junto a ella en la danza sosteniéndole el vistazo fijo en sus ojos, tumbándola a medio cuerpo para recuperarla sincopadamente frente a mí, marcándole con velocidad una persecución de piernas cruzadas un, dos, tres, un, dos, tres, remate individual, pie izquierdo adelante recogido hacia atrás por el derecho y zapateo final, tantán. Siempre perdido, calavera, ahíto de tantas bohemias y coitos cronometrados decidí que nos encamaríamos solamente a partir del día en el que santificáramos las argollas frente al altar. Nunca supo de mi disposición porque el fin del mundo le llegó con nombre de blenorragia. El paisa López, alias Hugo del Carril, quien se había hecho acreedor de tal sobrenombre por gracia de su sonrisa y fisonomía gauchs, a su vez se hizo digno de la monopolización de Libertad por efecto de su billetera que logró la compra a doña Miel para convertirla en ama de casa. A los tantos meses de

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na emperatriz en los lupanares subrepticios de la municipalidad. La chicuela no me interesaba en lo más mínimo bandoneón, tú que me conoces sabes de mi proceder, sabes bien que las muchachitas cagadas en el pañal quedaban a merced de los niños o de algún crápula carente de respeto alguno por la ingenuidad de las impúberas, y que por mí fuera habría dormido perennemente insertado en la covacha sazonada de doña Miel, o en la de Galatea, o en la de Mesalina si el fin del mundo se me hubiera querido adelantar, pero éste no llegaba a pesar de la física nuclear y en cambio quien se me anticipó fue Libertad hecha carne. Carne de mujer desflorada sin siquiera aproximarse tangencialmente al tercer lustro de edad. Carne machacada luna tras luna en su mortero calamitoso. Carne corrompida acuciando mi historial de degustaciones femíneas en el cafetín tanto en pista como en colchón, porque sépase que para las buenas faenas de aquellos años era necesario un preámbulo de galantería guarnecido con chambergo fieltrado de ala caída, chaleco abotonado y pantalón de paño ceniciento conformemente proporcional a las cobijas sucedáneas de la vestidura seleccionada. Milongueando en el bailongo pasé mi madurez amaneciéndome sin remordimientos con una y otra, con otra y otra, con una y una, hasta que dancé con Libertad. Qué majestuosidad. Qué fineza. Qué pesadumbre. Con ella el baile era un paseo: derecha-sur-izquierda-norte por las calles chiquiticas del baldosín ajedrezado. De repente un floreo dibujándome filigranas invisibles en la nada, cuatro ochos, arrastrito diagonal y mi nariz saboreando el pachulí de su guedeja cobriza mientras la mirada

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matrimonio y de las infidelidades acometidas por el señor en cantinas de mala muerte solo fue cuestión de esperar a que el desgraciado la pringara. Libertad Lamarque, dieciocho añitos extintos bajo tierra y lápida en nuestra despedida bandoneón. Nunca dije nada, le escribí un millar de cartas sin envío antes y después de su partida y desde entonces desatendí para siempre mis tradiciones prostibularias. En consecuencia, me empeciné por largas duraciones en contactar a la verdadera diva, a la argentina, para entregarle personalmente mi maremágnum de cuartillas e implorarle que hiciera de alguna de ellas un tango para la posteridad. Rebusqué la manera de conocerla plantándome en las calzadas de periódicos y radiodifusoras sabedoras del prontuario artístico de la cantante en sus habituales visitas al país pero todas las puertas me fueron cerradas año tras año, hasta hoy, día en que ha llegado el último fin del mundo. Me llegó desde México, donde la verdadera dama acaba de fallecer en una edad casi centenaria igual a la mía a leguas luz de los arrabales porteños que le vieran cantarle a las cintas de celuloide en blanco y negro, acabo de ver la noticia en mi televisor a color. Y así, a color, es que han mutado mis últimos sesenta años recordando a la que pudo ser mi hija y muchos vivieron como amante. A Libertad La-Marqué en mi senilidad y tú bandoneón marcado vas quedando en las vitrolas antañonas, aquellas que también van muriendo asesinadas por la posteridad que llegó sin aviso previo, esa misma que tan esquiva fue para una niña vuelta carta y para una carta hecha canción.


Réplica mental de un tono de voz Vallejeano

Empecemos con el feto. De antemano es un nombre despreciable para alguien que no ha nacido. Y lo es aún más despreciable, el feto, cuando ni siquiera se le ha terminado de formar el alma. Su cuerpo está allí, dentro de otro cuerpo y cabe la posibilidad de que si el parto no es favorable para quien lo guarda durante nueve meses, este último muera a causa de una existencia parásita que no alcanzando a existir siquiera haga que los demás también abandonen su existencia una vez alcanzado el umbral de la muerte con el nacimiento de ese algo que nace muerto. Entonces muere la madre y el prospecto de hijo. O bien con el so pretexto de que la madre ya ha vivido, el feto se desarrolla en medio de una muerte que es causa de una voluntad subdesarrollada con la que la muerte sustituye a la vida, es decir, en este caso el hijo a su madre. Otras veces, el feto es el que muere lo cual es un decir. Y entonces la madre se siente culpable porque el padre la culpa de no ser capaz de dar vida pero si de quitarla antes de darla. En fin, empecemos con el feto y con aquel que aun naciendo vive en estrechez, en la extrema unción de presentir su muerte casi todo el tiempo.

Réplica mental de un tono de voz Vallejeano número tres Richard Salamanca

Dios pudo haber creado el mundo hace millones de años. Sin embargo, no necesitará de millardos de años más para destruirlo. De hecho, habremos de morir en razón de un proceso largo y extenuante de destrucción por partes. Primero destruiremos el mundo en que vivimos, pero si se nos diera la oportunidad de destruir el universo, claro que lo haríamos y sólo pensaríamos con qué y cómo hacerlo. Segundo, luego de que hayamos destruido el mundo en que vivíamos o vivimos comenzamos a darnos con garrotes y pistolas cargadas de ácido sulfúrico en el rostro. Unas cinco o doce bombas atómicas lo arrasarían todo con lo que podríamos unir lo primero con lo segundo y hacerlo algo único para las ruinas. Dios pudo haberme creado, pero también pudo no haberlo hecho y así yo no estaría escribiendo esto ni hablando tan mal de ese futuro atronador, aterrador y todos los demás ates que son los niños actuales de éste mundo.

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Richard Salamanca

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Ramsés

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Richard Salamanca

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Aguardo el momento Richard Salamanca

La tragedia de un hombre que se conoce demasiado a sí mismo. Mi tragedia. “Pero es que juegas demasiado a las escondidas contigo mismo”, leve rumor de revelación femenina. No me entristezco por otros. Siento sus vidas demasiado bien elaboradas, hechas a los trancazos, como un triunfo personal despersonalizado. Cada quien hallaba su camino. Y quieren estar tan acorde al sistema que me da tristeza. Pero no importa, ellos están felices y son uno. Yo llamo sistema al plan de vida en general. Uno puede lograr ser a costa del sacrificio de ser. Por eso me gusta cuando llueve. Mientras el agua se agita todo lo demás se detiene. No tengo necesidad de salir a la calle, ya que existe esa especie de consenso entre el cielo y los habitantes de este plano. El cielo increpa en forma de tormenta: ¡deteneos! Y yo, hago caso. Cierro las cortinas. Y averiguo, muy en el fondo de los días, que lo que estaba a punto de hacer hoy, también podría hacerlo mañana, gracias a la lluvia. Al internarme en mis destinos encuentro desolador el hecho de no saber cuándo ni dónde voy a morir; pero sí, todo lo que prevalecerá a ese momento.

De niño siempre me pareció que el gato se iba a morir. Presentíamos que no iba a crecer nunca más. Me lo imagino tumbado en el mismo lugar en que le encontramos antes de morirse, y no sé por qué, me lo imagino bajo una lluvia que más bien tiene el aspecto del rocío, de lluvia tenue, recién cortada, cuando deja de llover en realidad. Y un ojito abierto despidiéndose. Me lo imagino muy solo, incapaz de llamarnos para salvarlo, invisible. ¿Será que todas sus vidas cruzaron por su mente felina al momento de recibir la muerte? Se tumbaba en mi cama estirándose en ella, como si, ésta se redujera a las dimensiones mías y a las de él, mientras hacíamos pereza. Ahora está tendido bajo tierra con ese ojito verde azul abierto y un pelaje negro cristalizado por la lluvia de la tarde.


Avances Richard Salamanca

Narrativa

Luego de que el televisor haya llegado al deplorable tamaño de dos pulgadas, concluyeron que deberían regresar en el tiempo y hacerlos cada vez más grandes de nuevo, pues no iban a llegar a uno tan pequeño que desapareciera con todo y la historia del televisor.

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Un mundo. Nicolás Baresh.


el

instante previo

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Richard Salamanca

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EI instante previo a la conversación que sostendríamos durante toda la madrugada estuvo lleno de silencios selváticos lejanos, interrumpidos en ocasiones por chillidos o tirabuzones sonoros, provenientes del vientre caliente de alguno de sus bichos de sangre fría. Estábamos acomodados en el patio trasero de la casa de campo que desembocaba extensivamente a más verde horizontal. Fumábamos tabaco por puro esnobismo. Vivíamos en un acto de “buena vida” aprovechando los escasos dos días que teníamos para solazarnos. Entonces como ya dije, fuimos a parar a la casa de campo, fumábamos tabaco y bebíamos y empezamos a hablar en medio de una atmósfera soporífera, de tierra caliente mezclada con brisa. Yo creo que fue el clima los que nos exhortó a hablar. Y el vaho reconfortante de los hielos en el vaso del trago. Cuéntame algo. Y qué quieres que te cuente. No sé, algo referente a estos tres últimos años de tu vida sin verme. Algo que no nos hayas contado. Qué te puedo decir. Que me dolió en el alma no haber podido asistir al entierro de Lucía. Pudiste haberlo hecho, hermano, pero habrías perdido tu trabajo ¿es que allá donde tú vives no te permiten visitar a tu

familia, viejo? No empieces, por favor. Si no empiezo. Ya sabes cómo soy ¿conociste a alguien en esos tres años? ¿Tienes a alguien allá esperándote? Si... o bueno, no, ya no. ¿Ya no? No, pero recuerdo algo muy bonito en la casa de campo de sus padres. Y qué recuerdas. Que así, hablando como estamos los dos ahora, la bese. Y que tiene eso de extraordinario, a menos que intentes besarme. Pues que yo entré de camarero, como en cualquier novela de la quinta porra en la que yo soy el jardinero o el fontanero y me tiro a la hija del hacendado. ¿Lo hiciste esa misma noche? No, sólo digo que la bese, pero de lo que hablo es de su condición socioeconómica y cosas por el estilo, entonces yo era mesero y ella la hija rica del padre rico de la gran puta. Así pensaba entonces antes de tener dinero. Ahora creo que el que no consigue el preciado metal es porque no quiere. Entonces yo entre de mesero de ese país, de esa ciudad, de esa casa de las afueras y lo que vino a arreglarme la noche fue una mujer despechada y con mucho dinero. Como la ves. Pues quiero seguir escuchando tu versión de la historia. Como así que mi “versión”. Digo que continúes. ¿Más trago? Bueno.


Narrativa

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Imagen 2. Eidder Colmenares


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Y te decía que fui antes, mucho antes de besarla a donde ella estaba que era un lugar apartado de todo el círculo social por decirlo de alguna manera y le pregunto haciendo uso de mi huraña actitud cuando hago lo que no quiero, irónico a morir: ¿le provoca algo a la señorita? A lo que ella responde con desprecio: un beso, quiero un beso suyo. Entonces repare con pasmosidad emergente en la belleza física de la mujer, en sus ojos. Siempre me han gustado los ojos de una mujer. ¿De una sola? De todas querrás decir. Eres muy gracioso ¿sabías? Sigue, sigue. Bien, decía que me pareció bonita y atrevida la condenada. Yo no supe qué decirle ni que hacerle hasta que volvió y dijo con esa petulancia de niñita que lo ha tenido todo y perdido todo, una y otra vez y sin ni siquiera tener la oportunidad de soñarlo. Dijo: ¿me lo va a dar o no? ¿Ahora me dices que tenía que soñar besarse contigo? Está bien, está bien, sólo bromeaba. Te decía que no me dejó otra alternativa. Así que le dije sin sensibilidad alguna como un comerciante de poca monta, ansioso: dónde y cuándo, le dije. A lo que ella respondió tomándome de la mano y llevándome a las afueras del terreno. ¿Sabías quién era? No, claro que no. Me lo dijo después. ¿Y después? Y después pues ni para que te cuento. Cuéntame nomás. Nada pues que seguimos saliendo a expensas de la ignorancia de sus padres y de su dinero. Luego hicimos el amor, no recuerdo bien cuánto tiempo pasó para que ella accediera a hacerlo. Creo que le excitaba que fuera mesero. ¿Cómo es eso? No sé. Cuando tomamos por nuestra pegarle a la bandera de la liberación sexual como conejos, a ella empezó a gustarle eso de que me colocara el corbatín de mi dotación y que me lo dejará hasta último momento. ¿Sabes qué me gustaba tanto de ella? Qué. Que no me tuteaba. Decía todo con una seriedad de dominatriz de la que aún no me repongo. Mandaba en mí como quien gobierna su propia creación. En parte, lo admito, creo que yo acabe pareciéndome tanto a lo que ella quería de mí que la coincidencia residía en

esos momentos en que ni yo sabía lo que quería. Y en ocasiones una mujer así ayuda a definir un hombre como el que era entonces. Pero creo que ya he hablado demasiado. Cómo termina todo. Ella se larga al extranjero disque a estudiar, sin embargo, en sus manos conseguí un mejor trabajo, tu sabes, viejo, lo que hacen las influencias, la “rosca”, como decimos aquí, y pues nada, quedamos de volver a hablarnos y sobre todo vernos pero tú sabes, hermano, por eso te digo que “me esperan”, a la manera de punto de confluencia, de encuentro. Cuando ella vuelva, yo también tendré que volver. Lo bueno fue que no nos prometimos nada, viejo. Así, cabe que todo se cumpla. Una bocanada de tabaco en forma de humo dispersó mis dudas. Ese silencio postrero a la mención del “así, cabe que todo se cumpla” afirmó la idea en la que yo venía cavilando a cerca de su regreso. Viniste a visitar la tumba de Lucía ¿no es cierto? La pregunta no le tomó por sorpresa. Digirió un trago de copa llena de una sola bocanada, sólo que esta vez no salió humo. Parecía más bien que el efecto corrosivo del alcohol le había agujerado el alma. Entonces la brisa matinal azotó sus ojos que de repente se pusieron cristalinos como si le ardieran. Si no la pude visitar en vida ¡qué remedio! La extrañaba mucho. Sabes que siempre vivía a la deriva. Esa mujer a mi me ancló en la tierra. Viste cómo me gustan las mujeres que definen la vida de un hombre y sobre todo si ese hombre soy yo. Son influencias cósmicas. No tiene nada de malo que a veces uno vea a la mujer que se acuesta con uno como un amigo. Lucía adquiría diversas formas, distintas intenciones. Malvadilla, cínica como ella sola, me irritaba tanto que quería empujarla por el balcón ¿a quién podría imaginarme yo empujando por el balcón sino ella? Ahora dices que el chistoso soy yo. No, hermano, yo no volví para visitar la


aeropuerto y habíamos acabado allí en el desván de los recuerdos fortuitos, en el patio trasero de la casa de campo familiar. Mientras tanto, allí atrás, es decir, dentro de la casa no dejaba de estar y de mezclar mi hermano su respiración con la brisa extrañamente fría de la mañana aromatizada por la tierra caliente y el murmullo de un arroyo edénico y lejano. No dejaba de estar aquel a quien yo siempre había considerado un cazafortunas de los mejores, pero un cazafortunas de la fortuna y vida propias sin querer pedir ni quitarle nada a nadie. Lo que me llenaba de un consuelo inaudito conmigo mismo era el pensamiento de que mi hermano a diferencia de mi pudo vivir la vida como quiso. Y yo lo veo así hasta último momento, en la medida que no se preocupó ni un poquito por mantenerse sobrio por lo menos mientras podíamos sentarnos a beber con ellos, con mis padres. Ni un poco ¿me entienden? Ahora a esperar. Allí están, lo recuerdo bien, la bocina, el barrullo, la intempestiva entrada de mi hermana la menor preguntando por mi hermano. ¡Dairon! ¡Donde está Dairon! Allí, tumbado en el sofá. Creo que no nos gustó mucho el tufo de mi hermano mezclado con la brisa y la tierra caliente. Respiraba con dificultad anegado de alcohol como estaba mientras dormía y olía en derredor suyo a plaza de mercado. Reímos un rato. Mi hermana mayor sacudió a mí hermano apenas entró. Enseguida cuando mi madre lo vio se lanzo las manos a la boca en forma de O y comenzó a llorar. Prepararé tinto, dije. Te acompaño, dijo mi padre. Entonces, salimos de la escena.

Narrativa

tumba de Lucía. Volví para visitarla a ella en cuerpo y alma. ¡Si ella no está muerta! ¡Quién te dijo a ti eso! ¡Deja de desvariar, hombre! Con todo y me caso ¿lo sabías? ¡Me caso! Una sonrisita que aún no acabó de descifrar fue la mueca redonda de su locura, lo único que tenía forma en su rostro. El resto de sus ojos o su nariz, si el caso fuera que estos tuvieran en el momento algún significado, estaban fijos en el horizonte que empezaba en el patio trasero de la casa. A él le había tocado sufrir mucho allá de donde retornaba. Con el tiempo llamaba a mis padres y los llenaba de un orgullo ficticio contándoles de sus hazañas en el viejo mundo, acerca de negocios o transacciones de las que los ricos ni podían enterarse, decía, porque podían robarle la idea o las ideas en cuyo caso, ya que ellos sí podían invertir en grande y él hasta ahora estaba empezando, decía. Era un hombre prolijo antes de irse, un ser promisorio se me ocurre ahora. Pero ahora los destrozos de su existencia me lo entregan vencido, “la historia de los vencidos”, recordé de alguna de esas ya lejanas lecciones de literatura. Esa era su historia, la de los vencidos. Era toda rica en matices. Cierto dejo de mitómano dañaba sus relatos, pero no era intención de él engañarnos. De hecho, tenía tanta cordialidad y energía en sus ojos cuando contaba lo que haría o desandaría en el viejo mundo que lo tachábamos de visionario. Queríamos creerle, en realidad, pues parecía que por lo menos haría la mitad de lo que dijo que haría. Ya deshecho por la verbena de alcohol y espeso humo de tabaco se derrumbó en el asiento sin reparar en nada ni nadie, como siempre había sido. Entonces estaba tan flaco que puede sujetarlo por debajo de sus piernas y su espalda y llevarlo adentro para que durmiera tendido. Ésa madrugada llegarían mis padres y mis hermanas a verlo con tanta presteza como la que toda familia sentiría después de tres años transcurridos de una vida contada por teléfono. Yo lo había recogido la noche anterior en el

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Descubrimiento

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Jonathan España

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Amandeline vivía rodeada de silencios y de la biblioteca que su padre le había dejado al morir. Ella buscaba respuestas a la incertidumbre que le provocaban sus fantasías, en el pasado. Nació en Al Mullkallá, Yemen, entre camellos coloniales y los sueños que sus padres cobijaban de volver alguna vez al Somerset de sus infancias. Algunos días, leía largas horas, otros hurgaba los folios que ella había organizado cronológicamente. Abundaban los manuscritos caóticos sobre temas inexplicables. Era su madre, Marjorie, la que anotaba todo lo que le llamaba la atención, dándole la misma valoración a la descripción de un clavo oxidado, a recortes de diarios extranjeros o a la crítica del último libro que había leído. A veces se hacía difícil leer esa letra apretada, escrita a las corridas. En cambio la escritura de su padre era redonda, clara y carente de interés. Él había sido un hombre práctico, tenía el hábito de organizar la vida con innumerables listas. Hoy, mientras Amandeline abría un libro, descubrió un recorte de un periódico catalán y en una página suelta, la traducción del mismo. Podía imaginarse a Marjorie, caminando debajo de una sombrilla para esconderse del sol del Al Mullkallá, en busca de quien pudiera traducir al inglés el Poema Anónimo1, encontrado en el pueblecito de Jafre, del Bajo Ampurdán. “¡Oh! ¿Dónde están las Hortensias? Dadme las Hortensias Sin ellas feneceré en la tristeza”. Amandeline lo recitó en voz alta entretanto barría el piso de la cocina. Después arregló con violencia los almohadones de las sillas. Salió a comprar comida. Al volver a su casa se dirigió al libro donde había encontrado el poema catalán y comenzó a hojearlo. Se detuvo a leer las instrucciones de cómo cazar una mosca: “Sigues el vuelo de una mosca con la mirada, evitando hacer cualquier movimiento para no asustarla. Cuando la mosca se posa sobre una superficie plana, por ejemplo una mesa, extiendes tu mano suavemente y la dejas abierta a unos quince centímetros. La mantienes inerte durante unos diez segundos que es el tiempo necesario para que la mosca se confíe, y entonces, la lanzas lo más rápido posible hacia la mosca y la cierras cuando sientas las alas golpeando la palma de tu mano. Así lograras atraparla. Conviene no cerrar la mano con demasiada fuerza, más bien es necesario dejar un espacio entre los dedos y la palma, para evitar aplastarla y ensuciarte”. Al pie de la página con tinta color sepia, su madre había escrito “desde entonces antes de ir a la cama cazo una mosca…”. Amandeline no supo qué pensar. Leyó varias veces “antes de ir a la cama cazo una mosca…”. Una sonrisa de comprensión se fue dibujando lentamente en sus labios. Llamó por teléfono a uno de sus amantes, cazó una mosca y se metió en la cama a esperarlo con la mosca prisionera en su mano.

1 Poema descubierto en 1923 por el filólogo catalán Joaquim Hugas, especialista en poesía del Ampurdán del siglo XVII, mientras recopilaba poemas de la zona. Lamentablemente todos sus manuscritos se perdieron durante la guerra civil.


Tocando la

PUERTA

De la ciudad donde viví recuerdo que estaba amurallada. La rodeaba un lago inmenso por casi todos sus costados y la cercaban edificaciones altas que bloqueaban las entradas del viento. En mi ciudad todo siempre se sabía; nada salía de las paredes que formaban las construcciones, el único otro camino a tomar era una salida que daba hacia el monte, hacia un monte marrón, caluroso y oscuro donde todo lo que pasaba era peor. Pero al menos los secretos tenían lugar donde esconderse, por un rato. También recuerdo cómo colapsaban las calles cada vez que llovía, el sistema de drenaje no funcionaba. Solía tronar y relampaguear toda la noche durante el verano y no llover por días, a veces semanas. Nos ahogábamos en el calor y la humedad, sometidos a la presión y los arranques de ira y de sudor que caían por nuestras pieles. Después de un tiempo de suspenso, la tormenta siempre era apocalíptica. Los truenos hacían temblar tu cama, tu nevera. El agua tapaba las entradas de los edificios y los carros que quedaban vivos se hacían camino entre los árboles tumbados perpendicularmente sobre las carreteras principales. En el sur, la gente bajaba las veredas montada en cauchos como balsas.

del

cielo

La mejor de las veces teníamos esa lluvia; la peor, no caía ni gota de agua y nadie podía bañarse. La gente salía a las calles a matarse entre sí, sin dar excusas; el infierno del sol los justificaba. El calor se acumulaba y la tierra temblaba a veces, pero nunca se llegó a romper, al menos no que yo haya visto. Vivían diciendo que algún día la zona este se hundiría por su propio peso. Nadie creía más en aquello del calentamiento global que nosotros. Intentaron plantar árboles por montones y arreglar las calles y avenidas. La mejor de ellas comenzaba con la iglesia donde se casó mi prima y terminaba en un motel gigante y una cárcel antigua que ya no se usaba para nada. Otra conectaba el monte con la universidad y allí sí que se pasaban buenos ratos. Era la avenida que más me gustaba caminar. La universidad tenía un campo enorme donde podías sembrar lo que quisieras porque no era terreno del gobierno, pero nadie sembraba nada. Costaba salir de allí pero cuando lo hacías, alrededor había cafetines y muchos lugares donde sacar copias.

Narrativa

María Ocando

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Era una buena ciudad. Solían venir muchos turistas pero la gente de acá casi siempre se iba con ellos en vez de hacerlos quedarse. Había un montón de iglesias bonitas y urbanizaciones respetables, sobre todo villas cerradas que buscaban aislarse un poco del ruido y el crimen; en esos lugares se podía vivir como en las películas esas que veía mi mamá. Un poco más lejos, había también una plaza enorme donde di el primer beso que valió la pena y cerca de allí estaba el hotel donde me acosté en la primera cama en la que valió la pena. En general era un buen lugar; era magnífico, para ser sincera; había sitios para leer sin que te molestaran y había librerías donde no tenías que comprar los libros, podías cambiarlos por casi cualquier cosa. Cualquier persona más o menos normal podía hacerse una vida más o menos normal allí sin tener que pedir mucho. La gente bailaba todos los fines de semana y asistía a todas las actividades de las ferias. Si querías, podías hacer que tu vida fuera bastante respetable. Yo era demasiado joven para querer hacerlo y esa es otra cosa que recuerdo muy bien. Creía que me quedaba mucho tiempo por delante para ponerme seria y lo seguí creyendo mientras pasé por los 19, los 22, los 25 y finalmente los 27. Mis amigas tenían novios que las llevaban a comer helado. Uno no siempre tiene sólo un tipo de amistades. Cualquier joven que se respete debe tener los amigos de la infancia, los que conocen sus padres y van a las bodas de la familia, y los otros; los que incendian terrenos por error y se bañan en ropa interior en los rociadores de cualquier parque, los del pasado oscuro. Con ellos, levantaba el infierno. Las fiestas eran desastres; lo fueron desde que era bastante chica. Recuerdo una en la que una de las chicas del grupo se atrevió a llevarnos a su casa, con sus padres y sus primas y abuela y toda la prole. Me gustaban los sillones de ese apartamento, tenían un aspecto todo antiguo. Yo los aproveché para seducir al chico

de una de mis amigas. Le hablé al oído y nos dijimos toda clase de cosas; la traicionamos por completo en el baño. Recuerdo otra a la que nos llevó un tipo que nadie conocía pero donde fuimos arrastrados por la manada: había muchas drogas, mucho alcohol y gente haciéndolo en un pasillo cerca de la cocina; en la parte de afuera todas las chicas se habían vestido como princesas y se besaban entre sí, todas excepto yo. Yo miraba fijamente hacia la izquierda donde estaba un amigo de mis padres. Me quedé quieta todo el tiempo que estuvo cerca: no hablé, no toqué nada, no fumé nada, no abrí jamás las piernas. Todos me decían que él no diría nada. Era uno de esos casos donde se quedaba callado por su propio bien. Una tarde tomamos prestado el carro del papá de uno de los chicos y lo pasamos dos pueblos más allá del puente. El plan era llegar a una hacienda con un pequeño río pero en el tablero encontramos un cheque por dos millones. Nos devolvimos a la ciudad y lo cobramos. La fracción de las chicas la gastamos en cigarrillos y ropa interior; los chicos compraron alcohol y mujeres. Siempre hacíamos ese tipo de cosas y siempre estuve convencida de poder lograrlas sin fracasos, desde el primer momento hasta el último. Cuando todo pasaba, llegaba a casa y me quedaba echada en mi cama mientras el cuarto todavía estaba azul de la mañana, jactándome en silencio de que nada nunca hubiera regresado para acecharme. Mis secretos volaban en el suave aire matutino e inundaban los apartamentos de la muralla donde alguna ama de casa tempranera los barría hacia afuera o les dejaba abierta la ventana para que volvieran a mí, pero nunca regresaban. Eso es lo más jodido de ser joven, de poder pasar 30 horas sin dormir, de estar buena, de cogerte un tipo que parece una estrella de rock: te crees una maldita estrella de rock y no tienes ni la menor idea de qué están hechas las estrellas; así de grande es tu ego y no hay manera de que lo sepas porque tu


Narrativa

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Imagen 3. Eidder Colmenares.


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mente no está hecha para saberlo, al menos no tan temprano en la vida. Es como si intentaras explicarle física a un chico de ocho años; de hecho creo que tendrías más éxito con eso. Tienes más oportunidad de pasar un testigo de Jehová al KKK. Siempre crees que nada malo te pasará. Incluso en este momento, tengo la certeza de que sucederá alguna ocurrencia inusual que me salvará antes que todo sucumba. Una vez soñé que corría por los inmensos campos de hierba seca de la universidad; era libre. De repente miré hacia atrás y vi que me perseguían dos hombres horrendos; me persiguieron hasta algo que parecía una excavación de tierra anaranjada, toda rodeada de cercas altas y oxidadas. Corrí lo más rápido que pude pero caí directo en el centro de la excavación; los hombres caminaban ahora hacia mí con tranquilidad porque sabían que no podía huirles; venían a violarme. Me desperté aterrorizada, pero me desperté. Ahora sé que ese sueño no podía tener otro significado que esto de ahora. Nunca vi las advertencias pero no puedo culparme por eso. No se supone que la gente tenga la capacidad de prever el futuro o de interpretar cosas que se le presentan en otras conciencias. La única razón por la que entiendo mi sueño en este momento es porque ya no me sirve

de nada; debe ser algún tipo de castigo divino, el último golpe a mi magnánimo ego de dios: hacerme entender que no existe tal cosa como salirse con la suya. Ya todo está por acabar y aunque no estoy en lugar de pedir nada, quisiera ciertas cosas, supongo que es la última gracia que pueden concederme. No quiero nada de esa basura de “qué hubiera pasado si hubiera” hecho tal o cual cosa. Si hay una cosa de la que estoy segura es que ninguna casa en una villa o domingo en el club hubieran podido salvarme de esto. Nada te salva de morir, todos vamos a parar al mismo lugar. Lo que yo quiero saber es si todos esos psíquicos son genuinos o no son más que farsantes. Quisiera saber cómo diablos hizo Michael Jackson para volverse blanco, si Kurt se suicidó o si lo mató Courtney, si existen los aliens o era solamente Sting en New York. Quisiera poder contarles lo que viene después.


El efecto

Francisco Muñoz

realidad

Al momento post coitum

¿Qué diferencia hay entre el coito representado por un pintor y el orquestado a seis manos por un cineasta y dos actores? Medio de ánimo altamente representativo, el cine siempre ha sido visto, por críticos y censores al unísono, a través de un lente con más dioptrías morales que sus contrapartes en pintura, escultura, danza. Una orgía delineada por ínfimos trazos es representación de divinidad hinduista; un espectáculo como el Cirque du Soleil es arte light para la masa adinerada e incauta; Rodin y sus mil muslos de mujer son pieza de museo. Pero el filme que contenga el close up de una vulva moviéndose sin recato sobre un alebrestado pene, succionándolo hacia dentro y expulsándolo parcialmente luego, no. Porque ahí el coito no se disimula: se exhibe, como desde hace décadas lo hacen el llanto, la muerte y la alegría, en toda su desnuda carnalidad. ¿Cuál es entonces la diferencia? La Realidad. La imaginación ha muerto, y la realidad (sea lo que sea) se ha coronado nueva reina del mundo, ocupando el trono que no hace mucho pertenecía a aquélla. La Historia se había escrito hasta ahora con el lenguaje de los mitos, entreverada de fantasía, de

invención y de magia. Eso es: la historia venía a ser puro relato, mera literatura o, en el mejor de los casos, leyenda. Pero el final del siglo XX exhaló las últimas provisiones de imaginación que nos quedaban tras dos Guerras Mundiales, una Guerra Fría y un nuevo mapa del orbe. Ya no tenemos ni una gota de ficción con la que aliñar nuestro doloroso camino como especie. A partir de aquí, la historia se contará con la apabullante sencillez y cercanía, la veracidad de un video casero. Digamos adiós a los viejos archivos y legajos. La realidad es plana vista a través de una pequeña pantalla. Todo tiende a teñirse de realidad cada vez más deprisa. Pareciera una eternidad desde que series como Los guardianes de la bahía y Beverly Hills 90210 aparecieran en horario estelar. Ahora, en estos tiempos ya no tan inocentes, no es raro encontrarte en la pantalla chica desnudos totales y encuentros coitales en los que se muestra todo. Los reality porn (difundidos ampliamente en Internet desde hace años), donde profesionales del “metesaca” conviven con gente “común” en un ambiente controlado, tienen como objetivo comprobar si los aspirantes poseen la madera para ser parte del imperio de los

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gemidos. El ensayo y la biografía están cada vez más en boga. Las películas de ficción parecen documentales reales. ¿Hay algo más descaradamente real que el detrito, que una simple caquita envasada?, como ya hizo en 1961 el artista Piero Manzoni poniendo a la venta noventa cajitas con dicho contenido y la denominación Merda d’artista. En 1991, el fotógrafo Jam Montoya elaboró la “Serie negra”, un conjunto de imágenes en blanco y negro que nos recuerdan, de forma real y sin contemplaciones, que las mujeres hermosas también hacen caca (véase Defecación suspendida y Defecación convencional). Hemos llegado al actual estado del arte en el cual ya no se busca belleza sino realidad. Porque en teoría, según los preceptos de los iluminados con vocación censuradora, el arte consiste en la producción de algo (escultura, cuadro, libro, melodía, fotografía, película) cuyo objetivo final sea la belleza. En la porno setentera se mostraban personas con vello y con cuerpos no-ideales en actos sexuales que no estaban fuera de la realidad (felaciones, cunnilingus, sesentaynueves, penetraciones vaginales o/y anales en las tres posiciones básicas: mujer arriba, misionero y de a perrito). Ahora, una producción de exuberantes muñecas y musculosos gigantes haciendo tríos a bordo de un lujoso yate, no es competencia para un video de celular donde una muchacha flaca y un muchacho gordo fornican alegremente en la azotea de una lumpemproletaria casa, porque el segundo caso es real y mirar cuerpos desnudos no-ideales es también un ideal, como quien adquiere las grabaciones de conocidos moteles de su ciudad para observar los actos sexuales de su prójimo y de sí mismo. Esto ha dado pie a que jóvenes comunes y corrientes, cuya edad promedio se ubica entre los dieciocho y los veinte años y cuya experiencia sexual es baja o nula, realicen y graben videos triple equis. Estos videos se llaman Olya, en honor a la primera Lolita rusa que interpretó y “subió” a Internet material de este tipo. La tierna inexperiencia de esos polluelos dista mucho de las

rudezas y acrobacias que se desprenden de las producciones de metesaca hardcore a las que los fans estamos acostumbrados, pero al fin y al cabo esa inexperiencia parece real, a veces demasiado real, y eso es, precisamente, un ideal, una fantasía. Y combinar hechos reales con hechos ficticios crea el engaño más poderoso, el Efecto Realidad. A principios de los 80, Annie Sprinkle fue tutelada por una actriz porno más experta, quien la llevó a su casa y la colocó frente a un espejo para que aprendiera un dato clave: cómo hacer mamadas de forma fotogénica y clara. Lo que Annie aprendió en esas sesiones fue mejorar la ilusión de lo que entonces se entendía por un acto sexual real. Hoy, sus calistenias triple equis lucen artificiales porque lo que ha cambiado no es la naturaleza del acto, sino la forma en que esperamos que se retrate en la pantalla. Hoy se cotizan en alza las experiencias auténticas, únicas, verdaderas, que no sean una puesta en escena. Se busca la Realidad (o, siquiera, algo que se le parezca). La Navidad es algo que ha abandonado la realidad y ha pasado a pertenecer al territorio de la ficción, es decir, al del fingimiento. La Navidad es una prueba fehaciente del increíble poder persuasivo de las obras de ficción, que hoy en día impregnan y contaminan el mundo hasta un extremo difícil de calibrar. En el siglo XIX, quien quería alternar su vida real con unas dosis de vida ficticia, no tenía más remedio que acudir a los libros y a los folletines; y quien, por el contario, abominara de lo imaginado, podía pasar sin dificultades su existencia entera sin cruzar nunca el umbral que separaba con bastante nitidez lo vivido de lo inventado, lo experimentado en la propia carne de lo solamente fantaseado, ensoñado o contado. En nuestra época, en cambio, esto último es casi imposible y lo primero (la alternancia) se hace arduo: vivimos en un mundo tan saturado de ficciones que nadie puede sustraerse a ellas o a la huella que dejan, cada vez más marcada, en el espíritu y el carácter de los


que resultarían demasiado forzadas y traídas de las greñas para darles crédito, lo real también depende un poco de su apariencia, o en alguna medida se rige por cierta convención estética, en el amplio y elevado sentido de este adjetivo. ¿Cómo es posible que Osama Bin Laden haya aparecido en un largo y soporífero video que parecía sacado de una aventura de James Bond? Que irrumpa en la pantalla de la tele un tipo con barba larga, turbante y estudiado aspecto de iluminado cruel y místico, anunciando la destrucción de Occidente y de los “infieles”, causa el Efecto Realidad. Más aun cuando se suponía que el sujeto andaba por ahí escondido en unas cuevas, acosado por los ejércitos y los servicios secretos del globo entero, y sin embargo lucía unas ropas blanquísimas y planchadísimas que hasta en tiempos de paz y en un palacio habría sido difícil tener así de radiantes y estiradas. La realidad más dura se sobrelleva mejor cuando al menos se empeña en parecer ficticia. Los condones previamente usados y luego arrojados a espacios destinados a un coito (o sea, arrojados a cualquier parte), se convierten en las huellas de algo invisible pero explícitamente señalado por los signos que lo atraviesan. Del money shot al latex shot, del cuerpo sexualmente explícito a la sustitución de la corporalidad por sus rastros. He aquí la realidad, donde los vestigios de una furtiva actividad sexual (manchas, condones, pañuelos desechables) conforman imágenes más cercanas a la mirada forense que a la pornográfica, evidencias de un momento pasado pero, al mismo tiempo, ominosamente presente. «Lo obsceno es el fin de toda escena», afirmó Baudrillard. La escena está fundada en la distancia; la obscenidad implica una dilatación de la visibilidad que anula cualquier distancia. Por otra parte, la escena funciona a través de la ilusión, juega seductoramente con las apariencias. En cambio, lo obsceno está encaprichado con lo real, con lo verosímil, con las evidencias. La obscenidad es, según

Ensayo

contemporáneos. La ficción, antiguamente, se alimentaba en buena medida de la realidad a la que tenía como referencia, excepto en aquellas obras que eran clara y deliberadamente fantásticas. Hoy sucede al revés: no es sólo que la realidad imite al arte, como dijo Oscar Wilde en primer lugar y luego han repetido tantos; sino que el arte condiciona y domina nuestra realidad, como prueba a menudo el cine. Por ello, rara es hoy la situación en que alguien puede encontrarse a lo largo de su vida, raros son los sentimientos o las dudas o las obsesiones o los odios o las pasiones o los orgasmos que pueda experimentar (rara es la vivencia), que no hayan sido tocados o usurpados por alguna ficción, a la cual ese alguien se verá remitido inmediatamente o, por decirlo de manera más cruda, por segunda vez. A veces la realidad aplastante se empeña en presentarse disfrazada de ficción, y de calibre grueso. Ya nos costó mucho asumir que aquellos aviones que chocaron contra las Torres Gemelas eran reales y no fabricadas imágenes de una película. Y que el subsiguiente desplome costaba en verdad la vida a personas que no eran extras ni creaciones de computadora. Ni una verdadera torre medieval ni un verdadero castillo renacentista se apegan tan bien a la idea de CASTILLO como la asombrosa morada, instalada en Disneyworld, de la Bella Durmiente del Bosque. En otras palabras, la realidad es decepcionante al grado que nos vemos obligados a revalorarla por medio de una puesta en escena que la vuelve más atractiva. ¿Quién no se ha encerrado en casa para ver películas, para refugiarse en la verdadera ficción y huir de esa otra ficción bastarda a la que aún llamamos realidad? Aunque la realidad sea mucho más libre y menos exigente que la ficción, aunque en ella quepa todo y no esté sujeta al concepto de “verosimilitud” (lo que sucede no es susceptible de ser o no creído: sucede y basta), aunque se den en la vida circunstancias e historias que no admitiríamos en la ficción por un exceso de coincidencias o por-

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Baudrillard, «proximidad absoluta de la cosa vista». No es difícil encontrar un correlato de este régimen de visibilidad ampliada en la imagen pornográfica, con su zoom in, su medical shot, su meat shot, su extreme close up. La pornografía es obscena por su inmediatez, por su literalidad, esa manía por representar la realidad, reflejar de manera trasparente la verdad bajo la égida de lo explícito como sinónimo de lo verdadero. La realidad ocurre y no nos tiene que persuadir, sencillamente se nos impone. Una de las tareas más difíciles de la ficción es lograr la verosimilitud. Lo verosímil es lo que tiene apariencia de verdad, no la verdad misma. Es más, a menudo la verdad resulta inverosímil si la extirpamos de su territorio y la insertamos tal cual en una obra de ficción. Lo fascinante en la porno contemporánea no es el placer sexual, sino lo verosímil, el exceso de realidad, la hiperrealidad del asunto. El Efecto Realidad del cine triple equis reside en su hiperrealidad y en su capacidad simultánea de falsificar la realidad, porque el cine triple equis representa en la pantalla un imposible, pero que realmente sí sucedió en el lugar donde fue grabado. Las imágenes triple equis tratan de ser más reales que lo real, mostrando no sólo cómo funcionan los genitales sino también, y sobre todo, cómo es el Efecto Realidad. El Efecto Realidad tiene el objetivo de mostrar una ficción tal y como se cree podría ser, o suceder, en la realidad. Ya sea con webcams o con cámaras digitales, el cine y la fotografía de nuestros días buscan lograr el Efecto Realidad, es decir, la escena que parezca vista a través de los ojos de una persona común y corriente; la escena movida, descuadrada, sin buena iluminación, fea, tan parecida a la Realidad Real, la de todos los días, la de tu calle, la de tu casa, la de tu coche, la de tu trabajo, como sea posible. El Efecto Realidad consiste en añadir lo verosímil a lo real, a fin de elaborar la ilusión perfecta.

Todos tenemos la noción de que hay una sola realidad que determina y limita a todo lo que se encuentra en ella. Pero tan inmersos estamos en lo que llamamos vida real como en lo que denominamos ficción. De esta manera, vivimos en ese espacio en el que distribuimos las representaciones de la realidad en la ficción y viceversa. Lo real, paradójicamente, conlleva un elemento ficticio, irreal. La irrealidad de lo real puede ser cotejada con la realidad de lo irreal. Del Efecto Realidad procede la idea de lo verosímil y con ello la seducción, la inmersión en irrealidades, el engaño, la mentira, lo que no es real, es decir, el cine, la literatura, la pornografía, el sueño. Peter Lindbergh, un fotógrafo gringo, creó a inicios del 2009 una serie de retratos, donde sus modelos, varias mujeres famosas entre las que destacaba Monica Bellucci, posaron sin maquillaje y sin retoques. La realidad es un efecto: uno que hechiza, ya que parece ofrecer una verdad que nos desobliga de responsabilidades, un punto de referencia total desde el cual se puede catalogar lo que sea con certeza absoluta. El Efecto Realidad, un efecto parecido al creado por Orson Wells en su Guerra de los mundos, es justo lo que en 1999, con el estreno de El proyecto de la bruja de Blair (The Blair witch project, Eduardo Sánchez), dio origen a un escalofriante género cinematográfico: el falso documental de terror. El falso documental de terror, que se presenta ante el público como si fuera un documental totalmente real pero que, a pesar de su filtro amateur y de que hace suya la frase «lo que no ves es mucho más aterrador que lo que ves» que alguna vez dijo Alfred Hitchcock, es una obra de ficción, una ficción tramposa que ha encontrado en lo sobrenatural un terreno abonado para sembrar la duda sobre lo que es y lo que no es real. Esa duda, llevada a niveles superlativos en películas como Actividad paranormal (Paranormal activity, Oren Peli, 2007), produce un estado de desasosiego en el espectador, un estado provocado por un sádico juego de espejos falsos donde lo único


Ryan protagonizó una escena en la película Cuando Harry encontró a Sally (Ros Reiner, 1989), donde fingía estupendamente un orgasmo de película; el orgasmo femenino real es visualmente pobre y, por si fuera poco, es intocable para una cámara cinematográfica. Ésta busca una confesión absoluta del cuerpo de la mujer, de sus señales involuntarias, como las eyaculaciones vaginales (squirting) e inclusive a través de corrientes eléctricas, para saber que, en efecto, ha ocurrido algo; algo real. De igual forma, se recurre una y otra vez a la eyaculación masculina. Con los espasmos y la externalización de lo interno (el semen), la promesa es hacer explícito lo implícito. Cuando un duro pene lanza semen en la pantalla, usualmente sobre una mujer que se extasía al recibir el viscoso líquido blancuzco en su maquillada faz, comprendemos que hemos visto pornografía y que ésta ha concluido. Podemos estar satisfechos: algo real ha sucedido, y ahí estuvimos nosotros como testigos oculares. En suma: una mala película porno sería aquella donde se fingen los actos sexuales, porque lo importante es ver una felación real, una penetración real, un orgasmo real. El cine de terror, sobre todo el gore, ha empezado a aplicar en su estética visual, como desde hace mucho lo realiza el cine porno, el POV, Personal Point of View, donde, gracias al empleo de largos planos de secuencia y de formatos de registro más parecidos al casero, se quiere hacer creer al espectador que lo grabado no es un montaje, sino la realidad misma. En este sentido, la realidad es una forma de fetichismo. Así, tenemos que la repetición ritual de escenas idénticas en la porno no es tan distinta, en esencia, de los juegos macabros de Jigsaw (John Kramer). Las cintas de terror, como las porno, hacen de determinadas rutinas la base y la textura misma de la historia. Por otra parte, directores “convencionales” (Catherine Breillant, Virgine Despentes, Coralie Trinh Thi, Lars Von Trier) introducen escenas de

Ensayo

que se refleja es un hecho escalofriante que grita: «¡Soy real, soy real!». La Imaginación ha sido definitivamente derrotada por la realidad. Hoy en el cine de terror hay una influencia no sólo de extraterrestres, zombis, Leatherface, Michael Audrey Myers, Jason Voorhees y Frederick Charles Krueger, de lo sobrenatural como esencia de lo cotidiano y la amenaza como forma de vida, sino también del cine porno. El cine porno, nos guste o no, se asocia y se define con representaciones explícitas de actos sexuales reales. Lo cual nos indica que es fundamentalmente un género documental, aunque se le añadan unos breves e irrelevantes insertos de ficción narrativa. Una lubricación o una eyaculación no son actos de interpretación dramática, sino actos reflejos. En la escena porno se cruzan tres miradas: la del espectador, la del actor y la de la cámara. El goce del espectador se encuentra en ver y poseer mediante la mirada al actor gozando de manera real ante la mirada de la cámara. El actor realiza actos sexuales reales para el espectador y en el lugar del espectador. El actor es un personaje ante la mirada de la cámara ya que, seguramente, fuera de escena se comporta de otro modo. Sin embargo, más allá de la postura moral y de la supuesta explotación criminal que siempre ha rodeado al imperio de los gemidos desde su nacimiento, el cine porno no miente. Lo que vemos es lo que realmente sucede. En este sentido, la porno es un género cinematográfico por derecho propio, aun cuando lo sea por el simple expediente de cumplir una de las necesidades más bajas y básicas de la cinefilia: ofrecernos sin fingimientos aquello que la vida nos está negando. Entonces se crea una nueva paradoja: el Efecto Realidad del cine porno ofrece lo imposible: actos sexuales reales desconectados de lo real. El orgasmo se vive únicamente en primera persona; y lo que es más, aun en primera persona no es localizable ni en el espacio ni en el tiempo. Sin embargo, las películas triple equis osan asirle. Meg

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coito explícito en sus películas, apropiándose de la estética de la porno hardcore con la colaboración a veces de los propios actores y actrices. Los teléfonos celulares con cámaras posibilitan un ajuste inmediato entre las experiencias tal y como se viven (antes de comprenderlas) y su registro. Si tú, lector mío, quienquiera que seas, ya has utilizado el celular para filmarte con tu pareja jugando al metesaca, ¡felicidades!, ya has producido porno amateur. Un sinfín de videos, cortometrajes, de este estilo se encuentra en RedTube, PornTube, YouPorn y Tube8. La motivación en este caso no suele ser económica, obedece más bien al exhibicionismo y al voyerismo, la humana necesidad de no ocultar lo oculto, de dar aire y luz a la intimidad propia, de elevar un momento ordinario a rango de entretenimiento masivo. En 1985, Serge Daney, un influyente crítico francés de cine y televisión, planteaba dos formas de ver el videoclip: como un simulacro (fragmentos de un todo perdido) o como un síntoma (fragmentos de un todo por descubrir). La misma vacilación ahora nos planteamos ante la porno amateur: o se destina a un ensimismamiento manierista y mimético o nos ofrece (una vez “subida” a Internet) imágenes reales que sólo mediante herramientas domésticas podrían haberse grabado y que hacen emerger nuevas apariciones de la fantasía. Es paradójico que el espacio privado, por su propia definición opuesto al público, se convierta, gracias a la realidad, en el lugar de la fantasía. Cuando una cámara registra la vida privada de los seres humanos, la realidad siempre se presenta ante el espectador como una gran fantasía. La realidad fílmica siempre se independiza de la realidad física. Lo filmado nunca es la sombra de la realidad, sino que la realidad siempre es la sombra de lo filmado. Internet es el lugar donde puede decirse todo y mostrarse casi todo casi sin ninguna consecuencia (mientras escribo esto, al filo de una lúgubre media noche, un majestuoso cuervo, con aires de

gran señor o de gran dama, se posa en el busto de Palas, sobre el dintel de mi puerta, y yo recuerdo la posible aprobación de la Ley SOPA, y el cuervo dice: «Nunca más»). Internet es el instrumento perfecto para la construcción de un personaje propio. La histeria del protagonismo se ve reducida a un clic. Significa presumir la alegría de nuestra familia, los abrazos de nuestros amigos, la muchedumbre que asistió a nuestro evento y nuestros sudorosos coitos para demostrarle al mundo que «mi vida es mejor». ¿Para qué? Para calmar un poco la ansiedad de sobresalir ante los demás. Algo que no termina de tener sentido cuando ni siquiera somos capaces de poder saber si aquellos ante los que queremos sobresalir son como se presentan. Pues al final de cuentas, ¿quién existe realmente como se hace ver en los medios electrónicos? Así, en RedTube, PornTube, YouPorn y Tube8 brincamos sin rumbo de un “desconocido famoso” a otro. Tenía razón el escritor polaco Stanislaw Jerzy Lec: «El hombre nace, vive y muere en el espacio de una frase».


Desengaño del pulso José Serrato

En la tenue emisión de mis latidos hay un objetivo cruel siempre firme. Me reconozco por el diurno llanto como un aluvión de amarillas moscas. En la noche sal bebo de la luna le aúllo con esta chacal tristeza. Creí que extrañar era una comezón y es una violenta sarna de todo el día.

Vaguedad José Serrato

Empecé a frecuentarme, me hice amigo de mi cuerpo. Juan Manuel Roca. Cierro los ojos: los cangrejos capturan el viento con sus pinzas. Con la profundidad, el mar aprehende a sus bestias. Se repite el eco mismo en la caverna. Cierro los ojos: ensayo conocerme desde el vientre. Hallo el más cómodo refugio, la guarida menos lóbrega, bajo los párpados. No obstante, hallo también, que ahí mismo, soy renuente vagabundo.

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Tregua José Serrato

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...mientras, ten la penumbra de la habitación soy yo mismo la sombra con los ojos abiertos. Jenaro Talens.

La luz se deja morir en el estanque. Los peces abriendo la boca rumian agua, son globos de escamas llenos de miedo la luz con su ausencia ha marcado una tregua el más violento, el más carnívoro, se oculta en el agua (ojos abiertos tiene el agua). Serenos consumen la espera. Aletean sacudiendo el miedo, aguardan la dentellada del inevitable día.

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Los peces que no he visto. Nicolás Baresh


Indicios José Serrato

Poesía

Los enmohecidos rostros de las paredes revelan el abandono de tus besos húmedos; sus huellas aquí dicen que me amaste aunque parezcan un ave sangrentada contra el muro.

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Los enmohecidos rostros. Laura Acero


Hablar de nubes

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José Serrato

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Si de la carne, del fondo de la carne, de la carne de morfemas, aparece el llanto unido, entonces uno traga piedras, para calmar esa irritante voz que emerge débil y sólo en forma de escozor pálido y sobrio se nos muestra en la garganta. Es entonces cuando se abre por curarse ese grito en trepidantes voces nubes cuando inocuo se lamenta con desaforadas lenguas, su boca es la vorágine de bocas, la garganta se conmueve, hundida tiembla, cuando se oye pariéndose a sí misma y falla. [Así, el decir en diluvios comienza cruel el deterioro del escriba] La sugerencia condenatoria: que fluya vivo en venas ese pasado grave, ese dios callado y ebrio, la música antiquísima de nimios lagrimales (inasequible flauta que se sopla del pasado). Pertenecer en pulmón y pensamiento al humano, a la voz, con todas las vísceras del sueño. Hablar para todos desde todos. De lo contrario, ese decir en diluvios, el hablar desde sí mismo, ese musculoso sufrir y ruidoso gozar, son caballos salvajes en tropel de granizada y su fin determinante es la sucia alcantarilla.


Poesía

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Hablar de nubes. Fernando Rodríguez


Manos frías

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Daniel Samper

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Me pide los papeles me dice jefe ha visto un tipo de camiseta roja yo le digo nadie no he visto a nadie no he visto nada nariz fría nariz mocosa nariz enferma garganta enferma cuerpo enfermo cuerpo cálido cuerpo putrefacto cuerpo insomne cuerpo parasomne cuerpo patasomne borro la letra que sigue la otra letra que me duele la cutícula que se caen las uñas azules ruedan no resbalan atisban se siguen se persiguen se aglutinan en la ceniza atorada en la laringe que juega a hablar muda que juega a que no para y la frente que no la deja que se imagina la coma aquí y la coma allá y sigue con frío saliva seca saliva sigue saliva rueda si sueda rueda ruesa rueda sobre su eje transversal invita la corte sagital la parte de arriba es mía la de abajo no la quiero las esferas no tienen parte de arriba la parte de arriba es la parte que ha quedado arriba la frente sabe que ha perdido en su juego la garganta traga tragarganta navaja feroz los dedos no siguen la voz no pueden seguir la voz la voz canta los dedos cosen con cantos no te abrigas hijo del sol cayéndose de su carro dejando a su padre en la ruina no hay para el desayuno en la casa del sol y el hijo esta triste porque el está ahí y el sol llora por el desayuno que no está y la garganta vuelve a tragar y el resorte retumba estruendoso mesopelágico en el corredor y las paredes son de papel y se oye todo y que donde estaba y que está borracho y que pies mojados y que resfriado como es el resfriado yo tengo gripa resfriado nunca para Para Para La ciudad sufre porque el gigante acomoda su culo a la silla incomoda y que culpa tiene la ciudad de estar en la comisura de la silla pura envidia culpa del gigante culpa mía mea culpa yo no fui no le pegue más aprenda a respetar un escalón dos escalón tres escalón cuatro no cuatro no sabana cojin mordisco saliva saliza salada dulce hilo dulce y mugriento mancha en la almohada no puedo dormir lagrima salada hilo dulce si no quiere estar aquí lárguese dígalo dígalo no lo digo hay que seguir viviendo si se acaba aquí que gracia huecos huecos entre una y otra paran y se agarran las manitos y les da pena y hacen que parezca un hueco no hay hueco no hay nada que decir y seguimos hablando yo sigo hablando a quien le hablamos como esta usted mire no mas como ha crecido y que más de su hija soy tan amable soy tan valioso todos me quieren paro el bus y esta lleno y solo hay un hueco para mi para mi en cuclillas y tiene que haberlo soy necesario soy imprescindible soy soy soy soy salado y la lagrima sigue cayendo y el cojín todavía húmedo y como duele la encía de morder duro y no quiero llorar más y me ahogo y me escapo de la casa a la legión a Argelia Argelia libre ya esta libre y está contenta está contenta si lo más de grande hermosa está ya para que mejor quedarse aquí y seguir escribiendo seguir tragando seguir viendo como se toman la manito.


Silencio Daniel Samper

Poesía

Dos placentas arrastraban sus barrigas húmedas y tibias por el suelo polvoroso de la casa de la vieja partera. El ruido imposible que emitía su reptar purpura y baboso penetraba las baldosas porosas, desgastadas y el yeso descascarado de las paredes; un ruido al que solo se puede hacer justicia describiéndolo como el sonido que emiten un par de placentas que se deslizan a través de una crujiente capa de mugre de la casa de la partera, que se descama lentamente. -No hay llanto-. Dice una. Lo que es la vida.

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Silencio. Fernando Rodríguez


Selección Poemas Cristhian Moreno

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Callan los rotos espejos y los silencios, que antaño dibujaban colores y ruinas entre los edificios, se murieron en mis brazos apuñalados. Traicionero misterio es responsable, aunque trascendente en veneno su puñal sumerge, y en su labio la desgracia esconde. Enterrado de abiertos ojos al horizonte miro y por pena desterrado mi pensamiento vaga fuera de este mundo lejos de la urbe fatigosa, de edificio y firme tierra que ahuyenta ángeles como pasatiempo. Así querida, lejos de usted la vida solo puede pasar, muda ante mis ojos.

ii ¡Y que la vida! (Duradera como suspiro Necesaria como ausente muela) Que creciendo en penas y sollozos Se abre paso en la Capital, Agonizante de porcelánicas fauces Y modos hambrientos y raros discretos, Que a cada esquina Y en silencio dormitando Los llantos, bebidas y desengaños Se prestan presurosos, partidos y prestados ¡Ah! El estertor horrible que desgracia aúlla A la luna ausente, a este día, moribundo Enterrado en pan y pena.


iii Traicionado a luces Un frio cruza la médula Y el cuerpo estremecido Florece ante la verdad: Saber que ya no pondrá Pies en tierra Un gorrión que alimenta su cría Un silencio que espera Un segundo que llegar no espera ¡Ah, y la verdad! Que se asoma tras el cerco Y el barro y su sangre Que nutriendo el húmedo paraje Le da otro color a los cultivos.

iv Entregado al sabor de una noche fría, Parida en el charco vital del crepúsculo, He abierto las ventanas de la habitación Esperando que se sientan bienvenidos. Los destellos mentirosos del sodio Que reside en los faroles Servirán de testigo Como las sabanas blancas Y los amargos versos del festín de los pisos oscuros Que soportan el andar incansable Que sostienen el andar incansable De un servidor que ha visto En aquel espejo bizarro de su alma ¡En tí sombra!, el agudo filo de la Nada.

Poesía

EL HOMBRE MUERTO

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Se llevan los segundos La causa de mis días, Tus ojos en la distancia Alimentan la nostalgia, Carnívora dispuesta al sacrificio Vampiro de cien años Camándula de los recuerdos. El deseo no es fuerte No te traerá el pensamiento. Se llevan los segundos La causa de mis días Se llevan este verso, Las sonrisas muertas de mis muertos segundos.

vi Los pantanos susurran nombres A los astros que arden sordos en el infinito Y aquel festejo de medianoche No sonríe ya, solo gime; Sentir en absoluta impotencia Que la cruz en la oscuridad, Ya no dice: Esperanza o espera No deleita el cantar suave de los violines Se han ido los carmesí, El vital intravenoso es gris hoy, El amor no tiene antónimo Y no responde ni el silencio De los grandes abismos Cuando muere el vigor en los labios.


vii 17:40 El horizonte simula un incontenible sangrar de los cielos, las nubes como manos que bloquean la arteria, se manchan del fluido infierno desatado ante la noche próxima; un continuo desangrar hace del crepúsculo el suspiro último de un día que al no encontrar razón de ser se abrió las venas.

Poesía

viii Another lips Y querer otros labios para lamer, para estrellar las ganas en la concurrencia de un abrazo salvaje entre la multitud que nos estrecha en su bullicio en su alharaca indefinida y borrosa. Porque quiero los tuyos tenerlos en la fantasía me resulta sutil fresco en este desierto de tildes y punto-y-comas al que recurro cuando no estás cuando te has ido yo me ausento… Es tanteo de tu abismo mi sueño asomo pávido que escruta y escudriña la esfinge en rojo y gris. Ya no debo soñarte, cuando no se ama, un beso es inevitable insensatez ay de mí! corrupto inquisidor de tu boca tímido gritón de blasfemias…

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Cuando el alma ensueña Sebastián Leal

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A través de tus suspiros

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En efecto el claro de la lluvia cayó Caminando por las calles de tu voz Encontré aquello que no se puede ver Sé quizás… cuantas lunas has debido pasar Al lado de tu alma que no quiere ni quiso ser mojada ¿Por qué te ahogas en estas lágrimas calladas? A través de tus suspiros naufragan las palabras ¿A dónde irás cuando te acuestas y te vas? ¿Será tal vez… que te encuentras en aquél lugar Donde no hallas con quien suspirar una vez más? Créeme cuando te digo que hoy me has visto soñar Soñé que ibas por los senderos de tu corazón distante Que las hojas escritas en tu dolor andante dormían

A través de tus suspiros. Laura Acero

Dormían mientras venía la lluvia enrojecida Soñé también que me decías cuanto te dolía ver A las estrellas entre dormidas Fue así como vimos juntos el amanecer que se moría Te tomé de la mano que estaba caída y… Mojado, un poco atravesado, te besé todos los suspiros solitarios Y al parecer te habías despertado viendo el rostro De tu ser, de tu ser algo ensoñado Y en un último suspiro te dije al oído: No llores, no te sientas sola, porque me di cuenta Que al parecer no lloramos, no estamos solos, sólo algo locos


Atardecí Temiendo… ser resuelto y encontrado en medio de lo incierto Te desatas como se desatan ciegas las palabras en el viento Mientras se mira con cierta añoranza El crepúsculo en donde se ha de naufragar Claros… algo esparcidos son los pensamientos confundidos En esta hora donde no hay retorno y nos miramos el uno al otro A lo lejos algo cabalga encima de las nubes Y quiere aprender a desaparecer Un sueño, un anhelo rojo desapercibido quiere ser soñado Una estrella nos pregunta si en la tierra el alma no desea más Y de violeta pinté la intuición vestida en tu silueta… Atardecí

Escribiendo sobre hojas muertas Sebastián Leal

El impulso que nos hala Que nos sigue y consume alada la esperanza Siento como caen esta noche una a una las suicidas palabras Y me siento a escuchar el palpitar del viento que se va… Has atravesado un sendero perpendicular Mientras caigo recogiendo recuerdos de un mañana incierto Esta noche quiero ver a las azules aves soñar Mientras nos decimos en silencio auspiciosos secretos Quisiera que viéramos como ven los mares al cielo El tenue crepúsculo a donde se ha de naufragar Y una solitaria estrella nos pregunta a dónde iremos cuando no estemos Quisiera que le pidiéramos un deseo al tiempo Y así escribir sobre hojas muertas para que las lea el viento…

Poesía

Sebastián Leal

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Imagen 4. Eidder Colmenares


Oscuridad de dolor I

II

Como si supiera morir en silencio, entre los instantes que se ocultan dentro de mí. Cada día nace con un pedazo de nuestro tiempo. Es poco. Y algunos lo saben morir. Nacimos con nuestra muerte, cada uno se oscurecerá de dolor. El tiempo muerde un pedazo de corazón que no deja de gemir de intensidad.

A veces la apariencia presta nuestros ojos al exterior, nuestra muerte colectiva que es más nuestra. Los ojos nos escinden el mundo, las sombras nos ocultan fragmentos de eternidad. Y no nos dejan morir mirando la ltuz del mundo.

Ya no puedo escribir vida…

Poesía

Hans Medrano

Hans Medrano

Quiero de la vida sólo no conocerla Ricardo Reis Ya no puedo escribir vida en el momento donde mueren las palabras, donde incluso el momento es mentira. Ya no tengo nada que pueda respirar y sentir, morir. En mis días se ha petrificado el tiempo y se descompone la eternidad sobre mi piel repetida, sobre mis ojos desiertos. Ya no puedo escribir palabra en un tiempo donde caminan todos los ecos errantes.

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A veces hay cosas… Hans Medrano

A veces hay cosas que se apagan y mueren, como si con eso fueran a acabarse, hay silencios fríos que reemplazan una mano que nunca estará; su ojo de hielo, se descascaró, por una mirada inútil.

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Una luz no alcanza lo necesario, Ni un ángel nos acompaña con las muertes finalizadas.

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Nada termina excepto para nosotros.

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De repente, el dolor se separó del dolor como una costra y no hubo más –por ahora.

Todas las cosas murieron sin alas, sin tocar el cielo, la piedra del aire que respira el suelo y sus abismos.

Desperté de antes y nada estaba dormido solamente habían días, ninguna eternidad.

El abismo es un cielo enterrado.

Obsequié mi mano de nuevo, como una carta escrita después de haberla entregado… todo ocurrió ante mis ojos. Y en la noche, la corteza de silencio me recibió como un mundo enterrado que me destierra de mi profundidad.

Sepultaron con arena los días hechos sin horas, la oscuridad inasible de una muerte despierta entre alas regadas que nunca conocieron aire. Todas las cosas murieron descuartizando su tiempo, su espacio puesto sobre otro. Una voz aconteció rápidamente arando todos los caminos repentinos.


Promesa Camilo Bonilla

El amanecer es un terror, En él se encuentra la vida sin aire, la pasión sin sangre y sin sexo. El sabor metálico de no comer. Mientras tanto se hacen promesas por cada segundo.

En esta ciudad, el atardecer es una prenda: A las 6:08 p.m., todos tienen un bello color. Es la agonía del día que nos bendice Y nos trae la noche con su esplendor. Mientras tanto las promesas me reclaman como falso. Un poco de fe, Marchita entre las hojas de los libros, Sirve para destripar el tiempo, para matarlo. La media noche cae con su postrera hora; Se culmina el fraseo de la locura Y abre sueños el silencio de la carne. Todas las promesas han sido rotas, Sin embargo, una persiste: “A las 6:08 p.m., todos tienen un bello color”. Pensaré en todos, pensaré en esta ciudad. Ahora sé cual rostro imaginaré en las mañanas.

Poesía

No sé aún en qué rostro pensaré en la mañana. Hay aire que se lleva todo, Algo que desvanece hasta lo que hierve, Que consume el corazón en el humovw. Mientras tanto haré una promesa por cada minuto.

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El columpio Sebastián Paco

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Estoy sentado sobre un columpio Éste se mueve de un lado a otro A veces uno toma una decisión Después se rectifica y dice no ¿Por qué me columpio con incertidumbre?

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Imagen 5. Eidder Colmenares


Sebastián Paco

1, 2, 3 por mi papá Que está al lado del árbol, Donde él saca madera Y yo saco las hojas. 1, 2, 3 por mi mamá Que como dios Está en todos los lados, Hasta en el pensamiento. 1, 2, 3 por Alejandro Que le gusta tanto el salmón… escucha sus canciones Y recorre su camino. 1, 2, 3 por Andrés Que como buen humanista Con sus manos Hace varias cosas ¿Y mi hermanita? No la encuentro Llevo mucho tiempo buscándola… Por lo visto la muerte es un buen escondite.

Haikus Sebastián Paco

“Cuando la pluma descansa sobre la hoja sueña un pájaro” “Una gota grita: ¿Quién soy? ¿De dónde vengo? El mar responde”. “Las miradas son delicadas arañas que tejen mundos” “La vida es hilo de capullos soñados somos oruga la muerte es mariposa volamos hacia la luz”

Poesía

Sin ser vista

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Autores

Francisco Enríquez, 38 años Nació en la caótica y sobrepoblada Ciudad de México la tarde del 19 de junio de 1975. Su vida fue trivialmente feliz durante su niñez, hasta que llegó a la adolescencia y terminó la preparatoria. Después de ser rechazado sin explicación alguna de la UNAM, de la carrera de diseño gráfico, con el fin de hacer algo más o menos interesante y no estar de ocioso dentro de su hogar, en 1994 decidió estudiar fotografía profesional en la escuela Ansel Adams. Felipe Cardona, 23 años Soy comunicador social y periodista de la Universidad Externado. Mis intereses son la literatura, la música (en especial el blues), la filosofía y la historia. Actualmente trabajo como free lance haciendo trabajos de redacción e ilustración. También colaboro en la producción de podcasts y reseñas de blues en el blog DistritoBluesRock.Blogspot.com. Pablo Rátiva Estudiante de literatura , Universidad Nacional de Colombia. mastloc@gmail.com Pablo Nausa, 26 años Nació el primero de septiembre de 1987 en la ciudad de Sogamoso. Hasta los dieciocho años vivió en dicha ciudad, y en el 2006 viajó a Bogotá, donde se radicó y comenzó sus estudios en español y filología clásica en la universidad Nacional de Colombia. Actualmente sigue como estudiante activo en la mencionada universidad. pablo_nausa_@hotmail.com

Cristian Moreno Estudiante de Filosofía, Universidad Nacional de Colombia. strangehardbunny@gmail.com Jonathan Alexander España Eraso, 29 años (Pasto, 1984). Egresado de Filosofía y Letras de la Universidad de Nariño. Finalista del Certamen Internacional de Cuento de la REVISTA SESAM “Jorge Luis Borges. 2007”; primer finalista en el 5o y 7o Certamen Internacional de Relato breve “La lectora impaciente” (ediciones 2008 y 2010). Finalista del I Certamen de Relato Corto Antón Chejov, organizado por el diario online El Librepensador y la revista Letras (Fuengirola, ISSN: 1989-4198). Finalista en el Concurso Nacional de Minicuento 200 ANOS, 200 PALABRAS (2010), organizado por RELATA y el Área Cultural del Banco de la República de Cúcuta. Mención de honor en el Concurso Nacional de Cuento (2010), organizado por la Cámara de Comercio de Montería y el grupo de arte y literatura El Túnel. Cofundador y coeditor de la Revista Cultural Avatares, editada en Pasto, Nariño. Edgar Hans Medrano Mora Estudiante de últimos semestres de Literatura de la Universidad Nacional de Colombia. Ha publicado un poemario en el año 2009: Espejos y caminos/Al margen. También ha publicado sus textos en revistas de índole universitario como Phoenix de la Universidad Nacional y Gavia de la Universidad Distrital.

Sebastián Camilo Leal Daza Soy Estudiante de séptimo semestre de la carrera de Filología e Idiomas-Francés, de la Universidad Nacional de Colombia sede Bogotá. He trabajado y hecho publicaciones para la revista estudiantil Anonyma de la Facultad de Ciencias Humanas. José P. Serrato, 26 años (Ciudad de México, 1987) Egresado de la carrera de derecho de la UNAM, participa en la promoción y defensa de derechos humanos en el Centro de Derechos Humanos Fray Francisco de Vitoria. Actualmente cursa estudios de Filosofía y Creación literaria. Ha participado en diversos encuentros nacionales de filosofía y literatura. Poemas suyos han sido publicados en las revistas Palabrijes, La hoja de arena y Rojo siena. Francisco Enríquez Muñoz (México, D.F., 1975) Escritor, dibujante, fotógrafo, pornólogo, cinéfago.Director de la editorial “Tacos de la Esquina”. Creador del fallido cómic-fanzine Monstruos, Duendes y Hechiceros.Autor de dos novelas publicadas: “Los héroes ya no tienen lugar” (Editorial Arcángel, México, 2000) y “¡Clang!” (Editorial Ananké, México, 2001). Richard Salamanca, 25 años (Bogotá, 1988). Dijo alguna vez que una breve reseña biobibliográfica a estas alturas de la vida resulta verdaderamente un aporte inestimable al montón de vidas anónimas que se caracte-

rizan por darse cuenta de que se tiene una vida aun más corta a la hora de contarla. Pero finalmente digamos que tengo 22 años y que actualmente me encuentro cursando decimo semestre de Estudios Literarios en la Universidad Nacional de Colombia y pues espero con todas las ganas poder terminar el proceso para acceder a la Maestría de Escrituras Creativas el año que viene. Alguna vez fui publicado en la revista objeto de esta convocatoria. No hago alarde de premios o convocatorias, pues es cierto también que envío poco de lo que escribo a concursos. Dijo que espera para sus escritos lectores empíricos, aunque da la bienvenida al lector modelo, el ideal. No compone versos y escribe de forma fragmentada. Daniel Samper, 19 años Bogotano, ni alto ni bajito, más bien gordo.Estudiante de psicología. tTres hermanos, dos muertos, complicación en el parto. Vive con mamá, papá, hermana. Fabián Becerra González, 25 años (Bogotá, 1988). Estudiante de Literatura Universidad Nacional de Colombia. Integrante del comité editorial de la revista literaria Gavia. Colaborador de la revista estudiantil de ciencias sociales Jícara (Universidad Distrital Francisco José de Caldas). Finalista XI Concurso Nacional de Ortografía Casa Editorial El Tiempo (2006).


María Ocando, 26 años (Maracaibo, Venezuela, 1987). Es Licenciada en Periodismo Impreso por la Universidad Rafael Belloso Chacín (URBE), y en Educación en Idiomas Modernos por la Universidad del Zulia (LUZ). Ha publicado los textos Entiendan, caballeros en Rapsoda Magazine, El Otro Lado del Porche y Tres textos en la Revista Electrónica Letralia, Sal en sus libros en la Revista Literaria Narrativas y obtuvo el 2º lugar de Cuento en el concurso La Grapa Literaria de la Escuela de Letras de la Universidad del Zulia, con el cuento Logramos Salvar a Todos. Eduard Esteban Moreno Trujillo, 27 años Nació el 21 de Febrero de 1986, es Licenciado en Ciencias Sociales de la Universidad Pedagógica Nacional, se desempeña como docente de Básica Secundaria en las áreas de Ciencias Sociales y Filosofía, actualmente adelanta estudios de Maestría en Historia en la Universidad de los Andes. En sus momentos de ocio escribe poesía, cuentos y ha escrito dos novelas, aún no publicadas. Sebastían Paco Profesional en estudios literarios de la Universidad Nacional de Colombia. Se encuentra cursando la maestría en estudios literarios en la misma universidad. Camila Bordamalo Escritora y traductora del alemán, egresada de la Universidad Nacional de Colombia, autora del libro de cuento corto “Perros

en el cielo”. Ocasionalmente ilustradora y asidua blogera publica crónicas de viaje para escribir algo más aparte de micro relatos. Actualmente trabaja como escritora fantasma. jinmeo@gmail.com Laura Acero Profesional en estudios literarios de la Universidad Nacional de Colombia gabrielgale.laura@gmail.com Julio Villa Estudiante de Diseño Gráfico de la Universidad Nacional de Colombia www.flickr.com/photos/juuldevil/ Fernando Rodríguez Estudiante de Diseño Gráfico de la Universidad Nacional de Colombia faurodz@gmail.com Eidder Colmenares ecolmena3@hotmail.com Camilo Bonilla


La presente publicación es producto del trabajo del grupo Rilttaura, del Departamento de Estudios Literarios de la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Nacional de Colombia, Sede Bogotá, y se terminó de imprimir en las instalaciones de GRACOM Gráficas Comerciales, Ubicada en la Ciudad de Bogotá, Colombia, en la Carrera 69K N° 70-76, al mes de septiembre de 2013. El tiraje es de 300 ejemplares en papel Bond de 90 gramos. Las fuentes tipográficas utilizadas, Chaparral Pro, Didot, Baskerville, Fedra Sans std, Meta Pro, Oil Can en puntajes 45, 13, 12, 10, 9, 8, 5 y 7.


El enfoque de la revista es la creación sin ningún precepto a priori, por eso cada número es con temática libre. El modo de editar la revista es: revisar los textos recibidos, se seleccionan, y se corrigen según los criterios estéticos del grupo editorial. Cuando se tienen los textos seleccionados se le pide la ilustración, o el dibujo de cada texto a un diseñador colaborador de la revista. El objetivo de la ilustración del texto es la comunicación entre la parte escrita y la parte visual en la revista.



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