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Saddle Island, el misterio de las tejas rojas
Fotografías de David Quintas y textos de Martín Ibarrola.
Vascos en América, capítulo 2
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Cuando los balleneros vascos llegaron a las heladas islas del Este de Canadá a mediados del siglo XVI, los cartógrafos todavía dibujaban monstruos en los límites del mapa.
Port aux Basques (Terranova, Canada).
Se cree que unos dos mil pescadores vascos partían anualmente hacia el inhóspito estuario del río San Lorenzo en busca de los grandes mamíferos del
Ártico, cuya grasa producía un cotizado y lucrativo aceite. A pesar de convertirse en la primera actividad industrial de América del Norte, las hazañas de estos balleneros se perdieron en el tiempo y los nombres con los que bautizaron sus asentamientos acabaron camuflados bajo acentos locales. Los restos de las tejas rojas que los pescadores vascos habían cargado en sus barcos se hicieron añicos y acabaron en manos de los niños autóctonos, que las usaban inocentemente para pintar las rocas. Cuatro siglos después, Selma Huxley Barkham desempolvó las páginas de un capítulo que ya nadie parecía recordar. La investigadora de origen anglo-canadiense dedicó su vida a estudiar viejas pólizas de seguro, mapas renacentistas y todo tipo de legajos, entre los que se encuentra uno de los documentos civiles escritos más antiguos de Canada (la venta de una chalupa en 1572). Barkham identificó así los nombres modernos y la ubicación de varios puertos balleneros vascos del siglo XVI y organizó en 1977 una expedición a Terranova y Labrador con la ayuda de la Real Sociedad Geográfica de Canadá. Navegó en compañía del arqueólogo James Tuck hasta el antiguo puerto de Butus, ahora conocido como Red Bay, donde desenterraron la prueba que confirmaría sus teorías: las piedras rojas que los niños usaban como pinturas eran en realidad trozos de teja vasca.
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Saddle Island (Red Bay, Labrador, Canada).
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Port au Choix (Terranova, Canada). Al parecer, los balleneros aprovechaban estas piezas de barro rojizo para construir el techo de los hornos, donde luego derretían la grasa del inmenso mamífero. Una vieja leyenda asegura que el nombre de Red Bay proviene de un barco que perdió su cargamento de tejas y tiñó las aguas de color escarlata, aunque no existen pruebas fehacientes del suceso. Los arqueólogos siguieron investigando y descubrieron restos oxidados de arpones, pedazos incrustados de barba de ballena y el que quizá sea el mayor hallazgo: la nao San Juan. Este pecio del siglo XVI se había conservado intacto a unos diez metros de profundidad bajo una gruesa capa de piedras y sedimentos. Su estado era tan sorprendente que Albaola decidió construir una réplica exacta en Pasaia, el mismo puerto que la botó al agua. La estación ballenera de Red Bay sería declarada Patrimonio Mundial de la Unesco en 2013 y un pequeño museo local cuenta ahora la historia de aquellos extraños navegantes que llegaron desde tierras lejanas para cazar ballenas. Allí queda constancia de las 140 tumbas de Saddle Island, donde yacen los restos de aquellos pescadores que nunca volvieron a casa. Antes de que los historiadores explicaran sus investigaciones, la gente de este tranquilo pueblo aprovechaba los carbones vegetales que encontraban en el suelo para el avivar el fuego de sus cocinas. Los vecinos quedaron conmocionados al descubrir que estos carbones databan de hace cuatro siglos y estaba considerados restos arqueológicos.