1 Reseña crítica Historia de la literatura hispanoamericana
Anderson Imbert, Enrique. Historia de la literatura Hispanoamericana II Época Contemporánea. México D.F.: Fondo de Cultura Económica, 2005. Reseña crítica
La Historia de la literatura hispanoamericana de Enrique Anderson Imbert consta de dos volúmenes. En el primero se historizan dos épocas clasificadas en “La Colonia” y “Cien años de la República” y en el cual delimita los parámetros de su estudio historiográfico. El segundo volumen, que reseño aquí, cubre la “Época Contemporánea”. Su historia se centra en la producción escrita en español en América, excusándose con “las masas de indios” como él llama a los nativos originales de estas tierras. La literatura para este autor, o lo que él denomina “literatura literatura” es aquella que se adscribe en la categoría de la belleza (de la que no define parámetros pero que bien podemos inferir en la lectura de esta historia). Esta literatura toma en cuenta la poesía, el poema en prosa, el cuento, la novela, el teatro y el ensayo. Anderson Imbert, intenta hacer una historia desde los valores estéticos de los escritores de las diferentes épocas, siempre tratando de vislumbrar, entender, dar cuenta del horizonte histórico en el que su producción literaria nace y se desarrolla, pero tratando de que sean dichos valores estéticos el sujeto, o principal interés de esta historia. Para Enrique Anderson Imbert la época contemporánea de la literatura hispanoamericana inicia en los albores del siglo XX, claramente delimitada por circunstancias histórico-políticas que él mismo expone: la Revolución Mexicana en 1910 (año con el que inicia este tomo de su historia); los avances democráticos argentinos y, la primera Guerra Mundial (1914-1918). Con el Modernismo tocando su agotamiento, los escritores de esta etapa de nuestra América inician una búsqueda de un lenguaje más genuino, sencillo, y humano. El contexto cultural permite vislumbrar los ismos que invadieron la capacidad creativa de los autores de un tiempo convulso, como lo ha sido desde el Descubrimiento, con la diferencia de que las épocas post-independentistas llevan a búsquedas individuales y 1
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colectivas del ser, de la razón de ser, luego de haber sido arrojados en un mundo de pugnas raciales, idiomáticas, culturales, geográficas y, religiosas. Asistimos pues, a la conformación identitaria de un continente entero. Algunos caminos han sido mejor andados que otros quizás, lo cierto es que, la búsqueda parece no tener fin. Anderson Imbert, casi se excusa con el lector por fungir de juez y parte en este volumen de su libro, debido a su condición de escritor durante el período que va a ser sometido a su peritaje historiográfico. Adicionalmente, expone un aumento en el número de autores a tener en cuenta y en sus propias palabras “vacilan los datos y se embrollan las clasificaciones críticas. Es natural: dejamos de hacer historia para hacer crónica” (9). Con el fin organizar su estudio poético, dentro de la periodización propuesta, los escritores serán analizados siguiendo un criterio que atañe a la creatividad de los mismos. La taxonomía ofrecida es como sigue: 1. La normalidad. En este grupo están aquellos escritores tímidos, apegados a
los lineamientos y propuestas de sus predecesores, los que no se atrevieron a alejarse mucho de sus padres por miedo a perder el camino. Aquí también entran aquellos que, merced al privilegio de sus lecturas europeas y a cierta habilidad en la imitación estilística, pasaron por grandes poetas con versificaciones estudiadas, artilugios estilísticos bien copiados, pero faltos de sentimiento propio. 2. La anormalidad. En este cubículo nos encontramos con el fin y el comienzo,
las emancipaciones, las revoluciones, la guerra. El fin del simbolismo y la convicción de que la revolución en la literatura es un proceso que no debe tener fin, que es la constante reinvención, la constante inconformidad, lo que va a llevar a los artistas más cerca de la Musa auténtica. Es cuando los “ismos” invaden frenéticamente la escena, muy de la mano están las artes plásticas de la literatura, hermanadas en el desenfreno de una búsqueda más interior que formal. La incoherencia pisa el escenario de la 2
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mano de la exploración del subconsciente, de las expresiones artísticas primitivas, el antimaterialismo, lo irreal, pero no muchos sobrevivieron la puesta en escena. De los remanentes de esta exploración demencial nos quedan algunos hispanoamericanos que Anderson Imbert denomina “raros”, escritores de la extrañeza que “se apoderan de la bandera que ha de flamear en la vanguardia” (14). 3. El escándalo. Este grupo utiliza como materia prima la metáfora y se nutre
de los simbolistas, expresionistas, cubistas, futuristas y dadaístas. Anderson identifica entre los más “escandalosos” a Vallejo, Huidobro, Girondo, Greiff, o por lo menos, afirma, estaban decididos a escandalizar. Sin embargo son “Borges y compañía” quienes con menos de veinte años al terminar la guerra, se erigían ya completamente escindidos del modernismo. El ultraísmo, término que se dice inventó Rafael CansinosAssens, se utilizó para designar un movimiento estético impulsado por Guillermo de Torre y que se refería a la literatura de vanguardia. Dicho término alude a ir más allá de los límites existentes, rebasarlos, apelando a la juventud, una voz de libertad, libertad de los ismos que pulularon mientras nuestros escritores seguían los pasos de los europeos. Anderson Imbert resalta que los escritores hispanoamericanos de principios del siglo XX comenzaron a producir, a crear, sincronizando sus relojes con aquellos del viejo continente. La libertad ultraísta llevó al verso libre, a la exploración, al experimento sin respetar reglas, rayando o sumergiéndose en el sinsentido, un dejo de absurdo se presiente en la mención de la metáfora sin poesía, se convertían los poetas entonces, en herejes de la literatura al desestimarla, según palabras del mismo autor. Estos autores del escándalo no hallaron las trascendencia que se hubiera esperado. Este es según Anderson Imbert, el orden en el que irán reseñados los poetas de cada país. Es decir, serán presentados en el orden: normal, anormal, escandaloso. Tanto poetas como prosistas, ensayistas y dramaturgos son jerarquizados
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obedeciendo a su posición geográfica dentro del continente de norte a sur, iniciando siempre por México y concluyendo en Argentina. Anderson hace una doble periodización: a) elige factores históricos sociales que hayan tenido una fuerte influencia, significación, sobre una generación, una comunidad, enmarcados en períodos de quince años; b) los escritores a tener en cuenta dentro de los períodos antes delimitados, son elegidos de acuerdo con su fecha de nacimiento: deben haber nacido entre 25 y 10 años antes del período histórico. Es una clasificación calculada muy matemáticamente a decir verdad. Hay una contextualización histórica al principio de cada período que da cuenta de algunos acontecimientos bélicos -como las Guerras Mundiales-, revolucionarios (es preciso anotar en este punto, que se obvia la revolución bolchevique de 1917 que tanta incidencia política y social tendría a nivel mundial con la creación de la URSS, y las consecuencias que ello tendría en Latinoamérica específicamente), también se esfuerza por concatenar la incidencia de dichos sucesos en los procesos literarios del período del que da cuenta. El historiógrafo aquí asume que la etapa productiva de los escritores si no comienza, por lo menos sí está en una fase decisiva a sus veinticinco años. Esta última división que a simple vista podría juzgarse como arbitraria parece obedecer, más que al salto de una generación a otra, a la actitud asumida por los escritores jóvenes, a su capacidad, por ejemplo, de dar el portazo a la generación que les precediera y a reaccionar ante lo que aparentemente es el futuro (los movimientos artísticos europeos). Con el paso del tiempo esa distancia comienza a acortarse y lo que antes solía verse como el futuro de nuestras narrativas, comienza a ser objeto de reacciones no siempre miméticas y no siempre favorables. Se va vislumbrando la búsqueda de identidades de la mano de un contexto complejo, inconforme, político y politizado, en continua combustión, que parece seguir buscando su independencia hurgando en sus raíces para comprenderse, para tener una base sobre la que construir nuevas civilizaciones con mirada propia. De la narración y el relato, nuestra narrativa latinoamericana da pasos hacia la interrogación, la confrontación, la disolución, para reinventarse, para reconocerse y comenzar a armar a partir de la abstracción discursiva individuos y sociedades autónomos y verdaderamente 4
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independientes. Hay también un viaje hacia el alma, que a veces resulta desolador y triste. Para esta reseña, cabe aclarar, me centraré en la producción en prosa de la que Anderson Imbert da cuenta en su estudio historiográfico. En el capítulo XII, con el que arranca este volumen, analiza los años comprendidos entre 1910 y 1925 teniendo en cuenta a los autores nacidos entre 1885 y 1900, dos hechos convulsos marcan a dos países específicamente: La revolución social mexicana y las luchas sociales democráticas en Argentina. Lo anterior enmarcado en el contexto más amplio de las consecuencias de la Primera Guerra Mundial. La proliferación de escritores denota la necesidad de expresarse ante los acontecimientos que rodean la vida cotidiana de las sociedades de la época, sumado a la interminable búsqueda de un soporte identitario basado, en parte, en el descontento de las mayorías frente a gobiernos maniqueos y alejados de los ciudadanos del común. El Modernismo comienza a hacer su venia de despedida, sin embargo, desprenderse no es fácil. Se menciona, por ejemplo, el caso específico de Nicaragua, donde después de Rubén Darío se “necesitó un largo y merecido descanso” (27). La Revolución mexicana, “una de las pocas revoluciones hispanoamericanas que realmente cambiaron la estructura económica y social” (74), tuvo una notable influencia en las letras de aquel país, al punto que en ocasiones, según lo puntualiza Anderson Imbert, la experiencia revolucionaria le gana terreno, a la técnica estilística llegando a rozar lo que el autor denomina “crónica política”. Vemos cómo sin abandonar del todo la mirada hacia escritores europeos de la talla de Franz Kafka, el tema realista, costumbrista y aún el indigenista, comienzan a ganar terreno en algunos autores. Las revaloraciones hacen necesario volver los ojos hacia la historia, Francisco Monterde es uno de aquellos autores que se preocupa precisamente por ello. Comienza tomando el tema revolucionario pero no se queda ahí, pasa por la novela virreinal y al toparse con la novela histórica, se destaca por su revisión crítica, la seriedad con que asume el estudio histórico sumado a su creatividad. Los temas sociales se vislumbran como lugar común a 5
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lo largo de la historia de la literatura latinoamericana. Algunos autores interesados en dar cuenta del entorno, de las costumbres unidas a las tensiones políticas y sociales, se abandonan en el tema relegando la expresión artística, punto en el que Anderson Imbert se manifiesta crítico. Rómulo Gallegos es destacado en Venezuela, con tema más social en Canaima que en Doña Bárbara, el argumento de las minas y las caucherías donde las pugnas de clase se funden con los problemas personales de los protagonistas, es una muestra de la necesidad, la búsqueda de hacer catarsis, mostrando una realidad en la que se yuxtaponen civilización y barbarie. En Colombia, donde el apego a las formas europeas logró malograr grandes novelas, según el crítico, se destaca La vorágine de José Eustasio Rivera en la que a la par de poéticas descripciones paisajísticas, se narran episodios de extrema violencia, “en lugar de contemplar cuadros se adentró en la naturaleza misma y sorprendió la belleza del espanto”. Es importante resaltar el doble nivel que según Anderson Imbert, constituye esta novela: la protesta social y la caracterización psicológica; a mi parecer, estos dos niveles hacen parte de la narrativa latinoamericana de manera exacerbada durante el siglo XX, singularizando, en cierta medida, nuestra narrativa más por necesidad de expresión, de comunicar, incluso de elevar una voz de protesta, de emitir un quejido con cierto estilo, más que como recurso artístico o estilístico, éste es más bien una consecuencia de aquello. Para Anderson Ricardo Güiraldes en Argentina, con Don Segundo Sombra une la sutileza literaria con “el sentimiento nacionalista del lector” (120). En Güiraldes se funde el lector del simbolismo europeo y el escritor que busca narrar costumbres sin ser parte de ellas, lo que en vez de ser un obstáculo le representó un acierto al no abandonarse en la descripción somera elevando al nivel de hazañas, tradiciones o acciones que no lo eran, pero el público las entendió así, en aquel nivel superior dado por lo que Anderson llama “operaciones muy sutiles, muy líricas, muy cultas” (124). Para el período comprendido entre 1925 y 1940, que ocupa el capítulo XIII de esta Historia, con un mundo empotrado en dilemas económicos y sociales producto de aquella Primera Guerra Mundial, sin tiempo para recuperarse, se viene aquel período funesto en España, cuando Francisco Franco manejaría sus destinos con 6
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mano de hierro, fulminando cualquier asomo de rebeldía. Tiempos desastrosos aquellos en los que muchos, incluyendo intelectuales y artistas, verían el fin de sus vidas trágicamente. El fascismo internacional entonces haría de las suyas si pensamos que en esta época comenzó la Segunda Guerra Mundial que extendió su manto nacional-socialista por gran parte de Europa encontrando en la Italia de Mussolini un aliado tristemente célebre. Medio mundo migraba hacia el otro medio, cerebros obligados a fugarse, el inevitable cuestionamiento que viene de la mano de la tragedia, del sacrificio, de la violencia, de la sangre. No es raro que un mundo así reaccione desmembrando todo, rompiendo las reglas. Los patrones establecidos se desmoronan ante la desfragmentación de la familia y por ende de la sociedad entera y se vería en el espejo del arte que no es reflejo, sino representación, las vanguardias se tomaban el mundo de los creadores de mundos imposibles. A pesar de que la Revolución Mexicana sigue siendo punto de apoyo para la literatura de aquel país, los narradores también inician búsquedas incluso estructurales dentro de su forma de narrar: Gilberto Owen, quien entre otras, le habla directamente al lector; Francisco Tario, le apuesta a lo macabro, a la locura y al humor; Agustín Yañez, cuya novela Al filo del agua, en el que aparece la Revolución Mexicana como telón de fondo, y que aún no desaparece del todo de la narrativa de aquel país, está cargada de una atmósfera donde la superstición, la angustia, la destrucción, que se aúna a una atomización estructural en donde la neurosis, el erotismo y la violencia comparten terreno con monólogos, soliloquios y otros tormentos interiores del ser humano. En América Latina, Miguel Ángel Asturias (Guatemala), se destaca. Irónicamente estudia a los mayas en París y aunque entre su producción literaria hay poesía y ensayo, se destaca por sus novelas. El señor presidente cuya materia prima, como dice Anderson Imbert, se sirve de todas las formas de miseria posibles, la fealdad representada en “mendigos, borrachos, venéreos, avaros, corrompidos, adulones, cobardes, hipócritas, piojosos, prostitutas, y un largo etcétera son transformados en la pluma de Asturias con tal habilidad, que los convierte en belleza! Sin embargo, como en muchos autores latinoamericanos donde el tema político, en este caso Anderson lo llama sociológico, tiende a predominar en algunos de sus 7
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trabajos sobre lo “novelesco puro”. A pesar de esto, el crítico ve en la mezcla de tradiciones ancestrales (recordemos a los mayas), la realidad social y política, los sueños, fantasías y capacidad creadora de Miguel Ángel Asturias, se entretejen en una maraña poética, suprarrealista y expresionista que es lo que configura el trasegado “realismo mágico”. A la par de tradiciones ancestrales que agonizaban y de las que algunas sobrevivieron en el sincretismo, aquel continente esclavizado, África, también vendría a nutrir esta amalgama llamada América. Alejo Carpentier, cubano (aunque se decía que era francés también) se destaca en las Antillas. Él, viajero, cosmopolita, inquieto, se destaca por su talento para describir y para narrar historias en las que se mezclan los elementos folclóricos, culturales, musicales que forjan la multiplicidad que cimienta la realidad americana; debatiéndose entre lo moderno y lo selvático, dos mundos que conviven en el mismo plano pero con frecuencias diferentes. Los pasos perdidos contiene no sólo temáticas, sino estrategias estilísticas ingeniosas: el fraseo. Pero, sobre todas las cosas destaca la extraordinaria “visión de la historia, la cultura, la realidad americana” unida a reflexiones inteligentes con una dosis de fantasía. Narrativa y descripción: la conjunción de estas dos habilidades es fundamental a la hora de lograr lo que Anderson llama “novelesca pura”. Arturo Uslar Pietri, esta vez en Venezuela, parece ser uno de los llamados a encender la antorcha que guiará el camino para los que vienen: la metáfora le lanza un salvavidas a la realidad, el impresionismo brota de las manos de Uslar Pietri salpicando ricamente sus obras. Sin embargo, por aquella época, un país ve florecer su literatura de la mano de, quizás, la más brillante constelación de intelectuales que abrazó nuestras letras: Argentina nos daría a Borges, Mallea, Silvina Ocampo, Bioy Casares, Ernesto Sábato, entre otros tantos. Sin duda Borges se ubica en lugar intrasegable, extraño, donde sus preocupaciones metafísicas, espirituales: “el tiempo, el sentido del Universo, la personalidad del hombre” alimentadas por lecturas de aquel corte (Swedenborg por ejemplo), se unen a lo que el crítico denomina: “canto a sí mismo”. La imaginación, la inteligencia, la expresión verbal, el saber intelectual de Borges lo erigen como paradigma de las letras. De ellos ya se ha hablado bastante, de hecho, lo fantástico tiene su sello claramente visible, identificable. En 8
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esta constelación Ernesto Sábato es de aquellos escritores en los que la exploración sicológica de sus personajes lleva a situaciones tormentosas y extrañas. Para la segunda mitad del siglo XX, la Segunda Guerra Mundial ha cambiado el mapa político, geográfico e ideológico del mundo, reduciendo el mapa a dos ejes: este – oeste, durante la guerra fría que se prolongaría hasta finales del siglo pasado
trayendo
como
consecuencia
la
polarización
ideológica
que
desencadenaría temores de una tercera guerra totalizadora que ya vimos, se atomizó en muchas guerras que se centrarían en diferencias más religiosas y étnicas que políticas. Sin embargo, por aquella época, las dictaduras eran el pan de cada día en América Latina. Dictaduras que desbordaban los límites de violencias que inscribirían su legado de sangre, desolación y amargura en nuestras sociedades y que se dejan ver en la literatura de este lado del mundo. La exploración de los vericuetos sicológicos de los personajes entrarían a ser narrados ya no por una voz omnisciente, dando lugar a cierto ocultamiento en los rasgos íntimos de los protagonistas, lo que en cierta manera permite que el lector, a quien no le está todo dado, pueda tomar parte del estructuramiento del perfil de los protagonistas al permitírsele hacer inferencias de los mismos por lo que les es dado. Por otro lado, se da un quiebre en el esquema novelístico tradicional, en el que se incluso el tema parece ser cosa del pasado dando paso a cierta experimentación donde se funden diferentes temáticas y la imaginación se toma el poder. Es notable ver, leer la narrativa femenina en este apartado. Ya en la poesía habían hecho su aparición contundente Gabriela Mistral y Alejandra Pizarnik. En México, aparte de los consagrados, Arreola, Rulfo, Fuentes, es refrescante ver nombres como Josefina Vicéns, Ema Godoy, Guadalupe Dueñas, Inés Arredondo, Maria Elvira Bermúdez o, Raquel Banda Farfán. Esto da cuenta de una apertura, de tal vez cierta desinhibición dentro de, debo decirlo, la masculinidad que ha prevalecido a lo largo de nuestra corta historia literaria.
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El tema de la lucha de clases, las convulsiones políticas, las exacerbaciones sicológicas se mezcla con lo sobrenatural, lo metafísico. Aunque la cuestión indigenista no desaparece, la irrupción del realismo mágico, como ya sabemos, lanza una poderosa nube sobre las demás manifestaciones literarias de la época. Es imposible abstraerse de aquel encantamiento del que sin duda, aún no nos hemos recuperado. Sin embargo, vale la pena anotar que en Colombia, un tema, doloroso, prolongado, sensible, es y sigue siendo parte inherente de nuestras letras aún dentro de lo fantástico: la violencia, al parecer, tristemente, único rasgo realmente original, singular, de la narrativa latinoamericana.
Gloria Cristina Torres Silva Maestría en Estudios Literarios Universidad Nacional de Colombia
Referencias Anderson Imbert, Enrique. Historia de la literatura Hispanoamericana II Época Contemporánea. México D.F.: Fondo de Cultura Económica, 2005. Bibliografía consultada Retamar, Roberto Fernández. Para una teoría de la literatura hispanoamericana. Bogotá: Instituto Caro y Cuervo, 1995. Stephan, Beatriz Gonzales. Contribución al estudio de la historiografía literaria hispanoamericana. Caracas: Academia Nacional de la Historia, 1985.
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