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Alveiro Monsalve Zapata el cooperativista, el humanista, el profe
Alveiro Monsalve Zapata: De su libro; 100 Claves de la Economía Solidaria- Capítulo 13. La lógica del tercer principio: Participación económica de los miembros. El capital está al servicio de los asociados y no la cooperativa en función del capital.
A Daniel le sigue sonando como un eco dulce, la parábola de las piedras, que retrata a Alveiro como metódico y visionario. “Siempre me insistía en que yo debía pensar en los siguientes pasos en el futuro. Hay que prever, decía, y siempre hablaba de las piedritas en el río: cuando uno cruza sobre una piedra, tiene que saber dónde está la siguiente, buscar la siguiente para cruzar el río. No se trata sólo de apoyarse en la primera piedra, sino de pensar en la siguiente porque la intención es cruzar el río”.
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La hora del campo
Durante su vida en el seminario campestre de Yarumal, y en las misiones que le siguieron, Alveiro desarrolló mucho el amor por la naturaleza. Siempre estuvo inquieto por el manejo que los seres humanos le damos al planeta y siempre insistió en la necesidad de cuidar la naturaleza, de conocer el país para poderlo querer y cuidar sus recursos. “Si no conocemos el país y no conocemos sus recursos, no vamos a tener la iniciativa de cuidarlos”, decía.
Así que con Ana Lucía y Daniel, alimentaron el sueño de vivir en el campo. Siempre tenían en su apartamento hamacas y muebles rústicos y pesados. “Si no tenemos finca, por lo menos tengamos los muebles y la decoración de finca”, decían.
Hasta que un día, cuando ya tenían alguna independencia económica, lo decidieron: “Por qué no le metemos plata a una finca, nos vamos a vivir allá y miramos a ver qué hacemos”. Y así fue: la encontraron en Gasca, Cundinamarca.
Daniel, que le acolitaba todo, apoyó la idea con entusiasmo. “Yo ya no vivía todo el tiempo con ellos, no tenía que lidiar con los problemas cotidianos de la finca y me tocaba la parte chévere, fue una experiencia muy grata porque tuvimos ovejas, ganado de levante, un montón de gallinas, una huerta y sembrados. Inclusive en algún momento intentamos el procesamiento de comida para ganado. Llegamos a tener un negocio de artesanías cerca del pueblo y aprendimos un montón del campo, de la ruralidad, de cómo funciona eso”.
El muchacho Alfredo
Alveiro tuvo muchos amigos en su vida, pero pocos del alma, como evoca Ana Lucía: “Él y yo éramos de pocos amigos en la vida cotidiana y personal, pero desde que conoció a Alfredo Alzate hicieron muy buena amistad. Decía que era un chico muy inquieto, que le gusta innovar, que le gusta hacer cosas, que la lucha,
se esfuerza y hace las cosas bien. Entonces, se comprometió emocionalmente con él y decía: tengo que apoyar a Alfredo en todo lo que se le ocurra. Tuvieron una amistad muy bonita”. Alfredo lo confirma con la voz quebrada por la pérdida y la añoranza. “Cuando estaba iniciando con Gestión Solidaria, una vez nos llamó alguien a comprar 12 suscripciones. Sorprendido, fui allá y era la secretaría del profesor Alveiro, que le había ordenado la compra. Meses después él me mandó un artículo y así empezamos a tener conversaciones. Se convirtió en colaborador permanente de la revista y cuando venía de la finca a Bogotá buscábamos un espacio para tomarnos un café y echar cuentos. Era la posibilidad de contar con un asesor de alto nivel sentado en un restaurante humilde comiéndose un corrientazo conmigo”.
Su sólida amistad le dejó la certeza de que las mayores cualidades del profe Alveiro, como siempre le dijo, eran su humanismo, su practicidad y su capacidad para escuchar y comprender a las personas. “Tenía muchas cualidades de liderazgo, tenía la experiencia que le permitía fijar un rumbo, pero no imponía su criterio sino que era muy práctico, dejaba que el problema fluyera, que la gente encontrará la solución, y no se enredaba en discusiones”. Cuenta que en sus últimos tiempos Alveiro se vinculó a un grupo de filosofía. “Ese grupo le permitió reconocer el alto nivel intelectual en el que estaba y, sin embargo, él no trataba a nadie como una persona inferior, no considera que estuvieran más arriba o más abajo, sino que encontraba el valor en cada uno y eso era algo muy admirable”.
Y asegura que a pesar de ser una persona muy fuerte, poseía las virtudes de la calma, la prudencia y la paciencia. “Tenía la sabiduría para manejar las situaciones y darle al interlocutor, respeto y valoración. Desde su alto nivel intelectual, tenía la capacidad de tomarse el tiempo para escuchar a las personas y respetar sus ideas”.
También se comprometía con muchas causas de manera generosa, con un espíritu verdaderamente cooperativo. “Cuando el sector solidario quiera volver a sus raíces, a su esencia humanista, muchas personas van a necesitar y van a querer releerlo y se va a volver un clásico”, concluye.