Módulo II. El aprendizaje en la Universidad
FINAL
¿Recuerdan estas palabras del módulo anterior?
Los educadores somos responsables por el hacer ajeno. Nuestra práctica nos lleva de manera permanente a proponerle a los otros que hagan algo. Y hay muchas formas de hacer: desde las más creativas
hasta
las
monótonas,
triviales
y,
en
algunos
casos,
humillantes. Cuando alguien es condenado a repetir lo oído y escrito, sin ninguna posibilidad de aportar otras voces, otras experiencias, está siendo sometido a una actividad humillante en relación con sus potencialidades.
Este libro base ha girado en torno a esa responsabilidad. La pregunta que desde nuestra mirada atraviesa cada una de las unidades y de las reflexiones y argumentos planteados es la siguiente: ¿cuáles son las consecuencias de todo lo expresado para la práctica, para mi práctica de educadora o de educador? En el campo de la universidad nos relacionamos con jóvenes que comparten un contexto contemporáneo pleno de posibilidades, pero también de incertidumbres y acechanzas; los grandes paradigmas del aprendizaje siguen vigentes en muchos establecimientos educativos, necesitamos comprenderlos para apoyar el trabajo cotidiano en las aulas y fuera de ellas; la cultura mediática ocupa un lugar de suma importancias en cualquier sociedad y la nuestra no es para nada una excepción; las tecnologías digitales han irrumpido en la vida de buena parte de la humanidad y los jóvenes están inmersos en el mundo que ellas han abierta; los llamados de Carlos Cortés a abrir los ojos al contexto y a las alternativas, luces y sombras de la virtualidad tienen todo el sentido si se piensa que no hablamos de nada lejano ni a nuestros estudiantes ni a nosotros. Nunca como ahora se nos ha exigido tanto a quienes nos dedicamos a la educación superior, los sistemas de evaluación, el avance incontenible del conocimiento en todos los frentes de la ciencia en general y de las disciplinas en particular, el reconocimiento de lo que significa aprender, el vértigo de las transformaciones tecnológicas en el territorio de la enseñanza, no nos dan tregua.
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Sin
embargo,
desde
lo
que
pretendemos
compartir
con
ustedes
en
la
Especialización, tenemos que detenernos para reflexionar sobre si no se nos están quedando en el camino algunas preguntas fundamentales. Años atrás se las hacía con fuerza, pero sentimos que el siglo XXI ha traído un debilitamiento de ellas. Me refiero a la pregunta por el sentido de la existencia, por el misterio de este planeta rodeado de misterio, por lo que significa ser un intelectual educador en tiempos de creciente precariedad, por la vocación, por las relaciones entre los seres humanos, por la inmensa responsabilidad de hacerse cargo de parte de la vida de alguien para colaborar en su educación. Siento que se ha abierto un camino más hacia lo técnico que hacia lo fundamentalmente humano. No pretendo generalizar nada, cada una y cada uno de nosotros, es un océano de complejidad que ningún sistema social ha podido agotar. Pero en educación se trata del intento constante de pensar en totalidad, no se resuelve la existencia de los jóvenes en un puñado de competencias, o en una prisa por sacar generaciones enteras a la lucha por ocupar algún espacio en el mercado. La invitación es, entonces, a la reflexión sobre todo en torno a lo que significan responsabilidades que no podemos tomar para nada a la ligera: la responsabilidad por la forma en que reconocemos el contexto; la responsabilidad por el modo en que nos asomamos a la cultura en general y a la cultura juvenil en particular; la responsabilidad por los saberes que proponemos desde el océano de la cultura en nuestro tiempo;
la
responsabilidad
por las prácticas que
aprendizaje que
planteamos en nuestras aulas y fuera de ellas; la responsabilidad por tener la mente y el corazón abiertos a la complejidad. Gracias por acompañarnos en estas reflexiones y en estas búsquedas. D. P. C.
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