Like, Literarily! - Issue 3

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Issue 3 - October 2017

Like, Literarily! The Bilingual, Student-run Literary Journal of CNG


Like,

Literarily!

Managing Editor: Poetry Editors:

Sergio Lozano Natalia Ruiz, Verónica Copello Igdalia Corcino

Fiction Editors:

Alejandro Vargas

Ana Natiello Emma Mcdonald Isabel Merel

Marketing Coordinator: Art Editor: Design Team:

Andrea Alvarado Alberto Navarro Maria Luz Pérez Valentina Muñoz Di Rocco Stella Hur

Cover art:

Ana María Roncallo, Ana Sierra, Sophie Sarmiento, Alberto Navarro - AP 2D Design Class

Faculty Advisors:

Ernesto Carriazo Osorio - HS Spanish Teacher

Diana Marcela Sánchez - HS Philosophy Teacher

Design:

Guzmán Julio - HS Technology Teacher

Special thanks to the CNG Publications Department and to Principal Shaysann Kaun Colegio Nueva Granada Cra 2 Este No 70-20 Bogotá, Colombia Tel: 212 3511 www.cng.edu


Table of Contents

Poetry Fresh Starts and Red Rocks, by Ana Natiello The Icy Breeze Was So Much Colder Alone, by Igdalia Corcino Vuelvo a casa, by Alberto Navarro Vanquished, by Laura Alvarez Untitled, by Isabel Merel A Conversation, Anonymous

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Fiction Muralla de fe, by Carlos Upegui Ama al prรณjimo como a ti mismo, by Alberto Navarro El mayordomo del diablo, by Maria Gaez A Wolf Among Its Pack, by Andrea Alvarado Afinaciรณn, by Sergio Lozano

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POETRY Poesía


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Fresh Starts and Red Rocks Ana Natiello

That time of year when red soil sneaks into my shoes, Gladly I enter the sea of cactus. The grand rocks and blue sky create an exquisite meuse; This summer is a blank canvas. Windows adorn the wall so light can visit; She narrates memories with her gaunt hands. The moon falls and then the chirps of the crickets rise. The music blasts as we drive back through the desert lands. We run desperately from misery, even hiding Under the dim light. We share stories with aching cheeks. We stay as one, never dividing. The sun fades, the last rays warm me with the past. When I’m happy, time seems to fly too fast.

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The Icy Breeze Was So Much Colder Alone Igdalia Corcino

The warm and sensual heat That would come to, poking and scratching At the back of my brain…. Everything coming to an end And beginning anew With the winds making it cold for certain periods. A time with survivors but nothing from them, Thinking that you’re the only one With this type of glowing and pleasant feel. Sneezing, coming with colds. All the pollen and “beauty” people see Was nagging onto my own health. Over pressured and pushed to be alone, All it would take was a memory To get the brief moment to be in your radiation. The beaming, boiling sun was the worst of them all. Killing me slowly with no one knowing. The distinct flow of your heat Didn’t feel overbearing. Different from any kind of feeling Perhaps you would come to notice how much I loved it, If you were still here. 8


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Vuelvo a casa Alberto Navarro

Me bajo del avión y me llega el ventío Me doy cuenta de que he llegado a mi hogar A mi dulce hogar A mi maldito hogar Un lugar que yo nunca podré amar Un sentido de melancolìa que no podré dejar La tierra del idioma español La luz en el escenario de desprecio y amor El colombiano al júbilo inmortal El mexicano al sonoro rugir del cañón Una pregunta que me hago a diario Una respuesta que enoja al que no piensa despacio ¨La patria es primero¨

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Vanquished Laura Alvarez

Secrets fill the air, Filling our lungs with a virulent mist. A mist so impalpable, We don’t realize when it enters our body, Consuming our every thought and action, Ravaging our spirits. We stop being people. We become horrifying creatures, The type that scare little kids at night. These egregious consequences, We become aware about them when it is too late. By this time, Secrets have destroyed us. They have successfully vanquished us.

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Untitled Isabel Merel

Why, when I see you, does my stomach turn upside down? My words get mixed up, and I smile instead of frowning. Why can’t I get you out of my jumbled up brain? It’s as if you came in and whacked me with a train. I like you a lot, if you couldn’t see that… That’s why I’ve hardly been able to chat. I’m sorry I’m awkward… I’m trying not to be! But it’s hard to do so when you’re looking right at me. This poem wasn’t a metaphor, but neither is my crush. I hope that maybe, just maybe, it will give you a little push…

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A Conversation Anonymous

I recall your words in the back of my mind, With the gentleness you lack. No sound could be heard, And no movement could be seen. Your eyes were simply a continuity of mine. And yet, you looked at me as if there was no Sentiment inside my body. Perhaps it’s my fault: I failed to understand that compassion was Never your strongest feature. And worse, I failed to understand That this was not a conversation. Because I hadn’t spoken, And neither had you.

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FICTION Ficciรณn


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Muralla de fe Carlos Upegui

Por primera vez en su vida Vasco de Valencia se encontraba en Tierra Santa. Pese a estar entre imponentes catedrales y lugares sagrados, él no se encontraba ahí de visita ni por el perdón de Dios; se encontraba ahí para participar en las cruzadas. Vasco, tal como otros hombres miembros de la orden templaria, sabía que para lo que estaban haciendo no había perdón pero lo hacía para no decepcionar a su familia que tenía un largo linaje entre los templarios desde que su bisabuelo hizo parte de la reconquista de Valencia. Aunque la ciudad duró bajo poder cristiano tan sólo ocho años, su familia conservó el nombre. Vasco, casi noventa años después, estaba en Jerusalén ya que la orden convocó un ejército a causa de la muerte del rey Balduino IV para conocer al hombre que iba a ser su sucesor como esposo de la reina. Los años pasaron y los reyes iban cambiando tanto como las veces que la ciudad fue sitiada. Cuatro años fueron suficientes para que la paz de Vasco se interrumpiera en Jerusalén. Saladino, el Sultán de los Ayubíes, formó un ejército masivo para ir a la guerra con el reino de Jerusalén y estaba en una campaña victoriosa en su camino a la ciudad. En la ciudad se sentía que el aura se había tornado oscura y toda esperanza se perdió incluso en la flamante alma de Vasco. Por unos días él planeó escapar de la ciudad a las tierras más lejanas disponibles en el mundo. Tenía dos ideas para tal fuga: volver a su tierra natal y seguir en una guerra por la gloria o abordar una balsa por el Mediterráneo con un destino desconocido, tan recóndito que ni siquiera el mismo Dios sabía dónde quedaba. Una le entregaría el anonimato que tanto anhelaba, mientras que su otra opción le daría el respeto y la aprobación de su familia y los reyes. Por alguna razón involuntaria no podía hacer ninguna de las dos. Vasco sentía que una entidad del más allá intervenía 15


con su albedrío, como si cada decisión que tomara no dependiera de él, sino de un ser divino que sabía qué era lo correcto. Con esa filosofía en su vida decidió que para poder prender de nuevo la atmósfera de felicidad que antes existía en su vida debía quedarse a pelear por sus creencias ya que si se quedaba era decisión de Dios, y si perdía la vida era decisión de Dios. - Lo haces por algo más allá de tu existencia, por algo más allá de cualquier mortal y de cualquier nación-, Vasco se repetía eso a sí mismo para reconfortarse en su situación actual. Pese a que él era un hombre rubio y formidable, con una espada forjada por el mejor herrero en toda Castilla, con sus prendas de buen tono y con una cruz más roja que los rubíes de la reina, le tenía miedo a la batalla que se aproximaba. Para Vasco ese miedo era nuevo, jamás lo había sentido. No entendía por qué después de haber ganado tantas batallas, contra toda probabilidad, se sentía intimidado por los ayubíes. La atmósfera triste y oscura que sentían no impidió que el ingenio jerosolimitano se mostrara cuando más se necesitaba. Antes de la llegada del ejército ayubí, Vasco presenció cómo las tropas instalaban fundíbulos y marcaban las afueras de la ciudad para poder apuntarle mejor a las tropas enemigas además de llenar con alquitrán unos baldes para quemar las armas de asedio y a los oponentes. Tan sólo algunas horas después de la instalación de las defensas se presentó un caballero árabe tan blanco como las pocas nubes encima de la ciudad desértica. El hombre un poco enigmático se parecía a la primera gota que cae durante un 16


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huracán. El caballero dió la vuelta y unos minutos después se empezaron a ver las hordas de musulmanes que venían en camino. Venían con unas imponentes torres de asedio, arietes y catapultas que requerían cientos de hombres para ser transportadas a lo largo del desierto y le recordaban a los militantes cristianos que ya estaban en el limbo que los separaba del infierno. Al mando de las tropas, de las cuales Vasco hacía parte, se encontraba Balián de Ibelín, un hombre al cual hasta la reina tuvo que rogarle para que se quedara a defender la ciudad. - ¡Quinientos!- exclamó un soldado para que los fundíbulos ajustaran la mira. - ¡Fuego!- apenas estas palabras salieron de la boca de Balian, todos dispararon al enemigo. Vasco pensaba que no servían de nada esas maniobras bélicas con los más de sesenta mil ayubíes que marchaban hacia la ciudad sin mostrar una sola lágrima de miedo contra una ciudad defendida por una décima parte del ejército árabe. La ciudad siguió disparando mientras que el enemigo no parecía detenerse, ni por los cientos de muertos. Las primeras de las tropas enemigas en llegar a la Puerta de Damasco con un ariete fueron recibidas con alquitrán y prendidas en llamas; las torres de asedio fueron incendiadas y derrumbadas con ballestas pesadas. Saladino quedó impresionado con las maniobras defensivas de los cristianos y por la ineptitud de sus tropas para entrar en la ciudad. El sultán esperó hasta la noche para desenfundar su siguiente ataque. Los musulmanes prepararon sus catapultas y fundíbulos para empezar a disparar. Golpearon la ciudad como un rayo en plena noche. Lo único que los defensores de la ciudad podían hacer era cubrirse y ver cómo, con gigantes bolas de fuego, destruía edificios y mataban civiles. Vasco miró 17


aterrado cómo la gente perdía sus casas y quedaba mutilada, lo que lo enfadaba y le daba más ganas de ganar la batalla. No descansó. Se quedó al servicio de los curadores hasta que los árabes volvieron a atacar al día siguiente. Esta vez las tropas de Saladino lograron llegar hasta la torre de David y entrar a la ciudad. Los cristianos lograron quemar más enemigos pero esta vez ya llegaron los ataques cuerpo a cuerpo. Los cristianos ya estaban fatigados cuando los árabes apenas empezaban a atacar. Vasco ayudó en las peleas en la cima de la muralla y con su experiencia marcó la diferencia derrotando a varios espadachines que estaban confiados por haber logrado izar la bandera ayubí en la muralla. La sangre de esos hombres salpicaba en tal cantidad como el odio de Vasco hacia los árabes seguía aumentando. Otro día pasó y Saladino no logró capturar Jerusalén. Perdieron muchos hombres pero deseaba la ciudad sobre la vida de miles de soldados. Al pensar que los cristianos se rendirían, se reunió con Balián y Vasco para buscar una salida pacífica. Vasco le comentó que antes de abandonar la ciudad y dejársela a los árabes, la quemaría hasta el piso, todos los símbolos que para Saladino lo eran todo, quedarían hechos cenizas. Al ver que los cristianos no tenían interés en la salida fácil, decidió mover el campamento al monte de los olivos donde no se podría contraatacar. Vasco empezó a sentirse arrepentido y justo cuando iba a pedir el perdón a Dios, ladrillo por ladrillo, pieza por pieza, la muralla estaba en el piso.

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Ama al prójimo como a ti mismo Alberto Navarro

El agua oscura se desliza violentamente debajo del barco y una espesa capa de niebla nos cubre como una cobija húmeda y malamada. Lo poco que puedo avistar en el cielo se pinta de gris, y esto puede significar algo bueno; Thor nos asistirá o nos va a despedazar en un brutal fracaso. Este saqueo es crucial; si nos salimos de curso, no volveremos a tener ningún contacto estable con otras poblaciones debido a la obvia escasez de oro y recursos. Estas cosas enloquecerían a un hombre débil, pero echo mi mirada más atrás en el drakkar, y todos tienen la mirada hecha de piedra, inmóvil, paciente y calmada. Recuerdo también los cuentos de mi padre, de una tierra plagada de niebla y oro, una tierra de estos llamados cristianos que nacen y mueren creyendo en un solo dios. Qué estupidez diría yo, pero a este punto, sus descripciones descabelladas de lluvia, humedad y viento parecen más verdad que ficción. La coraza de cuero me empieza a pesar, los medianos anillos de hierro me empiezan a jalar al piso y me siento en el borde del barco, tratando de reflexionar en los cuentos de mi padre. Me llega a la cabeza casi inmediatamente el cadáver de mi padre cuando finalmente regresó a casa, con una flecha penetrando su cráneo, manchado de escarlata y su cerebro hecho carne molida. Me atraviesa un poco de miedo, como un fantasma cruzando mi cuerpo y me retuerzo en mi puesto de manera humillante. No. Un hijo real de Odín no se asusta de nada y tampoco es un cobarde, no huiré porque me negará la mayor oportunidad de la muerte, un puesto en el comedor de los dioses, Valhalla. El barco se frena agresivamente y caigo del barco. Otros de mis compañeros ríen, pero yo me levanto rápidamente con una sonrisa y analizo mi ubicación. Más maldita niebla por todos lados, arena oscura debajo de mis pies, y bosques gigantes con aire de gran antigüedad. Saco mi hacha con preocupación. Ninguna cosa 19


tan silenciosa se me ha mostrado a ser, de alguna manera, segura. Mientras se desempaca la compañía, me pongo de guardia y me llega un mal presentimiento. No sé por qué, pero tengo los músculos petrificados y mi pelo lentamente se pone de punta. Me molesta un movimiento en un arbusto en la esquina de mi mirada y mientras me acerco a revisar con mi hacha en mi mano, un zumbido corta el viento y oigo el lloriqueo de un hombre. Una flecha. Volteo a ver y Sigurd está en la arena, manchada de un rojo oscuro, su armadura prácticamente hecha pedazos por la flecha que le atravesó el corazón. Se oye un hombre gritar en el distante bosque y el sonido reverbera por los árboles y los arbustos, de donde, en corta mecha se surge una pared del rugido colectivo de otras voces que aturde a los hombres y los pone en guardia. Veo a mis hermanos sacar las lanzas, espadas, hachas y escudos y se arman enfurecidos. Veo el arbusto sospechoso, de donde salen dos enemigos con cascos ovalados, corazas hechas de placas que relucen con la poca luz del cielo, espadas alargadas de mango corto, escudos largos con dos líneas cruzadas, una cruz se diría… ¿Serán estos los cristianos? me pregunto. ¿Cómo se verán sus cráneos, como decoración?, me pregunto con más ansiedad. Se me enchueca una sonrisa, levanto mi hacha y me echo a correr hacia los atacantes. El primero que viene titubea como si fuera esta su primera pelea. Alza su espada en forma de corrida, con su escudo de frente. Tiene su escudo pateado hacia su cara, donde se echa para atrás y mueve su escudo al lado. Está descuidado y columpia su espada hacia mí sin ver, la cual esquivo con un paso hacia la derecha. Se recupera del golpe a la cara y recibe un regalo de todo corazón en la derecha del cuello, y otra muestra de generosidad con un hachazo creciente hacia arriba. Se pinta de rojo y cae al piso. El segundo es ruidoso. Corre y extiende su brazo con 20


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espada para acabarme con una fuerte carga punzante. Se va de más y no atina. Su espalda queda descubierta. Prende a no cargar como idiota cuando un hacha lo mata un poco más abajo de la nuca. El tercero no tiene escudo, pero yo ya no tengo hacha, ya que le quedó bien bonita en la espalda al segundo. Necesito ayuda. — ¡Rolthir! — ¿Qué? — ¡Pásame una arma! — ¿Cuál quieres? — ¡Cualquiera estúpido! — Jaja, toma. El tercero me mira confundido. A mi derecha cae una lanza, la cual yo saco de la arena y apunto hacia él. Me mira con ojos cautelosos. Cae un rayo. ¿Sería por el favor o el odio del dios del martillo? Ahora dudaba. El tercero me estudia mientras caminamos de lado en circulos. Tiene más metal en su armadura; parece de rango superior. Su espada es más larga que las demás y tiene gemas incrustadas. Mira a mi derecha, donde reviso y veo a otro soldado tratando de enterrarme su espada en mi espalda. Me muevo rápido, y el soldado ¨discreto¨ se ve con su cráneo empalado en una lanza. El tercero me mira ahora con ferocidad, pero con un tinte de miedo en sus ojos, furioso por la muerte de su compañero. Le escupo. Rompe su calma y corre hacia mí gritando en su lengua extranjera. Descarga la hoja de su espada hacia mí y bloqueo el azote con la lanza. Ahora trata de bajar la espada y agarrarme por abajo. Le pego en la cara con la lanza y, aturdido, camina hacia 21


atrás. Cae otro rayo. Ahora yo cargo con la lanza y él, de repente, vuelve al mundo y me corta la cara con una creciente ascende. La cortada se siente en mi mejilla y siento cómo me quema la cara. Con furia repentina, trato de romperle el brazo con la fuerza de la lanza, mientras agarra vuelo para un barrido con su espada. La lanza le da en el brazo, donde siento que se rompen sus huesos como una rama seca en el suelo. El tercero grita en dolor. Voy a sellar el viaje del bastardo al otro mundo. Muevo mi lanza hacia atrás y pienso: cuando atraviese su estómago me voy a echar a reír. El pobre bastardo va a arrepentirse de cortar mi cara. Mi ojo derecho empieza a llorar, creando un chorro de sangre y lágrimas que fluyen por mi cuello. El tercero se levanta, y aunque apenas pueda pararse, su cara inflamada me mira. Puedo ver que él quiere terminar el combate de manera desesperada. Sus ojos verdes me estudian y repentinamente patea arena en mi cara. Estoy cegado y me arde la cortada, pero sé que no puedo bajar la guardia. A mi izquierda oigo el suave sonido de su armadura y disparo mi lanza contra él. Abro los ojos y veo al hombre confundido. Él suelta su espada y se da cuenta de que llegó su último respiro de vida. Meto la lanza más fuerte entre su estómago y espalda. Él suelta un suspiro lleno de dolor y saco mi lanza. El tercero cae en la arena de rodillas y se tambalea hacia el lado. Miro su cara sin expresión en el piso. Espero un segundo y me sorprenden los gritos de mis amigos. Veo alrededor mío cadáveres pintando la costa, algunos llevados por la marea, y mis compañeros alardeando victoriosos entre los humanos cubiertos de arena roja y negra. Parece que habíamos derrotado a todos, pero a la lejanía de la costa, veo un hombre huyendo a caballo. Lo dejo ir, ya que tengo mucho trabajo que hacer, como sepultar a nuestros muertos y establecer el campamento. 22


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Esta mañana salimos tierra adentro. El bosque es demasiado espeso, casi no se puede ver nada al frente de uno, y la niebla de ayer se ha disipado un poco, pero lo que queda nos sigue segando, como si quisiera que paráramos y que no llegáramos a ninguna población. Un poco de niebla no nos va a parar. El bosque se empieza a regar por todas partes y es más fácil caminar. La luz del amanecer nos guía hasta una apertura, en donde podemos ver campos de siembra, y al fondo, una gran torre blanca rodeada de algunos muros blancos. Los guerreros del Jarl Fafnir sacan sus espadas a su orden. Los arqueros y lanceros del Jarl Trygve se preparan. El Rey Arne hace que saquemos nuestras hachas. Todos fluimos como una ola saliendo del bosque hacia la ciudad, arma en mano. El honor y tesoro se acercan a cada paso, trigo crujiendo en cada pisada. Puedo oir las campanadas de la ciudad y empiezo a correr, todos siguen. De los muros salen algunas luces que se proyectan al cielo y luego empiezan a caer alrededor de nosotros. Las flechas incendiadas queman la ropa y la piel de los que alcanzan. Las llamas empiezan a surgir alrededor de nosotros. Las chozas de los granjeros y su sembrado se encienden salvajemente alrededor de nosotros. Ya casi todos llegan a la gran puerta, con los escudos que usamos de cubierta, llenos de flechas y llamas. El Rey Arne ordena a Torstein y a Steinarr traer dos dardos, los cuales en seguida clavan cerca de los agarres de la puerta. El Rey y el Jarl Trygve se bajan de sus caballos y atan una cuerda entre el dardo y la montura del caballo. Listos el Jarl y el Rey cortan una pequeña herida en los caballos. Los caballos enloquecen y en poco tiempo, astillas y trozos de madera salen disparados de la nueva apertura. Se oye un gran alarido dentro de la ciudad mientras todos nos filtramos dentro. Nosotros corremos hacia casas, las murallas, contra soldados, contra ciudadanos, hacia una 23


fogata y hacia atrás después de tirar una antorcha. Corro, y de atrás de una casa, me pegan una embestida con un escudo ovalado. Me despierto y rápidamente reacciono al intento repentino de decapitación, agachándome y tumbándolo. En el piso, pone su escudo sobre él, pero, ¿de qué le servirá? Alzo y martillo mi hacha contra su escudo, una, dos, tres, cuatro, veces. Su brazo empieza a retroceder con cada golpe. Cinco, seis, siete, ocho, astillas y capas de madera en su escudo desaparecen ante mí. Empieza a gritar en terror, pero eso me hace ir más fuerte. Nueve, diez, once, doce, trece, catorce, quince, ya no puedo oír golpes contra madera. Dieciséis, diecisiete, dieciocho, diecinueve, veinte, veintidós, veinticuatro, veintiséis. El defensor queda descansado en su sábana roja en la tierra maltratada. Los hombres corren a la gran estructura al borde de la ciudad. Ellos traen batas grandes y cafés, usan el pelo sin cabellera en el centro. En cuanto me pasa uno, lo empiezo a seguir. Corre, se inclina hacia su hogar, trata de asegurar la puerta, pero tambalea atrás cuando entro yo. Se arrastra el cobarde hacia atrás, tumbando mesas y repisas. El cobarde coge un libro de la mesa, y empieza a leer. ¿No estaba muriendo del miedo hace unos segundos? Empieza a recitar cosas inentendibles mientras llora. Qué miserable. — ¡Para! — ¡El Señor me salvará de ti! — ¿Cómo sabes hablar mi idioma? — Ustedes salvajes no son los primeros en invadir esta ciudad y no serán los últimos — ¿Apostarías tu vida en eso? — Ustedes bárbaros corroen todo concepto de vida y dios 24


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— ¿De qué hablas? ¿Quién es este dios? — No necesito enseñarle nada a bestias como usted. — ¿Este ¨Dios¨ que les enseña? — Primero, ama al prójimo como a ti mismo, algo que un demonio como tú no entendería. — ¿Sabes que tengo tu vida en mis manos, no? — ¡Afuera, Demonio! Este hombre, lleno de furia, se mueve rápidamente y saca una vara del fogón cerca de él. Me trata de enterrar el ardiente trozo de metal al rojo vivo. Yo me muevo de su estocada y alzo mi hacha. Ésta baja de nuevo con rapidez, removiendo su mano completa. El hombre grita de dolor, miserable. Se cae de espalda al piso otra vez y se pega a la pared. Yo le doy un rodillazo en la cara y me voy. Veo a todos corriendo por la avenida principal, hacia la torre con una cruz en el techo. Miro arriba y veo el cielo negro con nubes sobrevolando todo el lugar. Este lugar va a tener un tesoro incalculable. Veo a la entrada puros trozos de madera regados por todo el lugar. La puerta está hecha nada. Cuando llego adentro, casi toda la población está de rodillas; el Rey, gritándoles. — ¿Dónde está todo? ¿Dónde están sus cruces relucientes de oro? ¿Dónde lo tienen? Su intérprete, capturado, apenas puede murmurar algunas sílabas, justo antes de que el Rey le corta el cuello. Su sangre se derrama en los escalones de madera. 25


Empiezo a observar y veo marcas talladas en el piso debajo de la mesa decorada en la parte de arriba de la torre. — ¿Rey Arne! — ¿Qué quieres Ivar!? ¡Estoy un poco ocupado! — Tenemos que mover la mesa del medio — ¿De qué hablas? — ¡Ahí tienen todo! El Rey me mira asombrado, y acompañado de los Jarls, empuja la mesa, pero no hay nada. — ¡Ivar, ahí no hay nada! El Rey puede ser muy estúpido a veces. Camino a paso fuerte y lanzo mi hacha hacia las tablas de madera debajo de la mesa. Sigo y sigo, veo que mi hacha se rompe y le hago una última patada. La madera se rompe y revela un intenso brillo dorado que se refleja contra las velas en la torre. El Rey se muere a carcajadas. Algunos ciudadanos empiezan a llorar y todos nosotros corremos a sacar el botín del hueco. Vamos todos saliendo de la ciudad, yo con una caja bordada de oro y me pregunto si le gustaría a Brynhilde. Me acuerdo de mi padre, que no regresó con nada, excepto con una flecha clavada. Saliendo de la entrada, veo puntos en la distancia de las onduladas llanuras y oigo un gran llamado de un cuerno. El cielo negro chispea con luz, rayos. Veo unas cosas subiendo en el cielo, y me doy cuenta del masivo bombardeo de flechas aproximándose a todos nosotros.Yo halo 26


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el escudo de mi espalda y me cubro de las flechas. Estas varas enormes atraviesan el escudo, destruyéndolo. Veo alrededor, algunos ni siquiera tenían escudos y fueron masacrados por las flechas enormes. Parecen lanzas cortas volando por el cielo. El Rey grita que corramos a los barcos. Los relámpagos truenan más fuerte. Sigo corriendo al bosque echando vistazos atrás a todos siendo embestidos por hombres a caballo. Agarro la espada del Jarl Fafnir. Él, atravesado por una flecha, me dice que siga corriendo. Su anhelo se vuelve mi misión, pero justo cuando veo atrás, presencio a un arquero ser embestido por la lanza de un jinete. Los cristianos nos quieren rematar y ni siquiera hemos podido tocar a sus guerreros de a pie. En los campos veo un rayo caer en un hombre, fulminándolo, y me doy cuenta de que Thor está enojado con nosotros. De frente, veo a otro jinete apresurándose hacía mí. En la desesperación, le tiro mi cofre de oro a su cara. El blanco se cae de su montura y me aseguro y lo corto con la espada del Jarl Fenrir. Recojo el cofre y salgo a la costa. — ¡Prepara el bote!! — ¿Qué pasa? — ¡Nos están aniquilando! El navegante que trajimos se mete en su trabajo casi inmediatamente y lo dejo guardar mi cofre. Montado a caballo, galopo a los llanos y grito: — ¡Todos al barco, ya! 27


Todos se meten al bosque y en esto veo al Jarl Trygve, a quien le pido que lleve mi botín a casa. Hago al caballo ir a toda velocidad y estiro mi mano al frente de mí, espada en mano. Vengo por el lado de un jinete y le corto la nuca. Los otros se dan cuenta y todos los jinetes enemigos se cargan contra mí. Me rodean, no puedo hacer nada y trato de rasgar a alguno de los caballos trotando alrededor mío. Oigo una orden indescifrable y me encierran en el círculo. Con la lanzas, cierran el espacio, me clavan con siete y se van. Veo el borde del bosque y acabo con un cuervo en el hombro. Odín y Thor me están viendo. Aquí en el piso, me dice mi cuervo, cierra tus ojos y deja a las valkirias hacer su trabajo. Más les vale tener una buena bebida en Valhalla.

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El mayordomo del diablo Maria Gaez

Al señor le encantaba y exigía la perfección. La comida siempre era servida exactamente a la misma hora; ocho en punto, ni un minuto más, ni uno menos, todos los días. Sus uniformes siempre tenían que estar impecables y siempre se le tenía que referir como señor, sin mirarlo directo a los ojos por supuesto, debido a que esto era descortés y abusivo. Mi jornada de trabajo empezaba a las cinco de la mañana y terminaba usualmente a las diez de la noche excepto si había algún evento, ya que la hora en la que finalmente podía descansar no era definida. Mi pelo y vestuario siempre debían estar impecables, sin falla. Los servicios que presentaba eran fríamente calculados y planeados.Tales como afeitar al señor, servir la comida y sacar a pasear a los 5 perros french poodle, traídos exclusivamente de Francia, y que poseían mucha más clase, valor y raza que cualquiera de la servidumbre.

Mi vivienda estaba localizada en un pueblo, a 30 minutos en bicicleta, de la casa del Señor. Aunque la mayor parte del tiempo me transportaba a pie y tardaba el doble, es decir una hora, me levantaba a las tres de la mañana todos los días y como desayuno me preparaba una avena y un café negro para poder aguantar las labores del día. A la señora también le gustaba que cada movimiento fuera impecable. Siempre nos decía a toda la servidumbre que debíamos ser como fantasmas, que no tenía por qué sentirnos cuando nuestros oficios fueran realizados. Tengo muy presente en mi memoria aquel primer día de trabajo al cual me presenté sonriente e ingenuo, ya que pensé que estaba trabajando para un señor de alta clase y no me percaté, sino muchos años después de que estaba laborando para el diablo en carne y hueso. 29


Algunas de mis labores eran extraordinarias, pero otras muy comunes. La labor más complicada y difícil fue la realizada en los campos de concentración. El señor me ordenó ir a aquel oscuro y poco agradable lugar a verificar que todo estuviera saliendo como debía, pero fue en ese instante, cuando ella tocó las partes que morían debajo de mi piel y le volvió a dar vida y vitalidad a mi universo. En este instante sentí que el mundo se detuvo; sentí la más grande de las compensaciones por todo lo malo que alguna vez tuvo contacto conmigo.

Aquel día conocí a mi futura motivación por el resto de mi vida. Arabella se encontraba caminando cabizbaja y de cierto modo luciendo arrepentida con una melancolía que sus ojos, que a pesar de todo eran brillantes y vibrantes, se encargaban de expresar. Yo por mi parte hacía mi revisión de rutina, cuando de la nada nos chocamos y lo primero que vi fue su sedoso, puro y rubio cabello, seguido por su hermosa piel de durazno que parecía más tierna que su personalidad. Sus rosados y besables labios me tentaban a perder el control, y gracias a este grato encuentro comenzamos a hablar a escondidas, lo cual nos llenaba de adrenalina y también avivaba el fuego de nuestra relación. Nos reuníamos en los más recónditos rincones del campo simplemente a existir juntos: sin necesidad de lujos y excentricidades, solo queríamos estar ahí el uno con el otro, amándonos de la manera más vivaz posible. Nos mandábamos notas empapadas de amor con algunos de sus compañeros. Cada detalle de su existencia me hechizó, me cambió por completo. No sentía mayor necesidad que la de hacer algo por ella, de devolverle la vida que le faltaba, toda la que me había dado. Necesitaba sacarla de ese infierno terrenal. Siempre tuve el placer de verla, a pesar de que mi 30


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trascendencia en su vida nunca llegó a ser tan grande como la de ella en la mía, cada cosa que ella hacía me hacía respirar alegría. Lógicamente, con el pasar de los días me fui enamorando más y más de ella; se empezó a convertir en el aire que respiraba, en lo único que cruzaba mi mente, en todo lo que alguna vez llegué a aspirar y no me di cuenta y ahí fue cuando decidí hacer algo al respecto y sin pensarlo tomé su delicada mano invitándola a huir sin importar qué podía o iba a pasar. Nuestras vidas peligraban, podíamos morir en cualquier momento, torturados, pero lo peor de todo, separados. Si a ella le llegaba a pasar algo todo en mí se moriría; tan grave sería esto que acabaría con mi vida porque ésta sin Arabella no sería más que un sufrimiento y una condena por dejarla ir. Nos dimos cuenta de que estábamos jugando con fuego y hasta quemándonos cuando uno de los secuaces del diablo interceptó nuestra fuga y me puso en la situación más compleja que he tenido que lidiar: decidir quién sobreviviría, si la mujer que amaba o yo. Teniendo en cuenta todo lo que Arabella significaba y todo lo que había hecho por mí indirectamente, y lo aún más miserable que podía llegar a ser mi vida sin ella, decidí entregar una vida insignificante por otra que merecía el mundo entero. Los secuaces del diablo apuntaron con frialdad sus temidas armas a mi corazón, causando en algunos minutos mi muerte, aunque en realidad no tengo certeza de qué fue lo que acabó con mi vida: si el disparo en mi corazón o tener que ver a mi amada morir igual que yo, salvo que ella fue engañada por los soldados del diablo y no pude hacer absolutamente nada al respecto además de percatarme 31


de que desperdicié los años más preciados de mi vida trabajando para el diablo, frío y cruel, despiadado, quien además le inculca esto a sus secuaces para poder acabar con incontables vidas de una manera aún más fácil.

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A Wolf Among Its Pack Andrea Alvarado

Right when I felt a cool Saturday breeze reached my face, I knew that my cheeks had turned a red cherry tomato. And though I could not see, I could hear myself wheezing, but couldn’t seem to remember if that was a bad sign. I tried to calm myself down, but my hands betrayed me and wouldn’t stop twitching. When the phone finally rang, it frightened me, but I had automatically taken off the black cloth they had placed over my eyes to later be blinded by the sun. It was a beautiful morning. I couldn’t see a cloud in the sky, but the humidity was overwhelming. I had just been standing there, yet I could have sworn sweat had left big marks all over my clothes. Just to make sure, I checked, and was relieved to find that I had been wrong. I saw the map they had left me, rolled and tied with a bow. I opened it anxiously, and followed the directions. From afar, I located the door through which they awaited me. It was a normal wooden door, now that I think of it, but I had seen it as majestic. Curiosity itched at me. I wanted to get a peek or a hint of my fate, but couldn’t manage to pick up a scent or the smallest creek of sound. Instinctively, I looked at my wrist, an old habit; I had lost track of time, but was disappointed to find it bare, having forgotten that I had taken my watch off before coming. The whole school knew about the “Ritual of Acceptance;” it was a silly ceremony created by the basketball team. I wanted to be a part of the team, so, just like everyone else, I had to go through with it to be properly accepted. I felt sweat trickling down the back of my neck, but wasn’t exactly sure if it was the asphyxiating heat or the fact that I had decided to walk into a mysterious room with no clue whatsoever of what was going to happen, that had caused it. All I was certain of was that I wanted to get it over with. I wanted to finally be properly accepted. 33


I abruptly stopped an inch from the door. I knew that if I so much as puckered my lips, the door would make a sound and give me away. I just stood there, registering anything and everything I could see, smell, or hear. The door was an old, cracked door that was too stubborn to let any string of noise or light out. Yet, a peculiar odor reached my nostrils, but it couldn’t be properly classified as good or bad. I felt intrigued, not because of the smell, but as to how it would feel to finally be properly accepted. My nervous twitch started again. I reassured myself by thinking of the people on the other side of the thick piece of wood. I ached to be a part of a “movement,” a team, so with one quick push and pull, I entered the ritual. Before I could get a feel of my entourage, I was rejoiced to be surprised with icy streams of water attacking me from all sides. At the same time, I heard the chanting: “Pass the arc to connect your part.” I saw it: my ticket to acceptance. I had wanted this as much as someone drowning wants a breath of air. Yet, now that the moment had finally come, it dawned on me. All of this had been aimed at one purpose: to be properly accepted. But the girls that surrounded me were a second family to me, so what was passing through an arc going to do? Before I could follow up on the thought, someone was pushing me, while another was pulling. We passed the arc together. Of all things, I felt relieved. The ritual had finally been completed. To be able to enjoy the moment, I put all my thoughts aside. Everything became laughter and squeals of delight. Time passed unnoticed, and when we all left arm in arm, it was sundown. I felt like a duck among its flock, like a wolf among its pack, like I had always felt around my team. A foot from the door, I glanced back to the arc that had caused all this trouble. Without all the girls 34


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surrounding it, it was a simple thread of blue paper. How special. I couldn’t help but laugh at myself for creating such a big deal out of something so superficial. What had gotten into me?

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Afinación Sergio Lozano

El frío y el viento de la calle azotaron todo su cuerpo, pues sólo llevaba puesta la bata. Era una sensación extraña después de haber pasado cerca de un año encerrado en el hospital, donde todo el mundo venía a visitarlo para que no tuviera que salir. Había recibido muchas de estas visitas; conocidos de la familia, amigos de la universidad, colegas y hasta compañeros del colegio, todos ansiosos de despedirse, pues a pesar de que nadie lo quería decir en voz alta, todos sabían que su enfermedad era terminal. Y así había pasado sus últimos días, acostado en una cómoda camilla, leyendo el periódico y oyendo a Tabuteau, su intérprete favorito. Su esposa y sus hijos estaban llenos de tristeza, pero no había ningún resentimiento entre ellos. Sabía que estarían bien sin él y ya había pagado todas sus deudas. En otras palabras, podía morir en paz y así lo planeaba hacer, con su familia, en la habitación que había sido su mundo durante esos meses. Había algo que lo inquietaba, aunque no sabía qué. Un día, mientras leía el periódico encontró un anuncio en la sección cultural: la filarmónica de la ciudad se presentaría en tres días. Se vio entonces transportado al pasado, cuando aún no se había enfermado y era uno de los más respetados miembros de la orquesta, presentándose todas las temporadas, trabajando con el director y con la junta para asegurarse de que los músicos estuvieran felices y dando clases a niños cuando no estaba ensayando. También recordó aquel maravilloso momento antes del concierto, cuando era su responsabilidad absoluta tocar ese La-440 que el resto de la orquesta repetía después, con diferentes instrumentos y sus diferentes octavas para lograr que todos estuvieran afinados. Eso era lo que lo inquietaba. Eso era lo que le faltaba antes de morir. Entonces decidió hacerlo. Cruzó la calle torpemente y cuando llegó al otro lado casi no pudo recordar cuál era 36


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el camino a casa. Caminó lentamente por las cuadras de la ciudad, perdiéndose varias veces y andando en círculos, pero por fin llegó a la casa donde él y su esposa habían tenido su familia. Al entrar encontró todas sus pertenencias empacadas en cajas, todas apiladas en una esquina. Empezó entonces a destaparlas y a buscar. Encontró primero su colección de discos y su viejo gramófono. Luego encontró sus viejas partituras, y por último su más preciada posesión: el oboe. Lo recorrió con sus dedos, se aseguró de que las teclas funcionaran y por último sopló por la boquilla. El sonido se esparció por toda la casa y tocó todas las piezas que recordaba. Por la noche alistó su traje de presentación y se quedó dormido mientras oía su colección de música para oboe. Al día siguiente sentía un dolor terrible. Pero con todas sus fuerzas se levantó, se vistió y se dirigió hacia el auditorio. El dolor era más fuerte cada vez pero de algún modo logró pasar por los camerinos, entrar a la fosa y sentarse en el puesto donde siempre se había sentado. Al cabo de un rato empezaron a llegar los otros músicos, pero por alguna extraña razón nadie necesitó el puesto donde él se había sentado. Entonces todo estuvo listo y el resto de la orquesta lo miró con expectativa. El dolor ya lo había tomado por completo pero agarró su instrumento y sopló. Un La-440 emergió de su oboe y después oyó, con una gran felicidad, al resto de la orquesta tocando el La. Ahí supo que podía irse, así que se dejó caer al suelo con el La todavía sonando.

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