G&R #16

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Dirección y edición Ainize Salaberri salaberri@graniteandrainbow.com Coordinadora sección tema central, columnas de opinión y reportajes Consejo editorial Fusa Díaz fusadiaz@graniteandrainbow.com Coordinadora secciones Literatura e Internet (blog y twitter del mes), talento del mes, recomendaciones y novedades Ignacio Ballestero iballestero@graniteandrainbow.com Coordinador sección entrevistas

Maquetador Jordi Puig Forcada jordip66@hotmail.es Diseño logo y portada Inge Conde inge_conde@hotmail.com Redactores (orden alfabético): Laura Alonso Ignacio Ballestero José Braulio Fusa Díaz Ana Feito J. Álvaro Gómez Marta Gómez Garrido Alejandro Larrañaga Pedro Larrañaga Marga Martín Begoña Martínez Ainize Salaberri Alba Stephen Iraide Talavera Salvador J. Tamayo Elena Triana

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http://theanimalarium.blogspot.com/2011/03/shaun-tan.html SHAUN TAN

STAFF # 16

Dicen de la gula que es un desorden: de comidas, de no comidas, de alimentos, de no alimentos. Añado: no es la gula el único desorden; la literatura también lo es. La literatura siempre es un desorden. Son las palabras las que se meten en tu interior, tejen recuerdos de letras en tus huesos, y anidan para siempre en el subconsciente. También hay gula de literatura. Y esa gula es la que encontramos en este número 16. Una gula tremenda, enorme, imparable, de libros, de gustos, de sabores. No se encontrará aquí amor por nada más que por un buen plato de libros. Resulta que somos adictos. Tenemos un trastorno. Nuestro pecado se ha metido en la cama con otro pecado, y juntos son una bomba. Eso es la literatura, esa es la revelación: la literatura es un buen plato de comida: alimenta, sana, nos hace crecer. Lo mejor de todo es que se enseña sola, es una modelo de pasarela: de la misma manera que un plato nos lleva a otro plato, un libro nos lleva a otro libro. Y, en este caso, a otro número. La gula, a veces, nos salva de vivir. La literatura nos salva de morir. Y si morimos, que sea con un trozo de chocolate derritiéndose en la boca, y con un libro derritiéndosenos en las manos.


Sumario #16

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Talento del mes Literatura en internet Columnas de opini贸n Entrevista: Espido Freire Reportaje: Best Sellers Gula Entrevista: Lena Yau Reportaje: 驴A qui茅n le amarga un dulce? Espejos Entrevista: GRUNDmagazine Reportaje: La literatura, el alimento del cine Recomendaciones Novedades Tabl贸n de anuncios

Reuters


Talento del mes

Gemma Solsona (1977, Barcelona)

VALGUAMAR, cuentos de lugares, amores y difuntos

Gemma Solsona es una de las autoras de Valguamar, un libro compuesto por doce relatos, horneado en el Aula de Escritores de la Ciudad Condal, con la colaboración de Tebu Guerra y las ilustraciones de Iratxe Fernández, Judit García-Talavera y Xavier Casals. Será por eso, porque está hecho a fragmentos, a pedazos, que este libro está lleno de todos nosotros. Con un rincón habitable para cada uno, las historias se agrupan en torno a tres lugares que alguien olvidó trazar en el mapa: Valparnaso, Guacamalindo y Maronía. Historias donde lo inesperado cobra vida y cualquier cosa puede ocurrir. Cajas que encierran el crimen en su interior. Bosques en los que más vale no entrar. Apuestas que duran más de cien años o brujas de las que la muerte parece haberse olvidado. -¿Cómo se conjura (éste es el mejor verbo para hablar de Valguamar) un libro como éste, con tantos retales, tantas personas? ¿Se crea la historia en base a la ilustración o viceversa; hay comunicación entre los dos autores? Me gusta lo del conjuro... Pues quizá definiría Valguamar como un conjuro hecho de esfuerzo y de prodigiosas casualidades. Naturalmente escribir posee una parte considerable de esfuerzo, de constancia, de correcciones y revisiones... Y este libro no fue una excepción. Pero a la vez, y en algunos casos sin que apenas nos diéramos cuenta, muchas de las piezas del puzzle que es Valguamar vinieron a nosotros de una forma imprevista, casi mágica. Para mí la escritura siempre tiene algo de magia. La encuentras en esa casualidad que te hace descubrir una historia, tu media naranja literaria, en una nota de prensa escondida en un diario gratuito, en un recuerdo infantil o en la historia que explica por teléfono la persona que se sienta a tu lado en el bus. Y en el caso de Valguamar esa chispa no sólo me sorprendió a la hora de hallar la inspiración para los diferentes cuentos, sino en la manera cómo el libro fue tomando forma. Tebu Guerra y yo nos conocimos como alumnos del Aula de Escritores y allí coincidimos con un grupo muy heterogéneo de “locos por las letras”, como me gusta llamarlos. Los dos pronto nos dimos cuenta de que algunas de nuestras historias coincidían en darle una importancia clave a la atmósfera, a los lugares en los que se desarrollaba la trama. Y así, lectura a lectura y comentario a comentario, fue surgiendo la idea de crear un libro

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en el que los protagonistas fuesen los lugares donde las historias suceden. Poco a poco, fuimos construyendo Valguamar como una “ruta”, de cuento en cuento, alrededor de tres lugares muy diferentes entre sí y con una personalidad marcada que influye decisivamente en cada relato. Valparnaso, oscuro y dramático. Guacamalindo, insólito y mágico. Y Maronía, una isla misteriosa y con un toque de leyenda. A partir de entonces cada uno trabajó sus cuentos por separado, pero la comunicación entre los dos fue básica para dar forma a la estructura general del libro. En cierta manera fue como si Tebu y yo hubiéramos emprendido un viaje imaginario del que compartimos el recuerdo de nuestros cuentos. Y para completar los “souvenirs” de este viaje sólo nos faltaban las “fotografías”… Una de nuestras premisas comunes era que las escenas se pudiesen casi oler, ver o tocar. Y al final nos dimos cuenta de que algunas historias no se leían, se veían, y que, por tanto, por qué no, podían ser ilustradas. Y así, paso a paso, el azar nos llevó a unir todas las piezas del puzzle y completamos el “conjuro”. Iratxe, Judit y Xavier, nuestros tres ilustradores, interpretaron perfectamente los singulares universos que forman las escenas y los personajes de Valparnaso, Guacamalindo o Maronía, y a partir de los cuentos realizaron las ilustraciones. Estoy convencida de que gracias a su gran trabajo reforzamos la personalidad de cada lugar, y lo cierto es que ver cómo nuestras palabras se transformaban en imágenes fue uno de los mejores momentos del proceso de creación de Valguamar. -Ambos os habéis encontrado en el Aula de Escritores. ¿Cómo es la experiencia en un taller de escritura? Pienso que un taller de escritura, a la vez que enseña, empuja a hacer aquello que en tantas ocasiones olvidamos que es lo más importante para construir una historia: escribir. Parece una perogrullada, pero todos aquellos a los que nos gusta “jugar” con las palabras sabemos que, frecuentemente, la cabeza bulle con ideas (algunas puede que hasta nos parezcan realmente buenas). Aunque no resulta nada sencillo encontrar el momento ideal para ponerse a escribir. Excusas, casi siempre. Y así te dices que el lugar donde estás no es el más adecuado, que mejor escribes después de tomarte un café o

que a lo mejor la conjunción astral no es la idónea para romper el cerrojo de la página en blanco. Pero todo eso se minimiza en un taller de escritura. Naturalmente aprendes las técnicas para dar forma a tu novela o a tus cuentos. Te dan consejos sobre cómo construir una escena, dibujar tus personajes o estructurar un argumento… Pero sobre todo las clases son un intercambio de opiniones, de ideas, de inspiraciones, entre profesor y alumnos. Y cuando finalizan, sales con la cabeza llena de ideas y unas terribles ganas de ponerte a escribir. Y eliminas cualquier excusa con tal de poder leer lo que has hecho cuando te toque la próxima clase. Por esto creo que los talleres de escritura son un lugar ideal para aquellos que, con el objetivo de explicar una historia, podemos pasarnos horas ante un ordenador, esforzándonos en ordenar el rompecabezas de letras que aparece en la pantalla. Porque son el lugar perfecto para aprender, y sobre todo, para escribir. -¿Hay algo de Gemma en Valguamar o es todo ficción? ¿Hasta qué punto la creadora se distancia de la que crea y puede convivir con sus personajes? Valguamar es ficción, pero supongo que cuando escribes siempre dejas algo de ti en la historia. Me explico. Incluso en esa decisión consciente de escribir una historia realista o fantástica la elección final es sólo tuya. En mi caso siempre me ha gustado la fantasía. Considero que el día a día ya nos obliga a tener los pies en el suelo, así que cuando escribo me gusta tener la cabeza en las nubes. Y supongo que esto también dice algo de mí. Además están las referencias literarias y aquello en lo que te inspiras para crear tus personajes y el imaginario que los rodea. Ahí supongo que ya entra en mayor medida el subconsciente, lo que te gusta, te asusta o te preocupa, muchas veces sin que te des cuenta. Y, aunque se trate de ficción, supongo no puedes evitar ir filtrando en las palabras que escribes algo de ti mismo, de lo que sientes y de tu personal interpretación del mundo, aunque sea a través del camuflaje de la fantasía y la imaginación. A Valguamar entramos directamente por el libro, publicado por la editorial Hijos del Hule, pero también podéis encontrar información sobre Gemma, Tebu y sus ilustradores en un blog: http://valguamar.wordpress.com. El que no tenga prejuicios para con la magia y el secretismo de las brujas tiene las puertas de Valguamar bien abiertas... 5

Selección La Otra Muerte de Matías Pinto Valparnaso entierra a Matías Pinto sin saber que en realidad sigue vivo, y que su intención es escapar de un destino impuesto desde el día en que conoció a Isabel Mejías, su prometida. Ahora él espera en su tumba a que vengan a rescatarlo. En el Fondo del Río Cuando encuentran a la hija de Santos Mejías muerta en el río, con las manos y los brazos tintados de rojo, se desteje la historia de los pecados de su padre para saber quién la ha matado y por qué. Miranda y la Caja Mágica Un niño lleno de fantasías se enamora de una compañera de colegio, Miranda. El día de su primera comunión ella desaparece. Sólo él adivina lo que ha pasado realmente con la niña, pero nadie le creerá hasta que la fantasía y la realidad se junten para desvelar cuál fue el destino de Miranda.


Blog del mes LIBROSFERA http://librosfera.blogspot.com Sfer (Barcelona)

mensaje en una de las entradas: http:// librosfera.blogspot.com/2006/04/ soizick-meister-i.html) o poder asistir a eventos literarios (como participar en una mesa redonda en un Liber o ir a la entrega de los premios Qwerty). De todos modos, todo eso es secundario a Librosfera, y el blog sería tal y como es aunque no hubiera conseguido nada de eso y tuviera solo 3 seguidores. Librosfera es principalmente para mí y... parece que da la casualidad de que comparto gustos con mucha gente. Para Granite & Rainbow es un verdadero placer poder contar con un blog como Librosfera, donde todo pasa por un embudo literario y se convierte en objeto libresco. Como si fuera el amor a los libros una forma de vida, un pequeño vicio particular y coqueto. No nos queda otra que invitaros a formar parte de él: es como pasear por diferentes países, todos ellos representados con la misma bandera.

En Librosfera hay eco para todas las formas de literatura, y cuando digo formas incluyo las letras, sí, pero también las imágenes, los tatuajes corporales, las tazas, pintadas en la pared. Hacemos un alto en el camino de los blogs personales y literarios (entendiéndose por creación propia) y le damos voz a un espacio donde vida y literatura conviven amorosamente. Sfer dice que le gusta leer, coser y navegar (virtualmente), y de ello da parte en su blog. Desde fragmentos de libros, pasando por discursos de escritores, hasta fotografías de libros y lectores, en Librosfera encontramos un mundo entero dedicado a lo mismo: provocarnos, literal y literariamente. -Bajo el blog hay una declaración de intenciones: “La literatura, la poesía, la palabra, es todo lo que tenemos para sobrevivir”. Entonces, ¿Librosfera es el lugar ideal para armar un buen refugio? Así ha sido para mí durante estos casi seis años que llevo blogueando en Librosfera, y es lo que espero que encuentren los lectores que se acercan a este espacio. Han cambiado muchas cosas, pero creo que la esencia sigue siendo ésa: que sea un lugar donde aquellos que amamos los libros y la lectura podamos encontrar nuestro necesario “chute” de literatura para seguir adelante. Por cierto, que no puedo dejar de mencionar que la frase es de un autor que nos dejó hace muy poquito, Juan Farias, al que yo descubrí hace un año y que desde el primer libro se hizo un hueco entre mis indispensables. -La literatura es fundamentalmente lo que hay dentro de un libro, pero has conseguido otras formas de

literatureidad en tu blog, dando igual importancia a imágenes, fragmentos y cosas cotidianas. Como si la vida se pudiera vivir siempre a través de la lectura. Bueno, en ese sentido estoy segura de que muchos piensan que la literatura es como otras muchas aficiones, y que quien está detrás de Librosfera es una “friki” de la literatura como lo podía ser de la cocina, los gadgets, el cine, el deporte... Uno puede vivir siempre a través de aquello que le apasiona, y yo lo hago a través de los libros en un sentido muy amplio de la palabra: un libro es un soporte para ideas, independientemente del medio que se utilice para transmitirlas (el dibujo, la fotografía, la palabra...), pero también es un objeto, un icono que está presente muy a menudo en nuestra cultura visual. En Librosfera me gusta mostrar tanto el continente como el contenido. -¿Qué caminos abre un blog como Librosfera? ¿Hasta dónde llega? Con 630 seguidores (hasta ahora), te habrá abierto puertas que desconocías, supongo. ¿Cuál es la intención de la persona que se esconde tras este blog, de haber alguna? Detrás de Librosfera sólo estoy yo, así que Librosfera llega hasta donde yo quiero llegar, o más bien hasta donde yo puedo llegar, porque a veces me gustaría que fuera más allá, pero el día tiene 24 horas y yo tengo un trabajo y otras obligaciones a las que atender y no siempre puedo dedicarle todo el tiempo que me gustaría... A pesar de eso, sí, Librosfera me ha traído muchas y gratas sorpresas, como conocer a gente que nunca pensé que conocería (todavía recuerdo la sorpresa que me llevé cuando Soizick Meister dejó un 6

Selección Por eso son tan peligrosos los malos libros, sobre todo las malas novelas. Porque no exploran territorios, no nos separan de nuestro vivir privado, sino que nos muestran una réplica, una mera repetición de los tópicos comportamientos de nuestra vida personal. Nos dan pasado, no futuro. Nos dan lo conocido, no lo desconocido. Y la literatura debe ser el terreno de lo desconocido, del ir hacia delante; y nosotros, lectores, debemos tener el valor de aventurarnos en él. De otro modo, seremos torpes y perezosos. Y con lectores así, la literatura no podría sobrevivir. MAR GARCÍA LOZANO


Twitter del mes

Un libro al día: @unlibroaldia

Un blog sobre libros, escrito por gente a la que le apasionan los libros. Cada día, una nueva reseña.

no han sabido gestionarlo, véase el bluff de Libranda). Las editoriales pequeñas, en cambio, tienen la ventaja de su mayor adaptabilidad, pero tendrán que darse prisa para posicionarse antes de que se acabe el reparto del pastel. En @unlibroaldia no sólo vamos a tener acceso a las reseñas diarias que nos ofrecen desde el blog, sino que vamos a poder tocar siempre a una puerta que Santi Pérez mantiene abierta para nosotros. Preguntas, sugerencias o curiosidades, en Un libro al día siempre se hacen eco. ¿El éxito? La respuesta de los que le siguen: no te quedes atrás.

Selección Un libro al día: Ricardo Menéndez Salmón: El corrector El twittero de este mes podría haber aparecido como blog destacado, también, porque en Un libro al día tienen de todo: blog, perfil de Facebook y Twitter. Sin embargo, es en este último medio donde le hemos conocido, y creemos que su labor para con la literatura se desarrolla de una manera más interactiva y espontánea en él. Subiendo primorosamente cada día una reseña en su blog y publicándolo en sus cuentas, en Twitter, además, lanzan preguntas, dan soluciones y relacionan necesidades con necesitados. En el centro, intacta, la literatura. -No sé si estarás de acuerdo con nosotros en que es en Twitter donde se desarrolla mejor y más activamente tu labor libresca. Sin ir más lejos, el otro día diste parte de qué editoriales aceptan manuscritos, y cuáles son las condiciones que ponen para ello. Creo que Twitter y, en menor medida, Facebook, nos ha permitido entrar en un contacto más directo con nuestros lectores. Al principio nos limitábamos a escribir el blog y publicar nuestra reseña al día, y los lectores, a veces, hacían comentarios allí (que no es poco). Ahora, Twitter nos permite hablar directamente sobre libros con una comunidad importante de lectores, escritores, editores, blogueros… Resulta muy gratificante lanzar una pregunta al vacío cibernético, y que lleguen varias respuestas de personas que nos siguen, sin conocernos: se crean diálogos muy interesantes y desde perspectivas muy distintas. Por otro lado, egoístamente, gracias a Twitter ahora estoy más informado que nunca de la actualidad literaria nacional e internacional… -En Un libro al día se esconde una sola voz tras el correo, Facebook y Twitter; sin embargo, en el blog participan diez personas. ¿De qué manera llegan esos colaboradores? ¿Está abierta a todo el mundo? Sí, Un libro al día es un ser de diez cabezas y veinte manos (si no, sería imposible

mantener el ritmo de publicación de una reseña al día), pero las cuentas de Twitter y Facebook son fundamentalmente unipersonales. El equipo del blog no está cerrado a nuevas incorporaciones: de hecho, comenzamos siendo tres y ahora somos diez. Cada cierto tiempo introducimos personas nuevas, normalmente buenos lectores que son amigos o conocidos de alguno de los miembros ya activos del blog; pero tampoco queremos convertirnos en un blog multitudinario, porque pensamos que con eso perderíamos personalidad: queremos que la gente pueda seguir reconociendo a los autores del blog con sus gustos, estilos y manías. En cambio, lo que sí aceptamos son colaboradores ocasionales: personas que escriben una reseña de forma puntual o esporádica, nos la mandan y la publicamos (con su firma, obviamente). -¿Crees que el futuro de la literatura pasa por las nuevas tecnologías? Las nuevas y pequeñas editoriales no necesitan tanto capital para publicitarse, si saben cómo usar eficientemente las redes sociales, o así nos parece. Creo que hay que ser cauteloso en cuanto al efecto de las nuevas tecnologías (que ya no son tan nuevas) y el mundo literario, y sobre todo editorial. Yo soy bastante optimista, sobre todo porque no soy un enamorado del libro como objeto, sino como contenido (y porque no tengo ningún amigo librero, que son quienes más van a perder con esta transición). Efectivamente, las pequeñas editoriales pueden aprovechar los nuevos medios para establecer una relación directa con sus lectores potenciales, para difundir su catálogo, contactar con nuevos escritores y publicar sus obras en formato digital, con la reducción de costes que ello supone; pero en todo caso esto es un proceso lento (los hábitos del público lector no van a cambiar de un año para otro) y en el que las grandes editoriales siempre tienen la ventaja de su tamaño y recursos (aunque por ahora 7

“La flecha del tiempo” de Martin Amis cuenta la vida de hombre al revés, de la vejez a la infancia. ¿Conocéis más casos parecidos? A cuenta de la polémica Kodama-Fernández Mallo, ¿qué pensáis? ¿Se equivoca la viudísima dando publicidad al postpoeta? Un libro al día: Marie Luise Kaschnitz: Lugares Un libro al día: Emma Donoghue: La habitación Leyendo a Francisco Ayala, que la verdad, me parece un novelista estupendo perjudicado por un estilo que se ha quedado anticuado... Un libro al día: Percival Everett: X Un libro al día: Zoom: El gran cuaderno, de Agota Kristof Acabo de terminarme “La maravillosa vida breve de Óscar Wao” de Junot Díaz. Muy bueno, de lo mejor que he leído últimamente. Habrá reseña. Un libro al día: Franz Kafka: Dibujos Un libro al día: Eloy Tizón: Velocidad de los jardines 1/3 Una amiga me preguntaba ayer por editoriales españolas que se atrevan a publicar a escritores jóvenes noveles. ¿Qué le responderíais? 2/3 Dicho de otra forma: ¿a qué editorial enviaríais un manuscrito si fuerais un(a) escritor(a) joven y hasta ahora inédito? 3/3 Y al revés, para las editoriales tuiteras: ¿aceptáis manuscritos de escritores jóvenes e inéditos? ¿De cualquier género y condición?


Opinión

Los últimos días de… un embarazo

Pedro Larrañaga

Los últimos días del embarazo fueron los primeros días en los que el miedo se hizo presente, como si fuera un ente sólido, algo físico y tangible que se hubiera instalado en mi interior. En el pecho, debajo del corazón, sentía ese cuerpo frío como un compañero para toda la vida, uno que cuando se hincha me oprime un poco el corazón. Sin embargo, mi miedo, ese miedo, no es un miedo irracional, angustioso y obsesivo. No es ese tipo de miedo que te lleva a disparar en la oscuridad y matar a una sombra, para descubrir al encender la luz el cadáver de tu propio reflejo junto a Peter Pan. Es un miedo que ya conocías, del que te han hablado tus padres intentando explicarte cómo ellos sentían lo mismo contigo. Porque ser padre es conocer el miedo. Escribir sobre mis padres me hace recordar mi niñez. Los libros que hoy se amontonan a mi alrededor compartían ayer espacio con los cómics, con esas viñetas e historietas que nunca han sido tomadas demasiado en serio, pero que tenían, y tienen, muchas más verdades de las que todos queremos aceptar. Me encantaba leer a Mortadelo y Filemón. Me apasionaban Astérix y Obélix, cuyos libros me regalaba mi padre como esa forma de comunicación particular que siempre hemos tenido. Fue en uno de esos libros de Goscinny y Uderzo cuando me encontré por primera vez con el miedo. Con un miedo del que se hablaba a las claras, que se ponía encima de la mesa para intentar comprender su significado. De pequeño, jamás estuve en una conversación en la que los adultos me hablaran tan claramente de él. De hecho, ahora que ya estoy más cerca de ser viejo, sigo sin haber estado en esa conversación. Pero volvamos a la Galia, porque fue allí donde no le temían a hablar del miedo. En “Astérix y los normandos”, esa tribu del norte de Europa que pasaba por ser la más valiente del mundo conocido: acudieron hasta aquella pequeña aldea que no había sido ocupada por los romanos para conocer el miedo. Conocieron los efectos de la pócima mágica y la fuerza de Obélix y sintieron por primera vez qué significa temer algo más grande que uno mismo. 8

Todo el sistema de creencias de aquellos normandos se tambaleó con el descubrimiento. Eso es lo que tienen los cómics, que explican la realidad, convierten en palabras e imágenes un mundo a veces difícil de comprender. Un mundo extraño del que nunca nadie me habló más claramente que Calvin y Hobbes desde una tiras cómicas que son auténticos ejercicios de filosofía. Una filosofía deliciosa, sutil, cargada de imaginación e ironía, que nada tiene que ver con la intencionada aridez o complejidad de Kant, Hegel o Adorno. Ellos han estado conmigo y, en estos últimos días del embarazo, vuelvo a ellos en busca de las mismas respuestas que me dieron un día. Son los últimos días de este embarazo que hará posible que Carla llegue a este mundo, que sea un sueño hecho realidad que pueda coger entre mis brazos. ¿Qué no daría cualquiera porque todos los sueños se pudieran coger en brazos, arrullar y decirles que no pasa nada, que siempre estaremos ahí para protegerlos? Puede que si eso fuera posible hubiera más sueños en el mundo. Porque los sueños, como los bebés, nacen indefensos y somos nosotros quienes debemos protegerlos y cuidarlos, para que un día pueda valerse por sí mismos y salir de nuestro lado para ser el sueño de muchos otros. Leyendo los cómics busco a ese niño que fui. Quiero estar seguro de que está aquí conmigo en los últimos días de este embarazo, mientras una máquina busca el latido de Carla para decirnos a mí, al niño que está a mi lado, y a ese miedo que crece oprimiéndome el corazón, que todo está bien, que los tres podemos estar tranquilos. Leo y busco en Mortadelo y Filemón, Astérix y Obélix, en Calvin y Hobbes, en “The Sandman”, las palabras que un día me permitirán hablar con mi hija en su misma lengua, en ese idioma mágico de los niños. Las busco para decirle a Carla que, como a mis sueños, voy a ser yo quien se encargue de protegerla y cuidarla, para que un día pueda separarse de mi lado sabiendo lo que es el miedo, pero sin permitir que éste le oprima el corazón que late dentro de su pecho, al igual que hicieron los valerosos normandos.


Opinión Ayer me encontré con una vieja amiga a la que hacía tiempo que no veía, en un lugar poco familiar para ninguna de las dos. ¿Qué hacía ella en Santander? Ella se estaría preguntando lo mismo sobre mí; aquella rara coincidencia parecía una sorpresa del destino. El reencuentro se celebró con un buen café, acompañadas de nuestras respectivas parejas. Su novio era un auténtico perforador de oídos. Nos miraba con el maxilar inferior contraído en una mueca de asco, mientras hincaba las bizcas paletas en un pincho de tortilla y se le quedaba clavado el pan en las hendiduras de sus dientes. Yo la miraba buscando alguna explicación. Tal vez su acompañante fuera rico, o un buen amante; quizá ocultara un refinamiento burgués bajo aquella masa de tópicos revueltos con huevo. Ella, sin responder a mi perplejidad, lo miraba engullir con embeleso. La espectadora arrobada de aquel mostrenco no era mi amiga, era otra persona. De vuelta a casa, trasladé mi preocupación a mi novio. Si el reencuentro se había producido, tenía que haber algún motivo. Esa unión debería haber vuelto a tejer los lazos deshechos hacía ya quince años, en lugar de convertirnos en dos entidades ajenas. Él conducía sin prestar mucha atención a mi confusión. En su opinión, el habernos topado respondía sólo a la casualidad; a una casualidad muy pesada, si le permitía el comentario. Durante varios días, no podía parar de cavilar sobre el tema. En los libros que había leído, las cosas ocurrían por algo. Si al salir del trabajo la protagonista bajaba las escaleras del metro a todo correr, tropezaba y se torcía el tobillo, era porque la iba a llevar al hospital un chico guapísimo que, casualmente, era médico. Si el narrador era tan vago que en su nevera no había ni gaseosa, era porque los luminosos bares de la ciudad le obligaban a saltar a la calle y embarcarse en una aventura etílica. Incluso un hecho tan inverosímil como la caída de un suicida sobre un transeúnte era explicado como un ardid para propiciar la amistad entre dos personajes (aderezada con un muy sugerente rechinar de huesos). Me entraron ganas de culpar a quien estaba escribiendo mi vida. Aquel que movía los hilos de la realidad era un arlequín sacándonos la lengua, exponiéndonos a un azaroso sino sin resolución. Quise rebelarme a base de buscar la causa de las acciones más pequeñas: si me ponía los calcetines verdes de la suerte y después me daban el pan más crujiente en la panadería, debía dar las gracias a los calcetines. Si aquella señora de aire misterioso estaba leyendo mi libro favorito en el metro, era porque por fin había dado con mi álter ego y tenía que evitar a toda costa que se bajara en la siguiente parada. Cuando intenté retenerla, el bufonesco azar volvió a reírse de mí: al sentir mi mano tímida sobre su hombro, agarró su bolso con firmeza y, con cara 9

asustada, se perdió de vista para siempre. Aquel episodio me dio tanta vergüenza que llegué a un armisticio con aquel insolente dramaturgo que, ante el menor índice de insubordinación, me pagaba con la moneda del despropósito. Sin darme cuenta, fui enamorándome de los disparates que introducía en mi rutina, hasta que un buen día me alié con él. Empecé a seleccionar al azar la ropa que me pondría al salir a la calle, dejé de poner el despertador y de planear los viajes. Las consecuencias no se hicieron esperar: la gente se giraba para mirar a aquel adefesio vestido con gorro de lana en pleno agosto, mi jefa me advirtió de que me despediría si volvía a llegar tarde al trabajo, y el coche se me quedó sin gasolina en un pueblo manchego de no más de diez almas. En ese momento, decidí recobrar el protagonismo en mi vida. Salí al encuentro de alguien que pudiera ayudarme, y el azar me proporcionó a un amable paisano, que se ofreció a traerme combustible de la gasolinera más próxima. De vuelta a casa, con el coche bien alimentado y mi música favorita ululando a través de las ventanas, vi que la mismísima personificación del azar hacía piruetas y muecas en el arcén de la carretera. Reduje la marcha y me acerqué cautelosa: “Llévame contigo”, me dijo. “¿Por qué habría de hacerlo, pésimo narrador de mis días?”, le contesté risueña. “Porque formamos un buen equipo, ¿no crees?”

Escultura “El Arlequín” de Zyllan http://www.flickr.com/photos/zyllan/4422832355/

Es caprichoso el azar

Iraide Talavera


Opinión

Salvador J. Tamayo

“El progreso es la injusticia que cada generación comete con respecto a la que le precede”

Los nazis también lloran

Cioran A principios de año el gobierno francés anunció, a través del ministro de cultura Mitterand, su decisión de sacar de la lista de celebraciones nacionales al que fuera uno de los mejores escritores franceses del siglo XX, -que me disculpe Proust-, LouiseFerdinand Céline. Fallecido hace cincuenta años, el motivo de la damnatio memoriae es su antisemitismo y su colaboracionismo con el régimen nazi en los días de ocupación. Vargas Llosa escribía al respecto, el 30 de enero en El País: “Céline fue, políticamente hablando, una escoria. Pero también un extraordinario escritor”. El nobel peruano no podía explicarlo de mejor forma. ¿Un escritor es lo que escribe? Por supuesto. ¿Se debe negar el valor literario de un escritor sólo por la aversión que nos provoca su ideología o el cómputo de sus valores morales? En absoluto. De ser ciertos los rumores de que Céline delató a judíos que cayeron bajo el asqueroso yugo nazi –aún a día de hoy no se ha podido probar nada-, podríamos decir que fue un tremendo hijo de puta, pero no un mal escritor. Por ello no hay que ningunear algunas de sus obras, geniales por cierto, como: “Viaje al final de la noche” (1932) o “Muerte a crédito” (1936). Siguiendo con el ejemplo de Céline, era un dandy al que le horrorizaba eyacular, que se dejaba llevar por sus palabras –a veces ni siquiera las creía- y, como la mayoría de los dandys, jamás tuvo una ideología encasillable en un grupo determinado, más allá de su propio imaginario personal. Se nutría de un humanismo exacerbado, dominado por el narcisismo, la sordidez y la insolencia; fiel defensor de la llamada “aristocracia de la desgracia”. Estuvo, al igual que su amigo Cioran –al que llamaban “el cortesano del vacío”- entre la ambigüedad, la decadencia, el pesimismo y la sombra (“El que crea que la filosofía debe ser optimista me da mucha lástima”). Cioran defendió la dignidad del suicidio, más allá de lo que puedan imponer religiones y supercherías, aunque no lo consumó nunca y falleció de muerte natural. Otro motivo, sin duda menos molesto, por el que se podría condenar la literatura de ambos. ¡Señores, no los lean, son nazis que incitan al suicidio! Siendo coherentes, el gobierno francés debería condenar al olvido a otros personajes acusados de antisemitismo como: Shakespeare, Quevedo, T.S. Eliot, Cioran, Balzac, Pío Baroja, Günter Grass, Ezra Pound y ¿por qué no?, pongámonos quijotescos, obviemos incluso al sumo pontífice Benedicto XVI al ser sensible de sospechas por actitudes de dudosa moralidad –en el sentido judeocristiano del término- y por su pasado en las SS. Incluso siendo fiel para con sus intereses nacionales, Francia 10

también debería condenar a Jean-Paul Sartre por su posicionamiento a favor de los secesionistas argelinos; pero evidentemente ni en Francia ni en ningún otro país que se me ocurra, coherencia y Estado han ido casi nunca de la mano. El escritor tiene la difícil tarea de vivir y de interpretar el mundo en cuanto a su propia condición de ser, de moverse entre el pesimismo y la infamia como el último superviviente de sí mismo. Buscar quizás la armonía con su propia visión de la realidad y, obviando estúpidas excusas situacionistas que puedan otorgarle inmunidad ante el tiempo y la historia, ser consecuentes con su literatura y con su pensamiento. Sea el que sea, aunque a veces duela. Los ejemplos que mencionaba anteriormente demuestran que ser “buena persona” –en un sentido extremadamente naif, cándido y absurdo- no está reñido con la calidad literaria. No hay que ser buen ciudadano para ser buen escritor, de hecho suelen escribir más canallas que valientes. Gracias al cielo, lo que tengan que decir los santurrones no le interesa a casi nadie, al menos a mí no me interesa. No me interesa la condena que puedan hacer sobre la condición sodomita de Gil de Biedma. Me interesan sus versos tan sangrantes, tan humanos, cuando escribe: “Y al dormir/te apretarás contra mí/como una perra enferma”. La misoginia de Schopenhauer o la de Houellebecq y su condición de pornógrafo me traen sin cuidado, aunque tengamos en común algo más que el amor a la literatura. La forma en que disecciona la sociedad que nos ha tocado sufrir, eso es lo que me interesa de Houellebecq. Hay casos en los que la excelencia personal y la calidad literaria brillan por su inexistencia, como es el caso de Fernando Sánchez Dragó, a quién le hubiera tolerado su bravuconería cuando afirmó orgulloso, haberse acostado con “dos zorritas de 13 años”, si a raíz del patético encuentro hubiera escrito algo decente y no se hubiera dedicado a hacer el idiota. Dalí franquista declarado, ¿y qué? Los prejuicios de muchos intelectuales de izquierda y de derecha –aunque los encuentro más presentes en compañeros de izquierdashacen de su “onanismo cultural”, su mayor flaqueza. La última función de la literatura es la de “dar ejemplo” de buenas costumbres, todo lo contrario, eso se aprende en casa. La escritora Lola Gauloise dijo en 1999: “La calle y los libros, son escuelas de canallas”. Y en cierto modo, tiene razón.


ISABELLE CARO

Sobre “Cuando comer es un infierno” n Ainize Salaberri

Espido Freire


“Comencé a escribirlo (el ensayo) por casualidad. Buscando información para otro ensayo encontré decenas de páginas web pro anorexia.” ¿Cuál fue su primera reacción al encontrar este tipo de webs, y ver que lo que usted creía un caso excepcional, el suyo, vivido en la adolescencia, tenía nombre y más gente que lo padecía? Fue una de las pocas epifanías en las que tuve conciencia de que nada ocurría por casualidad y en la que me di cuenta de que yo no sería feliz si no reaccionaba como lo hice. En apenas segundos había tomado la decisión. “Cuando comer es un infierno” es un libro duro, muy duro, y doloroso. También muy necesario. ¿Cómo se acerca un escritor a estas historias y cómo es la experiencia de hacerlo? En mi caso, significaba no sólo revisar mi caso (aunque no hablo de él de manera directa en el libro), sino también asumir de manera pública un problema mental y de comportamiento. No me resultaba sencillo. Hacía poco había ganado un Planeta y mi imagen era intelectual, algo distante, y desconectada de problemas o polémicas. En una entrevista dijo: “Me interesan muchos temas relacionados con la sociedad, y escribo sobre ello sin inhibiciones.” ¿Le gusta ser la voz de los que no tienen voz, como los mileuristas o los bulímicos? No, pero veo que nadie más habla de ello de manera analítica, real y sin concesiones políticas o personales. Por mi gusto no hubiera escrito sobre ello, pero creo que el autor debe arrogarse una cierta responsabilidad social. Nunca he deseado ni deseo ahora ser abanderada de nada. ¿Cómo ha pasado el ser humano de una anorexia con valores místicos y espirituales a rendir culto al cuerpo de una manera tan excesiva, tan antinatural? ¿Cómo ha pasado la sociedad a eso mismo? Durante muchos años la anorexia se ha considerado una enfermedad más grave que la bulimia, quizás porque ésta es invisible, como dice Gloria. A

lo que añade: “Sobre la bulimia, en cambio, el silencio. Se hablaba de los romanos y de su costumbre de vomitar tras los festejos y comilonas para poder seguir comiendo, pero no vi en ello sufrimiento, ni obsesión, sino una gula desmedida.” ¿Hay hoy en día suficiente información o sigue siendo la bulimia la gran desconocida? Es una gran desconocida, vergonzosa, mantenida en silencio y rodeada de hipocresía. Por otro lado, la información no elimina la enfermedad, y la prevención no está demostrando ser especialmente eficaz. Al principio de cada capítulo del testimonio de Gloria se incluyen extractos de páginas web pro anorexia. Son fragmentos muy duros, muy sorprendentes, muy dañinos. Sin embargo, cuando analiza estas web, el lector se da cuenta de que tan censurables como son, también resultan un refugio para las chicas, mujeres, que les dan vida. Usted accedió a una de ella, para saber, entender, investigar. ¿Qué opinión le merecen esas páginas? ¿Las prohibiría, regularía? ¿Las condena? Por desgracia, han pasado 10 años y los mensajes siguen siendo los mismos, y a través de los mismos medios. Hay que prohibirlas. Son similares a la pornografía. No tengo ni la menor duda sobre ello. Ahora mismo se está debatiendo lo mismo, y a punto de considerarlo de manera abierta un delito informático. No siempre son jovencitas anoréxicas las que están detrás de ello. El xenical, el alli, las anfetas, los inhibidores de apetito, se venden por internet de manera abierta, fomentados también por esas páginas. Gloria dice: “Las palabras también sirven y por eso cuento mi historia.” Linda añade, “El silencio y el ocultamiento no han curado hasta ahora ninguna enfermedad.” Este ensayo demuestra que las palabras sirven, quizás no para el que las escribe pero sí para el que las lee. ¿Deberían incluirse estos trastornos en la literatura, de una manera natural en la medida de lo posible? “Cuando comer es un


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infierno” es no ficción. Yo creo que esos problemas siempre se han reflejado en la ficción. Pero quizás haya que dar un paso más y hablar, ayudar, denunciar, de manera más abierta y menos estética. Conociendo los casos de Sylvia Plath, con trastornos alimenticios, Franz Kafka y Emily Brontë, anoréxicos ambos, sin mencionar enfermedades mentales como la de Virginia Woolf, ¿es la literatura cuna y refugio de enfermedades y trastornos? Eso es un tópico... lo que ocurre es que son más visibles, mucho más famosos que otros enfermos, y les rodea un aura mítica. La mayoría de los escritores no padecieron enfermedades mentales, y a los que tuvieron la desgracia de pasar por ellas no les hizo mejores artistas. En el libro se lanza una pregunta interesante. “¿Es nuestra sociedad lo suficientemente madura como para optar por distintos patrones estéticos?” Nueve años después, ¿lo es? No. Desazonador, pero no. Veremos en 9 años más.

Itrequierspassion

¿Cómo se quedó usted después de poner punto y final a la historia? Agotada; además, me sentí muy incomprendida. Ni mi entorno, ni otros escritores, entendían ese paso. Con el tiempo, creo que es el libro del que más orgullosa me siento. Ha ayudado, por suerte, a mucha gente.

¿Es difícil, le fue a usted difícil, encontrar su propia voz, su propio estilo? No. Pero cuando se lee a genios hay tentaciones de imitación... y dudas.

Sobre la escritura

Lo que escribimos es el reflejo de lo que hemos leído. Usted dijo que tras leer “The Blind Assassin”, de Margaret Atwood, sólo podía escribir en un estilo similar. ¿Le ha pasado con más autores? Con García Márquez, con Eugénides, con Murakami.

¿Qué queda de aquella veinteañera que sorprendió al mundo literario ganando con “Melocotones helados” el Premio Planeta? Creo que las células se renuevan cada 7 años. Eso supone que cada 7 años somos un ser enteramente nuevo. Eso fue en 1999. Por lo tanto... ¿Cuál es su escritor de cabecera? Shakespeare. No es nada original, pero en mi caso, tengo una edición muy cuidada de las Tragedias junto a mi cama. Teatro para una novelista.

¿El escritor se nace o se hace? Se hace. El narrador de historias nace. Hay muchos, y muy buenos. Pero la literatura es otra cosa. ¿Un libro imprescindible? Hamlet. ¿Una ciudad literaria? Cualquiera de las que se encuentran al norte de Copenhague. Ya que Granite & Rainbow versará sobre pecados en sus próximos números, ¿con qué pecado se queda usted? Con la pereza... Es el que más practico. Es poco vistoso, pero tan, tan próximo... Muchísimas gracias, Espido, concedernos la entrevista. Un placer.

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Fernando Savater decía: piense usted lo que quiera, pero piénselo. ¿Podríamos decir lo mismo con la lectura, sin tener en cuenta su calidad, su forma, su fondo, su intención? Lea usted lo que quiera, pero léalo. Puesto que somos muchos los que estamos al otro lado del libro, de la escritura, en calidad sólo de observador, de lector curioso, perezoso o exigente: ¿debe haber también todo tipo de registros? El best seller normalmente está asociado a la falta de calidad, exceptuando algunos grandes éxitos de novelas consideradas grandes obras de la literatura. ¿Es ofensivo que un libro no pensado para ser best seller alcance los mismos niveles que uno que está escrito para convertirse en el más vendido (sin tener en cuenta, claro, el bolsillo del autor y del editor)? ¿Hay una fórmula secreta para que un libro sea best seller? ¿Son todos iguales, siguen una serie de pautas? Todas estas conjeturas se nos vienen abajo si tenemos en cuenta que uno de los mayores best sellers de la literatura española es “Don Quijote de la Mancha”, pero dejando a un lado esta obviedad -tanto como que la Biblia también debe de ser uno de los libros más vendidos-, en la actualidad, y contando con una franja de tiempo

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tengo una cola de gente esperando a verme en las ferias del libro de toda España. El cliente siempre tiene la razón, y esta vez dicen que mi libro es fantástico. Y lo compran y lo recomiendan. ¿Sigo sin quejarme? ¡Claro! Salgo en la televisión, ocupo páginas y más páginas de diarios, revistas de literatura, blogs y webs literarias. Mi nombre aparece más de cien mil veces en las búsquedas de Google y mi fotografía www.adriantominenews.blogspot.com puebla a sus anchas por la red –y lo que no es la red. Mi cuenta corriente crece. Mis editores se forran. ¿Me quejo ahora? ¡No! Empiezan a pedirme más novelas. El público exige. Los editores quieren más. Eres, de la noche a la mañana, la gallina de n Ainize Salaberri y Fusa Díaz los huevos de oro. Te permites lujos. Estás inferior, ¿un best seller necesariamente es por encima del bien y una obra menor en cuanto a calidad? del mal. Eres la mejor escritora del año. Quizás lo llegues a ser también de la Pongamos que soy escritora y que me década. Quién hubiera soñado con algo publican un libro. Pongamos que, de así. Me exigen libros y escribo, pero ya no repente, ese libro, mi pequeña obra, se escribo por placer. Cambio el estilo, innovo. convierte en un best seller. No le voy a Creo mejorar. Lo mando a la editorial. Se hacer ascos. Es dinero. No voy a quitarme quejan. Me quejo yo. “Esto no es como tu la autoría. Es dinero. No voy a quejarme: primer libro. Queremos otro éxito como

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pero minoritaria. Y aquí surgen dos propuestas de best seller: “El amor en los tiempos de cólera”, de los más vendidos, resulta una novela considerada inferior; no obstante, “Cien años de soledad”, que también es de las más vendidas, tiene unanimidad en cuanto a la opinión de los lectores más entendidos sobre la calidad. ¿Por qué “El amor en los tiempos del cólera” es peor que “La hojarasca” o “Cien años de soledad”? ¿Es la marca best seller un mancha? Estábamos dispuestas a hacer un debate sobre best seller sí o no (nuestra intención ahora es reflexionar

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En el caso de que las historias sean solamente entretenidas para un rato, ¿es eso un fracaso? Quiero decir, ¿se siente, por ejemplo, Carlos Ruiz Zafón una persona fracasada, o vive consecuentemente con su éxito? De igual modo que hay tantas lecturas como lectores, tantos lectores como personas y tantos escritores como miradas, el best seller, lo que en un principio era sólo una etiqueta que se le ponía a los más vendidos (en número de ejemplares, no de principios), se ha convertido en un estigma. Obviando esos grandes universales que forman parte de los más leídos, el resto, los contemporáneos, los que en una semana baten récords de ventas y se colocan en los primeros puestos, el resto pasa automáticamente de ser best sellers a ser

considerados obras menores. En el caso de Alessandro Baricco, por ejemplo: “Tierras de cristal” y “Océano mar” son dos novelas excelentes; sin embargo, es “Seda” la más conocida. ¿Es “Seda” peor por el simple hecho de haber llegado a la inmensa mayoría... es “Seda” una novela que fue gestada para llegar a un número mayor de lectores... significa eso que “Seda” tiene una calidad inferior y como consecuencia se ha convertido en best seller? En el caso de Gabriel García Márquez, “La hojarasca” es una novela sensacional,

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el de tu primer libro.” Empiezas a pensar que ha sido casualidad. Te das cuenta que no era eso lo que buscabas. Eres escritora y escribes, como el que es contable y cuenta. Tanta gente no puede equivocarse, piensas. Soy un best seller, te dices. Shakespeare también lo es. Y Cervantes. Y la Gaite. ¿Qué me diferencia de ellos? El tiempo. El tiempo hizo de ellos autores universales. Ha sido el tiempo, y no el éxito fortuito, inconstante, repentino, el que ha encumbrado sus letras. Son best sellers de larga duración. Como esas pilas que salen en la tele. Yo, en cambio, soy de esas pilas baratas de supermercados baratos. El mismo lugar al que llegarán mis novelas con el tiempo. Y también a las gasolineras. ¿De verdad deseo que me lean tanto? Y, si me leen tanto, ¿es porque todos ellos ven mi talento? ¿No será que mis historias son entretenidas para un rato?

acerca de ello), y en ese caso mi posición es claramente hacia el sí. ¿Significa eso que voy a consumir libros como “Las mujeres que no amaban a los hombres” o “Crepúsculo”? Evidentemente, no. Soy más de “Tierras de cristal” o “La hojarasca”, si seguimos con los dos ejemplos anteriores. No quiere decir que no defienda esa otra parte de la literatura o, mejor dicho, de la lectura: existen los libros y los lectores de tren, existen los libros y los lectores de verano, existen los libros y los lectores de baño. Y después existen los libros y los lectores que aman la Literatura. Lo que determina que la literatura lleve la ele en mayúsculas o no no está reñido con la etiqueta bestselleriana, sino con su calidad. Independientemente del número de ventas, hay libros que son grandes obras de la historia de la literatura y que permanecen una vez olvidada la moda, el oportunismo y el contexto. Aun así, si tengo que posicionarme, digo -siempre- sí al best seller. Defiendo el lea usted lo que quiera, pero lea. Si me dan a elegir entre que no se lea nada o se lea una novela de Isabel Allende, elijo lo segundo. Sobre todo porque no hay libros aptos para

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todos los públicos, y no hay público para todos los libros (hay libros, incluso, que no tienen público, y público que le da la espalda al libro). Discriminar el libro me parece discriminar al lector que podría disfrutar de esa novela. ¿Es peor el no entendido en Literatura? Objetivamente el libro sí es peor, de acuerdo, ¿pero no es lícito querer desconectar de la realidad y sumergirse en un libro como “El tiempo entre costuras”? Lo que me parece un dato curioso es que son siempre las peores obras de los autores las que llegan a best sellers. Eso me hace pensar que la gente no sabe elegir, quizás porque tampoco sepan leer. Al lector hay que enseñarle a leer, a diferenciar entre “literatura para un rato”, como son las novelas que mencionas de “tren, bus, baño”, y las novelas con ele mayúscula de literatura. Yo, que comencé leyendo a Coelho, considerándole incluso un Dios después de leer “El alquimista”, he aprendido con el tiempo, y a base sobre todo de lecturas clásicas, a discernir entre algo que esté bien o mal escrito. No entro ya en si es buena o mala literatura, pues no


hay bases sobre las que argumentar. Sólo Creo que, llegados a este punto, habría está el ojo del que lee. No acepto, tampoco, que matizar qué es la literatura y qué es la el “lea usted lo que quiera, pero lea”. Eso lectura. Muchas veces se logra confundir, nos lleva a admitir que la literatura puede porque ambos movimientos quedan estar al alcance de cualquier vendedor de encerrados entre tapas que son cubiertas y humo con un poco de visión comercial. La hojas que son páginas. La diferencia está literatura debería formarse por literatura, clara y es su calidad. Cuando defiendo el con todo lo que ello conlleva. Obviamente, lea usted lo que quiera, defiendo de alguna ni Baricco ni el señor Márquez tienen la manera -y fomento- la lectura, sin entrar en culpa –ni son menos escritores por eso– más detalles. Cuando recomiendo un libro, de que sus novelas más inferiores hayan lo que hago es dar importancia, dentro de llegado a ser best sellers. Sin embargo, la lectura, a la alta literatura. Si hablamos sí que debería hacerles pensar en cómo de lo que consumo, diré que es literatura. escribieron esa novela para llegar a ser lo que es. www.tobeshelved.com Recuerdo a mi profesor de filosofía que nos recomendó “La sombra del viento”, de Zafón, cuando salió. Añadió lo siguiente: “Es un libro muy bueno pero empieza a ser un best seller, lo que me empieza a hacer dudar de su verdadera genialidad.” Estoy muy de acuerdo. Cuando un libro se vende como se vende “Crepúsculo”, o como se vende Vargas Llosa, es cuanto menos sospechoso. Porque la genialidad, la verdadera genialidad, llega a modo de best seller con el tiempo. Carmen Martín Gaite, Ana María Matute, Cervantes, Shakespeare, Baricco, Jane Austen. Y no llega con novelas que irrumpen en el panorama literario como un elefante en una cacharrería. Si me dan a elegir (y te parafraseo) entre no leer nada y leer a Isabel Allende, prefiero no leer nada. Porque existe cierta adicción hacia los best seller, vista por mis propios ojos entre mis amigos. Es difícil salirse de la literatura “de fácil lectura” y decidirse a coger a Virginia Woolf o a Julian Barnes o a Literatura. Lo que defiendo es bien distinto, Ian McEwan si puede cogerse un Federico defiendo la lectura, el leer sea cual sea su Moccia o un Paulo Coelho que nos “hagan forma, el formato, su mensaje. Hay que desconectar un rato de la mierda de vida saber diferenciar al lector del literato, y una que llevamos”. Principalmente porque vez hecha la distinción, la postura no es tan esa literatura alivia, sí, pero no enseña. opuesta. ¿Best seller sí o no? ¿Literatura La literatura de verdad, los que no son sí o no? ¿Lectura sí o no? Son diferentes booms editoriales, los que llegan a ser preguntas, aunque en un principio la línea best sellers con el tiempo y por el tiempo, que las separa sea bien fina. Por eso, no enseña a la vez que alivia. Y es ahí donde creo que haya tanta diferencia entre ambas los best sellers no cumplen con uno de los posturas, porque en los dos casos hay una objetivos del arte: hacernos pensar. Eso intención: una de nosotras defiende la sí, por algo hay que empezar. Pero, ¿no literatura y la otra la lectura. Sin embargo, sería mejor empezar directamente con no creo que haya que menospreciar ni al libros maravillosos que por vendedores escritor ni al lector de los libros de lectura: de humo? en el primer caso, sigue siendo un trabajo; 16

en el segundo, sigue habiendo un placer. No es peor lector el de best seller, es sólo otro tipo. Tampoco la alta poesía está hecha para todos los tejidos emocionales y eso no significa absolutamente nada. Poetas mundialmente reconocidos como importantes no consiguen llegar al gran público y, en cambio, Mario Benedetti, más humildemente y con un lenguaje mucho más asequible, se convierte en el poeta del pueblo: aun así, hay calidad en su poesía. Ni mucho menos mi intención es comparar un best seller con Mario Benedetti, sólo intento equilibrar la balanza y hacer una gran distinción entre los tipos de libro, marcando, eso sí, que los libros -como los sueños-, libros son. Si defiendo la literatura –y lo hago– es porque me da vida. También defiendo la lectura, claro, que es el primer estadio para llegar, si se quiere, a ser literato. Sin embargo, no defiendo el arte por el “arte”, la lectura por la “lectura”, como no defiendo un cuadro del Rembrandt de una obra contemporánea que se vende por millones y todo lo que se ve es una raya roja en un lienzo en blanco. Para mí, los best sellers son esas obras: vacíos existenciales que nada aportan. El verdadero arte perdura en el tiempo: los best sellers sólo se recordarán como meros datos insulsos. ¿Por qué no fomentar, directamente, la buena lectura? ¿Por qué no fomentar el gusto literario? En definitiva, lo que debe perdurar es la literatura, y los best seller, en mi humilde opinión, flaco favor le hacen. Los libros, como dices, libros son, pero siempre deben –deberían– aspirar a más. Mientras pasa el tiempo y los best sellers se van quedando por el camino, haciéndose superiores en calidad y perdurabilidad los buenos libros literarios, habremos dejado atrás a gente que estaba entre las páginas de un libro y no entre las garras feroces de una televisión, una videoconsola o la más llana de las existencias. ¿Por qué no fomentar la buena lectura, el gusto literario? Porque, por suerte para los que hemos sucumbido a sus encantos, no es tan accesible. Ésa es nuestra suerte.


Pecados capitales: Gula

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José Braulio EL SENTIR DEL COMER

Marta Gómez Garrido LA GULA EN LOS BUENOS TIEMPOS

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Ana Feito PRUÉBAME, SABORÉAME, CÁTAME

Ignacio Ballesteros COMER SIN SUEÑO; DORMIR SIN HAMBRE

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Alba Stephen TALENTOSO PALADAR DE UN NECIO

José Braulio LA GULA HISTÓRICA

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Laura Alonso HAMBRE DE PODER

Elena Triana LACÓN CON GRELOS

Fusa Díaz TENGO AMOR, SUEÑO, HAMBRE

Ainize Salaberri LA PERRA DEL HORTELANO

Alejandro Larrañaga MI VERANO FELIZ

Marga Martín UN AMIGO A LA CENA

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Begoña Martínez CUANDO SE PRONUNCIA EN ALTO LA PALABRA ADECUADA: ¡AYUDA!

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J. Álvaro Gómez MALENA, ALMUDENA

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Pedro Larrañaga GOLOSO MENÚ LITERARIO


Pecados capitales: Gula

El sentir del comer

Cuando la sabia Naturaleza obligó al ser humano a alimentarse para sobrevivir, nunca pudo sospechar que a los alimentos se les encontrarían otras funciones. Los alimentos también transmiten pensamientos y sentimientos.

n José Braulio Fernández Riesgo Debo confesar que no soy una persona muy aficionada a la comida, pero sí a la lectura. No hace mucho la alimentación era una necesidad vital sin mayor trascendencia, un trámite obligado en el día a día; pero de un tiempo a esta parte la comida ocupa un lugar primordial en la sociedad, alcanzando cotas antaño impensables y muchas veces acompañada del grandilocuente epíteto “arte”. A veces para leer es necesario implicar a sentidos que para la lectura creíamos innecesarios. A esto nos obliga la sensorial narración de la novela que nos ocupa, “Como agua para chocolate”, de Laura Esquivel (Ciudad de México, 1950). Cada capítulo representa un mes del año y cada mes tiene su receta, no siempre culinaria (una de ellas sirve para la elaboración de fósforos y en su interior existen remedios contra las quemaduras o pomadas para los labios resecos). Estas entradas nos sitúan en unos antecedentes que a lo largo de cada capítulo se desarrollan imbricados entre acontecimientos cotidianos y circunstancias extrañas y no tanto, siempre en torno a la preparación de las recetas y a la cocina, salpicado todo ello de tensiones familiares y sentimentales, hábilmente ensamblado para que combinen en la narración como ingredientes indispensables de un mismo plato. En plena Revolución Mexicana, en un pueblo ubicado cerca de la frontera con EE.UU., vemos transcurrir a través de las páginas la vida de una familia reducida a tradiciones y rituales que el paso del tiempo ha soldado a su patrimonio. Un universo familiar acaparado por la 18

figura de una madre estricta y autoritaria que vulnera la necesidad vital de sentir como un ser humano a quienes le rodean, en especial a su hija Tita, amparada por una serie de preceptos, normas y reglas anticuadas que transitan a lo largo de la historia familiar. “-¿Qué fue lo que Pedro te dijo? -Nada, mami. -A mí no me engañas, cuando tú vas, yo ya fui y vine, así que no te hagas la mosquita muerta. Pobre de ti si te vuelvo a ver cerca de Pedro.” Actualmente entendemos la gula como el desordenado apetito, la desmesurada voracidad; en tiempos pretéritos, y algunos sectores tradicionales en el presente, ampliaban el abanico de definiciones que englobaba la gula. La pasión con la que se elaboraban los platos, la delicadeza, el mimo, la dedicación, eran todos ellos agravantes del pecado o el pecado en sí mismo. La autora de esta novela no escatima detalles para dibujar cada plato y el proceso de preparación. La gula está presente en la novela y, al igual que los personajes y los alimentos, es otro personaje que encuentra su hueco en las páginas, más disimuladamente, pero con un protagonismo necesario para comprender la evolución de los otros protagonistas que se apoyan en ella y a su vez le permiten recorrer la historia de principio a fin. No nos encontraremos personificada la gula obsesiva que todos recordamos de la película “Seven”, ni tampoco los excesos alimenticios de otra obra maestra del género cinematográfico como “El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante”; la gula de “Como agua para chocolate” es una gula de los sentidos y de sentimientos,


un personaje paralelo a los personajes que coayuda en la construcción de sus psicologías.

todo ello recae el peso de la narración, y para ello se emplea un lenguaje sin estridencias, de uso común (utilizando registros populares con algunos personajes y con otros un lenguaje elevado acorde a su posición social) y muy culinario.

La comida, siempre presente en la novela, se erige en personaje de la misma, canaliza sentimientos y sensaciones, transmite sentimientos y sensaciones, y es mediadora entre personajes a los que se prohíbe experimentar entre ellos sus comunes sentimientos y sensaciones. Tita, la principal protagonista de la novela junto a los alimentos que prepara con una maestría envidiable, se refugia en su conocimiento del arte culinario y a través de sus suculentos manjares expresa lo que la figura de su madre le restringe. Dicho esto, cabe aclarar que no se trata de un libro de recetas, nada más lejos, se trata de un libro en el que las recetas y su proceso de elaboración poseen su propio significado en la vida de esos personajes, ayudan a construir a los personajes e incluso condicionan a los personajes. La cocina como catalizador de las relaciones entre las personas.

“Y así como un poeta juega con las palabras, así ella jugaba a su antojo con los ingredientes y con las cantidades.” Esencialmente son mujeres quienes protagonizan la novela, con personajes masculinos como el doctor Brown y Pedro, los dos amores de Tita, que asisten a la construcción del personaje Tita sin olvidar ningún detalle y conformando una figura redonda, sin dobleces y encantadora. Limitada por una tradición familiar

que obligaba a la última hija a cuidar a su madre hasta su muerte y por lo tanto tenía vetado el matrimonio, Tita se enamora de Pedro. Éste es el inicio de un sinfín de tribulaciones, lágrimas, disgustos y reflexiones que persiguen encontrar una razón de vida que busca y encuentra en la elaboración de sus recetas, sobre las que escribe sus mensajes invisibles, habla de amor, lo consuma y le acarrea más reflexiones, disgustos, lágrimas y tribulaciones hasta que por fin obtiene el premio deseado después de pelear por él durante toda su vida.

La realidad mágica en la que la novela está ambientada contribuye a observar con naturalidad los acontecimientos que se producen en torno a la comida y a introducirse en la atmósfera de unas recetas que en ocasiones poseen efectos extraordinarios, unas veces afrodisíacos, otras curativos, otras nostálgicos. La magia que lo cerca todo ayuda a envolver al lector en un mundo tan mágico como incomprensible y, a veces, truculento. La magia es la mirada de Tita, una mirada idealista, enamorada, que evoluciona y se rebela porque se ve obligada a rebelarse para vivir y para sentir. La comida es su vida; pero su vida también es el amor y a través de la comida lo expresa.

En 1992 Alfonso Aráu, entonces marido de Laura Esquivel, lleva al cine el guión de la película, escrito por la propia autora, y reproduce casi miméticamente lo que nos encontramos en las páginas de esa deliciosa novela. Comparar películas inspiradas en novelas con éstas sería una necedad, y no lo haremos. Tan solo, si se despierta la inquietud del lector por conocer el tratamiento de las palabras que se hace en la película, aconsejar su visionado, que no puede sustituir a la novela pero sí complementarla. La banda sonora es una elección acertada que ayuda a ambientar las escenas y al espectador y al lector a entrar de lleno en el mundo ideado por la autora de esta novela.

Cuando más arriba hablamos de una narración sensorial, no nos equivocamos. Es sensorial porque el lector se introduce en la novela y degusta sus platos, aspira sus aromas, observa sus colores, acaricia las formas y sufre su dolor. No se trata de una maniobra con la que persuadir al lector de este texto, se trata de la esencia de la novela, una novela en la que su autora ha sabido transmitir con palabras un mundo de sensaciones y sentimientos para el que difícilmente las encontraríamos. La combinación de sentimientos y alimentos es el motor de la novela; sobre

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Pecados capitales: Gula

Pruébame Saboréame Cátame “¿Se puede saber por qué la gente sólo piensa en el chocolate?” “El alimento de los dioses, burbujeante y espumoso (...). El amargo elixir de la vida” “Cuando uno se ha metido en el asunto de complacer sus antojos puede decirse que el impulso ya no lo dejará nunca”

Ana Feito Chocolat… Susurro la palabra y pienso en dedos manchados con el chocolate derretido de un bombón, en chocolate que se deshace en la boca dejando el dulce sabor del pecado, en la sensación de bienestar y calma que queda tras comerlo. ¡UPS! El subconsciente me grita: ¡Pecadora! La Iglesia lo condena, posiblemente me esté ganando el infierno con ello. No me importa, quedan muchos bombones y más gula. Alimento, energía, vicio, el chocolat es como el buen sexo, comes un bombón y quieres más, el cuerpo lo reclama, que

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no se acabe la caja, no hay límites. Ya llegará la culpa, el purgatorio particular de quien se haya dejado seducir por el pecado capital. En “Chocolat” la gula acecha en la “Céleste Praline, chocolaterie artisanale”, propiedad de Vianne Rocher. Vianne y su hija Anouk llegan a un pequeño pueblo francés, Lansquenet, el martes de Carnaval, el día antes de Cuaresma. En el periodo en el que la Iglesia ordena ayunar la tentación se instala en un local de la plaza del pueblo. No puede haber una época más impropia para abrir una tienda de chocolate. ¿Quién podrá resistirse a probar un chocolat?


El chocolate es “el alimento de los dioses, burbujeante y espumoso (...). El amargo elixir de la vida”. Es placer para el común de los mortales, pero para aquellos que están a cargo de la rectitud y la salvación de nuestras almas el chocolate es pecado. ¿Qué no pensará entonces el cura de Lansquenet de la chocolaterie que está frente a su iglesia?

de avidez”. La tentación, el deseo, la gula, el pecado. Difícil lucha en la que se ve inmerso Reynaud: Iglesia contra chocolate, deber contra tentación. No todo en “Chocolat” se ha de ver desde el prisma del pecado. Las tazas de chocolate caliente y los bombones culpables de la gula en Lansquenet ayudan a los clientes de Vienne. El olor del chocolate les envuelve en su embrujo para proporcionarles comprensión, compañía y consuelo, algo que buscan desesperadamente y no encuentran en sus guías espirituales o en sus amigos y vecinos. Una anciana comparte con su nieto, al que no veía desde hacía mucho tiempo, tazas de chocolate, lectura de poemas y la compañía que su propia hija le había negado. Un hombre deja de sentirse culpable por amar sin límites a su fiel y viejo perro; el curé le dice que los animales no tienen alma, pero él se empeña en creer lo contrario mientras da buena cuenta de un plato de florentinas y pains au chocolat. Una mujer encuentra refugio entre las paredes de la Céleste Praline huyendo de un marido violento. Durante su última paliza delante de sus vecinos el curé Reynaud dice: “Una cosa es saber que un hombre pega a su mujer... saberlo en secreto, pero contemplar el hecho con todo lo que tiene de sórdido...”. Vienne le enseña a hacer chocolate y ella, mientras, aprende a quererse a sí misma.

¿Qué tiene de malo el chocolate? “… por lo visto el curé Reynaud cree que algo de malo tendrá…”. El curé suma uno más uno y el resultado es la terrible y temible convicción de que el chocolate y sus “propiedades mágicas” serán la perdición de su rebaño a través del placer, la perversión y el libre albedrío. ¿Qué será de las almas de los que caigan en las artimañas de Vienne? Porque ella, Vienne, la mujer, es el enemigo. El curé Reynaud en el fondo no es más que un hombre que no está acostumbrado a que una mujer le trate de igual a igual. En ella ve la amenaza para su fe, para la vida tranquila y organizada del pueblo que gobierna con mano férrea. Vienne no transige con sus ideas, que son las de la Iglesia, no va a misa, no enseña a su hija a rezar, tienta a sus vecinos con el dulce olor que sale de su tienda, así que Vienne sólo puede ser una cosa: ¡Bruja! ¿Bruja? Vienne sonríe y desvía la conversación cuando alguien le insinúa sus sospechas. Algo de bruja ha de tener porque es capaz de conocer los gustos de sus clientes, de darles esa taza de chocolate perfecta, ese paquetito con sus bombones preferidos a los que no se pueden resistir, ni siquiera en Cuaresma. Con sus “artes mágicas” basadas en recetas antiguas y largo tiempo olvidadas, lleva luz a un lugar oculto bajo la sombra de la rectitud y la hipocresía.

Termina la Cuaresma y llega el lunes de Pascua. Cambia el viento. Es hora de partir. Vienne y Anouk siguen su camino con una mezcla entre la tristeza de la marcha y la alegría propia que proporciona la convicción de haber obrado bien. “Hay muchos lugares que esperan a que cambie el viento. Hay mucha gente necesitada”.

“La cocina tiene algo de brujería, la elección de los ingredientes, el proceso de mezclarlos, rallarlos, fundirlos, hacer infusiones con ellos y perfumarlos (…), toda esta amorosa preparación, todo ese arte y esa experiencia abocados a un placer que sólo dura un momento y que únicamente unos pocos pueden apreciar plenamente.”

Chocolat… Sólo un bombón más y paro. Maldita caja roja, no tengo hambre pero me apetece otro bombón, saciar las ganas de lo prohibido, rendirme a la tentación y a los excesos propios de la gula. En el pasado cualquier forma de exceso se incluía en la definición de este pecado, así que la gula puede ser de cualquier tipo siempre que se trate del consumo excesivo de algo de manera irracional.

Afortunados los pocos que pueden apreciar plenamente el placer de comer, ya que por norma general hacerlo suele venir acompañado de un sentimiento de culpa. En el placer de comer va implícita la tentación de lo prohibido, que no sólo suele engordar, sino que siempre sabe mejor. En este caso lo prohibido, el chocolat, tambalea los pilares de la fe del curé. “Si pudiera... pensé. Si pudiera salir de mi escondrijo y unirme a ellos. Comer, beber... De pronto la comida, al pensar en ella, se convirtió en un imperativo delirante que me llenó la boca

Devorar chocolate, devorar libros. También eso puede ser un exceso del cual yo me confieso pecadora. Sé que debería parar, intentar combatir la gula por la lectura, pero me rindo, lo acepto. Tan sólo una hoja más de esta delicia de libro y paro, una hoja más y cierro “Chocolat” hasta mañana.

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Pecados capitales: Gula

Talentoso paladar de un necio

Pierre Arthens es un necio que se ha dedicado a encumbrar y a enterrar a chefs y restaurantes como le ha venido en gana. Para él, lo principal es su satisfacción culinaria. Después está todo lo demás: su familia, sus amigos (o no-amigos), su mujer.

n Alba Stephen El hombre, el no padre, el amante, el no marido, el arrogante, el crítico, el glotón, el que se entrega a la gula, el que se regocija en la comida, en una mala crítica, en la mejor de ellas, el tío ausente, el soberbio, se sacude la vida de los hombros, se limpia las manos, se sienta en su último banquete y espera. Espera encontrar ese sabor, esa delicia, que llene su boca de placer. Y espera a que llegue, con la paciencia del hombre al que nada más queda que un recuerdo sabroso, para morir en paz y dejar atrás el dolor que a su paso ha causado. “Rapsodia Gourmet”, de una Muriel Barbery que escribe con la elegancia de un erizo, es una historia de

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recorrido gastronómico que se mezcla con sentimientos: aquellos que Monsieur Arthens ha conseguido hacer crecer en las personas que lo rodean. Sentimientos que luchan unos contra otros, que se arañan, que se faltan al respeto. Encontramos a quienes encumbran a Pierre Arthens, alabando su paladar, su refinado gusto. Encontramos también a quienes odian hasta las entrañas a ese ser desconocido que dice ser su padre, su abuelo, su marido, que es un crítico con un ego desmesurado, que utiliza su poder para destrozar vidas y reputaciones. Curiosamente, al primer grupo pertenecen, únicamente, compañeros de la profesión, mientras que al segundo pertenecen sus familiares, desprestigiados, y un vagabundo airado. “Rapsodia Gourmet” es un recorrido sabroso que tiene


por entrante el dolor, como primer plato la ausencia, acompañada de un poco de recuerdo infantil que huele a chocolate, que dispone un segundo plato de felicidad amarga que sabe a ajo, y que termina en un postre de sentimientos encontrados revestidos de nata. Anna (la mujer) “Siempre supe qué vida tendríamos juntos. Desde el primer día, entreví que los fastos serían para él, lejos de mí, lejos de mí, las otras mujeres, la carrera de un seductor de talento extraordinario, milagroso; un príncipe, un señor que se marcharía de caza siempre lejos de sus dominios y que, de año en año, se alejaría siempre un poco más, ya ni siquiera me vería, atravesaría mi alma atormentada con sus ojos de halcón para abrazar, más allá, un panorama que a mí se me escaparía.” Anna, mujer de Pierre, mujer de ese chef que dice ser marido, no es feliz. Casi no es ni mujer, ya. Su marido le ha robado la vida, las ganas. Le ha dejado intacto el deseo, la capacidad de, pese a todo, seguir amándolo. Es la mujer que lo ha defendido ante los hijos; la mujer que se mantiene a su lado en los últimos momentos de vida. La mujer, a la que ha dejado vacía de toda existencia. Su mujer, un cadáver que ha tirado en el camino y que huele a rosas; él prefería el olor de las ostras.

Jean, Laura, Clémence (los hijos) “¿Por qué este silencio, por qué esta distancia, por qué tantos malentendidos cuando podíamos haber sido tan felices los cinco? Vosotros no veis más que a un anciano irascible y autoritario, nunca habéis visto en él más que a un tirano, un opresor, un déspota que nos hacía la vida imposible, a vosotros, a mí.” Son sus hijos un cementerio de elefantes. Laura, su hija, dice en los últimos momentos de vida de su padre que no piensa ir a verlo. “He pasado el duelo del padre que nunca tuve”, añade. Sin mirar una fotografía, sin echar de menos una ausencia (ni una presencia). Sabe que su padre se muere, que se acabó, que el dolor terminó, que el reinado del terror ha huido despavorido, y no va a verlo. Y no lo hace porque siendo niña ya perdió. Ahora, de adulta, sentada en unas escaleras con el corazón en un puño, su decisión es firme: no quiero ver a mi padre. Pierre (el necio con el paladar de oro) “He podrido y descompuesto a esos tres seres salidos de las entrañas de mi mujer, presentes que le ofrecía con indiferencia a cambio de su abnegación de esposa decorativa (...). No son dignos de interés para quien, como yo, ya tiene con qué gozar en la vida (...). No los quiero, no los he querido nunca, y ello no me produce remordimiento alguno. Que ellos malgasten toda su energía en odiarme con todas sus fuerzas no me concierne –la única paternidad que reivindico es la de mi obra.” Ahí está el verdadero Pierre Arthens. Ahí está el necio al que sólo preocupa su carrera, sus millones, su casa, su imagen, su reputación; sentarse y comer, que le tengan miedo, que lo respeten, que lo adulen, que le hagan reverencia. El crítico al que no le importa hundir vidas mientras la suya vuele alto, inalcanzable. El hombre que pretende callar a su mujer (y lo haría también con su conciencia, de tenerla) llenándola de niños que la tengan ocupada.


La libertad de la paternidad no querida. El necio (necio, necio, súper necio) al que le importa más un sabor, ese sabor aún no-recordado, que las lágrimas de su mujer, que el odio de sus hijos. Tan necio, tan arrogante, tan desvinculado de todo lo que implique amor, que es incapaz de dedicar una mirada a quienes, en su casa, en el centro de París, en la Rue Grenelle (¿a alguien más le suena?), contemplan cómo se acaban sus gloriosos días de glotón entendido. El amor (¡amor!) “Vivir por poderes: encumbrar a chefs de cocina, ser su ruina, de los festines hacer surgir palabras, frases, sinfonías de lenguaje, y extraer de los banquetes la belleza fulgurante que llevan dentro.” Ama la mujer, aman los hijos, ama el padre. Sólo los primeros (madre, hijos) se aman entre sí. Los dos últimos (papá, queridos hijos) se odian. Y nunca el final es tan poco como un principio. La mujer que ama al padre que le ha dado hijos que no ama. Los hijos que odian al padre por su ausencia y necedad. El padre que ama más a la comida, porque ésta ha sido la única que lo ha hecho feliz, feliz, felicísimo. Y entre medias, lo que no vemos, lo que persiste, lo que huele a podrido, son las entrañas de la madre, el padre, y los hijos. Porque el secreto de amar, de amar pese a doler, de amar pese a ausencia, a maltrato, a desprecio, a ignorancia, a indefensión, PUDRE. Pudre y asquea como ese queso lleno de gusanos que es puro caviar. Es el amor en esta familia así, ese queso repugnante que es un manjar de dioses. Quién lo iba a decir. La felicidad (¡la felicidad! - ¡OH LA LA!) “Saboreando esas sardinas asadas, cual autista al que nada, en ese momento, podía alterar, sabía que me hacía humano por esa extraordinaria confrontación con una sensación venida de otro mundo, que me enseñaba por contraste mi cualidad de hombre. (...) La sardina asada nimbaba mi paladar con su bouquet directo y exótico, y yo crecía con cada caricia, con cada caricia en la lengua me elevaba de las cenizas marítimas de esa piel resquebrajada.” Pierre Arthens, a.k.a. “el necio”, extrae la felicidad del banquete de una sardina. “Creo que toda mi carrera nació de los aromas y olores que emanaban de ella y que, de niño, me hacían enloquecer de deseo. Enloquecer de deseo, sí, literalmente.” La más pura y absoluta felicidad, la del placer del deseo satisfecho, en el (antaño) enano cuerpo de un niño que aún contenía esa delicia de chocolate llamada “inocencia”. Su única y más extenuante felicidad, reducida a un trozo de sushi, a una sardina medio quemada, a un poco de arroz dispuesto en una cuchara de madera con un ligero toque de gamba. La felicidad, también, de un festín ajeno. La felicidad, sobre todo, de recuperar ese sabor que le recuerda, en su lecho de muerte, que un día (lejano, lejanísimo, inalcanzable) fue feliz de verdad. Y que le recuerda, al mismo tiempo, que nunca jamás volvió a ser tan feliz como aquel momento en que degustó la golosina que habría de condenarle de por vida. Necedad incluida. La muerte (la muerte se cambia de vestido por cuatro vidas –y unas cuantas más, quizás) Pierre Arthens va a morir. No habrá agujero, apenas hay dolor. Cuando Pierre Arthens exhale su último suspiro, el mundo, su mundo, ese mundo que no ve, que lo protegen las paredes de su casa, respirará tranquilo. Su mujer llorará un poco (¿será así?), sus hijos sentirán un poco (¿qué sentirán?), el vagabundo frente a su puerta reirá (a carcajada limpia se le oirá) y los chefs se limpiarán el sudor de su frente y cocinarán. Co-ci-na-rán. Sin esperar, sin temer, sin pretender, sin llorar ni antes ni después. Sin veredicto. Sin hundimientos. Ni caídas. Cocinarán porque son chefs, e irán a casa felices y harán de su familia una familia feliz normal y corriente, como decía el ruso aquel, y los chefs y sus hogares se parecerán entre sí. El hogar de los Arthens comenzará a transformarse: se acabó lo gótico, au revoir. Muerto Pierre Arthens, dirán, se acabó la rabia. La muerte se pone de gala. Que empiece el festín. 24


Pecados capitales: Gula

Lacón con Grelos

Álvaro Cunqueiro (1911-1981) se inventa en “Las Mocedades de Ulises” una Ítaca gallega y un laértida casi contemporáneo. A través de los relatos de las gentes que le rodean, Ulises, que en esta novela es quien espera a Penélope, sueña con tierras lejanas hasta que, ya maduro, abandona su patria para vivirlas.

n Elena Triana Martínez ¿Grelos es verdura, mamá? Mamá dijo que no con cara de que sí. Mi hermano y yo nos peleamos por la silla: los dos queríamos la que estaba junto a la ventana, no recuerdo a santo de qué aquel empeño por ver llover como llovía, a cántaros. El restaurante parecía el salón de una casa grande. Las mesas eran redondas, con manteles estampados y hule transparente por encima. Papá dijo que era acogedor y típico. Mamá dijo que estaba limpio. Mi hermano dijo que él, verdura, ni loco. Los grelos resultaron ser verdes como las espinacas y no recuerdo su sabor, probablemente porque los aparté cuidadosamente y me comí sólo el lacón, el chorizo, las patatas. Mi madre fingiría no darse cuenta, o no tenía ganas de discutir. Pero no nos dejó pedir helado de postre (¡pero es verano, jolín!) argumentando que hacía un frío del carajo. Del carallo, puntualizó mi padre, que estamos en Galicia, y los dos sonrieron, y las vacaciones empezaron en aquel momento. Era cuando la ropa no te valía de un invierno a otro, y sólo llevábamos camisetas de manga corta. Mamá me compró un chándal color verde pistacho. No quedaba nada bien con mi bolso de ganchillo, pero necesitaba el bolso, ahí llevaba los libros. Tres novelas muy gruesas; sólo se podían llevar tres. Las elegía en la biblioteca, y había que elegirlas bien gordas, para que duraran, porque, como decía mamá, “es que si no te las devoras en una tarde”. Me las devoraba igual. Creo que había uno de Delibes. No es literatura infantil, dijo mi tía. Mi padre suspiró y dijo que “esta niña la literatura infantil la tiene masticadísima”, y no supe si su sonrisa era de resignación o de orgullo. Entonces no había leído a Cunqueiro. Ahora sí. Ahora además como muchas verduras. Entonces, no me gustaba comer. Que Álvaro Cunqueiro confunda la costa de Lugo con la de Ítaca no me sorprende para nada: yo también estuve allí y me pareció que eran otros lugares. En la edición que tengo de “Las Mocedades de Ulises” Suso del Toro dice en el prólogo: “La literatura es un escapar de la realidad que nos agobia en su abrazo total, siempre es así, por eso la literatura no tiene nada que ver con los manuales de instrucciones ni con las cosas prácticas. Hay veces en que la obra literaria haciéndonos soñar nos hace comprender mejor la vida. Pero otras veces, por ejemplo con Cunqueiro, la literatura es puro sueño que sólo responde a las reglas de la noche y no tiene más utilidad que soñar, nada menos. Nada menos, porque soñar es simplemente imprescindible para aguantar el vivir. Cunqueiro fue desde joven un fatigado de vivir y se fugó toda su vida a la literatura y nos dejó su obra como una escala de Jacob que va de su cabeza a los sueños”. Me gusta eso de la escala de Jacob. De la cabeza de la niña yo de vacaciones en Galicia a los sueños y a las realidades paralelas iban puentes frágiles hechos con hilos de araña, elaborados, casi invisibles. 25

Soñar y vivir no estaba separado para los que vivíamos en la Inopia, ese lugar al que hacía referencia mi madre cuando hacía señales de controlador aéreo delante de mi cara. Hija, aterriza. Tienes delante el plato. Se te aburren las verduras. Come. Comer en casa era aburrido: proteínas y vitaminas y fibra y lípidos, hidratos de carbono, lácteos. Comer fuera de casa era una aventura, un experimento. Lo del lacón fue un descubrimiento con el que luego me reencontré, cuando lo tenía casi olvidado. Qué sensación esa de probar algo un día, pensando que es la primera vez, y que en el paladar se te abra la ventanita de la infancia y entren todos los olores y los sabores. Qué sensación en la boca y en la tripa y en el pecho, la primera vez que echas de menos la antes aborrecida comida de mamá. Qué ganas, de pronto, de volver a Ítaca. Pide que el camino sea largo, dice Kavafis, no apresures nunca el viaje. Pero un guiso de lentejas puesto en una mesa extraña, un regusto extraño en la boca, “mi madre las hace distintas”, y el estómago se va de viaje nostálgico y nos entra la prisa. Será eso, hacerse mayor. O será no madurar del todo nunca. En aquellas vacaciones, los días de calor fuimos a la playa. Me puse de espaldas al mar, estirada boca abajo, el cuerpo tostado y flaco de la niña de mal comer que ahora apenas reconozco en las fotografías. De espaldas al agua, ya no era la playa, sino un desierto. Dunas por las que yo imaginaba, con la barbilla hundida en la arena. Otro lugar distinto del que estaba. En la playa As Catedrais las rocas hacían volar tanto el pensamiento al mundo que no era de verdad que te quedabas aturdido. Yo me quería zambullir en todas las pozas, iba saltando mojada y una mujer me sacó, despertándome, sacándome del universo restringido que era la vida en familia y hablándome en otro tono, en otra lengua. No entendí lo que dijo, pero le di las gracias en un impulso, sin saber por qué. Mi padre me explicó después que eran peligrosas las pozas, que la mujer había dicho “niña, te viene una ola y te estampa contra las rocas y verás qué disgusto”. Esa noche no quise cenar y soñé con la espuma y el agua y el golpe de las rocas puntiagudas en mi cabeza. Por el cielo de la Ítaca de Cunqueiro pasan los aviones. Su Ulises es el hijo de un Laertes carbonero. Gallego. (Lacón con grelos). Ulises lo había aprendido todo, menos a esperar, y preguntaba a sus amigos, ¿soy ya un hombre?, y no le daban respuesta. Le preguntó a Foción, el piloto que le había enseñado a mirar el mar: “- ¿De qué se hace la nave más ligera para ir a los feacios? - De palabras, Ulises. Te sientas, apoyas el codo en la rodilla y el mentón en la palma de la mano, sueñas y comienzas a hablar... pero para regresar, Ulises, la nave de las palabras no sirve. Hay que arrastrar la carne por el agua y la arena”. De palabras, Ulises.


Pecados capitales: Gula

Tengo amor, sueño,

hambre

Hambre de hambre, hambre de vida. ¿Saciable? No, probablemente. Sumergiéndome de lleno en la poesía, como ya hice con la lujuria, he buscado gula en los versos de los poetas. ¿Qué me encuentro? Hambre de hambre, como decía. n Fusa Díaz

Tenemos la comida ya muy al alcance de la mano, de la boca, de los ojos. Lo que en otro tiempo nos parecía un lujo, ahora nos resulta, la mayoría de las veces, una obligación. Ahora comer es fácil. En los versos pocas son las veces que se habla de eso que nos resulta fácil. No inquieta, una barriga llena. Sin embargo, tampoco sacia, ya, haber comido. Tenemos hambre de hambre, sed de sedes. La gula forma parte de nuestro pasado, igual que la hambruna. De alguna manera están vinculadas a la poesía y son causa y consecuencia; aquello que anhelamos en nuestro tiempo es lo que reina en la poesía que nos va persiguiendo -aunque corramos delante y nos creamos veloces-. Es tanta la accesibilidad a un buen plato, que ahora nuestro pesar es uno bien diferente, uno que nada tiene que ver con el hambre tal como lo entendemos ahora. Hemos perdido el apetito, poéticamente. Ya no tenemos pena por la comida. Blanca Varela lo que pone en su plato no es ni mucho menos nada de alimento, no como lo entendemos según su significado más literal; en cambio: y de pronto la vida / en mi plato de pobre / un magro trozo de celeste cerdo / aquí en mi plato. Exactamente es la vida lo que ponemos en nuestros platos (de pobres), y exactamente es así como nuestro apetito no acaba nunca 26

por saciarse. Entonces, ¿sobre qué se basa nuestra gula, nuestro desorden de comer y beber, nuestro exceso? Los niños se van a la cama hambrientos. / Los viejos se van a la muerte hambrientos. ¿Está hablando Blanca Varela en esos versos de un hambre que podría curarse con un plato lleno de comida? No sólo los niños se van a la cama hambrientos, sino todos. Y no sólo sienten el hambre en el momento de irse a la cama, sino todo el día. Con los viejos, igual. Precisamente porque nos alimentamos de lo inexacto, como la poeta peruana. En la marmita de los pobres / su gloria se tornará bocado / magro aceite // tal vez eructo y pena. Es recurrente en su poesía las alusiones a la comida, pero no a la comida que nosotros queremos tener para llenar nuestros estómagos, es una comida inalcanzable y que alimenta de una forma extraña. Incluso cuando pone a un pobre ante el plato que, no olvidemos, es un plato de pobre y la vida está sobre él, incluso entonces está la pena, aunque la gloria se torne bocado, aunque haya eructo, la pena y una triste voracidad abstracta es lo que nos queda. Así, en la poesía de Blanca Varela se anota un tanto la desgana antes que la gula. ¿Qué importancia puede tener -poéticamente- la comida o la bebida cuando estamos hambrientos de tantas otras


como una intacta almendra. / Quiero comer el rayo quemado en tu hermosura, / la nariz soberana del arrogante rostro, / quiero comer la sombra fugaz de tus pestañas / y hambriento vengo y voy olfateando el crepúsculo / buscándote, buscando tu corazón caliente / como un puma en la soledad de Quitatrúe. Igual que a Neruda le pasa con el amor, que no le sostiene, ya, el pan, porque su hambre es de boca, de voz, de pelo, hoy en día son tantas las amenazas que tenemos, tanto desasosiego, tal desorden, que el pan -ni nada-, al menos poéticamente, no nos sostiene, y vamos sin nutrirnos, callados. Callados la mayoría, pero los que se atreven con el poema, no se atreven con la gula. Pero seguimos encontrándonos con escenas como las que vemos en el poemario “Nostalgia de nada”, de Héctor Sánchez Minguillán: Me duele no esperar a nadie y que la nevera conozca, resignada, la escena de ms lágrimas vertidas junto a su resumen del frío. En épocas anteriores, ¿quién osaría a llorar frente a una nevera que, a pesar de su resumen del frío, está llena? Nadie, absolutamente nadie se atrevería a vivir un momento así. La imagen de una persona

cosas? Eso es precisamente alimentarse de lo inexacto, y quedar hambriento. Claro que también está, sobre la balanza de la desgana o la gula poética, del otro lado, la poesía de hambre. Tonino Benacquista dice: ¿Qué es lo más importante para la humanidad después del papeo? Que le cuenten cuentos? Y entonces el orden de toda la teoría que he estado armando hasta el momento pierde todo su significado (por suerte y sin remedio, como un castillo de naipes y hacer conjeturas sobre la poesía). De modo que, Miguel Hernández sí sabe cómo tratar el hambre, cómo transformar lo que hoy es secundario en una prioridad. Es la realidad del momento la que manda, y en la poesía es el contexto el que acaba guiando. Para Miguel Hernández: Por hambre vuelve el hombre sobre los laberintos /donde la vida habita siniestramente sola. / Reaparece la fiera, recobra sus instintos, / sus patas erizadas, sus rencores, su cola. Es sólo con el hambre que el hombre vuelve a ser primitivo y solamente hombre. Solamente hombre. Arroja sus estudios y la sabiduría, / y se quita la máscara, la piel de la cultura, / los ojos de la ciencia, la corteza tardía / de los conocimientos que descubre y procura. La gula poética (por llamarla de algún modo) sólo existe cuando hay, precisamente, hambre. Si hay escasez, si estamos en tiempo de guerra, de posguerra, de pobreza, de tantas y tantas faltas... entonces, sí, el poema se carga de gula, como ausencia, contrarrestando. Ahora que lo que está ausente no es un plato de comida, sino otras tantas cosas, el contexto, la situación, la realidad vuelve a mandar por

Yo te hablo de poesía y vos me preguntás / a qué hora comemos. / Lo peor es que yo también tengo hambre. ALICIA PARTNOY llorando frente a una nevera abierta nos da señales de que no hay gula, sino todo lo contrario. Precisamente porque tenemos carencias que nos mantienen hambrientos y sedientos, pero ya no nos calmaría comer. Por eso el título Tengo amor, sueño, hambre -un verso de Jaime Sabines-, porque buscando gula en la poesía me he dado cuenta de que hay una serie de prioridades de un tiempo a esta parte, y el hambre, en primer puesto cuando había necesidad, ahora se ha quedado rezagado tras el amor y el sueño, y tantas otras tristezas. Uno de los poemas más representativos de esta teoría sobre la desgula poética, también del gran Sabines: Te quiero a las diez de la mañana, y a las once, y a las doce del día. Te quiero con toda mi alma y con todo mi cuerpo, a veces, en las tardes de lluvia. Pero a las dos de la tarde, o a las tres, cuando me pongo a pensar en nosotros dos, y tú piensas en la comida o en el trabajo diario, o en las diversiones que no tienes, me pongo a odiarte sordamente, con la mitad del odio que guardo para mí. Y como complemento de estas líneas, un pequeño poema de Alicia Partnoy que dice: Yo te hablo de poesía y vos me preguntás / a qué hora comemos. /Lo peor es que yo también tengo hambre. En ambos casos es una decepción que, mientras los poetas están averiguando cómo sobrevivir y esquivando la vida, ocupándose

encima de los poetas, y en nuestros platos sólo podemos aspirar a tener algo más que comida. Ponemos lo inexacto, y quedamos hambrientos de nuevo. Otro de los hambres voraces y que más sedientos nos dejan es del que habla Pablo Neruda, que no puede ser otro que el hambre amoroso: Tengo hambre de tu boca, de tu voz, de tu pelo / y por las calles voy sin nutrirme, callado, / no me sostiene el pan, el alba me desquicia, / busco el sonido líquido de tus pies en el día. / Estoy hambriento de tu risa resbalada, / de tus manos color de furioso granero, / tengo hambre de la pálida piedra de tus uñas, / quiero comer tu piel 27


podría pasar tiempo atrás: Otros cerdos familiares /mueren en otras calles, / reúnen a otros parientes, a otros amigos: / todos comerán. / Eso basta. / Es preciso que el frío de apacigüe adentro, / en el vientre, / hecho un nudo bajo el ombligo / para que el grito se transforme, / como la muerte, en refugio tibio. El hambre se hace un nudo bajo el ombligo, y hay un pesar terrible en estas letras del chileno, un comer sin hambre, quizá porque la fiesta ya no nos resulta una fiesta y nos engañamos creyendo que el grito, habiendo comido, se va a transformar. Habla con tristeza del hecho de comer el cerdo que acaban de matar. El hambre saciable no alimenta a este poema, que acaba con estos versos: esta hambre apaciguada / como un chillido doméstico y terrible. Con más fuerza y más abstracción, Alejandra Pizarnik dice que En tanto Mirada de deseo disfrazada que sortea el gobierno y el criterio; voluntad sometida al adulterio, en sólido y líquido transmutada.

Los niños se van a la cama hambrientos. / Los viejos se van a la muerte hambrientos.

En un confuso dédalo atrapados, -oído, vista, gusto, olfato, tactorivales aliados en un pacto que la firmeza burlan perturbados.

BLANCA VARELA sólo de aquello que quieren ocuparse, las personas que tienen al lado estén conectados a una bombona de oxígeno que es la hora de la comida, las diversiones que no se tienen. Jaime Sabines no puede soportarlo, Alicia Partnoy reconoce, apenada (lo peor es que yo también...), que también tiene hambre. De cualquier modo, ambos sienten una pequeña punzada de tristeza al encontrarse con las prioridades de los demás, que no son las mismas que exigen la poesía: ¿encontramos ahí la razón de la desgula poética? ¿Se resiste el poeta a la vida vivible y en su lucha le niega la gula al

Inmutado escucharás los consejos, absorto verás los tales manjares saboreándolos desde lo lejos. Y oliendo esa ensalada de los mares cederás el instinto a los festejos para mañana sufrir los achares. JOSE BRAULIO

afuera se alimentan de relojes y de flores nacidas de la astucia. Nadie a quien se le ocurra poner en su plato (de pobre, recordemos) relojes y flores de la astucia va a quedar satisfecho. Afuera se alimentan de eso, mientras que adentro de esta poeta hay la sed peor: En la mano crispada de un muerto, / en la memoria de un loco, / en la tristeza de un niño, / en la mano que busca el vaso, / en el vaso inalcanzable, / en la sed de siempre. Todo en la poesía, si andamos buscando gula, es un fracaso. El vaso inalcanzable, la sed de siempre y dentellear con una boca de papel, que eso es lo que acaban haciendo todos, a falta de sentir lleno el estómago: llenar la ausencia de apetito poético con papel, con más papel. Y tratando el vaso inalcanzable de la argentina, se me ocurrió que en Roger Wolfe podría yo encontrar esa parte de la gula que se refiere al desorden en la bebida. Encuentro esto: Siéntate / a la mesa. / Bebe un vaso / de agua. Saborea / cada trago. / Y piensa / en todo el tiempo / que has perdido. / El que estás perdiendo. / El tiempo / que te queda por perder. El borracho wolfiano no bebe con convicción, sino por descarte. Como si ya hubiera probado otras maneras de salvarse y no las hubiera encontrado. No hay gula en el bebedor de Wolfe, sino cansancio. Y ya no hay placer en la bebida sobre la que escribe y habla el yo poético de Roger Wolfe, hay un cierto agotamiento... y eso se refleja en ese vaso de agua que nos hace perder el tiempo. ¿Pero cómo podríamos no perderlo? ¿Qué alternativas nos deja la poesía, qué salidas? Para Matilde Alba Swann el hambre es muy concreto, y es quizá, de todos hasta ahora, el más asequible. Aun así, es tan pobre el que no puede comer como el que tiene qué llevarse a la boca y la cierra para escribir un poema de hambre... de canto: Cómo quisiera despertar cantando, / y me muero de sed y hambre / de canto.

verso? Muchos, como es el caso de José Donoso, ni siquiera lo tratan con el odio, como en el caso de Sabines, sino que es más bien una tristeza, entre superable e infinita, que va a permanecer. En el poema que he seleccionado, del libro editado por Bartleby Editores “Poemas de un novelista”, el hambre es una excusa, la matanza del cerdo y la reunión familiar son lo que en estos versos tienen relevancia. No el hecho de que vayan a comérselo, como 28


Pecados capitales: Gula

Mi verano feliz “El verano feliz de la señora Forbes”, dentro de “Doce cuentos peregrinos” de Gabriel García Márquez, supone una intensa e interesante tercera parada -la gula- en un recorrido unitario sobre los pecados capitales.

n Alejandro Larrañaga Álvarez La revista literaria que ahora estás leyendo comenzó, como seguro que ya sabes (y si no, no dudes en acercarte a ellas), hace un par de números una serie sobre los pecados capitales. Mis primeras impresiones cuando recibí la noticia de que la temática central sería ésa se debatieron entre el miedo, el exceso de responsabilidad y que era una oportunidad inmejorable para reflexionar sobre la (más bien mi, porque no me considero ni tan soberbio ni tan importante como para referirme a una condición superior a la mía) condición humana. La primera parada en la lujuria sirvió como toma de contacto. Para alguien como yo (escritor entusiasta y aficionado) la elección de la obra lo era todo y, por eso, “Teleny”, de Oscar Wilde, me pareció una decisión acertada. Una obra que, al margen de gustos, demuestra una valentía por parte del autor que trasciende a lo que podamos opinar sobre su conducta. Una prueba de que algo a priori peyorativo como la lujuria podía volverse rápidamente en una demostración de libertad que, si bien en su época supuso problemas bastante más graves que el rechazo social, nos enseña hasta dónde podemos llegar gracias al amor y la pasión, dos de los motores fundamentales del comportamiento humano. El listón estaba alto para el segundo pecado capital escogido por Granite & Rainbow: la pereza. Y aquí me voy a tomar la libertad de parafrasearme a mí mismo, puesto que mi aportación en el pasado número de la revista comenzó del siguiente modo: “La pereza es el más humano de todos los pecados capitales, por lo que

implica de inacción.” Si la lujuria, en palabras de Wilde, acaba convertida en una oportunidad para expresar nuestra libertad, la pereza también aporta su cuota de contradicción. El progreso como posibilidad de conseguir dejar de hacer todo aquello que no sea experimentar la vida, sentir placer, dar rienda suelta a los sentidos sin tener que pasar por el trago del sacrificio, sobre todo físico. Con “The Surrogates” o “Blade Runner” queda claro que las personas, tan pronto somos capaces del progreso tecnológico más imparable, como de la destrucción más innecesaria. Estas serían sólo las dos primeras paradas en este repaso de los pecados capitales en relación a la más íntima humanidad. El tercero de los pecados elegidos es la gula. La verdad es que la relación sigue basada en dos puntos que ya amenazan con convertirse en constantes. Por un lado las contradicciones del comportamiento humano y por otro lo inevitable de dejarnos llevar por nuestros instintos más primarios. En este sentido, la gula es, probablemente, el más gráfico de todos los pecados, por todo lo que tiene de espectacular. Ante un gran banquete, sólo existen dos maneras interesantes de afrontarlo (siempre podría aducirse la opción racional de la moderación y el sosiego, pero ésta ni es divertida ni es propia de un animal como el hombre, por mucho que nos empeñemos en racionalizarlo todo). Una es asumir que es una celebración y dedicarnos a disfrutar, a degustarlo todo, a descubrir sabores, olores y dejar a nuestros sentidos trabajar libremente. La otra sería permitir que

“… era la señora Forbes, que se pasaba la noche viviendo la vida real de mujer solitaria que ella misma se hubiera reprobado durante el día”

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de que la virtud puede devolverles un pedazo de la felicidad que su nueva situación les ha arrebatado. Sin embargo, la injusticia que perciben en el comportamiento de la señora Forbes los convence de que su mejora no llegará a través de la negociación, sino que deberán asumir el control de su propio destino. La historia está contada desde el punto de vista de uno de los hermanos, por lo que la percepción de lo que está ocurriendo con la señora Forbes se moverá en el terreno de la especulación antes que en el de la certeza. Es por eso que García Márquez aprovecha para insinuarnos, procedente de la boca de un menor, supuestamente más ingenuo, todos aquellos placeres culinarios (y de los otros, aunque nada se explicite de todo esto) a los que la señora Forbes dedicó el feliz verano que pasó cuidando un par de hermanos en una isla italiana, mientras sus padres hacían un crucero con otros escritores por el Mediterráneo. Como es un cuento bastante corto (apenas quince páginas en la edición de la que dispongo) y el autor se reserva alguna que otra sorpresa para los instantes finales, conviene no destripar lo que tiene que ver directamente con la acción. Puesto que la lectura de “El verano feliz de la señora Forbes” es una lectura altamente recomendable, sólo apuntar que García Márquez nos reserva, con el abrupto final, otra insinuación más sobre hasta qué punto fue feliz el citado verano. Como la gula sirve como puerta de entrada al universo del placer, mayormente el inmediato, pero que es sólo el primer paso dentro de un proceso que puede acabar, a pesar de que el viaje sea maravillosamente delicioso, en un punto de no retorno.

“Contra sus propias prédicas de austeridad y compostura, se atragantaba sin sosiego, con una especie de pasión desmandada.” la culpa nos asediara. Esto traería como consecuencia un comportamiento compulsivo, donde lo queremos todo y para ya, produciéndonos un desahogo inmediato muy satisfactorio, pero con la convicción de que las buenas sensaciones no durarán mucho. Que la culpa, la vergüenza, las apariencias y la doble moral llegarán cuando apenas hayamos acabado de hacer la digestión para recordarnos que hemos sido malos. La señora Forbes, protagonista del décimo de los “Doce cuentos peregrinos” de Gabriel García Márquez, “El verano feliz de la señora Forbes”, respondería claramente a este último grupo. Se trata de una mujer de origen alemán que llega a Sicilia para encargarse del cuidado de un par de niños. Éstos, que disfrutaban de unas maravillosas vacaciones, descubren que la fiesta ha terminado una vez pasan a la supervisión de la rígida institutriz. Reglas, protocolo y normas de conducta que los niños ven como una limitación a su libertad y, sobre todo, a su diversión. “Contra sus propias prédicas de austeridad y compostura, se atragantaba sin sosiego, con una especie de pasión desmandada.” Noches enteras donde, mientras creía dormidos a los pequeños, se entregaba a los placeres tan propios de la humanidad como alejados de las enseñanzas de la modélica señora Forbes. Por supuesto, la doble moral, los modales de cara a la galería, el choque de culturas (se plantea siempre la rigurosidad y la rectitud de la procedencia alemana de la señora Forbes con las “costumbres tropicales” menos regladas de los niños a su cargo) son utilizados por García Márquez como armas para explicar el proceso degenerativo de la relación entre la mujer y los jóvenes, aunque, evidentemente, trasciende una crítica del propio autor tanto a unas costumbres, las europeas, representadas en una alemana, más orientadas a un protocolo inservible y anacrónico que a su uso en la vida diaria, como a otras procedentes de sus mismas latitudes, una veneración acrítica a todo lo que provenga de Europa y una religiosidad más orientada a cumplir que fruto de la convicción. “No es por eso – dijo mi hermano -. Es que tengo miedo de tener miedo.” La situación que se plantea entre los dos hermanos y la señora Forbes se encuentra en un equilibrio ciertamente precario. Los niños asumen las órdenes de su cuidadora como algo inevitable y hasta trágico, con cierta resignación ante los recortes que se van ampliando inexorablemente. Los deliciosos postres y los sistemas de puntuación con los que la señora Forbes los controla no son para ellos más que la ilusión

“No es por eso – dijo mi hermano -. Es que tengo miedo de tener miedo.” 30


Pecados capitales: Gula

¡Ayuda! Cuando se pronuncia en alto la palabra adecuada:

n Begoña Martínez Varela Y grité. Lo devoré y grité. Mi sentimiento. Ligero y perfecto, sin un gramo de grasa. Dispuesto a volar, pero sin armas, sin palomas, sin paz; solo, en la punta de la lengua, con miedo. Su sabor, salado y lento, ahogándose en mi boca, arrastrándolo todo con él. Si no era capaz de salir, lo tragaría, y bien masticado, saldría de nuevo, más fácil, bajo los efectos de los diuréticos. Vaya si saldría. Recuerda lo que decía el padre de Gloria: la fuerza de voluntad es lo que diferencia a los hombres de los animales. Pánico escénico a la desnudez del sentimiento que brota. ¿Cómo dejar que fluya? Correré hasta la casita de Hansel y Gretel, y allí estaré segura. Ojalá fuese verano para poder derretir la tristeza entre kilos de helado… aún al precio de dejarme tiritando. Quizá, leer

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el libro de Espido Freire “Cuando comer es un infierno” nos aliente a reconocer, y recoger, en un abrazo, las migas de pan que esconden las “personas” tras las que se oculta un trastorno alimentario como es la bulimia o la anorexia. El ensayo arranca con una cita de Simone de Beauvoir sobre la imposibilidad de jugar a ser princesas con un paño de sangre entre las piernas; la misma incoherencia que día sí y día también nos plantan por doquier sobre el hecho de que ser gorda es poco menos que un impedimento para ser feliz. Linda, una de las mujeres que nos relata su experiencia, comenta que los valores de la sociedad en la que tanto estamos inmersas, como ayudamos a construir, son ridículos. Sean así si quieren, los amores, pero no los valores, porque de ese


absurdo se nutre un Frankenstein, que de un bocado, como Saturno, devora a Mary Shelley y apaga el eco de su grito, como el de tantas mujeres a quienes ni se les deja hablar, ni se les escucha.

a los diez años. Porque a los diez, ya no se es niña, sino Lolita. Pero el señor sociedad no es el único que tiene que cambiar para prevenir la vorágine de la bulimia, sino que hay que aprender, y educar, para que la expresión de emociones no se corte en las muñecas ni dé un grito de dolor, bien devorando comida, bien utilizando laxantes. Hay que buscar nuevos caminos. Frenar. Y aprender a mirarse, como dice Gloria, con cariño, con compasión. Hay que quererse, y hacer oídos sordos a quien no le da más valor que a lo superficial, una imagen con la que tenemos que sentirnos a gusto porque nos va a acompañar toda nuestra vida, una imagen que hay que cuidar, pero que no nos puede esclavizar, porque la paradoja es que un control excesivo de la propia imagen puede degenerar en lo opuesto, un descuido, un desaliento que deja sin vida a quien cae en las fauces de la bulimia.

Por ende, ser “persona” es ser mujer, en igualdad (siendo políticamente correcta) de oportunidades con el hombre. Pero la bulimia y la anorexia hoy es desigual. Y no es ése el único botón que al abrocharlo, e intentar armar una camisa, hace que la desigualdad entre los sexos sea evidente. ¿Quién es el responsable? Habría que agarrar por el cuello de esa camisa a quienes abanderan la idea de que las mujeres tenemos que tener como valor prioritario estar “buenas”. O para seguir siendo políticamente correcta: resultar sexualmente atractivas. Lástima que la política que en este momento esté tan vapuleada (salvo en sus nóminas) no se lleve consigo ese valor del que tanto anoréxicas como bulímicas sólo se hacen eco, como en un canto de sirenas que las arrastra hasta su propia muerte.

El título que he elegido para abrir este artículo es una libre composición del final de uno de los capítulos, literalmente: “Los maleficios se desvanecen cuando se pronuncia en alto la palabra adecuada: en este caso, bastaba con gritar «¡Ayuda!»” antes de que Gloria nos cuente que tiene un futuro por delante, en el que está intentando aprovechar cada momento, porque la muerte, siempre tan segura, nos da toda una vida de ventaja, pero sólo una. Me sorprendió llegar a esa página y leer en primera persona ese grito, porque la primera palabra que me vino a la cabeza, cuando aún no había llegado a la mitad del libro, en el momento en el que me puse a imaginar cómo comenzar este texto, fue la de gritar. Y las emociones, en batiburrillo, indigestas, lo siguiente que me vino a la mente. Para mí, un libro es también de quien lo lee, y mis experiencias se ensamblaron a las letras de Espido Freire, y al ir leyendo sobre la soledad de Gloria y el largo proceso de su trastorno, me di cuenta de cuán necesaria es la educación emocional y cómo es posible que se priorice conocer cuál es la capital de Francia antes de saber expresar las propias emociones o controlar aquellas que son dañinas facilitando herramientas. Hace poco, por mi trabajo, vi un vídeo que me sorprendió, basado en un experimento. En una habitación se encuentra una niña de unos tres años que juega; su padre está sentado en un sillón leyendo. De repente, una araña gigante baja del techo (aunque es de plástico, ella se asusta), le pide ayuda al padre, pero éste, sin hacerle mucho caso, le dice que no la moleste, que está leyendo. La niña en un primer momento no sabe qué hacer, pero antes de un minuto, se pone a cantar una canción sobre arañas que había aprendido. Ésa fue su estrategia para expresar su miedo, se enfrentó a su araña. Le miró a la cara y venció. Es una pena que esas tácticas que traemos desde que nacemos, como el puente de la nariz o las orejas pequeñas, debido a la cirugía plástica que nos impone la sociedad, se pierdan y haya que sobreesforzarse para recuperarlas una vez que demos el grito; por eso, a mis alumnas (y un alumno) ya les he recomendado este libro, porque Gloria, Linda, María y Cecilia, de la mano de Espido Freire, nos ofrecen un mapa de muchos de los puntos cardinales que hay que afrontar desde la educación, para prevenir, y facilitar que Gloria cante, y no que grite.

La invisibilidad emborrona la bulimia. No es cáncer, no es Alzheimer, es: mujer. Aunque es más un no querer ver, como siempre; el burka de occidente no es un trozo de tela, es un parche en un ojo de un señor llamado sociedad, y todas sus telarañas, que no le deja ver a la mitad del mundo como es sino sólo como desea. Muchas mujeres a lo largo de los siglos han podido ser modelos para una historia diferente a la nuestra, tanto en la esfera pública, como Olimpia, Alexandra, o Clara, como en la privada, mujeres anónimas que miran al horizonte, con sus trastos a cuestas, y sus ilusiones bien puestas. Tanto Gloria como las demás mujeres hacen una reflexión sobre el modelo de mujer al que tenemos que adaptarnos y que nos cae como una losa ya desde el momento de nacer. La herida puede llegar a ser mortal. Barbie no escatima en esfuerzos por hacer trizas la autoestima y la confianza de cualquier mujer que no se ajuste al cánon de belleza actual, cada vez más ridículo y extremo, cada vez más insano y, cada vez, más arriesgado. No es una cuestión del ahora, no es ni tan sencillo, ni tan banal; la fragua de la bulimia y la anorexia se ha ido calentando desde hace siglos, pero es ahora cuando quema, en un fuego que genera un infierno interno que no traspasa las puertas de la boca más que transformado en vómitos. No está clara cuál es la causa de la bulimia; posiblemente sea multicausal, y quizá no está en la mano del señor sociedad atajarlas todas, pero sí algunas. Las protagonistas del ensayo, al volver la vista atrás, se dan cuenta de que la bulimia se ha llevado con ella años de sus vidas, y les ha dejado un vacío en la memoria, en la que sólo habita el recuerdo pernicioso del hambre y la comida. Se hacen conscientes también de que una de las causas que, posiblemente añadida a otras, desembocaron en la bulimia, fue el esperpento que vende el señor sociedad como si fuese el cuerpo de las mujeres, que deja de ser nuestro, para ser de uso de otros. Lo más grave, es que la venta comienza cada vez más pronto. Machado, y sus recuerdos de infancia en un patio de Sevilla, si fuese mujer, y hubiese nacido en los noventa, quizá tuviese que situar la escena a los diez meses y no 32


Pecados capitales: Gula

La gula en los

buenos tiempos

“Acaba de desayunar hacía muy poco, pero pensó que un pastelillo o dos y un trago de algo le sentarían bien después del sobresalto”

n

Marta Gómez Garrido

La Real Academia de la Lengua Española define la gula como “Exceso en la comida o bebida, y apetito desordenado de comer y beber”, es decir, una alteración en el hábito de la ingesta de alimentos que, como todo exceso, es dañina para la salud. También desde la religión se señala de forma acusadora a la gula al considerarlo como uno de los siete pecados capitales y, por lo tanto, un vicio inadmisible para la moral cristiana, si bien en un principio el término se asociaba a cualquier tipo de exceso y no sólo a la glotonería. A pesar de la mala fama que parece haber cosechado esta actitud, su práctica no se considera negativa en todas las sociedades. De hecho, en la Tierra Media creada por J.R.R Tolkien la gula y el exceso en la alimentación se consideran un síntoma de prosperidad y tiempos de paz. Aunque tanto elfos como humanos y enanos disfrutan en las historias del escritor británico de los placeres de la buena mesa, son los hobbits los que más disfrutan de la comida. Como queda claro en la descripción de esta peculiar raza en 33


el libro “El Hobbit”, los medianos se caracterizan tanto por su pequeño tamaño y sus pies peludos como por su gusto por la buena comida: no en vano su dieta diaria cuenta con nada menos que nueve comidas, entre las que se incluyen dos desayunos y dos cenas. Otro rasgo característico para esta raza es la hierba para pipa, que fuman especialmente después de las comidas. La importancia del arte culinario queda reflejada en la narración de esta novela de Tolkien más allá de la descripción de los propios hobbits. La historia de Bilbo Bolsón comienza con un desayuno, por supuesto acompañado de té, en el que hacen los planes oportunos para recuperar un tesoro velado por un enorme dragón. Al igual que en otras historias la cocina y el alimento pasan a un segundo plano, en ésta ocupan un lugar primordial, y a lo largo de las páginas veremos cómo en paralelo a las aventuras, el alimento comienza a escasear, como símbolo inequívoco de tiempos difíciles. Un cambio que el pequeño hobbit protagonista nota de inmediato: “Desde entonces cabalgaron felices, contando historias o cantando canciones durante toda la jornada, excepto, naturalmente, cuando paraban a comer. Esto no ocurrió con la frecuencia que Bilbo hubiese deseado”. A pesar de los peligros y contratiempos que vive Bilbo junto a la compañía de enanos dirigida por Thorin II Escudo de Roble, la peor parte para él es la escasez de alimento, así como la nostalgia por el refugio de su hogar hobbit excavado en la tierra, rememorado por él una y otra vez bajo la lluvia y durante otras inclemencias del camino. “Estoy tan terriblemente hambriento –gimió Bilbo, quien de pronto advirtió que no había probado bocado desde la noche anterior a la última noche. ¡Quién lo hubiera pensado de un hobbit!” se queja el hobbit durante la larga marcha que debe recorrer hasta la Montaña Solitaria, y es que no está en la naturaleza de un hobbit el buscar aventuras, y menos el pasar hambre. Así, en la novela vemos una clara relación entre la comida abundante y los buenos tiempos, mientras el hambre se relaciona con épocas negativas y de crisis: “Si tenía la oportunidad de tomar una cena sin invitación, esta vez no lo pensaría mucho; se había visto obligado a hacerlo durante mucho tiempo, y ahora sabía demasiado bien lo que era tener verdadera hambre, y no sólo un amable interés por las delicadezas de una despensa bien provista”. Esto queda más patente si tenemos en cuenta que la gula se asocia directamente a la raza hobbit, bondadosos por naturaleza, y no a otras razas con rasgos más negativos. Por el contrario, se critica durante toda la narración la avaricia y el ansia de amasar fortunas, así como el egoísmo, que llevan a los personajes que los sienten hacia la perdición. La comida tiene otro rasgo en el mundo creado por Tolkien: caracteriza a cada raza. Los elfos cocinan unos alimentos que, en cierto modo, les definen, mientras que los humanos, los enanos y cada una de las múltiples razas que aparecen en las historias de la Tierra Media tienen su cocina particular, que les diferencia de los demás. Llegados al final del camino, Bilbo se despide con una invitación a tomar el té, de nuevo haciendo referencia a la mesa, el lugar de encuentro para los buenos tiempos, en los que se puede saciar el apetito y la glotonería sin miedo, antes de que el mal y la escasez vuelvan a aparecer.

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Pecados capitales: Gula

Comer sin sueño; dormir sin hambre

n Ignacio Ballestero La locura es el primer síntoma de la genialidad. La soledad, el segundo. La gula es un vicio sobrestimado, elevado a la categoría de un pecado capital. Fresas con nata. Una enfermedad rara que te come por dentro. Dos meses de vida. El vacío de una vida que se apaga. Un libro que nunca conocerá su final. Un helado de chocolate. La conversación como hilo conductor, las palabras como drama, las manos que se aferran al cuello y no dejan de apretar. Las manos que se mueven nerviosas, inquietas, en el regazo. Las manos que un día apretaron. La marca alrededor del cuello, los dedos señalados. Pasta a la carbonara. Ochenta y tres años de genio postrados en una silla de ruedas. Ciento cincuenta kilos de hambre que no se pueden levantar. Un tipo gordo, feo. La piel tirante, brillante. Las manos de un niño. Crema de cacao. El interés de todo el mundo por una vida que no es vida, por unos libros que no son vida, por un escritor al que nadie lee. Un nombre extraño, un carácter extraño. Un huraño con la piel de un niño, una piel dada de sí que apenas puede envolver el cuerpo que sigue creciendo mientras el alma mengua y se extingue. Una manzana dulce. El periodismo que se enfrenta al final de una aventura, la entrevista antes de la muerte. Una muerte sin preguntas cuando se tienen todas las respuestas. Un tipo que se va descompuesto. Otro, antes que él, que llora. Una mujer. Melón con jamón. El útero como castigo, una niña que nunca será madre, una hija que nunca será mujer. La menstruación delatora, el hilo de sangre que flota y señala. Los ojos petrificados. El lago. Un cochinillo al horno. La apuesta sobre la alfombra. Sobre la alfombra, también, el estómago pesado, el pecho comprimido contra el suelo, los pulmones que no funcionan. El aire que no entra. La voz que no sale. Arrástrese. No puedo. Arrástrese. No se vaya. Una paella valenciana. La teoría sobre la literatura. El escritor con pluma. El escritor con cojones. El escritor con polla. Con oreja. El escritor con los labios y la mano. La mano del escritor. Una mano que aprieta, la otra que acompaña. El aire que no entra. El lago. Un alexander bien cargado. El relato de una dieta insostenible. El desayuno pesado, la manteca de cerdo en el almuerzo. Callos fríos por la mañana, panceta a medio cocinar. Masticar hasta la bebida. Un caramelo. Otro caramelo. Leche merengada. Nada de revistas femeninas. Amar a alguien es matarlo antes de que comprenda, de que se transforme, de que deje la infancia. La infancia, ese Edén. El paraíso es un castillo enorme, con bosques por los que caminar desnudos. Lagos fríos donde nadar. Dormir dos horas al día, por turnos, 35

para no caer en la vigilia. El agua helada. Los labios morados en vida. Los labios morados sin ella. Lubina al horno con patatas. Comer sin hambre. Beber sin hambre. Dormir con sueño. Arrastrar la silla con las ruedas casi dobladas. Ciento cincuenta kilos de escritor encadenado a una muerte lenta, segura, a dos meses de agonía sin levantarse. Mero espectador. Fritura de pescado. El premio Nobel de Literatura. Veintidós novelas sin lectores. Una única lectora. El texto inacabado que delata. Veintidós títulos sin historia. Referencias. Influencias. Cèline. Víctor Hugo, el miserable. Lectores que no leen, que leen pero no comprenden. Lecturas que no transforman. Pollo en pepitoria. Un escritor acabado. Seis lustros sin escribir. Sesenta y seis años y medio sin soñar, o soñando sin despertarse. Un estrangulamiento que dura más de medio siglo. La sombra de un cadáver sobre la alfombra. Una figura obesa, deforme, que se arrastra. Que gira pesadamente. Para no ahogarse. Para ahogarse mejor. Un brownie con helado de vainilla. Una historia contada por un escritor gordo y deforme, con los dientes afilados, sentado en una silla de ruedas. Se muere, una enfermedad rara. Conversaciones sin norte, sin rumbo, sin hilo argumental. Dos periodistas que salen corriendo. Tres. Uno que se emborracha. El resto se ríe. No sabéis tratar con el genio. Una mujer, un miserable ser. Deberían estar todas muertas. El útero alumbra la mala fe. Todas muertas. Todas. Menos una, salvada por su muerte de ser mujer. Las niñas no son mujeres. Los niños no son hombres. Los hombres son menos miserables. Un secretario fisgón. Una mujer que pregunta, que observa, que no calla. Que sabe. Que escucha. Cerezas confitadas. Palabras ensalivadas, pegajosas por los caramelos. Unas manos como de niño en un cuello de niña. Los labios morados. El agua fría, helada. Un cuerpo que se marcha al fondo, sangrando. Dos cuerpos que suben del fondo del lago. Uno sangra. Unas manos en torno a un cuello como de niño. Un éxtasis final. Una transformación. Un tipo gordo y deforme como una montaña arrastrándose por el suelo. Yo soy tú. Tú eres, ya, como yo. Así es la historia. Todo esto es Prétextat Tach. Escritor. Genio. Todo lo come, todo esto lo contiene. Todo está en su pasado, en su presente, en su ausencia de futuro. Y no para de comer. Un alexander bien cargado de cacao. La conversación que se alarga. La vida que se acorta. Así es la historia. Así es ‘La higiene del asesino’. Así es, también, la gula. Y nada más.


Pecados capitales: Gula

La gula

histórica n José Braulio Fernández Riesgo

El pecado de la gula nació con el objetivo de prevenir a las personas de los excesos, para controlar sus impulsos, para mantener a la plebe ocupada, como siempre, en asuntos peregrinos en tiempos en los que la escasez abundaba. Como no podía ser de otro modo, la gula pasó a formar parte del acervo popular y pronto tomó forma en leyendas y cuentos. Evagrio Póntico, un nombre que a muchos no les dirá nada, fue el monje que, cuatro siglos antes de Cristo,

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elaboró la primera lista de vicios malignos que constaba de ocho. Siglos más tarde, en el VI después de Cristo, el Papa Gregorio Magno redujo la lista a siete y desde entonces se denominaron pecados capitales. Esa misma relación fue la que utilizó Dante Alighieri, en el mismo orden, en su célebre Divina Comedia ya en el siglo XIV. El Papa Gregorio Magno declaró a la gula un vicio mortal porque comer demasiado interrumpía el rezo, el excesivo consumo de alimentos impedía que la mente trabajara con lucidez: el glotón viviría para comer, no comería para vivir. La Biblia


no alerta de los pecados en sí, pero advierte en ocasiones de sus peligros, entre ellos el de la gula. Un pasaje muy conocido (San Mateo 4: 1-11) nos cuenta cómo Jesús es tentado en el desierto por el diablo: -Convierte estas piedras en pan y sacia tu estómago. -No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios. La gula es un pecado que nos desvía del camino recto, es un pecado contra nuestro cuerpo; si sólo pensamos en la comida, entonces ignoramos a Dios. El mejor ejemplo fue Jesús evitando sucumbir a las tentaciones del diablo, y había que divulgarlo. San Agustín predicó la abstinencia en todas sus formas, disfrutar de la comida significaba ofender a Dios; y Tomás de Aquino señaló que la gula denotaba no un deseo de comer y beber, sino un deseo desordenado. Es un desafío, porque es casi imposible no disfrutar de la comida, y sentir ese placer posterga nuestra humanidad, nos acerca a los animales. Gregorio Magno advirtió que la gula se detectaba por diferentes conductas, entre ellas las comidas copiosas, las comidas fuera de hora, su preparación minuciosa o el apetito, que obligaba a pensar en el alimento que se adivinada sobre la mesa. Se trata de un pecado al que todos somos proclives, todos necesitamos alimentarnos y es fácil superar los difusos límites. El pecado de la gula no solo es peligroso por lo que representa en sí mismo, sino porque puede

La gula es un pecado que nos desvía del camino recto, es un pecado contra nuestro cuerpo; si sólo pensamos en la comida, entonces ignoramos a Dios. conducir a otros. Una leyenda antigua habla de un hombre al que el diablo propuso cometer un pecado entre tres posibles. Escogió la gula por parecerle más reprimible. Una vez en casa, borracho, intentó propasarse con la mujer que se encontraba acostada en la cama, que resultó ser su madre; el padre, al oír el estruendo, acudió al cuarto para comprobar lo que sucedía. Asustado, el hombre borracho asestó una puñalada a su propio padre acabando con su vida. De esta forma la gula ocasionó a la vez varios pecados de consecuencias espantosas. Para ayudar a los cristianos a combatir los pecados se redactaron las siete virtudes, con la templanza como antagonista de la gula. San Francisco de Asís, para contener la gula, espolvoreaba ceniza en la comida, de este modo evitaba disfrutar del sabor de los alimentos. Todo un ejemplo de templanza. Otro ejemplo de templanza y respeto hacia los preceptos de la Iglesia es el de algunas monjas que, para acercarse a Dios, dejaban de comer. Esto provocaba alucinaciones que favorecían el proceso místico, aunque también desgraciadas consecuencias físicas y mentales. A esta conducta se la denominó posteriormente anorexia santa. En otras religiones, como el judaísmo, la gula no era reconocida a menos que se traspasaran ciertas fronteras, habida cuenta de que se agradece a Dios por los alimentos. En el libro de Judith se dice que Holofernes llega con la intención de invadir Israel iniciando su conquista por la ciudad en la que reside Judith, Betulia. Ésta se las ingenia para hacerle creer que está enamorada de él y logra emborracharlo y a continuación lo decapita obteniendo la victoria inmediata para su pueblo. Un ejemplo más de los muchos que se encuentran en la Biblia para advertir de las consecuencias de un exceso de glotonería. El islam advertía de los peligros de la gula, no en vano el Corán dice: “come y bebe, pero sin excesos, cualquier exceso se considera un vicio”. En el Ramadán los 37


musulmanes no pueden comer ni beber desde el alba hasta la puesta de sol y el ayuno es el modo en el que la tradición islámica enseña a no ser glotones. Los cristianos también se preparan para el ayuno de cuaresma durante los tres días de excesos del Carnaval, hecho que los protestantes esgrimieron, entre otros muchos, para criticar con dureza éstas y otras celebraciones cristianas que consideraban fuera de lugar por su copiosidad, y nada decía la Biblia sobre esta fiesta pagana. Conocemos la inclinación que en la Grecia clásica se tenía por los cuerpos atléticos y estilizados, véase el Laocoonte, el Discóbolo de Mirón o la Venus de Milo. Sin embargo, una sociedad que nos ha legado las más bellas formas, también albergaba en sus ágapes las más grotescas escenas. Las comidas en los banquetes no solían ser copiosas, aunque la bebida abundaba y eran frecuentes las visitas a los vomitorium en los que se provocaba el vómito para regresar a la mesa y continuar con el convite. El Renacimiento trajo consigo una nueva visión de la gula, que posee muchas semejanzas con la que se tenía en la Grecia clásica tras las paredes de las viviendas más opulentas. La aristocracia renacentista convirtió la comida en un motivo de orgullo y signo de una elevada posición social. Se vivía y se comportaba conforme al estatus: viviendas lujosas, lujosos vestidos, vajillas caras y una inusitada voracidad. No es ningún secreto que algunos reyes padecieron graves trastornos a causa de sus desordenados hábitos alimenticios. Enrique VIII y Luis XIV son dos ejemplos de monarcas glotones, glotones incluso en otros aspectos de la vida. Aquella aristocracia no temía cometer el pecado de la gula; sin embargo, era frecuente que los castigos les llegasen a través de enfermedades aristocráticas, como la gota. Estas clases altas sorteaban la prohibición de comer carne los viernes preparando platos que en apariencia no parecían lo que eran, un privilegio

solo al alcance de las clases pudientes, que tenían a su servicio a los mejores cocineros. Más tarde, el puritanismo americano, que fue una ramificación del protestantismo radical europeo, pretendió erradicar todos los vicios y pecados del Nuevo Mundo. Quisieron limpiar todos los vicios romanos, rechazando incluso la Navidad, fiesta que incita a la glotonería. Ya en el siglo XIX, en Norteamérica, el alcoholismo brotó como uno de los peores aspectos de la gula. Se inició un movimiento por la templanza que contribuyó a la llegada de la famosa ley seca. Para ello, líderes religiosos y amas de casa se aliaron para promover su instauración. La baja productividad laboral ayudó a que esta ley fuese puesta en marcha. No tuvo demasiado éxito, pero es un ejemplo de los resortes que las religiones pueden activar para advertir durante siglos de los peligros de algunos vicios.

La literatura popular y la fábula son pródigas en relatos con la gula en papeles protagonistas y secundarios.

La literatura popular y la fábula son pródigas en relatos con la gula en papeles protagonistas y secundarios. Las fábulas de Esopo, de sobra conocidas, utilizan a los animales como representación de las virtudes y defectos humanos para moralizar sobre las personas. Una ojeada sobre esas fábulas nos muestra al lobo, un animal que siempre ha simbolizado la voracidad y la perfidia, en escenas cuyo desenlace generalmente no le reporta ningún beneficio y sirve de elemento aleccionador. El cordero y la oveja, por otro lado, representan la candidez y la bonhomía, imágenes antagonistas del anterior. De la figura del lobo nunca se suele desprender un mensaje positivo para la moral humana, no en vano, el lobo, a lo largo de la historia, siempre ha sido contemplado como el enemigo del hombre, portador de desgracia y causante de males. De esta forma resultaba más viable colgar sobre el fiero lobo los pecados y defectos destinados a pulirse que hacerlo sobre la inmaculada trayectoria de un blanco y dócil


corderillo. Esta concepción que del lobo y del resto de animales domésticos fue arraigando en el acervo popular, facilitó que se crearan leyendas a su alrededor, y estas leyendas, como tantas otras, se fundieron con el folclore y más tarde se trasladaron a la literatura popular. Los hermanos Grimm recogieron muchas de estas leyendas y las literaturizaron, además de retocar y rehacer otras que autores como Charles Perrault ya habían recogido en su volumen de cuentos. Todos conocemos cuentos populares en los que el lobo encarna a un personaje malvado, desleal y embustero que persigue llenar su panza salvando cualquier impedimento, sin que estos produzcan en él recelo alguno. “Las siete cabritillas y el lobo”, “Caperucita roja” o “Los tres cerditos” forman parte de esa tradición de cuentos protagonizados por personajes inocentes que sucumben ante las arteras maniobras del lobo. En todos los cuentos el final ha de ser feliz y aparece un personaje, generalmente adulto, dotado de facultades de las que los demás carecen que favorece un desenlace positivo para los ingenuos protagonistas. El lobo, víctima de sus excesos, sirve de lección a los lectores, así como las imprudencias de los otros personajes protagonistas. De todos los cuentos se extrae su respectiva moraleja, como ocurre en las antedichas fábulas de Esopo.

No siempre es el lobo el personaje negativo de los relatos; la bruja ostenta ese dudoso honor en otros en los que apela al apetito ajeno para satisfacer el propio.

No siempre es el lobo el personaje negativo de los relatos; la bruja ostenta ese dudoso honor en otros en los que apela al apetito ajeno para satisfacer el propio. Esto ocurre en otro cuento de los hermanos Grimm, “Hansel y Gretel”, en el que unos muchachos que pertenecen a una familia de poco poder adquisitivo son abandonados por sus padres en el bosque y se encuentran con la famosa casa fabricada de suculentos manjares. La bruja, como enemiga de los protagonistas, obtiene también su merecido, al igual que el lobo en los otros cuentos. Aunque el mensaje que se pretende transmitir en este tipo de cuentos está alejado del que apuntamos, la comida y la voracidad sirven de hilo conductor que lleva a los personajes a cometer imprudencias que los malvados aprovechan para lograr sus fines. Felizmente siempre se revierte la situación y son duramente castigados. En España la literatura también es fecunda en cuentos y fábulas en los que la alimentación adquiere un importante protagonismo. Emilia Pardo Bazán nos narra las impresiones que a un joven le causó el convite de boda al que fue invitado junto a su madre en el cuento “Banquete de boda”. Aunque el texto pretende transmitirnos un mensaje muy diferente al del peligro de la gula, como ocurre en otros cuentos, no escatima en ofrecer todos los pormenores acontecidos en tal evento, desde las figuras que lo componen, con el típico gracioso de la época o la adolescente novia modosa que contrae matrimonio con un tipo adinerado para escapar del convento, hasta los alimentos y las cantidades de los mismos que hacen las delicias, o no tanto, de los comensales. “La comida era espantosa en su abundancia y en su pesadez: un pecado de gula colectivo.” Para finalizar el somero repaso no podemos olvidar a Mariano José de Larra y su “Castellano Viejo”, un cuento en el que nos narra los excesos que en un día especial se pueden cometer para celebrar un hecho que carecería de toda relevancia excepto porque Braulio, el castellano viejo, es un hombre que necesita de la opulencia y desorden para encontrar sentido a los festejos. La personalidad basta, aunque no irrespetuosa, de Braulio le obliga a proceder en todos los ámbitos de la vida del mismo modo. Una conducta mesurada anticipa un gobierno de otras facetas de la vida igual de mesurado. “Sucedió a la sopa un cocido surtido de todas las sabrosas impertinencias de este engorrosísimo, aunque buen plato; cruza por aquí la carne; por allá la verdura; acá los garbanzos; allá el jamón; la gallina por derecha; por medio el tocino; por izquierda los embuchados de Extremadura.” 39


Pecados capitales: Gula

Hambre

de poder Según la Real Academia de la Lengua Española la gula se define como el “exceso en la comida o bebida, y apetito desordenado de comer y beber”. Pero, ¿puede haber otras formas en las que interpretar este pecado capital? La respuesta es sí. ¿Cómo? n A través de una fina y sutil historia que sólo puede escribir una de las plumas más importantes de la literatura del siglo XX. ¿Quién? Como no podía ser de otra manera, la gran ‘dama del suspense’, Agatha Christie. Sólo ella sería capaz de escribir de la gula como lo hace en “En el Hotel Bertram”, uno de los relatos que forman parte de su libro dedicado a los siete pecados capitales y titulado, precisamente, ‘Los siete pecados capitales’. Christie nos muestra este pecado no en la definición más literal del término, de comer y beber en exceso, sino de una manera más sutil y menos relacionada con el arte culinario. Me explico: la visión que de este pecado hace la gran ‘dama del suspense’ podría definirse como el apetito insaciable (es aquí donde entraría la definición de gula) de querer conseguir siempre más de lo que se tiene sin importar las consecuencias. En el caso de esta obra lo que se quiere no es satisfacer las peticiones del estómago, sino las del bolsillo. El Hotel Bertram es un pequeño establecimiento ubicado en el West End de Londres. Su magia y encanto residen en su aspecto y ambiente anclado en los primeros años del siglo XX. A él acuden personas de la media-alta sociedad inglesa y americana para disfrutar de los mayores tópicos ingleses: los muffins, el té de las cinco, etc. Por sus pasillos se encuentran miembros de la Iglesia, ex militares, damas y caballeros de respetada reputación y Miss Marple, una simpática anciana a la que su sobrino le ha pagado la estancia en este hotel en el que ella estuvo hace más de cincuenta años. Una adorable dama a la que su gran curiosidad le lleva a ser testigo directo de alguno de los sucesos ocurridos en el establecimiento. Pero en este bucólico hotelito no es oro todo lo que reluce. Miss Marple, uno de los personajes literarios más conocidos de la producción de Christie, se da cuenta de que algo no encaja desde que pisa el Bertram. Por su parte, una serie de robos, una desaparición y un asesinato llevan al inspector de Scotland Yard, Fred Davy, a investigar a todas las personas relacionadas con el hotel. Y el final de la investigación descubrirá, precisamente, que son pocos los que están conformes con lo que tienen y muchos a los que su apetito les pide más de lo que necesitan. Poco hay que decir de Agatha Christie que no se sepa ya. La gran dama de las novelas policíacas de principios del siglo XX 40

Laura Alonso

nació en Torquay en 1890 y fue en 1920 cuando publicó su primera novela “El misterioso caso de Styles”. Ocho años más tarde, uno de sus personajes más conocidos junto a Hércules Poirot y protagonista de la obra que nos ocupa, Jane Marple, apareció por primera vez en el cuento “El club de los martes”. A partir de ahí Agatha Christie fue sumando números: setenta y nueve novelas traducidas a más de cien idiomas, multitud de relatos breves y más de cuatro millones de novelas vendidas. “En el Hotel Bertram” no es precisamente una de sus mejores obras, pero en ella podemos encontrar las principales características de las novelas de la escritora inglesa. Varios personajes, tan bien descritos que parece que vemos cómo se mueven, actúan y piensan; un único escenario sobre el que gira la mayor parte de la acción de la obra; y un misterio que resolver del que son sospechosos todos y cada uno de los personajes que aparecen. Todo ello con un lenguaje claro, sencillo, muy descriptivo y en el que predominan los diálogos ágiles en una historia en la que cada personaje tiene su importancia y espacio. Porque, si hay otra cosa que define las novelas de esta escritora inglesa es todo lo que aparece en sus páginas, tarde o temprano, cobra una importancia relevante en la narración. Pero en esta novela, además del suspense y de la acción principal, se vislumbra en un plano más secundario otro aspecto importante. ¿Qué somos capaces de hacer para saciar nuestro apetito? No, no hablo del hambre, sino del apetito de poder, de posición o de riqueza. Por definirlo de alguna manera, una variación del pecado de la gula llevado al ámbito del dinero. Muchos de los personajes de esta novela se mueven por una razón que no es, precisamente, la de un buen samaritano, y es que están hambrientos de dinero. Un aspecto que, además, es la clave que permitirá al inspector Davy y a Miss Marple llegar al fondo del asunto y averiguar quién y por qué está detrás de todo lo que ocurre en el Bertram. Porque, ¿se puede tener sólo hambre de comer o de beber? Agatha Christie lo deja claro: no. Con esta obra ha conseguido captar el pecado de la gula de una manera muy sutil (demasiado, quizá). Una forma que, en un principio resulta difícil de apreciar pero que, una vez captada, hace que todo encaje.


Pecados capitales: Gula

La perra del hortelano n Ainize Salaberri

Superhambrienta “El superhambriento no sólo tiene más apetito, tiene sobre todo apetitos más difíciles. (...) Sé de lo que hablo. Niña superhambrienta de dulces, no dejaba de buscar mi pitanza: mi búsqueda de lo dulce era mi búsqueda del Grial.” La niña de “Biografía del hambre”, escrito por Amélie Nothomb en, suponemos, no muchos meses, siempre, hasta donde ella recuerda, se ha muerto de hambre. Y no pensemos únicamente en hambre de comida, de chucherías, de manjares, de marisco, de carne roja. Pensemos en ese hambre que se manifiesta en el ser humano, única y exclusivamente: el hambre que equivale a la necesidad de devorar (y añadiría: todo aquello que nos gusta, que nos hace felices). La niña se muere de hambre y no es por falta de alimentos. Se muere de hambre por exceso de ellos o, lo que es peor, por temor a no abarcar todo lo que el mundo tiene que ofrecerle. Por tanto, ese hambre que se le manifiesta, que al mismo tiempo la devora, es un hambre metafórica. Una trampa a la antigua usanza. Es, de todas formas, esta niña hambrienta, una experta en la picaresca. Es la perra del hortelano, que ni come, ni deja comer: ni a su cuerpo, ni a su hermana, ni a los demás; ella es el centro, ella es el hambre, ella es la perra. “En Bangladesh, me habían enseñado que el hambre era un dolor que desaparecía muy deprisa: uno sufría sus efectos sin sufrir más dolor. Valiéndome de esta información, creé la Ley: el 5 de enero de 1981, día de Santa Amélie, dejaría de comer. (...) Después de dos meses de dolor, se produjo finalmente el milagro: el hambre desapareció. (...) Había matado mi cuerpo.”

Hambre de conocimiento A la niña Amélie le puede la curiosidad. Mira el mapa del mundo y exclama. Le entusiasman sus colores, su extensión. El agua, la potomanía. Vanuatu, el hambre. Ama Japón, odia China; Nueva York la excita; Bangladesh la asusta. Pobreza. Aprende de todo. Es avispada desde pequeña. Es inteligente, es muy inteligente y lo sabe. Curiosea, pregunta. No, no pregunta, ella descubre sola. Es Marco Polo, es Cristóbal Colón, perdida en un mar de conocimiento que desea abarcar con manos y brazos de niña de cinco años, ocho años, doce años. Con siete ya lo sabe todo de la vida, y se aburre. El mundo, dice, ha resultado ser más pequeño de lo que ella esperaba. El mundo se reduce a Nishio-san, su niñera en Japón. El mundo se reduce también a su hermana, Juliette. Las mujeres son, para Amélie, inspiración. Son amor. Pronto se convertirán también en su hambre. Las 41

mujeres también resultan ser una fuente de conocimiento sobre los hombres. Y las prefiere a ellas. Prefiere la sabiduría de un cuerpo femenino, de un cuerpo suave, que huele bien, que sabe bien. La niña Amélie también tiene hambre de idiomas. Chapurrea el japonés, chapurrea el chino, chapurrea el inglés, y en realidad los domina. Domina su gramática, domina su conocimiento. Y como el que domina, vuelve a aburrirse. Pero tiene hambre de saber, sed de saber, insaciable siempre, siempre, siempre, de tanto que hay y tan poco que conoce. Necesita más, siempre más, y Nueva York fue la respuesta. Bangladesh, sin embargo, lo destruyó todo. Y un baño en el agua, destruyó toda hambre de conocimiento. “Ya que no había más alimento, decidí comerme todas las palabras: me leí el diccionario entero.”


Hambre de Japón

Hambres

“Mi tierra era la de la naturaleza, las flores y los árboles, mi Japón era un montañoso jardín. Pekín era lo que la ciudad ha inventado de más feo, lo más parecido a un campo de concentración en materia de hormigón.”

“El hambre es deseo. Es un deseo más amplio que el deseo. No es voluntad, que es una forma de fuerza. Tampoco es debilidad, ya que el hambre no conoce la pasividad. El hambriento es un ser que busca.”

Japón es mejor que China. China no es nada, ni nadie, comparada con Nishio-san o con Japón. China es triste, es lúgubre. Es muerte. Japón tiene vida, tiene su casa, tiene sus escapadas del colegio. Tiene las risas de los compañeros que la ignoran cuando se dan cuenta que no es japonesa. Pero un niño no debería saber de nacionalidades. Amélie, la pequeña Amélie, sabía demasiado de todo, hasta de beber sabía, y conocía su nacionalidad: belga. Qué deshonra. Lo único que le gustaba de ese país que aún no había pisado era los “spéculoos”, unos caramelos gracias a los cuales la pequeña Amélie, mirándose en el espejo, descubrió el placer.

Nuestra pequeña Amélie tenía todo tipo de hambres: hambre de deseo, de belleza, de literatura, de cuentos, de abundancia, de cataclismo, de demencia, de ayuno prolongado, de terror, de universos, de existencia, de muerte, de ausencia, de amor, de Dulcineas, de Romeos, de más Juliettes, de más madres, de más padres, de más Amélies. De hambre: hambre de hambre. Eso lo resume todo. No en vano la obra se llama “Biografía del hambre”. El hambre de Amélie no conoce fronteras, ni nacionalidades: entiende de sexo, el femenino, entiende de mujeres. Entiende de ella misma, como ella esperaba, siempre tan en el abismo del ego. La gula también es ego. Amélie Nothomb lo ha creado. La gula también es hambre: es desorden, desorden organizado. Es exquisitez, como la prosa de Nothomb, siempre ligera, siempre irónica, siempre en escarcha: la ves y quieres tocarla, pero si lo haces, vuelves siempre a ella. Es peligrosa. Como los niños al chocolate, que siempre vuelven. Como los niños a los dulces, que siempre están. Como Amélie al hambre y a los “spéculoos”, que le descubrió su nacionalidad y su ser extenuado. El hambre también es extenuación. Y sexo.

“Un día descubrí una golosina belga que no conocía: los spéculoos. Probé uno de inmediato. Rugí: aquella forma de crujir, aquellas especias, era para gritar de placer, un acontecimiento demasiado importante para celebrarlo en un garaje.” Su nacionalidad belga era todo lo que le daba: el placer de descubrir un caramelo que llene de éxtasis el cuerpo de una niña curiosa. De una niña superhambrienta. Japón, sin ser japonesa, la llenaba también de placer, pero era un placer distinto: Nishio-san, la abundancia, el nacer allí y creer pertenecer. Mudarse a China provocó el hambre de Japón. Porque Japón es Dios y China es un simple mortal. China no es hambre. China está hambrienta y ella, Amélie Nothomb, la niña, era la única que podía estar así. “Me sentía hambrienta de país.”

Hambre de los demás “Tenía hambre de Nishio-san, de mi hermana y de mi madre: necesitaba que me tomaran en brazos, que me abrazaran con fuerza, tenía hambre de sus ojos posados sobre mí.” (O, lo que es lo mismo: hambre de necesidad, hambre de ser el centro de atención: sustituyamos hambre por necesidad, que nos lleva a lo mismo: aquello de lo que siempre hablan las obras de la Nothomb: de sí misma, de su ego, de su interesante vida.) “Tenía hambre de la mirada de mi padre, pero no de sus brazos. Mi vínculo con él era cerebral.” (O lo que es lo mismo: su padre no es ni su hermana, ni su madre, ni Nishio-san. Tampoco es su hermano. Es un hombre. Y los brazos de un hombre sí se rechazan.) “No tenía hambre de mi hermano, como tampoco lo tenía de otros niños. No tenía nada contra ellos; no despertaban en mí ningún tipo de apetito.” (O lo que es lo mismo: su hermano es odioso, ella lo odia y se alegra cuando lo mandan bien lejos. O lo que puede ser lo mismo: se odian mutuamente. El único hambre que ocasiona es el del odio.) “Así pues, mi hambre de seres humanos era feliz: las tres diosas de mi panteón no me negaban su amor, mi padre no me negaba sus ojos y el resto de la humanidad no me molestaba demasiado.” O lo que es lo mismo: el hambre de los demás surge de su propia necesidad. (Claro, el hambre siempre es necesidad. Como la sed, como el amor, como ducharse, como dormir, como...). Pero surge de la necesidad más imperiosa de Amélie de refugiarse en unos brazos que sabe que no la van a juzgar, que la van a tratar bien: ella se sabe juzgada en el yôchien, se sabe juzgada en el país, se sabe juzgada por su hermano, que la ve diferente. Todo el mundo la ve diferente menos sus tres diosas del panteón particular que se ha formado. Hambre de aceptación, hambre de igualdad, hambre de heterogeneidad, por qué no. 42


Pecados capitales: Gula

Un amigo a la cena “La puerta del palacio de los recuerdos del doctor Hannibal Lecter se encuentra entre las sombras que pueblan su mente, y su picaporte sólo puede encontrarse a tientas”

n Marga Martín Llevo más de veinte minutos esperando y, por fin, parece que la “amable” camarera se acerca a mi mesa a traerme la comida. Por la forma en la que me azota el plato delante de mí intuyo que no le ha hecho ni pizca de gracia que le apremiase para que me trajese la comanda (sólo tengo una hora para comer y no me gusta hacerlo de manera apresurada). Tampoco es que un plato combinado sea el mayor de los manjares ni cocina de autor, pero es lo que hay. A priori todo parece correcto: las patatas fritas son abundantes y están doraditas... quizás las frankfurt están un poco más pasadas de lo que a mí me gusta, pero no voy a protestar. Los huevos fritos están bien hechos y el filete está justo en su punto... ni crudo ni carbonizado, con un hilillo de sangre que me recuerda que lo que voy a comerme es carne y no la suela de un zapato.

un látigo y pronto la familia Lecter tuvo que huir, dejando atrás todo su patrimonio, toda la historia de un apellido. Se refugiaron en una cabaña en el bosque durante tres años y medio, lejos de las comodidades de palacio. El joven Hannibal aprendió pronto lo que era la supervivencia. Los víveres se acaban y son varias las bocas que alimentar. Con el frío invierno encima, encontrarse un caballo congelado en la nieve del bosque es toda una suerte. Termino de comer. Miro el reloj y no hay tiempo para deleitarme con el postre. Eso no hace que mi humor mejore en absoluto. De vuelta al trabajo sigo recorriendo con sigilo el palacio de los recuerdos del doctor Hannibal Lecter; no quiero importunarle. Allí me encuentro años después a un adolescente que vive en París en casa de su tío y su esposa, Lady Murasaki. Pero algo no va bien. Algo desvela los sueños del joven Hannibal. Se despierta en mitad de la noche gritando: “¡Mischa! ¡Mischa!”

Mientras doy buena cuenta de esas viandas, vuelvo mentalmente a Lituania, al comienzo de la historia, al palacio Lecter y a sus jardines. Recuerdo con una sonrisa a Hannibal y Mischa, dos niños inocentes que juegan junto al lago ajenos a los horrores que se avecinan. La Segunda Guerra Mundial aterroriza a medio mundo y ellos corretean detrás de las palomas. El olor de la fritanga procedente de la cocina de la cafetería en la que estoy sentada me distrae un momento de esta bucólica escena, aunque pronto vuelvo a mis pensamientos.

La tarde no avanza. El tedio me da hambre y en la máquina expendedora sólo hay chocolatinas y patatas fritas. Si antes ya estaba de mal humor, ahora mismo estoy que me llevan los demonios. En París, el conde Lecter y Lady Murasaki parecen una buena influencia para Hannibal. Los comportamientos violentos que reportaban sus cuidadores en el internado ruso en el que estuvo años recluido parecen haber desaparecido casi por completo. Sólo las noches parecen a agitar al muchacho. “¡Mischa! ¡Mischa!”

La guerra relámpago de Hitler azotó Europa del Este como

Los años pasan y las terapias a las que le someten parecen

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no servir de mucha ayuda. Los recuerdos más traumáticos de los años de la guerra en aquella cabaña parecen estar bloqueados en la mente de Hannibal que, tras la muerte del conde Lecter, se ha convertido en un joven culto, amable y refinado. El conde lo dejó todo dispuesto para que recibiese la mejor de las educaciones, aunque algo oscuro vive en el muchacho, y Lady Murasaki es la única que parece verlo. Una simple disputa con un carnicero grosero y desagradable parece ser el detonante.

es normal. Y encima me toca soportar este atasco. Mi mal humor sigue aumentando exponencialmente. Tanto, que tengo ganas de matar... metafóricamente hablando, por supuesto. Sigo explorando habitaciones de su palacio de los recuerdos y me encuentro con un doctor Lecter que trabaja como perito en psiquiatría en Estados Unidos, ayudando al FBI a elaborar perfiles psicológicos de criminales. A su vez, ejerce como psiquiatra en las más altas esferas de la sociedad de Maryland y Virginia, lo cual le permite conocer los más sucios secretos de sus integrantes. Sus “aficiones” siguen siendo tan macabras y refinadas como de costumbre y ya son tres las víctimas que se atribuyen al ya conocido como asesino caníbal.

La tarde por fin se ha terminado y ya en el coche de vuelta a casa me imagino el rostro del carnicero, Paul Momund. Me imagino una cara repulsiva... la cara de un hombre sucio, sudoroso... alguien a quien no me gustaría cruzarme por la calle. Después me lo imagino en su barca, pescando, y unos instantes después me lo imagino en la camilla de la morgue con las tripas afuera, decapitado. Parece ser que alguien nos ha ahorrado el trauma de volver a ver esa cara de cerdo sonriendo con la baba asomando por la comisura de los labios. Esbozo una sonrisa y mis tripas rugen de hambre.

Mason Verger sobrevive milagrosamente al ataque del asesino y, aunque tetrapléjico y deformado debido a los juegos de Lecter, delata al que era su psiquiatra. Y yo sigo en este atasco, deseando llegar a mi casa y poder prepararme una cena en condiciones. Mi palacio de los recuerdos ahora mismo sólo tiene una habitación abierta, y es la que me conduce directa a una nevera repleta de estofados, asados y demás festines cárnicos.

“–Atiende, Hannibal – dijo el cocinero – . La parte más rica del pescado son las mejillas. Lo mismo sucede con otras muchas criaturas. Cuando lo despieces una vez en la mesa, sirve una mejilla a la señora y la otra al invitado de honor. Claro que, si emplatas en la cocina, te las comes tú las dos”. Nunca me ha gustado el pescado, pero ahora mismo recordar esas palabras hace que mi boca se me llene de agua. Es curioso que la cabeza de Paul Momund, el carnicero, apareciese tiempo después sin ambas mejillas. El inspector Popil terminó concluyendo que el asesinato se debía a un ajuste de cuentas, a viejas rencillas de la guerra, aunque Hannibal siempre estuvo en su punto de mira como sospechoso principal.

Vamos a adelantarnos unos años para descubrir a un doctor Lecter, ahora conocido por todo el mundo como Hannibal el caníbal, encerrado de por vida en una institución psiquiátrica de máxima seguridad. Los agentes del FBI Will Graham y Clarice Starling le piden ayuda en sendos casos de asesinos en serie. Ambos entran en el juego mental de Lecter, aunque de diferente forma. Si bien el primero fue quien consiguió encerrar a Lecter, y su relación es más estrecha de lo que parece, con la segunda establece un vínculo difícil de calificar. El propio doctor es quien se encarga de descubrirnos su gusto por la gastronomía y nos deja al descubierto lo más oscuro de sus actos. Ese hígado con habas y chianti ahora mismo me parece el mejor de los manjares y me está dando ideas para esta noche. Pero antes tengo que encontrar sitio donde aparcar.

Pasaron los años, termina la escuela de medicina, y el inspector Popil sigue husmeando tras el rastro de Hannibal. Varios asesinatos atroces en extrañas circunstancias le hacían sospechar de él, aunque nunca fue capaz de demostrar nada. Cinco antiguos soldados lituanos, ex-colaboradores de los nazis, eran las víctimas de esos espantosos ataques. El joven Lecter parece más tranquilo, e incluso parece disfrutar en los interrogatorios con el inspector. Popil sabe que le está echando un pulso mental, que en realidad todo esto es un juego para Lecter, pero es imposible demostrar nada y debe dejarle ir. Aún así, esta tranquilidad es pura fachada para el resto del mundo. En su interior, en ese palacio de los recuerdos que ha ido construyendo a lo largo de los años sigue habiendo una habitación inexpugnable... “¡Mischa! ¡Mischa!”

Disfruto mucho visitando esta habitación, en la que Hannibal se escapa y, durante cerca de diez años, se convierte en uno de los fugitivos más buscados. El FBI, Clarice Starling y Mason Verger, aquel que sobrevivió a su ataque y delató a Lecter, siguen su pista hasta Florencia. Mis tripas vuelven a rugir de hambre en una especie de lamento al recordar cómo Lecter le sirve el cerebro de un agente del FBI cocinado a Clarice. Al menos ya he aparcado el coche.

Ya en Canadá las pesadillas de Lecter parecen estar a punto de terminar: “– ¿Qué se le ofrece? - pregunta Grentz. – He venido a recoger una cabeza – dice Hannibal. – ¿Cuál? ¿Tiene el resguardo? – No la veo en la pared. – Seguramente está en la trastienda. Hannibal tiene una sugerencia que hacer. – ¿Puedo entrar? Le enseñaré cuál. Hannibal coge su bolsa. Contiene algo de ropa, una cuchilla de carnicero y un delantal de plástico...”

Y ahora, si me lo permiten, disculpen que interrumpa el artículo así de una manera tan brusca. Me espera un amigo a la cena. Thomas Harris es un escritor famoso por su libro “El silencio de los corderos” (1988). El libro es una secuela de “El dragón rojo” (1981) y fue seguido posteriormente por “Hannibal” (1999) y la precuela “Hannibal: El origen del mal” (2006).

En serio, cada vez tengo más hambre, esto no 44


Goloso

Pecados capitales: Gula

menú literario

La gula es un término con bastante mala prensa en nuestros días, pero aquí queremos apelar a su significado primigenio, para hacer lo que más nos gusta: tragar toda esa literatura que tanto nos alimenta. De todos modos, no esperen un menú tradicional dentro de nuestra golosa propuesta. n Pedro Larrañaga Buscando por Internet el origen de la palabra “Gula” (está claro que Google ha sustituido a todos los diccionarios existentes), me encuentro con la siguiente explicación sobre su origen etimológico. Sin querer ser excesivamente crítico, me decanto por ella, ya que refuerza mi punto de vista sobre esta palabra tan maltratada por la tradición cristiana (es lo que tiene identificar a uno de los pecados capitales, que da muy mala prensa). La palabra gula proviene del latín gula, que significaba originalmente garganta o gaznate, aunque después derivó en voracidad. Este termino tiene su origen en un raíz indoeuropea gwel, que significa tragar. Eso, precisamente, es lo que toca, tragar. Tragar letras. Tragar palabras. Tragar frases. Tragar párrafos. Tragar, en definitiva, literatura en este goloso menú que os hemos preparado. Pero, y cómo podría ser de otra forma, no la literatura que todos y todas esperáis. E

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“Una guía única e insólita de Madrid”

LeCool

Siempre me han fascinado los entrantes. Esos pequeños bocados de cocina dicen mucho más de la forma de entender el negocio en cualquier restaurante que los bordados manteles, lo caro que sea el vino o el tiempo de espera para hacerse con una mesa decente. Con sólo ver el modo en que son presentados, las combinaciones de sus ingredientes o cuál es el sabor que prima, podemos saber si estamos en una boda, apurando unas cañas antes de una cena de empresa o aguardando por nuestra invitada junto a una barra demasiado alta e incómoda. Eso es lo que tienen los detalles, que resultan altamente informativos. Esa lógica informativa se cumple también a la hora de 45

buscar y encontrar la literatura. Cualquiera puede decir que hay genio literario en un cuento de Julio Cortázar, en un poema de Vicente Huidobro o en una descripción de James Joyce. Eso no tiene mérito. Lo verdaderamente divertido es encontrarla cuando está escondida, cuando refleja un modo de entender el mundo, una óptica que se aplica sea cual sea nuestra labor o el medio con el que nos ganamos la vida. Yo puedo presumir (y presumo mucho de esto) de haber encontrado literatura en una guía de viaje. Una guía como no hay otra, eso es cierto. Una en la que los tejados de Madrid son un mosaico de perfiles, en el que los chamanes


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urbanos viajan en bicicleta o son capaces de generar un soneto sobre el aceite que sueltan unas croquetas. Porque viajar es eso, recolectar cientos de detalles que, después, cuidadosa y personalmente ordenados en nuestra memoria forman un relato. Personal e intransferible. Único en su forma y en su fondo, al igual que las guías de viaje de LeCool. Si lo duda, hágase con esta guía única e insólita de Madrid (las hay de más capitales europeas) y dispóngase a viajar a base de detalles, a saborear pequeñas dosis de literatura. Al igual que los entrantes son pequeñas porciones de la gran cocina. P

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“Calzados Lola”

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Suso de Toro

La tierra tira. Los sabores conocidos forman parte de nuestra personalidad, de ese recorrido hecho desde la niñez a los días presentes, como una compañía que siempre ha estado ahí, a pesar de haberla perdido de vista en alguna ocasión. Por eso, en cuanto los reconocemos no podemos evitar esa mueca de satisfacción, ese brillo en los ojos que dice “te conozco y no te he olvidado”. “Calzados Lola”, como buen ejemplo de la multiplicidad de personalidades de Galicia, algo que, inevitablemente, muestran sus escritores, habla de muchas más cosas de las que cuenta. Es una historia con aire policíaco, en el que hay muertes, pero donde pesan más los muertos. Está fraguada en Madrid, pero es en la Costa da Morte donde transcurren los hechos. La protagonizan dos hermanos, pero es el fantasma de otro hermano que no existió el que marcó la vida de sus padres. Como tantas otras cosas en Galicia, “Calzados Lola”, de Suso de Toro, se construye a través de matices, de lugares que son significados y objetos convertidos en símbolos. Un mundo tan real y tan tangible como esa humedad que se te mete en los huesos, pero en el que las campanas que se oyen en el fondo del mar hablan mucho más claro que cualquier discurso humano. Sentados alrededor de una Parrillada de Pescado y Carne O Caldeiro (¿qué mejor opciones puede haber para un segundo plato?) están los tres protagonistas. Manuel, el hijo que se fue, el que volvió tras la muerte de la madre, tan capaz de matar, lo ha hecho de hecho, como de sollozar bajo las sábanas, el que oye el rumor del mar tan intensamente que llegue a paralizarse. Miguel, que nació para llenar un hueco, que está a punto de conocer su origen, uno tan tierno y dulce como retorcido a los ojos del mundo, capaz de leer en las piedras y en las rocas, pero temeroso de armar su propia narración, alguien que no quiera pastillas para sentir el dolor con toda su intensidad. Y por supuesto Susana, la niña rica metida a mujer mayor, admirada por fuera, pero que de puertas adentro no tiene rincones amables, una poeta con restos de coca que guarda una extraña relación con el dolor propio y ajeno. Todo eso hace girar Calzados Lola, eso y la cinta de audio, la tienda de zapatos, la fotografía, el tío Arturo ahorcado en el salón, el mar, el entierro y la historia familiar. Un muestrario de peces y pescados que nos deja en la boca el sabor que tienen los cuentos gallegos, esos en los que pesa tanto lo que se dice como lo que se llega a interpretar. Y esa es una de las grandes virtudes de Suso de Toro. Ésa y la de ser un perfecto final para nuestro goloso menú literario.

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“Historias de Roma”

Enric González

No es fácil la vida del primer plato. Antesala del principal, este sabor debe encontrar el equilibrio entre su propia expresión y la capacidad de preparar el terreno para el plato central del menú. Si lo pensamos con detenimiento, hay pocas personas con esa cualidad, con ese cuidado equilibrio entre la propia afirmación y el absoluto respeto a la expresión de los otros. En la literatura sucede algo parecido. Hay libros capaces, aunque no abundan, de dejar constancia de su brillo sin convertirse en pesados, de alimentar sin ser un trago de pesada digestión. Historias de Roma, de Enric González, es uno de esos libros. Una colección de historias en las que se mezclan las anécdotas con las curiosidades históricas, los encuentros ocasionales con los hechos imprescindibles, un viaje por la capital italiana saltando de piazza en piazza, degustando pasta y pizza mientras las conversaciones giran sobre actores, amores secretos, asuntos de estado y recuerdos escondidos entre las piedras. Y para piedras, ningunas como las de Roma. Y para el primer plato, ninguno como el de este periodista imprescindible.

¿Cuál sería el libro ideal como cierre de su menú personal? 46


“Malena, una vida hervida” de Almudena Grandes.

En este relato, Almudena Grandes nos lleva de la mano por la gula. Nos describe el sufrimiento de una adolescente por estar delgada y como, poco a poco, va encontrando la gula en las situaciones cotidianas.

n J. Álvaro Gómez En estos días me he enterado que un 15 % de la población mundial pasa hambre. Nos hemos acostumbrado a estos datos que ya no nos llaman la atención. Aún así, la noticia venía acompañada por otro dato: el 20% de la población muere con sobrepeso. Es complicado pensar cómo un porcentaje de la población se muere de hambre y otro se muere de gula. La gula es uno de los pecados más extendidos en el mundo y en este relato se puede comprobar cómo afecta a las personas y a su vida diaria. Almudena Grandes nos presenta a una mujer madura a punto de suicidarse. Una mujer que con “quince años, ciento setenta y tres centímetros de altura y ochenta y dos kilos de peso” sufrió el desprecio y la soledad de sus familiares y amigos. Una chica, Malena, que a día de hoy sigue anhelando el beso del joven adolescente deseado por todas las chicas de su pandilla. Una tarde interminable de cerveza, un juego infantil y una traición de sus amigos la hizo tomar una decisión que la marcaría de por vida: perder peso. “Una botella de color miel, que apenas quince minutos antes había contenido un litro

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de cerveza Mahou, daba vueltas y vueltas sobre el piso de cemento… Andrés ya había besado a todas excepto a Malena… Las reglas del juego prohibían repetir beso, él eligió a Silvia por segunda vez. Alguien protestó, es que ya no queda ninguna más, explicó él, claro, es verdad, los demás le dieron la razón y ella no se atrevió a decir nada, porque nadie la miraba, nadie la mencionaba.” La dura y áspera realidad colocaba a nuestra protagonista de frente a ella. Nadie lo piensa, pero no hay nada tan directo y extremadamente brutal como las

ITZAR GUZMAN

Pecados capitales: Gula

Malena, Almudena


elecciones que se hacen en un juego de niños para saber la pura realidad. Malena decide ponerse en manos de un médico y comenzar una rigurosa dieta. El proceso es lento y difícil, pasan los años y se da cuenta que ella nunca será aquella “calientapollas” de Silvia, como mucho será “Una chica delgada, pero siempre dentro de los límites tipológicos de la jamona nacional.” Pero la dieta daba su fruto fuera de sus ojos. Los chicos comenzaron a mirarla y empezaron los chismorreos por ser guapa y sacar buenas notas. De nuevo, otro golpe de la realidad contada en este relato. Siempre es más fácil criticar a los demás por sus virtudes que criticarse a uno mismo por sus errores. Por otro lado, Almudena Grandes nos va descubriendo la vida paralela que va llevando el chico que la dio de lado en aquel día, aquel que prefirió repetir beso que saborear el néctar de unos labios que esperan. Un tipo que según va creciendo va siendo el hombre más estúpido sobre la faz de la tierra. Malena y su organismo se ponen de acuerdo en seguir la dieta, pero ambos no dejaban de pensar en la comida ni en los sabores de la misma. “Pensaba en la comida cuando estaba despierta, soñaba en la comida cuando estaba dormida, la miraba, la olía, la añoraba, la quería.” De algún modo ella necesitaba volver a comer o, por lo menos, desear tener esos sabores que antiguamente impregnaban su boca y su estómago. Deseaba volver a sentir el placer de comer por comer: en ese momento sólo comía para alimentarse. De ese modo, un día, descubre cómo puede engañar al sentido del gusto:

“Una tarde, a la hora de comer, mientras sus despreocupados compañeros se inflaban de cotechini caldi… Se le acercó un hombre moreno de unos veinticinco años, que ella le adjudicó sin dudar un sabor estrella, magret de pato con salsa agridulce de ciruelas.” A partir de aquí el relato es un alegato brutal sobre la gula y el sabor de las personas. Esa enfermedad que al 20% de la población mundial afecta y embuche, nunca mejor dicho. Como en la novela de Patrick Süskind, “El perfume”, la protagonista nos va a ir relatando cada una de las comidas que más la influyen, describiéndonos cada uno de los sabores o depravaciones alimentarias que más la excitan. Nos va a adentrar en el mundo de la gula, del placer de comer por comer o, en este caso, el imaginar comer por comer. Nos invita en pocas hojas a introducirnos en ciertos vicios, todo ello aderezado con un amor imposible hacia un tipo que la marcó de aquella manera en ese juego adolescente. Este relato pertenece al libro de Almudena Grandes (Madrid, 1960), “Modelos de mujer”, Tusquets, colección Andanzas, año 2000. “Modelos de mujer” está compuesto por siete relatos sobre mujeres que se enfrentan a acciones o hechos extraordinarios ligados a su infancia. La escritora, en este libro, vuelve a ofrecernos una imagen real de la mujer, olvidándose de estereotipos y ofreciéndonos, en los fondos, problemas con los que se puede enfrentar una mujer. Un agradable libro, en global, donde podremos descubrir su faceta de relatista. 48


El sabor de las palabras La primera vez que oí hablar de la gastroficción fue de la mano de Lena Yau: desde su blog, “Mil Orillas” (www.milorillas. blogspot.com), me he ido acercando a este comerse las letras y leer los platos. Con historias tiernas y con un gran sentido del humor, donde la comida es un elemento importante, esta venezolana afincada en Madrid se hace un hueco en este número dedicado a la gula. Voraz en su escritura y culta en su alimentación, Lena Yau consigue fusionar bien el papeo y el cuento que cita en su bitácora: ¿Qué es lo más importante para la humanidad después del papeo? Que le cuenten cuentos. Eso reza Tonino Benacquista presentando las “Mil Orillas”... su autora, entonces, nos ofrece un dos por uno muy apetecible: cuentos y papeo.

Lena Yau

n Fusa Díaz

F.D.: Como decía en la presentación, la primera vez que supe de la gastroficción fue a través de las historias que aparecen en las Mil Orillas. Después de que algunos de los personajes me hayan acompañado un tiempo y me haya familiarizado con la unión de comida y letras, no me extraña nada, pero en un principio ambas cosas iban por separado. ¿Cómo llega a la gastroficción... se la trae el blog o se la trae al blog?

L.Y.:Llego a la gastroficción por la vía del desconcierto. Fui una niña pequeña que leía mucho. Cuentos infantiles, biografías, cómics, teatro, todo lo que caía en mi mano. Esas lecturas me hacían sentir muchas cosas: alegría, tristeza, aburrimiento, risa, sueño, ganas de saber más, confusión. Pero hubo un cuento con el que sentí algo diferente. Un cuento que me dejó mirando las páginas del libro, los dibujos,


Entonces descompongo lo observado y lo recompongo para entenderlo mejor, para orientarme. Desordeno para ordenar. Abro paso al claro oscuro. Esas lecturas infantiles y las que siguieron con el paso de los años hicieron un poso que conjugado con experiencias vitales y fijaciones y manías varias conformaron un grueso de ideas que daba vueltas en mi cabeza y que no me dejaba dormir. Buscaba paz en los libros pero las lecturas alimentaban y engordaban a mi remolino mental. Viviendo me di cuenta de que filtraba la realidad a través de la comida. Mis sueños, por ejemplo, siempre tienen un elemento relacionado con ella. Y más. Leía las cartas de los restaurantes aunque no fuera a comer en ellos, interrogaba a familiares y amigos sobre lo que habían comido, si salían a comer

F.D.: Hace poco dio una conferencia en el Instituto Cervantes de Utrech, bajo el Elizabet Gállego

buscando detrás de esas letras y esos colores, algo que no estaba escrito. Pasaba mi dedo sobre los relieves de la tipografía y pensaba: ¿dónde está lo que falta por decir?, pegaba mi oreja pensado que quizás uno de los personajes de la historia me lo susurraría, golpeaba con mis pequeños nudillos el dibujo de la puerta del castillo, creyendo que se abriría, que pasando el umbral, encontraría una pared escrita con las palabras que faltaban. El cuento iba más o menos así: Un Rey muy bueno tenía tres hijas. Le preguntó a la primera: hija ¿me quieres? A lo que la hija contestó: sí, padre. Le preguntó a la segunda: hija ¿me quieres? A lo que la segunda contestó: sí, padre. Le preguntó a la tercera: hija ¿me quieres? A lo que contestó: Padre, te quiero como el pan a la sal. El Rey entró en cólera y desterró a su hija de su reino y de su vida. Para el rey, esa respuesta, era una muestra de irrespeto. Para la princesa, la metáfora del amor entre dos que se necesitan, que se complementan, que juntos mejoran. Para mí, mi primer desconcierto: palabras que me hicieron pensar muchas cosas. Todo lo que el pan esconde. Todo lo que la sal soporta. La hogaza de pan, cofre de cuentos. El alimento, herramienta de amor y odio. La comida, filtro, sostén, papel para escribir. Si el hilo se devana, la comida se cocina. Si el novelo se desovilla, el alimento se desmiga. Escribir es igual a esos procesos. El desconcierto despierta mi curiosidad. La curiosidad me lleva a observar con detenimiento. La observación incluye preguntas y las preguntas, posibilidades.

en compañía preguntaba por la elección del resto de los comensales, si era yo quien visitaba un restaurante me fijaba en lo que se comía en el resto de las mesas, en las conductas, en los modos, en las situaciones. En cada mesa, como mínimo, encontraba la base para un relato. Dos desconciertos desataron la urgencia de escribir y publicar de inmediato. El olor de un plato tropical en el invierno madrileño y la foto de una carnicería kosher en pleno centro de La Habana. Hallé en el formato blog un soporte estupendo para todo aquello que ocupaba mi cabeza. Comencé a publicar pequeños ejercicios narrativos apoyados con imágenes. Con el tiempo me di cuenta de que la temática giraba en torno a la alimentación. Luego observé que no se trataba sólo de gastronomía sino de la vinculación de la misma, del alimento, del hecho culinario, con la palabra. Y después de ello concluí que era una tríada: Alimento, lengua y tierra. (El refugio). A partir de esas tres cosas surgía el motor de cada historia. Patologías, emociones, imágenes. Las pérdidas, los refuerzos, las identidades. Acuñé el término gastroficción para los textos que observaban las características expuestas. Siempre me interesó el universo gastronómico. No el hecho de comer o cocinar sino todo lo que ocurre en el antes, el durante y el después de ello. Allí se esconden las historias no contadas.


Elizabet Gállego

título “El sabor de las palabras”. ¿Nos puede contar qué se -me permite el guiñocuece en una charla así? L.Y.: Se tiene la idea de que lo culinario se reduce al mundo de la alta cocina, a los locales galardonados con estrellas Michelin o a la típica estampa rocwelliana del pastel horneado atemperándose en el alféizar de la ventana de una casa americana. Para muchos, lo culinario resume al mundo en dos miradas: la pública que se enfoca en la comida fuera de casa y que encarna ideales variantes (glamour, riqueza, cosmopolitismo, clase) y la comida dentro de casa y sus clichés (ama de casa, esposa y madre complaciente, heredera de recetarios de las mujeres de su familia, celosa de la alimentación de los suyos, perfecta en artes cocineriles y amatorias que espera al marido vestida de punta en blanco con un delantal almidonado y un Martini). La alimentación es mucho más. Es un sistema de comunicación. Y como tal, observa sintaxis, semántica, fonética. Un escritor crea con palabras. Un cocinero crea con alimentos. Ambos cuentan cosas a partir de sus herramientas de trabajo: morfemas y gustemas. Fui a Utrecht para participar en una actividad de un programa que se llama

El sabor de las palabras y que organiza el Departamento de Actividades Culturales del Instituto Cervantes. En Utrecht se abordaron las analogías entre las dos formas de crear. Se exploraron los paralelismos entre las dos disciplinas. Maridamos palabras y sabores no sólo desde una perspectiva académica, sino desde la práctica. La conferencia cerró con una degustación de pinchos españoles. Cada platillo tenía su texto: bien un poema, bien un relato. Hubo así cinco sabores y cinco saberes. Los sabores son ventanas. Ventanas que abren la mirada hacia el mundo y que obligan a la palabra. Faustino Cordón planteaba que el hombre primero cocinó y luego habló. Yo creo que ambas actividades son consustanciales. Por eso, el mundo de la alimentación es un recurso valiosísimo para la enseñanza y el aprendizaje de un idioma. Al probar el plato de un país, probamos su cultura. La práctica culinaria conlleva la práctica del habla, enriquece el vocabulario y su carácter lúdico afianza la memoria. En palabras de Mario Muchnick: si no comes bien, no hablas bien.

F.D.: Para muchos de nosotros comida y literatura no se cogen de la mano, y sin embargo en sus cuentos conviven en perfecta armonía. ¿Tan obvia le resulta la fusión? ¿Es un tema de actualidad entre cocineros y literatos? L.Y.: La comida está presente en la literatura desde tiempos inmemoriales. A veces de forma ostensible y con una función determinada. Textos religiosos en los que la alimentación viene en celebraciones y preceptos, textos épicos como “La Iliada” y sus hecatombes, textos fundacionales, en los que la cosmogonía gira alrededor de un alimento, el maíz en el “Popol Vuh”, por ejemplo, cartas de relación, las crónicas de Indias, diarios de viaje de navegantes, botánicos y naturalistas, en los que se relatan los usos y costumbres de las culturas según se van conociendo; la literatura caballeresca y sus filtros amorosos, la picaresca española en la que el hilo de la historia siempre es la búsqueda para saciar el hambre; los cuadros de costumbres que incluyen bodegones y naturalezas muertas pintadas con palabras; la novela policial en la que la ingesta está asociada a veneno, intriga, política, poder y erotismo; la novela histórica en cuyas páginas los alimentos enmarcan una época determinada; las memorias, autobiografías y biografías que describen los gustos y placeres personales,


F.D.: ¿Se puede, a través de la comida, expresar sentimientos de una manera natural en la literatura? Podemos

leer poemas en su blog que así lo demuestran, pero ¿todo el mundo es capaz de recibir estos mensajes como lo que son? L.Y.: Los textos admiten un amplio espectro de lecturas. Si el poema está publicado en un soporte que permite comentarios, el autor tiene la posibilidad de conocer algunas aproximaciones a su obra. Pero es imposible aventurar lo que pensará el lector. Escribo sin pensar en él, sólo pienso dentro de la letra, en la letra. Respiro agazapada dentro de lo que escribo para trabajarlo. Una vez que pongo el punto final pienso en lo siguiente a escribir. El lector existe en otra dimensión. Los mensajes son moldeables y cada cabeza los adapta a sus circunstancias. Las letras y la comida disparan sentimientos de toda índole. Canalizan y transportan emociones. Le dan forma a lo que no tiene nombre. Nos revelan. F.D.: Se dice que una mujer puede ganarse a su hombre si tiene satisfecha su apetito. Para seducir qué prefiere: ¿poema o plato? L.Y.: Intentar seducir a través de las letras o de la cocina es un ejercicio estéril. Porque lo que seduce es la creación misma, sea un poema o un plato. Cuando el receptor tiene delante el mensaje, el emisor se desvanece. No se piensa en el escritor mientras se

lee o en el cocinero mientras se come. Sólo se piensa en el goce que genera una frase o un sabor. Leer y comer son actos narcisistas. El lector se busca en la letra, el degustador se busca en el paladar. Leo y creo que el libro habla de mí, de mis sentimientos, de mi experiencia. Como y creo que ese plato se inventó para hacerme feliz. Letras y alimentos son una cápsula que permite un viaje hacia uno mismo, un viaje que abarca todas las instancias temporales. Sólo recordamos al escritor y al cocinero cuando agotamos aquello que nos complace. Queremos más, sabemos quién puede darnos más. El autor vale mientras ofrezca. La seducción entonces es tan efímera como lo consumido. El placer siempre es vampírico y egoísta. F.D.: Mucha de la literatura que escribe está vinculada a la gastronomía. No es la primera vez que le leemos cosas como cocinar o comer letras. ¿Escribe también en otros registros? L.Y.: Sí, escribo en otros registros. Pero la comida, de una manera u otra, siempre está allí. Aunque la historia no tenga que ver con lo gastronómico. F.D.: Y, para acabar, una pregunta difícil: ¿un buen plato o un buen libro? L.Y.: Un buen libro siempre es un buen plato. Y viceversa. Elizabet Gállego

la literatura pop que habla de lo que come una soltera que intenta adelgazar entre subibajas emocionales, los recetarios novelados, en los que la preparación de un plato es el pretexto para narrar. Sin olvidar al Quijote, un libro en el que la comida funciona como paisaje histórico, como motor accional, como escudo filosófico y como herramienta que conforma a los personajes. En otras ocasiones, la presencia de lo gastronómico es soterrada. No se enuncia, no se describe, no se enumera, pero está esperando a ser descubierta. Allí descansan las claves de novelas, cuentos y poemas. Claves que desvisten también al escritor Nadie diría que Juan Gelman trata el tema en sus poemas. O Ernesto Sábato en sus narraciones. Lo hacen. Una lectura atenta siempre encuentra. Por otra parte, los cocineros aficionados y/o profesionales siempre han tenido que hacer uso de la escritura y de la lectura para su trabajo. Leen y escriben recetas, articulan cartas de platos, diseñan menús de degustación, descifran y actualizan recetarios antiguos, columbran futuras apetencias en la literatura. Leen la realidad y la traducen en un idioma comestible. Cocinar es una forma de escribir.


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¿A quién le amarga

un dulce?

Adán mordió la fruta prohibida que Eva le ofrecía. El paladar se le inundó de una vida sensual y blanda, y Dios los expulsó del Edén por haber pecado. Desde entonces, cada vez que un glorioso dulce se inclina ante nuestros ojos, el deseo nos invade. Y los escritores lo saben.

n Iraide Talavera Tierna infancia

Cuando vemos a un bebé regordete, sonrosado y sano decimos que “está para comérselo”. Sus mejillas nos recuerdan la textura blanda de un buñuelo, y su tacto frágil la fina capa de azúcar que lo recubre. Sus brazos y sus piernas son rosquillas, sus ojos son color miel y el pelo color avellana. La infancia inspira empalagosas analogías entre los adultos, pero no somos los únicos

poseídos por el espíritu del azúcar: los bebés también necesitan una buena dosis de dulzura para sobrevivir. No resulta raro ver cómo un niño o una niña de pocos meses chupa imperturbable un trozo de pan. Aún no le han salido dientes, pero su saliva va descomponiendo el almidón hasta que asoma el sabor de la glucosa. Éste, además de la leche materna y los chupetes untados en un poquitín de

azúcar, es uno de los primeros placeres culinarios de los bebés. Después, claro, el paladar se refina y las papilas gustativas acaban aceptando sabores salados, ácidos e incluso amargos, pero el dulce sigue a la cabeza, en la punta de nuestra lengua. Por eso los niños tardan tan poco en reclamarlo: “¿Has traído chocolate?” “¿Me compras un helado?” La escritora de cuentos infantiles Pilar


www.grainedit.com

Mateos conoce la estrecha relación entre los niños y los buenos sabores. Esto se refleja en “Quisicosas”. En este libro, una niña llamada Ana coleccionaba gomas de borrar de todos los aromas, y a veces las confundía con comida. Un día, de hecho, su padre “trajo la colección de Ana y fue contando gomas de borrar en forma de plátano, de limón, de coco, de caramelo, de chocolate, de nuez, de fresa, de aceituna, de chirimoya”. Esta jugosa pasión también se relata en “Las barbaridades de Bárbara”, de Rosa Montero. En este libro, la protagonista se queja de que los adultos, a pesar de estar amargados, “comen lo que desean, duermen cuando les apetece y se pueden comprar todos los regalices, los helados y los libros que se les ocurra” . Ella, además de los inconvenientes de ser pequeña, tiene que soportar a su enemigo el dentista, principal pesadilla de los golosos. La idea del dentista malvado se desarrolla también en una de sus secuelas, “Bárbara contra el Doctor Colmillos”, en la que éste sembrará el pánico con su ejército de dentaduras claqueantes. Sin duda, los tan codiciados dulces han sido sabiamente racionados por los adultos –o cruelmente, según cómo se mire. “Matilda” o “Charlie y la fábrica de chocolate”, de Roald Dahl, son un gran ejemplo de lo que les sucede a aquellos niños que ingieren demasiadas calorías vacías, que son las que contienen los más ricos manjares. En “Matilda”, un niño obeso y adorador de los pasteles es obligado a comer una gigantesca tarta de chocolate por la temible directora del colegio, la señorita Trunchbull. En “Charlie y la fábrica de chocolate”, Willy Wonka desprecia a los niños que han conseguido la entrada a su fábrica gracias

a su codicia o a su gula. Por último, no debemos olvidar las delicias fantasiosas que nos presentaba J.K.Rowling en su saga de “Harry Potter”, como las grageas de todos los sabores que los protagonistas engullían con la esperanza de encontrar un sabor afable en su paladar. Éste es sólo un ejemplo de cómo la minuciosa descripción de alimentos es fundamental para la creación de un universo atractivo y verosímil dentro de la literatura fantástica. No hay más que echar un vistazo a las celebraciones de los hobbits de Tolkien en la Tierra Media o a la forma en que Kvothe, el protagonista de “El Nombre del Viento”, de Patrick Rothfuss, da cuenta de las comidas que ingiere durante su difícil infancia y adolescencia. Está claro que la energía proviene de la buena alimentación, y en todos los libros

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se observa cómo la porción dulce es la más codiciada, la que además de satisfacer el hambre también cumple una función psicológica. Dicho de manera más simple, tal y como lo hubiera hecho Mary Poppins, “con un poco de azúcar, esa píldora que os dan satisfechos tomaréis”.

Dos daiquiris, por favor

Quizá sea durante la juventud cuando más se complica nuestra relación con la comida. A la necesidad de hacer ejercicio regularmente y tener unos hábitos alimenticios saludables se une el afán de habitar un cuerpo que nos guste a nosotros y, sobre todo, a los demás. No obstante, en esta misma época, una relativa libertad económica y la incipiente socialización llevan a los jóvenes a consumir más chocolate, más ositos de gominola, más


Coca-Colas y donuts que nunca. Durante la adolescencia, la existencia se fundamenta en los niveles de dulzura que alcancemos: las amistades se edulcoran y no escuecen nunca, el amor tiene el tacto y el color de una piruleta de corazón y las revistas, series o películas juveniles desprenden un inconfundible olor a merengue y tortitas. Es una época que empacha y empalaga, pero no podemos sustraernos a esos motivos azucarados, ya que están muy ligados a la sexualidad. La cantante Katy Perry conocía el erotismo de la repostería cuando salió a la luz el videoclip de “California Gurls”, uno de los singles de “Teenage dream” (2010), su tercer álbum de estudio. En él, la joven protagonista pasea por un tablero de juego mecida entre ambiguas piruletas, almohadillados algodones y alargados regalices, con un sujetador cuyas copas emulan dos pasteles con guinda. Mucho antes que la cantante, Nabokov asoció los dulces al sexo con su conocida y reconocida obra literaria “Lolita”. La mayoría de nosotros recuerda bien la imagen de la adaptación cinematográfica de Stanley Kubrick, con la actriz Sue Lyon portando unas gafas de sol en forma de corazón y chupando una piruleta roja. Así, los alimentos se mezclan con las relaciones íntimas, y pueden llegar a evocarlas. No hay más que ver la multiplicidad de objetos, sabores y olores que ofrecen en las sex shops, o las prácticas eróticas en las que los postres “picantes” están involucrados. Uno de los libros que más refuerza esa relación entre la sexualidad y la comida es “Como agua para chocolate”, de la autora mexicana Laura Esquivel. En él la vida de la protagonista, Tita, sus amoríos y las relaciones familiares están salpimentados

con recetas mexicanas de la época en la que está ambientada la historia. De hecho, la expresión “como agua para chocolate” es un modismo mexicano, que significa que algo está muy caliente, ya sea por enojo o por pasión. Por desgracia, el chocolate o lo dulce también pueden ser sinónimo de un erotismo deseado y esperado, pero traicionado y ausente. Es lo que le pasa a la treintañera Bridget Jones en la novela de Helen Fielding, mientras engulle litros de helado de chocolate frente al televisor. Ésta ha sido una imagen recurrente en películas y libros, ya que el mágico cacao ayuda a ahuyentar la tristeza. Sin embargo, lo más destacable es que esta escena suele aparecer en la literatura dirigida al público femenino. No solemos

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ver a un joven, ni a un señor, tomando helado y llorando frente a un drama barato. El prototipo de hombre triste es aquel que baja al bar y toma cataratas de cerveza sin verter una lágrima salada. Los hombres tampoco son los receptores a quienes se apela en aquellos libros que propugnan la amistad a través de la comida. Como Jesús en La Última Cena, las protagonistas de este tipo de historias se reúnen en torno a alimentos a los que se les confiere el poder sagrado de la unión fraternal y las confesiones. En “Sexo en Nueva York”, de Candace Bushnell, los afrutados cócteles cumplen este importante papel. Lo mismo sucede en “El Club de los Viernes”, de Kate Jacobs -las reuniones del club perderían su sentido de no ser por los excelentes pasteles que prepara Dakota, la hija de la protagonista-, o en “Criadas y señoras”, de Kathryn Stockett, cuyo argumento se adorna con la continua evocación de las galletas que preparan las criadas protagonistas de la historia. Quedan muchos libros en el tintero, o en el horno. Autores como Isabel Allende, Gabriel García Ibáñez, Muriel Barbery, Eduardo Mendoza o Amélie Nothomb han conseguido hacer que devoremos sus páginas con ojos ávidos gracias a su prosa, pero también gracias a esas continuas referencias culinarias, que en muchas ocasiones han enriquecido las historias con su humor, su sensualidad o con la pura conciencia de saber que, por suerte, el hambre es una de nuestras necesidades más básicas. Como diría Amélie Nothomb en su “Biografía del hambre”, “la ausencia de hambre es un drama que nadie a estudiado”.


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Un día en la vida de los demás Yo quise escribir para compartir esa incontenible pérdida de existencia: al menos un día de cada año debería ser un sólido pilar de la memoria: puro, auténtico, descrito sin intenciones artísticas, lo que viene a significar entregado al azar y a merced de él.

Christa Wolf n Fusa Díaz / Imágenes: Lilliana Pereira En 1935, el escritor ruso Máximo Gorki desea que escritores de todo el mundo narren con la mayor precisión posible un día de su vida. El día elegido es el 27 de septiembre de aquel año. Veinticinco años después, el periódico moscovita Izvestia continúa la tradición. La escritora alemana Christa Wolf se entusiasma con la idea y escribe su 27 de septiembre durante cuarenta años, dando origen al libro “Un día del año”. Pero no es Christa Wolf la única que queda seducida por esta idea. Esmeralda Berbel, después de recibir toda esta información de la mano de Anna Caballé, decide darle forma a un proyecto que, con esfuerzo y mucho tesón, consigue: “27 de septiembre. Un día en la vida de las mujeres”. La pregunta más corriente es, siempre, ¿por qué sólo mujeres? Anna Caballé, en el prólogo, dice que, además de ser más fácil, también les resultaba

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más natural, más fiel al libro de Woolf y su proyecto de objetivar su identidad femenina. Inevitablemente pienso en la Clarissa de Virginia Woolf en “La señora Dalloway”. Así de este modo se instala una Christa Wolf en cada una de las 29 mujeres que participan en este libro. Entre ellas había dudas con respecto a lo íntimo, privado y público. El 27 de septiembre de 2008 todas ellas tenían un compromiso con su día, su diario, con todas las mujeres que habían aceptado la propuestas, incluso con Máximo Gorki y Christa Wolf. Todas ellas se enfrentaban a un día cualquiera pero ese día precisamente, todas hacían recortes sobre lo que querían contar y lo que no, sabiendo que se publicaría, intentando mantenerse fieles a lo que supone escribir un diario personal. ¿Pero qué dicen ellos? Se pregunta Esmeralda Berbel si son íntimos, sobre qué hablarán, si serán sinceros. Sabiendo ya qué esconde el 27 de septiembre de 2008 en la vida de las mujeres, qué habrá en el 2010 en el de los hombres. En ningún momento se pregunta qué diferencias habrá con respecto a ellas, porque una de las perspectivas más acertadas de este segundo volumen, “27 de septiembre. Un día en la vida de los hombres”, es la voluntad de su coordinadora de crear puentes entre un libro y otro, y no separarlos y buscar antagonismos. Se pretende no generalizar, no extraer del 27 de septiembre cómo son los hombres o cómo son las mujeres. Así con esta idea, se me ocurre que hacer un comparativo del libro -buscando y creando esos puentes de los que habla Berbel- es lo más acertado. En ambos casos se está llevando a cabo algo que puede parecer sencillo, pero es un riesgo que asumen todos: sus vidas personales,


sus fantasmas, sus aciertos... a la palestra. Como dice Blanca Varela: convertir lo interior en exterior, sin el cuchillo. Así es, todos ellos, independientemente del libro en el que participan, se están exponiendo, están poniendo al alcance de todos algo que en principio debería quedarse dentro. Y ahí es donde cabe la reflexión, a partir de esta iniciativa: ¿realmente debe quedarse dentro? En el prólogo del libro de los hombres Esmeralda Berbel habla de algo que resulta definitivo para acabar con este conflicto, y que nació en ella a través del monográfico al que asistió en la primeravera del 2008, impartido por Anna Caballé, en el que se trataba las escrituras del yo. Esmeralda echa la vista atrás y se da cuenta de que las primeras lecturas que le impresionaron no eran ficción, sino diarios (de Anaïs Nin, por ejemplo), y descubre que las primeras veces que la literatura consiguió acompañarla (tan solo se siente uno en la adolescencia) fue de la mano de la realidad. En mi caso, el primer libro que me sobrecogió de verdad fue el diario de Anna Frank. De tal modo que, extrayendo la idea del prólogo, qué triste y pobre sería la escritura si sólo se hablara a través de la ficción. A menudo cuando creamos (confirmando esta teoría con el diario de Pedro Zarraluki) tememos que quede demasiado irreal, y rebajamos el azar y su carambola para que el lector no piense que le estamos tomando el pelo. Sin embargo, cuando uno escribe o lee desde la no ficción, se lo cree sin dudas, y se salva de una manera más fiable. Entonces, convertir lo interior en exterior no es un alarde de ego ni tampoco un atentado a la intimidad. Y así lo he entendido yo tras la lectura de ambos libros. El libro de los hombres (por el que he empezado) se estrena con el diario de Pedro Zarraluki. Hay distintas profesiones en cada uno de los 27 de septiembre, como profesores, periodistas, actores o directores de cine, pero empezamos con un escritor. Una persona que está acostumbrada a buscar el equilibrio a través de las palabras, a reciclarse -un día, dos, toda la vida- para la literatura. Así, el irse por las ramas que se le atribuyó a la mujer en la presentación del libro, queda con la primera entrega desmitificado: Zarraluki tiene un día pobre, está escribiendo un cuento en una casa en la montaña, y eso lo convierte en una jornada con poca acción. Sin embargo, no le faltan cosas que contar. ¿Se va por las ramas, entonces, como una mujer... o simplemente juega con los pliegues de la cotidianidad, como Wolf en “Un día del año” o Virginia Woolf en “La señora Dalloway”? Una de las cosas que más me ha sorprendido -previsible, si se quierees cómo afecta el contexto en el que estamos según quién habla. Para todos es el mismo 27 de septiembre del 2010, en dos días para todos habrá una huelga general convocada. Pedro Zarraluki, Cesc Gay, Shuarma, Eduard Fernández... ninguno de ellos hace referencia a ese dato; en cambio, Javier Valenzuela, periodista, utiliza gran parte de su diario para hablar de ellos, para situarnos en un margen

social y político. No hay en su escritura nada personal, íntimo, pequeño... pero es que para Valenzuela es muy probable que ése sea su universo y su yo. ¿Es más viril? ¿Y si os digo que Sara Berbel Sánchez dedica unas líneas al debate de Obama y McCain y deja a un lado su femeneidad? Aitor Quiney Urbieta llega a decir: Me voy por las ramas. Siempre me pasa igual. Pero hay algo mayor todavía que me llama la atención. Pienso en la intención de Máximo Gorki de que escritores del mundo escribieran su 27 de septiembre, y me imagino que, caso de llegar a buen puerto, cuántos hombres habrían hablado de despertar a sus hijos, cambiarles el pañal y llevarlos al colegio con el corazón encogido porque se quedan llorando

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desconsolados. Probablemente ninguno. Y a esa inmensa minoría que sí, se les pondría en duda la hombría. Las narraciones más conmovedoras vienen de la mano de Pablo Toledo, por ejemplo, o Eduard Fernández, cuando hablan de Matías y Greta (con mucha diferencia de edad entre ellos, pero con la misma ternura). En algunos casos incluso la mujer está fuera (Ágata, mi mujer, ya se ha ido. La han venido a buscar del rodaje de la película que dirige Antonio Chavarrías). ¿Fuera... dónde? Fuera haciendo algo que las llena... están en el rodaje de una película, están dando una clase, están en la presentación de un libro. Están fuera, y lo mejor es que no se sienten culpables por ello. Del diario de los chicos no nace ningún tipo de resentimiento.


Voilà, la cotidianeidad de un padre o una madre se iguala, se naturaliza. Los hijos de los que hablan les pertenecen como una mano, una mano que carga, también, con un guión, una tiza o una pluma. Es evidente que también en ellas tienen gran protagonismo los

hijos, pero a Máximo Gorki no le habría sorprendido en absoluto. Por eso sigo fiel a los puentes de los que habla Esmeralda Berbel cada vez que defiende uno de estos dos libros, por los que con tanto cariño ha luchado (¿cómo si fueran hijos?). Diarios interesantes son los que ya vienen marcados por 27 de septiembre anteriores al que están escribiendo: el padre de Juan Terranova murió un 27 de septiembre, la gata de Maria Mercè Roca muere ese mismo día, es el cumpleaños de Flavia Company y también de la madre de Mercedes Abad (aunque nadie lo mencione). Esos diarios parece que se van a repetir independientemente del año en que lo hagan, porque ya tienen su propia marca. Como también el hecho de que el 27 de septiembre de hacía tres años, Quiney Urbieta abordara por la calle a una mujer

que le gustaba (y le gusta), y un año más tarde, 27 de septiembre también, la volviera a encontrar. En ese caso, todos forman parte de un acontecimiento y no de una fecha, y lo que hacen en esos casos, además de hablar del que les ha tocado narrar, es tirar de ahí y convertir la fecha en un símbolo, una bandera. También desde el diario de Joana Bonet podemos ver el mundo como sólo una recién parida puede verlo: su hija Vera tiene cinco días y ella se deja llevar por todas las emociones que le despierta ese hecho. El nacimiento de Vera da un giro completo a su 27 de septiembre, que podría haber sido más amplio, más mundial, más grande. Pero no, se concentra todo en un pañal, en el olor, en alimento. Muchos de ellos, incluidas ellas, utilizan el diario para definirse. Hablan de libros, música, cine. Opinan, critican. Se van perfilando, y no tanto para el lector como para sí mismos. Hay diferencias entre los que escriben un diario con regularidad y los que no. Los que sí hablan del día, de cosas concretas. Los que hablan de generalidades, no tanto instaladas en el 27 de septiembre como en su yo. Si el 26 y el 28 sabes que también vas a escribir, no tienes tanta necesidad de plasmarte ahí. Si el 27 es un encargo y no vas a servirte del diario en más ocasiones, el proceso de reflexión es mucho mayor: es una oportunidad que les ha brindado Esmeralda y que todos aprovechan. Se preguntaba en la presentación si después de leer este libro se podría llegar a conocer un poco más al hombre. Feliu Formosa dijo que sólo leyendo su diario ya lograría comprender en gran parte al sexo opuesto: Por la ventana del comedor, miro la vivienda de enfrente por si aparece la muchacha rubia que a veces me alegra el día. Nos reímos, claro. Sumergida ya en el libro de las mujeres a estas alturas, los hombres juegan en mí una gran ventaja, porque ya los he leído a todos. Me resulta muy interesante lo que dice Sara Berbel Sánchez a propósito de la escritura de un diario: de adolescente se entregó amorosamente al género diarístico, causándole una gran dependencia y haciendo que su vida se rigiera por lo que iba a escribir después. ¿Vivía para poderlo contar después? ¿Actuaba libremente, o vinculada a su diario? Y mientras vivía, iba pensando en las palabras con que iba a contar lo ocurrido. En muchos de ellos -en ambos libros- hay algo de eso. Quizá no habrían 58

hecho exactamente lo que exactamente hicieron de no haber tomado el compromiso de escribirlo y publicarlo. Feliu Formosa -y no es al único que se le ocurre- comenta que quiso hacer trampa y recoger varios puntos de diferentes días, para que el día quedara atractivo. Pero ése no era el trato. Àngels Grases asegura que septiembre ha sido un mes emocionante, y que probablemente, de los 27 días vividos, el 27 era el más normal. A mí me sigue interesando crear puentes entre los 27, entre los hombres y las mujeres. Me sonrío leyendo que uno de cada libro tiene gripe, que uno de cada libro utiliza la expresión darle al botón off. Y dentro de

cada libro, coincidencias en los nombres: acaba apareciendo en más de una ocasión Meryl Streep, el viento de tramuntana, Paul Newman. Todo ello forma parte de un mismo día, el día que yo he pasado en la vida de los demás, y más allá de las diferencias -o no- que pueda haber entre mujeres y hombres, me parece más atractivo y enriquecedor saber qué diferencia hay entre narrar un sábado o un lunes, entre ser periodista o profesor de universidad, vivir en Barcelona o Buenos Aires, ser padre o sufrir de hijitud. Al final, todos quedan mucho más cerca de lo que se proponen y le dan a un mismo día una dimensión grande e íntima. La distancia más importante que he encontrado no está sujeta al sexo de cada uno de ellos. Lo que más lejos está es el 27 de septiembre del mismo 27 de septiembre, estando justo al lado, dentro, encima.


GRUNDmagazine GRUNDmagazine es un pequeño proyecto editorial iniciativa de tres amigos, tres amigos que militamos política y socialmente y que buscábamos una plataforma abierta que nos permita trabajar con otra gente, de ámbitos muy diversos siempre desde abajo y a la izquierda.

revista de crítica cultural, social y política

n Ainize Salaberri A.S.: Contadnos: ¿cómo surge GRUNDmagazine y por qué? GM: Esto es difícil de responder. Casi podríamos decir que GRUNDmagazine está ahí, latente, desde que Dani y Jose, los promotores de esta idea, se conocieron. Compartir espacios políticos e inquietudes culturales son un buen germen para que surjan iniciativas como éstas. Hemos compartido muchas lecturas, hemos seguido muchos proyectos editoriales y culturales, y llegó el momento en que decidimos que ya nos tocaba a nosotros. En todo este tiempo, además, hemos ido conociendo a mucha gente que son los que

GRUNDmagazine

finalmente hicieron posible el número 0 de GRUNDmagazine (y también el número 1, aún por nacer).Y entre ellos, las otras dos patas de esta mesa de cuatro: Raúl, nuestro diseñador gráfico y alma de GRUNDmagazine, y Salva, que nos ha proporcionado ese equilibrio necesario en forma y contenido. Había muchas dudas, y las sigue habiendo. ¿Qué podemos aportar en un mercado tan saturado? ¿Otra revista más? Preferimos no hacernos tantas preguntas y recurrir a eso que decían los autónomos en los ‘80 sobre el comunismo: “el comunismo, la rosa sin por qué”.


A.S.: En la página web, www. grundmagazine.com explicáis a vuestros lectores que Grund es una palabra alemana que significa “base, argumento, razón, motivo”. Para quien no haya leído el número cero, disponible en la web, ¿qué le diríais que va a encontrarse? ¿Por qué deberían leer el número? ¿Cuál sería el motivo, la razón, el argumento que usaríais, para llamar su atención? GM: Bueno, lo primero que tendríamos que hacer es sincerarnos con nuestro público potencial: GRUNDmagazine de momento es un experimento, está en fase experimental. Por ahora sólo es una plataforma en la que nuestros amigos, y otros que no son amigos pero a los que les hemos pedido colaboración y amablemente nos la han ofrecido, han participado con lo que han querido. Cada uno ha aportado su argumento en forma de ensayo, crítica, poema, imagen, fotografía... Tenemos un proyecto claro en mente, pero no queremos cerrarlo ni definirlo desde el principio p o r q u e eso podría significar ahogar a GRUND desde su nacimiento. No es que sea un proyecto ambigüo, líquido, o cambiante. Pero somos muy heterodoxos en nuestras ideas y en nuestras prácticas, y nos gusta mucho experimentar. Tenemos muchos referentes, Contretemps, Krytyka Polityczna, Adbusters,... Queremos marcar una línea política a la izquierda, pero abierta al debate y con argumentos, sobre todo con argumentos (por eso Grund), porque no queremos hacer un panfleto: GRUNDmagazine no puede convertirse en una chapa en la solapa de la progresía. Tiene que ser algo potente, crudo, con actitud. Pero tendremos aún que probar mucho hasta plasmar lo que tenemos en mente. El número 0 y el futuro número 1 son muy parecidos. Con textos y colaboraciones de mucha calidad y un diseño atractivo y potente. Pero aún no podemos decir

que eso es GRUNDmagazine. Son los primeros pasos. Y creemos que merece la pena dar esos primeros pasos con nosotros. A.S.:¿Por qué en formato revista? GM: Pensamos que era el que más se adaptaba al formato que teníamos en mente: tanto por el GRUNDmagazine como objeto que queríamos crear, algo visualmente atractivo y que guste tener entre las manos; como por jugar con un formato que nos permitiera eso, jugar, y trabajar lo más cómodamente posible. Además, la idea de “revista” nos hizo pensar rápidamente en esa

señora con los rulos y la cabeza metida en la secadora en la peluquería, leyendo GRUNDmagazine, como en una escena de Ciudad K, y no nos pudimos resistir. A.S.: Para todos aquellos que quieran, como vosotros, crear un nuevo proyecto editorial, ¿qué deben hacer? ¿Cuáles son los pasos que habéis seguido vosotros desde que surge la idea hasta ahora? GM: Simplemente diríamos a esa gente: hazlo. Si lo tienes en la cabeza, hazlo. Ese es el motor de GRUNDmagazine, el “Hazlo tú mismo” del punk. Las nuevas tecnologías y las redes sociales además nos lo ponen mucho más fácil. Empiezas

a moverte por internet en todas las plataformas y formatos posibles. Luego te lanzas y cuelgas tu proyecto en una web de micromecenazgo. Mueves tu proyecto por toda la red, y en poco tiempo tienes a cientos de personas que te conocen, que sabes que existe, y que si creen y confían en tu proyecto te van a apoyar. Y lo que en un principio estaba sólo en tu cabeza o en la de tus amigos, en poco tiempo es un proyecto compartido por una multitud. Es importante también ser humildes, y respetar tus principios. Y para mantenerte y crecer es importante tejer redes. Hemos conseguido el patrocinio de negocios amigos y cercanos a nosotros, negocios que no buscan en nosotros intereses, sino que comparten nuestro proyecto. Nosotros nunca sacrificaríamos la idea original de GRUNDmagazine ni perderíamos nuestra autonomía por un buen contrato editorial. Lo grande de todo esto es que tú también puedes crear y hacerte un hueco en este mundo, sin necesidad de tener a un grupo empresarial detrás tuya como lo grandes medios de comunicación o las grandes editoriales. A.S.: ¿Cómo organizáis la revista? ¿Tenéis secciones fijas? ¿Cuáles son? GM: Pues el método de trabajo es ordenadamente anárquico, desde el comienzo nos repartimos el trabajo, cada uno se ocupa de una parte: diseño, gestión, promoción, arte, literatura, ensayo y crítica. De todas formas, todos tenemos el mismo poder dedecisión sobre cualquiera de las cuestiones que se planteen, los contenidos, etc… Hemos escogido personalmente a los colaboradores. Los que nos han parecidos los mejores por su trabajo o por el interés que puede suscitar su visión de la realidad en según qué ocasiones. Tenemos la suerte de contar con gente muy potente para el primer número en papel: Íñigo Errejón, Alberto Arce, Santiago AlbaRico, Sofía Castañón, Odile L’Autreamonde, Fusa Díaz, María Zaragoza y Jordi Corominas entre otros. Nuestra idea era la de crear una revista


cultural y política, darle un enfoque ensayístico, nada dogmático. No hay secciones fijas en realidad, quizás es mejor hablar de constantes: Una galería de arte (en el número uno debutará la artista coruñesa Lara Pintos), o entrevistas, en el número 0 de formato digital le hicimos una al escritor Rafael Reig y en esta ocasión contamos con el testimonio de dos músicos, Pablo Decoder y Noglobal. El hecho de no tener secciones fijas nos permite una gran libertad de acción en cuanto a que cada número sea distinto, tenga vida propia, de hecho ni siquiera le imponemos a los colaboradores una número determinado de páginas; tienen libertad total porque los hemos escogido nosotros y confiamos plenamente en su trabajo. A.S.: Habéis utilizado la plataforma Verkami (www.verkami.com) para que vuestro primer número salga en papel. ¿Haréis lo mismo con todos los números? ¿Estáis buscando financiación por algún otro medio? ¿Tenéis patrocinadores? GM: El micromecenazgo es un gran invento, es el medio perfecto para que proyectos como éste, poco o nada rentables económicamente en un primer momento, con dificultades para conseguir financiación, sean posibles gracias a aportaciones individuales. Sin Verkami nos hubiera costado muchísimo conseguir el dinero, quizás no hubiera salido nunca en papel. Hemos recurrido a Verkami como empujón inicial, pero no. La revista a partir de ahora se financiará de forma privada. El segundo número lo sacaremos adelante con los ingresos de las ventas de la primera tirada, serán mil ejemplares repartidos por toda España, y con la colaboración de patrocinadores. Contamos actualmente con cinco negocios que han colaborado con nosotros. Aunque nos pusimos un máximo de diez, en cincuenta y tantas páginas que tiene la revista. No queríamos ni mucho menos que la publicidad distraiga del contenido del texto, que es lo verdaderamente importante. No buscamos lucrarnos personalmente con la revista, simplemente queremos mantenerla del modo en que está pensada.

A.S.: ¿Cada cuánto saldrá la revista? GM: Saldrá cada cuatro meses, es la mejor forma. Así contaremos con el tiempo suficiente para contactar con los colaboradores, darles a ellos tiempo de sobra para que trabajen sobre sus textos sin ningún tipo de presión y poder recaudar el dinero suficiente para tener lista la segunda. De momento ideas no nos faltan, de hecho el número dos está casi listo en nuestras cabezas. Aunque quede todo por hacer.

A.S.: ¿Algo que añadir, algo que os gustaría decir, recalcar? GM: Bueno, tenemos pensado hacer varias presentaciones, en Cádiz en la cafetería-librería La Clandestina y en Madrid, en La Marabunta, en Lavapiés. Estáis todos invitados. Esperamos poder contaros dentro de un año o de dos que todo fue genial y que seguimos en la brecha. Gracias, GRUNDmagazine, y toda la suerte del mundo.


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La literatura, el alimento de las sagas cinematográficas

n Marta Gómez Garrido La vida, y por extensión el arte, está repleta de historias románticas. Las personas se encuentran y se alejan en un eterno fluir que rara vez está exento de complicaciones. Son los grandes amores los que más han alimentado las letras doradas de la historia del arte, aquellos complejos y arduos en los que, muchas veces, amor y odio casi se dan la mano. Scarlett O’Hara y Rhett Butler en “Lo que el viento se llevó” o Brick y Maggie en “La gata sobre el tejado de zinc” son una buena muestra de ello. Estas relaciones tortuosas no sólo se dan dentro de las distintas expresiones artísticas, sino también entre ellas. Puede que la literatura se viese amenazada en un principio por la aparición del celuloide, pero lo que ha demostrado el paso del tiempo es la capacidad de ambas expresiones para retroalimentarse y beneficiarse mutuamente: la literatura ha dado al cine a lo largo de su joven historia algunas de las tramas más exitosas, mientras que, a la par, el cine ha ayudado a potenciar el éxito de clásicos literarios así como de historias que no tuvieron tanta repercusión en tinta como en imagen; al fin y al cabo, el cine es un arte de masas. Aunque pueda parecer sorprendente, muchas de las series cinematográficas con mayor recaudación son adaptaciones cinematográficas de sagas literarias. Así, la franquicia más exitosa por nivel de ingresos en las salas de cine es Harry Potter, según la página web de estadísticas cinematográficas Box Office Mojo. La saga del joven mago lidera la tabla con una recaudación a nivel mundial de 7.698.159.208 dólares entre sus ocho películas. Hace tan sólo un mes se estrenaba la última entrega de Harry Potter, interpretado por el actor británico Daniel 62


Radcliffe, con un éxito de público más que reseñable. En concreto, la productora Warner Bros conseguía la mayor recaudación de toda la saga, con 1.321.190.329 de dólares. La franquicia del agente secreto James Bond, que cuenta con veintidós películas, es la segunda con mayor recaudación. El novelista inglés Ian Fleming dio vida al singular 007 en 1952, año en el que publicó la primera novela de la saga, Casino Royale, curiosamente la adaptación más exitosa de Bond en el cine. El señor de los anillos, Parque Jurásico, Crepúsculo y Las crónicas de Narnia están también entre las franquicias más rentables de la historia del cine. Una vez comprobado el éxito de las sagas literarias en las salas, cabe una pregunta, ¿qué tienen en común estas historias que atrae al público? Una de los rasgos que salta a la vista es que todas estas historias pueden verse en familia, con lo que el público objetivo engloba un abanico bastante amplio de edad. También influye la dosis de acción que complementa a las tramas, junto con la fantasía que da color a las historias y que permite que cualquiera pueda sentirse identificado con los personajes o, al menos, querer ser como ellos. En resumen: poder vivir unas aventuras que de otro modo no estarían al alcance, poder meterse en la piel de otro y conocer los avatares de personajes que, gracias a

dividirse en varias entregas, sentimos cada vez más como parte de nuestras vidas. Aunque las sagas no han sido las únicas historias llevadas con éxito al cine. La lista de novelas y obras de teatro llevadas a la gran pantalla de forma singular es demasiado extensa para reflejarla en estas páginas. Incluso con novelas que pasaron sin pena ni gloria en el mercado editorial pero que tuvieron gran repercusión en el cine. Un ejemplo curioso es el del director Alfred Hitchcock, que se especializó en d a r con novelas cuyas historias podían funcionar mejor en pantalla que en papel, y darles además su toque especial. Así llevó a la gran pantalla la afamada “Psicosis”, basada en una novela homónima escrita en 1959 por Robert Bloch. Otras películas

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destacadas dirigidas por el maestro del suspense y basadas en obras literarias son “Rebeca”, adaptación de la novela de Daphne du Maurier, y “Vértigo (de entre los muertos)” cuyo guion está basado en la obra francesa “Sueurs froides: d’entre les morts”, escrita por Pierre Boileau y Thomas Narcejac. Los clásicos literarios también han contado con un éxito remarcable dentro de la industria cinematográfica. Se han filmado numerosas películas basadas en las obras de del afamado dramaturgo inglés William Shakespeare; entre las que destacan con una luz especial se encuentra “Hamlet”, tanto el film dirigido por Kenneth Branagh como el de Franco Zeffirelli y el de Laurence Olivier, entre otros grandes directores que también han contado la historia del Príncipe de Dinamarca en diferentes épocas y con estilos muy dispares. La otra historia de Shakespeare que vemos repetida con insistencia en la gran pantalla es “Romeo y Julieta”, con la que los cineastas han llegado a cosechar incluso más éxito que con la anterior. Destacan las versiones de Franco Zeffirelli y la más reciente de Baz Luhrmann, protagonizada por Leonardo DiCaprio y Claire Danes, si bien existen más versiones y numerosos largometrajes basados en la mítica historia del escritor inglés. Alexandre Dumas y los mosqueteros, que en todas las épocas han tenido una gran acogida entre el público de las salas de cine, incluso se acaba de estrenar una versión con muchos más efectos especiales que en las anteriores, en las que D’Artagnan era interpretado por Gene Kelly o Chris O’Donnel. Como se puede comprobar la lista de clásicos literarios adaptados a la gran pantalla es extensa y casi inabarcable. Quedan por mencionar títulos como “Mujercitas”, “Sentido y Sensibilidad”, “Orgullo y Prejuicio” o “Cumbres borrascosas”. Sorprendentemente, la literatura española no ha conseguido en el mundo del celuloide tan buena acogida como el resto de literaturas europeas. “Don Quijote de la Mancha”, el máximo exponente de literatura española de cara al resto del mundo, ha contado con múltiples versiones, incluyendo una de Orson Wells, sin embargo, ninguna de ellas ha conseguido éxito de crítica


que no son pocos, más aquellas familias y espectadores atraídos por sus historias y por actores más que conocidos dentro de Hollywood. Material audiovisual y letra escrita, dos lenguajes diferentes que poseen rasgos muy diferenciados pero que, en último término, logran beneficiarse mutuamente y sacar los mejores ingredientes para potenciar las historias que nos conmueven, por encima del soporte. ni de público. La única adaptación de la obra de Cervantes que se recuerda con el apelativo de “fiel” al libro es la realizada por el director Manuel Gutiérrez Aragón para Televisión Española en formato de teleserie, protagonizada por los actores españoles Fernando Rey y Alfredo Landa. También encontramos cierto éxito en las salas con la adaptación de “El perro del hortelano”, de Lope de Vega, el gran dramaturgo y poeta del Siglo de Oro español, dirigida por Pilar Miró. A pesar del éxito de las adaptaciones cinematográficas basadas en obras literarias concretas, el mayor éxito en la taquilla se lo llevan con diferencia las sagas, con las que los espectadores acuden al cine dos, tres, cuatro, cinco o hasta seis veces para terminar la historia que comenzaron con la primera entrega. Esto no es porque cada una de las películas que componen la saga tenga más éxito que los filmes individuales, sino porque la posibilidad de asegurarse a

los espectadores de las primeras entregas las convierte en una apuesta segura para las productoras, que reducen así la incertidumbre del éxito. Por detrás de las sagas literarias destacan otras adaptaciones, con casi el mismo éxito que las primeras: las sagas basadas en cómics. El atractivo de los personajes y las

tramas de este arte, también marcado por la palabra escrita, lleva atrayendo desde hace muchos años a las principales productoras cinematográficas. Las más destacadas son las adaptaciones basadas en superhéroes, ya que copan los primeros puestos junto a las franquicias literarias. Personajes del tipo de Batman, Spiderman, los X-Men o Superman han cosechado fuertes éxitos de crítica y público, y son una apuesta casi segura para las productoras de cine, incluso hoy en día que el cine, al igual que el resto de industrias, tanto las que son culturales como las que no, se encuentran en crisis. Así, recientemente hemos visto llegar a la gran pantalla a Thor, Linterna Verde y, en breves, a un nuevo Spiderman, incluso se prepara una película en la que confluirán varios de estos superhéroes unidos en la Liga de la justicia. Las productoras se aseguran de este modo la presencia en las salas de los seguidores de los cómics de estos héroes, 64


Recomendaciones

LIBRO: Asterios Polyp AUTOR: David Mazzucchelli RECOMENDADO POR: Alejandro Larrañaga

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RESEÑA BREVE: La primera idea que se me vino a la cabeza cuando devoré esta novela gráfica es que todos acabamos siendo víctimas de la persona, o el personaje, con el que decidimos enfrentarnos a la vida. Asterios Polyp es un arquitecto de papel (profesor universitario de prestigio, pero sin ninguna obra construida) de reconocido éxito, pero que ya circula por la cuesta debajo de su vida. Un rayo, que provoca un incendio en su casa, le servirá como pistoletazo de salida para un extraño viaje para él y para nosotros, puesto que el autor nos irá intercalando hechos pasados o ideas que nos harán comprender el camino que ha llevado a Arterios a su actual situación. David Mazzucchelli es un autor muy reconocido entre los creadores de cómics de superhéroes que ha aprovechado su prestigio para crear una novela gráfica muy personal e inspiradora.

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LIBRO Diario de un zombi AUTOR Sergi Llauger RECOMENDADO POR Marga Martín

RESEÑA BREVE: ¿Quién dijo que los zombis son unos seres descerebrados a los que sólo les impulsa el deseo de devorar carne? Es más: ¿quién dijo que los zombis daban miedo? Erico Lombardo se encarga de desmentirnos ambas cosas. Y es que ¿quién mejor que un zombi para contarnos en primera persona cómo son y por qué se comportan así los no muertos? Lo cierto es que Erico no es un zombi al uso, eso también nos lo deja claro en su relato, como tampoco es usual su viaje por esta Barcelona post-apocalíptica. Su compañera de fatigas es una niña que tampoco es lo que en un principio parece ser. La comedia se mezcla con el drama, el drama deja paso al terror y el terror... bueno, digamos que el terror puede desembocar en carcajadas con la fina ironía de un zombi asocial que piensa demasiado.

LIBRO Porque éramos jóvenes AUTOR Josefina R. Aldecoa RECOMENDADO POR Ainize Salaberri

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RESEÑA BREVE: Josefina Aldecoa escribe con mimo. Es como la abuela que mece la cuna, con talento y suavidad, como si lo hubiese hecho toda su vida, como si hubiese nacido para ese momento, para esa necesidad. Aldecoa también transmite que escribir es una necesidad. “Porque éramos jóvenes” es la muestra del paso –y del peso– del tiempo en las personas, en la sociedad, en los recuerdos y en su vida interna, la que no se ve pero está, y duele. Y también muestra la corrupción del dinero, del poder, del aparentar, donde parece que la felicidad es sólo ese sentimiento del que se habla en los libros. Leer a Aldecoa es, desde luego, puro placer, pura felicidad.

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Recomendaciones LIBRO: Oscura AUTOR: Pablo Guillermo del Toro y Check Hogan RECOMENDADO POR: J. Álvaro Gómez

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RESEÑA BREVE:En esta segunda parte de la trilogía, el lector no se

va a encontrar unos giros espectaculares en la novela. Es un libro de paso. Una novela de continuación que va asentando las bases para la tercera entrega que se estrenará a finales de año. A los amantes de los vampiros, Hogan y Del Toro siguen ofreciéndonos su particular visión de los mismos. Cuando terminas de leer la última palabra del libro te arrepientes de no haber comprado y leídos los tres episodios del tirón. Por ello recomiendo a quien se quiera leer éste y el anterior, a que espere a que salga el tercero y así poder disfrutarlo todo seguido. Uno ya está esperando a que llegue, veremos si la espera ha merecido la pena. Otra cosa, ambos escritores tienen pendiente sacar un cómic con la trilogía; exprimiendo el producto, vamos.

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LIBRO Hotel D.F. AUTOR Guillermo Fadanelli RECOMENDADO POR Salvador J. Tamayo

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RESEÑA BREVE: Fadanelli, fundador de “Moho”, revista y editorial de referencia en la escena underground de los noventa, autor imprescindible para entender a un país tan particular como México. Aunque lo nieguen, son muchos los escritores que quieren hacerse con el título de “cronista del D.F.” Entre ellos, Xavier Velasco o Yuri Herrera, pero si existe un cronista, ése es, sin duda, Willy Fadanelli. “Hotel D.F.” es la radiografía de un país dibujada a través del Hotel Isabel, en el que el autor realiza un corte estratigráfico y analiza la arqueología familiar, social, política y económica de un país militarizado, en el que existe una guerra abierta y declarada entre los carteles de la droga y el gobierno. En “Hotel D.F.”, Fadanelli no tiene ningún reparo en hablar explícitamente de drogas, violencia y sexo con esa prosa suya que, lejos de expulsarte del relato, por lo sórdido de lo que cuenta, te invita a entrar en él, a entrar en el Hotel Isabel y rentar una habitación junto a la del protagonista, el Artista Frank Henestrosa. Mi personaje Favorito, Laura Gibellini, nacida en Cádiz, viene a ser la dulcinea del Artista Henestrosa. Entre las páginas vemos cómo funcionan los mecanismos de poder, la corrupción y el valor de la vida, en un país en el que cada año son miles los muertos a causa del narco y en el que cada uno sobrevive como puede; y eso es algo maravilloso. Un amigo me dijo una vez: “la violencia está estampada en la sangre de todos los latinoamericanos”. Eso se nota, y mucho. Un libro muy recomendable con el que redescubrir a este autor enorme y aventurarse a leer algunos de sus ensayos, relatos o novelas (“Lodo”, “La otra cara de Rock Hudson”, “Educar a los topos”...). 66


Novedades LIBRO 27 de septiembre. Un día en la vida de los hombres AUTOR Edición de Esmeralda Berbel EDITORIAL Ediciones Carena PRECIO 15 € En 1935 el escritor ruso Máximo Gorki desea que escritores de todo el mundo narren con la mayor precisión posible un día de su vida. El día que elige es el 27 de septiembre de aquel año. Veinticinco años después, el periódico moscovita Izvestia continúa la tradición, y la escritora alemana Christa Wolf se entusiasma con la idea y escribe su 27 de septiembre durante 40 años dando origen al libro “Un día del año”. En la primavera de 2008 leo el libro y quiero continuar el deseo de escribir un día del año. Así nace el libro “27 de septiembre. Un día en la vida de las mujeres”, y de él surge el comentario que ya imaginaba: ¿y ellos?, ¿qué dicen ellos? Aquí está el de hombres. Ellos aceptaron la propuesta de escribir su diario con la misma generosidad que las mujeres. Aquí está su 27 de septiembre. Cada uno con su impronta y su estilo, con sus temores y sus logros. ¿Qué dicen ellos? ¿Son íntimos?

HHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHH LIBRO Königsberg AUTOR Mariano Veloy EDITORIAL Pez de Plata PRECIO 16.50 € Poco antes de morir en las aguas del puerto de Königsberg, el Cardenal Karl Van Steenberghen I, el Fugaz, escribe una carta a su amada Katharina Krügger. Una carta de despedida en la que Van Steenberghen no se contenta con hacer un repaso de los momentos vividos con Kath: también narra su atribulado e iniciático viaje hacia el mítico submarino Steinhof. Su encuentro con el capitán del submarino, Serafín Semmelweiss, le permitirá descubrir la truculenta historia de su familia, y propiciará el descubrimiento de los pérfidos propósitos de su antecesor, el Cardenal Krügger I, el Perdurable.

HHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHH LIBRO Tania con i 56.ª edición AUTOR Enrique Rubio EDITORIAL Editorial Destino PRECIO 18.50 € Guillermo Ruano, joven novelista con una única obra publicada, recibe de su editor un peculiar encargo: escribir la biografía oficial de la recién fallecida Tania con i ®, considerada por antropólogos, sociólogos e historiadores un icono del siglo XXI, como lo fueron del XX Kate Moss, Gandhi, Lady Di o Ernesto Che Guevara. Perseguida por la CIA, creadora de tendencias en distintos ámbitos, autora intelectual de Yomango, líder de la contracultura, inventora del PierZen, defensora de los desvalidos e inspiradora de la Generación Nocilla, el fenómeno Tania con i ® supuso todo un revulsivo empresarial que aceleró la salida de la crisis económica capitalista. La obsesión por la biografiada y la comprometida vocación literaria de Ruano, le llevarán a hurgar más allá de lo visible en busca de una verdad que sólo parece interesarle a él. Tras 55 ediciones y 40 millones de ejemplares vendidos, la 56.ª edición de la biografía póstuma de Tania con i ® se presenta ampliada con un epílogo especial escrito para la ocasión por el siempre impasible e insobornable Willy Ruanowski.

HHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHH LIBRO Rue de L’Odeón AUTOR Adrienne Monnier EDITORIAL Gallo Nero PRECIO 21 € Bienvenidos a La Maison des Amis des Livres en el número 7 de la Ruede L’Odéon. Adrienne Monnier nos abre las puertas de su mítica librería y nos cuenta los secretos de los clientes habituales que la frecuentaron: Joyce, Beckett, Rilke, Prévert, Hemingway, Proust, Breton, Gide y muchos otros. París, 1915. Mientras la guerra irrumpe en la tranquilidad del otoño, el sueño de una joven inconformista se hace realidad: en el corazón del Barrio Latino, cuna de la experimentación literaria, la emprendedora y valiente Adrienne Monnier abre La Maison des Amis des Livres, la librería que marcaría la vida intelectual del París de la primera mitad del siglo xx. “Rue de L’Odéon” nos ofrece un retrato y un testamento personal y profesional de una mujer que dedicó treinta años a la literatura con creatividad y pasión y que fue, junto con su íntima amiga Sylvia Beach, una de las protagonistas más destacadas de aquella época dorada.

HHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHH LIBRO A toda vela AUTOR Clifford Henry Benn Kitchin EDITORIAL Periférica PRECIO 17.50 € Lydia Clame tiene treinta años y ya no se siente joven. Pero, quizás por primera vez, está enamorada. Eso sí, de un hombre más joven que ella y que tal vez no la corresponda, demasiado ocupado en vivir los beneficios de su clase y de su sexo, incluso de su aparentemente descuidado atractivo. Lo mismo en un partido de tenis que en un casino francés. La señorita Clame no tiene miedo, al contrario que algunas de sus amigas, a convertirse en una «solterona», pues la belleza que encuentra en mucho de lo que la rodea, y en los libros que ama, la salvan de la realidad más prosaica… Hasta que llegan las cuentas de los administradores de su herencia.

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Tablón de anuncios

¿Qué es GRUNDmagazine?

Grund es la palabra alemana para base, argumento, razón, motivo… Con este nombre buscamos expresar lo que queremos, que GRUNDmagazine contenga “elementos fundamentales para la crítica” de la sociedad, de la cultura, de la economía, del arte… GRUNDmagazine es un pequeño proyecto editorial iniciativa de tres amigos, tres amigos que militamos política y socialmente y que buscamos una plataforma abierta que nos permita trabajar con otra gente, de ámbitos muy diversos, siempre desde abajo y a la izquierda. Intentaremos que GRUNDmagazine sea esa plataforma en la que aquel, aquella, que quiera, tenga un espacio en formato digital (y estamos trabajando también para que en formato papel) y muy atractivo en el que dejar por escrito sus argumentos, razones, motivos… Pero también fotografías y todo tipo de expresiones que puedan recogerse en una revista. www.grundmagazine.org

Las tribulaciones de Alba Stephen

Cuando vi a mis padres teniendo sexo cuando sólo tenía siete años, todo cambió. Mi hermana adolescente, entonces, comenzaba a patinar con estruendo por la vida. Yo me hice escritora. Escritora y triste, según ella. Pero como decía Víctor Hugo, “La melancolía es la felicidad de estar triste.” Soy feliz en mi lodo. A veces soy un arlequín, divertida en mi patetismo, y otras muchas soy como Sylvia Plath, asomada siempre al abismo, con unas cuantas letras colgando del cuello y venciendo el miedo. Me llamo Alba Stephen y escribo en un blog mis tribulaciones. Puede que sean ciertas. O no. Es la necesidad de escribir, simplemente. www.albastephen. blogspot.com

¿Qué es Literatura Nova? Literatura Nova es una red social de literatura novel. Una nueva plataforma de intercambio para lectores y escritores de literatura en castellano. Y llega en el momento en que la literatura se empieza a renovar por el regalo que supone Internet para el saber y la expansión de un mundo finito en fronteras, pero infinito en creación y sorpresas. En esa coyuntura ha nacido Literatura Nova, una red social de autoedición de textos literarios en castellano. www.literaturanova.com

Pez de Plata

La Editorial Pez de Plata nace con el propósito de establecer una comunicación directa entre arte pictórico y literatura, otorgando un valor añadido al libro a través de la fusión de ambos conceptos. De esta forma pretendemos ofrecer al lector artefactos culturales artesanos, valiéndonos en todo momento de una estrecha colaboración entre el escritor como arma de genio y los pintores e ilustradores jóvenes de nuestro panorama artístico. Libros que destaquen por su originalidad y consigan, como dijera Boris Vian, «ejercer una serie de efectos variados, agradables o desagradables: hacer reír al lector, hacerlo llorar, inquietarlo, excitarlo, aunque siempre materialmente». www.pezdeplata.com

Tu espacio en Granite & Rainbow Desde G&R queremos ofreceros, en cada uno de nuestros números, un tablón de anuncios (por supuesto, gratuito). Que no nos gusta hablar sólo de literatura, o que no nos gusta hablar sólo nosotros de la literatura y sus alrededores, así que hemos decidido contar con vosotros. Tenéis cabida todos: editoriales, agencias, correctores, traductores, libreros, lectores, escritores. También queremos que aparezcan las librerías de vuestras ciudades y los encuentros literarios que puedan haber: recitales, presentaciones de libros, cursos y talleres literarios, de escritura, de edición, de lectura, etc. Si quieres publicitar tu novela, una autoedición, tu revista literaria o simplemente te apetece salir en el tablón con alguna buena excusa literaria como un blog interactivo, ¡adelante!

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Granite & Rainbow .................... 23.X.2011 ............................ #16

ISSN: 2173-2019


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