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M贸dulo II. El aprendizaje en la Universidad

PRIMERA PARTE

UNIDAD 1

NUESTROS ESTUDIANTES1

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Esta primera unidad ha sido escrita por Daniel Prieto Castillo. 12


Módulo II. El aprendizaje en la Universidad

Ubicación temática Este texto está dedicado al aprendizaje en la universidad, por lo tanto, de manera fundamental, a la comprensión de nuestros estudiantes, de sus modos de relacionarse, de comunicarse y de apropiarse de la cultura y de sí mismos. Y está dedicado a ustedes, los educadores, porque no se puede enseñar sin aprender. En la primera Unidad nos detenemos en lo que la sociedad y la universidad reclaman de los jóvenes, para el logro de sus vidas en general y de su formación profesional. Pero para eso revisamos la forma en que se presenta a la juventud en los medios de difusión colectiva y en las percepciones sobre ella más difundidas entre la población. Nos preguntamos por las capacidades a desarrollar en nuestras relaciones de enseñanza aprendizaje, a manera de ideal posible para cada asignatura y para planes de estudios completos No es fácil, se lo ha dicho ya muchas veces, ser joven en estos nuestros tiempos. La incertidumbre no cesa de campear en los escenarios sociales, las condiciones de la vida se endurecen día a día y las alternativas que ofrece la sociedad no suelen ser las deseadas. Esto no significa situarnos en una percepción plena de escepticismo, pero no podemos desconocer este momento histórico, ni tampoco lo que los jóvenes requieren de nosotros como educadores. La percepción de la juventud oscila entre la idealización y el abandono; vivimos en un espacio social que por un lado plantea el paradigma del no envejecimiento, de la eterna juventud, y por otro la falta de apoyos a quienes pasan por un período de la vida colmado de conflictos y de necesidades. La Unidad incluye los siguientes puntos:

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Los millones de jóvenes Los contextos El otro, el joven, como amenaza El filicidio La identificación con la violencia La identificación con la anomia y el desorden La identificación con el puro goce La identificación con el riesgo y la vulnerabilidad La condena a ser un simple tránsito El adultocentrismo Desafíos para la educación Desde la universidad El ingreso Mediar Desde las políticas Las capacidades Capacidad discursiva Capacidad de pensar Capacidad de observar Capacidad de interactuar Capacidad de utilizar un método de trabajo Capacidad de ubicar, analizar, procesar y utilizar información Aprendizaje y desarrollo Síntesis

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Los millones de jóvenes En el año 1982, el gobierno de México encargó a distintas instituciones del país una investigación titulada México al Año 2000. La comisión responsable de educación y nuevas tecnologías, en la cual participé, dedicó un capítulo a la juventud, ya que por entonces las proyecciones indicaban que para fin del siglo esa nación tendría más de 20 millones de jóvenes. El análisis de la oferta educativa llevó a la siguiente conclusión: buena parte de ese enorme sector estaría fuera de la educación formal y quienes llegaran a ingresar a la enseñanza media, recibirían una formación que los capacitaría de una manera muy pobre para resolver problemas de trabajo, de salud, de supervivencia, en un mundo cada vez más complejo. Se sugirió entonces al Gobierno una transformación profunda de la educación y el desarrollo de planes no formales, para lograr al menos lo siguiente: que los jóvenes pudieran localizar, analizar, criticar, procesar, producir y aplicar información útil para enfrentar y resolver creativamente sus necesidades culturales y laborales. Ese ideal no se llevó masivamente a la práctica y el fin del milenio llegó a México con la indicada cifra de jóvenes. Si la proyectamos al resto de América Latina, nos encontramos con una cantidad varias veces superior con problemas similares en lo que a información y comunicación se refiere. Cuando nos detenemos a pensar en la forma en que la sociedad se ocupa de los jóvenes, encontramos, en una primera aproximación, tres líneas generales:

-

una corriente empecinada en pregonar el ideal de ser joven en todas las edades, con el consiguiente mercado de productos para rejuvenecer o para no envejecer;

-

un sistema de mensajes y mercancías para los jóvenes;

-

un abandono de los jóvenes a su suerte, por una escuela a menudo incapaz de ofrecer alternativas a sus vidas a causa de sistemas obsoletos y de programas carentes de atractivo, por la creciente desocupación, por la disolución de la estructura familiar y la agresividad de ofertas destinadas a servir de modelos sociales.

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El esquema es así:

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idealización de la juventud (en tanto sinónimo de no envejecimiento) como algo válido en sí mismo;

-

existencia de un segmento de mercado para los jóvenes;

-

abandono de muchos de éstos por parte de la sociedad para dejarlos a merced de la oferta del mercado y de situaciones de riesgo.

El juego de la idealización de la juventud tiene una presencia planetaria a través de los medios de difusión colectiva y de la promoción de mercancías. La promesa de una juventud eterna es pregonada desde las pasarelas, la publicidad, las telenovelas, la permanencia de algunas divas cuyo rostro parece detenido en el tiempo. La vejez constituye una suerte de acto contra la naturaleza, a la luz de tanto rostro y actitud juveniles. De hecho es necesario ocultarla, luchar contra ella, tratar de frenar la marcha del tiempo en la piel, la mirada y el andar. En todo caso, la cultura mediática permite la exhibición de ancianos, siempre que los cuales se encuadren en estereotipos de energía y vitalidad o en una vejez perfecta, sin dolencia alguna, a cargo de seres puestos en la vida para gozar y para dar algún consejo. El actual mundo del espectáculo (volveremos más adelante sobre este punto) tiene como uno de sus ejes fundamentales la belleza del cuerpo juvenil. En torno a él giran infinitas propuestas de mercancías y de maneras de percibir y de vivir. Los jóvenes son objeto de consumo. El mercado los tiene como público importante, a tal punto que las identificaciones con productos suelen constituirse en modos de relación en determinados grupos (“yo soy de Nike”...). Y el consumo no es igual en todo el planeta. Cuando en los países industrializados se producen campañas y hechos para frenar algún tipo de consumo, las grande compañías transnacionales intensifican sus acciones publicitarias en los nuestros a fin de equilibrar la pérdida de clientes. Los ejemplos de las ventas de alcohol y de tabaco son por demás claros. En el caso de este último, una de las estrategias apunta a incorporar a casi niños al consumo, a través de la difusión de todo tipo de modelos para lograr la temprana identificación.

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No hay mercado sin jóvenes, tanto en cuanto promotores de mercancías a través de la publicidad y de la venta directa, o como consumidores claramente definidos por sus posibilidades adquisitivas. Si nos atuviéramos exclusivamente a lo que se ve en televisión, el mundo estaría poblado en su casi totalidad por jóvenes, con unos pocos ancianos. Se trataría de un universo caracterizado por el tiempo para el ocio y la aventura, para el buen vivir y el buen comer, para gozar de la naturaleza y la sociedad de manera permanente. Pero no sólo los ancianos están fuera de la escena. También millones de jóvenes en sus reales condiciones de existencia. Ni el fin de siglo, ni el comienzo del siglo XXI han sido benignos con ellos. Cuando se vive desde la niñez inmerso en privaciones y en la miseria, es muy difícil acceder al grado de idealización indicado. Los medios ponen en escena en nuestros países latinoamericanos una minoría cada vez más estrecha, entre la que se cuentan buena parte de quienes acceden a la universidad. Ese mundo feliz, lo sabemos con demasiada claridad a esta altura de los tiempos, es para pocos. Pero hay otras formas de figurar en la oferta de los medios de difusión colectiva. Muchos programas insisten en la juventud como portadora de violencia, como anomia social. Ello desde las películas basadas en las bandas juveniles, hasta la insistencia en presentar hechos violentos en los cuales los jóvenes aparecen a menudo con un papel protagónico. La contracara de la idealización es la amenaza. Los jóvenes puede ser fuente de vida y de goce, o bien un peligro para la sociedad. Lo que menos vemos en ese mundo idealizado de la cultura mediática es el abandono de los jóvenes por parte de los gobiernos y de la sociedad en general. Con la retirada del Estado benefactor, con la precarización de la vida, con los problemas económicos que obligan a padres y a madres a condiciones laborales de supervivencia, con el crecimiento de ciudades caracterizadas por condiciones indignas, inhumanas de vida, poco se puede hacer para una contención de los jóvenes en los momentos más cruciales de su desarrollo. Abandonados primero a la televisión, en la niñez, miles y miles de adolescentes son abandonados luego a la suerte de la calle, aún cuando tengan una casa y una familia. Sin duda esto varía de contexto en contexto, pero aparecen ya muchas constantes de ese tipo en ciudades grandes y medianas. Los procesos de socialización tienden a no

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producirse de manera profunda en el seno de las familias y a menudo esto tampoco ocurre en el caso de los establecimientos escolares, sin contar las grande mayorías de jóvenes que no pueden acudir a las aulas. Y, en este cuadro que oculta la idealización mediática, la existencia de quienes ingresan a temprana edad al mercado de trabajo. Esto tiene un doble juego: la salida a esos espacios adultos para sobrevivir y la postergación de estudios y de capacitación por ese hecho. De modo que se va generando el círculo cada vez más estrecho de trabajos poco calificados, que no requieren preparación y que, por lo mismo, son menos remunerados. Se cuenta por millones los jóvenes trabajadores mal pagos en nuestra América Latina. Otro enfoque, dentro de los que consideramos más generalizados, es el del posmodernismo. Como se sabe, esta corriente se refiere al fin de la modernidad, en el sentido de la clausura de viejos ideales de progreso, para dar paso a la eclosión de las salidas individuales y grupales. Estaríamos en una sociedad sin parámetros generales y sin ideales válidos para todos los seres humanos. Dentro de esa "ruptura", aparecen argumentos referidos a una sociedad diseñada por la cultura mediática, con lo que ésta aporta para habituarnos a ritmos e intensidades diferentes, propias de un mundo que requiere seres con capacidad de reacción, con un juego de cintura suficiente como para salir airosos de situaciones de creciente complejidad. Los medios aparecen como una escuela que nos prepara (y sobre todo a los jóvenes) para vivir en un mundo fragmentado y cada vez más incierto. Todo esto se plasma en la cuestión de los lenguajes modernos y posmodernos. Los primeros están representados por los viejos ritmos de la escuela y los segundos alcanzan su clímax en el videoclip y los video juegos, con su velocidad, su fragmentación constante y su casi ausencia de argumentos. Cuando llega la adolescencia, quienes la viven ya habrían sido formados por esos lenguajes casi desde la cuna. Los jóvenes oscilan entre el abandono y la idealización, en medio de sistemas que no alcanzan a adaptarse a las necesidades y demandas de una sociedad cada vez más compleja.

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Los contextos El primer texto de un ser humano, es su contexto. Esa primera afirmación tiene todo el sentido. Desde nuestro nacimiento estamos inmersos en un contexto que nos pide determinadas maneras de sentirlo, entenderlo y aceptarlo. Así nace una lectura a los pocos días de vida, cuando el infante reconoce rostros, gestos, sonrisas, que no cesará en el resto de la existencia. Pero hay contextos y contextos, tanto por la variedad de situaciones a las que pertenecen como por lo que en ellos sucede. Pensemos en dos de ellos: el contexto familiar y el contexto social; ambos son inseparables en la trama de cualquier sociedad. Si algo nos ha sucedido en los últimos treinta años, ha sido una transformación vertiginosa en las condiciones en las cuales vivimos y crecemos. Décadas atrás todo transcurría en ámbitos más estables y previsibles, las cosas cambiaban más lentamente y las experiencias de las generaciones en sus distintas edades eran más similares. Vivimos, adultos y jóvenes, en nuevos condiciones de existencia que nos exigen maneras diferentes de relacionarnos y de actuar. Veamos algunos de ellas:

-

la pérdida de la totalidad;

-

el descentramiento;

-

la fragmentación;

-

la vulnerabilidad;

-

el estrechamiento del espacio público;

-

el incremento de la violencia urbana;

-

la velocidad.

Revisemos en detalle cada una de esas características de nuestra realidad. Queremos insistir: de nuestra realidad; estamos insertos en ellas, lo sepamos o no.. No podemos pensar lo que sucede con la vida de nuestros jóvenes estudiantes si no nos situamos en lo que ocurre a diario en la sociedad contemporánea. Las viejas miradas no son suficientes para comprender tantas transformaciones en las relaciones entre los seres humanos.

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La pérdida de totalidad Con la palabra totalidad aludimos a lo que podemos abarcar de lo que nos rodea. Pensemos en las ciudades donde todo estaba organizado a escala humana. Uno vivía sostenido por la totalidad, no había nada que le fuera ajeno. Y conocía no sólo el presente, sino también la historia. Había una memoria de los espacios, las cosas y los seres humanos. Hoy vivimos en ámbitos cuya totalidad se nos escapa. Conocemos itinerarios, pero no tenemos una mirada y una vivencia de conjunto. Hemos perdido el tiempo pasado, los espacios, objetos y seres se nos vuelven cada vez más extraños. El crecimiento de las ciudades, las migraciones, la ruptura de viejos espacios, contribuyen constantemente a esta pérdida de la totalidad. El descentramiento Ligado a lo anterior, por idénticas causas, vivimos en sociedades literalmente descentradas.

Antes los espacios urbanos tenían un solo centro, una plaza que

servía de punto de referencia a todos los habitantes. Hoy los centros se han multiplicado, con lo que la experiencia de totalidad se restringe todavía más. Piénsese en barrios con supermercados, escuelas y hasta universidades. Piénsese en los barrios cerrados. Piénsese en espacios a los cuales no hemos accedido porque no coinciden con nuestros itinerarios. Una sociedad descentrada tiene consecuencias para la percepción y para la convivencia. Hay espacios negados a determinados tipos de habitantes, desde los caracterizados por el lujo hasta los colmados de miseria. Hay espacios diseñados sólo para el automóvil, en los cuales es casi imposible desplazarse a pie. La fragmentación Existen muchos estudios dedicados a la reflexión sobre el fragmento en la sociedad contemporánea. Con ese término aludimos a partes dispersas, que no aparecen conectadas a un todo. Si la ciudad ha perdido, para quienes la habitamos, su condición de totalidad, ello significa que la vivimos de manera fragmentaria, en tal o cual espacio. Lo mismo sucede con la información que de ella tenemos. Cuando

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nos desplazamos en un vehículo, pasamos por calles desconocidas de las que a veces no sabemos ni siquiera el nombre. A la fragmentación espacial se suma la fragmentación temporal. La historia tiende también a reducirse a fragmentos. Un ejemplo claro de esto lo dan determinados programas en los medios de comunicación masiva, por ejemplo los de preguntas y respuestas. El interrogado para ganarse un premio debe pasar, de acuerdo con lo que le va pidiendo el animador o la animadora, de cuestiones como la vida de una estrella de la TV hasta quién descubrió determinado elemento científico, más el año de una batalla en el siglo XIX. Fragmentos, como los que vemos en los video clips que tanto consumen nuestros adolescentes. La vulnerabilidad Nada más débil que un ser humano. El hecho de que durante milenios nuestra especie haya ido creando formas de resguardo ante la naturaleza y ante los otros, muestra lo indefensos que somos. Este comienzo de siglo ha traído una situación de vida caracterizada por la extrema vulnerabilidad. Los recursos de contención social se han ido volviendo cada vez más débiles, tanto en lo que a salud se refiere como a estabilidad laboral, a la dependencia a escala global, a la incertidumbre frente a lo que pueda suceder mañana. Vivimos en un contexto de creciente incertidumbre y nadie escapa a ella, aunque hay sectores de la población con más reaseguros, debido a la desigual distribución de la riqueza. Todo eso significa una pérdida de sostenes, en el sentido de lo que puede dar una base a la vida cotidiana, a la disponibilidad de recursos para sacar adelante la existencia de los seres queridos y la propia. La precarización de los servicios Como una realidad para la cual no se estaba preparado, se ha vivido en muchos países latinoamericanos una retirada del Estado de sus funciones básicas de regulador

de

la

vida

social

y,

sobre

todo,

de

responsable

de

servicios

fundamentales para la población, como la salud y la educación. Esta precarización, expresada en el deterioro de los sistemas hospitalarios y en la decadencia de los establecimientos escolares, hace que se pierdan posibilidades de desarrollo. Cuando esto sucede, todo tiende a una acentuación del subdesarrollo, en el sentido de lo

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que significa no contar ni con los recursos materiales ni con la gente preparada para impulsar a determinado país. En definitiva, la precarización vuelve más precaria a la gente misma, más sujeta al riesgo de enfermedades, a la postergación y pérdida de capacidad de comprender el mundo y de participar protagónicamente en él. El estrechamiento del espacio público Ciudades para vivir y ciudades para sobrevivir. La tendencia es a esto último. Una ciudad para vivir permite desplazamientos y lugares de encuentro entre sus ciudadanos. Una ciudad para sobrevivir está sujeta a la circulación, al riesgo de la violencia y al deterioro y la reducción de los espacios públicos. Cuanto más gana la batalla el automóvil, cuanto más se estrechan los lugares donde la gente puede socializarse, más deshumanizadas resultan las ciudades. Pensemos en lo que significa vivir prácticamente entre rejas, para evitar el riesgo de la calle, como en el caso de los niños en muchos barrios de nuestras ciudades. Pensemos en lugares donde no es posible desplazarse a pie, porque están destinados a la presencia incesante de los automóviles. Pensemos, en fin, en toda la presión para reducir nuestras vidas al seno de la propia casa, porque fuera de ella aparece todo como inseguro. Y si, como veremos más adelante, la juventud se caracteriza por un anhelo, entre otros, por la libertad, los desplazamientos y la socialidad entre pares, nos queda reconocer los obstáculos que la conformación del tejido urbano y de la vida contemporánea ponen a esos anhelos. El incremento de la violencia urbana Frente a cuestiones como las que hemos venido planteando, era predecible para cualquiera que quisiera analizar el desarrollo de las sociedades, que llegaríamos al grado de violencia que hoy caracteriza la vida en las ciudades. Y no sólo la violencia directa, consistente en agresiones al otro, en crímenes, en todo tipo de delitos, sino también la violencia cotidiana, expresada en el deterioro de las relaciones, en la tensión ante problemas laborales, en la falta de solidaridad y de sensibilidad ante verdaderas tragedias humanas. Es violencia la tolerancia, como si fuera algo natural, de la presencia a escala latinoamericana de niños y adolescentes de la calle, es violencia la tolerancia de población lanzada a los brazos de la miseria.

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Vivimos todos en sociedades violentas y desarrollamos todos formas de protección ante tanta incertidumbre, desde los sistemas de seguridad en las viviendas hasta las redes de solidaridad en distintos grupos carenciados. La velocidad Estamos insertos en contextos donde todo transcurre al borde del vértigo. Se trata de una aceleración de los tiempos y de las respuestas que nos exige la vida diaria. Esto

se

aprecia

con

toda

crudeza

en

el

tránsito,

pero

también

en

los

desplazamientos en distintos espacios donde todavía se puede caminar. Todo se va reduciendo a tránsito, a un movimiento destinado a llevarnos de aquí para allá, sin detenernos casi para gozar de la comunicación con otros seres. La velocidad ha ganado también el ámbito de la cultura mediática, tanto a través de películas que hacen culto de ella (la serie de Matrix, por ejemplo), como de la forma en que nos muestran ahora las noticias. La velocidad está en relación directa con el tiempo que necesitamos para vivir. Cuando se nos exige salir de la casa durante horas y horas para casi sobrevivir, el tiempo de compartir con los seres queridos se estrecha a tal punto que sobreviene la distancia, aún viviendo bajo un mismo techo. Pues bien, si a esto tiende el mundo en que vivimos, ¿estábamos, estamos preparados para vivir en él? Los hechos, nos muestran que no. El vértigo de las transformaciones, muchas de ellas dirigidas a vulnerar nuestra estabilidad y nuestra vida cotidiana, nos ha atrapado y a menudo no hemos tenido respuestas adecuadas para sacar adelante nuestras existencias. Y si eso nos sucede a nosotros, ¿qué podemos decir de los más jóvenes? Hay quienes argumentan que ellos están mejor pertrechados, porque se adaptan rápidamente al lenguaje de las computadoras y tienen energías frescas para moverse en los distintos escenarios de cada país. Pero las cosas no son tan sencillas: no se trata sólo de reaccionar más rápido, sino con más seguridad, con más referentes, para no ser presa fácil de esos ritmos, para contar con más sostenes para el crecimiento y la consolidación de la identidad y de la vida cotidiana.

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El otro, el joven, como amenaza Como una de las claves de nuestra propuesta de mediación pedagógica se expresa de la siguiente manera: partir siempre del otro, nos detendremos en primer lugar en ese otro social desde la mirada adulta, conformado por las y los jóvenes. La expresión otro social tiene aquí todo el sentido. Lo otro y el otro, históricamente, fueron asociados con espacios no civilizados y lo monstruoso, como el extranjero; el otro como lo diferente, lo contrario, lo opuesto; pero también malo, perverso, lo incierto, lo dudoso. El problema no es el otro, sino desde dónde lo miro. Se ha denominado discurso identitario a una mirada incapaz de ver al otro desde su cultura y sus razones, experiencias y sentires,. Un discurso que coloca todo del lado de quien mira, de quien juzga, de quien atribuye ciertos valores, saberes, conductas, y niega los demás. Un discurso caracterizado por: -valoración de la propia sociedad; -valoración de la propia cotidianidad; -valoración de los propios valores; -valoración de la propia cultura; -valoración de la propia lengua; -valoración de los propios espacios; -valoración de las propias razones; -valoración de los propios sentires; -valoración de las propias percepciones.2 Hemos padecido, y seguimos padeciendo esto de una cultura a otras. Pero nuestro argumento es que el discurso identitario se ejerce también dentro de una misma cultura, dentro de un país, dentro de las relaciones entre distintas edades. Siempre hay un otro irreductible en cualquier sociedad, siempre está presente el discurso identitario para aceptar o rechazar culturas de minorías, de sectores que durante siglos no han sido reconocidos como iguales. Piénsese en los siglos de postergación de la discusión en torno a los derechos de la mujer, en las culturas indígenas, en el

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Todorov. La conquista de América, la cuestión del otro, México, Siglo XXI, 1987. 24


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reconocimiento de lo que significa la infancia (“Dejad que la infancia madure en los niños”, decía Rousseau en su Emilio). Piénsese en los brotes racistas en países como Alemania con la violencia ejercida contra los migrantes; en este mes de agosto de 2015 se registran agresiones impulsadas por grupos neonazis. Pues bien, necesitamos reconocer que el discurso identitario también se ha dirigido, de manera constante y a menudo terrible, a ese vasto territorio social (vasto por la cantidad

de

seres,

por

sus

diferencias

según

edades

y

culturas,

según

oportunidades de vivir) que nombramos con el término juventud. Reconocemos por lo menos las siguientes maneras de encerrar a miles, millones de seres, en tal práctica del discurso identitario: -el filicidio; -la identificación con la violencia; -la identificación con la anomia y el desorden; -la identificación con el puro goce; -la identificación con el riesgo y la vulnerabilidad; -la condena a ser un simple tránsito. En tanto otros, las jóvenes y los jóvenes fueron víctimas durante siglos, y lo son aún, del discurso identitario. Fueron y son un territorio a conquistar por el mundo adulto, por impredecible, por cercano a la corporalidad, por su torrente de energía y de vida. Control, entonces, mirada constante para no dejar nada fuera, enseñar a mirarte, incluso, a aceptar la versión que de ti te dan. El filicidio A los dioses siempre les atrajo la sangre joven. Desde el pedido del sacrificio de Isaac a Abraham, hasta el sacrificio de Ifigenia en la tradición griega para que las naves pudieran partir hacia Troya con vientos propicios, tenemos abierto un camino que no se cerrará. Nos consta la continuidad del filicidio a lo largo de siglos y siglos, fundamentalmente a través de las guerras a las cuales van, como muralla para proteger a los adultos, los jóvenes.

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No nos consta el parricidio, como forma generalizada de venganza por parte de quienes son sujetos de las guerras, sean éstas entre países o fratricidas. Aún cuando en la tradición freudiana aparece aquello de matar al padre, en los hechos la violencia de los jóvenes contra los adultos ha sido siempre excepcional, a pesar de tanta sangre derramada, de tanta muerte en la flor de la vida. No nos constan la venganza, el abandono de los mayores por quienes fueron jóvenes cuando llega la hora de cuidarlos. Nos consta el abandono de los adultos hacia los jóvenes, sobre todo de quienes tienen el poder de decisión en la sociedad, el abandono por empobrecimiento, por agresión directa, por estrechamiento de las posibilidades de creación cultural, por angostamiento del futuro. La identificación con la violencia De atenernos a la prédica constante en buena parte de los grandes medios de comunicación, las ciudades estarían a merced de una violencia sin márgenes, protagonizada por los jóvenes. Pero se trata de una mínima mancha en el oscuro océano de la violencia social. No son los jóvenes quienes han quebrado estados enteros, quienes han destruido sistemas de salud, quienes han debilitado los sistemas educativos, quienes vacían los países moral y económicamente. Si la corrupción es una clara medida de la violencia social, nuestros jóvenes son un océano de paz en un mundo diseñado por los adultos en el poder. Hay una total asimetría entre la violencia social generalizada y los actos de violencia de los que no cesan de hablarnos ciertos medios de comunicación. Estamos en apenas una reacción frente a tanta violencia cotidiana. La identificación con la anomia y el desorden La anomia, caracterizada como “notable desviación respecto de una norma”, aparece encarnada en las jóvenes y los jóvenes. En realidad, históricamente se ha vivido un corrimiento de las edades. Porque la posibilidad de desviación fue atribuida durante siglos a los niños. Recordemos un texto con admoniciones por demás utilizadas en el pasado y no agotadas en el presente:

"Castigad a vuestro hijo en sus primeros años y os consolará en vuestra vejez y será el adorno de vuestra alma. No ahorréis la corrección a vuestros

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hijos, pues la vara no los matará, sino que les hará bien; cuando golpeáis su cuerpo libráis su alma... Si amáis a vuestro hijo castigadle a menudo para que pueda después alegrar vuestro espíritu. Castigadle en su juventud y cuando sea un hombre será vuestro consuelo...Educad a vuestro hijo en el temor y hallaréis en él paz y bendición"3

El castigo se dirige a impedir el desorden, a hacer previsible la conducta de tantos seres, a sujetar la energía de esa edad, para lograr, mediante tales métodos, un adulto con el alma libre, dispuesto a alegrar el espíritu de los ancianos. No nos consta para nada que la educación por el temor asegure paz y bendición para los adultos, como tampoco nos consta que la violencia recibida se vuelva mecánicamente violencia cuando se poseen las fuerzas necesarias para ejercerla. La identificación con el puro goce También resuenan voces en relación con el abandono de la juventud al puro goce, como si no hubiera mañana, como si ninguna responsabilidad social pudiera tomarse, como si sólo contaran su corporalidad, su vida centrada en el instante presente. La pregunta es ¿qué tiene de malo el goce? ¿No alcanza aquí todo su sentido aquella frase de Lyotard “¡Déjennos jugar!”? 4 No nos consta el abandono al goce y al desenfreno, ni la presencia de una energía descontrolada que pondría en riesgo la estabilidad de la sociedad. Nos constan el miedo adulto a esa energía, la envidia adulta incluso, con aquello de apostar todo al no envejecimiento, a idealizar la juventud eterna en la pantalla, en la obsesión de no dejar pasar la edad y, a la vez, el castigo a los jóvenes en las relaciones sociales. No nos constan la irresponsabilidad, la negación del mañana, el quedarse sólo en el presente. Si alguien estrecha el presente es el mundo adulto, el mundo de quienes deciden el destino de millones de seres, a escala de países y del planeta todo.

3 De Mause, Lloyd, Historia de la infancia, Madrid, Alianza, 1982. 4 Lyotard, J.F. La posmodernidad (explicada a los niños), Barcelona, Gedisa, 1994.

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La identificación con el riesgo y la vulnerabilidad Otra forma de domesticación pasa por el empecinamiento en relacionar juventud con riesgo y vulnerabilidad, como si todo quedara en el terreno de seres que deben ser protegidos, porque por sí solos nada pueden hacer. Nadie discute el abandono y la existencia de situaciones de riesgo, pero la prédica en torno a ellas va atada a un intento de reducir a millones de seres a situaciones ancladas en una niñez eterna, en el sentido de la dependencia y de la falta de capacidad de decisión. Nos consta que eso no es así, nos consta en el contexto latinoamericano un riquísimo abanico de experiencias en las cuales los jóvenes construyen experiencias, se relacionan, toman decisiones, con toda la madurez que una mirada adulta no suele reconocerles. Y nos consta que esa madurez permite asumir el riesgo de la propia existencia, con la imaginación, la voluntad y la creatividad que a menudo el mundo adulto va dejando de impulsar. Nos consta el maravilloso espíritu de aventura, en el sentido de aventurar algo, de avanzar hacia donde otros no pudieron o no quisieron, de romper normas de comunicación y de expresión. La condena a ser un simple tránsito El diccionario Salvat es lapidario: Juventud: edad entre la niñez y la adultez; primeros tiempos de una cosa. ¿De cuántos años hablamos? ¿De los diez a los diez y ocho? ¿De los diez a los veinticinco? ¿A los treinta? Largo tránsito, condena a pasar sin dejar huellas, como si todo se resolviera en crecer y en llenar las alforjas para cuando seas grande. Y, sin embargo, ese tránsito puede ser convertido en un fin en sí mismo. Si todo se apostara a llegar a la adultez, ¿para qué mandar a los jóvenes a la guerra? ¿Para qué prostituirlos? ¿Para qué malvender su fuerza de trabajo?

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Ni una ni otra alternativa. En esos largos tiempos se abren los caminos de la ciudadanía, de la construcción social entre pares, de la ruptura de límites impuestos a la expresión y a la imaginación, de la magia del encuentro con el propio cuerpo y con el ajeno, de los espacios de goce de la relación con los otros. El adultocentrismo Los puntos desarrollados, todos formas de agresión a la juventud, se centran en la mirada adultocéntrica, en el discurso identitario de quienes ejercen el poder en la sociedad. El discurso identitario significa un monopolio de la palabra y de la interpretación: “…los niños, los jóvenes, los enfermos mentales, los ancianos, los que no tengan un valor productivo y capacidad de consumo, posibilidades de explotación en el mercado, no tienen la palabra, no son escuchados, no tienen discurso, no existen como personas.” (Oscar Arévalo Solórzano, “Croquis para algún día”.)5 Para dominar se siembran, añade el autor, la dependencia, la baja autoestima, la exclusión de las decisiones políticas y del mercado laboral; se avanza sobre la ludicidad, sobre la corporalidad. Y encima les cae a las jóvenes y los jóvenes aquello de ser “el futuro de la patria”, cuando de todas maneras el futuro será de ellos, y cuando se los percibe como encargados de construir lo que a menudo los adultos vienen destruyendo. Desafíos para la educación Antes de pasar a lo que todo esto significa en el trabajo universitario, veamos algunas desafíos que se plantean a la educación en general frente a los puntos desarrollados con respecto a las y los jóvenes: superación de la imagen de una juventud homogénea, basada en unos pocos estereotipos;

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Arévalo Solórzano, Oscar, “Croquis para algún día”, ver www.geocities.com/ oarevalo/ensayo.html 29


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superación del discurso identitario, por todo el peso que tiene en las conductas y en las expresiones de las y los jóvenes; superación de las formas de relación basadas en el paternalismo, el control y la reducción a situaciones de infantilización; superación de la escasa posibilidad de ejercicio de la propia palabra, de la apropiación de los recursos del discurso y de su práctica; superación de los límites a la apropiación de información para enfrentar y resolver la propia cotidianidad; superación de la invisibilidad de las distintas identidades juveniles; superación de la percepción en términos de crisis de riesgo y de tránsito, recuperación de formas positivas de concebir a las jóvenes y a los jóvenes.

Desde la universidad ¿Perviven algunas de esas formas del discurso identitario y de infantilización en la universidad? No es sencillo decir no o sí. Las percepciones de la juventud no son para nada homogéneas en nuestros espacios, de los distintos educadores sin duda puede esperarse una gran variedad de miradas que terminan por convertirse en verdaderos juicios sobre quienes acuden a las aulas. Y, además de esas miradas, están los seres de carne y hueso, los miles de ingresantes año tras año. Ninguno de ellos queda al margen de las acechanzas de esas formas del discurso identitario, ninguno ajeno a la oferta televisiva, ninguno fuera de la violencia y de los intentos de quebrarles la columna, en el sentido de invitarlos a una existencia vacua y descomprometida; ninguno fuera del deterioro social y económico vivido en los últimos años; y muchos sometidos a los brazos ilusorios que acunan para la infantilización, para negar caminos a la toma de decisiones y a la maduración. Esos miles de seres son nuestra realidad año tras año, con ellos y desde ellos construimos la labor en la universidad.

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¿Qué esperamos de las y los jóvenes en la universidad? No podemos negar que tenemos nuestras expectativas, expresadas en documentos generales y en los planes y programas de distintas carreras. Nos interesan jóvenes con contracción al estudio, entusiastas, capaces de organizarse y disciplinarse para apropiarse de la oferta de la ciencia y de la cultura; dueños de expresiones claras y de recursos de abstracción. Bien, pero para profundizar en esa línea, podemos situarnos en lo que sucede al momento de ingresar a nuestras aulas. De sobra conocemos las críticas: estamos ante personas mal preparados, demasiado infantiles, con carencias que se vienen entretejiendo desde el comienzo de la primaria. Y, como consecuencia, se sucederán en primer año los mayores fracasos, los mayores abandonos. No hace falta insistir en lo evidente: tenemos un problema con el ingreso a la universidad que se manifiesta en la deserción y en las dificultades para adaptarse a las exigencias propias de los estudios superiores. La cuestión es quién se hace responsable. Las cadenas de culpas surgen de inmediato: siempre con la tendencia a echarlas hacia atrás, hasta llegar a la formación que los padres deberían ofrecer en la familia. Nos interesa la mirada desde nuestras instituciones. Se trata del compromiso y la responsabilidad de la universidad con el resto del sistema educativo. ¿De qué manera está ella presente, constituye un punto de referencia, para educadores, padres de familia y alumnos? Me refiero no sólo al esfuerzo de dar a conocer las carreras en determinada época del año, a la aparición en suplementos promocionales en los diarios, a la publicidad a través de medios audiovisuales o a las experiencias de universidad abierta. La responsabilidad y el compromiso por el resto del sistema educativo significa una tarea constante de docencia, investigación y extensión para apoyarlo en la solución de sus problemas y en su crecimiento. En la década del 70 la Asociación de Universidades de México, ANUIES, encargó a académicos de distintas casas de estudio de ese país la elaboración de materiales para actualizar líneas disciplinares de la enseñanza media. Se trataba de textos de unas 70 a 80 páginas, que eran impresos en un mínimo de 20.000 ejemplares y vendidos a precios muy accesibles a docentes y estudiantes. Una condición para cada autor: se escribía, cualquiera fuese la disciplina, para un alumno de alrededor de 15 años.

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Módulo II. El aprendizaje en la Universidad

El ejemplo aparece como una excepción. Si algo preocupa hoy a quienes piensan la universidad en la región es cómo articularla con el resto del sistema educativo. No es mi intención plantear una distancia y un desentendimiento totales, pero lo común es una escasa relación entre los estudios superiores (es decir, la parte superior de la pirámide) y las necesidades de investigación, capacitación y transferencia del resto del sistema. Sin duda cada instancia tiene sus crisis y sus problemas, pero el ideal de una interacción y un aporte desde nuestros espacios todavía sigue siendo eso, un ideal. Esto toca también a la estructura misma de la universidad. Si tomamos en cuenta que una constante es la compartimentación en facultades, carreras y cátedras, el apoyo de la institución como totalidad a otros espacios de la enseñanza y del aprendizaje se torna todavía más difícil. En todo caso podemos reconocer esfuerzos de algunas facultades o de algún grupo de docentes, pero no es tan sencillo encontrar políticas que comprometan a una organización como un todo. El ingreso Lo cual nos vuelve al momento en que los estudiantes intentan ingresar. En realidad son tres momentos: el período previo, el ingreso mismo y el primer año en la universidad. El período previo corresponde a los dos últimos años de enseñanza media. La tarea que realizamos con quienes van culminando esos estudios es, casi siempre, de difusión de información. Los jóvenes se enteran de distintas posibilidades profesionales y también de exigencias de cada una. Una alternativa viable, entonces: asumir como responsabilidad de la universidad lo que sucede en los dos últimos años del ciclo anterior, o por lo menos en el último, e interactuar directamente con los docentes y los estudiantes, en un esfuerzo por remontar las carencias que conocemos. Vayamos ahora al momento mismo del ingreso. Es común que las instituciones cuenten con una instancia de acercamiento al sistema, sea a través de cursos de preparación, o bien mediante jornadas de introducción, en las cuales se ofrece información y a menudo son propuestas técnicas de estudio. Es una constante el clima amigable (para usar palabras en boga, con aquello de los entornos informáticos amigables) de esos cursos o encuentros. Primero porque no se puede predicar bondades de la institución a través de distancias y de malos tratos; segundo porque se tiene conciencia de la situación de cada aspirante,

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Módulo II. El aprendizaje en la Universidad

todavía no dejan la adolescencia del ciclo anterior y deberán ingresar a la madurez del nuestro; tercero porque hay que despertar entusiasmo por algunas carreras o disciplinas. El problema se suscita a la hora de ingresar, es decir, de situarse en el tercer período, correspondiente al primer año. A menudo el entorno amigable desaparece, y se conserva en todo caso en alguno que otro docente, pero no como una política para esos meses de iniciación en la vida universitaria. Agreguemos a esto un sistema en general empecinado en enseñar desde asignaturas con poca conexión entre ellas, con exigencias de pensamiento maduro (es decir, capacidad de relacionar, de integrar conocimientos, de proyectar...) a través de parcelas fragmentadas de información. Una pregunta (una de las tantas) para primer año es desde dónde se enseña, si desde la ciencia o desde el estudiante. Me resuenan siempre que toco estos temas las palabras dichas a cada autor de los libros de la ANUIES, “no se olvide que usted escribe para un joven de 15 años”. Eso lo escuché en 1978 y como la adolescencia se ha venido corriendo hacia arriba, habría que decir de manera constante: “no se olvide que usted le enseña a un joven de 18 años.” Mediar Volvemos aquí a nuestro concepto de mediación pedagógica, dedicado a insistir en la tarea de un buen educador de tender puentes entre lo que estudiante sabe y no sabe, lo que ha experimentado y lo que le toca experimentar, lo aprendido y lo por aprender... Puentes entre un saber anclado en lo cotidiano y un saber científico, puentes, no saltos a menudo imposibles entre ambos. Estamos ante una tarea de todos los docentes de primer año, de todos los administrativos con los cuales los estudiantes deben relacionarse, de todos los bibliotecarios o miembros de algún centro de documentación. Una tarea que va más allá de las ocasionales horas de consulta o de las diferencias a menudo esquizoides planteadas entre una cátedra amigable y otra distante. La mediación pedagógica, jugada de manera de acompañar y contener a los estudiantes

en

primer

año,

constituye

también

una

decisión

de

política

universitaria. Se trata, nada menos, de evitar (hasta donde se puede en este ámbito multicausal) frustraciones, abandono, marcas que duelen por mucho

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Módulo II. El aprendizaje en la Universidad

tiempo. Asumir la responsabilidad por el logro de cada estudiante es sin duda una política que arroja consecuencias en lo académico y en lo administrativo. Se argumentará, con relación a esto, el problema de las aulas masivas, de la falta de mayores dedicaciones, de las limitaciones que todos conocemos. Bien, otra línea de causas. Pero hemos insistido durante años en que no hay excusas para no mediar, aún en las condiciones más complejas. Pongamos el ejemplo de la diferencia entre aprender la lengua y aprender distintas escuelas dedicadas a la ciencia del lenguaje. En primer año no podemos darnos el lujo de dejar a alguien con los problemas de expresión, de construcción del discurso escrito y oral que detectamos en los ingresos. Los esfuerzos en los cursos preparatorios no son suficientes, simplemente porque en dos o tres meses, a razón de algunas horas por día para más de una asignatura, no se resuelve algo tan arraigado en muchos de nuestros aspirantes. Pues bien, la solución de esta cuestión de vida o muerte para el futuro profesional pasa por un tratamiento que casi equivale al estudio de una nueva lengua. Y ello implica práctica, constante práctica sobre recursos que debían venir solucionados desde el quinto o el sexto año de permanencia en el sistema educativo. Ninguna masividad impide a una universidad determinar que sus estudiantes se apropiarán de una vez por todas las herramientas del lenguaje en primer año. Ninguna masividad excluye la presentación de buenos ejemplos para entender un concepto, la creación de andamios verbales a fin de acercar una teoría, la construcción de puentes, porque de eso de trata, para avanzar desde los estudiantes hacia la ciencia. Tenemos en nuestro ámbito obligaciones científicas, nadie lo niega, pero ellas adquieren sentido dentro de nuestras obligaciones con la construcción personal de cada estudiante. Los tres períodos a los cuales me he referido (el o los años previos al ingreso, el ingreso mismo y las experiencias vividas durante primer año) no pueden ser responsabilidad únicamente de un grupo de personas encargadas de la orientación vocacional, por más buena voluntad y excelencia que haya entre sus integrantes. Estamos ante algo mucho más amplio: la articulación de la universidad con su contexto social y educativo, para el primer período; con los iniciales encuentros de los estudiantes con la institución, para el segundo, y con la vida académica misma, con las relaciones internas, para el tercero. Responsabilidad hacia fuera y hacia

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Módulo II. El aprendizaje en la Universidad

adentro. Pero, sobre todo responsabilidad hacia el aprendizaje y el ser de todos y cada uno de los estudiantes. Las vías de solución son múltiples: la educación a distancia, el apoyo a los educadores de los últimos años previos al ingreso, la insistencia en formas de recepción amigables de los estudiantes, la coordinación de asignaturas y prácticas de aprendizaje en primer año, la mediación pedagógica de los contenidos, tanto en las sesiones presenciales como en los materiales a utilizar... Pero como condición de posibilidad de todas ellas están las políticas, los acuerdos de la institución en su conjunto con respecto a su aporte al resto del sistema educativo y a su responsabilidad por el logro de quienes ingresan a sus aulas. Desde las políticas Tomamos como ejemplo, para ilustrar lo que sucede en la universidad a la hora de relacionarse con los jóvenes, las peripecias propias del ingreso. Pero se trata sólo de eso: un ejemplo, porque la cuestión es mucho más compleja. Abarca todo el paso del estudiante por nuestras aulas, todo lo que va viviendo, aprendiendo y logrando, a la vez que todas las frustraciones y los sufrimientos que bien podríamos evitarle. El punto es aquí lo que se entiende por aprendizaje, lo que se entiende por ser humano, lo que se entiende por joven y lo que se entiende por universidad. Todas esas percepciones y concepciones inciden directamente en el trato cotidiano, desde lo que se desencadena a partir de imágenes propias de un teatro de guerra hasta los ideales de una pedagogía del sentido. En ese marco, en esos escenarios, nos movemos día a día. En ninguna parte encuentra uno el ideal, pero tampoco en ninguna parte se vive una situación de guerra total. El problema está cuando el estudiante pasa de aulas caracterizadas por alguna forma de agresión y violencia, a otras en las cuales se intenta tender puentes humanos entre el aprendiz y el conocimiento. Ese juego esquizoide es terrible y no tiene por qué no dejar huellas. Dedicaremos una unidad completa a tratar de reconocer líneas de la cultura juvenil. Pero antes nos interesa dejar planteados ideales de formación, en dirección a lo que se denomina en algunos planes de estudios el perfil.

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Módulo II. El aprendizaje en la Universidad

Las capacidades Pues bien, es a partir de esas reflexiones en torno a lo que sucede al momento de ingresar

que

quiero

proponer

algunos

ideales

de

formación

de

nuestros

estudiantes. -

Capacidad de expresarse de manera oral y por escrito.

-

Capacidad de pensar.

-

Capacidad de observar.

-

Capacidad de interactuar.

-

Desarrollo de un método de trabajo.

-

Una buena dosis de información.

Capacidad discursiva Llamemos así a la primera. Se trata de apropiarse de todos los recursos de un lenguaje para comunicarse con seguridad y fluidez. La herramienta que utilizamos durante nuestra vida es la palabra, tanto escrita como oral. Es elemento fundamental de una labor educativa el aprendizaje de una expresión caracterizada por su soltura, su claridad, con un discurso bien estructurado, sea al hablar o al escribir. En América Latina hay miles de personas egresadas pero no graduadas. Es decir, han terminado de cursar todas las materias pero les falta entregar la tesis. ¿Causas? Más de una. Pero no podemos dejar de mencionar ésta: la falta de capacidad para redactar unas 100 páginas con cierta coherencia. Podrá argumentarse que ése es el resultado de muchos años de mala formación. Bien, pero la capacidad discursiva a nadie se la regalan. Es siempre una adquisición de cada quien. Se la cultiva en la práctica cotidiana de escribir y de leer; y en la de comunicarse en grupos de trabajo, en esfuerzos de cooperación. La responsabilidad por el aprendizaje es también la responsabilidad por la adquisición de ese maravilloso instrumento. Para ello hay muchas técnicas,

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Módulo II. El aprendizaje en la Universidad

pero todas coinciden en un punto: la práctica diaria, el esfuerzo cotidiano de comunicarse. Capacidad de pensar Y por lo menos en tres líneas: pensar totalidades, captar relaciones, reconocer lo esencial de un tema, situación o problema. Primero: ejercitarse en pensar totalidades, es decir, en ir del todo a las partes, en abarcar las grandes líneas de una situación, de un problema. Ello no es sencillo. A menudo los detalles de una realidad confunden, se toma el todo por una parte, el árbol oculta el bosque, la nube el cielo. Cuando un profesional tiene la capacidad de comprender el todo de un problema, puede actuar sobre sus detalles. Segundo: ejercitarse en captar relaciones, es decir, en reconocer cómo ciertas partes del sistema se vinculan con otras, se influencian, se atraen o se repelen.

Sin duda ello está ligado a lo anterior. No siempre se habitúa

uno a buscar relaciones, ya sea porque aparecen como evidentes en exceso o porque brillan por ausentes. Si algo espera a los estudiantes en el futuro, es una práctica ligada a otras, en un mundo cada vez más complejo e interrelacionado. ¿Qué tiene que ver una

profesión

con

las

demás?

¿Cómo

se

relaciona

este

problema,

aparentemente aislado, con el resto de los vividos en determinada situación social? ¿Cómo repercutirá tal decisión en la vida de ciertos grupos? Tercero: ejercitarse en reconocer lo esencial de un tema, de una situación, de un problema. Hay quienes se pierden y no saben hacia dónde ir cuando se los enfrenta a alguna de esas posibilidades. A todo profesional se le piden hoy decisiones, soluciones, y es imposible ofrecerlas sin una capacidad de diagnosticar totalidades y elementos fundamentales de las mismas. Todas esas prácticas ordenan el pensamiento, lo van habituando a situarse rápidamente

en

un

contexto,

a

interpretar, a comprender.

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buscar

alternativas,

a

preguntar,

a


Módulo II. El aprendizaje en la Universidad

Capacidad de observar Nos referimos a una percepción afinada de tal manera que permite captar rápidamente los detalles de un contexto. Una buena observación ayuda al pensamiento, permite evaluar situaciones, reconocer particularidades que no dan los libros, ni las teorías. Capacidad de interactuar En el intercambio con los demás seres humanos se basa el trabajo, cualquier trabajo. El mundo profesional es, sin duda, y sobre todo en estos nuestros tiempos, el mundo de la interacción. El especialista encerrado en un estudio, empeñado en resolver de manera solitaria un problema, ha desaparecido casi del todo de la escena social. Hoy por hoy, y mañana más todavía, cuentan los equipos humanos; las diarias relaciones se han intensificado hasta formar parte de la trama cotidiana de cualquier profesión. También hay un aprendizaje de la interacción. Aprender a comunicarse, a dialogar, a intercambiar opiniones, a escuchar, a valorar las propuestas ajenas, a construir en grupo, a embarcarse en controversias con respeto, sin la pretensión de vencer siempre. Es maravilloso un espacio en el cual se comparten ideales y pasiones comunes. La clave del compartir descansa en ese aprendizaje de la interacción. Capacidad de utilizar un método de trabajo Un método para organizar los datos, para investigar, para sacar conclusiones y tomar decisiones. No hay peor enemigo de cualquier vocación que una manera caótica de estudiar. ¡Cuidado! No aludimos aquí a algún necesario desorden en tiempos en que la vida fluye a torrentes. Nos referimos al caos en los estudios, en el modo de procesar información, de almacenarla, de utilizarla.

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Módulo II. El aprendizaje en la Universidad

Un ejemplo más que real en nuestros países: muchísimos graduados entran a la práctica profesional con las manos vacías, sin un sólo apunte, sin información acumulada, como si

hubieran pasado años sin atesorar nada,

apenas algunos conceptos mal hilvanados en su cabeza. Y vienen entonces las ansiedades. ¿Le toca a alguien dar clases? A pescar ideas con desesperación en algún libro. ¿Le toca diagnosticar una situación? A improvisar o a buscar el apoyo de algún ex compañero que al menos guardaba las fotocopias de los textos. Un método de trabajo supone rutinas, en el hermoso sentido de este término: aquello que día con día se repite para acumular algo; supone ordenamiento de informaciones y de experiencias; supone acopio de materiales que en un mañana nada lejano serán útiles. Capacidad de ubicar, analizar, procesar y utilizar información Nos referimos a la información de cada día, a la de los periódicos, a la de las revistas especializadas, a la necesidad de moverse con seguridad en el océano de Internet. Para acceder a ella hace falta leer, mantener una actitud vigilante hacia los sucesos del propio contexto. Y la información no sólo de los alcances de la profesión (que año con año crece, se multiplica), sino también del contexto inmediato y de los otros contextos, los más distantes en apariencia. En tiempos como los nuestros, una decisión tomada a miles de kilómetros puede hundir la economía de un país. Información no por acumular datos, sino para prever futuro, evaluar alternativas, tomar decisiones. Información útil y no acumulación caprichosa o caótica. Lo que este tiempo exige de manera creciente no es un esfuerzo mecánico de memorización, de repetición de lo que otros escriben o dicen; tampoco montañas de datos, sino una capacidad de localizar y estructurar la información necesaria para el trabajo y las relaciones diarias.

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Módulo II. El aprendizaje en la Universidad

Aprendizaje y desarrollo Este segundo Módulo de la Especialización en Docencia Universitaria se ocupa del aprendizaje, es decir, se ocupa de manera central de las y los jóvenes, de cómo aprenden en nuestros establecimientos, de cómo podrían aprender, de cómo nos relacionamos con ellos para apoyarlos y acompañarlos en el proceso de apropiarse de la cultura y de sí mismos. El primer compromiso de una Universidad es con el aprendizaje y el desarrollo de sus estudiantes. Lo cual significa que está en juego en nuestra labor ese compromiso, porque no trabajamos con materia inerte, ni con papeles, sino con seres, con todas sus riquezas, incertidumbres, contradicciones, frustraciones y sueños. 6 No pretendo de ninguna manera hacer aquí un llamado de esos que acostumbran algunos políticos, cuando claman por el deber y el necesario sacrificio de los educadores. Me preocupa algo más cercano: el hecho de que no hay profesión que dure cien años, ni persona que la practique, en medio de una falta de placer y de derrumbe de la pasión por lo que hace. Me refiero a la soledad del educador, al menos la posible para cada uno nosotros. Cuando uno no acierta a comunicarse y a convivir creativamente con quienes tiene delante, y el trabajo consiste en un encuentro de varias horas a la semana, cae en la más terrible de las soledades, la que se produce en medio de los demás. Retomo un texto escrito en 1993.

El cuadro es así: un ser humano enfrentado a un grupo, hablando y exhibiendo conocimientos, volcando en los demás su saber. Una primera lectura convierte a ese singular personaje en un ejemplo del poder: sólo su palabra cuenta, sólo su mirada, sus gestos; toca al resto asimilar sin posibilidad alguna de intervenir. Pero cabe otra lectura: el hablador, el único capaz de decir algo y de forzar a los demás a repetirlo, está solo. No hay soledad más terrible que la de un ser

6

Este punto aparece desarrollado en la unidad siguiente, en el material preparado por Víctor Molina. 40


Módulo II. El aprendizaje en la Universidad

enfrentado a un auditorio silencioso, condenado a decir sin saber cómo lo dicho llega al otro, qué caminos sigue en sus modos de percibir, de comprender y de soñar. Siempre me ha afectado, enternecido, dolido, la soledad del educador. Porque se está muy solo cuando al propio discurso no le responde ni siquiera un eco, como si se empecinara uno en gritar ante gargantas mudas de las montañas. Estás muy solo cuando te toca correr de un lado a otro de la ciudad para completar 40 o 50 horas de trabajo, durante las cuales desfilan rostros, miradas, risas, como en un vértigo de espejos multiplicados, que dejan apenas imágenes fugaces y superficies frías. Estás muy sólo cuando te predican sobre el apostolado de una labor volcada a formar generaciones futuras y de repente te dan ganas de gritar ¿y yo?, ¿y mis espacios, mis días, mi permanencia siquiera entre un puñado de seres con los cuales pueda seguir a través al menos de algunos retazos de tiempo? La soledad puede minar cualquier ánimo, cualquier temple, cualquier entusiasmo. Y si no que lo digan las clases plenas de lugares comunes, las rutinas exangües, la voz monocorde, los gestos cansados, el brillo de la alegría apagado en la mirada. Se ha criticado a menudo al educador por todo esto. Comprendo ahora que se trata de un efecto, la causa está en esa condición terrible de la soledad, ligada a su vez a otros condicionamientos por todos conocidos. Comprendo también que la entropía acecha a los solitarios, a estos solitarios condenados a serlo ante los otros. Comprendo que no hay soledad sobre la tierra capaz de sostenerse de manera indefinida. Comprendo, en fin, todos los gestos, los impulsos a salirse de esa brutal condición para acercarse a los demás, para romper con tanta distancia. Nuestra educación no cambiará sólo por las transformaciones de un país o por las demandas de los economistas, cambiará desde la base, desde la ruptura del círculo de la soledad hacia el encuentro, el trabajo compartido, la posibilidad de sentirte, ser, reírte con el otro.

Y el otro, en nuestro caso, son los colegas educadores y, sobre todo, los jóvenes.

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Módulo II. El aprendizaje en la Universidad

Síntesis Este módulo insiste en lo vivido en el anterior: la universidad es un maravilloso, formidable espacio de encuentro, siempre que podamos abrir el camino a las relaciones entre nosotros, los educadores, y con los jóvenes. Es a estos últimos que dedicaremos la atención en las páginas siguientes y, sobre todo, en las sugerencias de aprendizaje. Nos preocupamos por la maduración de la práctica de la enseñanza y por el logro de los educadores en su profesión y como personas. Pero a ello hay que añadir, como un polo dialéctico indisoluble, la maduración de la práctica del aprendizaje y el logro de los estudiantes en su construcción como profesionales y como personas. Nos negamos al ejercicio del abandono, pero a la vez alertamos sobre los riesgos de una educación capaz de infantilizar a los jóvenes, debido al intento de solucionarles todo, de hacer las cosas por ellos. Ambos extremos son terribles para un diálogo entre seres que buscan construir y construirse juntos. La universidad es el espacio de la maduración, a ritmos diferentes, con edades distintas. Y también del aprendizaje permanente, con lo que tiene de maravilloso y con el esfuerzo que significa. Cuando nos referimos al discurso identitario vimos elementos que atentan directamente contra esa maduración, por todas las acechanzas que el mundo adulto va tendiendo a las y los jóvenes. En una encrucijada como la que actualmente vive nuestra sociedad, el compromiso de los educadores y de sus instituciones no puede quedar reducido a una transposición de contenidos, por valiosos que éstos sean. Nos corresponde crear entornos de aprendizaje y de interacción. Y para ello nos toca revisar a fondo las percepciones que tenemos de esa etapa de la vida, a fin de no colaborar con la violencia ni caer en la trampa de la infantilización.

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