G&R #10

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23 .I.2011 #10

Granite & Rainbow

Editorial por Ainize Salaberri Directora Ainize Salaberri Diseño y creación de portada Inge Conde Correo electrónico

graniteandrainbow@gmail.com

Buzón de sugerencias, ruegos y preguntas contacto@graniteandrainbow.com

Redactores J. Álvaro Gómez, Marga Martín, Fusa Díaz, Salvador J. Tamayo, Ignacio Ballestero, Alejandro Larrañaga, Pedro Larrañaga, Rosa Rodríguez, Noemí Camblor, Begoña Martínez, Marisol González Nazábal, Marta Gómez Garrido, Yanina Rosenberg e Iván Mourin. 2

R E L AT O S

CORTOS

Porque a veces un amor se queda corto. Porque las novelas nos saben a poco. Porque la vida, a veces, dura demasiado poco. Porque la felicidad es efímera. Porque la pena no lo es. Porque los poemas han de ser así; unas pocas palabras y todo un mundo por delante. Porque la brevedad es el alma del ingenio, como decía el genio entre los genios, William Shakespeare.

Porque lo bueno, si breve, dos veces bueno. Para disfrutar, para saborear, para aprender que, de poco a poco, la vida sabe mejor. Porque en pocas palabras se puede decir mucho, aunque no se quiera decir nada. Porque un silencio, a veces, es más caro que un libro y más trágico, mucho más. Porque es literatura. Sed bienvenidos al número 10 de la revista Granite & Rainbow.


ÍNDICE

AUTORES

10 Los últimos días de... 11 Perversiones 13 Virginia Woolf 14 Roberto Bolaño 16 Alejandro Dumas 17 La brevedad de la voz 18 Mercedes Cebrián 20 Charles Dickens 21 Cortazar y Poe 23 Emilia Pardo Bazán 24 Alice Munro 25 Antón Chejov 26 Bernardo Atxaga 27 Hanif Kureishi 29 Manuel Espada 31 Amigas, madres e hijas 33 Roald Dahl 35 Miguel Anxo Murado 37 Raymond Carver 39 Ian McEwan 40 Carmen Martín Gaite 42 Rudyard Kipling 43 Robert Louis Stevenson 44 Eloy Tizón

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TALENTOS DEL MES

4 Irene Vidal Oliveras 7 Estefanía G.

RELATOS

46 Entre paredes oscuras 47 Bécquer y el rayo de luna 48 La maleta de la vieja


Talentos del mes Irene Vidal Oliveras Barcelona

Las cosas suceden así Las cosas suceden así. Los autobuses pasan cuando pasan. Los e-mails llegan cuando llegan. O no llegan. Los frutos se recogen cuando llueve. Y llueve cuando tiene que llover. O no llueve. Y entonces coges el paraguas. Para que no lo haga. O te lo dejas. Y entonces lo hace. O te lo dejas aposta. Pero sí, así es, las cosas suceden así. Los acordes menores. Los mayores. Los puntos suspensivos. Los finales. Las cosas suceden así. Un paso detrás de otro. Un salto. Un STOP. Y paras. O no paras. Y el guardia. Y ese coche. Que pasa. Que no pasa. Las cosas suceden así. O no suceden.

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Talentos del mes

La palabra del disparo Aguardan escondidas, silenciosas, en la metrópolis de tinta de los diccionarios, esperando la voz que las elija para pintar las paredes de un poema, para amueblar las estancias de una historia.

Y yo, sentada en mi escritorio, inclinada ante el papel en blanco, a la luz de una única bombilla, las manos sudorosas, esperando no fallar, me pregunto si será ésa la que matará al tiempo, la que gritará el silencio, la que dejará sin cristales los espejos. Si será ésa la bala de este verso, la que romperá las ataduras del reflejo, la que se quedará sonando como un eco. Abierto el diccionario por la P, página 1630, primera columna, a punto de tocarse el bolígrafo y su sombra en el papel, a punto de rasgar la hoja, de vencer el miedo, de manchar el blanco, aquí estoy, los dedos cruzados, esperando... que sea ésa la palabra del disparo. 5


Talentos del mes

Habitándote

Eres mi casa, no podría irme. Para eso tendría que encontrar otra casa. Una casa donde los muebles no se llenaran de polvo, que me habitara tanto como yo la habito, una casa que fuera de mi medida exacta. Ese lugar al que vuelves todas las tardes, todas las noches, que te espera tanto como tú lo esperas, ese lugar al que llegas y te quitas los zapatos. Con el rincón recogido de la vieja butaca y los que aguardan, pacientes, en la oscuridad, con paredes que abrazan, paredes que huyen y acogen y agrandan y vienen y van. Eres mi casa, no podría irme. Para eso tendría que encontrar el final.

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Talentos del mes Estefanía G. Gijón, España

twitter: @hierbadenoche La venganza será besable. 7Enero Los genios son más tramposos que el diablo. 7Enero ¿En tu noche o en la mía? 5Enero Cae un rayo en la tierra. Y no la rompe. 4Enero Helarte de miedo. O de belleza. 4Enero Es el amanecer, el bostezo interminable. 10Enero Bocas que duelen a rosas. 8Enero Para fingir amar y ser amado hay que saber flotar cuando se camina por la calle. 7Enero El orgasmo a su novia no le produce migraña como a él. Se le ponen los ojos en blanco y queda ciega. Dice caer por un pozo a las estrellas. 3Enero Personalmente, hace bastante que he salido de la Historia. Que siga sin mí, que corra en un sueño. 31Diciembre

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Talentos del mes El dolor en medio de la alegría es una pesadilla expresionista. 31Diciembre En el canto del gallo vendrá una noria, y yo caeré en su pozo. 31Diciembre El amor y el humor son pura supervivencia. 27Diciembre Asomados al fin del mundo todo se ve limpio. 27Diciembre Sonrío, la boca cerrada, cristales en la lengua. 12Diciembre Noche de perros. Los suicidas se refugian en sus casas esperando un momento mejor. 8Diciembre Detuvimos el coche. Estábamos enfadados. La luz de la luna hacía que los campos de girasoles resplandecieran. -Mira, Van Gogh- dije. 12Noviembre Hay días tan mates. Tristes como perro encerrado. 6Noviembre He encontrado tu lengua, amor. Tengo tu magia en los ojos. 3Noviembre El vacío es una cicatriz extraña: palpita. 9Diciembre No soportaba mi cicatriz oculta. Me la tatué. En el pecho tengo un nombre. En el brazo, un verso. 9Diciembre Una hoja de las que caen de un árbol. La recojo en mi mano y la beso. 4Diciembre 8


Talentos del mes Te miro y me salen burbujas de la boca. 2Diciembre Inspírame. Huelo a noche. 30Noviembre La tristeza es bienvenida. Conozco demasiado la desesperación. 21Noviembre Cuándo dejé de sentir que ser feliz era un derecho. Como si la vida supiera de derechos. 21noviembre Fuera siempre llueve y sopla la tempestad. Planeta inhóspito. Recuerdo la Tierra, mi planeta en el regazo del sol. 20Noviembre El vértigo de los espejos enfrentados. 19Noviembre Dientes de leche en el fin del mundo. 6Noviembre Cuánto extraño tirar, ausente, de la piel de las manos de una anciana, ver cómo vuelve a su lugar. Acariciar, hacer olas de piel de espuma. 3Octubre Tengo un silencio de cobre, vibrante, en la garganta. 14Septiembre Tengo una baba de cobre en los hombros y el caracol no se detiene. 14Septiembre Qué voy a hacer, si ni siquiera lo que me encanta me encanta lo suficiente como para hacerlo. 9Enero

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Los últimos días de... mi México lindo por Pedro Larrañaga El mundo es un lugar muy grande. Un espacio inmenso en el que hay ciertos lugares que se quedan con un pedazo de tu corazón. Porciones de tierra como esa en la que has nacido, en la que residen tus seres queridos o en las que has vivido experiencias que se han quedado contigo para siempre. Para el que escribe este artículo, México es uno de esos lugares. Un país inmenso, lleno de magia, rincones con una luz especial e instantes que sobrecogen por su belleza. Pero México también cuenta con terrenos áridos, con una miseria arraigada en los huesos y la sangre de miles de personas regando calles, caminos y los arcenes de las carreteras. Eso es a día de hoy, un gran agujero negro envuelto en una espiral de violencia de la que es difícil saber si será capaz de salir algún día. Sólo leer las cifras oficiales de muertos de forma violenta relacionados con el narcotráfico hace que cualquiera se estremezca. Cerca de 15.000 cadáveres son muchos cadáveres. Unos 15.000 más de los que debería haber en cualquier rincón del planeta. Muertos que se relacionan con el tráfico de drogas, el suministro de armas, la inmigración ilegal, la corrupción de las fuerzas de seguridad y muchas otras debilidades existentes en la organización de este estado norteamericano. Sin embargo, esta es una revista literaria, no una de discusión política o social. Aunque puede que, en realidad, no sean cosas tan distintas. La literatura, como ya hemos dicho en más de una ocasión, no es algo etéreo que surge de musas cobijadas en el limbo de la creación. No, la literatura nace, se alimenta y crece del mundo. De la vida. De la buena vida y de la mala vida. Hay palabras, frases y párrafos que nacen del amor, el cariño y el sexo. Sin embargo, también hay palabras, frases y párrafos que brotan del dolor, la muerte y la miseria. Son textos crudos, pero necesarios. Conocer, página tras página, como la desesperación, la falta de esperanza y la huida como única salida, pueden llegar a mezclarse con el propio ADN de una población. Es duro, pero así es. México lindo no es Cancún, la Rivera Maya o las telenovelas llenas de cuerpos moldeados en un quirófano. México son las tierras escarpadas, las miradas puestas en el cielo en busca de un mañana mejor, son los espaldas mojadas y esos cuerpos decapitados a las puertas de una comisaría. Una historia llena de acentos trágicos que no se inició con los narcocorridos o tras el Mundial de fútbol de 1986. Viene de mucho más lejos, antes incluso de los tiempos de Pancho Villa o Hernán Cortés. Una historia que empezó a escribirse en el sol, como quisieron hacer los aztecas o los mayas, pero que terminó pegada a una tierra de la que no brotaba lo 10

El páramo en llamas que sus habitantes esperaban. Una historia que ha sido recogida en un libro tan imprescindible para entender el momento actual de México, como lo pueden ser los capos de la droga, las listas de desaparecidos o los millones de dólares de dinero negro que cruzan la frontera del norte. El páramo en llamas. Un título tan preciso como una alegoría o una paradoja. Tan certero como esos cuentos infantiles que son capaces de condensar los cimientos sobre los que asentar una personalidad. Unas palabras que combinan un calor y un frío tan intensos que ya avanzan más de lo que dicen. Esa es una de las mayores virtudes de la obra creada por Juan Rulfo en 1953. Un libro que, en la edición que poseo, la de la Editorial RM y de la Fundación Juan Rulfo, tiene 159 páginas. Sin embargo, pueden estar seguros que “El páramo en llamas” es, en realidad, una obra enciclopédica. Cada uno de los diecisiete relatos que lo forman tienen una misma cualidad: lo que expresan va mucho más allá de las palabras impresas. Entre los párrafos de “Es que somos muy pobres”, “No oyes ladrar a los perros”, “¡Diles que no me maten” o el “Paso del Norte”, se perciben cientos de miles de sentimientos, historias y lamentos más. Los protagonistas, casi todos con su nombre y apodo, toman la palabra. Son sus acentos, sus formas de expresión, sus miedos o esas esperanzas, casi incomprensibles, las que salen despedidas del texto. Como esos gritos que uno escucha en medio de la noche inmensa del páramo. Gritos que no sabes de dónde proceden, pero que son capaces de helarte la sangre. Un calor intenso que te abrasa la piel, a pesar de que no se adivinan las llamas en la distancia. Pero ahí están. Como el dolor, como la desesperanza, como el buscar en la tierra lo que el cielo o los hombres no tienen a bien dar. No hay más que decir, tan solo abrir la primera página y comenzar con la primera frase de “Nos han dado la tierra”: Después de tantas horas de caminar sin encontrar ni una sombra de árbol, ni una semilla de árbol, ni una raíz de nada, se oye el ladrar de los perros. Leyendo cientos de crónicas, análisis y reportajes sobre la realidad actual de aquel México lindo, jamás he encontrado un párrafo que defina mejor la historia de ese pedazo de tierra en el que se ha quedado una porción de mí para siempre.


Perversiones por Fusa Díaz Tenemos suerte (y hablo en plural, incluyéndome, porque esta vez he podido aprovecharme de esta buena idea) de que todavía quedan iniciativas generosas para mover el mercado (horrible palabra para tratarse de libros y literatura) actual y quedar todos mezclados entre grandes y pequeños, quedando unos al lado de otros, confundidos, sin saber cuál es tu lugar, teniendo, quizá por primera vez, uno. Hablo, por ejemplo, de la oportunidad que se nos brinda a los escribidores con las antologías de poemas, cuentos o microrrelatos, como en este caso, del que paso a hablar enseguida. Si además tenemos la suerte de ser internautas, las posibilidades aumentan al doble. Estoy hablando de Perversiones. Breve catálogo de parafilias ilustradas, algo que empezó como un blog abierto a todos cuantos quisieran participar y ha acabado en un libro lleno de sensualidad, erotismo e historias políticamente incorrectas, acompañadas, por supuesto, de ilustraciones no menos atrevidas y provocadoras. En la sexología moderna hay dos maneras de definir el término parafilia: 1) el deseo patológico hacia personas que no consienten o a las que se les produce algún daño. Por ejemplo, la pedofilia, el sadismo, el exhibicionismo y el voyerismo son orientaciones patológicas del deseo. 2) la necesidad obsesiva de realizar ciertas conductas sexuales normales (lo que la psiquiatría del siglo pasado llamaba aberraciones, perversiones o conductas desviadas) como la masturbación, la homosexualidad tanto masculina como femenina, la bisexualidad, la transexualidad, la gerontofilia (y su versión femenina, la graofilia) y 11

el sexo oral (cunilingo, anilinguo y felación), por nombrar algunos. El proyecto estaba claramente enfocado: querían hacer algo diferente a lo ya hecho, no querían una antología de voces conocidas o no que hablaran de lugares conocidos o no con personajes conocidos o no; en absoluto. Lo que querían era sorprender, seducir con el lado más tratado y al mismo tiempo más tabú de la historia de la literatura: el sexo, o mejor, la perversión. A pesar de que muchos de los que han sido seleccionados para el libro final, sin olvidarnos de los que simplemente han participado en el proyecto del blog, no considerarían una perversión lo que aparece en su propio relato sobre una parafilia, las definiciones son las definiciones y no nos queda otra que atenernos a ellas. Por lo tanto, aunque muchos de los microrrelatos podrían ya pasar por correctos, en el listado que aparece en el blog de Parafilias ilustradas existen desviaciones como la homosexualidad. Hasta mediados de los 70, la Asociación Estadounidense de Psiquiatría consideraba desviado todo acto sexual que no fuera la penetración del pene en la vagina. Este libro no es, en principio, un acto sexual, pero sí podemos considerarlo bastante desviado. Setenta escritores e ilustradores de diverso sexo, edad y condición han imaginado, fingido o dado alas a un variopinto catálogo de perversiones. Adéntrate en sus páginas para descubrir qué tienen en común los enemas, las muñecas y las faltas de ortografía. Quién sabe, quizá esta noche, como propone Isabel Wageman, «también tú usarás una venda».


La idea era buena: con un listado bien completo de todas las perversiones que son consideradas perversiones, se podían añadir todas las que se les ocurrieran a los literatos más desviados. Una vez finalizada esta lista de parafilias, sólo quedaba una cosa: ponerse a escribir. Los límites no tenían en absoluto que ver con el qué ni el cómo, sino que se ceñían a número de palabras y temática. Todo lo demás (selección de relatos, preparación del catálogo, casar historia e imagen, etc.) quedaba en manos de la editorial Vagamundos (Ediciones Traspiés), la encargada de llevar después este proyecto a cabo. Sutiles o no, este breve catálogo está lleno de historias de sexo y literatura. Una interesante combinación si además les añadimos pequeñas demostraciones que los ilustradores crearon expresamente para esos relatos que aparecen. Encajadas las páginas como en una orgía donde cada uno ha encontrado a su pareja, este breve catálogo no tiene vergüenza, es descarado, no se ruboriza y puede herir la sensibilidad de los más recatados. El blog (http://parafiliasilustradas.blogspot.com/) todavía está activo. En él van surgiendo las diferentes noticias que van apareciendo de este proyecto (artículos, presentaciones, información de los autores, etc.) y también las colaboraciones que los escritores tengan a bien mandar, aunque ya no haya lugar para aparecer en el libro (quizá una segunda edición no descartada). El catálogo está ya cerrado, pero la perversión ha quedado abierta, y de qué manera.

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Autores e ilustradores que forman esta antología: Andrés Portillo, Rafael Linero, Raúlo Cáceres, Ángel Olgoso, Antonio Dafos, Isabel González González, Manuel Moyano,Quim Pérez, Jorge Fornés, Vicente Muñoz Álvarez, Hugo Rg [pobreartista, Joaquín Torres, U! a.k.a Uriel A. Durán, Ginés Cutillas, Miguel Sanfeliu, Fusa Díaz, Cristina de Cos, Fco. Javier Pérez, Pablo E. Soto, Hugo García, Marina Guiu, David González, Pablo Gallo, Carlos Vitale, Manuel Rebollar, Ana Ayuso Verde, Isabelle López, Francisco Naranjo, Alejandro Santos, Rubén Little Nemo, Marina Baizán, Hilario J. Rodríguez, Elvis Gato, Juan Jacinto Muñoz Rengel, José Ángel Barrueco, Isabel Wagemann, David Guirao, Joan Ripollès Iranzo, El Bute, Eva Díaz Riobello, Salvador Moreno Valencia, Popá, Elías Moro, Martín Pardo, Carlos Manzano, Kikus, Nacho Cagiga, Felisa Moreno Ortega, Andrés Neumam, Juan Gonzalo Lerma, Manu Espada, Joaquín López, M. A. Cáliz, Pepe Cervera, Rita Vicencio, María Simó, José Ángel Cilleruelo, José Abad, Amanda Manara, Miguel Ángel Zapata, Federico Villalobos, José Cruz Cabrerizo, Esteban Gutiérrez Gómez, Oscar Esquivias, Pablo Ruiz, Carola Aikin, Raul Brasca.


A orillas del río Ouse por Ainize Salaberri Virginia Woolf es especial. Para mí, precisamente, es muy especial. No podría explicarlo de otra manera. Es algo tan tierno que no tiene descripción, que no encuentra un lugar entre tanta letra. Porque va más allá. Me enamoré de sus escritos hace mucho tiempo. Siempre tuve la sensación de que, leyéndola, me leía a mí misma. Como si alguien se hubiese metido en mi alma y hubiese curioseado a gusto. Al principio tuve un poco de miedo. Era tan obvio. Fue como un proceso de desintoxicación: negación, aceptación, y todas las otras fases. Me negaba que hubiera alguien tan similar a mí, tan como yo quería ser, literariamente hablando. La culpa de eso la tiene “La señora Dalloway”, que colmó todas mis expectativas y que me regaló un sueño. Terminé por aceptar que Virginia Woolf era perfecta, extenuada entre relatos, novelas y biografías. Leí sobre ella y cuanto más leía más la entendía. Y lo que es mejor, más me entendía a mí misma. Era feliz leyendo lo que ella escribía. Feliz como si lo tuviese todo en la vida. Pasear con Clarissa por Londres era mucho más de lo que nunca hubiese podido esperar. Virginia transmitía de Londres lo que yo sentía, lo que me hizo tal y como soy a día de hoy. Soy una londinense bilbaína, o una bilbaína londinense. Cuando terminé de leer “La señora Dalloway” me invadió una pena enorme, una pena gigante que sólo me ha invadido, en términos literarios, unas pocas veces. Esta era una de esas ocasiones en las que deseas y rezas y pides e imploras que por favor, por favor, por favor, no termine jamás el libro. Para mí es El Libro, la novela que hubiese deseado escribir, la historia que me hubiese gustado contar. La escritora que me hubiese gustado ser. Sufrí algo así como un vacío existencial. Necesitaba recuperar a Clarissa y sus paseos por Bond Street, por Regent Street, por el parque de Saint James, el replicar del Big Ben de principios de siglo. Y nunca pensé que sería posible a no ser que releyese la novela. Me equivocaba, y cómo me alegro de haberlo hecho. Los relatos de Woolf nos invitan, de nuevo y por siempre, a revisitar Londres, a reencontrarnos con Clarissa Dalloway en sus compras; nos precipita, Woolf, a un abismo de pensamientos íntimos que reconocemos con facilidad, porque es su estilo, porque es lo que hizo grande a Virginia, lo que se recuerda de ella: esos monólogos interiores maravillosos que nos dejan ver 13

lo que la gran ciudad y las estridentes voces de adineradas mujeres no nos dejan percibir. Hay todo un mundo dentro de nosotros –Virginia esto lo sabía de primera mano– y ella nos deja asomarnos al de sus personajes, que pronto se hacen nuestros. Los relatos de Virginia me devuelven al día en que me enamoré de todo lo que llevase su nombre y me recuerdan, frase tras frase, el por qué de ese amor incondicional. De vuelta al primer encuentro con ella, como si nunca antes la hubiese conocido. Los mismos nervios, las mismas ganas. La misma expectación, y el mismo resultado: el éxito. El reencuentro más íntimo, más puro. El sentimental y apasionado, el sentir de querer más, mucho más, como cuando se empieza a besar, que no se quiere parar jamás. Todo lo que quiero en la literatura es con Virginia Woolf y nadie más. Para qué. Por qué. En ella está todo. Como en Londres. Virginia nos habla al oído, nos susurra sus historias y quedamos embelesados. Pero no nos habla únicamente de Londres, o de la señora Dalloway. Nos habla de vestidos, de perros adoptados que a veces son tristes y a veces excesivamente soñadores; habla de fiestas, de marcas en la pared, de novelas no escritas. Crea una atmósfera sublime y tan íntima que, al cerrar el libro sientes una especie de abandono. También alegría, y admiración, por leerla, porque nos deja hacerlo, pero un abandono y ausencia irremediables. Porque en sus historias nada pasa fuera, en el exterior, que no es más que un decorado. Todo ocurre dentro. Virginia no deja contemplarlo y saborearlo. De qué manera. Virginia Woolf sabía, mucho antes que Javier Cercas, lo que era la anatomía de un instante. Ella era una ágil cazadora de mariposas en estómagos ajenos.


Roberto Bolaño Putas Asesinas

El último atardecer de Bolaño

por Salvador J. Tamayo

No hace mucho un gran amigo y escritor, chilango -no podía ser de otro modo-, me confesó que la violencia está presente en la propia condición del latinoamericano. Hasta el ser más inofensivo era en esencia rabiosamente violento, por no hablar de los artistas, dónde puede haber más violencia que en la propia idea de arte, que en la propia literatura. Roberto Bolaño era un artista violento, que en los noventa escribió: «de la violencia, de la verdadera violencia, no se puede escapar, al menos no nosotros, los nacidos en Latinoamérica en la década de los cincuenta, los que rondábamos los veinte cuando murió Salvador Allende». Así es como comienza El Ojo Silva, el primer relato de Putas Asesinas. Violencia que vemos no solo en este libro sino en toda la obra de Roberto Bolaño, en el sentido más vitalista del propio término. Estas son sus palabras, las mejores palabras para definir a Bolaño y a una generación rabiosa que aún recuerda el disparo que terminó no sólo con Salvador Allende en 1973, sino quizás con el propio paradigma de la modernidad. Hasta Bolaño, la literatura hispanoamericana vivía de los ecos y las consecuencias del Boom. La obra del chileno hizo que el mundo se diera cuenta de las nuevas voces que clamaban no tanto ser reconocidas como ser escuchadas. A la cabeza de esta nueva corriente estaba el propio Roberto, con un estilo urgente y una fuerte estética beatnik que le acompañaría hasta el final de su literatura. Es innegable que los detectives asilvestrados Arturo Belano y Ulises Lima nos recuerden a Sal Paradise y a Dean Moriarty de On the road de Jack Kerouac. Esta semejanza en ética y estética no la vemos sólo en la novela Los Detectives Salvajes, sino que cada relato de Putas Asesinas es una road movie cargada de la fuerza que conlleva la belleza del fracaso. Roberto Bolaño escribía sobre personas corrientes a las que le sucedían cosas poco corrientes; quizás ahí es donde reside su genialidad. Cuando leemos los relatos que componen Putas Asesinas nos damos cuenta de que hemos sufrido la misma búsqueda que los personajes. Quizás no hayamos rescatado a ningún chico castrado en la India o hayamos estado a punto de ser asesinados en Acapulco, pero como animales humanos que somos capaces o jugamos a ser capaces de reconocer nuestro reflejo, sufrimos los mismos temores que los personajes.

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Bolaño, como otros grandes cuentistas, (Hemingway, Cortázar, Carver) dice más en lo que oculta que en lo que escribe; la técnica del iceberg de la que hablaba Hemingway, muy presente en este libro de relatos. Bolaño sabe cómo emocionar al lector, hasta el punto en que, en ocasiones, la sensación que provoca no es nada agradable. Sabe provocar ansiedad, introduciendo en el tejido narrativo la desgracia inminente que parece no llegar nunca («Últimos atardeceres en la tierra») y que finalmente simplemente sucede. Tras este camuflaje vemos los verdaderos temas de la obra: Lo absurdo («Fotos»), el delirio de la muerte y el feminismo radical («Putas asesinas»); la exaltación de la propia literatura («Carnet de baile» y «Vagabundo en Francia y Bélgica») así como la empatía emocional hacia la desgracia («El Ojo Silva»). El libro está lleno de alusiones autobiográficas del propio Bolaño, de ahí su carácter cosmopolita que nos lleva de México D.F., a Acapulco, París o Barcelona.


La literatura de Bolaño rebosa de momentos y alusiones a la cultura Pop, de igual modo que la encontramos en otros escritores y amigos de Bolaño como Ricardo Piglia, Rodrigo Fresán y en menor medida Enrique VilaMatas. Fresán escribió sobre él en una ocasión: «Bolaño escribía desde la última frontera y al borde del abismo. Sólo así se entiende una prosa tan activa y cinética y, al mismo tiempo, tan observadora y reflexiva. Sólo así se comprende su necesidad impostergable de ser persona y personaje. » Bolaño huyó del Chile fascista hacia El Salvador y luego a México, y de México llegó a Europa. Putas Asesinas habla de muchas cosas pero sobre todo habla del exilio. Peor aún, habla del exilio propio y el exilio de los otros, lo que nos lleva al cauce transversal de todo el volumen de relatos: el desarraigo, los parias. No son esos latinoamericanos hedonistas como los de mediados del siglo pasado, que llegan a Europa buscando la bohemia, la exaltación de La Dolce Vita; ni se trata únicamente del exilio, sino del sentimiento de no pertenecer a ningún lugar. Y no es únicamente físico, también espiritual. Bolaño logra captar el clima anímico de su época, una época marcada por la demolición, de las utopías y la pérdida de sentido de proyectos comunes. Putas Asesinas es ante todo un gran relato, compuesto por trece escenas en las que cada una se parece vagamente a la anterior pero que no deja de completarla. Aun así la totalidad del libro perdería coherencia si faltase alguno de ellos. Es un escritor que es fiel a sus temores y obsesiones, como vemos en el conjunto de su obra («relatos, y novelas»). Aunque este libro no es tan novedoso formalmente como su libro de relatos anterior, Llamadas telefónicas, no deja de calar en la memoria del lector y se hace uno de los «indispensables» para la literatura contemporánea.

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Fuente de la imagen: http://suitedeideias.blogspot.com/


Los dos estudiantes de Alejandro Dumas por J. Álvaro Gómez

Los dos estudiantes es uno más de los relatos que se incluye en el libro “Historias fantásticas” de Alejandro Dumas padre. Es un relato corto de apenas cuarenta páginas, pero que resume perfectamente la esencia del gran escritor que era el señor Dumas. El centro de la historia es muy simple; dos jóvenes amigos que estudian en la universidad de Boloña y que una noche, después de ver morir a un amigo, deciden hacer un pacto de sangre; el primero que fallezca vendrá del otro mundo para informar al otro sobre lo que es la muerte. Es un tema muy recurrente y que muchos autores han utilizado: ¿qué hay detrás de la vida? El que espere que en este corto cuento le vaya a sacar de dudas, le informo que no es así. En este relato se va a encontrar con todo lo que Alejandro Dumas nos ofreció en sus novelas; lucha, amor, algo de terror y amistad. El relato se divide en tres partes. En la primera de las partes, titulada “El juramento”, Dumas nos describe un duelo entre dos estudiantes, una lucha de espadas típica de la época. Después de esto, el autor, nos enseña el valor de una amistad valiente, decidida y sincera como la de Los tres mosqueteros o la de Veinte años después entre los dos protagonistas: Betto y Gaetano. “-¿De qué sueño hablas? - De esa esperanza de que te he hablado muchas veces, que de nosotros debe hacer algo más que amigos, que debe hacer de nosotros dos hermanos.”

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En el siguiente capitulo, “La visión”, se desarrolla la tragedia que marca la historia. Se puede observar cómo la amistad es lo más importante que une a estos amigos. Dan igual los estudios, la familia o su futuro, lo que importa realmente en este episodio lo marca la amistad. Es en este capítulo donde se puede ver el aire teatral de Shakespeare que marca la literatura de Dumas. “Al ver a su amigo montar en el coche, Beppo insistió de nuevo para partir con él, pero Gaetano fue inquebrantable… Beppo esperó a que la silla desapareciera, y cuando el ruido de las ruedas se hubo apagado, lanzó un suspiro y volvió a la casa con los brazos colgando y la cabeza gacha.” El último capítulo resuelve un final entre fantasmas y personas, entre bandidos y amigos, entre hermanas y esposas. Es un final previsible, pero siguiendo la línea de la literatura de la época. Al lector le recomiendo este relato para perder cierto miedo a la escritura de Dumas padre. Una iniciación buena para, más adelante, adentrarse en el fantástico mundo de espadachines (Los tres mosqueteros), fugados (El conde de Montecristo) o heroínas monárquicas (El caso de la viuda Lafarge). Alejandro Dumas padre nace en Francia, en 1802. Publicó cerca de 300 obras, siendo uno de los más populares escritores franceses. Falleció en Puys, en casa de hijo, el también escritor Alejandro Dumas, en 1870.


La brevedad de la voz — Yanina Rosenberg La palabra bien dicha, en una lucha algo precaria por la existencia, parece querer reafirmarse gracias a la brevedad. Dolores Koch

En los relatos cortos priman ciertas características distintivas que le otorgan fuerza al género. La brevedad parecería un tanto obvio- es el elemento que resalta de manera especial. Esto se debe a que las palabras deben acotarse, puliendo al máximo los sentidos, deslizando construcciones que no deben ser menos que brillantes. Otro elemento propiamente literario es la ambigüedad semántica que adquieren las palabras ante un sorpresivo final, lo que, a su vez, exige una participación activa del lector que debe completar el sentido del texto desde su propio ámbito de lectura. Asimismo, dado el carácter proteico de este tipo de relatos, se suelen establecer intertextualidades literarias y no literarias, que le anexan valor, sabor y color a la construcción del relato. El uso de un lenguaje concentrado y preciso se traduce en luminosidad de hechos y velocidad de acción. De manera similar se juega con lo paradójico, lo absurdo. Esto resalta las múltiples caras de una realidad plagada de dobleces donde todo puede suceder; la realidad como suma de fragmentos. Para Piglia, un cuento siempre narra dos historias. El cuento clásico narra en primer plano una historia - el relato en juego- y construye en secreto otra. El arte del cuentista consiste en saber cifrar la segunda historia en los intersticios de la primera. Pues todo relato visible debe esconder un relato secreto, narrado elíptica y 17

fragmentariamente. El efecto de sorpresa ocurre cuando, al final, la historia oculta aflora. El relato La tía Anita de Silvina Schuchner despliega con excelencia los elementos descritos. Carlos es un posadero simpático y ordenado, agradable a la vista de los huéspedes. Pero esa fachada cambia cuando aparece Macarena con su “…carita de durazno maduro, ojos de melocotón”. Ella requiere hospedaje y Carlos, hipnotizado por la jovialidad de la muchacha, le ofrece un cuarto aunque no haya disponibilidad. El posadero vacía su propio cuarto, teniendo que dormir detrás del mostrador. Pero en la amabilidad de Carlos, en una aparente – y simple - calentura adolescente parece velarse algo oscuro y siniestro. La narración alcanza su punto de inflexión cuando Carlos invita a Macarena a ver el atardecer en la zona de Mal País. A partir de ahí ya no hay vuelta atrás. El nombre del lugar funciona como presagio. Lo terrible está por suceder. Sin embargo, lo funesto cobra otro sentido al final del relato: no todo es lo que parece. La perversión se confunde con inocencia, o eventualmente se cueza en un grado insospechado de corrupción. En un tono matemático y, a ratos, mordaz, la autora sintetiza los elementos del género con la abstracción necesaria, sin afectar el ritmo candente de un relato ambientado en una playa lejana. No cabe duda de que al género lo construye el contexto. Por eso, debe asumirse lo breve como característica que aflora en nuestra contemporaneidad. En una época donde la expectativa de vida se dispara, el tiempo no alcanza para nada. La desesperación por hacer esto o aquello acorta los tiempos, concentrándolos en acción breve, que se transmuta – literariamente hablando en forma breve. He aquí la celeridad de la vida moderna y las ganas que se transforman en necesidad de querer todo para ayer.


El malestar al alcance de todos

por Fusa Díaz

Opino que Mercedes Cebrián en El malestar al alcance de todos, libro de catorce cuentos y once poemas, hace justo lo contrario de lo que hacen la mayoría de escritores. A todos nos viene a la mente la imagen del poeta medio bohemio, medio que se mira la vida de soslayo y la convierte en hermosura, medio que se acaricia la barbilla con aire interesante. Mercedes Cebrián hace todo eso, sí, en El malestar al alcance de todos, pero con cierta ironía, como una Quijote moderna que se ríe de las caballerías de la vida actual, la era del bienestar, del tengo todo lo que no necesito y lo que no necesito también lo tendría si lo quisiera pero no lo quiero (o quizá sí), se burla de la retórica y el embelesamiento por las pequeñas cosas, del tremendismo literario. Su mirada va más allá, se detiene también en los espacios más cotidianos, pero no los ensalza, ni mucho menos, sino que los marca, los ridiculiza, los trata con humor... y al lector sólo le queda que agradecer esta literatura sin pretensión ni vulgarismo, un libro, por así decirlo, fresco. Un libro sonriente, despejado, lleno de vidas reconocibles, ridículas y cercanas que se acentúan y se vuelven un esperpento humorístico de lo que nos rodea.

Desayunamos en tazas decoradas con motivos de piel de vaca y que dentro tienen una pequeña vaca de cerámica esculpida, como si el animal se hubiera caído de un precipicio y nadie hubiera logrado sacarlo de allí (¿Has visto qué graciosas? Eran una oferta, sólo quedan cuatro y me las llevé yo). Mi madre es verdaderamente afortunada, su marido la ha dejado por otra mujer pero es ella quien se ha llevado los últimos tazones de dibujos que imitan la piel de una vaca con vaquitas 3D esculpidas en su interior. El mueble auxiliar

El lugar común en la literatura, en el arte en general, siempre ha funcionado: el que está frente a él se siente, por fin, después de quedar sumergido en una ciudad, en un contexto y en una vida llena de incomprensión y desperfectos y aislamiento, por fin, por fin, el lector, en este caso, abre el libro y no encuentra amores irracionales que arden en el fuego de la pasión, no hay historias fantásticas ni viajes que cambian la vida, abren El malestar al alcance de todos y se encuentran un burdo espejo que les devuelve a su realidad, de donde, precisamente, venían huyendo. Lo magistral en Mercedes Cebrián no es eso, no es que el lugar común sea eso y nada más, lo que consigue es que sea un sitio amable donde sonreír tiernamente a eso que eres tú y que te avergüenza levemente en los demás, lo magistral es que te muestren que tu manera de estar en el mundo es así, incómoda, es un malestar y está tan cerca, y no quedes decepcionado ni tengas ganas de cambiar radicalmente, de tirarte por la ventana buscando un vuelo pesado. No, el lector se queda, consigue verle el humor y el sarcasmo a eso que los poetas ensalzan y convierten en belleza, le ve la gracia a la desdicha, a la rutina, a eso aburrido de los días, el mundo como un eterno domingo por la tarde. 18


Marina ha vuelto a hablar en primera persona del plural, se venía venir. Todo empezó cuando salía con Alfonso, y a partir de ahí, frases como No solemos cenar fuerte o Nos gustaría ir a la sesión de madrugada fueron conformando una especie de halo protector infranqueable entre los sujetos de la frase y el resto de la humanidad, colectivo del que yo formo parte. Huelga preguntar cuál era el otro sujeto de ese no cenar fuerte o ir al cine tan tarde. Alfonso, presente o no en ese momento (pero tan siempre ahí, en el enunciado) era la silueta troquelada a imagen y semejanza de Marina, y con amos la palabra novios se cargaba de significado hasta extremos intolerables. Del verbo perder

No es de extrañar, entonces, que este libro de relatos y poemas haya necesitado una segunda edición. Publicado por primera vez en 2004 por Caballo de Troya, editorial enfocada a las nuevas voces y los autores noveles, ha tenido la suerte de pegar el estirón: perteneciendo al grupo Random House Mondadori, la edición actual de El malestar al alcance de todos ya no está entre cubiertas ocre, igual a todas las demás, no, ahora lo encontramos (acabadas las existencias de la primera edición) en DEBOLS! LLO, nada más y nada menos. Quizá ya no nos sirven las historias que nos alejan de nuestra vida, aunque nos parezca un desastre y un crucigrama imposible de terminar por una sola, una sola letra que, al parecer, no está en nuestro alfabeto; ahora necesitamos de libros como éste de Mercedes Cebrián, un autoconsuelo, una llamada que nos grita que no estamos perdidos, o que, al menos, no lo estamos más que el resto. Y ya se sabe: mal de muchos... De modo que el malestar está al alcance de todos, pero ya no se duda al alargar la mano y acariciarlo como a un viejo compañero, una mascota que, se sabe, nos va a acompañar largo rato. Pero que no cunda el pánico, señores. Rezar: verbo en desuso, pero qué ganas dan de retomarlo, de acudir a lugares oscuros de techos sobrehumanos, de apoyar cualquier rodilla o cono en un reclinatorio, de cubrirnos los ojos con la mano a modo de visera, evitando el resol de las horas paganas La fe revisitada

La cita que da comienzo a este libro es de Fernando Pessoa: Mi vida es como si me golpeasen con ella. Y en cierto modo este libro hace esa función, la vida nos golpea a través de la palabra de Mercedes Cebrián, pero no hay rotura, no hay lamento, hay una risilla que se escapa y que nos ruboriza, de tanto malestar, de tan al alcance, de tanto que nos parecemos unos a otros en definitiva. 19


La culpa, según Charles Dickens por Ignacio Ballestero Fuente de la imagen: http://zonaliteratura.com.ar/index.php/2010/12/24/cuento-denavidad-de-charles-dickens-argumento-trailer-de-la-pelicula-yenlace-para-descarga-del-libro/

Es complicado titular un libro. Muchos escritores sostienen que el título es lo primero que se les viene a la cabeza, como una aparición, y que a partir de ahí el alumbramiento del nuevo ser es casi dirigido. Basta con amoldar la historia al encabezamiento y repetir, escogidamente, dos o tres veces la frase que aparecerá en la portada dentro del propio texto. Otras veces no. Otras veces la historia es perfecta, redonda, pero no existe palabra o frase que resuma su espíritu, que enganche hasta tal punto de querer poseer ese ejemplar. Debe ser muy complicado titular un libro de relatos. Uno puede elegir el titular de uno de ellos, el más largo, el más corto, el más impactante; para atraer a su lectura, y probablemente hará que la persona que lo compre empiece por ese mismo relato, quiera conocer esa historia. Otras veces, lo mejor es dejar que el libro se titule solo. Supongo que Charles Dickens no tuvo ese problema. Desconozco si tituló él el libro que tengo en mis manos, pero no lo hubiera hecho mejor en cualquier caso. ‘Para leer al anochecer’, compendio y receta de relatos oscuros que apelan a la víscera, que van más allá de la mente, que huyen de lo cerebral pero que, aun así, explican de forma aterradoramente visual sensaciones o sentimientos conocidos por todos. La culpa, en definitiva, según Charles Dickens. Trece relatos góticos que huyen muchas veces de lo terrenal, de lo meramente real, de lo rutinario. Esconderse en la fantasía siempre es propicio para hacer florecer en el interior del lector una suerte de incertidumbre que los más valientes sustantivan como duda; los prosaicos lo llaman tensión; la 33

mayoría de los mortales lo identificamos como miedo. ¿Se puede tener miedo leyendo un libro? Sí, quizá más que con ninguna otra cosa. Porque cuando Dickens habla de una casa vieja y con humedades, no nos la muestra, y nosotros nos las imaginamos. Y todos, irremediablemente, nos remitimos a alguna casa que conocemos y que cumple, al menos de forma somera, todos los adjetivos que le siguen en la frase. Y como alguna vez, en aquella casa de verdad, sentimos miedo (o duda, o tensión), ese miedo se vuelve real, imaginable. Y nosotros somos el guardavías, o el notario, o el acusado del juicio por asesinato. De los trece escalofríos que componen el libro, me quedaré con dos: El juicio por asesinato y El letrado y el fantasma. El primero por la imaginación que destila a la hora de describir un sentimiento real; el segundo por la lógica realidad con la que aborda un suceso imaginativo. El primero es uno y el segundo viceversa. Seamos ordenados, empecemos por el final. Volvemos a las viejas mansiones abandonadas. A las casas viejas, a las telarañas, a los armarios abandonados que crujen sin motivo, a las tuberías que suenan de día y gotean de noche. Elementos recurrentes en el universo del insomnio, cristalizan en un encuentro: el que se produce entre un letrado, morador actual de las viejas ruinas de una casa, y un fantasma. “Márchate”, exige el fantasma. Puro humo, decide hacerse visible en una casa antigua que se cae a pedazos, porque siempre ha estado allí. Ojalá pudiera marcharme, pensará el letrado, pero la física le impide buscar un paraíso donde estar porque su cuerpo es

real, su carne es carne, sus huesos son huesos. “¿Por qué sigues aquí pudiendo estar en cualquier sitio?”. La respuesta a esa pregunta descoloca la mente del fantasma. La razón, según Dickens. En el primero, el autor ahonda en la culpa. Un espíritu que señala por la calle a un hombre que camina. Una citación para ser jurado. El mismo hombre que camina, ahora ya sentado, inmóvil, sudando, en el banquillo de los acusados. Una certeza imposible de demostrar. El muerto, señalando de nuevo, como en la calle, al hombre que le asesinó. El asesino que sueña con el jurado, con la condena evidente. Con un rostro que le acabará condenando. Ingredientes todos propios de un relato de ciencia ficción, de un cuento inexplicable que trata de explicar algo tan humano como la sangre, como el sudor, como la vida. Algo tan humano como la muerte. Algo tan real como el dolor. La culpa, según Charles Dickens. Por eso, lo mejor a la hora de abrir un libro así es despejar la mente. No dejarla en blanco, no, porque la magia de estos relatos es visitar los lugares recurrentes. Los lugares reales que nos hicieron temblar, las pesadillas que tuvimos siendo ya niños grandes. Cada palabra tendrá junto a ella una imagen real. Las frases que erizan el bello. Los personajes que, una vez cerrado el libro, harán que nos cueste dormir. Apagad las luces y encended una vela. En la ventana, la noche sin estrellas. El frío fuera, el vaho sobre el cristal. Ruidos que vienen de no sé dónde y, encima de la mesa, las palabras de Dickens para leer al anochecer.


Mis (desconocidos) amigos íntimos

Casa tomada, de Julio Cortazar y El entierro prematuro, de Edgar Allan Poe por Alejandro Larrañaga “Estábamos bien, y poco a poco comenzábamos a no pensar. Se puede vivir sin pensar.” Julio Cortázar en Casa tomada.

cabe una explicación perfectamente planteada y su opuesta. Lo que para unos es fruto de una presentación realista, de personajes de firmes convicciones, para otros puede ser el fruto de una fina Julio Cortázar y Edgar Allan Poe son dos ironía. Son lecturas siempre a posteriori, donde cada desconocidos para mí. Nada sé en lo referente a sus uno ve lo que quiere ver, lo que ha sentido o lo que ha sueños, sus gustos o sus sentimientos. Probablemente comprendido, que también puede ser. Su propio no sabría qué decirles si los tuviera (difícil) delante, carácter, circunstancias o intenciones antes, durante o más allá de lo que he podido entrever en sus escritos. después de la lectura son otro de los factores a tener Sería muy egoísta por mi parte, la verdad. en cuenta. Interpretaciones

Por último, y es un dato que no conviene olvidar, entra en juego la opinión que podamos tener al respecto del Mi propia prudencia me incita a considerar las autor. Otras obras que conozcamos, hechos de su vida conclusiones que pueda sacar al respecto de la lectura personal conocidos o la simpatía o antipatía que su de estos dos relatos unas más en medio de la infinidad persona pueda despertarnos. Habría que ser bastante de interpretaciones posibles. Una por cada lector, ingenuo para pensar que el personaje no influye en acompañadas de las intenciones de ambos escritores, nuestra percepción. Lo ideal sería enfrentarse con la por supuesto. Es un abanico de lo más amplio donde mente lo más en blanco posible (así lo creo, a pesar de 33


que, por supuesto, hago, como todo o casi todo el mundo, lo contrario). Nuestros escritores favoritos acaban así convertidos en una especie de amigos íntimos a los que recurrir. A veces hace falta leer entre líneas, otras los grandes temas vienen en primer plano, lo que está claro es que ninguno de los textos de estos “amigos” desconocidos pasa de largo, queda un poso al que podemos volver cuando la situación lo requiera.

con lo que haces, o lo que dejas de hacer, o lo que asumes como inevitable. Como un argumento de peso, una opinión fundada de que una fuerza superior dirige los designios de nuestras existencias, oponerse es inútil. Buscar una excusa (entendida como justificación) es lo más fácil que hay, pero una vez asumes la primera, las siguiente mil son inevitables y vienen detrás.

“Casa tomada” de Julio Cortázar

“El entierro prematuro” de Edgar Allan Poe

“Antes de alejarnos tuve lástima, cerré bien la puerta y tiré la llave a la alcantarilla. No fuese que a algún pobre diablo se le ocurriera robar y se metiera en la casa, a esa hora y con la casa tomada.” Julio Cortázar en Casa tomada.

“¿Cómo puedes dormir tú tranquilo? No me dejan descansar los gritos de estas largas agonías. Estos espectáculos son más de lo que puedo soportar. ¡Levántate! Ven conmigo a la noche exterior, y deja que te muestre las tumbas. No es este un espectáculo de dolor?... ¡Mira!” Edgar Allan Poe en El entierro prematuro.

Cuando decides comentar una obra, sea la que sea, siempre mantienes un punto de incertidumbre: “Estaré pensando una tontería. Soy el primero que ve esto. No tengo ni idea y lo veo todo mal. Igual la intención de quien lo escribió iba totalmente por otro lado y soy demasiado presuntuoso para comprenderlo”. Son pensamientos que, asumámoslo, no sirven para mucho. Lo que podamos llegar a ver en lo que leemos es casi tan importante como lo que está escrito, al menos para cada uno. En el caso de “Casa tomada” se pasa de un relato fantástico, casi de ciencia ficción sugerida –porque nada se explicita- donde unos ruidos, unas presencias empujan a una pareja de hermanos fuera de su casa. Los planteamientos para presentar una historia de este tipo podrían ser muy variados, pero Cortázar elige que veamos la versión de los hermanos. Cómo es su vida, sus costumbres y cómo reaccionan ante la situación. ¿Qué sugiere esto? Crítica pura y dura. Lo fantástico del relato enmascara otro tipo de objetivo. Los espíritus pueden significar, en realidad, lo que queramos. Metáfora de los sueños, los miedos o la imposibilidad de enfrentarse al mundo real. Probablemente Cortázar hay explicado en muchas ocasiones lo que quería representar (si es que quería representar algo), pero no es realmente importante. Mi visión, y la de cualquiera que se acerque a “Casa tomada”, estará condicionada por lo que le parezca a cada uno. Eso es lo interesante. La cita con la que arrancábamos estas cavilaciones no era casual. La rutina y el acomodamiento no pueden ser alimento para el conformismo. Los protagonistas se quedan parados en medio de la imparable vida, reducidos a sus movimientos del día a día, a la repetición constante de actos y de palabras. Quedarse quieto es la mejor manera de ir siendo relegado por el propio movimiento de la realidad, no te opones a la marea y puedes ser empujado hasta, incluso, fuera de tu casa. Resulta peligroso, como añadido, el autoconvencimiento de que el destino está de acuerdo 33

El miedo es el sentimiento más fuerte que existe. De esto no hay la menor duda. Tiene la capacidad de paralizarnos, de anularnos, de conseguir que no veamos más allá de él. Dispone también de la habilidad de penetrar en el subconsciente y de aparecer cuando menos nos lo esperamos. Una vez instalado no hay nada que hacer, va a ser protagonista. De nuestra habilidad para seguir adelante a pesar de su presencia dependerá nuestra felicidad mientras cohabitemos con él. El protagonista de este relato puede prepararse, protegerse, buscar la seguridad o lo que quiera para enfrentarse a su peor pesadilla, puede buscar complicidad en quienes lo rodean. Puede explicar los motivos de su pavor, ofrecer datos, realidades incluso, pero no puede esquivar la verdad: a los miedos de cada uno ha de enfrentarse uno mismo. No hay escapatoria, puedes correr pero no esconderte. Y lo peor es que la vida pasa mientras intentamos evitar que nos ocurra aquello que más tememos. Poe se para, en boca del reflexivo y temeroso protagonista, a explicarnos, a modo de crónica, diferentes casos “documentados” sobre enterramientos en vida. Son estos casos los que atormentan al narrador, víctima de catalepsia. Para intentar solucionar la cuestión, prepara todo tipo de artilugios para su futuro ataúd, nunca se aleja de las personas que conocen su condición y vigila cada uno de sus movimientos. Todo para evitar el que para él es el peor de los destinos. La inevitable pregunta llega, y para quedarse: ¿vale la pena? La respuesta la tengo clara, siempre vale la pena, aunque seamos tan pesimistas como Cortázar y Poe en “Casa tomada” y “El entierro prematuro”. Aunque vida sólo haya una, tiempo para aprender y reflexionar aún queda.


Un destripador de antaño, de Emilia Pardo Bazán por J. Álvaro Gómez

Hablar de Emilia Pardo Bazán (La Coruña 1851Madrid 1921) es hablar de Galicia. Esta coruñesa de familia noble introdujo en España el bello naturismo europeo en 1886, aproximadamente. Es una escritora amada en su tierra y, también hay que decirlo, amada por los grandes lectores. A aquel que no le suene su nombre con decirle su obra más conocida sabrá de quién hablamos; Los pazos de Ulloa. Ahora el lector tirará de memoria y pondrá título y forma a una de las novelas más leídas de la literatura española. Pero en este número no vamos a tratar la majestuosa obra de Emilia (poesía, novela, artículos periodísticos, ensayos, etc…). No. Es momento tratar los relatos cortos: Pequeñas obras de arte condensadas en unas pocas páginas. Cuando nuestra directora nos comunicó el tema del nuevo número, lo primero que me vino a la cabeza fue este estremecedor relato de apenas 40 hojas. En él se resume la vida cotidiana y rural de finales del siglo XIX. Frases lapidarias que aún hoy se pueden seguir usando : “Los aldeanos no son blandos de corazón; al revés; suelen tenerlo tan duro y callado como las palmas de las manos; pero cuando no está en juego su interés propio, poseen cierto instinto de justicia que los induce a tomar el partido del débil oprimido por el fuerte.” Con esta obra se puede disfrutar de un viaje al pasado, una viajera lectura a los más profundos e íntimos paisajes de Galicia. También podemos convivir con una familia humilde y compartir las penurias de aquellos años. Y cómo no, podremos oler, pisar y disfrutar de los verdes y húmedos paisajes que nos describe con precisión pictórica. 23

La autora nos avisa en una diminuta introducción, que la que aquí se relata, es una leyenda que ha perdurado de boca en boca. La historia se desarrolla en la aldea de Tor nelos, muy cerca de Santiago. Como protagonista principal tiene a Minia, un ángel según su autora: “En la aldea la llamaban roxa, pero en sentido de rubia, pues tenía el pelo del color del cerro que a veces hilaba, de un rubio pálido, lacio, que, a manera de vago reflejo lumínico, rodeaba la carita, algo tostada por el sol, oval y descolorida, donde sólo brillaban los ojos con un toque celeste, como el azul que a veces se entrevé a través de las brumas del montañés celaje.” Una niña que va a ser clave en esta historia de claros y oscuros, de riquezas y pobrezas, de misa y sangre. Durante el relato el lector no va a dejar de amar a la pequeña Minia así como a la familia de la misma va a terminar odiándola hasta la extenuación. Cabe destacar de este relato la descripción de cada uno de los personajes. Emilia Pardo Bazán nos desarrolla a cada uno en su habitad natural y, por añadidura, el entorno y la situación general de las gentes. A l l e c t o r l e re c o m i e n d o e s t e e n i g m á t i c o y extraordinario relato corto que nos adentra a un mundo de supersticiones rurales y paisajes increíbles. Lo mejor es que, cuando uno termina y cierra el libro, tiene ganas de más y sino ya me lo dirán.


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Demasiada felicidad, de Alice Munro por Begoña Martínez El árbol de la ciencia tiene una rama quebrada, y casi invisible. En ella, investiga Marie Curie, observa Hypatia las estrellas y escribe polinomios y letras Sofía Kovalévskaya.

Y muchas otras mujeres, que no van más allá del anonimato; sin nombres y sin voz sobreviven en esa rama del árbol, desde hace cientos de años, a la que un follaje más alto y más ufano, oculta del sol. Se mueren en silencio. Se desprenden solas del árbol o a veces, un fuerte viento las arranca. Deshojadas. Sólo las recuerdan las suaves voces de una tierra fértil que las abraza al caer del árbol. Y de esa forma, reviven, al alimentar de nuevo la tierra, de la que germinarán nuevos brotes que un día, por qué no, pueden llegar a dar fruto a un árbol de vida y ciencia sin roturas, sin sombras, de nombres propios, tan femeninos como Ada, tan masculinos como Arquímedes. Tan iguales, tan hermanos, hijos de la misma madre. Porque venimos del mismo sitio, y llegaremos también al mismo destino. Alice Munro nos cuenta los últimos días de vida de Sofía, aunque va destilando datos sobre su pasado a lo largo del relato, que nos arrojan luz sobre su presente y nos hacen sentir de forma vibrante las emociones de Sofía, su dolor, su rocambolesco destino, su tragedia. ¿Cómo hemos hecho para que el ser mujer sea como abono para la tragedia? ¿Qué queda por hacer aún para que no siga siendo así? La belleza del relato de Alice Munro (incluido dentro del libro del mismo título y que comprende varios relatos más) parece hacerse un sitio no sólo en recrear una vida como la de Sofía, una mujer que quiso compatibilizar sus ganas de saber con las de vivir y amar, y las manos a las que quiso aferrarse con mayor tesón le fallaron; otras, estuvieron 24

siempre ahí, pero no fueron suficientes, y su rama del árbol se fue haciendo cada vez más débil. La belleza del relato no se centra sólo en contar su vida, sino también en ofrecernos una visión descarnada de su lucha por querer aprender, por ser amada por sí misma, por su fortaleza, sus debilidades y por mostrar también que muchas veces la sociedad deja a las mujeres ser marionetas, o bichos raros, pero no ser más allá de ser mujer, con lo que la idea de mujer se constriñe hasta asfixiar(nos). Por momentos, al leer el relato nos acercamos hasta Rusia, su cielo, sus hogares, sus costumbres, o hasta París, sus fiestas y bonitos sombreros; cruzamos fronteras, media Europa en el mismo vagón que Sofía, y no sólo físicas, sino también las mentales, que son siempre mucho más infranqueables que las que dividen países, para llegar a nuestro destino, el lugar donde admitieron a Sofía como profesora universitaria, la primera en Europa. Por ser quien es: Sofía, y pese a ser quien es: mujer. Pero fue por muy poco tiempo, pues la muerte, por suerte edulcorada, gracias a una de esas manos amigas, y casi, invisibles, la dejó caer del árbol muy pronto. El relato de Alice Munro termina con su funeral, unas palabras para su recuerdo de aquellos que la conocieron ¿O no? Y de cómo la historia ha hecho que lo que parecía que iba a quedar para siempre olvidado en un cementerio, llegue hasta nosotros, en forma de letras que hacen brotar, fresca, una ramita verde en un árbol de vida, belleza y letras en el que se encuentra, para siempre, Sofía, mientras yo la recuerde, y tú, y el hijo de tu hijo, y su hija, la hija de su hija…


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Chejov es nieve por Ainize Salaberri “Todavía no había comenzado su pena y ya sobrevino el desenlace.” Antón Chejov en “La pena”. Anton Chejov escribe ambientes, recrea personajes, pinta sentimientos, ensordece el corazón, de tanta alma que hay en sus relatos y cabalga sobre palabras bien dichas, amores bien adoquinados, al tiempo que observa a sus iguales y les da una nueva oportunidad en la historia. Así es Antón Chejov, así se lee. Sus relatos no son una serie de acontecimientos sin ton ni son. Son pequeñas muestras de lo que es Rusia, de lo que son sus habitantes; muestras de sus valores, su comportamiento, su manera de enfrentarse a los problemas, su forma de amar, que ni es gélida ni es infernal, y su estilo de seguir adelante con la tristeza, con las pequeñeces que son gigantes disfrazados, con la muerte, con la traición. Nunca usa una palabra de más, nunca provoca una interpretación inadecuada. Es el genio de crear, con pocas palabras, un ambiente tenue, íntimo o insaciable, a veces frío como un témpano de hielo, y otras tantas amable y amoroso. Mezcla en “El beso y otro cuentos”, que no son cuentos sino relatos, besos, oportunidades, historias con final, otras historias sin él, casi siempre triste. Como si Chejov no concibiera la vida con un final digno o no temido. Quizás porque él consideraba la muerte como la mayor pena de un ser humano. Quizás por eso en el relato “Tristeza”, un padre se duele de la inesperada muerte de su hijo. Un padre que, abatido, busca consuelo, conversación, en sus ocasionales clientes, pero no encuentra quien le escuche. Su pena crece y crece y es inamovible. Es una historia triste, que rezuma dolor, angustia, una soledad terrible e insoportable, y que prueba, una vez 25

más, que podemos estar rodeados de las páginas al revés y pares su lectura. cientos de personas y no encontrar un La condena de Chejov, la penitencia de hombro en el que llorar. sus personajes. Alto y claro: no hay finales felices. Chejov nos presenta a personajes que lo han perdido todo, a amores que “De nuevo se queda solo y de nuevo llegan tarde, irrecuperables, a urgencias sobreviene el silencio para él... La que se pisan la cola y se tropiezan, a tristeza que se había aquietado por muchachos pillos llenos de esperanza, breve tiempo, reaparece ahora y oprime de futuro, enfrentados con la muerte, el pecho con fuerza mayor aún. Los c o n u n a t r i s t e z a q u e n o e s t á n ojos de Iona recorren inquieta y dispuestos a entender. Y todo, presenta dolorosamente la multitud que camina Chejov, con un color blanco inmaculado apresurada por ambos lados de la calle: d e f o n d o , a u n q u e l a s e s c e n a s entre esos millares de personas ¿habrá transcurran en el interior, en el abrigo de una siquiera que quiera escucharlo? La una casa pero en el silencio de muchas gente corre sin reparar en él ni en su almas. La nieve, eterno personaje tristeza. Una tristeza enorme, que no principal de Chejov: “En el aire, por tiene límites. De estallar el pecho de donde uno mire, se arremolinan Iona y de desparramarse esta tristeza, enjambres de copos de nieve, de modo cubriría, al parecer, todo el mundo y, sin que es difícil distinguir si la nieve cae embargo, no se la ve. Supo caber en del cielo o sube a la tierra”, dice en uno una cáscara tan ínfima que ni a la luz de los relatos. La nieve, que nos causa del día se la puede encontrar...” frío incluso al amparo del fuego; el mismo frío que habita en los personajes Chejov vende humanidad y sencillez, y de Chejov, bien sea por desamor, por no es difícil imaginárselo viviendo de la a u s e n c i a , p o r l a s m e n t i r a s , l a s misma manera, entre escritos y traiciones, los silencios, los malditos pacientes, entre historias golpeando silencios que condenan a las personas s u s c a b e z a s y t u b e r c u l o s i s a una vida inhabitable, a un calor contagiosas. Chejov era un genio, un endemoniado, a unas prisas que no son maestro de la palabra, un experto en buenas consejeras. Chejov lo sabe, él lo transmitir, en hacer sentir, en hacernos siente, y se lo transfiere a sus padecer, lejos de ser una enfermedad, personajes, como si la única forma de amor, violencia, pena, tristeza, horror, aprender fuera sufriendo. Como el muerte, ensoñaciones, esperanzas, pobre muchacho del beso, ese beso abismos, vacíos, soledad, amistad, que nunca olvidará y que él ignora que compromiso. Abrir uno de sus libros de puede convertirse en venenoso. O relatos es como lanzarse al vacío, como el hombre de “Pequeñeces”, que sabiendo que el paracaídas de palabras mantiene una relación con Olga o con la de Antón Chejov amortiguará cualquier que, según él, “arrastraba una larga y aterrizaje forzoso. Es un lujo, leer a un aburrida novela”. Y es que puede que escritor como Chejov. Además de un no haya nada peor que eso: saber que auténtico placer. la novela va a terminarse aunque pases


OBABAKOAK FUSA DÍAZ

finalmente da con el descubrimiento que le resulta enternecedor, mágico, cruel y decepcionante por igual, acaba por hacerle diferenciar, con los años, la línea casi física de la edad infantil y la madura (tan confusa). O la historia de una maestra que queda aislada en un pueblo, en el que da clases, y combate su soledad con más soledad todavía, porque ¿cómo se hace para acostumbrarse al vacío, al vértigo, a una carta que no acaba nunca de llegar, en medio de tanto frío, o tanto calor, no se sabe ya? O la historia de un hombre que, tras descubrir un detalle hasta el momento desapercibido en una foto vieja, da un giro a su vida, porque qué puede ocurrir si de pronto ya no es lo que parecía, o parecía exactamente lo que iba a acabar siendo.

Para que nos entendamos: Obaba es Macondo, es Comala, es Yoknapatapha. Macondo, Comala y Yoknapatapha pero en vasco, en más cerca, en ahora, en Bernardo Atxaga. Es un lugar que existe y no, que desaparece y no, que nos pertenece y no. Hablar de sus personajes es como hablar de nada, de un espejismo, de una ilusión (excelente palabra para hablar de este libro, de la manera de hilar de Atxaga, de cómo se unen las historias, de cómo un pueblo puede ser algo indefinido e ilusorio que emociona y despierta al cuerpo más dormido).

La historia de un niño, hombre después, que sólo conoce a una muchacha a través de sus cartas y 26

En Obaba todos tienen algo muy particular: que han sido creados por la mano y el corazón de Bernardo Atxaga, con delicadeza, con extrema ternura y emoción, con dedicación. Todos son almas sensibles que se conmueven con y por los espacios más finos de la vida, y los agrandan, los traen hacia sí, los amplían, los hacen el centro de sus existencias. Combates cotidianos que dan lugar a historias sencillas y maravillosas, con una técnica y una destreza única, suya, amorosa, celosa del menor detalle transformado de secundario a primordial. Fragmentado en cuentos, es uno de los libros de relatos nacionales más importantes de la época. No es de extrañar, entonces, que éste, de los que ha escrito B.A., sea el más conocido, el más extrañado, el más leído. Podría parecer que la literatura vasca está en deuda con el papel que juega esta novela-decuentos en la historia. Y así es. Así debe ser.


ENREVESADA PSICOLOGÍA

por Ignacio Ballestero

Para Hanif Kureishi siempre es medianoche. Al menos, así reza la portada del libro de relatos del escritor inglés de origen pakistaní. Esa mezcla de sangre y raíces debería otorgar al flemático empaque de la literatura británica un poco de intensidad, de pasión, el súbito latido de una ciudad nerviosa como Calcuta. Pero no. En lugar de eso, Kureishi rechaza el impulso imprevisto y lo sustituye, siempre, por el razonamiento premeditado. El escritor inglés lleva toda la vida haciéndose preguntas, y no siempre encuentra para ellas las respuestas que todo el mundo espera. Por eso, sus personajes se deslizan hacia la excentricidad india en medio de una ciudad cosmopolita pero encorsetada, Londres, de la que retrata, siempre, aquellos tugurios oscuros escondidos en callejones. A partir de estampas rutinarias, Kureishi siempre explora lo recóndito, lo que de impuro tienen todos los corazones. El legado literario de Kureishi no se entiende sin un libro como Intimidad, pero gana fuerza con el pulso que demuestran los relatos de Siempre es medianoche. En las páginas del primero, el escritor hace una radiografía interior de un conflicto de pareja: un matrimonio que se desmorona en la mente de un hombre que pasa la noche en blanco intentando encontrar las palabras justas para decir adiós. En las páginas del segundo, el conflicto encuentra sus ramificaciones a partir de fotografías de la vida real, estampas rutinarias sin contenido visual pero con una compleja carga interior. Una enrevesada psicología. Los relatos giran, casi todos, en torno a las relaciones de pareja. Todos se basan en las inseguridades de uno solapadas por las actitudes de otros, en ese complejo edificio que sostiene ese chispazo primigenio que al principio se llama amor, después vira hacia la pasión y acaba convertido en una cómoda estabilidad. Todos, menos uno, el último, que merece una posdata al pie de este artículo. Un pene independiente siempre ha sido una fantasía recurrente de la carne, una pesadilla para la mente.

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Volvamos al resto del libro. No voy a hablar de todos los relatos porque, sencillamente, todos pueden ser uno. Tan parecidos entre sí como distintos el uno de los otros, cartografían el mapa de los sentimientos sin atender a edades ni juicios, a credos ni religiones. Musulmanes arrojados de un divorcio sobre jóvenes que dejan sus sueños a merced de la experiencia de ellos (Chica); la inseguridad de un hombre que ha encontrado el amor (o la pasión, o la cómoda estabilidad) en una mujer mucho más joven que él que, sin pretenderlo, le deja en evidencia (Cuatro sillas azules) o el simple encuentro, esperado por otro lado, entre un hombre y el tipo que se tira a su mujer (Por fin un encuentro) constituyen los engranajes de un mismo motor, el afectivo, retratado con maestría desde la sala de máquinas de la mente.


“Somos infalibles en nuestra elección de amantes, especialmente cuando necesitamos a la persona equivocada”. Son las primeras palabras de Eso era antes, un relato que podría ser una continuación de Intimidad, pero que resulta una metáfora perfecta de muchas de las cuestiones que aborda Kureishi en sus páginas. ¿Qué lleva a un hombre que lo tiene todo (dos casas, una mujer estupenda, un hijo, una vida, en definitiva, ordenada) a tomar un café con una antigua ex novia y tambalear los cimientos de lo que tanto le ha costado construir? Nadie lo sabe, y quizá nadie lo sepa. Por eso, a la hora de teorizar sobre el asunto, caben múltiples interpretaciones. Kureishi deja la puerta abierta a todas, incluso un resquicio a las más insondables. La experiencia, o la razón, justifican muchos de sus planteamientos. En ocasiones, además, las preguntas que se hace son las mismas que nos hemos hecho siempre, quizá porque no hemos encontrado a nadie aún que pueda responderlas. ¿Lo haremos alguna vez? Posiblemente no. Pero mientras tanto, no está de más seguir teorizando, darle vueltas una y otra vez a las mismas respuestas, o a otras que nada tienen que ver, intentando descubrir el chispazo, ese momento o esa palabra que sirva de contraseña hacia la sabiduría. Quizá, el fin de hacerse tantas preguntas es no encontrar nunca la respuesta, porque conocer todo lo que puede suceder en un mundo como en sentimental le quitaría gran parte de dinamita a la carga explosiva que toda vida necesita. Al igual que los protagonistas de Desconocidos cuando nos encontramos, quizá no queremos llegar a ese punto en el que debamos plantearnos la pregunta final, aquella que sólo tiene una respuesta posible y en la que tenemos dos opciones monosilábicas para elegir. Quizá nadie está preparado para reducir su alma a un sí… quizá nadie está preparado para inmolar su corazón por elegir de una vez por todas ese no… PD: ¿Se imaginan el pene de un actor porno, con sombrero y gabardina, en un bar, rodeado de muchachas? ¿Se lo imaginan corriendo por la calle, perseguido por su dueño natural? ¿Se imaginan el pene de un actor porno intentando vivir por su cuenta, tomando sus propias decisiones? ¿No? Cambiaré los términos de la pregunta. ¿Se imaginan que el ego de un actor porno le superase y empezase a tomar por él las decisiones? ¿Que pensara por cuenta propia y quisiera el placer y no el trabajo? ¿Ahora sí? Pues piensen que el ego es algo abstracto y el pene algo tangible, imaginable, fácil de definir. Si su mente es capaz de dibujar el ego, simplifique el razonamiento. Porque, en muchos casos, sobre todo en el de los actores porno, el ego tiene forma de pene. 28


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Fuera de temario Manuel Espada — J. Álvaro Gómez

En este mundo hay que dejar huecos para la gente nueva. Está muy bien desarrollar artículos y exponerlos en esta revista sobre obras o autores ya reconocidos, pero la cuestión radica cuando llega hasta nuestras manos un libro de un autor desconocido que merece ser recomendado. Este es el caso de “Fuera de temario”, un libro repleto de grandes relatos cortos. Su escritor, Manuel Espada (Salamanca, 1974), es ganador de varios premios de cuentos y microrelatos, entre ellos el “Premio Relatos en Cadena de la Ser” o el de la editorial Grupobuho por el que pudo publicar su libro “El desgüace”, también de relatos. U n a m a ñ a n a re c i b í u n m e n s a j e invitándome a la presentación del libro. Era para un sábado a las ocho de la noche en un bar de Madrid; extraño el día, la hora y el sitio. Asistí a la presentación, charlé con Manuel un rato y me marché. De camino a casa, en el metro, ojeé el libro y, desde ese 29

momento, no pude separarme de él hasta no haberlo finalizado. Tengo que decir que disfruté con cada relato. Ahora que lo he vuelto a leer para este artículo, he vuelto a gozar igual que aquella primera lectura.

La personalidad como base del libro Todos los relatos se centran en la pérdida de la personalidad o, en algunos caso, el cambio de identidad. Fuera de temario se divide en asignaturas; cada una de ellas es un relato corto. Comienza por la asignatura de Biología o Apuntes sobre la evolución de la especie. Aquellos lectores que amen el cine lo gozarán con este primer relato. Manuel nos da unas lecciones sobre el séptimo arte y su historia. Junto a eso, el escritor nos va describiendo la metamorfosis de una mujer, asidua al mismo cine y a la misma butaca, y que termina por ser un

elemento decorativo más. Este primer escrito nos centra en lo que será el hilo conductor de todo el libro; imaginativas historias, buena literatura y escenarios kafkianos a más no poder. “En su mente estaban reunidos todos los diálogos de la historia del cine, cada banda sonora,… No sé cómo no caí entonces en la cuenta. Ningún ser humano normal podría mantener diálogos tan chispeantes e ingeniosos durante tanto tiempo. No es que Ana fuera el eslabón perdido entre el homo erectus y Woody Allen, simplemente era un milagro evolutivo,…”

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Después viene Filosofía o La voluble lleva su vida paralelamente; increíble Academia de la Lengua. Esta locura esencia del Yo. Un relato que nos relato. sólo puede hacerla realidad un adentra en el juego de cambio de mecánico. Debo añadir que este relato personalidades. Un cura muerto, un me ha divertido mucho, además, he desconocido, un romance y un golpe llegado a profesar un gran cariño al final que deja al lector pensando que personaje principal, ese mecánico que, todo ha sido una bella partida mental. sin saber cómo, llega a ocupar la letra Z mayúscula de la academia. Quizás sea La asignatura de Física o La eternidad, Y por último, dos relatos que harán las por su correcto uso del término peseta: trata sobre un relojero que consigue delicias de los que amamos la escritura: rejuvenecer a través de los relojes. Un El primero llamado Literatura o “Si me permite, señor, desaparecidas ejemplo de imaginación extraordinario. Realismo sucio, y el segundo Lengua o pesetas es más exacto que antiguas De este cuento vale hasta la frase de La importancia del complemento pesetas… Asín se lo digo, ¿o es que en introducción: circunstancial. las pelis de romanos dicen antiguos sextercios, caballero? Uséase, cuidadín “Vosotros, los europeos, tenéis los El primero nos describe la experiencia con eso.” relojes, pero nosotros tenemos el de ver cómo, un anónimo personaje, se tiempo” Proverbio africano vuelve famoso mientras observa jugar al Lo dicho amigos, aquí tienen ante mus a Raymond Carver con su pareja ustedes un gran libro de relatos. Un Continuamos con Matemáticas o El de juego David Salinger. Éstos, además, manojo de buenas historias que uno amor trigonométrico. Quizás éste sea comparten mantel y cartas con otra disfruta al leer y, ya de paso, abrimos de los que menos me ha gustado junto pareja totalmente increíble: John un hueco en el duro mundo de la con Música o Sonata de invernadero, y Cheever y Charles Bukowski. literatura a gente que se lo merece. No Química o La fórmula de la belleza. se arrepentirán. Y sino ya me lo dirán. Estos relatos son los que menos dulzor “Los contrincantes de Carver y Salinger me han dejado, pero todos ellos se piensan en ver el órdago. John maravillosamente bien desarrollados. Cheever intenta abrir la boca, pero El libro lo pueden adquirir por internet Charles Bukowski le amenaza con en : Este libro lo completan Historia o La arrancarle el cuello si acepta la nostalgia del pasado, que es una vuelta apuesta.” editorespolicarbonados.blogspot.com/ a los años 80 gracias a un VHS. ¿Se 2010/10/fuera-de-temario.html imaginan un VHS que sirve como nave ¿Pueden imaginarse cómo sería si para regresar al pasado? Esto es una cualquiera de ustedes al entrar a un bar, o solicitándolo a su librero habitual. m u e s t r a m á s d e l a c re a t i v i d a d se topa con los genios que hemos Fuera de temario, de Manuel Espada. desbordante que Manuel nos ofrece en nombrado? Yo no sé que podría hacer. c a d a r e l a t o . O I n f o r m á t i c a o El segundo de los relatos es el sueño Colección Relatos Globalización, donde un hombre hecho realidad de muchos escritores Editorial, “Editores Policarbonados” descubre gracias a Google que otro anónimos: pertenecer a la Real 193 páginas.

Para amantes de la literatura

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AMIGAS, MADRES E HIJAS FUSA DÍAZ nunca sentirá como una mujer. Esto, que puede parecer obvio y hasta una estupidez recordarlo, parece necesario cuando se trata de hacer una antología sólo de mujeres, sólo sobre mujeres, pero no sólo para mujeres. El riesgo al que Laura Freixas se expone sabiendo que siempre se le podrá dar la vuelta a la tortilla y decir que, si eso lo hiciera un hombre, pondríamos el grito en el cielo. Es absurdo, por otra parte, semejante afirmación, puesto que esto ya ha ocurrido: no ahora, no ayer, esperemos que no mañana, pero ya ha ocurrido. A Laura Freixas no le hace falta ninguna disculpa ni ninguna excusa para hacer dos antologías de mujeres, sobre mujeres, pero no exclusivamente para mujeres; aun así, lo hace: ¿Acaso la creación de personajes no está basada en la empatía? ¿Por qué dar prioridad a quienes han vivido una determinada experiencia, sobre quienes pueden imaginarla? Éstas son algunas de las preguntas que Laura Freixas se hace y se contesta después de haber publicado dos antologías de relatos con solamente literatura femenina: sólo de mujeres, sólo sobre mujeres, pero no sólo para mujeres. Uno de los argumentos que nos da Laura Freixas en el prólogo es que, sí, ciertamente también un hombre puede hablar de un embarazo o de la maternidad, de cómo se siente una mujer, de cómo puede vestirse con ropa húmeda porque es precisamente ésa y no otra la que quiere ponerse, de cómo se enfrenta una a la vida siendo mujer, teniendo pechos que son alimento y sensualidad a un tiempo, de cómo un cuerpo se transforma y da lugar a otro cuerpo; es cierto que un hombre también puede hacerlo, pero la verdad nos demuestra que apenas lo ha hecho a lo largo de la historia de la literatura. Por otra parte, cuando lo hacen, la imagen de la madre, esposa, amante, amiga e hija nunca se corresponde con nosotras, siempre eso angelical-maternal, siempre tan en su lado femenino: no hay riesgo, no hay vértigo, no hay hilo argumental interior hasta volverse loca. Muy probablemente acaben centrando su historia en la relación que tienen éstas con respecto a los varones que existen en su vida. Un hombre puede hablar de una mujer, es cierto, pero 31

El primer motivo, pues, por el que he querido nuevamente hacer una antología sólo de escritoras ha sido mi voluntad de reconocer esta deuda histórica: si no fuera por la irrupción de numerosas mujeres en el campo de la escritura, dudo mucho que las relaciones entre mujeres hubieran adquirido el rango de tema literario. Freixas está convencida de que los hombres sólo han escrito sobre temas femeninos cuando ya alguna mujer con anterioridad había introducido el tema en la literatura. Es decir, si una mujer no hubiera hablado nunca de la maternidad, de su relación con una mujer, de cómo existe un lazo raro y contradictorio entre nosotras, si una mujer no hubiera hablado de lo que se experimenta con la mujereidad, ¿de qué otro modo le llega al escritor varón toda esa información, si probablemente la mujer que le espera en casa apenas tiene una voz propia y decidida? Con esto me remito a siglos atrás, por supuesto, hoy una mujer puede tener esa voz sin necesidad de ser escritora, ni siquiera de tener ninguna actitud artística. De modo que, sin la mujer, la mujer nunca habría sido objeto de estudio literario entre hombres. Este texto puede destilar feminismo, sexismo, si se lee mal, si se malinterpreta: de ningún modo defiendo la literatura femenina ni de mujeres por encima de la masculina; sólo la igualo, o lo pretendo.


Pero en la historia de las letras ha habido un a destiempo entre hombres y mujeres, lo que nos perjudica y beneficia por igual. Nunca sabremos ni podremos hablar de qué habría pasado si la mujer nunca hubiera leído a un hombre, lo que escribía sobre hombres, desde hombres, para hombres; esto nunca ha ocurrido, la literatura, y el mundo en general, siempre ha tenido una voz masculina. Por eso es imposible hablar de lo mismo pero desde la otra cara de la moneda. Tampoco me correspondería a mí, en ese caso. Otro de los miedos de Freixas es precisamente éste: que se lea una intención sexista en su decisión de hacer una antología de sólo escritoras (de mujeres, sobre mujeres...). Cuando la mujer escritora empezó a tener cierto éxito, rápidamente los titulares y el eco de los medios de comunicación se alzaron y hablaron exageradamente del éxito femenino, haciéndonos creer que estamos en igualdad de condiciones, e incluso un poco por encima. No es cierto. Y como consecuencia de esto ahora cualquier antología o cualquier evento que engloba sólo a mujeres se ve desde un punto de vista negativo: parece que ya estamos rozando lo inaceptable, ensalzamos demasiado lo nuestro, que defendemos a capa y espada la femeneidad (por otra parte, sin ataque no habría lugar para la defensa; pero ése es otro tema que se aleja de las antologías de Laura Freixas). No es cierto. No tenemos más éxito, no publicamos más, no se vende más rápido a una mujer. Ni mucho menos. Así que Madres e hijas y Cuentos de amigas en absoluto son repeticiones de nada ni están fuera de lugar en el mundo literario. Y entro aquí en mi segundo motivo, que es romper una lanza a favor de la literatura escrita por mujeres. Una

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literatura que es a la vez sobrestimada en cuanto a la cantidad se refiere, y subestimada en cuanto a la cantidad se refiere. Un texto, para mí de referencia, que creo que le iría muy bien como apoyo a estos prólogos e intenciones de Laura Freixas es Un cuarto propio, en el que Virginia Woolf afirma que una mujer para poder escribir en condiciones necesita dinero y una habitación propia. Escribe, con su característica genialidad, sobre los motivos que llevan a la mujer a escribir sobre lo que escribe, las circunstancias en las que escribe, lo que la rodea y cómo afecta ello en su literatura. También Laura Freixas habla brevemente de cómo es la literatura femenina, que no es toda igual pero sí tiene rasgos únicamente suyos, pero eso daría cabida a otra nueva antología para, habiendo quedado claro ya cómo se comportan las amigas, las madres y las hijas, necesitaríamos saber quiénes son las escritoras (en la actualidad encontramos títulos como Las mujeres que leen son peligrosas o Las mujeres que escriben también son peligrosas; quizá títulos como éstos son los que hacen pensar a la mayoría, que no se detiene verdaderamente en el carácter estudioso de la literatura, que las mujeres se exceden con su feminismo). Con cuentos de Rosa Chacel, Carmen Martín Gaite, Josefina R. Aldecoa, Esther Tusquets, Cristina Peri Rossi, Soledad Puértolas o Nuria Amat, estas dos antologías de relatos pretenden ser una guía para saber cómo afrontar y unir ficción y realidad en el mundo femenino: ya sabemos cómo actúa el amor, cómo la vida, cómo el mundo; muchos son los libros que nos cuentan todo esto, no son tantos los que hablan de un mundo de mujeres con cosas de mujeres.


Inesperadamente Roald Dahl

por Marga Martín

Al escuchar el nombre de Roald Dahl no podemos evitar esbozar una sonrisa recordando las locuras de Willy Wonka o las desventuras de la pobre Matilda. Muchos desconocen que detrás de esa faceta de amable cuentacuentos, el galés escondía una faceta mucho más ácida y siniestra. Descubrir los relatos para adultos de este autor es descubrir un nuevo mundo, muy diferente del que nos tenía acostumbrados. Lejos de la orgía de colores, sabores y olores que rezuman “Charlie y la fábrica de chocolate” o “James y el melocotón gigante”, estos relatos nos adentran hacia una zona sombría y tenebrosa de la naturaleza humana que resulta en ocasiones dolorosa de explorar por lo realista que resulta adentrarse en las miserias de los personajes que ahora nos plantea. Colores, sabores y olores siguen presentes en estos “Relatos de lo inesperado”, retales de la vida ordinaria que Dahl nos presenta desde su particular punto de vista, pero lejos de atraernos hasta hacernos partícipes y cómplices de ese universo fantástico al que nos tenía acostumbrados, nos repelen hasta el extremo de la náusea en alguna de estas historias, mientras que en otras sonreímos cómplices del inesperado desenlace 33

de la historia. Si bien es cierto que en sus cuentos para niños (y no tan niños) algunos personajes dejan entrever esta faceta del Dahl “cabroncete”, en la que los malos son histriones y muchas veces parodias de personas reales, aquí el autor nos lleva a explorar con él la parte más oscura de la condición humana abordando temas como la venganza, la envidia, el abuso... desde diferentes perspectivas y sin resultar caricaturas. Abordando la narración desde una fría y descriptiva tercera persona, o relatando con cercanía y complicidad desde la primera persona, nos enredamos en las vidas de estos personajes, anónimos muchos de ellos, pero con una inquietante historia tras de sí. Las apuestas están presentes en la mayoría de estos relatos. Quizá una de las proposiciones más conocidas es la desarrollada en “Hombre del Sur”, ya que fue la base para la historia que cerraba “Four Rooms” en el segmento que dirigía y protagonizaba Quentin Tarantino. Narrando los hechos en primera persona, el protagonista nos cuenta cómo unos desconocidos llevan a cabo una macabra apuesta: el Cadillac de uno de ellos contra el meñique de la mano izquierda del más joven.


Apuestas descabelladas, pero no del todo inverosímiles, como la apuesta de “Gastrónomos”, en la que está en juego la mano de la hija del protagonista, muestran otra de las constantes en estas historias: la figura del cazador cazado, el pícaro que no consigue salirse con la suya quedando en evidencia frente a los demás. La malicia de estos personajes hace que las consecuencias de sus actos se vuelvan contra ellos de manera insospechada, como en “Placer de clérigo”, donde el astuto buhonero fracasa en su intento por timar a unos aldeanos, o en “La señora Bixby y el abrigo del coronel”, donde la adúltera esposa sale escaldada en su intento de engañar, una vez más, a su marido. “Apuestas” es el título de otro de estos relatos, tan evidente en el título como inesperado es su final. El señor Botibol resulta ser otro pillo cuyas ansias de ganar a toda costa y su avaricia le impiden darse cuenta de lo peligroso de su plan. Al igual que en los cuentos, se establece una moraleja bastante clara en cada uno de estos relatos, si bien es en éste en el que dicha fábula moral queda más patente.

narrador es el marido sumiso a la mezquindad de su señora; el cazador cazado resulta ser al final el matrimonio, que tras iniciar una broma de dudoso gusto descubre que sus no tan deseados invitados guardan un secreto que no se esperaban en absoluto... Otro matrimonio, adinerado en este caso, con problemas protagoniza “Lady Turton”. La sombra de la venganza, con la complicidad del lector de por medio, se hace más y más grande a medida que la narración avanza, y lo que se intuye como un final de consecuencias inesperadas nos mantiene en vilo hasta casi cortarnos la respiración en los últimos párrafos.

Siguiendo con la tónica del retrato de la venganza y de la burguesía de la época, “Nunc Dimittis” es una ácida confesión en primera persona. El protagonista, un “connaisseur” en toda regla, según él mismo orgullosamente se presenta ante nosotros, nos aborda para relatarnos una historia de intriga cuasi palaciega entre ricachones aburridos, rozando por momentos la mezquindad de “Las amistades peligrosas”. Un final inesperadamente abierto nos deja ante varias A medio camino entre las apuestas y las transacciones posibilidades, a cada cual más aberrante si cabe en comerciales de dudoso honor está “Tatuaje”, en la que comparación con lo vengativo del plan trazado por el un viejo mendigo resulta ser el propietario de una valiosa narrador. sorpresa. La codicia y la mezquindad del hombre quedan de nuevo en evidencia, a la vez que el pasado del La venganza planea una vez más sobre otro matrimonio personaje resulta mucho más sorprendente que el no tan bien avenido como cabría de esperar. “William y desenlace del relato, que aún quedando abierto a Mary” comparten un macabro secreto tras la muerte del interpretaciones deja entrever lo turbio de nuestra primero. Lo que al principio resulta una abominación para naturaleza. Mary y para el propio lector resulta siendo una forma de dulce venganza y alivio para ésta según va avanzando la Ese mismo pasado sorprendente e inquietante es el trama. Nosotros, siempre cómplices en todo momento, centro sobre el cual gira “Galloping Foxley”. Para no podemos dejar de sentir simpatía por esta mujer. muchos, uno de los mejores relatos de esta colección, aunque no comparto esa opinión, si bien está narrado de El humor negro y el terror salpican de principio a fin manera exquisita. Una mera alteración en la vida del relatos como “Edward el conquistador” o “Jalea Real”, narrador, “el rutinario feliz” como él mismo bien se donde lo que comienza siendo una situación cotidiana (el denomina, lleva al protagonista a rememorar un pasado encuentro de un gato abandonado, los problemas de doloroso, que le turba de tal manera que es capaz de salud de un bebé) van transformándose en esperpentos abandonar los hábitos adquiridos con el paso de los que nos muestran lo más oscuro del ser humano, o como años. “La patrona” nos demuestra que las apariencias engañan y las inofensivas ancianitas no son tan inocentes como Otro de los temas que aborda Dahl en estos relatos y que aparentan ser. personalmente más me fascina, es el de la pareja aparentemente perfecta, pero que en el fondo esconde Por separado, estos relatos resultan sorprendentes e algún oscuro secreto. El ejemplo más manifiesto es el impactantes. Ironía, cinismo y sarcasmo se mezclan para que se plantea en “Cordero asado”, donde el marido describirnos pasajes inusuales en lo que podría ser la abusivo recibe su merecido a manos de una vengativa vida de cualquier persona que nos cruzamos por la calle. esposa. Otro final inesperado para un comportamiento Sin embargo, es en su conjunto donde podemos sorprendente, el de esa mujer que calcula improvisada y observar la genialidad de que todos ellos están milimétricamente la coartada perfecta. O en “La subida al relacionados entre sí, aun sin quererlo y sin tener nada en cielo”, donde el marido utiliza cruelmente el punto débil común ni los personajes, ni las situaciones... ni siquiera de su amante esposa para sacarla de sus casillas hasta los ambientes en los cuales transcurren. llegar al desenlace que nadie se espera. Muchos de estos relatos fueron adaptados para la En “Mi querida esposa” se combinan todos los temas pequeña pantalla por Alfred Hitchcock para su serie anteriormente planteados: las apuestas quedan patentes “Alfred Hitchcock presenta” e incluso el propio Roald en esas partidas de bridge que sirven de punto de Dahl permitió su adaptación para la serie británica “Tales partida para juntar a los personajes; el matrimonio of the Unexpected”, en la que él mismo hizo las protagonista de la historia aquí se intercambia los presentaciones de los capítulos durante varias papeles: la esposa es la manipuladora, mientras el temporadas. 34


RELATOS CORTOS

Madre, quiero ser corresponsal extranjero por Pedro Larrañaga En uno de los momentos más brillantes de la historia audiovisual española, Concha Velasco le cantaba a su mamá aquello de “Madre, quiero ser artista”. Una sentencia tan clara y rotunda que se ha quedado instalada para siempre en nuestro imaginario colectivo. Aquella muchacha con aspiraciones de cantante, expresaba a la perfección un deseo infantil lleno de ilusión y esperanza. Probablemente, si Doña Concha tuviera que hacer ahora un llamamiento similar a sus progenitores, utilizaría una sentencia más parecida a “Madre, tengo que ser artista”. Leyendo cientos de entrevistas o artículos, en los que autores de diversos rincones del mundo hablan sobre su práctica literaria, en muchos de ellos se alude a una sensación similar. La escritura, el convencimiento de que esa es la vida a seguir, pasaba muy pronto de ser un deseo a convertirse casi en una obligación. Todos recordamos alguna frase del tipo “escribo porque no sé hacer otra cosa”, en la que se recoge a la perfección esa mezcla entre el goce y el tormento, que puede llegar a ser el enfrentamiento a muerte entre el escritor y el papel. Sí, no exagero, si no es una lucha muerte, entonces no es literatura. No puedo evitarlo, pero hablando de deseos de creación y de la obligación de la escritura, lo que me viene a la cabeza no es un autor galardonado con un premio nobel o una charla en un café literario. El perfil que se dibuja en mi mente es el de alguien que corre, intentando transformar esos rostros asustados que se esconden o esos latidos acelerados de su corazón en una frase en su libreta. Es el contorno de un corresponsal extranjero. Muchos se estarán preguntando qué diablos tendrá que ver un corresponsal con los deseos infantiles y las responsabilidades literarias. La verdad, leyendo algunas de las producciones que algunos de estos particulares autores, no puedo dejar de responder: mucho, por suerte. Entre los libros que más me han impactado en los últimos tiempos se hayan más de uno que ha sido gestado en la mente y las manos de esta singular especie de reporteros-periodistasescritores. He de mencionar, sólo para que, quien así lo crea conveniente, compruebe lo acertado o no de mi devoción, cualquiera de las obras publicadas de Enric González, por ejemplo. Sin embargo, he preferido escoger a otro de estos corresponsales como protagonista de este artículo. Miguel Anxo Murado es una de las plumas más lúcidas del panorama literario, tanto en gallego como en castellano. Cierto es que su producción está más centrada en la lengua gallega, pero varias de sus obras han sido traducidas y no desmerecen ante nada de lo que haya salido a la luz en la última década. Este autor, nacido en Lugo en 1965, representa ese ideal de creador polifacético e inquieto del siglo XXI. Escritor, guionista, realizador de documentales, periodista o traductor son sólo algunas de las pieles que el lucense puede ponerse, pero en todas ellas mantiene la misma esencia: la de un observador-interpretador al que nada se le mantiene oculto. Un observador-interpretador (dos términos necesariamente unidos, ya que no hay observación sin una búsqueda de significado) que ha recorrido algunos de los puntos más convulsos del planeta. Corresponsal en Oriente Medio y Jerusalén, reportero de guerra en Bosnia, Croacia y durante la segunda Intifada y oficial de prensa de Naciones Unidas en Gaza y Cisjordania son algunas de sus acreditaciones. Sin embargo, lo que más cala en Murado no son las medallas o los títulos; son las palabras lo que a uno se le cuela en el interior, antes de terminar dándote cuenta que tienes un nuevo inquilino sentado en un rincón de tu corazón, contando historias que no a todo el mundo le gusta escuchar. 35


RELATOS CORTOS

Miguel Anxo Murado cuenta eso que no siempre resulta cómodo escuchar. Lo hace porque en su talento se combinan los tres pilares sobre los que hemos asentado este artículo: el deseo de crear, la obligación de la escritura y esa singularidad del corresponsal. Un extraño en un territorio desordenado, en el que los que silban no son los pájaros, si no las balas del francotirador; donde en el borde del camino no crecen las flores, si no que se amontonan cuerpos en descomposición. Un espacio donde el infierno no son los demás o nosotros mismos, porque el infierno lo es todo. Un pedazo de este planeta que llamamos tierra donde no hay lógica más allá del crudo “matar y que no te maten”. “Ruido. Relatos de Guerra”, como se puede leer en su propia contracubierta, “no es un libro de crónica, ni de denuncia, sino de una dolorosa indagación en la anatomía del miedo”. Es, me atrevería a decir, un producto de esos tres ejes que hemos trazado. Sus relatos nacen del deseo de contar, de verbalizar, de intentar ordenar (esa es otra de las virtudes de la literatura), de crear unas historias que reflejen aquellas otras cuyas palabras no llegaron a cortar el aire. Quedaron a medio camino, interrumpidas por un disparo, una cuchillada o la violación repetida de una niña. Ahí nace la obligación del escritor o escritora, ese compromiso de llevar más allá de los límites físicos de un país, territorio o continente. Murado sacó la guerra de los Balcanes de las tripas de la vieja Europa porque era lo que tenía que hacer, porque no podía hacer otra cosa. ¿Qué otra alternativa había ante ese asesino escondido en un torreón? ¿ante la caravana de mujeres y niños en silencio que no huye, tan solo camina?, ¿ante esa expresión dura que considera a un genocida como el señor de su destino? No hay más, y sólo con leer uno de los relatos terminamos de convencernos por completo. Por último, “Ruido. Relatos de Guerra” tiene, también, toda la vitalidad de un corresponsal. De un reportero acostumbrado a guardar todas sus pertenencias en una mochila y seguir una idea, o una chispa, hasta el principio de todo. Tomar riesgos donde es norma huir del peligro, preguntar donde rige el silencio y observar donde se impone el mirar para otro lado. Por eso, sin un libro como este perderíamos la oportunidad de contar con esa luz dispuesta a alumbrar a ese rincón oscuro del que puede salir la peor versión de nosotros mismos. Alguien con quien no querríamos encontrarnos. Decía una vez un escritor, del que me van a perdonar que no recuerde el nombre (al fin y al cabo lo que importa de un escritor son sus palabras, no cómo se llame), que “para escribir no hace falta viajar mucho, pero sí leer mucho”. Estoy seguro que Miguel Anxo Murado, así como muchos otros corresponsales de guerra, no tienen especial afecto por esa sentencia. Al fin y al cabo, ellos han salido a la búsqueda de esa historia que otros buscamos sentados en un sillón. Han corrido tras ella, han esquivado sus disparos y han intentado curar sus heridas. Probablemente por ese motivo sus páginas están tan llenas de vitalidad. Aunque hablen de la guerra y la muerte.

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SI ME NECESITAS, LLÁMAME FUSA DÍAZ Hay algo en Raymond Carver que, por suerte o por desgracia, sólo le pertenece a él. Por suerte porque es tan identificable el ambiente que se respira siempre en sus relatos. A todos nos gusta la exclusividad, ese reconocer un texto a ciegas por el autor, por sus rasgos inconfundibles, como si con el descubrimiento nos perteneciera mínimamente. Por desgracia porque su genialidad es mortal y finita como él mismo y desde 1988 ya no habrá más espacios carvienses. Pero no es del todo cierta esta última afirmación. Resulta que Si me necesitas, llámame son cinco relatos que Carver había decidido no publicar, no dar a conocer, no hacer oficiales, quizá, o ésa es la versión última a la que todos queremos aferrarnos para conocer un poco más del escritor y no del personaje, porque los cinco tienen demasiado de autobiográfico y de personal. De modo que Carver era intimista y se reservaba de tener una vida/escaparate. Quizá simplemente no le parecían lo suficientemente buenos, con lo que estaríamos en desacuerdo con él; o simplemente ha sido un juego, el del escondite, y ya por fin hemos dado con lo que andábamos buscando: algo inédito, algo que, después de muerto él, nos devolviera esa eternidad de los grandes en una voz renovada pero original, suya. Nick y Joanne, abrazados, siguieron mirando el incendio, pero mientras Joanne le daba distraídas palmaditas en el hombro Nick volvió a tener una impresión que últimamente le asaltaba con cierta frecuencia: la sensación de que no sabía lo que su mujer estaba pensando. Vándalos Alcohólicos que intentan volver a su vida después de una desintoxicación; el sentimiento de absoluta nada al comprobar que una pareja ya no se ama y no puede hacer nada y, en el caso de que pudiera, no lo haría; la sensación de desarraigo con la vida, el estar como quien no: todos estos espacios son comunes en Carver. Quizá saber que precisamente estos cinco relatos no los vio publicados y no los añadió en las demás antologías que decidió mandar a su editor nos hace pensar que era así como él se sentía. De todos modos, Raymond Carver nunca consiguió del todo distanciarse de su literatura y para cualquier lector, antes de Si me necesitas, llámame, ya era ese tachón de nostalgia, inteligencia y borrones de alcohol y tabaco. No nos pillan, pues, de sorpresa esos personajes, esas situaciones, ni siquiera esos finales como arrancados de cuajo del corazón (uno de los rasgos más característicos de Carver son sus finales, ya que dejan todo a cargo del lector, intuyéndose o no lo que para él debiera existir, dando lugar, incluso, a otro relato. Dicen las malas lenguas que era su editor quien decidía dónde y de qué manera debían acabar, eliminando los finales que el propio escritor había escrito o reescribiéndolos; lo que haría del mito algo menos glorioso y admirable). Dormí mal aquella noche. Y Dotty no paró de moverse ni de quejarse en sueños.

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Comprendí que estaba muy lejos de mí. Por la mañana no le pregunté lo que había soñado, y ella tampoco me dijo nada. Pero cuando entré en la habitación con el zumo de naranja y el café, tenía el cuaderno en las rodillas y un bolígrafo en la mano. Dejando dentro el bolígrafo, cerró el cuaderno y me miró. Sueños La vida de Carver siempre ha estado salpicada por su literatura, y también ha sucedido en el caso inverso. De padre alcohólico y madre camarera y vendedora, la mayoría de los relatos hablan de las clases desfavorecidas de Estados Unidos, con hombres en apariencia vacíos que de algún modo no lo están pero deciden llevar su vida por los terrenos más vulgares y sucios. No es casualidad que esté reconocido bajo el realismo sucio y el minimalismo, pues todas sus historias tienen un polvillo por encima que los engloba en una misma verdad: la suya propia, seguramente. Murió en 1988 con cincuenta años, de cáncer de pulmón, y desde entonces ha sido reconocido como uno de los padres del cuento de las voces narrativas del siglo; o ya no del cuento, sino de la importancia que ha tenido el relato (escasa) a lo largo de la historia de la literatura y que ahora, gracias a escritores que basaron su carrera literaria en únicamente la brevedad del ficción verosímil, ha sufrido un lavado de cara. Roberto Bolaño afirma que Raymond Carver es, junto a Chéjov, de los mejores cuentistas del siglo. Y dada la talla de este trío, no seremos nosotros quien les llevemos la contraria.

Aquí, en el Noroeste, solemos sacar barriles para recoger el agua de lluvia y aprovechar así algunas prodigalidades de la naturaleza. Los barriles de lluvia nos garantizan un amplio suministro de agua dulce, para lavarnos el pelo y regar las plantas. Este libro es como lluvia recogida de un barril, agua caída directamente del cielo. En él siempre e n c o n t r a re m o s a l g o p a r a re f re s c a r n o s y sustentarnos: para acercarnos de nuevo a la vida y obra de Raymond Carver. Prólogo, de Tess Gallagher Su viuda, la poetisa Tess Galagher, junto con la ayuda de algunos personajes cercanos a la vida y obra de Raymond Carver, decidió ofrecer a sus lectores estos cinco relatos que fue encontrando después de su muerte a lo largo de los años y en sitios diferentes. Siempre que queda alguien en la vida de un escritor con un cierto criterio artístico y de conciencia global, sabiendo lo que supone la obra para los críticos y los estudiosos y los que simplemente son (somos) lectores, surge una nueva entrega de textos inéditos, dejándonos con el buen sabor de boca al recuperar algo nuevo, haciéndonos creer que la muerte no existe para los escritores, y la terrible sensación de que, ahora sí, las obras ya se pueden dar por completas. Como una doble muerte.

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Ian McEwan: el Bach de las letras

por Ainize Salaberri

Fuente de la imagen:http://randolphquan.com/blog/celebrity-photography-by-randolph-quan/

Ian McEwan es un escritor especial. Especial porque sabe cómo utilizar la ironía, la ternura, el masoquismo, la rabia o la culpa de manera impecable. Sabe cómo hilar las historias, sabe cómo romperlas y volver a coserlas y que la costura parezca de fábrica. Ian McEwan es un genio de la palabra, y quizás por eso, y por muchas otras cosas, es McEwan uno de los escritores mejor considerados en su tierra natal, Reino Unido. Pertenece a una generación de escritores diez, que han sabido, con una maestría intachable, darle la vuelta a la literatura y transformarla en algo nuevo y fresco. Junto a él, en el podio de los mejores escritores ingleses tenemos a Hanif Kureishi, Zadie Smith y Julian Barnes, entre otros. “Entre las sábanas”, uno de los libros de relatos de McEwan, éste nos deja entrever un mundo al que muchos no nos atrevemos a asomarnos y en el que otros viven perpetuamente, orgullosos de hacerlo. Es el mundo de las perversiones, del masoquismo, de la manipulación, de la compra-venta de cuerpos, del alquiler de almas. También es el mundo de la desazón, de la armadura como carta de presentación, de las palabras ausentes y de las vidas destrozadas por falta de dinero, de amor, de inocencia, de sabiduría. El mundo de las obsesiones, de la sátira, de la pérdida de inocencia, y de los traumas. Así, un hombre multimillonario compra un maniquí del que se ha enamorado y que, aún así, le produce celos; un padre pasea a su hija por el Londres invernal e infernal de una época que es mejor olvidar, mientras piensa en ir a casa de su amante y aliviar su desintegración como ser humano; dos enfermeras se verán las caras por primera vez para urdir la mayor venganza jamás pensada para sus amantes; y una pareja, cuya relación parece insalvable, de tan grande que es el abismo que los separa, parecen encontrar la manera de volver a humillarse.

da a los ingleses utilizar, desde los tiempos de Shakespeare o de Jane Austen: la ironía. Una ironía que hila tan fino que pasa desapercibida, pero que dota al texto de un ritmo y una calidad envidiables. Nos devuelve a nuestros orígenes, los mismos que por todos los medios del mundo intentamos obviar: el hombre viene del mono y, más veces de las que debiéramos, somos unos absolutos simios con disfraz de humanos. Y nos muestra, como si de un Gran Hermano del siglo XXI se tratara, hasta dónde es capaz de llegar el ser humano para ahuyentar el dolor, la tristeza, el egoísmo, la envidia, la impotencia e, incluso, la felicidad. Porque aunque algunos de los protagonistas dicen (o nos dice McEwan) que intentan alcanzar el nirvana de la felicidad, lo cierto es que ellos mismos se ponen piedras en el camino. El empresario millonario, por ejemplo, se las desea felices porque ha conseguido a la mujer de sus sueños. Sin embargo, tras unas semanas de felicidad extenuante, el hombre comienza a ver truenos donde no hay tormenta, y así, de golpe y porrazo, tira por la borda el sueño y su felicidad, para ahogarse entre vasos de Jameson regocijándose de su dolor. Victimizándose.

Ese es el punto clave de los relatos de McEwan en “Entre las sábanas”: sus protagonistas se sienten más cómodos en el papel de víctima que en el papel de luchadores, aunque lo uno sin lo otro no tuviera sentido. Los relatos de McEwan hablan de amor, de deseo, del exceso o la carencia, de las frustraciones, de las incapacidades. Sus historias nos impactarán, porque llegan a nosotros sin velo que amortigüe el golpe, sin colchón bajo los pies, sin pastilla para el dolor de tripas. Hablan de la vida, de los recovecos oscuros que guarda la mente humana, de las pesadillas de los habitantes de este planeta, “como si en el centro de su ficción acechara un psicópata imprevisible”1. Y, casi seguro, alguno de sus relatos nos cautive por haberlo vivido, de Y todo esto lo relata Ian McEwan con una sabiduría un modo exacto o de un modo similar. Porque McEwan soberana, con un arte insuperable. Y para no hacer leña es un genio, y lo escribe. del árbol caído, utiliza McEwan eso que tan bien se les 39


Las ataduras CARMEN MARTÍN GAITE

por Rosa Rodríguez

Hablar de C. Martín Gaite es hablar de una monumental de las letras hispánicas, por lo que debo reconocer que es un honor hacer gala de mi admiración por esta magnífica figura que, si bien nos abandonó in corpore en el 2000, es indudable que su espíritu sigue rondando entre nosotros a través de su magnífica, prolífica y galardonada obra. Figuró C. M. Gaite en la lista de escritoras –y me perdonarán el atrevimiento, pero ya era hora de que pudiésemos hablar de “lista” de féminas, con sus nombres reales y no un pseudónimo que las encubriera, en el ámbito literario-, junto a Carmen Laforet y Josefina Aldecoa, entre otros nombres destacados, que consiguen dar un gran giro a la narrativa española de posguerra, masculina fundamentalmente hasta el momento; no podemos pasar inadvertido el conflicto que ha existido continuamente en el transcurso de la historia para hacer sitio a la mujer, por pequeñito que este fuera, en el terreno de la cultura. ¡Verdaderas heroínas de las letras en la dura posguerra fueron estas mujeres! Unas breves referencias biográficas pueden resultar tentadoras. Nuestra escritora estuvo casada con otro de los reconocidos novelistas del momento, R. Sánchez Ferlosio, autor de El jarama, con el que tuvo una hija que murió unos años antes que ella, y a la que dedicó su novela La reina de las nieves. Su obra, narrativa fundamentalmente, aunque también periodística y ensayística, está repleta de galardones literarios. Fue la primera “mujer” en recibir el “Premio Nacional de Literatura” con su novela El cuarto de atrás, en 1978 -igual que C. Laforet fue la primera “mujer” en recibir el “Premio Nadal” en 1944-. Y este reconocimiento se ha visto ensalzado por otros muchos y prestigiosísimos premios, entre los que se destaca el “Príncipe de Asturias”. Desde lo más profundo de su enorme y precioso baúl literario, vamos a rescatar una de sus obras que, dentro de la reducción característica del relato, no sólo está colmada toda ella de gran sentimiento, sino que -quizá por ello- consigue establecer con el lector una estimable, didáctica y ejemplar comunicación; se trata de Las ataduras, publicada en 1960, y compuesta por varios relatos que presentan interesantes concomitancias: “las ligaduras” que hacen de los protagonistas unos personajes inmersos en su propia tragedia cotidiana porque, o bien no pueden, o bien no saben deshacerse de ellas. Por su relevancia, vamos a dejar caer todo el peso de ese “lazo” que la mayoría de los humanos llevamos a nuestro alrededor, en el primero de todos los relatos: el que lleva por título precisamente “Las ataduras”. Gracias a una acertadísima simultaneidad de planos temporales, y en espacios diferentes, la escritora orienta los entresijos que el tiempo ha ido generando en las vidas de los protagonistas. Eso que M. Gaite denomina desde el título “ataduras” no son más que fuertes vínculos que ponen de manifiesto los sentimientos de Benjamín y Alina -padre e hija-. Se trata de unas emociones cargadas de disgusto, de abatimiento, de tensión y de preocupación que ha dejado, tanto en el padre como en la hija, el haber vivido, con más hostilidad que alegría, unos días juntos.

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Por medio de una voz narrativa en tercera persona, emergen las evocaciones de una Alina melancólica, guarecida en una margen del Sena, sobre su feliz niñez y juventud junto a sus padres, con la cariñosa aparición del río Miño en estos recuerdos. Subrayamos la curiosa presencia de dos ríos en el mismo relato: el Miño, símbolo del antes, la infancia y el hogar paternal; el Sena, sin embargo, nos sitúa en el ahora, el presente de la protagonista, ya adulta. No menos afligidos resultan los pensamientos del padre al observar el tejado de su casa, “con su chimenea sin humo”, una magnífica metáfora de ese hogar sin fuego, sin calor desde que marchó la hija; para Benjamín, la suya era ahora “una casa de guiñol, de tarlatana y cartón piedra”, una casa que, a diferencia de las otras del pueblo, carecía de vida. Entre padre e hija ya no parece haber nada en común; las insalvables diferencias entre sus formas de ver la vida son la causa de que cualquier entendimiento entre ambos suponga una utopía. Sin embargo, los vínculos siguen ahí. Por ello sufren y se sienten apenados. Porque C. M. Gaite ha tocado en su relato una fibra demasiado sensible: la relación padres-hijos, cuando estos ya han crecido; unas “ataduras” verdaderamente complejas, tanto como naturales puedan serlo para los seres humanos. A pesar de que, innegablemente, el contexto socio-cultural que vivimos en nuestro recién estrenado 2011 no admite demasiadas comparaciones posibles con el del relato, en los años 60, esas “ataduras” familiares a las que apunta C. M. Gaite, aunque sea con matices distintos, podemos seguir observándolas. El sentido de protección hace que ese lazo umbilical que genera la vida del nuevo ser se haga fuerte, difícil de desarmar. Por ello, dejar que las alas se vayan extendiendo para emprender el verdadero vuelo podría llegar a ofrecer más de un obstáculo. Otras “Alinas”, como la del relato, también recuerdan con emoción, con añoranza, desde la tristeza, o bien desde la rabia, los felices momentos que durante su crianza lograron disfrutar, en sus correrías, aprendiendo junto a sus padres; sin embargo, sueños distintos les suceden a estos de la infancia y que se manifiestan en la necesidad de elevarse, de viajar, de conocer y vivir de una manera desigual y propia. Pese a todo, no nos engañemos, las ataduras nos persiguen, las llevamos con nosotros, o, sencillamente, las inquirimos porque a veces no sabemos vivir sin ellas. Se debilitan en unas ocasiones, y comprimen en otras ya que nos hallamos en una constante búsqueda de nuestra propia identidad. Y este es el momento trascendental, valioso de no caer en la trampa de conformarnos con la de los demás. (C. M. Gaite, Las ataduras, Ed. Destino)

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DOS

R U D YA R D K I P L I N G : E L M U N D O Y M A R Y P O S T G AT E

R E L AT O S D E

R E L AT O D E L

MEJOR

— Begoña Martínez En el 2008 la editorial Acantilado, de la mano de Alberto Manguel, hizo una selección de algunos de los mejores relatos de Kipling y nos la ofreció en una gruesa edición en la que hay 33 relatos; he seleccionado dos al azar para ofrecer una pequeña ventana abierta a su autor y su mundo. El que leí primero fue el de Mary Postgate, un relato breve sobre la devoción de una mujer hacia el sobrino de la dama a la que cuidaba y de cómo la guerra se cala hasta los huesos y nos deja siempre tiritando. La flema inglesa, con su carencia de afectividad y sus distancias deja su impronta en todas sus páginas. De tan contenidas que están las emociones, parece que no existan. Hasta que al final, como una bomba, que en el relato es algo más que una metáfora, lo tiñe todo de rojo y de pasión, tanta que hace surgir la belleza allí donde nadie parecía haberla visto antes. Hay una transformación de Mary que sólo se detecta en las últimas líneas, hay una muerte que provoca vida y un vuelco vital que abre la puerta a un aire fresco que llega con el mañana. Pese a que la guerra lo tiñe todo de dolor y separaciones, para Mary es también una liberación, un momento fuera de lo cotidiano que le permite expresar y casi gritar su odio, sus sentimientos que han estado ahogándose durante mucho tiempo, pudiera ser sólo una coincidencia en el tiempo, pero en el relato, van a la par. Kipling también establece un pequeño juego con el significado del apellido de Mary: Postgate (estafeta de correos) y un sutil detalle relacionado con el sobrino, quien pese a su desdén hacia Mary e incluso menosprecio por el amor que ella le profesaba, ha guardado, sabe Dios por qué, según la tía y Mary, todas las cartas que le enviaron. Es un pequeño detalle que le da espesor y volumen a su historia y nos hace preguntarnos cómo es que se comportaba así. El telón de fondo de la historia es la primera guerra mundial y los sentimientos de odio que se propagan, de forma soterrada, como la pólvora, entre personas que no se conocen de nada y que se inflama al verse frente a frente. Una de las escenas finales llega a ser muy cruel, pues ante la opción de ayudar al enemigo o dejarle morir y mirarle impasible, la decisión es la segunda, como pago a todo el daño que provoca una guerra, todas las muertes pareciera que se compensan en ese momento para Mary. Tristes armas, si no son palabras, como decía Miguel Hernández. 42

Al final del relato, Kipling, en un poema, habla del odio y de cómo se ha asentado en el corazón de los ingleses, un lugar al que no estaba destinado, pero que las circunstancias han hecho que germine y brote un tallo fuerte. O al menos, un tallo que se ve fuerte, porque quizás el odio, como en el relato, solo nos haga ver lo que queramos ver (vale, el amor también…), y no lo que es en realidad (¿Da igual un francés que un alemán? Ante la muerte… ¿no somos todos iguales?), porque el odio da fiereza a nuestra mirada, pero quién sabe, puede que un abrazo nos haga más fuertes que el más visceral de los odios; cambiará también nuestra mirada, pero quién sabe, puede que eso sea para mejor. Si un relato va más allá de sus palabras y nos hace explorar dentro de nosotros mismos, Kipling, en este relato, lo ha logrado. El mejor relato del mundo es una historia sobre dos personajes y las ansias de escribir, de saber transmitir lo que llevamos dentro y de qué fuentes bebemos para hacerlo; en este caso, Kipling plantea que un escritor tiene un amigo que recuerda sus vidas pasadas con tal lujo de detalles que sólo con transcribirlo se podría llegar a hacer el mejor relato del mundo, todo va más o menos bien porque el escritor es capaz de tirarle de la lengua y rescatar pequeños fragmentos de las historias que su amigo recuerda, a costa de tener que escucharle declamar las poesías que más le gustan y darle su opinión sobre sus propios escritos, ya que su amigo también quiere ser escritor. Aunque en ningún momento se plantea de forma abierta la reflexión sobre la ética del asunto, sí late bajo sus líneas la idea de hasta qué punto vendería su alma al diablo un escritor por escribir el mejor relato del mundo, hasta qué punto sería capaz de engañar y mentir. Quizá en este caso no es tanto por el amor a la escritura, sino por el honor y la gloria, y la ambición de escribir el mejor relato. Al final del texto, nueva sorpresa de Kipling, con un guiño nos plantea que el enamoramiento del amigo lleva al traste las ambiciones del escritor. El amor, que todo lo puede, ha hecho que su amigo se olvide de andrómenas y ame, sin más, lo que ha dejado al escritor compuesto y sin historia, por lo que tendrá que buscar la inspiración en otro lado, pero ¡dónde! Quizá si cambia el motivo por el que escribe encuentre ese lugar, pero… ¿Quién le pone el cascabel al gato? Porque cada escritor, tiene sus propios motivos, ¿Y los tuyos?


El club de los suicidas o cómo escapar de la vida sin escándalo póstumo

por Marisol González Nazábal

Muchas veces considerado un pecado, unas cuantas otras un delito, el suicidio es desde algunos puntos de vista una forma válida de escapar de este mundo. Incluso en culturas como las orientales, es tomado como un modo digno de darle fin a situaciones de extremo dolor o humillación. Una persona puede decidir quitarse la vida voluntariamente para adelantar el desenlace fatal de una enfermedad incurable, por una cuestión sentimental o por un alto grado de integración social -como los kamikazes-, entre otros motivos. Pero también están aquellos que ya no soportan estar de pie en este planeta pero que no consiguen tomar la drástica decisión de matarse a sí mismos. Es este último grupo de infelices el que inspiró a Robert Louis Stevenson a escribir El club de los suicidas. El autor de la celebérrima novela El extraño caso del doctor Jekyll y Mr. Hyde da vida en este relato corto a dos deliciosos personajes: el príncipe Florizel de Bohemia y su inseparable Coronel Geraldine. Ambos reniegan de la monótona rutina a la que los someten sus cargos y, con el fin de sortearla, acostumbran disfrazarse y salir en busca de aventuras. Pero ninguno de los dos sabe que está a punto de vivir la más peligrosa de ellas cuando se encuentran con un extraño repartidor de pasteles que les habla de la existencia de una organización secreta a la que el asistirá esa misma noche. El soberano, sólo guiado por su inconmensurable curiosidad, arrastra a su secuaz hacia dicha sociedad, cuyo nombre es El club de los suicidas.

avergonzarían y hasta se sentirían culpadas si el asunto se hiciera público; a otros les falta valor y retroceden ante las circunstancias de la muerte”. Para esa gente es que fue creado El club de los suicidas. Cada noche, el presidente de la sociedad reparte un juego de naipes entre los presentes, hasta que a uno de ellos le toca la carta de la muerte. Otro de los miembros será el encargado de asesinarlo. Con horror, Florizel y Geraldine descubren el perverso fin de la institución y, forzados a enfrentar un dilema ético y existencial, se dan a la tarea de perseguir al líder del tétrico club a pesar de poner en riesgo sus propias vidas.

El relato, dividido en tres episodios (Historia del joven de las tartas de crema, Historia del médico y el baúl de Saratoga y La aventura de los coches de punto) y ubicado en la Londres victoriana, encierra sobre todo una gran profundidad, valorando qué es importante y qué no, mostrando crudamente las miserias humanas, recurso que Stevenson ha utilizado a través de toda su obra. El bien y el mal luchan incesantemente por deshacerse de los convencionalismos. Como analiza el joven de las tartas de crema en la primera parte de la narración: “Había un servicio más que faltaba a la comodidad moderna: una manera decente, fácil, de abandonar el escenario; las escaleras traseras a la libertad; o, como he dicho hace un momento, la puerta secreta de la Muerte”. Eso es exactamente El club de los suicidas. El empujón en el rascacielos. El veneno en el café. El dedo en el Sin duda, la descripción de las personas que se encuentran gatillo. Una salida fácil para aquellos que tomaron la muy en dicho lugar es lo más interesante del libro: todos ellos difícil decisión de no vivir más. Porque, según la nada conforman un grupo de perfectos perdedores, desencantados inocente filosofía del club imaginado por Stevenson, “la vida de la vida. El mismo problema los hermana y es el de querer es sólo un escenario para hacer de locos mientras uno se matarse y no poder: “algunos tienen familias que se divierta”. 43


VELOCIDAD DE LOS JARDINES, Eloy Tizón FUSA DÍAZ

tampoco escenas lejanas e inalcanzables, no hay nada que esté sobrando ni que esté faltando. Sin embargo, se lee diferente, se sabe, de sabor, diferente en el paladar, como si aprendiéramos en ese mismo momento una palabra tan sencilla como menta, qué sé yo, porque a su lado la rodean otras palabras, también reconocibles, pero quizá (sólo quizá) nunca, en ningún otro texto, habían estado tan cerca unas de otras. De pronto, Eloy Tizón es todo un descubrimiento. También he olvidado, disculpen las molestias, por qué Eloy Tizón es un descubrimiento y es diferente y podría ser, y es, una de las voces actuales más deslumbrantes y generosas con la literatura de calidad.

“Yo diría que la pérdida es casi mi tema principal”

“Me conmueve saber que todo está condenado a desaparecer"

Este libro late de una manera extraña, no pesa, no hay nada que no sepamos ya, no, nada, pero qué tiene, olvidable y añorado, para que uno tenga la necesidad de hablar de él, para que uno lo recomiende con toda seguridad, convencido de que es todo un acierto para el lector que sabe cómo ordenar según qué emociones.

Lo mejor que te puede pasar con Velocidad de los jardines, de Eloy Tizón, es lo que me ha ocurrido a mí: que lo olvides. Que no sepas quién es Berta ni por qué esos dos extraños se dan cita todos los días en el parque sin saberlo ni quién muere ni si era un alumno o un maestro. Que olvides, sí, por completo, todos y cada uno de los relatos que recoge Anagrama en este libro. Recordar solamente que fue leído, que se extraña como a una persona amada y ausente por igual, que queda una llamita adentro que no se apaga nunca del todo y que encendió Eloy Tizón con su palabra nueva, como traída del futuro, actual, pero por venir. Porque yo, sinceramente, no sabría explicar, sin releer de nuevo Velocidad de los jardines, cuáles son los relatos que aquí aparecen, de qué van, no sabría hablar de ni un solo personaje. No. Perdónenme. No recuerdo nada.

He visto en algunas entrevistas a Eloy Tizón que le preguntan si le importa más la forma que el cómo, el fondo, lo que me hace pensar que somos muchos los que gustosamente hemos ido olvidando sus relatos para, con el tiempo, ir en su búsqueda y reencontrarnos con esos personajes extrañamente queridos, admirados, imprescindibles sólo en el momento, tan fugaces.

“Me considero un narrador, alguien que inventa ficciones, un embustero”

“La forma es el fondo. El fondo es la forma. No establezco distinciones”

Pero sé que en sus páginas encontré algo emocionante y novedoso que está todavía por desvelar, que no importa el qué, ni siquiera el cómo, sino eso invisible que nos sujeta a las palabras, como si nunca antes hubieran sido dichas, escritas para ser leídas, leídas finalmente. No hay, curiosamente, ni una palabra que Eloy Tizón haya escrito en Velocidad de los jardines que nos pueda resultar ajena, no hay 44

Él se defiende, y parece que honestamente, diciendo que una cosa es consecuencia de la otra, y viceversa, pero lo cierto es que hay en su literatura algo olvidable en cuanto a la forma: no importa quién es Anatalia, por ejemplo, y podrías seguir leyendo relatos de Eloy Tizón sin comprender nada de lo que te está diciendo,


como un niño que recién llega al colegio y todo le resulta tan extraño, de pronto, su lengua, que le servía de herramienta para comprenderse con los demás, es también objeto de estudio, de quehacer: en los relatos sucede igual, lo que te está contando el escritor te suena desconocido, aunque puedas reconocerlo, intuirlo, porque uno está más pendiente de cómo juega con las palabras, de cómo construye y deconstruye y te engaña y te acaba llevando por lugares por los que no te habrías perdido y, sin embargo, ahí estás, totalmente absorto, ya alienado del texto que tienes delante, sólo pendiente de cómo están ordenadas esas palabras, sabiendo que no es azar, que todo está matemáticamente estudiado para que juntas formen lo que están formando: eso. No sé hasta qué punto Eloy Tizón es consciente de lo que despierta con sus embustes, de hecho, creo que no lo es en absoluto; en cualquier caso, aunque parecen textos bien estudiados y sin dejar nada a las musas de tercera división, todo queda perfectamente unido y natural, como si de siempre ese texto estuviera escrito y se mantuviera fiel. Habla de los espacios muertos de la vida, de esos segundos de silencio que no sirven para nada, nos demuestra que sí sirven, que sí hay algo cazable en lo que no se ve, en lo que a priori no existe. Así es cómo Eloy Tizón

consigue que su realidad literaria nos resulte, cuanto menos, original, porque nadie se ha dedicado a señalar con el dedo y llenar de luz esos huecos llenos de polvo que tiene la vida.

“Trabajar con el silencio, con lo no dicho, con las ausencias, con los espacios en blanco”

Es tan terrible haber olvidado la hermosura de la velocidad de los jardines, es tan generosa la memoria cuando nos prepara para volver a un lugar donde ya estuvimos y hacernos creer que es la primera vez que lo estamos, incrédulos, maravillados, pisando.

LOS VIAJES DE ANATALIA Querida tía Berta: muchos abrazos de todos, no sabes lo bien que lo pasamos ahora y Clara no se come las uñas. Mis sabores preferidos de esta semana son: la menta. Nos acordamos mucho de casa, la hierba recién cortada, el catecismo que nos enseñabas debajo de una gotera y todavía nos lo sabemos, no creas. La postal representa una puesta de sol y dos naranjos (dile a Niso que no olvide nuestra apuesta). El sitio donde vamos se llama: Establecimiento de Baños, allí los jardineros se aburren. ¿Has vacunado ya a Elmer? Hoy estamos viajando entre jaulas de faisanes. Pero hay momentos en que, no sé, conozco el peso del aire, veo la temperatura, me asusto, y entonces cruje el entarimado (perdóname los tachones), ascienden los dirigibles, y todo es una gran mancha, tía. Anatalia

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Entre paredes oscuras

Relato

por Iván Mourin Cada recoveco de su mente sólo piensa en huir. Lleva corriendo a saber cuánto tiempo, como si estuviese deambulando una y otra vez por el mismo pasillo, las mismas habitaciones. Es como si aquella casa fuese un cubo de rubik, con las paredes cambiando de forma, igual que piezas rotatorias. Y éstas le cercan; se pliegan como papel sucio, aunque realmente no se mueven. El techo decide aliarse, cayendo como un lienzo que se desprende de su marco, podrido por la carcoma que parece observarle como diminutos duendes hambrientos de su carne. Es un ratón encerrado en un laberinto, un juguete de laboratorio para aquella morada. Quiere detenerse a recobrar aire, pero los nervios se lo impiden. Le advierten que debe continuar, porque en cuanto pare, todo se cerrará en torno a él. Duda si no será eso lo mejor, pero, ¿no eternizará la pesadilla en cuanto deje de existir? Un coro de alaridos le agarra por la columna como si ésta fuese una percha, y él, una simple pieza de ropa maltrecha. Los berridos ondean por la atmósfera enrarecida, rancia y añeja, y le aporrean los oídos hasta que el derecho estalla con un chispazo de sangre que casi lo derriba. No quiere saber de dónde provienen, ni de quién o qué. Los retratos se difuminan en los cuadros; la pintura se mezcla en remolinos amorfos, componiendo una jalea uniforme. De las telas que habitan se desprende una pestilencia orgánica, macerada, caliente, de donde brotan virutas negras y azuladas. Moscas. El vapor de una nausea repentina asciende por la garganta como humo ácido por una chimenea. La tos le clava al suelo. Las piernas ceden. El jinete de su corazón hinca las espuelas con rabia, arañándole el pecho. Trata de respirar, pero aquel hedor le tapona la nariz, inundándole los pulmones. La risa ronca, atascada, mecánica, nacida de cada ladrillo, de cada tablón que sella las ventanas, de cada mobiliario astillado, anuncia el triunfo próximo. Ante sus ojos enrojecidos, la silueta de algo desconocido se forma como una bruma mohosa. Entonces sabe realmente que ha perdido; su cuerpo es el encargado de anunciarlo, aflojando el nudo que aprieta a la vejiga. Y el tiempo se ralentiza; ya le habían contado que eso sucede cuando tienes la certeza de que vas a morir. Tres segundos pueden convertirse en una hora de tensión agonizante. Y él morirá inminentemente. La bombilla encerrada en la celda de cristal que apodera la linterna se estremece, robando la escasa luz que le queda, pero no la suficiente como para que pueda contemplar cómo entre la neblina se forma una sonrisa sin dientes, de labios secos. Da un parpadeo, y la sonrisa se ensancha; con el segundo, la boca se abre, asomando una lengua que bien podría ser una mano tumorosa; y con el tercero, las paredes se cierran con su grito. 46


Relato Bécquer y el rayo de luna por Marta Gómez Garrido Las horas se colaban por la ventana con paso lento y desacompasado, susurrando pesadillas en su oído a través de la triste oscuridad, sólo rasgada por el influjo de la luna. Él aguardaba en el interior de la habitación los primeros signos de sueño, que ya estaban retrasando su presencia. En la negrura del cuarto, atisbó en el techo la figura de una mujer de blanco rostro y piel de granito. Recreó sus finos miembros de piedra tallados con el realismo de la vida. Tras haber recreado cada recodo de su cuerpo, pasó a su rostro, agraciado con la nostalgia de los sueños olvidados. Así recreó a aquella mujer de piedra, embrujado por la historia que había escuchado aquella tarde, en la que un hombre joven se dejaba mecer por el embrujo de una poderosa afrodita de piedra, atraído por su belleza marmórea, sus curvas casi reales y su rostro perfecto… un canto de sirena con trampa. Según contaba la leyenda de la que le habían hecho partícipe, el chico, quizás un oficial del ejército, había aparecido muerto una mañana junto a su amada. Le dio vueltas a la historia. ¿Verdad o ficción? Quizás ambas. Los límites de lo verosímil estaban marcados por la imaginación, que a veces transgredía las normas naturales, pero es que a veces, sólo a veces, la realidad se podía explicar mejor dando ese paso hacia lo improbable. Siguió en la cama mirando al techo. Imaginando en la penumbra las formas de aquella dama. Cómo debía ser su belleza para embrujar a un hombre, qué promesas brotarían de su mirada opaca y brillante. El ulular de un búho interrumpió sus divagaciones. Intentó ignorarlo y concentrarse en su mundo de fantasía y utopías, pero el búho se sentía con fuerzas aquella noche y emitía un sonido potente y nítido, difícil de ignorar. Se giró incómodo sobre la cama, tiró la sábana al suelo y trató de incorporar el sonido del ave a sus meditaciones, imaginando un búho alrededor de la estatua, pero sólo consiguió darle un porte tétrico, nada atractivo o interesante. Así, decidió cerrar la ventana, a pesar del calor pegajoso que fundía la habitación. Puso los pies en el suelo y sintió la madera crujir bajo su peso. Movió la cabeza con fuerza para sacar de su consciencia las formas de aquella mujer de piedra que había recreado en las últimas horas. Se levantó de la cama con paso firme, pero trastabilló con la sábana que había arrojado al suelo tan sólo unos minutos antes. Intentó mantener el equilibrio a duras penas, hasta que finalmente chocó contra un caballete de pintura y cayó al suelo con gran estrépito. Se levantó del suelo con el cuerpo y el ego dolorido. En la oscuridad no veía lo suficiente para colocar todo lo que había tirado, así que esperaría al clarear de la mañana para poner orden. Esperaba no haber roto nada en la caída. Se dirigió de nuevo hacia la ventana y la cerró con fuerza. Al girarse para volver de nuevo a la cama, observó un translúcido y brillante rayo de luna que atravesaba con atrevida belleza el cristal y se posaba en el suelo del cuarto. Tras observarlo durante unos segundos, comprobó cómo un ser comenzaba a surgir de aquella luz desvaída. Su cuerpo blanquecino se movía con tiento, como temiendo salir de la luz, y su rostro brillaba displicente en la oscuridad, atrayéndole hacia su abstracta belleza. - ¿Está bien? –le preguntó el ser. - ¿Bien? –le contestó confuso. La figura salió de la luminosidad hasta la penumbra, en la que consiguió ver sus facciones reales. Aquél no era un ser de luz y misterios, sino la mujer que regentaba el lugar, sólo un ser de carne y hueso. - Sí, oí mucho ruido y pensé que quizás le había pasado algo. Él la miró con una profunda tristeza, reconociendo por fin el límite entre la realidad y las fantasías, consciente de que los seres de luz no se presentan en esta vida. - ¿Está bien? –insistió al ver su rostro descompuesto. - Sí… no se preocupe. Ella se quedó observándolo un momento, sin terminar de creerle, pero finalmente se dio por vencida y salió de la habitación. Sin embargo no estaba bien, pero cómo explicarle a aquella mujer que eran sus sueños los que habían muerto aquella noche, cómo iba ella a entender que la luz no se atrapar. 47


Relato LA

M A L E TA D E L A V I E J A por Noemí Camblor

- Si tu madre no hubiera sido tan guarra, no te tendría que arrastrar a todos lados conmigo. Eres una carga que debió de llevar ella que para eso se bajó las bragas con aquel cagón que la dejó plantada. Si, la dejó plantada cuando supo de quien era hija. Tu padre no era un hombre, no, era un cagón, un blando, un cobarde, una asquerosidad – Esto era la primera parte de la conversación más larga que me dedicaba al día. – Y ahora tu madre, muerta. Estará descansada. Los muertos quedan tranquilos, los que quedamos somos los que llevamos su carga. Aquí tenía que estar ella, contigo, no yo. Yo ya la crié a ella y me fue más que suficiente, con lo zorra que me salió – Y esta era la segunda parte. Pero por fin se ha muerto la vieja. Muerta y enterrada. Así está la vieja ahora. No lo creería si no es porque estoy en nuestro último hospedaje, un hostal lleno de descolchados y de mierda por las paredes; sentada en la que fue su cama, la que jamás me permitía tocar cuando estaba viva pero sobre todo, lo creo porque su maleta de cuero está mirándome plácidamente desde esa silla: - Qué, chata, ¿no tienes huevos a abrirme, eh? Llevas toda la vida esperando ver qué hay en mi interior. Venga, valiente, ábreme ahora que tienes el camino libre.Me provoca la puta maleta. Creo que jamás he tocado la maleta de la vieja. Alguna vez lo he intentado pero el terror, no estoy segura de si a su contenido o a que me pillara la vieja mirando, me apartaba de ella casi al mismo tiempo que me acercaba. Claro que pregunté, sobre todo cuando era pequeña: - ¿Qué hay en la maleta?-. Entonces la vieja entornaba los ojos, me miraba con el mismo desdén con el que mira a las verduleras en la peluquería, y siempre me contestaba lo mismo – Si te atreves, ábrela, pero tienes que saber que nadie nunca antes ha querido intentarlo -. Y tenía razón porque ni siquiera a ella la vi abrir nunca esa maleta. Eso sí, fuéramos a donde fuéramos tenía un lugar privilegiado en la habitación del hostal: siempre cuidadosamente posada en una silla para que la humedad y la suciedad estuvieran bien lejos de ella, no de nosotras. Ahora que la tengo en frente, dispuesta para ser abierta, me pregunto si habré acertado en su contenido. Todas las noches dedicaba un ratito a imaginar qué demonios guarda la vieja en esa maleta. He estado acertada, posiblemente hay demonios dentro. Cómo miraba, cómo hablaba y cómo actuaba llevaba a pensar que era una mujer amargada pero yo vivo, viví, con ella desde siempre, y veía en ella algo muy misterioso: más por sus silencios que por lo que hablaba, también por sus continuas ausencias en la mirada y por aquella obsesión por una maleta que nadie más que yo conocía. Imaginé tantas facetas ocultas de la vieja que no puedo recordarlas todas ahora pero sí me acuerdo de la que a mi me pareció la verdad: seguramente la vieja salía por las noches, mientras yo dormía, y abordaba en los callejones a algún pobre inútil o a alguna perdida mujer. Los descuartizaba allí mismo, con las herramientas de tortura que había en su maleta. Como otros lo habían sido antes, la vieja era una tétrica vengadora de la verdad, una limpiadora de las calles, una asesina selectiva. De otra manera no podía explicar por qué a veces, la maleta goteaba agua, si no era por la limpieza de los útiles de asesina que llevaba dentro.

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Relato Me dejó su legado: la maleta. Me dijo: - Te dejo lo único que tengo, todo lo que ella contiene lo he guardado para ti. Tú te pareces tanto a mi… Eres la única persona que sabrá que hacer con lo que hay dentro -. Eso me dijo la vieja. ¿Igual que ella? ¿Está loca? Nadie puede ser igual de oscura que ella, igual de fría, igual de cruel, igual de… mala. No sé si reír o llorar. No sé cómo tomarme a mí misma. No sé cómo pude ser tan idiota, tan oscura, tan fría, tan cruel, tan…mala. Abrí la maleta. Cuando la cogí, goteaba. Mis manos temblaron y el corazón se me estaba hinchando tanto que creí que me iba a explotar dentro y desparramarse. Abrí un cierre, oí su “clic” amenazador, abrí el otro cierre y oí el “clic” definitivo. No pude aguantarla cerrada. De repente una catarata de agua se liberó rugiendo desde el forro de la maleta y lanzándome lejos de ella. Empapada, atolondrada, en el suelo, llorosa del terror, aún tenía más miedo a mirar dentro y, mientras el agua iba cubriendo toda la habitación, se desparramaba por las paredes, arrollaba desde la maleta con fuerza, mantuve los ojos bien cerrados. Cuando el estrépito paró, cuando el agua me cubría hasta el pecho, cuando empecé a sentir una agua templado medio metro por encima del suelo, cuando todo estaba empapado, abrí mis los ojos lentamente y vi lo que antes nadie había querido ver. El agua trepaba hacia arriba por las paredes, blanca, como una sábana usada para un cine de verano. En ella se iban formando imágenes tan claras como el mismo agua. Detrás de la cama podía ver a mi abuela cogiendo en brazos a mi madre, besándola y riendo en lo que parecía el jardín de nuestra casa. En frente de la ventana, el agua subía por la pared y formaba a mi abuela como una mujer joven, dormida en brazos de un hombre rubio y elegante que yo jamás había visto antes. Por encima y detrás del armario, vi la imagen de mi abuela en agua de colores, desnuda en la playa, mojado el cabello, esbelta y guapa como nunca creí que habría podido ser. En el suelo, dibujada en las hondas mojadas estaba yo, y estaba ella, cepillándome el pelo, sonriendo mientras me enseñaba lo que parecía mi vestido de boda. Y, entre las ventanas, subía el agua para tejer unas cortinas rojas de teatro entre las que estaba mi abuela digna y atrayente, envuelta en un vestido azul lleno de brillantes, con el traje con el que nadie la hubiera imaginado, cantando algo tan intenso que le humedecía los ojos. Todo eso es lo que mi abuela me dejó. Todo lo que tenía y, a la vez, lo que era la maleta: el lugar donde guardó, apartados del dolor, la mugre y la desidia, los sueños que la mantuvieron viva para estar, para siempre, flotando a mi lado e inmersa en mí.

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Granite & Rainbow .................... 23.I.2011 ............................ #10


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