UNContexto - Publicación estudiantil de la Universidad Nacional de Colombia - Sede Bogotá nro. 16

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Bogotá / Número 16 /junio 2009

Publicación de los estudiantes de la Universidad Nacional de Colombia, sede Bogotá

La estigmatización

del estudiante

de la universidad pública

se menciona la u . pública, se crea en la mente de las personas la idea de tira piedra, guerrillero, desadaptado y rebelde. Esta estigmatización del estudiante de la u. pública aísla la opinión estudiantil de temas sensibles relacionados con lo económico, lo cultural, lo político y lo social. C a d a vez q u e

+ en página 3 I l u s t r a : O scar A lejandro Ríos S.

In v e s t ig a c ió n

A rte y cultura

D e p u e rta s a f u e r a

La mujer y el cine

El grafiti: entre lo cotidiano, lo urbano y lo efímero

Al séptimo día alguien nos dio la lluvia y luego el rock'n roll y vio que no estaba bien

C O l O m b i a n O Primera parte

F o t o g r a m a de Bajo el cielo anlioqueño (1925)

I l u s t r a : Julián A ndrés Cedeño

F o t o : Ingrid Paola B onilla R.

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Publicación de los estudiantes de la Universidad Nacional de Colombia, sede Bogotá

ISSN 1900-3943 Número 16 / junio 2009 http://wzvw. unal.edu. co/con texto contexto@unal.edu.co Comité Editorial Ingrid Paola Bonilla Rodríguez F a r m a c ia

Oscar Eduardo A rias Patiño E s t u d i a n t e U.N. O scar Alejandro Ríos Serrano A

r q u it e c t u r a

M iguel Ángel O rtiz Fernández E c o n o m ía

Jhan Cam ilo Pulido Rodríguez E c o n o m ía

W. Andrés Sánchez M. M

e d ic in a

Colaboradores Juan Alberto Rodríguez Méndez H

is t o r ia

Fabio Ram írez S o c io l o g ía

John Alexander Castro Lozano S o c io l o g ía

Yesid Gerardo Romero Heredia C

ie n c ia

P o l ít ic a

Juan Carlos Merchán F il o l o g ía

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I d io m a s - I n g l é s

Editora Andrea Vergara G. A

r t is t a

en

P

l á s t ic a

E s t u d io s L

- P r o f e s io n a l

it e r a r io s

Corrección de estilo C o m i t é E d i t o r i a l conT E X T O

Ilustraciones O scar Alejandro Ríos Serrano Julián Andrés Cedeño

Fotografías Ingrid Paola Bonilla Rodríguez O scar Alejandro Ríos Serrano Andrea Vergara G.

Diagramación Cristian León B.

U N IV ERSID A D

SKf NACIONAL DE C O LO M BIA

SEDE

B O G O T A

D IR E C C IÓ N DE BIEN ESTA R U N IV ER SIT A R IO

PROGRAMA GESTIÓN DE PROYECTOS Esta es una p u b licación realizada por estu d ian tes de la U niversidad N acion al de Colom bia, con autonom ía ed itorial e in depen den cia de la ad m in istración de la U n iversidad. Los artícu lo s son de respon sabilid ad in d iv id u al del autor, del com ité ed itorial y del taller de period ism o. El apoyo econ óm ico y la ad m in istració n de los recu rsos del proyecto están a cargo de:

Coordinación administrativa Program a Gestión de Proyectos

Editorial Á

Estigmatización del estudiante de la u. pública A l t r a t a r e l t e m a de la estigm atización de los estudiantes de las universidades públicas en Colombia, encontramos toda una cam pa­ ña de acusaciones y desprestigio por parte del gobierno nacional como medio para aislar las múltiples críticas que, desde nuestras aulas, se están realizando. Esta discrim inación tiene como fin la marginación de todo movi­ miento o toda crítica que esté en desacuerdo con las políticas gubernam entales, a partir de una campaña mediática de desprestigio y se­ ñalam ientos, argumentada con los supuestos nexos de las organizaciones estudiantiles con las guerrillas de izquierda que están al m ar­ gen de la ley. Es increíble ver cómo los noticieros de los canales privados, en su afán de m ostrar no­ ticias, agreden con sus com entarios a toda la comunidad académica y de paso, nos estig­ matizan como "encapuchados terroristas". Frente a las diferentes actividades académicas que se realizan en las universidades públicas, estos noticieros prefieren dar cobertura a los disturbios que se generan y m ostrarnos ante la opinión pública como "desadaptados, anti­ sociales". Sabem os que ante el hecho de una pedrea se tiene que dar una cobertura noticio­ sa, pero, ¿por qué no se m uestran los logros en investigación que han alcanzado nuestras universidades públicas? No es un secreto que estos medios de cc municación están parcializados hacia el gobierno, y que estos cubrim ientos y notas lo benefician, porque generan en la opinión pública una im a­ gen negativa de los estudiantes y de paso van aislando a la comunidad académica del debate nacional. Ante estas acusaciones, las personas reaccionan interiorizándolas y las repiten con un sentim iento de odio motivado por dichos com entarios, a pesar de desconocer la realidad de la universidad pública. Cada vez que se menciona la u. pública, se crea en la mente de las personas la idea de tira piedra, guerrillero, desadaptado y rebelde. Esta exclusión del estudiante de la u. pública aísla la opinión estudiantil de temas sensibles relacionados con lo económico, lo cultural, lo político y lo social. Este panorama de estigm atizar al movim iento estudiantil y a la universidad pública no es nuevo, viene dándose desde hace décadas como m edio para m arginar o excluir la opinión de los estudiantes universitarios de un contexto nacional. Históricam ente, la u. pública se ha caracterizado por mantener una posición crítica y propositiva frente a los acontecimientos políticos, científicos y sociales que se generan en el país, posición que crea ciertas molestias en la clase dirigente y en los gobiernos de turno. Siempre se ha recurrido a este ente de poder para acusar a los diferentes m ovim ientos estudiantiles, que se han creado y participado en nuestras universidades públicas, de sim patizantes y auxiliadores de grupos al margen de la ley. La más reciente acusación fue la realizada

F o t o : Ingrid P. Bonilla y O scar A. Ríos.

B ien v e n id a a lo s e st u d ia n t e s

en la entrada

de la 26. el 9 de septiem bre de 2008 por la senadora G ina Parody. Durante su intervención le m os­ tró al Senado de la República unos videos que circulaban por "Youtube", en los que unos encapuchados intervienen en una reunión de bienvenida a los nuevos estudiantes de la Universidad Distrital. A partir de esto se ha desatado una campaña m ediática que ha ori­ ginado toda una ola de estigm atización de las universidades públicas, pretendiendo mos­ trarlas como escenario abierto al proselitismo de grupos al margen de la ley con fines de adoctrinam iento y reclutamiento. Ahora, para poder estigm atizar a un grupo o persona se necesita tener poder. En este caso, el poder ha sido ejercido por los gobiernos de turno, y con este han podido estigm atizar a todo grupo que esté en contra de sus políticas, por eso no es raro oír en las declaraciones del gobierno que algunos miembros de la oposi­ ción tienen nexos con grupos subversivos. Con esto se va estigm atizando a la oposición polí­ tica como auxiliadores de la guerrilla y con la mism a táctica se ha atacado a los movimientos estudiantiles. Ante este panorama que se está viviendo en los cam pus de las universidades públicas, la presente edición de conTEXTO está orientada al tema de la estigm atización de sus estudian­ tes. Así pretendemos dar a conocer cómo se ha originado dicha cam paña estigmatizadora y cómo ha afectado la imagen de estos estudian­ tes ante la sociedad colombiana. Ya para terminar, es preciso analizar este problema y com enzar a estudiarlo desde nuestras aulas, e iniciar toda una campaña mediante la unión del estudiantado para hacer frente a estas acusaciones con el quehacer aca­ démico, con investigaciones y un ejercicio verdadero de la academia, sin dejar de lado el espíritu crítico-propositivo que ha caracteriza­ do a nuestras universidades públicas. 13


www.unal.edu.co/contexto

Informe especial

[3

Entre voces y capuchas: Las máscaras de la libertad [testimonios] Por J u a n

A lb e r to R o d ríg u e z M én d ez

H is to ria ,

IV

S e m e stre

jarod rig u ezm e@ u n al.ed u . co L a h i s t o r i a d e l o s m o v i m i e n t o s estudiantiles en Colombia ha estado vinculada desde sus inicios a los movimientos obreros y cam pesi­ nos. La plataforma política de los mismos, ha sido la plataforma política de la lucha de estos dos sectores. Por un lado, trabajaron en ám ­ bitos específicos de importancia trascendente para la historia del país en el siglo XX: la re­ flexión acerca de las Reformas agrarias; los problemas asociados al sector salud desde las instancias de cobertura y calidad en la pres­ tación de servicios; las reformas laborales a la seguridad social, y por otro lado, la lucha p o­ lítica específica de reconocim iento de la voz

Contenido

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I n f o r m e e s p e c ia l

La estigmatización del estudiante de la universidad pública F o t o : Taller do crónic,

3 5

Entre voces y capuchas: las máscaras de la libertad [testimonios] En la plaza In v e s t ig a c ió n

6

La mujer y el cine colombiano Primera parte A rte y cu ltu ra

8

El grafiti: entre lo cotidiano, lo urbano y lo efímero

9

Un amigo de ojos grandes

P a la b rA rte

10

El invierno es un chico loco que no conoce la primavera (ni por el nombre siquiera) y que antes de morir, en sus desvarios, descubre el amor

11

La rutina de los muertos

12

D e p u e rta s a f u e r a Al séptimo día, alguien nos dio la lluvia y luego el rock'n roll, y vio que no estaba bien

13

La grandeza de los llamados pequeños oficios

14

G r u p o s d e t r a b a jo D epo rtes

15

12121 Aproximación a las agrupaciones y seguidores en el fútbol M e d io A m b ie n te

16

La Comarca: historia de una fogata

R o s tro s y m á sca ra s,

parte de la realidad colombiana.

de los estudiantes de las universidades esta­ tales como un vehículo y medio de profunda reflexión social. Tal vez, el hecho mismo de encontrar en ellos una agenda de trabajo vinculada a estos sectores de la población colombiana, puede hacer ver que sus m anifestaciones no se hacen desde unas necesidades particulares de la población estudiantil; las m anifestaciones in­ ternas de los centros académicos responden de cierta manera a este abordaje de las situa­ ciones, pero las m anifestaciones que se hacen públicas en los espacios públicos de las ciuda­ des del país, m ovilizan desde otras dinámicas: los problemas centrales que aquejan a la po­ blación nacional en general. Para Nicolás Escallón, profesor asociado de la Universidad Nacional de Colombia y quien estuvo vinculado durante varios años a la línea de investigación 'Estilos de Vida saludable' del Centro de Estudios Sociales y a los movi­ mientos estudiantiles de los años sesenta, "el movimiento estudiantil actual está vincula­ do a otras dinám icas sociales que se inscriben más en el hecho de un reconocim iento políti­ co de los estudiantes como fuerza nacional y actor de la dinám ica interna, que a verdaderos proyectos políticos en las universidades, con perspectivas nacionales". El profesor Escallón mira con cierta nostalgia la forma de reflexio­ nar el país en un momento crucial del juego de la democracia colombiana, cuando pare­ ce que las instituciones sufren serios embates en su autonomía. Los movimientos vividos en su época estudiantil tenían otra razón de ser ya que era el reflorecim iento de los m is­ mos, sobretodo después de la muerte, en 1971, de Jaim e Arenas, estudiante de la Facultad de Ingeniería Industrial de la Universidad Industrial de Santander en los años sesenta, en

extrañas circunstancias, "cuyo recorrido por la historia de los movimientos deja como lega­ do la sensación de muerte de los movimientos estudiantiles vinculados a las acciones gue­ rrilleras". Jaim e Arenas se convierte en hito dentro de la historia de los movimientos estu­ diantiles por su vinculación al ELN y no sólo eso, sino por su huida y posterior vinculación al Estado junto con Luis Carlos Galán, como lo expusiera el historiador santandereano Alvaro Acevedo Tarazona. Jaime Arenas y el ELN, escriben de cierta manera, un bando en esta guerra de múltiples actores. En Colombia, el movimiento estudiantil está ligado, de una manera hasta cierto punto romántica, con las expresiones políticas de vi­ gencia y coyuntura, con la necesidad de airear las consignas y cánticos y que tales m anifesta­ ciones se hagan de conocim iento general. De aquí la importancia de reconocer, en un país como Colombia, la historia de las dinám icas sociales y de las mentalidades asociadas a la guerra que se vive desde hace más de 50 años. "E n un mundo donde los matices parecen no estar permitidos", como aseguran algu­ nos estudiantes de la Universidad Nacional de Colombia, donde las situaciones necesitan de actores que se identifiquen en blanco y negro, los estudiantes son vistos desde la reflexión de lo negro: son aquellos quienes pintan paredes (tal vez porque allí encuentran un espacio para que las ideas fluyan al resto de la población), los que dañan vitrinas, los que se encapu­ chan (tal vez porque es la forma más certera de expresar opiniones y no encontrar represa­ lias). Y esta es la historia de la libertad y de sus máscaras. "Es la única forma de hacer valer la pala­ bra. De hacerse escuchar. Es más fácil así que hacer parte de los 25.000 desaparecidos que ha Continúa en la página siguiente


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Informe especial

habido por causa de sus posiciones y por m os­ trar su cara al hablar de las cosas con las que no están de acuerdo dentro del sistem a" expone con gran fuerza Carolina Villam il, estudiante de la Facultad de M edicina de la Universidad Nacional de Colombia, en Bogotá. La historia de los movimientos estudiantiles ha dejado para ellos la experiencia perm anen­ te de la necesidad de encontrar no sólo los espacios propicios para arengar, reflexionar, denunciar y proponer, sino de la cantidad de estudiantes que por sus voces y rostros han sido intim idados o desaparecidos. La historia de los movimientos parece ser la historia de los desaparecidos y esta misma, la historia de los encapuchados. El hecho mismo de la persecución propo­ ne la necesidad de establecer m ecanism os de mim etización: la capucha es uno de ellos cuando las condiciones para la expresión popular no están garantizadas: "debemos em ­ pezar por respetarlas. Lo que vemos es que en este país no se respeta la libre opinión, la libre expresión de las ideas. Si alguno de estos mu­ chachos que se paran en una plaza a gritar o a hablar o a hacer sus grafitos, sin usar la ca­ pucha, probablemente estarían pasando por situaciones de riesgo dadas las condiciones del actual conflicto interno en el país", plan­ tea Andrés Bello, estudiante de la Facultad de Ciencias Humanas. Recorrer la historia de los movimientos sociales y de las capuchas como elemento sim bólico de la misma es recorrer la h isto­ ria del siglo XX. En Colombia, la Universidad Industrial de Santander, la Universidad de Antioquia, la Universidad del Valle, la Nacional en todas sus sedes, la del Tolima, Pamplona, Atlántico, Córdoba, son institucio­ nes académicas que han escrito la impronta de la m anifestación, la reflexión y la proposi­ ción desde hace más de medio siglo. Son los entes institucionales donde se aloja la educa­ ción de calidad del país, al ser 'garantizada por el estado'. Las garantías de una sociedad moderna, democrática, en un Estado Social de Derecho, están no sólo vinculadas a la sensa­ ción de seguridad generalizada y a la acción de las dinám icas de las Fuerzas Arm adas y de Policía, o a la garantía de la educación, la salud y la seguridad social en general. Recaen, mayormente, en la garantía de la representatividad legítim a de su Congreso y sobretodo en el uso libre de las ideas, en la expresión de las mismas, en que el proselitism o político no atente contra las leyes y en la necesidad de entender la reflexión de esas ideas por parte de las naciones, garantizando la voz de cada uno de sus ciudadanos; esto no debe conducir a la violencia de las voces y a la existencia de las capuchas como elemento que oculte la re­ flexión de las m ism as y exponga el miedo de las razones. El cubrim iento mediático de las últim as se­ m anas en Colombia sobre la representación de los estudiantes encapuchados en la Universidad D istrital de Bogotá y la toma de posición ex­ presada por la senadora Gina Parody, pone de relieve una situación y un elemento inm ediatista que ha estado vigente en la construcción de la opinión en Colombia: "L os encapucha­ dos dentro de las universidades, si quieren debatir, tienen que levantarse esas capuchas. Era predecible que, llegando a la com andancia de las FARC, Alfonso Cano iba a pasar de una guerrilla campesina a una guerrilla urbana,

Número 16 - junio 2009

infiltrándose en las universidades. ¿Qué hizo? Estaban ya dando sus pasos desde el 2000 con la creación del Movimiento Bolivariano para la Nueva Colombia. Ese movimiento, hoy en día es el eje político y m ilitar en las ciudades y en las universidades lo han denominado 'M ovim iento Bolivariano Juvenil por la Nueva Colombia'. Si en Colombia queremos dar un de­ bate abierto, democrático y quieren convencer a las personas lo tienen que hacer de manera abierta, sin capucha. Hoy en día, en Bogotá se están reclutando en las universidades. Se está reclutando y amenazando al estudiantado con capuchas. Ni Lenin, ni Mao, ni el Che, hicieron esos debates con capucha.", expone la senado­ ra ante los medios de com unicación nacional, en un momento en el que tales circunstancias se presentan al país como algo novedoso. Es la nueva forma de los grupos al margen de la ley de hacer ver una fase diferente del conflicto. "A m í me parece que eso no es nuevo. Yo siempre he creído que esto es 'pan y circo' y siempre que hay algo grande se esconde detrás de una represión a algo un poco más peque­ ño. Yo siempre he creído que cuando hay un problema grande contra el Presidente, sacan a cualquier señorita de la m ontaña (haciendo re­ ferencia a Ingrid Betancourt). Con esa cortina de humo se cubre una cantidad de cosas. Aquí pues es lo mismo. Hay una manifestación. Hay una cantidad de opiniones encontra­ das, y cuando la cosa está como cambiando de rumbo, se va en contra de las personas que hacen las m anifestaciones. Igual siempre es una pequeña cantidad de gente. No creo que un muchacho tenga m ucha gente, pero esa represión que se hace a nivel micro, de al­ guna manera esconde, problem as mayores. Siempre se ha visto. Esas represiones a nivel micro están escondiendo algo más. No me pa­ rece para nada nuevo el hecho que reprim an a los estudiantes y a la gente en general", agre­ ga David Rodríguez, estudiante de la Facultad

L a s m a n ife s ta c io n e s

de Ciencias Humanas luego de conocer las de­ claraciones de la Senadora del Partido de la U: "Yo siempre he creído que en la Universidad existe más gente que se encapucha que la de la m ism a guerrilla. ¿Quién le dice a uno que no es gente del Gobierno que está creando una chispita para ellos mismos venir a apagarla? El encapuchado puede ser cualquiera. La ver­ dad no sería para nada raro. El hecho de que el cuatro de febrero hay una m archa contra la violencia y term ina desvirtuándose por cues­ tión de medios y dem ás... y pu m ... ya ve, golpe de las fuerzas y cayó uno de los cabeci­ llas. La gente no ve que es un asesinato. No. Es una persona contra la que todos queremos ir. Todos queríamos matarlo. Se generó esa opi­ nión, es impresionante. Y tiene que ser justo antes de la de m arzo porque ahí puede haber un choque de op inión... Hay un problema en la Corte, el Presidente tiene que testificar, y pu m ... liberaron a una señora y de un m o­ mento a otro, una sola liberación vale más que los mil desplazados, que los desemplea­ dos. Empieza a ponerse como una jerarquía de quien vale más. Vale más un secuestrado que una persona desplazada o que alguien que se muere de hambre en las calles. Rodrigo Pritmi escribe sobre la 'asimetría moral' y dice que al parecer, una persona tiene más valor que otra por la situación en la que está o un crim en tiene más valor que otro depende de quién lo cometa. Son cosas que uno no conoce. Detrás de una capucha puede estar cualquiera. Hasta una corbata puede estar detrás". Las infiltraciones de las que habla la senado­ ra Parody hacen referencia a la exposición de ideas que un grupo de estudiantes encapucha­ dos m anifestó en la Universidad Distrital de Bogotá, en una reunión de bienvenida de 'pri­ m íparas' y que la opinión pública colombiana ha cuestionado los últimos días: "H oy esta­ mos presentes para decirles a todos ustedes que tenemos que combatir el param ilitarism o

garantizan un espacio de expresión.


E£¡3I¡9Pr infiltrado en la universidad, param ilitarism o que se hace llam ar representación estudiantil. Ellos no son representación estudiantil, son ilegítimos". "N osotros no somos terroristas como nos hace ver el estado... y aquí solo se crean m a­ fias. Mafias en el Palacio de Nariño, esa sí es una mafia. Una mafia que atenta contra todos nosotros. Esto va contra nuestros intereses. Q uieren hacer ver que este país está bien pero nunca se preguntan cuánto desempleo hay en este país"... "Compañeros, hoy nosotros esta­ mos presentes recordando a esos camaradas caídos, también estamos recordando a los ca­ maradas Raúl Reyes, Iván Ríos, muertos por el régimen, muertos impunemente. Hicieron una masacre. Este régim en no perdona ni si­ quiera las fronteras", muestra un video de Caracol Noticias disponible en www.youtube. com y que se ubica con el nombre Universidad Distrital, video que ha circulado en los m e­ dios ante las denuncias de la senadora y en el cual un supuesto estudiante guerrillero de las FARC, arenga e invita a los estudiantes a hacer parte del proceso m ilitar llevado por este grupo al margen de la ley. Para otros estudiantes como Julián Vivas de la Facultad de Ciencias Económicas y Administrativas: "L a razón, por ejemplo, que usa la senadora muestra de manera descontextualizada el video de la universidad. Ella comentaba entonces que revolucionarios como el Che nunca habían usado la capucha y con­ tradictoriamente cosas que uno ve es que estos personajes que han sido revoluciona­ rios históricos, sí vivieron mucho tiempo en la clandestinidad, que es aún peor que usar una capucha porque es vivir por fuera de una so­ ciedad durante muchos años. Entonces esas contradicciones frente al derecho de la liber­ tad de expresión y de pensam iento se han producido a lo largo de la historia. En últimas, esto lo que hace es m ostrar la degradación del conflicto colombiano, la necesidad que tienen muchas personas de enm ascararse para poder expresar lo que piensan. Ya que eso se vuelva una estrategia de imposición de pensamiento... Digam os que también sería una forma de aten­ tado contra la libertad de pensamiento. No se justifica que personas que usan capucha atenten contra los que pueden pensar diferente. Desde que no se atente contra integridad física y moral de cada persona, el uso de la capucha es totalm ente justificado dadas las condiciones del país. No debería ser así, pero esas son las condiciones y esa es la forma como este país funciona". Las opiniones de algunos estudiantes de la Universidad Nacional, Alma Mater de la na­ ción colombiana, perm iten entender entonces que los mismos estudiantes participan en los levantamientos a voz pacífica, y que a algunos -co m o le sucede a un estudiante anónim o de Ciencia Política, quien argum enta que son los mismos medios quienes nos crean el desarro­ llo de las ideas-, el hecho de la mitificación de la capucha les genera una opinión contraria a la que se esperaría: "N o opino al respecto por­ que es opinar frente a propuestas de medios y coyunturas. El hecho de no opinar es tam ­ bién un a forma de opinar creo yo y la sociedad colombiana no reconoce estas formas de ex­ presión". Formas de expresión a las que todos los habitantes de un país como Colombia pare­ cen renunciar porque el no expresarlas resulta la forma más sana de vivir. l9

www. unal. edu. co/contexto

En la plaza Por A

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m avergarag® u nal.edu.co En l a p l a z a , p a n c a r t a s . Todas de diferentes tamaños, colores y mensajes pero todas para ser leídas ahí, en ese preciso momento. Estábamos a un costado, Miguel, Jaim e con una amiga, W illiam y yo. Hacía poco más de dos horas nos habíamos encontrado en la entrada de la 26 de la Universidad Nacional. Por un error de información, la m archa había salido una hora antes dejando alguna que otra gente por ahí: en las escaleras, a la entrada, en la calle. Empezamos nuestro camino: nuestra marcha al encuentro de La Marcha. Atravesamos la 30 casi sin darnos cuenta. Entre Vivir para contarla, los sucesos del día anterior, la vida y el lanzam iento de la biografía autorizada de Gabo, nos topamos con la Carrera 13 y su 'Hotel de Lujo', con sus alm acenes de grecas, con su universidad, con sus mujeres apostadas a uno y otro lado de la calle, y con un par de viejos sentados al interior de una cafetería. Testigos diarios de la vida. Nosotros, coleccionadores de imágenes, acolitábamos a Jaim e con su proyecto de crónica. "Este tramo es mío". A la altura de la 19 cambiam os el rum bo en busca de la Séptima. W illiam se perdía entre la gente, entre las ventas de discos piratas y entre la comida de paquete (fue el anuncio de lo que sucedería más adelante ya con la cámara en mano o en la Plaza, cuando fuim os cuatro en lugar de cinco. Después encontraría un mensaje suyo, explicando lo sucedido). En la esquina, W illiam disfrutaba el fin de su Chocoramo mientras nosotros tomábamos fotos y veíamos cómo dos gorras eran zafadas de las cabezas de dos mujeres policías: el fetichism o también existe en la protesta. Nos quedamos allí un poco. Tiempo suficiente para reconocer el olor del aerosol mezclado con el aceite caliente de un puesto ambulante de chicharrón y papas. Saqué mi cámara y ahí empezó la mirada a través de las miradas: jóvenes en los que se presentía la reacción; mujeres y hombres unidos a la voz de la protesta aunque los motivos fueran otros (cualquier oportunidad es válida); m ilitantes de la vieja guardia atendiendo, desde la comodidad de unas sillas en un restaurante inform al de un segundo piso, al llamado de los otros; los del momento, en la calle, rodeados por admiradores, oportunistas o voyeristas. Jaim e reclam ó su derecho a la cámara y se perdió entre cabezas, pancartas, m aletines y gorras. Después tendríam os el recuerdo solidificado en algunas fotos, en cam isetas am arillas y en su candidatura en el volante inserto en un diario. Ya repasados, los unos a los otros, continuamos la marcha entre carteles que protestaban por el Upac, por los corteros, por la educación, o que ofrecían m inutos a celular, comida, bebidas. La lentitud de nuestros pasos nos arrastró al final de la multitud: la zona donde Esmad y

. Informe especial

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anarcos tejían una tensión solo interrum pida por la barrera de unos funcionarios de chaleco rojo con un cargo parecido al de mediador de conflicto. Un punketo, con el brazo levantado y el puño cerrado, desafiaba a los uniformados con arengas. Un hombre con cabeza de televisor lanzaba "billetes didácticos" al público. Las fotos no se hacían esperar. El show al servicio de la denuncia o ¿la denuncia al servicio del show? Avanzamos, ya en grupo, hacia la Plaza de Bolívar, punto final del trayecto, y nos ubicamos cerca de una carpa blanca por donde desfilaron las voces que se encargaban de m anifestar las voces de los otros, de nosotros. Ahora Jaim e y su amiga, degustando las delicias de La Marcha, se encargaban de rotar algo de comida para premiar la llegada. Alguien propuso ir a la búsqueda de las mujeres de los corteros. Y justo cuando nos disponíam os a emprender la aventura, notamos la ausencia de William. La costumbre de sus pérdidas nos evitó buscar mucho su rostro o su cham arra de cuero. Nos internam os con uno menos en el bosque de cuerpos, pancartas y globos de colores para salir, al otro lado y sin rasguños, al encuentro de las mujeres. Más adelante vendría la despedida y la sensación de que la experiencia valió la pena, porque cuando la marcha termine y la Séptim a vuelva a ser la Séptima, aún se mezclarán el desempleado, el punketo, el sometido, el chismoso, o el rebuscador, con todo aquel que aprovecha para expresar, en lo colectivo, su necesidad particular. ¡ 3

F o t o : Taller de crónica.

P e rs o n a je s y p e rso n a s ,

manifestación.

dos caras de la


Investigación

Número 16 -ju n io 2009

La mujer y el cine colombiano Primera Parte Por

F a b io R a m ír e z

S o cio lo g ía ,

V

S e m e stre

feramieze@unal.edu. co e l a ñ o d e 1 9 2 2 se estrenó el primer largome­ traje argum ental que se hiciera en Colombia. Se basó en la famosa obra del escritor Jorge Isaacs, M aría, y tendría un éxito sin preceden­ tes hasta esa fecha. Tal vez para un catálogo bibliográfico o una remembranza histórica de la cinem atografía nacional resulte im prescindible hacer referen­ cia a María, y su importancia como pionera en muchos aspectos del cine colombiano. Pero, ¿qué hay más allá de todos los aportes valio­ sos que hizo la película a la industria del cine nacional?, ¿qué implicaciones sociales lleva implícita?, ¿subyace en ella algo más que la re­ presentación visual de un idilio romántico? Sería muy pretencioso, por no decir am bicio­ so, responder completamente estas preguntas; pero lo que sí se puede hacer es aproximarnos a una mejor comprensión de estos interrogan­ tes a través de este ensayo. Y por lo tanto, realizarlo es el deseo de acercarse a la visión que ha desarrollado el cine sobre la mujer colombiana, con énfasis en la concepción sobre la belleza. Para tratar de responder cómo ha sido la presencia y la representación de la mujer en el cine colom ­ biano, y cómo ha sido su cambio en el tiempo, se podría hablar de una memoria colectiva vi­ sual en torno a la mujer colom biana con el fin de intentar darle respuesta a cómo se ha expre­ sado, a través del cine, el ideario de la mujer colombiana, en particular el de la belleza. Sin embargo, resultaría difícil hacer un re­ corrido minucioso por toda la historia del cine nacional; el trabajo fácilm ente daría para una tesis de maestría. Por eso es mejor centrarse en algunas películas y épocas determ inadas (dé­ cada de los veinte, de los ochenta y principios de los noventa) cuya im portancia, para este caso, sobresale de las demás.

En

María

octubre, del cual casi nada se conserva, ape­ nas si existen referencias en la prensa pero, de un registro visual de considerable im portan­ cia sobre la mujer antes de M aría no se conoce nada1. De M aría tampoco se conserva mucho, pero la prensa registró para la historia mu­ chos de los detalles que hacen de esta película una de las más importantes de la historia: se dice que batió record de taquilla, que era un deber patriótico asistir a las salas donde se exhibía, y que en la presentación hubo desde aplausos hasta llantos2. Sería tal el éxito que no solamente en Colombia sino en los países de habla española se constituyó como m ode­ lo que nunca más ha podido ser alcanzado por alguna otra película colom biana3. Aunque es difícil ver más allá de la antología anecdótica y del drama convencional, quedan registrados hechos de gran valor para el ensayo. No solo en M aría se vivió la dificultad para seleccionar el elenco sino que en las demás producciones de los años veinte se vería repetida la penosa tarea de seleccionar las actrices. Esto se debía a la dificultad de vincular señoritas que no causaran escozor en la sociedad todavía muy mojigata de los años veinte. Por eso se recu­ rrió a mujeres de clase alta y extranjeras que tuvieran más preparación académ ica y que no prestaran tanta atención a las restricciones morales4. [...] los hombres no se dejaban maquillar porque los llamaban mariposas y a las mujeres metidas en el teatro y en el cine las censuraban, calificándolas de dudosa reputación. Stella López (la protagonista de M aría) había llegado de Jam aica de padre colom­ biano y madre judío-inglesa, tenía 17 años, no se radicó en Cali porque esta ciudad no era "para se­ ñoritas", según su expresión; pese a este criterio, en 1921 tenía una mentalidad más libre que todas las otras vallecaucanas y aceptó el papel de M aría5. 1 EI'GAZI DURAN, Leila. 1999- "El drama del 15 de octu­ bre", en Credencial Historia. 112:3-

Como se dijo arriba, M aría fue el primer largo argum ental en la historia cinem atográfica co­ lombiana. Hubo, sí, un largo con carácter de documental llamado El drama del 15 de

2 Ibid, p. 4. 3 ÁLVAREZ, Luis Alberto. "Historia del cine colombiano", en Nueva historia de Colombia. Bogotá: Planeta, 1989, p. 24i. 4 ARBOLEDA RIOS, Paola y OSORIO, Diana Patricia. La presencia de la mujer en el cine colombiano. Bogotá: Ministerio de Cultura, 2003, p. 575 "En busca de María", en El País Dominical, Cali

No deja de ser curioso el hecho de que la película - a pesar de reflejar en su protago­ nista los com portamientos y personalidades com unes de las niñas en los años veinteófuera objeto, así fueran pocas, de críticas y reprobaciones. No sería necesario explayarse aquí sobre el machismo que debió caracteri­ zar la época. No es de extrañar por tanto, que en las fichas técnicas aparte de la protagonista sea difícil que figure otra mujer en el proceso creativo. Si con grandes dificultades se presen­ taba una mujer en pantalla como actriz, sería casi imposible que fuera directora, producto­ ra o guionista. El papel de la mujer debía hacer parte del elemento cautivador de la pantalla, que estaba enraizado en el culto a la belleza y asociado a los ideales del romanticismo bucóli­ co, y a las afectaciones de mujeres decentes. La película retrata el modelo de mujer inm acula­ da y celestial que pintaba la literatura del siglo XIX, pero evidentemente la imagen cobró más fuerza con la percepción visual del personaje. Gracias a los fotogram as que se conservan se podría deducir que es un drama convencional, que sigue las reglas de pintar a las mujeres co­ lombianas como ejemplos del modelo clásico. La belleza es eurocentrista. Y es tanto la que los hom bres desean ver, y que vean sus m uje­ res, como la que ellas pretenden imitar. Si prestam os atención a lo que nos dice la prensa de la época podríamos inferir que la mayoría de mujeres y hombres que pudo ver la película quedó satisfecha, evidenciando cierta identificación moral, física y costum ­ brista por parte de la sociedad con la película. Creo que esto hace parte de una identidad, junto con un ideario y una representación de mujer que se hacía en Colombia en determ i­ nada época, que fue expresada a través de imágenes en movimiento y que, a pesar de todas las dificultades y limitaciones, funcionó como vínculo de nación alrededor del cual se puso de m anifiesto la existencia de una mem o­ ria colectiva visual particular de Colombia y la mujer colombiana.

1?, nov., 1985, p.7. Citado por: ARBOLEDA RÍOS, Paola. OSORIO, Diana Patricia. La presencia de la mujer en el cine Colombiano. Bogotá: Ministerio de Cultura, 2003, P- 576 ARBOLEDA RÍOS y OSORIO. Op, cit, p. 57.


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Bajo el cielo antioqueño Se dice de Bajo el cielo antioqueño, que fue una "superproducción" por presentar con tonos épicos lo antioqueño representado en el café, la m inería y los transportes modernos7. La película se acometió como toda una gesta empresarial donde las clases altas de Medellín emocionadas, participaron para emular las producciones de Hollywood. Pese a que el ar­ gum ento es ligero y banal, el cual sería inútil reseñar aquí, (podría ser una anticipación a los muy poco originales melodramas contem po­ ráneos de carácter farandulero que inundan la televisión) sí pone de manifiesto una serie de cambios en la representación de la mujer en la pantalla, que vale la pena tener en cuenta. Lina, como se llamaba la protagonista, [...] m os­ traba una serie de comportamientos distintos a los que la época promovía para las mujeres: la desobe­ diencia a las normas del colegio y de su hogar, la iniciativa de comunicarse con su novio a pesar de la prohibición expresa del padre, tomar la decisión de escaparse de su casa, la valentía demostrada al salvar a su novio de la cárcel; todas estas actitudes hicieron que Lina, además de llevar el hilo conduc­ tor en Bajo el cielo antioqueño, se constituyera en una mujer muy diferente al modelo fem enino de los años 20 [sicP.

F o t o : Revista Lámpara 119 - Vol. XXI.

En Bajo el cielo antioqueño, se represen­ ta un tipo de mujer distinta al modelo de los años veinte como el que presentaba María. El prototipo de mujer recatada y sum isa cambia por una mujer aguerrida y valiente que tiene el carácter y donaire suficiente para llevar la contraria, para oponerse a los estereotipos esperados de los hombres; su tono melodra­ mático y romántico -q u e no es el mismo de M aría- no causó censuras ni reprobaciones, entre otras cosas por reflejar en esencia las clases altas y de bien de M edellín; sin em bar­ go "[...] para la escena más moderna, la de las bañistas, [...] había que pedir perm iso a los pa­ dres o a las mamás. [...] Para estas tomas ni riesgos de las m uchachas de aparecer con las piernas desnudas; usaban medias de algodón. [...] el novio en una escena tenía que abrazar a la novia y para film arla, le pidieron perm iso a mi papá, porque eso era más bien escandalo­ so, pero él que era muy moderno y civilizado, accedió9". Es evidente que el reflejo de la mujer 7 NIETO, Jorge. 1999. "Garras de oro", en Credencial Historia. 112:5. 8 ARBOLEDA RÍOS y 0S0RI0. Op, cit, p. 6?. 9 ISAZA DUQUE, Pilar. La aventura del cine en Medellín. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, El Ancora edi­ tores. 1992, p. 394.

colombiana que muestra el cine cambia con­ siderablemente. Pasar de una mujer idealizada -e n un ambiente ru ral-, limpia, pura y obe­ diente a una mujer que es capaz de oponerse a su padre, lleva implícitamente un revolcón en el ideario visual que la representa. La belle­ za y el amor se alejan de los ideales de la mujer vinculados con los tonos pastoriles y pasan a centrarse en la vida urbana, zonas industria­ les con el ajetreo y la aventura que la ciudad conlleva. La idea romántica y con ello la belle­ za fem enina en el cine colombiano cambia de perspectiva sin duda alguna, con Bajo el cielo antioqueño.

Cóndores no entierran todos los días Ahora un cambio brusco, abrupto e injusto para conocer obras importantes con respecto a la mujer en el cine colombiano de los años ochenta y principios de los noventa. Para Colombia esta época es importante no solo por los títulos realizados sino por el impulso que FOCINE intentó darle al cine colombia­ no. Concebido como un fondo presupuestal de apoyo al cine nacional, pero con innum erables trabas y problemas en el transcurso de su exis­ tencia, lo cual no indica que haya carecido de im portancia10. De esta época resalta Cóndores no entierran todos los días. Es cierto que la película se basa en uno de los tantos relatos de la Violencia de mitad del siglo pasado, en los cuales tanto el cine como otros medios artísticos han encon­ trado fuente de inspiración. Pero aquí interesa señalar el ideario que refleja la película sobre los años cuarenta y cincuenta aunque la pelí­ cula sea de los ochenta. Una obra con las características de Cóndores hubiera sido impensable durante los años vein­ te. De ninguna manera, por ejemplo, existiría una película sobre la Guerra de los Mil días hecha durante esa década. Entonces, ya se re­ gistra un cambio fundam ental en el cine; ya se intenta pensar en térm inos visuales el pasado colombiano, pero no con anhelos románticos ni melodramáticos; se busca hallar una iden­ tidad colombiana alrededor de un pasado común que tiene su punto de encuentro en la historia política del país. En esas representa­ ciones políticas del pasado que hace el cine, como lo es Cóndores, la mujer no se escapa de ser retratada aunque no sea el eje principal de la historia. El elemento más cautivador de Cóndores es la atmósfera de temor presente en los perso­ najes y que se transm ite a los espectadores11. Al Cóndor (Frank Ramírez) todos temen y respetan. Y la imagen de las mujeres que resulta de la película está inevitablemente en­ vuelta en el ambiente tétrico de los tiempos de la Violencia y el sectarism o ideológico. La esposa del Cóndor es una mujer demasiado sumisa, no existe, ni puede existir una espe­ ranza de contradecir a su marido. El concepto de mujer que se presenta está unido al rol cató­ lico que se espera de ella. Es difícil determ inar la belleza de manera precisa para una película como Cóndores pero las conductas están rígi­ damente asociadas con el pudor sexual y la moral cristiana. Esto es en el caso de una mujer 10 ÁLVAREZ, Luis Alberto. Páginas de cine, vol. 2. Me­ dellín: Universidad de Antioquia. 1992 , pp. 23 - 49 . 11 PULECI0 MARINO, Enrique. "El siglo del cine en Colombia", en Credencial Historia. 112:8-10.

Investigación

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terriblemente unida a principios políticos (los del partido conservador que encarna su m ari­ do) que ella en cierta manera no comprende, y que por miedo, no manifiesta su rechazo. El temor se extiende no solo en el plano político y la violencia partidista, sino que está presen­ te en todos los ámbitos de la vida, como en las relaciones matrimoniales, en las cuales las mu­ jeres deben llevar la peor parte. Basta, a modo de ejemplo, la escena en que la esposa del Cóndor (Vicky Hernández) desviste su pecho, y éste responde, con gran violencia: "¡Vístase, es una cuestión de principios!", o cuando a su hija se le prohíbe incluso enamorarse. La película también refleja a la mujer liberal, Gladis Potes, (Isabela Corona) la cual es una líder en el pueblo, y goza de reconocim iento incluso entre los mismos hombres, algo im ­ pensable para una mujer como la esposa del Cóndor. Es la otra cara de la moneda. Una mujer, si se quiere, más 'liberal', capaz incluso de oponerse al vaivén sádico del Cóndor. Pero las dos, inevitablemente están uni­ das a una credencial política, a un color que no puede ser otro que el azul o el rojo. La pelí­ cula retrata visualmente a la mujer sometida a los caprichos de la política y la violencia parti­ dista, que es diseñada y dominada, en general, por los hombres. Podemos decir que, aunque se trate de un argumento urbano, la protagonista de Bajo el cielo antioqueño, es mucho más atrevida que las mujeres que plasma Cóndores no entierran todos los días. E3

Continúa en la próxima edición de conTEXTO, no se lo pierda. Bibliografía ARBOLEDA RÍOS, Paola y 0S0RI0, Diana Patricia. La presencia de la mujer en el cine colombiano. Bogotá: M inisterio de Cultura, 2003. ÁLVAREZ, Luis Alberto. "Historia del cine colombiano", en Nueva historia de Colombia. Bogotá: Planeta, 1989 . ALVAREZ, Luis Alberto. Páginas de cine. Vol. 2. Medellín: Universidad de Antioquia, 1992 . BURKE, Peter. Visto y no Visto. Barcelona: Editorial Crítica, 2005. CREDENCIAL HISTORIA. Edición: 88, 100 Años del cine en Colombia. 112, Las 10 películas del siglo XX en Colombia. ISAZA DUQUE, Pilar. La aventura del cine en Medellín. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, El Áncora Editores, 1992. y////////////////////////////////////////////////////y

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Arte y Cultura

Número 16 - junio 2009

El grafiti: entre lo cotidiano, lo urbano y lo efímero Por I n g r i d P a o l a B o n i l l a R o d r í g u e z F a rm a cia

VIII S e m e s t r e

ip b on illar@ u n al.ed u . co O s c a r A le ja n d ro

R ío s S e r r a n o

A rq u ite c tu ra V II S e m e s tre

oa rio ss@ u n a l.ed u .co E l e s p a c i o p ú b l i c o d e s e m p e ñ a un papel fun­ damental como aglutinador de la sociedad, como lugar de encuentro para sus habitantes. Bulevares, plazas y parques se consideran es­ pacios de perm anencia para la igualdad y el intercambio de ideas pero, ¿qué tan público es el espacio público? ¿Se podría considerar que el espacio público realmente da cabida a todas las m anifestaciones y puntos de vista cultura­ les de la sociedad? Cualquier respuesta puede estar cargada de cierto aire academ icista y hasta cierto punto hipócrita. En primera instancia se debería definir qué es el espacio público. Para efectos prácticos de este artículo tomaremos la definición, tal vez, más incipiente que hay: todo aquel espa­ cio donde cualquier m iem bro de la sociedad puede ingresar, en cualquier momento, sin im pedimentos y teniendo como único motor su voluntad. Dentro de esta definición caben un sin número de lugares como plazas, calles, avenidas, parques, parquecitos y remedos de parque que se encuentran en la ciudad; y se excluyen otros tantos que se disfrazan de es­ pacio público. Se incluyen, incluso, todos los recortes que quedaron sobrantes de la especulación fi­ nanciera y constructiva de los procesos de urbanización y que más tarde se adornaron con un conveniente sendero y unos cuantos arbustos para hacer gala de los "am plios sen­ deros verdes" con los que cuenta el sector y/o proyecto y disim ular así un poco el carácter de olvido que tenían en un inicio. Tomando en cuenta estos parám etros para considerar si un lugar es o no espacio público, se procederá con el siguiente punto de discu­ sión: ¿Da este espacio cabida a la pluralidad y a TODAS las formas de expresión artística y/o cultural? Tal vez. Esto depende de cómo se juzgue el susodicho lugar: si como un sitio de apropiación o como un sitio de contempla­ ción. En esta últim a opción las posibilidades son bastante bajas ya que la comunidad en ge­ neral no juega un papel decisivo, tan siquiera importante, en el rol que desem peñará el es­ pacio dentro de los im aginarios colectivos. En la prim era posibilidad, donde se incluye la palabra apropiación, ya la expresión entra a adquirir una connotación muy diferente. El hecho de 'apropiarse' (no en el sentido in­ dividualista-egoísta que podría pensarse) significa tener cabida dentro de dicho espa­ cio; cabida no solo física sino presencial, no solo es el lugar por donde se transita y se per­ manece, sino tam bién es el lugar en donde se deja 'huella', el 'haber estado allí'. Ahora, ¿de qué form as se puede presentar esta apropia­ ción? ¿Permanentes (monumento, escultura)?

E s t a e s c u l t u r a , u b i c a d a e n e l F r e u d , es

uno de los espacios utilizados para plasmar opinión a través

del grafiti. ¿Efímeras (espectáculos, danzas, bazares, gra­ fiti)?...grafiti? Sí, grafiti. Los inicios del grafiti se rem ontan a los años setenta en Nueva York; la primera firma de gra­ fiti conocida es T A K I183. En ese momento el grafiti se lim itaba a firmas por parte del autor. A mayor núm ero de sitios que se lograran firm ar se iba ganando fama; y cuanto más pe­ ligrosos los sitios, más estatus. Posteriormente aparece en este escenario un artista llamado Keith Haring, que pintaba sus dibujos en si­ tios públicos como las paredes del m etro de New York, convirtiéndose en inspiración para muchos. Luego el grafiti se fue incorporado en culturas como el hip hop, el rap y el break dancing, y com enzó a extenderse hacia otros países. El grafiti siempre ha tenido implícito un cierto carácter efímero, de fugacidad y de clandestinidad que muchos autores defien­ den, retom ándolo y validándolo como esencia de sus orígenes. Para muchos, la naturaleza m ism a del grafiti está en la invisibilidad de sus creadores y, a diferencia del arte conven­ cional, en lugar de fama y popularidad, se prefiere cierto grado de anonimato, la excita­ ción de irrum pir en terrenos prohibidos y de concebirse a sí mismo como una especie de 'artista fantasm al'. Es por esto -p o r la misma clandestinidad de su práctica-, que da cuen­ ta de un modo de pensar, de una práctica social, de una crítica o simplemente de un sen­ tim iento-pensam iento que se desea expresar. Esta forma de expresión, m uchas veces incomprendida y satanizada, se entrem ezcla con la cotidianidad y el ambiente urbano convirtién­ dose en un medio de expresión y denuncia para todos aquellos que se sienten excluidos, en un país donde el acceso a los medios m asi­ vos de com unicación es restringido, el m anejo de la inform ación es sesgado y la libertad de expresión es acallada a bala.

Este tipo de manifestaciones son comunes en espacios como el nuestro, ya que dentro de la universidad pública se generan críticas y denuncias a la realidad vigente, originadas por mentes inquietas y contestatarias, que no tragan entero y por ende expresan su in­ conformismo. Tal es el caso de los baños de la Universidad Nacional, donde para una opinión se encuentran consignadas una se­ cuencia de respuestas, dando lugar a una especie de 'debate gráfico' que está en sintonía con la expresión "paredes blancas... cerebros de m ierda" leída alguna vez en una pared de otra universidad pública del país. En algunos casos el grafiti alcanza tal nivel de refinam ien­ to, tanto en la parte técnica (el dibujo como tal) como en su contenido (lo que significa), que trasciende al im aginario mundano para convertirse en un objeto contemplativo que da carácter a un lugar, le transfiere ese 'haber estado allí' que brinda calidez a los, muchas veces, fríos espacios públicos. Le da el sentido de estar siendo usado. M uchos tem as caben en el repertorio del grafiti: consumism o, crítica a sí mismo, des­ orden social, protesta popular, hom enajes, etc. Para verlo, solo basta tomar un bus articulado de Transm ilenio y pasearse por la Cra. 30 o por la Av. Suba (si es que no se va ensimismado). Estos grafitis entraron a dar 'calor hum ano' a las no-caras que le dio Transm ilenio a la ciu­ dad y que, por suerte, fueron el telón de fondo que brindó la oportunidad de una participa­ ción activa en los modos de usar el espacio público y los modos de apropiarse de él. Esta no es una situación nueva, el grafiti está pre­ sente no solo en las culatas (no-caras) de las vías perim etrales a Transmilenio, sino tam ­ bién en fachadas de edificios, monumentos, esculturas, baños, paredes y demás superficies en donde se pueda expresar-dibujar-criticar. Además, cabría hacerse otra pregunta acerca


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del entorno del arte urbano: si se descontextualizaran las m anifestaciones artísticas que tienen lugar en el ámbito callejero, ¿seguirían siendo arte urbano?¿Qué tanta gente iría a ver un grafiti de firma anónima en una galería? ¿Sería diferente si en su parte inferior apare­ ciera un Miró o, siendo más locales, un Botero? La respuesta más pronta probablemente resul­ taría hostil. El arte urbano, en sus diferentes m anifestaciones como el grafiti, el esténcil y demás, requiere un entorno específicam en­ te callejero o urbano, de lo contrario perdería una esencia, algo así como "estar al alcance de todos", un "poder disfrutarse en cualquier momento"; de lo contrario, dejaría de ser una m anifestación plural hecha para ser apreciada mayoritariamente y pasaría a ser más elitista. Es más, si de hecho todas las personas pudie­ ran entrar a dicha galería a cualquier hora a observar una grafiti anónimo, ¿lo harían?, ciertamente, n o... Tal vez, el simple hecho de encontrárselo todos los días yendo a casa, así sea en un acto inconsciente, casual e involun­ tario, hace que alcance de manera extrínseca un mayor público y el hecho de encontrárse­ lo en reiteradas ocasiones produce, aunque sea una vez, algún tipo de reflexión, ya sea pasiva o activa, ofreciendo cierto grado de interactividad con los habitantes de la ciudad, dando lugar, posiblemente, a subsiguientes inter­ venciones sobre las obras, y logrando que el neutral observador se convierta en un artífice dinám ico que participa en diversas transfor­ maciones sobre el grafiti, tornándose así en un co-autor y obteniendo además una oportuni­ dad de expresión. También sucede que muchas veces el grafi­ ti se tilda de 'contaminación visual'. ¿Entraría este argumento dentro del campo 'tesis hipó­ critas'? Veamos, por contam inación visual se entiende todo lo que provoque una sobre-es­ timulación visual, que se realiza de manera invasiva y descontrolada y que modifica el campo visual de un paisaje, alterando su per­ cepción. Si bien este concepto incluiría al grafiti, también lo hace con toda la publicidad e información sugestiva que se bombardea m i­ nuto a minuto en nuestra cotidianidad; ya aquí la tesis sería hipócrita en el sentido de que si in­ cluye al grafiti, también debe incluir al grueso de la publicidad, y eso encierra a las pequeñas vallas de los paraderos de buses y demás pu­ blicidad que se cuela desapercibidamente y de manera permisiva entre nosotros, una conta­ minación visual consentida y aceptada como 'un mal necesario', volviéndose algo habitual y que de alguna manera 'parece estar en su lugar', así el paradero de bus con su procla­ ma com ercial no forma parte de ese atiborro de cosas que algún desordenado, desocupado y/o anarquista dibujó en alguna pared que es­ taba debidamente pintada. Pero bueno, en este orden de ideas: público-pluralidad-apropiación, entra un dilema. Si dentro del espacio público se da cabida a TODAS las m anifestaciones artísticas y/o cul­ turales, dentro del "ítem " grafiti ¿se pueden considerar permitidos todos los temas como una forma de m anifestación de arte?, ¿o solo los que alcancen cierto grado de refinamiento técnico y conceptual? Si juzgáram os el grafiti como arte partiendo de un juicio estético en el que, mayoritariamente, se considera al susodi­ cho como algo hermoso, entonces dejaríamos por fuera los, tal vez, banales "gorda te quie­ ro" o "Jennifer y Steven x lOOpre" o incluso

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un "U ribe paraco!" que también están presen­ tes en numerosos muros y baños. Estos grafitis también dan fe de una práctica social y de un im aginario colectivo presente en un grupo social. Si estos temas se suprim ieran ¿habría realmente una apropiación PLURAL del es­ pacio público? ¿Podrían ser considerados arte (juzgando no solo con los parám etros anterior­ mente dichos)? Los argumentos a favor y en contra son muchos, de apoyo, de rechazo, y en algunos casos contradictorios y con cierta carga de falsedad. Mas el alcance de este ar­ tículo es solo plantear la duda del papel del grafiti en la apropiación del espacio público y su consideración o no como arte. Las posibles respuestas que surjan (dando paso también a la pluralidad) se omiten acá, ya que no nos corresponde dar una afirmación, a lo mejor to­ talitaria, a favor o en contra de los mismos. C9

Un amigo de ojos grandes Por M

ig u e l

Á n g e l O r t iz F e r n á n d e z

E c o n o m ía

VII S e m e s t r e

maortizf@unal.edu.co — V i u n c a i m á n en el parque, papi —dijo César desde la puerta de la sala. —¿Un caimán? —Le preguntó su padre con ternura y sonrió—. Por aquí no hay caimanes, tuvo que ser un lobito; son parecidos. Cierra la reja y ven acá —dijo el hombre y le dio una palmada al sofá en el que se encontraba. —Es grande y pechichón. Somos am i­ gos —exclamó el niño mientras cerraba el candado. —Te voy a traer gelatina. Deja el vaso en la mesa de la cocina —dijo con mucha seriedad su padre y se levantó del sillón. César solo probó la gelatina roja que había dejado su madre hecha poco antes de viajar a Plato en la mañana. Reía al recordar aque­ lla experiencia maravillosa que había sido jugar con un caim án en el parque. Movía con

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rapidez sus piernas, sostenía la cuchara en la mano izquierda cerca de su pecho y apoyaba la palma de su mano derecha en el sofá, con el brazo totalmente estirado y rozando su cuer­ po. Cerca de dos horas más tarde, aún con la sonrisa más grande que su rostro, dejó el vaso en la cocina y se dirigió al patio. Se subió a un taburete que encontró al lado de la alberca y vio cómo flotaba su último bocachico. Cuando el pez se perdió en el costado izquierdo, deba­ jo del lavadero, César vio reflejada su sonrisa imperante en el agua. Las ondas llevaban su felicidad hacia las cuatro paredes. Su padre se despertó a las ocho de la noche y enseguida fue a ver al niño a su cuarto: lo encontró con los ojos abiertos por comple­ to, mirando el techo con la boca llena de aire hasta estirar las mejillas como si quisiera que reventasen, y con las manos sobre el pecho. —Pareces un sapo — dijo su padre lanzan­ do luego una carcajada. Te están creciendo las piernas muy rápido, vas a ser más alto que yo. Ojalá seas un buen policía también. El niño dejó salir el aire de su boca y en­ cogió las piernas, parpadeó y miró a su padre que sonreía y llenaba su pecho de orgullo. —¿Cuándo llega mi mami? —le preguntó. —No sé, hijo. La abuela está muy grave. No creo que tu mamá llegue mañana. Pedí vaca­ ciones para cuidarte, por eso voy a estar acá en la casa toda la noche. —Tengo hambre. —Te haré un sánduche. ¿Quieres jugo? —De pasto. —El pasto no se come —exclamó su padre y frunció el seño malhumorado. Esos peladitos de la vecina me tienen cansado. Pasto ¡pasto! No estarás comiendo eso ¿verdad? -N o . —Ya vengo —dijo el padre y salió de la habitación. Un rato más tarde el padre regresó con un sánduche y un vaso de jugo. —No es de pasto —dijo C ésar—, El pasto es lo que me hace fuerte. — ¡Qué pasto ni que nada! ¿Te volviste pen­ dejo? ¿Te la pasas comiendo pasto por ahí en la calle? —preguntó a gritos el padre. —No —contestó César sin mostrar un gesto de miedo o asombro. —Quiero que mi hijo sea un policía exitoso

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& I l u s t r a : O scar A. Ríos

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PalabrArte

Número 16 - junio 2009

como yo y él, en vez de escuchar las vainas que yo hago ¡No!... ¡Se la pasa comiendo pasto! M ira niñito —se puso las manos en la cintura y se acercó a la cama sin quitar la mirada del ros­ tro del n iñ o—: no voy a perm itir que tú andes por ahí haciéndome pasar vergüenza con tus tonterías. Tu mamá es una alcahueta y no te ha enseñado a no ser bobo, pero conm igo la cosa es otra. —Ahora la mirada de aquel hom ­ bre trigueño y delgado emanaba más furia. Sus ojos se abrieron totalmente. —Pareces un sapo. Un sapo flaco —dijo el niño con la mirada perdida en el vaso que sos­ tenía en su mano izquierda. Sonreía. —Friégate. Te lavas los dientes y te acuestas. M añana no sales. —Dada esta orden su padre salió y cerró la puerta bruscamente. A la m añana siguiente, César encontró el desayuno servido. En la mesa estaban un sánduche frío y un vaso del mismo jugo de la noche anterior. —También es de mango —dijo en voz baja. El pasto es pura fuerza. —Al bajarse de la silla y m irar hacia la puerta vio a su padre con las manos en los bolsillos del pantalón; el hombre lo miraba en silencio. —Voy a salir. No le abras a nadie —dijo con mucha tranquilidad. El niño esperó a que su padre cerrara la reja de la casa para sentarse enseguida en el sofá. Pocos minutos más tarde abrió la reja, se quedó en la entrada mirando a su izquierda por unos segundos y se devolvió corriendo hacia la co­ cina con la boca abierta. El patio era de tierra. Allí estaba César a m e­ diodía. Com enzó a arrancar el poco pasto de uno de los rincones y lo iba guardando en una bolsa gris que sujetaba en su mano izquierda. —¡Qué solazo! —pensó. En la cocina, el niño de cuatro años preparó lo que había llenado su mente toda la mañana: jugo de pasto. M ezcló agua, sal y su ingredien­ te principal. No le gustó ver las hojas enteras en la jarra y decidió licuar su nuevo invento. —¡A mi m am i le encantará! — exclamó. Y a él también. Unas horas más tarde, su padre llegó, se di­ rigió a la cocina y dejó allí, sobre la mesa, una bolsa blanca. — ¡César ven! Traje arroz con pollo. —Enseguida escuchó que la reja de la casa se abría y una voz que le decía: Me voy a vivir al parque. —Haz lo que quieras —declaró su padre con rabia m ientras veía desde la puerta de la cocina a su hijo corriendo por la calle. Al cerrar la alacena, con un plato blanco en la m ano derecha, vio una jarra de un líquido verdoso en el lavadero y exclamó: ¡Muchacho puerco! Cam inó hasta el patio y retiró la jarra, pero algo más le llamó la atención justo cuan­ do giraba su cuerpo para regresar a la mesa. Había hojas en la alberca y notó que el jugo había sido vertido allí. Eso no fue extraño. Vio cómo el bocachico muerto salía de la oscuri­ dad y se dirigía a la superficie. —¡El bocachico! —exclam ó y carcajeó con gestos burlones. Acercó su rostro al agua para exam inar m ejor la alberca. Abrió totalm ente los ojos cuando vio que las ondas eran muy grandes y el agua se movía con demasiada fuerza; luego, vio la boca abierta de un caim án que rápida­ mente cubrió su cabeza m ientras un pequeño quejido se perdía en la o s c u rid a d .^

El invierno es un chico loco que no conoce la primavera (ni por el nombre siquiera) y que antes de morir, en sus desvarios, descubre el amor Por Y e s i d G e r a r d o R o m e r o H e r e d i a C ie n c ia P o l ít ic a

V Sem estre

gerardoromeroheredia@gmail.com A u n q u e n o s o n lo mismo, el frío y el miedo se parecen mucho. El miedo es el mismo frío solo que por dentro, donde ninguna cobija puede llegar y ningún café calentar. Ahora m ism o los siento al tiempo. El frío y el m iedo me form an y delimitan. Tengo miedo y tengo frío, siento miedo y siento frío. Creo que en este momento soy más frío y miedo que cualquier otra cosa. Ayer fui un hombre, m añana estaré muerto. De unas horas para acá, una idea nueva y distinta juega en mi mente. Entra por mis ojos y sale con cada respiro (espiración dicen los médicos), me susurra secretos al oído y me ex­ plica el porqué de las cosas. Es una única idea, una idea sólita que no me canso de mirar. Es bonita, tiene el pelo largo y los ojos azules. Se llam a Teresa y me advierte que nunca antes ha tenido un nombre igual. Es joven, dice que tiene catorce. Pero no le creo, tiene diecinueve, como yo. Solo que quie­ re vivir más despacio. Aunque no se lo digo, lo que más quiero es con ella hacer el amor. (Ahora me doy cuenta y sufro ¿cómo puede term inar bien lo que empieza con el engaño?) Sería muy feliz si al menos m e dejara peinarla y se sentara en m is piernas. Pero cada vez que se lo propongo me mira seria, se levanta rápi­ do y am enaza con irse. Dice: "Entonces, ¿me quieres o no?". (El tiempo no tiene caso. Veo las horas en el reloj de Teresa. En algún cam ino perdí el m ío creo que al mismo tiempo que a la razón. Tarde me di cuenta y volver atrás no puedo. ¿Para qué preguntar fechas y horas si Teresa siempre me las da?) El otro día coloqué una de m is m anos sobre uno de sus muslos, me dijo que algún día cre­ cería y entonces me dejaría ver lo que trae debajo del vestido. Que nos casaríam os y me cocinaría todos los días. Que saldríam os de este cuarto. Que com praríamos un pedacito de m undo verde donde poder hacer nuestra casa. Y que tendríam os dos niños. Quiero tanto a Teresa, que no me im porta­ ría esperarla. Le digo: "Sí niña, sí. Serán niño y niña". El se llamara Roberto, como el loro de un vecino que por más que intentó im itar a los hombres, por suerte suya (del loro y del ve­ cino) y tuya (mi bella Teresa) y mía (tú pobre Esteban) y también de Roberto (nuestro hijo), nunca pudo lograrlo (ni podrá). Y ella (la niña, nuestra hija) se llam ará Teresa (como tú) y será d ifícil saber entre las dos cuál es la más bonita. Teresa, te quiero tanto, nunca me dejes Teresa. Muchos dicen que soy un tipo malo y por eso mismo tengo que morir muy pronto. Los médicos dicen que es solo una idea, pero al parecer en la universidad no les ense­ ñan que a las ideas bonitas (como Teresa) se les debe querer porque tam bién tienen sen­ tim ientos. O tal vez es que el peso de lo que llam an cordura les impide soñar sin ataduras y por un momento, sentirse plenam ente feli­ ces y gozosos.

Teresa y yo somos tan ciertos, como cierto es Dios. Dios el misericordioso y compasivo. Dios el amigo de los enamorados. Antes de Teresa también hubo otras ideas. Una por ejemplo, era una bibliotecaria am ar­ gada, creo que novia de un policía. Se negaba a prestarm e libros para colorear y nunca, nunca jam ás los de Joseph Rudyard Kipling. Decía que esos ya no eran para mí. Que era un viejo y que me fuera a casa. Por esa época todas las noches hacía la oración: Señor Dios, dueño de la vida y de la muerte, señor m isericordioso y justo, señor creador del todo y la nada, escucha a tu hijo que te suplica, regálame un uno, uno solo, un único, un infalible, caritativo y bondadoso, ba­ lazo en la cabeza. Hubo ideas efímeras, ideas que traían pro­ m esas y sandalias para m is fríos pies. Ideas que me hablaban de un árbol de durazno y un arbusto de feijoa que sembré en mi niñez (allá en el Himalaya). Ideas que me bañaban con es­ ponja cuando me sentía muy triste y no podía hacerlo por mí propia cuenta. Extraño a m is papás (allá en el Polo norte), dicen que nunca vienen porque se sienten muy tristes, que mamá llora de pesar (los médicos me dicen que le mande siempre recuerdos alegres porque en caso contrario se puede des­ hidratar) y dice que me quiere mucho. Papá (en el único estilo posible de Papá) me manda decir que mejore pronto porque en la escuela (estoy seguro que quiere decir que en la casa y sobre todo él) me extrañan. Que la cuenta dél hos­ pital está saliendo muy cara y que si me porto juicioso me regala un carro a control remoto o un balón de fútbol para la Navidad. Si consigo novia me compra lo que quiera (y estoy pen­ sando pedirle el libro Robinson Crusoe). Todo es distinto desde que Teresa está con­ migo, nadie más ha vuelto (solo la tengo a ella). Teresa me dice otras cosas: que la muerte no es el castigo, que la espera a cualquier cosa es más grata cuando se ama. Que me ama. Me dice que algunas mujeres dicen (en otras par­ tes del mundo) que un segundo más de vida tam bién es vida. Me dice que me quiere y yo le creo. (A veces pienso que Teresa fue el balazo que el señor, finalmente me envío). El hospital no sería tan malo si no aplica­ ran ese líquido para limpiar y desinfectar los pisos. Su olor de veras me fastidia. Un cura me explicó una vez que servía tam bién para lim piar pecados. De pronto luego lo intente conmigo. He engañado a Teresa, le he hecho creer que un mundo verde afuera existe. Aunque no sé, ella siempre ha sido la más inteligente de los dos, y últim am ente me lo explica todo. Quizá sabe algo que yo no. Le he dicho que muy pronto saldré de aquí y que seremos felices. Se fue esta m añana a jugar en la casa de sus prim as y por la tarde ayudará a su Mamá con los deberes del hogar. O jalá Teresa visite de vez en cuando a m is papás, cuando ellos se sientan tristes. Aunque no son lo mismo, el frío y el miedo se parecen mucho, el miedo es el mismo frío


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solo que por dentro, donde ninguna cobija puede llegar y ninguna bebida calentar. Ahora m ism o solo siento frío. Aunque en un rato, creo, ya nada más. Ayer fui un hombre, en un rato estaré muerto. Y mañana, mañana seguiré muerto. No quiero que después de esta noche alguien me encuentre. Me llam an invierno y no quiero volver. 13

¿a rutina de los muertos Por J u a n C a r l o s M

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F il o l o g ía e I d io m a s - I n g l é s

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mylovedsy stem@y ahoo.com. mx La muerte está tan segura de alcanzarnos que nos ha dado toda una vida de ventaja. L

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Lo a m o t a n t o . El domingo anterior, en esa m añana como las del último mes que hemos pasado juntos, no pude llevarle más que vino, pan y flores, y mientras le hablaba sentí que a pesar del silencio de su parte, él también me amaba. Al fin y al cabo soy la única persona que los visita en este lugar, y creo que eso le gusta. No sé nada de su familia, nunca los he visto en su trabajo ni cuando en las noches me visita. Es más, a pesar de que nos conocemos hace apenas tres meses, creo que vive solo, muy solo. El hablar de cómo nos conocim os puede sonar muy com ún pero no por eso pierde su encanto. Me encontraba de visita en la casa siempre bien cuidada de mi abuelo. Hacía muchos años que no lo veía, creo que desde el golpe. Aunque lo vi muy alegre y revitalizado, era el mismo abuelo que desde pequeña me enseñó lo que me serviría en estos duros años. Hablamos mucho, de todo, del mundo y de nuestros mundos, sin que sus ojos vacila­ ran en ningún momento m irar el firmamento. Creo que estaba hablando del presente del país cuando lo vi -siem pre con mirada fija, sin em ­ bargo tierna y nunca descuidando su labor-: iba muy bien vestido, de traje y corbata, como si tuviera en lista una reunión muy im portan­ te. Reconozco que inicialm ente no llamó mi atención de forma completa. Algo común, algo especial, pensé. Sin embargo, ahora recuerdo que a medida que mi abuelo profundizaba su reflexión de los problemas que nos rodean, y yo le exponía m is pensamientos, mi atención y las ideas que yo reflejaba en palabras, se veían afectadas por la presencia de este vecino, de este trabajador. Llegó tan lejos mi pérdida de

I l u s t r a : O scar A. Ríos

control oral y físico que el abuelo, poco deta­ llista como ninguno en la fam ilia, me recalcó mi falta de atención a sus palabras. No pude evitar preguntarle por aquel caballero galante que ocupaba la casa de enfrente. Desde aquel día, fueron frecuentes las vi­ sitas a casa de mi abuelo, algo que si bien le extrañó, agradecía y recompensaba leyéndo­ me bellas poesías. Poco a poco logré que me diera algunos detalles sobre el extraño, aun­ que esto requirió que abandonara sus labores y asum iera el rol de ama de casa chismosa. Así supe que mi personaje era nuevo en el oscuro vecindario. Como bien lo supuse, vivía solo y prestaba mucha atención a su apariencia, cosa que me encantó aunque no sea lo primero que busco en un hombre. Ese mismo día mi abue­ lo, al observar mi insistencia por conocer más detalles y siempre queriendo "una pareja lo suficientemente fría para hacerme reír" como suele recalcar, se ofreció para hablar con este nuevo y refinado extraño y poder así conocerlo. Negar que lo pensé mucho seria presentarme como una mujer llena de orgullo, seguridad y convicción, cosas sobre las que me gustaría m entir pero no tengo el orgullo, la seguridad ni la convicción para hacerlo. Luego de mucho hablar con mi abuelo, decidimos que desde su misma casa haría que el extraño pasara y en­ trara, a pesar de ser el lugar más privado que mi abuelo alguna vez tuviera. El extraño tardó en llegar a su hogar, lo llam am os y así empezó todo. Todo como un amor de colegio. Luego, otra sorpresa nocturna me daría este extraño, sorpresa agradable y placentera. Estaba frente al espejo de mi ya rústico cuar­ to, vacío de luz y lleno de recuerdos, peinando mi cabello y pensando en el pasado y presente, cosas que ahora son todo para mi. Escuché un ruido fuerte en la calle. Aunque ahora la situa­ ción se denomina controlada y hace bastante tiempo no siento miedo al escuchar algo extra­ ño, sentí que debía asomarme a mirar algo, no sabía qué, y ayudar a la persona involucrada. Sin embargo, no vi nada raro cuando lo nor­ mal es no ver a nadie en las calles a las siete más diez. Luego de permanecer en la venta­ na algunos minutos me disponía a volver a mi viaje interior, y fue aquí cuando lo vi. Era el ve­ cino sugestivo que pasaba frente a mi casa. Sé que es altamente pretencioso querer decir que todas las noches que él pasa por mi casa, lo hace por verme. Siendo fiel a la verdad, nunca he visto que note mi ya evidente y continua presencia en la ventana. Es más, parecería que fuera con mucho afán, siempre vestido como para su últim a noche, pues va tan a prisa que parece estar volando. Le he preguntado a dónde se dirige todas esas veces pero su silen­ cio afirma su pacto con una labor secreta que estoy a punto de saber. Vino, pan y flores. Un miércoles le llevé cigarrillos, pero parece que no los disfrutó porque a pesar de que encontré la caja vacía al siguiente domingo, deduje que alguna vez sufrió con sus pulmones y fum ar solo le recor­ dó un ya olvidado y penoso pasado. Le hablo tanto que a veces parece que estuviera frente a un psiquiatra o amigo íntimo, contándole toda mi vida para alguna vez escuchar un consejo adecuado. Cada día que le hablo descubro ra­ zones para amarlo, pero entre todas no puedo decidir si lo amo por su silencio o por el espa­ cio que me brinda para contarle mi vida, para llorar por m is errores y alegrarm e de mis lo­ gros, para tener esperanza en el futuro y para

PalabrArte

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dejar que todo conformismo llene m i mente. Hay que decir que los otros vecinos del os­ curo barrio no recibieron muy bien mi nueva relación con Antonio (nombre con el que de­ cidí referirme a él, al verlo escrito con letras ya corroídas en la fachada de su casa) y cada vez que le hablo los vecinos suelen m olestar­ me con sus miradas llenas con una mezcla de intriga y rechazo. Sin embargo, quizá no deba m encionar esto pero hace dos noches vi a un grupo de los vecinos de ese barrio en frente de mi casa, murmurando, pero manteniendo fija su mirada intim idante hacia la puerta de mi casa. Siento miedo. Se lo comenté y como sor­ presa recibí su silencio. Por eso le amo, creo. Quizá no deba tampoco decir que anoche no logré dorm ir porque curiosos sonidos desde la cocina y el jardín, en el primer piso de mi casa me recordaron por qué la intolerancia del país me llena de ganas de huir. Sonará redundante para mi abuelo si le cuento que cuatro sombras rodearon mi cama y golpearon todo mi cuerpo sin que yo pudiera ni gritar ni moverme. Por esto, y otras mil razones más, ya está de­ cidido. Me iré con el extraño. Ahora sé qué es lo que hace todas las noches. Es muy parecido a lo que mi abuelo, según me confesó, también realiza con pasión. Puedo aprender rápi­ do. Hoy lo haré. Lo haré en el oscuro barrio. Llegaré a mi lugar más privado, al hogar que me hospedará durante esta eternidad. Solo un disparo en la cabeza y lograré conocer a esos padres que nunca extrañé, ver a mis amigos olvidados, al ex-esposo y cuatro hijos que en una noche de tragos envié a un viaje fam iliar con mi abuelo. Solo un dolor más para no sen­ tir más dolor. Solo un dolor que me haga sentir viva y luego vivir siempre con mi abuelo. Solo un dolor para que el extraño, ahora amado, me cuente por qué el fum ar es malo, por qué es m ás que irónico dar la vida por una causa y luego morir de cáncer. Solo un disparo y unir­ me por siempre a él, junto a todos los que dejé morir por cobardía y traición. Solo con una bala, una de las que tantas veces evité y con la que me intentaron callar, para que todos ju n­ tos desde allá abajo del oscuro barrio salgamos todas las noches a llenar de vida la rutina de los muertos. l 9

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De puertas afuera

Al séptimo día, alguien nos dio la lluvia y luego el rock'n'roll, y vio que no estaba bien Por W. A n d r é s S á n c h e z M. M e d i c i n a , VI S e m e s t r e

wiansame@yahoo.com.ar P o r s o b r e l a s c a b e z a s e m p a p a d a s , los puños se elevan mostrando el índice y el pulgar extendi­ dos hacia el viento. Viene entonces un soplo de percusión contundente a manera de prólogo, y luego se monta algún rasgueo instantáneo sobre las cuerdas. La llovizna inofensiva pare­ ce redoblar su calibre. Alrededor, varios se han enfundado en los plásticos y aunque después del puesto de decomiso de la policía m etro­ politana los vendedores duplican a dos mil pesos el precio, son lo suficientem ente útiles para mojarse un poco menos y salvar las tapas de metal del óxido o al sistem a pulm onar de una afección galopante. Cedeño, plantado frente a mí, se sintoniza con los demás, hace el gesto de los cuernos, el gesto m anual encla­ vado con mayor fervor en el im aginario de las multitudes, al lado del dedo central m ostran­ do pistola o del mismo puño cerrado y retador. Ronnie Jam es Dio, el corto hombre que reem ­ plazó a Osbourne en la formación de Black Sabath, ha sido acreditado por los anales de la música como el masificador de los cuernitos hechos con las manos de cualquier sujeto que sea, se crea o intente llegar a ser algo si­ m ilar a un seguidor de música rock. Estoy encajado dentro de la muchedumbre del ter­ cer día de Rock Al Parque, observando cómo se propagan en progresión aritm ética los cuernitos al aire, mientras me resisto a reproducir el cliché-fetiche. Los de Austin Tv aparecieron enm asca­ rados, acompañados por la osamenta de un esqueleto inmóvil, uniform ados con algo sim i­ lar a un guardia del bosque o a un burócrata que rodó por un precipicio de musgo. Leemos la guía arrugada que nos entregaron limpia en la entrada, para intentar desentrañar algo de las desconocidas identidades de los cinco m iem bros del grupo. Oiram , "guitarra eléctri­ ca y acústica", com ienza a desplazarse fuera del espacio físico del vocal que no tiene la banda, todo es instrum ental: teclado dictando la atmósfera que rodea el inicio de la canción, secundado m ínim am ente con los riffs dulces de la guitarra. La gente entra en tono con el ritmo sincopado. Fabián me confiesa que el so­ nido es delicioso, es un tipo que se la pasa en la facultad con los auriculares adheridos a los oídos, tiene cómo decirlo. Entonces el vórtice del pogo empieza a girar en el centro del in­ fierno, el tempo se endurece tras sacudida de platillos y ahora las dos guitarras aceleran, O iram también, mientras los otros miem bros perm anecen impávidos, apenas moviendo las cabezas cubiertas por las máscaras que los transform an en una suerte de hom bres hoja. Más patadas y puños se sum an al pogo que se va extendiendo como una enferm edad, desde el núcleo del tumulto, pero sin copar los cos­ tados pacíficos como sí lo provocaran, el día anterior, los también m exicanos de la gran fiesta combativa llamada Panteón Rococó, quienes llegaron huyendo de la inundación

Número 16 -ju n io 2009

que canceló el escenario del Lago, colgaron la bandera del Ejército Zapatista de Liberación Nacional de uno de los amplificadores y sopla­ ron los tres vientos hasta más no dar. Ayer arribam os cuando la lluvia ya se había desmoronado. La calle 63, flanqueada por largos complejos verdes y deportivos perte­ necientes al Distrito, fue cerrada justo cuando em piezan las 113 hectáreas del Parque Simón Bolívar, la referencia espacial dentro de la ciu­ dad para cualquier tipo de evento sobre el cual graviten longitudinales multitudes. Dentro del bus, Cedeño me había invitado a una salchicha helada que, con dificultad, pude desenvolver de la delgada cubierta transparente. Junto con el par de salchichas, extrajo del bolsillo del morral un contundente bisturí, había olvi­ dado dejar los utensilios que le sirven en sus deberes de estudiante de diseño gráfico. Le re­ cité la lista de objetos prohibidos por la policía metropolitana encargada de la seguridad: cha­ pas, correas, pilas no recargables, sombrillas, arm as, botellas, alcohol, drogas. Ya cuando nos encontrábam os encajonados en la fila mojada, y a pesar de haber planeado dejar escondido el culposo objeto antes de ingresar al anillo de requisa, no nos quedó alternativa diferente a lanzar el extenso bisturí al fondo de la canasta de basura, firmada por A seo Capital. A pesar del cortante aguacero, la gente llegaba, engro­ sando el acceso principal al Plaza, desde la carrera 68 principalm ente, en fila india, como una locomotora ordenada y cubierta con una kilom étrica tira de lona de ésas que sirven para separar carriles de gente y que habían logrado desmontar en grupos. El agua había echado a perder las crestas elevadas de varios punks, sin embargo, a los demás grupúsculos m ili­ tantes de otras subgéneros resultaba imposible distinguirlos del gentío normal. M etidos bajo paraguas o cualquier cosa que hiciera las veces de impermeable, todo era un conjunto unifor­ me y desteñido a los pies de la lluvia. Luego de la fila y las capuchas de plástico, por delante de mí se pararon dos niñitas al momento de la venerable tomadura de pelo de Odio a Botero, una hora después del anuncio que decretaba el cierre del Lago y daba el visto bueno para seguir con la jornada en Plaza. La que tenía el cabello cortado al ras, donde había quedado solo una franja de pelo entrelazado corriendo por la mitad del cráneo, me pidió encendedor para alumbrar el porro que logró liar. Dentro de los bolsillos de la cham arra, cargo lapicero retráctil y libretita de notas, además de la bi­ lletera y las gafas oscuras para el sol que jam ás se asomó entre el cielo de plomo de todo el fin de semana. —¿Lleva drogas? —En lo absoluto—le había respondido auto­ m áticam ente al agente de policía que requisó por fuera los resquicios de la ropa. Allí, entre los filtros de seguridad e incau­ tación del domingo torrencial, fue atrapada una mujer con una bolsa negra llevando segu­ ramente algo que atentara contra el ambiente de salubridad y sanidad, que con ingenuidad siempre ha pretendido la organización del evento. Arrastrando bolsas de basura, así como ella, o cargando la botella de aguar­ diente Antioqueño oculta bajo las chaquetas, num erosos vendedores sorteaban las m iles de personas ofreciendo cigarrillos, bebidas al­ cohólicas y chicles masticables. La niñita al frente, el grupo de personas situados en el nivel más bajo de la izquierda, y varios más

desperdigados dentro de un rango de unos pocos metros a la redonda, fum aban cigarri­ llos de hierba, elaborados con las yemas de los dedos cuando la banda de turno tocaba su m ejor momento. Rock al Parque olía a m ari­ huana y a pelo mojado. Odio a Botero fue de una dureza simple, era la primera vez que podía apreciar su encomiable chabacanería en vivo, la consabida "voz dulce" de la diminuta muchacha blan­ quecina que cantó con los cinco sentidos como una pequeña niña conscientem ente de­ safinada, y René, el atonal vocal principal, desdoblado en Reggaemán casi al finalizar el show. Antes de ellos se paró una banda local. A ntes de la banda el público exhaló una triun­ fante exclam ación al descubrirse la tarima. El agua menguó, se disiparon las intenciones de cancelación del día completo, y la gente des­ plazada del Lago inundado llegó a colmar la concavidad inm ensa que es el escenario Plaza. Así fue como estalló el pogo universal, cuando Panteón Rococó despedía fogonazos encim a de la tarim a los torsos humanos com enzaron a chocar entre sí, un frenesí redundante, una gran orgía visual porque la capacidad total del lugar se veía temblar. El pogo era dem asia­ do infeccioso, aplastó mi costado, y mientras arrastraba a Cedeño, yo intentaba consignar en la libreta teniendo los dedos paralizados de frío y el lapicero a punto de escurrirse, aferrándome a una muchacha que tam bién lu­ chaba por m antener intacta su razón. Entonces ocurría que aquél aguerrido surfeando sobre la multitud, era devuelto a tierra luego de ser tragado por el oleaje de manos. El saxofonista de la banda cruzó la zona VIP para abalan­ zarse, de la mism a manera, sobre las cabezas que com ponían la zona media de la primera porción del público, la más ardiente de todas. Cedeño me pide abrir uno de los bolsillos la­ terales del morral, había recordado que aún quedaba otro par de salchichas, el ham bre acuciaba y la única alternativa era ir contra la marea hasta llegar a las carpas de comidas, o dirigirse a los llamados Puntos de Hidratación a beber gratis un trago de agua. El más pequeño de la fiesta de Rock Al Parque dispensaba la hierba y observaba sin inm utarse la ronda de ganja, al tiempo que su madre encendía los porros de los partici­ pantes. Al m ism o tiempo, el hijo mayor iba y volvía del pogo, totalmente ataviado, después de haber perforado los hombros de su chaque­ ta con los taches puntiagudos que su herm ano había introducido, burlando la requisa de la entrada. De esta manera recordaba a la fam i­ lia del domingo: al pequeño con los parches de los Sex Pistols cosidos a su chaqueta de jean -h a empezado bien el ch ico-; a la señora, rubia, arrugada, atractiva, saltando las vallas de se­ guridad para ser atendida por los servicios de la Cruz Roja -la s bocanadas de m arihuana y treinta mil personas alrededor no sientan bien en la época de la menopausia. A este niño no le han obligado a tragar mierda, pensé desde que term inó la función potente de los Black Rebel y su m araña de guitarras a pleno volumen, la úl­ tim a presentación de ese día; así como pienso que Babasónicos fue pura baba y que, quienes pudieron disfrutar de sus sonidos relamidos, tragan mierda voluntariamente. Ahora, Cedeño enfila el objetivo de su cá­ mara digital hacia el escenario. Pudim os encontrarnos nuevamente en el Plaza, hoy lunes de cierre iluminado por el habitual sol


J52Si20ÍP^r traicionero de Bogotá D.C. Su llamada al te­ léfono celular interrumpió la siesta que yo dormitaba, para decirme emocionado que se encontraba esperando el prim er toque de la jornada. En el sur de la ciudad, abordó el bus que en lugar de dejarlo sobre la carrera sépti­ ma, lo llevó hasta los lindes del Simón Bolívar. En cambio, el que yo tomé se fue atestando de parejas jóvenes que buscaban un puesto sobre el cual revisar la programación prevista para la tarde; un grupo de hombres bajaron antes de tiempo, confundidos en medio de la bo­ rrachera azuzada por el calor del mediodía y abandonando una estela de tufo, tras su paso a través del corredor estrecho del bus. Austin TV se encuentra en la meseta de su sonido, Cedeño intenta fotografiar los movimientos impredecibles de Oiram, luchando contra el nivel de batería de la cámara, ya que el par de pilas nuevas recién compradas fueron a dar a las manos del policía que lo esperaba en el puesto de decomiso. Todos los que pasamos por allí fuim os obligados a descalzarnos, a di­ ferencia de ayer, cuando el pavimento mojado impedía cam inar únicam ente con las medias puestas, privando a los agentes de husm ear con los guantes blancos de látex en el interior de los zapatos, enfrascados en la búsqueda de cualquier elemento incluido en la lista de obje­ tos prohibidos que dejaba leer el aviso sobre el acceso principal. El baterista del grupo, Xnayer según la guía húmeda, desciende de la tarim a para enca­ minarse hacia la multitud del pogo, hacia el grueso de la asistencia. ¿A qué músico encara­ mado sobre el escenario le importa el pequeño y selecto grupo VIP? A llí estaría yo si la di­ visión de prensa de Rock Al Parque hubiera atendido mi solicitud de acreditación como "corresponsal" del periódico estudiantil de la Universidad Nacional, entre fotógrafos de m e­ dios oficiales, entre periodistas que escribirán las acostumbradas e insípidas reseñas oficiales de siempre, entre personas que poseen el don de situarse veinte metros más cerca del vaho de las guitarras y de la punta de los pies de los cantantes. Anoche, Robert Levon zapateaba sobre los charcos que alcanzaron a sembrarse en el borde la tarima, salpicando unas pocas cabezas VIP cuando limaba las seis cuerdas de la Gibson. Después de la requisa en seco, pude co­ incidir con Fabián, otro aprendiz de médico, seguidor fiel de la música de Black Rebel Motorcycle Club y quien me pasó unos cuan­ tos álbum es a modo de preparativo para la presentación de ellos. Le dije que iba vesti­ do con rem iniscencias hippie's; yo, en cambio, había elegido -inconscien tem ente- un con­ junto de ropa de influencia velvetiana, muy sim ilar a un Lou Reed primigenio. Al final él acabó metido en una chaqueta negra de lo más actual y común, y yo bajo el miserable capuchón de plástico que nuevamente tuvi­ mos que comprar con Cedeño. Pero antes de la lluvia, Xnayer, arrim ado contra la valla lim í­ trofe, elevaba un cráneo artificial para locura de los asistentes: lo lanza a la ávida multitud y el hueso parietal comienza a volar por los aires. Austin TV continúa en escena, ya tiene más que merecida la ovación del público y un puesto en mi lista preferencial de descargas a través de Internet. Chiosan baja de los tecla­ dos. La única mujer en la formación rompe contra el suelo el esqueleto que los había acom­ pañado durante el show, tras haberlo abrazado

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y haber bailado juntos un vals imaginario. La multitud entra en el paroxismo que sólo un cuadro como estos puede generar dentro las fibras sudorosas de cualquier individuo. Aquí nos salvamos todos, Dios nos dio el rock'n'roll y nosotros se lo arrebatamos a él. Salim os a duras penas del cuerpo de la mu­ chedumbre. Las botas de los jeans pintadas de barro, el mismo barro profundo donde nos en­ terramos, y del cual no pudimos escapar para asistir a la banda local Mmodcats, quienes interpretaban en el Lago. Para lograr la cre­ dencial era necesario contar con una difusión masiva, alguna emisora radial de frecuencia modulada o tener a disposición el staff nume­ roso como para levantar una carpa y transm itir desde ahí en directo. Q uise unirm e a la gente de atrás, quienes lanzaron objetos al set-en-vivo de Mucha Música y a sus dos superficiales presentadores, que se vieron obligados a res­ guardarse tras los sofás coloridos para evitar el boicot a su necedad. Hay mucha más músi­ ca sobre el barro, del lado de los negados; al fin y al cabo esto consiste en rodar, en estrellar­ se contra la roca, oliendo la m arihuana, el pelo mojado y la angustia exultante que se cuela por entre los oídos.E9

La grandeza de los llamados pequeños oficios Por J u a n

A lb e r to R o d ríg u e z M én d ez

IV S e m e s t r e ja r o d r ig u e z m e @ u n a l.e d u .c o H is to ria ,

r r e m e t e n c o n t r a e l l a y sin poder hacer mucho los invita a mover el carro mientras los pitos y gritos de los otros conductores la apuran en su cometido. Del lujoso carro blan­ co descienden un grupo de personas que, por su apariencia, parecen no ser de la fría ciudad de Bogotá. El trancón ocasionado por aquel carro pone a Rosalba Ramírez en una situación bastante compleja. Ella no sabía en lo que se había m e­ tido aquel día en el que una doctora, amiga de una hermana, la invitó a vincularse a un traba­ jo que ofrecían en la Secretaría de Movilidad de Bogotá: "sólo me dijo que si quería trabajar con la Alcaldía, y pues... ante las necesidades a las que me veo enfrentada no tuve más op­ ción que decir sí". Aquella m añana había trascurrido solea­ da y con muchos peatones que hacían que el trabajo fuese más arduo. Las calles del centro estaban siempre congestionadas y el trabajo de Rosalba como 'Orientadora Cívica' se había convertido los últim os días en una experien­ cia bastante agotadora. El Convenio 015 de la Secretaría de Movilidad del Distrito Capital había creado un programa llam ado Zonas Seguras, donde la intención había sido generar espacios peatonales con la debida orientación por parte de personas adiestradas en dar paso a unos y otros en las calles bogotanas donde fuese necesario, según las propias palabras de Rosalba. Por lo menos, esa era la versión que ofre­ cía Rosalba acerca de su trabajo: 'Orientadora Cívica'. Con sus 53 años, ha dado en la vida para todo lo que le han puesto: "H e luchado siem­ pre por estar bien y brindar oportunidades a m is hijos. Ya hoy ellos son adultos. Viven en

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De puertas afuera

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España y el otro en Ecuador. No hay plata para ir a verlos y pues, luego me tocó aceptar el tra­ bajo. Tengo que pagar m is gastos y no tengo una casa, el arriendo es lo más importante". Y todo lo que le han puesto en Bogotá desde hace ocho años, tiempo que lleva en la ciudad, ha sido pura supervivencia: "Este es el pri­ mer trabajo que he tenido desde que llegué. Siempre he estado sola aquí y pues ahora mi esposo ha vuelto. Son muchos años y ahora como antes, no es que haga mucho con su tra­ bajo para los dos". La sensibilidad que despierta Rosalba es la de sentir culpabilidad por menospreciar aque­ llos trabajos que nadie quiere ver, pero que en realidad ofrecen panoramas diferentes y po­ sibilidades de relacionarse con el entorno que se hacen necesarias y sobretodo seguras. El caos vehicular de Bogotá siempre será el caos de una ciudad que crece día a día, pero los trabajos pequeños -co m o se suele llam arloscontribuyen de manera excepcional a que los habitantes no nos matemos en nuestro convi­ vir diario. Cuando a las 08:30 de la m añana llega Rosalba a aquel espacio asignado para ese día, piensa en las posibilidades que ha tenido en Bogotá: "N o han sido muchas, mira el trabajo que vine a conseguir. No es malo, pero yo soy bachiller". Aquel título de bachiller la llena de un profundo orgullo en días en los que hacer­ se bachiller no requiere de tanto esfuerzo como cuando ella lo consiguió: "Yo soy de Guateque, trabajé allí en la Registraduría, en la Notaría, en Planeación, en Telecom también, y sólo con mi título de bachiller". Tal vez por esas razones y por las funcio­ nes desempeñadas en su nuevo cargo que le generan molestias físicas, es que recuerda con nostalgia aquellos años en los que su trabajo era frente a un escritorio: "pero de los cargos políticos no se puede esperar mucho. Menos cuando uno se quema". Rosalba es una mujer de gran cultura. Salta a la vista por aquellos ademanes, por la forma en la que organiza cada una de sus pa­ labras, por la calidez de su conversación y por la sensación de estar frente a una persona que tiene mucho que enseñar. No es un conoci­ miento adquirido en academias de la ciencia, es conocim iento de la vida y del mundo que ha adquirido en sus largos días de lucha. Por esa misma razón, resulta increíble que aque­ llas personas que se ufanan de su gran mundo y cultura sean incapaces de ver con respeto y cortesía a una mujer como Rosalba. La gran camioneta no venía sola. Esa placa azul CD 1876 venía acompañada de otra CD 0782. Mientras sus ocupantes bajaban para disfrutar de la tarde de sábado soleada en el centro de la ciudad, Rosalba corría a poner su paleta de PARE / SIGA mientras el m onum en­ tal trancón se iba armando minuto a minuto. "Este trabajo parece que no era para perso­ nas como yo. Creo que la finalidad era darle empleo a aquellas personas que llegan a la ciudad como desplazados. Es un trabajo para personas que han salido corriendo de sus pue­ blos. Creo que les dan empleo para no verlos en los sem áforos pidiendo... Me da tristeza, no puedo pensar que estas ofensas que me hacen a mí, diariamente, las hagan a personas que realm ente están en situaciones extrem as. Y sin conocim iento de la ciudad y de las cosas y monumentos. Algunos turistas me han pre­ guntado por sitios que a veces ni conozco... Me Continúa en la página siguiente


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De puertas afuera/Grupos Estudiantiles

insultan entonces, otros lo hacen al creer que esto es una vagabundería, que no deberían pa­ garme por mi trabajo. Gente que está en contra del Gobierno y que busca cualquier excusa para hablar mal del alcalde o del presidente. Son personas incultas." Pasaron cinco o diez minutos m ientras todos los ocupantes de aquellos carros descen­ dían. Ya se confirmaba que no sólo no eran de Bogotá sino que no eran colombianos, sus ru­ bios cabellos nos hablaban de esto y mientras Rosalba recibía insultos de otros conductores, se apuraba a hacer que ellos acabasen con su lento descender. "Todos los días recibo insultos, ayer por ejemplo me tocó aquí mismo, en la carrera 4 con 11 y el conductor de uno de los buses del Colegio Agustiniano se fue contra mí. Le pro­ vocaba echarm e el bus encim a: Me dijo V ieja bruta'. Hasta la misma persona que lo acom­ pañaba en la ruta lo ayudó: creo que es la profesora encargada de dejar los niños en las casas". "Nada de esto pensé que viviría aquí. Este trabajo me trae sobresaltos todos los días. Ni siquiera hubo una capacitación cuando em pe­ cé. Esta llegó como a los tres meses de estar en las calles cuando ya había aprendido de m is compañeras. Siempre es necesario que lo capaciten a uno para m andarlo a las calles. Y más en una ciudad como esta. Todo el mundo te atropella, te ultraja". "N o saben que lo que hago también es por el bienestar de todos". Y sí, por el bienestar de todos. Todos los que día a día se enfrentan a una ciudad que crece, que convulsiona, que requiere cada vez más de so­ luciones efectivas en cuanto a la movilidad, en cuanto a la posibilidad de llegar cada vez con más prontitud al trabajo o al lugar de estudio. Todos estos espacios se concertan, se concre­ tan no sólo con las disposiciones de los entes com petentes como la Secretaría de Movilidad y la Policía de Tránsito, también son necesa­ rias personas como Rosalba Ram írez: una buena mujer del municipio de Guateque con un corazón enorme, no sólo por su fam ilia sino por la ciudad que le ha dado la oportunidad de trabajar de nuevo a sus 53 años, cuando el mercado laboral no requiere de la experiencia de personas como ella, sino de la ligereza de algunos jóvenes. La grandeza de los pequeños oficios la po­ demos encontrar en cada una de esas personas a quienes consideramos sin im portancia y en quienes no vemos la contribución al desarrollo de la vida diaria. Si nos asomam os a nuestra ventana veremos a los señores de los cam iones recolectores de basura, a los señores que llevan los diarios a las casas, a todas aquellas perso­ nas que hacen que la vida de otras sea más fácil. Todas aquellas tareas que dignifican el espíritu de las com unidades porque nos hacen pensar que no sólo se trabaja para sí mismo. Se trabaja para otros que, como uno, habitan un espacio que es de todos. Rosalba regresa a su casa después de estar de pie durante ocho horas diarias. Su próxi­ ma tarea, llam ar al coordinador de área para que, al igual que este día, le asigne otra para m añana. "Tengo que llam ar por celular hoy para que me indiquen dónde lo haré m añana". ¿Dónde lo hará mañana? Sólo espera que los bogotanos entiendan su trabajo m añana mejor de lo que lo hicieron hoy. ¡ 3

Número 16 - junio 2009

M U S E O INEDIT extien­ de su convocatoria para su novena edición. Si desea publicar un artículo en la revista puede participar hasta el 10 de julio de 2009. Estos artículos pueden ser: artículo original de investigación, artículo de reflexión no re­ sultado de investigación, artículos específicos sobre asuntos profesionales, estudio de caso o reseñas de libros. Los trabajos deben ser origi­ nales, es decir, que no hayan sido publicados parcial ó totalm ente en otras revistas ni encon­ trarse en proceso de publicación. El material pasará a un comité editorial, el cual decidirá cuales textos aceptados para ser publicados en la revista. La

re v is ta

R edes

C o m u n ic a tiv a s

E l g r u p o M u s e o I n é d i t o con el apoyo de la D irección de Bienestar Universitario y el M useo de Arquitectura Leopoldo Rother de la Universidad Nacional de Colombia, sede Bogotá, les invita a la muestra Casas Blancas del arquitecto Fernando M artínez. La exposi­ ción con recorridos guiados podrá ser visitada hasta el 30 de junio de 2009.

Lunes a sábado, 10:00 a.m. - 4:00 p.m. Domingos y festivos, 9:00 a.m. - 3:00 p.m. Mayor información:

museos@unal.edu.co

Envío de textos y/o mayor información:

redes_ftnbog@unal.edu.co

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d e t r a b a j o Eduardo Um aña Mendoza invita a l@s estudiantes de la Universidad Nacional a participar en la Revista Lo Propio, enviando sus artículos sobre derechos hum a­ nos y derecho penal al correo adjunto al final.

El g ru p o

Concurso Literario

incluyente

H a s t a e l 18 d e j u n i o de 2009 a las 17:00 hrs hay plazo para presentar una propuesta en el 2° concurso Literario Expresión Incluyente. La com petición consta de dos categorías, cuen­ to y ensayo. El material deberá ser presentado en castellano, solo se admitirá una obra por autor y deben ser trabajos de carácter inédito, sin ninguna relación con otro concurso pasa­ do y/o vigente, en el caso de cuentos, estarán inspirados en historias de vida de personas en situación de discapacidad. El ensayo deberá comprender razonam ientos sobre estrategias de las personas en situación de discapacidad en un proyecto de universidad incluyente, y la viabilidad de esto. Las obras se pueden entre­ gar en un sobre de Manila en la oficina 515E de la Facultad de Medicina, conteniendo dos copias impresas, firmadas con seudónimo. También pueden ser enviadas al e-m ail adjun­ to al final.

Más inform ación y envío de obras:

Envío de artículos:

dhypeduardoumanamendoza@gmail.com

ALBERTO ALAVA E l c i n e c l u b A l b e r t o A l a v a , de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Nacional de Colombia invita a la comunidad universitaria y en general, a participar con textos e imágenes en la segunda edición de su revista Gajes del cineclubismo cuyo tema es "C ine y política". Se reciben ensayos, cuentos, crónicas, reseñas en la parte textual y carica­ turas, fotografías, composiciones y ensayos gráficos en las imágenes.

jemorau@unal.edu.co Mayor inform ación y envío de colaboraciones:

PJLnAURA E l g r u p o R i l t t a u r a , revista de creación estéti­ ca, abre su sexta convocatoria para la recepción de textos e ilustraciones. Puede participar toda la comunidad académica de la Universidad Nacional. El tema será libre, el género (narra­ tiva, poesía, teatro) también. La convocatoria estará abierta desde el 16 de junio hasta el 14 de agosto de 2009.

cineclubalbertoalava@yahoo.es

indago Revista de estu d iantes de p sico log ía

http://revisiarilttaura.blogspot.com

La r e v i s t a d e e s t u d i a n t e s de psicología Indago invita a enviar sus textos con tema libre para ser incluidos en la primera edición del 2009. Los escritos deben ser enviados antes del 20 de ju nio de 2009, y su extensión no debe superar las 20 páginas con normas A P A . Es im portan­ te que el autor, si no tiene objeción, nos envíe autorización expresa para la circulación de su trabajo en la versión electrónica de la revista.

Envío de trabajos:

Mayor inform ación y envío de artículos:

rilttaura@hotmail.com

revistaindago@gmail.com

Mayor información:


www.unal.edu.co/contexto

Deportes

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12121 Aproximación a las agrupaciones y seguidores en el fútbol* P o r J o h n A l e x a n d e r C a st r o L o zan o S o c io l o g ía V S e m e s tre

jacastrol@unal.edu.co

El 7

1998 la radio, la prensa y la televisión anunciaron la llegada de las barras bravas a Bogotá y a nuestro país, como un fe­ nómeno de violencia en el fútbol importado de Argentina. Aquella m añana las noticias infor­ maron que la noche inmediatamente anterior se habían enfrentado, en el clásico número 207, Embajadores y Cardenales. La crónica resalta­ ba que, en medio de la celebración del primer gol de Los Millonarios, varios hinchas cayeron al prim er piso de la tribuna lateral norte. Esta tribuna había sido ocupada por una agrupación que se hizo conocer como Comandos Azules # 13 y que se ubicaba allí desde 1996. Esta agrupación tiene la costum ­ bre de realizar una avalancha cuando su equipo anota un gol, acción que consiste en bajar corriendo por la gradería hasta que algo lo contenga. Pero esa noche la celebración no fue igual a las anteriores, ya que la baranda de seguridad no resistió el peso de los integrantes de esta barra, cedió y se rompió, dejando vía libre para que decenas de integrantes de esa agrupación cayeran al primer piso de la tribu­ na lateral norte. Desde esa m añana hasta el presente, los medios de información han hablado de la lle­ gada, consolidación y permanencia de las barras bravas en nuestro país. Este discurso se ha mantenido gracias a las cifras de enfren­ tamientos, heridos y muertos entre grupos de hinchas. El interés de este artículo no es hacer una apología o antología de los hechos de vio­ lencia o presentar datos de los resultados de los diversos conflictos entre estas agrupacio­ nes. A este le interesa una descripción de las prácticas individuales y grupales de quienes conform an este tipo de agrupaciones, porque acerca de ellas y de sus integrantes se sabe poco ya que es probable que se haya tomado como cierto lo que han afirmado los medios masivos de inform ación que los asem ejan con desadaptados, delincuentes y/o salvajes que, muy seguramente, deben ser judicializados. Por otro lado, la palabra, o palabras, barrasbravas es un sobrenombre que se le dio, en Argentina a mediados de la década del setenta, a un grupo de hinchas que se ubicaban detrás de los arcos o porterías y que protagonizaban hechos de agresión. Barras bravas se lim ita a sí m ism a porque se especifica en la violencia y desconoce la diversidad de com portam ien­ tos, actitudes y practicas que se desarrollan al interior y exterior del estadio, tomando para este texto con la que ellos mismos se identifi­ can, hinchada. Buscando superar o dejar a un lado las interpretaciones facilistas de los medios ma­ sivos de inform ación y a su vez, penetrar en de m ayo de

el mundo de los seguidores y agrupaciones en el fútbol -hin ch ad as-, pretendo describir la práctica fundamental que las hace ser una hinchada: el aguante. Además, señalar que la hinchada se divide en dos, sin que la una desconozca la otra, el carnaval y el combate. El aguante es el discurso práctico que impli­ ca la presencia incondicional en la tribuna y la decisión de permanecer en los enfrenta­ mientos; el carnaval por su parte, envuelve todo lo que signifique el apoyo incondicional al equipo y el combate hace referencia a los enfrentam ientos que se presentan entre di­ ferentes hinchadas. El aguante significa para la hinchada, estar presentes, al lado del equi­ po en buenos y malos momentos, deportivos y administrativos, de la misma forma es salir al encuentro del otro, mantenerse frente a él en el enfrentamiento. El aguante es el fin a llegar para los inte­ grantes de la hinchada, ya que es él quien las define como una agrupación seguidora de un equipo de fútbol. El aguante es la forma de ser/existir del hincha y de la hinchada, es el fin a llegar pero así mismo es su fundamento. El aguante es el bien preciado a obtener y lo­ gran detentarlo cuando, primero, acompañan al equipo en los lugares que él se encuentre; segundo, lo apoyan incansablem ente a pesar del tiempo climático o el resultado; tercero, lo­ grar mantenerse en pie, no retroceder, en el momento en que se enfrentan a otras agrupa­ ciones y cuarto, porque logran mantener sus emblemas en sus manos y quitar los de los otros de las de ellos. El aguante es la forma de ser/existir del hin­ cha y de la hinchada, hacia dentro o hacia sí mismos, ya que al exterior o hacia fuera no son poseedores de este, es decir, para la hincha­ da de M illonarios, Blue Rain, ellos detentan el aguante porque apoyan a su equipo sin

I l u s t r a : O scar A. R íos

importar las condiciones y se enfrentan al que se les presente y consideran a La Guardia Albi Roja Sur, seguidora del equipo Santa Fe, como amargos ya que no apoyan a su equipo y salen a correr o les da miedo cuando se encuentran con ellos. Por su parte, La Guardia Albi Roja Sur considera que son ellos quienes apoyan a su equipo sin parar y que es Blue Rain quien no se enfrenta a ellos. De este modo el aguante es lo que hay que obtener para ser, en el mundo de las hinchadas, y quien no lo detente no es. Este tipo de discursos prácticos, se expresan por medio de los cantos, que entona la hinchada antes, en y después del partido que esté jugando el equipo, pero lo sostienen únicamente si no paran de apoyar a su equipo, a pesar del resultado o del clima, si va perdiendo o si está lloviendo, respectivamente o si se presentan ambos, ya que lo único que deben hacer es alentar a su equipo. Sostienen ese discurso si se enfrentan a hinchadas contrarias y si logran que el otro retroceda y que ellos avancen, saliendo victoriosos y así logran hacerse poseedores del máximo galardón o premio de una hinchada: el aguante, ya que él les brinda la dignidad y la reputación que les permite posicionarse como la primera, ya que todas buscan serlo. Este tipo de creencias son difíciles de entender ya que no se entienden sino se sienten, siendo este tipo de conductas las normativas para estas agrupaciones y es a estas que se deben y comprometen, es decir, aguante, carnaval, combate, dignidad y reputación. C3

* E s t e t e x t o h a c e pa r te de la in v e st ig a c ió n q u e esto y D E S A R R O L L A N D O EN E L C E N T R O D E E S T U D I O S S O C I A L E S , DE la

U n iv e r sid a d

N a cio n a l

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C o lo m bia , in t it u l a d a :

" C o m o una so m b r a . E x pr esio n es de a g u a n te, carnaval Y C O M B A T E EN B L U E R a IN , H IN C H A D A DEL E Q U I P O DE F Ú T ­ BO L

Los

M il l o n a r io s "


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Medio ambiente

La Comarca: historia de una fogata Por

M ig u e l A n g e l O r tiz F e rn á n d e z

Econom

VII

ía

S e m e stre

maortizf@unal.edu.co Dos j ó v e n e s a l t o s , entre los veinte y los vein­ titrés años, uno de cabellos negros y el otro de cabellos castaños, fijados al azar por el aire, con zapatos deportivos, como ocurre con la moda eterna de la universidad, estaban allí senta­ dos, como de costumbre, en un sector al que muchos estudiantes y no estudiantes conocen como "La playa". Por su talante se descubría a los muchachos que m erodeaban por el cam ­ pus todos los viernes por la tarde, buscando la aprobación alcohólica de sus com pañeros para pasar unas horas bebiendo en algún prado. Mi amiga era muy diferente a ellos. Después de presentarnos, a Clara la lengua se le quedó entre los dientes y su sonrisa forzada, m ien­ tras escuchaba la conversación de sus amigos. Esa tarde me di cuenta de que Clara, cuan­ do andaba en medio de dos grupos de amigos que no se conocían entre sí, decidía gastar su tiempo con uno y olvidar por completo al otro. Por más que intenté cruzar unas palabras con los tres varias veces, no recibí ni siquiera una mirada soez con la que pudiera com enzar una discusión. Años después, como activista eco­ lógico, sin ningún sentido de la culpabilidad, les contaría a distintas com unidades la historia de aquel fin de semana como parte de una lec­ ción. Pero esa tarde, m ientras el frío de octubre cubría la ciudad en la que vivía, solo observé cómo m is jóvenes com pañeros se divertían al­ rededor de una fogata. Acompañadas de las llamas, la política y la academia jugaban entre risas supuestamente a m ejorar el mundo con palabras vacías, que term inaban quemando su antifaz en la no tan improvisada hoguera estudiantil. Mi mirada comenzó a posarse en aque­ lla habitada playa. Un segundo cualquiera me percaté de una costum bre que se había apoderado del lugar y que no era nueva para ninguna de las personas que llegaban: la crea­ ción de fogatas. El sector donde me encontraba no era plano, pequeñas llanuras y montañas conform aban un tapete de pasto arrugado, ro­ deado por frondosos árboles a excepción de uno que estaba seco, y dos árboles pequeños que estaban sembrados a la orilla del lugar. Unos m etros más adelante, los estudiantes cruzaban la plaza principal de un lado a otro sin rum bo definido. "L a playa" estaba llena de círculos y huecos de ceniza. Los grandes círculos, como cadáve­ res reutilizables, como muñecas inflables, eran el centro del club universitario de la deforesta­ ción. En cada círculo y en cada hueco vi ramas secas; puntillas, la mayoría dobladas; piedras; tapas de gaseosa; colillas de cigarrillo; frag­ mentos de botellas, unos transparentes y otros de color m arrón, y ladrillos partidos. Varios de estos agujeros negros no estaban siendo

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utilizados por nadie pero cinco muchachos, al parecer, no los vieron o simplemente no les en­ contraron ninguna utilidad y decidieron crear uno más a tan solo tres m etros de m i grupo. Fue un día de verano. Más gente que de cos­ tum bre se quedó en "La playa" a conversar y tenían motivos para hacerlo: el cielo era una impecable sonrisa azul que encerraba m iste­ rios lejanos. Después de diez m inutos de ausencia, Carlos acomodó entre las brasas un tronco bastante grueso y dejó entre Aristóbulo y él otros dos muy parecidos que utilizaría más tarde. El viento, no tan frío, llegaba hasta mis com pañeros cual recuerdo pasajero, pero a mí me atrapaba como el abrazo de un espan­ to. Un fuego retador se alzaba en frente de mí y lanzaba chispas desordenadas como gol­ pes ciegos que se dan al aire. A través de las chispas de una fogata cercana vi a una rubia que bailaba al compás de las palm adas de sus amigos. No vi a nadie con botellas pero abun­ daban las cajas de vino barato y aguardiente en las manos de los muchachos. Todo se veía norm al en ese momento. "La playa" estaba repleta de jóvenes ebrios con sus m aletines, de hojas secas que caían de los grandes árboles y de ram as de distintos ta­ maños que se desplazaban por el lugar con el im pulso de los pasos de la gente. En algunos grupos parecía que las risas, las guitarras y la m arihuana no dejaban espacio para que el tiem po se sentara y disfrutara de la gran re­ unión, pero en mi caso, con una despedida corta e incómoda, abandoné la fogata y me fui para la casa. Acaeció a eso de las siete de la noche el desastre. Yo abandoné el cam pus a las seis y fue al día siguiente cuando m e enteré del incendio. En la universidad sólo se sabe que doce personas m urieron; pero la comunidad hoy en día ignora la causa de su muerte. Tres nom ­ bres más, tres nuevas víctim as de lo que ha de llam arse "la ignorancia hacia la fuerzas de la naturaleza": el estudiante de ingeniería elec­ trónica Carlos Velazco y los estudiantes de enferm ería Aristóbulo Prieto y Clara Gallardo; tres jóvenes que hubieran dejado perplejos a los bom beros si hubieran sobrevivido al terri­ ble hecho. Q uizá llegaron m uertos a "L a playa" y yo no me di cuenta o sí lo estaban pero en otro sentido de la palabra. D espiadada rareza: cuando llegaron los bom beros sus cuerpos es­ taban tendidos alrededor de un círculo negro, sin rasguños, sin quemaduras, sin nada que pareciera haberles hecho daño más que un simple sueño en medio de aquella catástrofe.

Pequeñas llam as bailaban sobre algunos m o­ rrales y las hojas secas ya no se podían llam ar hojas, contaban unos vendedores en la torre de Enferm ería al día siguiente. Un estudiante en la universidad, entre otras cosas propias de su carrera, debe procurar que sus actos arrojen luz diáfana y penetrante sobre los problemas que afectan al medio ambiente, o en cuanto a aquellas cosas de la naturaleza que se pueden volver un problema para noso­ tros como el espacio en el que nos movemos a diario. El hacer una fogata sin las precaucio­ nes correspondientes significa una amenaza de fuegos forestales y de daños a la aparien­ cia natural de un lugar al dejar cicatrices en el ambiente y la vegetación. Como amante de la naturaleza y egresado que conoce las razones del incendio de "La playa", que en realidad era una hojarasca cubierta de estudiantes irres­ ponsables, me atreveré a dar unos consejos a todo aquel que quiera hacer una fogata: 1. En espacios de demasiado uso haga fo­ gatas solo en lugares ya utilizados para tal propósito y así concentrar los impactos. Utilice los anillos de fogatas ya existentes, no cons­ truya uno nuevo. Si ve que hay varios anillos, destruya los m ás deteriorados o mal situados y deje el que está mejor conservado para el uso de los visitantes. Los anillos o fosas para fue­ gos se deben dejar intactos para que otros los puedan utilizar. Si usted los desmantela, las siguientes personas harán fuego en un nuevo lugar. Estimule a otros a utilizar el mismo sitio dejándolo limpio. 2. La leña debe ser de un diám etro menor al de la muñeca de un adulto. La leña que no se utilice puede volverse a tirar al bosque para prevenir impactos visuales poco naturales. Es mejor no recolectar troncos grandes y pi­ carlos ya que estos desempeñan una función muy importante en el ciclo de nutrientes en un bosque. 3. En los meses secos, las probabilidades de fuegos forestales incrementan, por tanto, haga fuegos pequeños y m anténgalos bajo su con­ trol. Puede que los fuegos estén prohibidos en las épocas de sequía. Condiciones m eteo­ rológicas de mucho viento son un indicador en contra a hacer una fogata ya que el vien­ to fácilm ente puede llevar chispas y generar incendios en los alrededores. Por lo menos, procure seleccionar un sitio protegido del viento y considere no usar una fogata bajo estas condiciones. C9

Ingrid P. Bonilla y O scar A. Ríos.


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