La copa Galegani

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y a la pobre nona, en el paso de la cocina a las piezas. Pero no había caso. Los perros, afligidos, eran piel y hueso: no me hagas acordar. Y en el pueblo los que sabían todo, ah, las lengua largas y los mandados hacer leían en la bosta, las nubes o el fuego donde ponían la marca, bah, total, no les iban a cobrar el aire: algo nunca visto, bolaceaban, las pruebas atómicas, el cometa, Nostradamus y otra gente que trae yeta. Con la amargura yo no llevaba el menor apunte, hacía la parte de pavo, iba dormido. Y cuando vi que viento norte, la tierra en la ropa puesta a secar, el remolino de tierra y hojas en el corredor, el cielo que se venía abajo y era de tierra, salí a recibir para que la visita supiera cuánto, cuánto habíamos discutido, que forma de renegar con la radio -“para hoy se espera, mañana sin falta”, puras macanasy no se fuera, como las otras, a la misma mierda. La copa Galegani (según El Informe de Barlett) En la primera fecha Unión de Cepeda, con la ayuda del árbitro, el viejo que andaba de sereno en el galpón del ferrocarril, pudo vencer al conjunto de Sportivo Agrario, el rojiblanco. Social Atlético Barlett, el local, quedó libre. Estaba en disputa la copa donada por Guido Galegani


Si llueve porque llueve y si no llueve porque no llueve Contaba días y días sin lluvia y no quería otra charla en la mesa, no escuchaba. Nada, nada daba tanta lástima como el girasol en la tierra agrietada, los animales asados, el gran desquicio que era el campo. Si aparecía una nube el viento, cagando, de raje, y encima los charlatanes del Servicio Meteorológico: que estaba pronosticado, grandes masas de aire y tormentas eléctricas. Marcaba fecha y monto de la última con cerita celeste en el almanaque, pero haciendo cuentas no sacaba para problemas: sin cosecha a fin de abril, sin pastura, sin rastrojos, los comerían los piojos. Así, amargado, cuando sintió el tin tin en el techo, un bailarín, y en las ventanas, una sobre otra, gotas parecidas a monedas. Apenas un chaparrón, pero se hizo la luna y la tormenta, igual que si alguien, oh, la hubiera llamado, igual, como si alguien la hubiera llamado, oh: las nubes rondaban casa, el potrero de fuego, el molino. Amaneció y la lluvia, con todo, era un diluvio. Parecía componer, yo decía que iba a componer en la siesta y vino más fuerte: el patio, y allá, el campo, donde uno quisiera mirar, y allá. Cosa de locos, desgracia, el girasol pasado por agua, los animales sin donde echarse, las gallinas en el nogal, asustadas. No veía la hora de que el sol y si querían distraerlo se ponía ciego, nadie era capaz de ganarle a porfiado: mejor callarse,


decir sí-no, si-no, al menos hasta que dejaba la cabecera de la mesa para darle las sobras a los perros. Sociedad Un par de conejos que trajo el tío fue el principio de un gran negocio. En las vacaciones, con el primo armaron una hilera de jaulas y se turnaron para darles de comer y hacer de serenos. Llegaron a tener cien conejos: una vez los contaron. Todo el mundo, en el pueblo, conocía el criadero, y cada santo día era un desfile, caían al campo a buscar cantidad y precio. Con el primo sacaban cuentas y guardaban la plata, monedas de uno, cinco y diez centavos, en una caja de grageas para la tos. El olor a mentol los hacía pensar en conejos, en pan remojado, en zorros al acecho. Y en la bolsa que escondían bajo la baldosa floja de la despensa. Arte de rezongar No quiere saber nada con irse al pueblo, sh, no tenían que hablarle. Ahí está: son una manga de haraganes, rezonga, más vale perderlos, a las ocho y media, capaz, con la chata llega al pueblo, cruza las vías, sigue la calle asfaltada de la Federación Agraria y sale a la principal: nadie, ni los perros, los señores ocupados panza arriba y capaz son las nueve, o más, él precisa un mecánico


y no puede esperar, el Hanomag está parado en medio del campo y no se ha inventado todavía la máquina de hacer milagros. Pero con las vacas anda en su casa, la más arisca responde bien mansa cuando él lleva los fardos y el agua. Cada mañana sin falta el Cuál y el Quédice, firmes en la puerta, esperan la orden de buscar comadrejas, cuises en la cuneta, lo que se le cruce por la cabeza. Y el silencio, dice, mientras moja los pies en la palangana tibia y se quita la boina, no tiene precio. Por eso rezonga, y más si le dan cuerda: vuelve aturdido del almacén, sin conseguir nada, ahora ni almanaques siquiera. Aburrido, eso sí, eso sí, de puras gansadas, bolazos de infelices que quieren cagar más alto y son buenos para hablar porque hay algo que saben, dice, porque hay algo que saben, dice, y sh, ahora se calla, ya siente el silbido entre las casuarinas, sh, la delicia del aire que no se consigue, el lío de los perros oh, metidos quién sabe cómo con las gallinas, tantas cosas que lo llaman, que precisan su mirada, la de nadie más, nadie, y le piden que atienda.

No me hagas acordar Habíamos esperado tanto, el campo arado de grietas y pasto como piedra para dejar sin dientes a la yegua, daban ganas de llorar. Prendíamos velas a Dios y a los santos,


y a la pobre nona, en el paso de la cocina a las piezas. Pero no había caso. Los perros, afligidos, eran piel y hueso: no me hagas acordar. Y en el pueblo los que sabían todo, ah, las lengua largas y los mandados hacer leían en la bosta, las nubes o el fuego donde ponían la marca, bah, total, no les iban a cobrar el aire: algo nunca visto, bolaceaban, las pruebas atómicas, el cometa, Nostradamus y otra gente que trae yeta. Con la amargura yo no llevaba el menor apunte, hacía la parte de pavo, iba dormido. Y cuando vi que viento norte, la tierra en la ropa puesta a secar, el remolino de tierra y hojas en el corredor, el cielo que se venía abajo y era de tierra, salí a recibir para que la visita supiera cuánto, cuánto habíamos discutido, que forma de renegar con la radio -“para hoy se espera, mañana sin falta”, puras macanasy no se fuera, como las otras, a la misma mierda. La copa Galegani (según El Informe de Barlett) En la primera fecha Unión de Cepeda, con la ayuda del árbitro, el viejo que andaba de sereno en el galpón del ferrocarril, pudo vencer al conjunto de Sportivo Agrario, el rojiblanco. Social Atlético Barlett, el local, quedó libre. Estaba en disputa la copa donada por Guido Galegani


a beneficio del chico Antonelli, más muerto que vivo en un hospital de Rosario. Social Atlético se había reforzado –un arquero, un cinco y un nueve que venían por la soja, con las máquinasy el gringo Fioramonti echaba pestes: querían que fuera suplente, él, que llevaba años con la casaca a rayas rojas y verdes y no hubo quién nadie pudo ni quiso quién le llevaría el apunte cuando el árbitro hizo sonar el silbato y señaló el centro, decretando, señoras y señores, el empate de Social Atlético, con sus refuerzos, y Agrario, un rejunte de muertos de hambre y peones de la cosecha. En la tercera y última fecha salió otra vez el sereno del ferrocarril sorteado como árbitro. Y apenas comenzó el juego, quedó claro que estaba comprado: ellos pegaban, y los fules eran nuestros; ellos de vigilantes, y el nueve nuestro, un grandote que estaba en las nubes, quedaba fuera de juego; “penal, penal”, gritaba hasta el gringo Fioramonti cuando cruzaban al diez, que era bueno, y cobraba en nuestro arco: pero el negrito que se había puesto los guantes era un gato, como si un elástico y se quedó con el tiro del capitán de ellos, un veterano que venía de la liga de Pergamino y jugaba sin moverse de media cancha. El sereno, a lo mejor por una botella de vino barato, por una botella de vino barato, el gringo se cortaba las manos, emperrado


veía otro partido. Detrás del alambrado, tapado de carteles de la Unión Comunal, volaban puteadas y gargajos. La cosa pasaba de castaño oscuro, “escándalo”, dijo el presidente Rufino Tisera a El Informe de Barlett. Pero el borracho no pudo evitar que el nueve bajara de las nubes, cuando la hinchada de Cepeda festejaba, y metiera un cabezazo directo al ángulo. El viejo Antonelli entregó la copa Galegani al capitán de Social Atlético y gracias a la colecta de las entradas sacaron al chico, volando, del hospital donde querían matarlo.



En la sala de lectura de la Biblioteca Municipal Leopoldo Marechal y como parte de la segunda temporada del ciclo “Encuentros cercanos” auspiciado por la Secretaría de Cultura, se presentará el escritor y periodista Osvaldo Aguirre para compartir con el público, a lo largo de una charla/taller, un recorrido a través de su obra y de su trabajo como autor. El ciclo tiene como objetivo acrecentar los vínculos entre la comunidad y los productores de arte y literatura. Durante el encuentro, se presenta el poemario “La copa Galegani” publicado, especialmente para la ocasión, en formato plaquette por la Bola editora. Se encontrará, también, abierto al público el stand "Mar del Plata Polo Editorial", donde se podrán encontrar las últimas novedades de los editores independientes de nuestra ciudad.

Estudió Letras en la Universidad Nacional de Rosario. Publicó los libros de poemas Las vueltas del camino (1992), Al fuego (1994), Narraciones extraordinarias (1999), El General (2000), Ningún nombre (2005) y Lengua natal (2007); las novelas La deriva (1996), Estrella del Norte (1998) y Graffiti Ninja (en colaboración, 2007); los libros de cuentos La noche del gato de angora (2006) y Rocanrol (2006, premio Fondo Nacional de las Artes); las investigaciones periodísticas Historias de la mafia en la Argentina (2000), Enemigos públicos. Los más buscados en la historia criminal argentina (2003; Finalista del premio Rodolfo Walsh. Semana Negra de Gijón) y La pandilla salvaje. Butch Cassidy en la Patagonia (2004); los libros de crónicas Los pasos de la memoria (1996) y La Chicago argentina (2006); un volumen de notas y entrevistas sobre la literatura de Jujuy, El margen, el centro (2006) y un libro de relatos de no ficción, Notas en un diario (2006, premio Ciudad de Rosario). Editó las obras poéticas de Arturo Fruttero y Felipe Aldana. Desde 1993 trabaja como periodista en el diario La Capital, de Rosario. Colabora en diversos medios periodísticos y publicaciones culturales.


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