STAFF Dirección y edición Ainize Salaberri salaberri@graniteandrainbow.com Coordinadora sección tema central, columnas de opinión Consejo editorial Fusa Díaz fusadiaz@graniteandrainbow.com Coordinadora secciones Literatura e Internet (blog y twitter del mes), talento del mes, recomendaciones y novedades Ignacio Ballestero iballestero@graniteandrainbow.com Coordinador sección entrevistas David G. Ávila david.v@graniteandrainbow.com Coordinador sección reportajes Maquetador Jordi Puig Forcada jordip66@hotmail.es Diseño logo y portada Inge Conde inge_conde@hotmail.com
La literatura, quizás debería decir mejor la escritura, no entiende de prisas, pero tampoco de mañanas. Con ella no valen los “mañana escribo”, “ahora no me apetece”, ni tan siquiera los apáticos “me da igual”. La literatura entiende de hoy para llegar al mañana. La escritura exige el aquí y ahora, o como diría Benedetti, “el porvenir de mi pasado”. Y como a nosotros nos gusta escribir, escribimos. Y como nos gusta leer, leemos. Y como nos gusta volver a vosotros, volvemos, desoyendo los gritos del perezoso que se apalanca en el sofá y nos seduce con sus nanas. Ninguna época del año, además, invita tanto a la pereza como el verano. La literatura, sin embargo, no entiende de momentos: cualquiera es bueno para coger un libro y leer, coger una libreta y escribir, descargarse el número 15 de G&R y disfrutar un poquito mientras nos hacéis felices a los que la hacemos posible. Y si de algo entiende la literatura, es de luchas, y a luchar venimos contra la apatía, el aburrimiento y la pereza, más fogosa cuanto más se la conoce. Disfrutad del verano, leed mucho, y ya nos contaréis. Bienvenidos a un nuevo número de Granite & Rainbow.
Redactores (orden alfabético): Laura Alonso Ignacio Ballestero Marijose Castaño Fusa Díaz J. Álvaro Gómez Marta Gómez Garrido Alejandro Larrañaga Pedro Larrañaga Verónica Lorenzo Gilda Manso Marga Martín Begoña Martínez Ainize Salaberri Iraide Talavera Salvador J. Tamayo Elena Triana
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Sumario #15
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Talento del mes Literatura en internet Columnas de opini贸n Reportaje: La vida secreta de un manuscrito Entrevista: Joan Antoni Martin Pi帽ol Pecados capitales Entrevista: Bego帽a Regueiro Voces: Relato a cuatro manos Entrevista: Alexia Dotras Bravo Recomendaciones Novedades Tabl贸n de anuncios
Reuters
Talento del mes
CUADERNOS IMPERFECTOS, de Roxana Contreras Los blogs tienen una entidad propia. Con las imágenes, la disposición de las barras laterales, si tienen música o no, los colores y el ambiente que se respira entre textos y comentarios, es como el olor tan particular que tienen todas las casas, todas las pieles. En “Cuadernos Imperfectos”, de Roxana Contreras (Buenos Aires, 1984), hay sobre todo intimidad. Algunos espacios virtuales están cargados de secretos, de misterios, de una lectura constantemente entre líneas. Sin embargo, Roxana consigue meternos de lleno en un mundo que le pertenece, el de sus cuadernos, el de su propia imperfección, y ahí se navega apaciblemente. No quiero decir que todo lo que hay en los cuentos y poemas que publica Roxana en su blog sea íntimo y personal, digo que lo parece, digo que lo consigue, digo que siempre parece que esté contándote un secreto inconfesable. Digo que te hace sentir que estás con una amiga y que estás a salvo. -Es fácil escribir un cuento y hablar de ficción. Sin embargo, cuando uno se dispone a escribir un poema, es más difícil ocultar el verdadero yo. ¿Dónde encontramos a la verdadera Roxana Contreras, si es que puede haber una que sea de mentira? Es cierto que es más difícil esconderse detrás de un poema. Un poema siempre es algo más personal, más íntimo; y por eso ciertos sentimientos se ven claramente reflejados a través de ellos. En un poema uno puede ser más uno mismo, aunque a veces puede haber excepciones. En cambio, si hablamos de ficción, ahí es donde uno deja volar su imaginario (cosa que también puede hablar mucho del que escribe o al menos intentar decirnos algo), es donde la imaginación fluye libremente sin condicionamientos. Claro que en un cuento existe siempre la posibilidad de que consciente o inconscientemente se entremezcle una pizca de lo personal, del lado real de uno mismo. En un cuento se pueden camuflar las verdaderas experiencias personales. En mi blog, el lector encontrará a la verdadera Roxana Contreras por todas partes, un poco aquí, un poco allá. Después de todo, sea ficción o no, las palabras que nos pertenecen también son parte de uno mismo, y así de a poco vamos volcando parte de nosotros en nuestras palabras, intentando
dejar una mínima huella de nuestra existencia, de nuestro paso. Principalmente los poemas del blog son el reflejo de experiencias personales, sentimientos, ideas y pensamientos más íntimos. Por otro lado, los cuentos que aparecen en el blog, en este caso, son pura ficción. -Siempre se ha dicho que para escribir bien, uno debe haber leído mucho. ¿Te consideras una lectora voraz o prefieres ser tú misma la que pone las palabras? Como a todos los que escribimos, también nos gusta mucho leer. Como decía Borges: “uno no es lo que es por lo que escribe, sino por lo que lee”. La lectura siempre está presente. La lectura es algo constante, algo que está siempre y que nunca se debe abandonar ni dejar de lado. Pienso que fomentar e incrementar el interés por la lectura. Yo por mi parte siempre ando en busca de nuevas lecturas. Adoro leer. En parte, es la fuente de mi aprendizaje. La lectura, como el aprendizaje, es continuo y nunca debe cesar. Como diría Abelardo Castillo: “Un escritor es un buscador de tesoros. Los descubre o no. Esa es la única diferencia entre la biblioteca de un escritor y el mueble del mismo nombre de las personas llamadas cultas.” En cuanto a mis palabras y mis escritos creo que todavía son un poco… imperfectos, como dice el título del blog, como mis cuadernos… espero que alcancen su debido grado de madurez, para eso y en eso voy a continuar trabajando desde mi humilde aporte a la literatura. -Se escribe por necesidad: económica, emocional, laboral. Hay escritores de oficio, hay escritores con obras efímeras, también hay escritores que no son constantes. ¿En qué perfil crees que estás tú como creadora? Puede que como creadora sea un poco inconstante por falta de tiempo. Uno escribe sobre sus miedos, sus sentimientos e ideales, sus expectativas, sus deseos, sobre cómo sería todo si todo fuera de un modo distinto, uno trata de crear a través de las palabras un mundo mejor, un mundo más habitable que sirva de refugio. Después de todo, la literatura en sí es un refugio, un refugio contra la hostil realidad que nos toca afrontar día a día. Un recreo. Un escape inolvidable al paraíso de las letras. 4
Espero algún día (que sea pronto) poder escribir la novela que tengo en mente, por ahora llevo algunas ideas en mi cabeza y siempre surgen otras nuevas que se suman y así voy hilando historias en borrador. Por otro lado, llevo hecho un librito de cuentos, de edición artesanal y muy limitada que se llama “Cenizas del Olvido y otros cuentos”. Algunos de los cuentos que integran el libro pueden leerse también en el blog. En definitiva, como creadora, puede decirse que escribo por necesidad personal/emocional, no por razones económicas o laborales. Lo que me importa y adoro es lo que realmente vale: la Literatura. En Granite and Rainbow apostamos por las nuevas voces, por voces acogedoras como la de Roxana Contreras. Si quieres leer más de sus poemas y de sus relatos breves, la podrás encontrar en http://cuadernosimperfectos. wordpress.com/. Esperemos que disfrutéis tanto como nosotros.
Selección AMISTAD Mientras las luces ásperas declinan rasgando ilusiones, con inconclusas razones se opaca mi vida. Aeronauta, advertidor de nieblas que se ausentan después de la perfidia, rescatás mi ser de cautivantes sombras, ennobleciendo mi existencia, sigilosamente, con el esplendor de tu amistad. Modesto y matrero, llenás mi alma de matices nuevos, umbríos sentimientos que conservo se esfuman ante la luz de tus palabras, y así la mala costumbre de pensar en caer vencida por la muerte, emana el aroma del adiós y refresca el aire con su lejanía. EL ORO DE LA TARDE El oro de la tarde cifrado en aires de fuego lejano, reluciente, eterno, denota la transparencia reflejada en tus ojos. Delirios de hielo y fuego revolotean sobre mi alma como hojas de un otoño olvidado… desecho. Cuando tu ausencia apaga el brillo de tus ojos, mi ser colmado de tristeza se delira en las reminiscencias de tu perfume impregnado a mi cuerpo. La presencia circular del tiempo reitera cada instante, y destaca lo elemental de cada jornada: Lumbre de tu existencia derramada sobre mi alma.
Blog del mes Luz de Noche: http://nocheluz.blogspot.com Giselle Aronson (Gálvez, Argentina)
Giselle Aronson no está hecha de tejidos, fluidos, células, enzimas, membranas; está hecha de palabras. Y no sólo lo dice ella. Quiero decir que es suya esta descripción, pero desde Granite and Rainbow damos fe de ello. Dueña y señora del blog “Luz de Noche” y autora de “Cuentos para no matar y otros más inofensivos”, Aronson tiene una voz con un estilo muy marcado: directo, fino, afilado (como el título de su antología de cuentos). En su mayoría relatos breves, el blog que hemos seleccionado para el mes de agosto tiene un poco de luz y un poco de noche, un poco de ternura y un poco de brusquedad. Pero también hay lugar para la poesía, y es que no está hecha de tejidos, fluidos, células, enzimas o membranas... ya lo habíamos avisado. -Parece que en la brevedad literaria has encontrado un lugar en el que te sientes a gusto. ¿También cuando lees agradeces que digan mucho en poco, o es sólo una cuestión de escritura? Creo que lo que agradezco en la lectura es que me cuenten con lo necesario. Si bien la microficción me atrapa también como lectora, cuando leo una novela me inclino por las tramas ágiles, con lenguaje fluido, que no se demoran en detalles irrelevantes. Más allá de la extensión de una obra, lo que engancha al lector es que se sostenga la trama. -El título de tu libro, Cuentos para no matar y otros más inofensivos, parece que tiene un mensaje muy claro. ¿Qué se esconde tras él? Mi intención fue que el título invitara a curiosear sobre lo que hay detrás, precisamente. Detrás de lo que se cuenta, el revés de la historia, lo que hay
del otro lado de las apariencias. El libro busca generar sorpresa, sospecha. Hay mucho de revancha, de injusticias, hay búsqueda de reivindicación. También coexisten situaciones cotidianas, trágicas, inocentes, con voces irónicas; historias en las que el humor se incluye como una manera de mirar diferente. -Sin embargo, parece una Giselle muy distinta la que puso nombre al blog. En cuanto entras, hay una sensación exacta a “Luz de Noche”: por el azul, por la foto que da paso a tu literatura, por el ambiente que se respira. ¿Conviven en tu blog la Gi que mata y también la Gi que encuentra cómo iluminar una noche? Conviven y, además, es esa misma contradicción la que da marco a la idea general del blog. La foto original (que no es en tonos azulados) está tomada en una ciudad de la costa marítima argentina. A simple vista, parece un amanecer, el sol en el horizonte. Sin embargo, es la mismísima luna (que esa noche estaba extraña y maravillosamente amarilla) sobre el mar. Era noche cerrada pero parecía un amanecer. La foto refleja el mismo espíritu de búsqueda: aquello que parece una cosa y resulta otra. Retrata la contradicción, la convivencia de matices que podrían pensarse opuestos pero que pueden confluir en un concepto, como Luz de Noche. Lo que se puede ver aún en un espacio oscuro, lo que aparenta ser un sol en una foto y sin embargo es otra cosa, lo que se dice para no matar y sin embargo mata, de otra forma. Todo eso, creo y espero, se percibe en los textos. La ambigüedad de una palabra cálida, provocadora, sutil que también posea el poder de conmover, sacudir, aturdir y, a propósito, deslumbrar. Aún en la noche. 5
Imperceptible Ahí está la bocina. Como siempre la escucho, de lunes a viernes a las puntuales seis y cuarto de la mañana. Como siempre, a esa hora, él ya está bañado, cambiado y atento al bocinazo para partir hacia el trabajo. Muchos años hace ya que elijo no levantarme y prepararle la ropa, acompañarlo en su rutina o compartir el desayuno. Desistí de cualquier inquietud ya que, desde hace mucho tiempo, ante mi propuesta, mi marido argumenta que no, que para qué, que no me preocupe, se tomará un café en la escuela con Alicia, su compañera, la docente que lo pasa a buscar hace ya ¿seis años? todas las mañanas de todos los días hábiles para llevarlo en su coche a la escuela. Seis años en los que vi mutar a Francisco, del profesor mediocre que cumplía con sus obligaciones y horarios como si no hubiera otra opción, a un hombre profundamente comprometido y apasionado por acudir a su trabajo, que fue tomando poco a poco más horas de cátedra sin incrementar sus ingresos. “Son horas ad honorem, me sirven para mi trayectoria”, explicaba. Desde mi lado de la cama, escucho cada ruido como la música de un ritual perseverante. La llave girando, la reja que se cierra, el crujido de la puerta del coche de Alicia y el motor que acelera. A esa hora los sonidos parecen amplificarse y taladrar mi mente. Los imagino charlar por sobre la música que sale del estéreo, sobre las actividades del fin de semana, las cuestiones diarias y todas esas cosas que Francisco ya no comparte conmigo. Los veo atravesar todo el recorrido, saliendo de la ciudad por las calles y avenidas que los dejarán sobre la ruta que los lleva a la escuela, en otro pueblo, a exactos sesenta y siete kilómetros de aquí. Desde la suavidad de las sábanas voy calculando el tiempo que les consume el trayecto; Alicia debe ser una conductora prudente, seguramente conserva una velocidad adecuada. Perfecta, como todo lo que proviene de ella y de los comentarios que desliza Francisco cada semana, cada día. Alicia, en su decir, es la mujer ideal. Espío el radio reloj, brillan las seis y cuarenta y ocho en formato digital. A esta hora deben estar entrando en la ruta, sin escalas hasta la escuela. Seguramente alguna mirada, alguna caricia o la mano de él sobre la nuca de ella amenizarán la travesía. Alicia no debe distraerse, así seguirá siendo perfecta. Miro cambiar los números del reloj, siete y cincuenta y seis. Quizás sea éste el momento en que pasen por al lado de aquel que, estacionado, espera desde la mano contraria del asfalto. Ese vehículo de donde parte esa bala que impactará precisa y certera, profesionalmente, en la rueda delantera del auto de Alicia que volcará, rodará y se despedazará, irremediablemente sobre la banquina. Me adormezco unos minutos. ¿Cuántos serán? ¿Ocho, veinte? Hasta que vuelve a despertarme, esta vez, el teléfono. Desde el hueco cálido y mullido de mi cama, escucho, como una música largamente esperada, el mensaje que alguna empleada deja en mi contestador. Me avisa y me pregunta, asombrada, si yo sé por qué mi marido aún no ha llegado a la escuela.
Twitter del mes Herson Barona: @viajerovertical
He intentado imaginarme que si me quedaba muy quieto tal vez podría desaparecer de donde estaba, esfumarme por completo. ajeno es algo curioso, por decir lo menos. Por otra parte, considerar literatura o no a los textos electrónicos tiene que ver con un prejuicio del lector y con cierta tradición que es ya francamente anacrónica. Ya lo dijo Cabrera Infante, literatura es todo lo que se lea como tal. Y uno regala ideas en un blog o en Twitter de la misma forma en que las regala en un libro. Un plagio es un plagio es un plagio.
Y, en realidad, a lo mejor sí... a lo mejor su verticalidad, su viaje, su quietud lo harían desaparecer de donde estaba. Desde luego, eso es lo que parece que hace desde su twitter, escurrirse de lo más terrenal, de donde pisa, y aparecer en el mundo de los más de seis mil seguidores que tiene en su cuenta. En Granite and Rainbow vamos en busca, siempre, de literatura, y dándonos un paseo (vertical) por Herson Barona nos hemos dado cuenta de que hay, en sus frases cortas, las que dictan las normas estrictas de Twitter, lirismo y muchas imágenes que bien podrían resultar algo nuevo y refrescante: micropoemas. -Hay una pregunta obligada a todos los twitters que seleccionamos para la revista. ¿Qué vino antes, la brevedad o la cuenta? En mi caso, tengo que medir muy bien mis palabras y sintetizar lo que diría en párrafos enteros, pero imagino que habrá a quien ya le nazca así: breve. Mi escritura siempre ha tendido naturalmente hacia las formas breves, las frases cortas, la síntesis y la contundencia. Estoy con Borges cuando afirmó que componer vastos libros era un desvarío laborioso y empobrecedor. Se trata de condensar sin simplificar. Escribir es, también, elegir qué no escribir, podar el lenguaje. En ese sentido, diría que la brevedad fue primero, pero no de la manera en que Twitter la impone, como una restricción formal (golpes menores a ciento cuarenta caracteres), sino como algo más libre. Los tuits son, para nombrarlos de alguna forma, la microscopía de la idea. -Muchos de tus tweets parecen fragmentos de un poema; sin embargo, el poema resulta que no encierra más versos, que es, como decía antes, como un micropoema (dado que existen los microrrelatos). ¿Qué te parecería
encontrar uno de tus tweetversos en un poema ajeno? Muchos de mis tuits son, en efecto, versos de un poema y en ocasiones son también poemas enteros, micropoemas, como los has llamado. Trabajo en ambos sentidos: del poema al tuit y viceversa, pero como el tuit no es ni será un género literario, sino un soporte para la escritura -de la misma forma en que lo es el papel-, no me ciño a una sola forma. Hay tuits ensayísticos, aforísticos y narrativos por igual. Twitter en ocasiones me funciona como el cuaderno de apuntes o, para ser más preciso, como post-its. Tal como lo veo, encontrar un tuit mío en un texto ajeno no me parece esencialmente distinto a los procesos de alusión, referencialidad e intertextualidad que existen en la literatura, desde la cita y la parodia hasta el plagio. La tradición hispánica es rica en este tipo de “intervenciones” sobre los textos, bastaría con mencionar al Quijote. Me interesan los sentidos múltiples que puede adquirir un mismo texto al cambiarlo de contexto, al inventarle uno nuevo. Así es como he leído algunos fragmentos míos, por ejemplo, dentro de experimentos textuales de Cristina Rivera Garza. Y es que la escritura es siempre un experimento, un artefacto de creación de significados. -Tanto en redes sociales como en blog, el mundo virtual en general, se regalan ideas propias y formas literarias de una manera gratuita. Habrá quien no tenga escrúpulos y use para sus propias creaciones lo ajeno. ¿Has tenido alguna vez problemas o twitter para ti es algo más sencillo que una obra? Una que otra vez he encontrado un tuit mío reproducido en las cuentas de otros usuarios o en estados de Facebook sin darme crédito. Leerse como si se fuera 6
Sin duda, de no ser así no lo habríamos seleccionado; para nosotros H. Barona ha creado un mundo que, vertical o no, viajero o no, existe... precisamente porque se queda muy quieto, localizable, y se puede volver siempre que se quiere. No le perdáis de vista: @viajerovertical.
Selección
Tengo un pensamiento vertical y solitario como un árbol. Lo que no tengo es el bosque. El mar es un oleaje de palabras amontonadas que hemos usado para nombrar al mar. Lo que escribimos es una nota al pie de nuestras lecturas. Cargo un paraguas para que el cielo se acuerde de llover. Querer como quien se está vengando de un alto agravio del que nunca fuiste objeto. El sedentario tiene sed de lejanía. Se trata de convencerse de que uno anda buscando el fracaso. Se comparten las derrotas; son más nuestras que cualquier triunfo. Hablamos de la guerra como si no la hubiéramos perdido ya, pedimos paz. No es la esperanza, sino la ingenuidad lo último que muere. Pero los viejos que cada tarde salen a sentarse en la esquina me recuerdan que esto se trata de quedarse a esperar. Que yo también le doliera a tu ausencia. Saber que nadie nos espera en ninguna parte es una forma de irse, aunque permanezcamos inmóviles. Dios te mendiga.
Opinión
Los últimos días de… cada verano
Pedro Larrañaga
Hablar del tiempo es una conversación de cortesía. Un formalismo que cumplimos, de modo más o menos perezoso, de forma obligatoria en un ascensor. Una trivialidad concebida para llenar un silencio incómodo, pero que puede llegar a convertirse en la mejor metáfora de una vida. Hace calor, pero él sigue vistiendo la misma camisa de todo el año. Siente el sudor acumularse en la parte baja de la espalda, humedeciendo la goma superior del calzoncillo. El mismo calzoncillo de todo el año. Por supuesto que no es el mismo calzoncillo, ni la misma camisa. Lo que sucede es que son iguales, todos sus calzoncillos y sus camisas son iguales. Eso hace todo mucho más sencillo. Son cómodos, de su gusto y con una más que razonable relación calidad – precio. Lo único que, a fin de cuentas, le ha pedido a la vida. De pie, con las manos cogidas a la espalda, sintiendo el calor del sol en su piel envejecida. Jamás lo hubiera imaginado, pero se ha dado cuenta de que ya no siente la temperatura de la misma manera. Es una de esas cosas que no piensas, que no esperas, pero que al final está ahí, como si no hubiera podido ser de otro modo. Tuvo la misma sensación al leer “Cien años de soledad”. Una vez que la narración lo atrapó, ya no parecía que pudiera haber sido de otro modo. Macondo, el hielo, Aureliano y la tierra. Por supuesto, también el tiempo. Ese paso del tiempo del que nunca tienes claro si avanza en línea recta o dando vueltas. El verano llega, para irse poco después. Aquí en el norte, el verano es una estación fugaz, por eso todo el mundo se lanza a las playas en cuanto sale el más mínimo
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rayo de sol. Él, siempre atento a los movimientos de los demás, pero poco dispuesto a tomar parte en los ejercicios de las masas, lo ve todo desde la barrera. Bueno, en realidad lo ve todo desde el paseo. El paseo de la playa es un homenaje a la desconfianza veraniega. Un territorio de baldosas desde el que ver el espectáculo veraniego, pero sin querer ser parte de él. Algo así como ir al teatro a ver una obra en una lengua extranjera. Una curiosa experiencia. Sí, él había ido a ver una obra en una lengua extranjera. Hamlet. Shakespeare. En inglés, por supuesto. Había ido con ella, por supuesto. Aún no era verano, pero faltaba muy poco para que comenzara. Ya hacía algo de calor y la ciudad había cambiado su ropaje. Quedaban atrás los abrigos, las bufandas y las botas altas. Era el momento de los bikinis, los pareos y los pantalones cortos. Pantalones cortos. Odiaba los pantalones cortos. No era algo racional, pero le salía de dentro. Bueno, en realidad no era odio, tan solo una repugnancia muy visceral. Algo así como lo que le provocaban los libros de Pérez Reverte. No se trataba de su calidad literaria, de la repetición de sus temas o los excesos de pedantería. De hecho, tampoco había leído tanto sobre él como para tener una opinión objetiva. Era algo visceral, surgido de su interior. Aunque le debía algo a “El pintor de batallas”, él había sido el culpable de su encuentro. ¿Y éste? Me han hablado bastante bien de él. Aquellas palabras le cogieron por sorpresa. Era una voz de mujer, con un deje algo rasgado, pero que no parecían cansadas. Una voz tan joven como su
ofrecía. No leyó más de unas páginas, y en seguida se volvió a su “Historia de la Revolución Cultural China”. Nunca le dijo que no lo había terminado. Articuló un fingido “sí, sí, no ha estado mal” cuando ella le preguntó si le había gustado. Cruzaron algunas frases más. Incluso tuvieron conversaciones algo más largas de lo necesario. Entre el “Experimento en Autobiografía” de H.G. Wells, “Todo é silencio” de Manuel Rivas o “Los testamentos traicionados” de Milan Kundera, hablaron de estilos de narración, de pausas dramáticas o personajes para el recuerdo, con cuidado de no dejar escapar ninguna gracia inadecuada o un exceso de confianza. Sin embargo tropezó. Fue un descuido inapropiado. Un nubarrón gris en medio del cielo azul del verano. Amenaza de tormenta. Lo había pensado durante mucho tiempo. Un par de semanas al menos, desde que se había enterado de que estrenarían aquella obra en la ciudad. Una ocasión de sentir en primera línea la representación nada más y nada menos que “Casa de muñecas”. El gran Henrik Ibsen allí, en su ciudad, llamando casi a las puertas de su casa. Adoraba aquella obra, la había leído cerca de un centenar de veces y no se le ocurría nadie más el mundo con quien acudir que ella. Aunque estuviera cerca de dos horas sin escuchar su voz algo rasgada. ¿Le gusta el teatro?... lo digo porque estrenan una obra la semana que viene a la que me gustaría invitarla. Silencio. Incómodo. Como si de pronto volviera a estar en el paseo de la playa, vestido con su camisa y sus calzoncillos de invierno, observando desde la distancia a los cientos de miles de personas que saltan, corren y nadan sobre la arena. Ellos allí y el resto del mundo al otro lado. Como en aquel momento. Ella dudó. Era inevitable. Estaba desconcertada y esquivó la mirada tanto tiempo como pudo. Sí, bueno, no, sí, claro,… ¿por qué no? Suena bien. Fueron al teatro. Hablaron, marcando siempre una cierta distancia, pero en un tono distendido. El verano acababa de comenzar y hacía una noche estupenda. Ella llevaba los hombros al aire y él repetía una de sus camisas de invierno. Tampoco había cambiado de modelo de calzoncillos. Disfrutó de la obra, a pesar de que no entendió ni una palabra. Habían visto una versión en inglés de “Romeo y Julieta” en un pequeño teatro de la ciudad que él no conocía. A pesar de la diferencia de idiomas, jamás había percibido de forma tan clara el sentido de aquella obra inmortal. Lo que separaba a los amantes no eran sólo sus familias. Hay cientos de cosas que pueden separar a dos personas. Sobre todo en verano. Por eso se acaba el verano y llega el otoño. El largo otoño de la vida.
propietaria, una recién licenciada que estaba haciendo prácticas en la biblioteca pública. Evidentemente, ya la había visto antes y se había fijado en ella, pero jamás había más conversación de las estrictamente necesarias. Le disgustaban aquellos otros hombres mayores que disfrutaban haciéndose los graciosas con las chicas. Le disgustaban mucho. Fue ella la que habló. Él se movía entre las estanterías, buscando alguna novela que reflejara los excesos de la guerra. Tenía en las manos “13 rosas”, “Vida y destino” y “El corto verano de la anarquía”, pero ninguno de ellos terminaba de convencerle. Sé que le interesa el tema de la guerra. Lo sabía. Eso implicaba que se había fijado en sus elecciones, en esos libros y documentales que alquilaba en la biblioteca, en su recorrer por los momentos más bajos de la historia de la humanidad. Puede que por eso ella emergiera como esa rosa que germina en medio del invierno boreal. Tal vez germinó, como decía aquel cuento que apenas recordaba de su infancia. La infancia quedaba muy lejos, ya no era más que una etapa que se había terminado. Algo así como un verano algo largo en el que aún tenían sentido los pantalones cortos. Un verano que había quedado atrás hacía mucho tiempo. Puede que aquella fuera una acertada definición de lo que había sido su vida desde que tomó la determinación de no volver a usar pantalones cortos, dijera lo que dijera su madre, un largo y sostenido otoño. Por eso le había desconcertado su interrupción. La voz juvenil, vital, algo rasgada, pero segura a pesar de la inexperiencia. Como un rayo de sol que se cuela entre las nubes para cegarle la mirada, descolocándolo por completo. Apenas articuló una respuesta, tan solo cogió aquel libro que ella le
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Opinión
por Ainize Salaberri
Levedad
Amy Winehouse ha muerto. Es un titular que nos ha sacudido a muchos, y que otros esperaban leer desde hacía mucho tiempo, a modo de sorna. Pero que Amy haya muerto no es más que una desgracia, como otras muchas muertes, porque ella era un talento drogadicto y alcohólico. Un gran talento, de hecho. Y cómo soportarlo, me imagino a Amy diciéndose a sí misma. Cómo. Es difícil saberse un genio, saberse por encima de los demás, saberse alabada, vitoreada, admirada. Es la insoportable levedad del ser. Quien no es, sufre de otra manera completamente distinta. Pero Amy era, como muchos otros son, fueron, serán. Dentro de este grupo quiero destacar a los suicidas, a esos seres fuertes y débiles, locos y cuerdos, sobrios o ebrios, que hicieron de su vida, de su talento, una leyenda. Y quiero destacar a los escritores, porque esta es una revista literaria. Quiero destacar a gente como Virginia Woolf, Karin Boye, Sylvia Plath. Escritores como Primo Levi, Hemingway, Stefan Zweig. Genios que no pudieron soportar su levedad, su ser, su estar aquí y poder remediarlo. El talento innato, talento con el que se nace y que no se puede aprender, que sí perfilar, te sitúa en un lugar apartado del mundo. Un lugar al que sólo otros talentos pueden acceder. Talento es igual a soledad, por tanto. Por eso los genios se sienten solos entre mucha gente, por eso fue un genio quien escribió por primera vez esa frase: solo en multitud. El talento es desgarrador. También lo es no tenerlo y desearlo. Y ninguna de las dos situaciones tiene solución: un genio está condenado al éxito, pero lo vivirá en la más absoluta soledad, aunque le rodeen editores, agentes, publicistas, amigos, familia. Porque el éxito se digiere solo, en una habitación cerrada, la misma de la que hablaba Woolf en su ensayo. Y no todo el mundo sabe digerirlo. Ahí tenemos a Winehouse, anfitriona perfecta. Ahí tenemos a Plath. El éxito, como el talento, que es genialidad, devora. Es gula, es ira, y también soberbia. Y el que devora se atraganta, y entonces nace la leyenda. No es el karma, no es la ley de Murphy, es lo que Kundera llamó La insoportable levedad del ser. Simple y llanamente y, sin embargo, tan complicado. Tampoco es fácil perder el anonimato, que es perder libertad. El talento son también cadenas, y se anclan a cualquier sitio; a algunos en abismos, son los escritores suicidas; a otros en silencios, son aquellos que pasan de ser nadie a ser alguien: tienen nombre y apellido y editorial; sus obras tienen precio. A otros las cadenas los amarran a una oscuridad no elegida: son los escritores ignorados, para siempre anónimos. A cada grupo se le roba un tipo de libertad: a los primeros la libertad del silencio, a los segundos la libertad del ruido, a los últimos la libertad de poder elegir, de poder huir y de poder volver. Esa es la insoportable levedad del ser y no ser. Porque se es sin ser. Se entiende entonces el mutismo, la exaltación, el encarcelamiento deliberado, elegido, necesitado. Virginia Woolf se suicidó –entre otras cosas– porque sabía que no podría volver a escribir como hasta entonces; cada vez le costaba más, cada vez era un sufrimiento más agudo. A Plath le dolía cada verso. A Primo Levi le costaba saberse un superviviente del holocausto y escribirlo, ganar dinero a través de su propio sufrimiento. Como a Winehouse le pesaban –además de las malas compañías– el éxito no desmesurado de sus letras, sus canciones, siendo ella una chica que sólo quería cantar y ser escuchada. Pero el talento devora, o lo hace el éxito, o lo hace la admiración. Sea cual sea el caso, es la insoportable levedad del ser, que tan bien le salió a Kundera, que tan mala resulta para otros. Es el insoportable conocimiento de saberse en posesión de algo que les hace especiales y no poder controlar las consecuencias de nuestros propios deseos.
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Fuente de las ilustraciones: Alicia Varela (depapelesytelasi.blogspot.com)
La vida secreta de un manuscrito n Por Fusa Díaz parte; con todo eso, que es mucho y no es apenas nada, no queda (espacio ni bolsillo) para recepcionista ni para seguridad ni para secretaria, y muy probablemente tampoco tiempo para abrirle la puerta a un autor con un manuscrito bajo el brazo, un poco tembloroso y las manos sudadas. Tu texto quedará en el último puesto de los que ya han recibido, pero al menos le habrás visto la cara a la persona que, dado el momento, se va a encargar de tu carrera literaria (o por lo menos del primer encontronazo; encontronazo, sí). Pero antes hay que centrarse en los problemas que un autor sin experiencia se encuentra: primero, con su calidad literaria. La eterna duda, y es aquí donde empieza la primera curva del laberinto que lleva a la vida secreta e íntima de un manuscrito. Para que un autor novel pueda aspirar a una publicación, antes debe tener un nivel de compromiso importante consigo mismo y con la literatura. No basta con reciclar lo que otros ya han hecho, no basta con unirse a cualquier comparsa literaria de actualidad, ponerse unas gafas de pasta, un vestido corto o tejanos de pitillo, no basta con codearse con el lado más underground del mundo literario. Desde aquí, un mensaje claro: basta con escribir literatura. Buena literatura, a poder ser (aunque tampoco es imprescindible, o ése es el otro mensaje claro que recibo). Una vez aclarada la obviedad, que no lo es tanto, seguimos con el
Del autor conocido y reconocido, la vida de un manuscrito no es ni secreta ni, mucho menos, larga: se crea, se manda, se acepta, se publica, se vende. Diría que no hay más trampa que ésa, pero en eso precisamente consiste la trampa. Cómo se consigue que un libro funcione (no cuento con que sea un libro bueno, sólo un libro) es una incógnita. En el mundo literario son varias las opciones que quedan abiertas cuando se entra desde un cierto anonimato: que tengas un mal libro y no se venda, que tengas un mal libro y se venda, que tengas un buen libro y no se venda, que tengas un buen libro y se venda. La última es la mejor de las opciones, y la menos probable. Pero para eso tenemos que haber llegado antes a una editorial. Para llegar a una editorial hay tantos caminos como uno quiera, y la mayoría de ellos resultan no ser efectivos. Puedes optar por mandar por correo un ejemplar o por ir a puerta fría, presentarte físicamente con un libro bajo el brazo, como Ana María Matute hizo con Destino, y encontrarte con la recepcionista, el de seguridad o la secretaria: serás un rostro o una carta, pero no literatura. Es cierto que en esta primera vía estamos contando con una editorial grande, y también es cierto que el mercado editorial se está moviendo y cada vez son más las independientes que se abren paso a fuerza de buen fondo en el catálogo: con dos ordenadores, cuatro manos y mucho amor a la profesión que están ejerciendo, al mundo al que pertenecen y del que forman
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de ser un escritor sin más orientación que la certeza de que quiere ser escritor, de que quiere malvivir de la literatura. Superados los miedos, siendo más o menos consciente de que el texto que está naciendo va a ser leído con una cierta profesionalidad, la presión de dar por hecho que esa novela (cuento, poema, antología) va a ser publicada es muy probable que te haga temblar el pulso. El error es creer que ese momento es inmediato, que va a llegar enseguida: nos hemos dejado influenciar por ese primer modelo de escritor que ya tiene una carrera literaria, y creemos que nosotros no necesariamente vamos a ser menos. Y aunque en el fondo sabemos que no es tan accesible, no podemos dejar de confiar en nuestra obra y, al mismo tiempo, de desconfiar de las posibilidades que puede tener. La contradicción es paralela a la vida secreta de nuestro manuscrito. Son muchos los que defienden que sólo con contactos se puede acceder al mundo editorial y literario. Hay una parte de verdad y una parte de... menos verdad. Es cierto que un contacto puede aligerar el proceso, pero un contacto no va a convertir tu novela en una buena pieza de literatura, y por supuesto un contacto no significa el último moderno que ha conseguido una columna en una revista independiente enfocada a la actualidad más actual, donde se habla más del entorno que del contenido. Es un error creer que, dentro del círculo, se está
transcurso de un texto que quiere ser publicado. Con disciplina y respeto por el oficio de escritor, que no necesariamente tiene unas leyes y unas normas estrictas que seguir, pero sí una cierta consideración y seriedad, el puzle se va montando de a poco (cuando se trate de un encargo, años después, ya lo haremos en cuestión de semanas, como Dostoievsky). Tampoco estoy reclamando la figura del escritor que tuerce la cabeza, tiene barba, gafas, mira al horizonte y se acaricia la barbilla, no hablo de leer sólo escritores muertos y ser un intelectual pasado de moda que no hace otra cosa que dedicarse a su obra y aislarse. No defiendo ese estereotipo de escritor loco y antisocial, pero sí defiendo la seriedad y el compromiso con la literatura. Defiendo una compatibilidad entre vida y literatura, un cierto orden, un, como diría Virginia Woolf, cuarto propio; o una casa para siempre que, como cuenta Enrique Vila-Matas, es la imaginación. Hablando hace no mucho con un escritor de los que señalaba al principio, con vida de manuscrito corta y ya directa a la publicación, comentábamos la importancia de levantarse un día y, en vez de andar de resaca, ponerse a escribir uno sus ocho páginas de novela. Mientras, el otro escritor, el que más abunda en la actualidad, estará haciendo un repaso de las últimas fotos de la noche anterior: un lugar lleno de gente literaria... y poca literatura. Volvamos, pues, a las curvas que nos ofrece la incertidumbre
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a salvo. Precisamente es dentro del círculo literario donde si, con un poco de suerte y maniobras más o menos elegantes, finalmente consigues llegar a tu objetivo, que es publicar, tu carrera se va a deshacer de una manera efímera y casi anecdótica: en cuanto esa corriente deje de estar de moda y tú, encasillado, desaparezcas del panorama cultural de tu ciudad. El contacto es muchas veces necesario, no imprescindible pero sí necesario, y debe ser profesional: una hormiga que trabaje noche y día, que esté comprometida, que no busque el protagonismo, que luche de veras por un texto en el que cree. La figura del agente literario estaba muy reconocida en tiempos pasados. En algunos casos, el mito del agente, como cazador de talentos, era casi tan admirado como el del escritor. Hoy en día, el agente pasa a ser un personaje incómodo entre escritor y autor; sin embargo, es a ese contacto al que un novel, caso de necesite uno, debe acudir. Una persona que se dedica precisamente a mover obras literarias, a mojarse el culo por un texto que cree que encaja con el catálogo de alguna editorial (para eso debe saber cuáles son los catálogos de las editoriales, cuáles están receptivas, con quién puede hablar, quién se va a dejar hablar). El trabajo sucio pasa a ser su trabajo limpio, y el autor cuenta con el apoyo de una persona objetiva y profesional que va a ayudarle y orientarle. El contacto literario que te va a facilitar la entrada a ese mundo desconocido y, desde fuera, terriblemente grande, no va a ser nunca el que te va a sostener la copa en la fiesta de la noche anterior. De la mentecorazón, al papel, del papel, al agente, del agente... directamente al vuelo. El agente será el que vaya a poner por ti los pies en la tierra y, sujetándote por un hilo invisible, te va a lanzar como una cometa al cielo de la literatura. Sobre todo es importante que ese contacto, que yo llamo agente pero puede ser menos formal, ponga los pies por ti en el suelo y convierta el trabajo sucio, como decía, en trabajo limpio. Que él, a su vez, tenga contactos no significa que todo vaya a ser sencillo. En todo momento estamos partiendo con la idea de que la obra en cuestión es una buena obra literaria. Aun así, el camino, la curva más aguda del laberinto, va a estar lleno de obstáculos: editoriales demasiado grandes como para prestar atención a un autor desconocido, editoriales demasiado pequeñas para hacerse cargo de más de un título al año, editoriales más o menos independientes pero con capacidad que reciben demasiados manuscritos al mes como para hacerse cargo y, además, sin posibilidad de contratar un buen comité de lectura que haga la criba, editoriales con un perfil demasiado concreto como para publicar tu obra, editoriales, editoriales, editoriales. Sin embargo, con un buen contacto, un agente profesional, la confianza no falla:
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alguien que entiende de literatura está apostando por ti, no por la copa que, a tu vez, le vas a aguantar. No hay por qué desfallecer en el intento, ni por supuesto precipitarse, no hay que impacientarse. La vida secreta del manuscrito pasa por reposar en cajones, por quedar en un segundo plano en la mesa del editor, la vida triste y secreta de un manuscrito pasa por no ser leída durante meses, por llamadas que no se contestan, por excusas. Otra de las vías, para mí muy respetable y efectiva, son los premios literarios. Con una cantidad económica como recompensa y la publicación al cabo de un año de la obra ganadora, te aseguras el cielo de todo texto literario: un ISBN que te va a representar en las librerías, el precio que vales y, con un poco de suerte, una editorial que se encarga de ello y te proporciona un cierto eco y apoyo. Aunque así recitado de carrerilla parece la vida secreta del manuscrito más corta, es también la más paciente: documentos a doble espacio, Times New Roman a cuerpo 12, enviar tres copias encuadernadas, esperar meses, esperar veredicto: fallar. Otra vez a empezar. Saltarse las normas y mandar la misma novela (cuento, poema, antología) a varios premios, confiar en que no esté todo ya vendido. El mismo Roberto Bolaño fue así como empezó a recibir ingresos, antes de ser el ojito derecho de Herralde, de la literatura: a base de premios literarios. Mi discurso no es tremendista ni pretendo desanimar al autor novel que todavía anda en busca y captura de su publicación. Sólo hay algo que considero imprescindible: no es ni el agente ni el contacto, ni siquiera una buena obra literaria. Lo único de veras importante es escribir, seguir escribiendo, escribir para haber escrito. Con aspiraciones o no, pero escribir: no en una fiesta, no prostituyendo tu obra, no vendiendo tu imagen... creando. De pronto, un día, la novela que había estado en tu mentecorazón, que pasó a estar en un cajón, después pasó por manos expertas o no, desinteresadas o no, profesionales o no, después de que haya estado bajo el veredicto de cinco premios literarios, tres amigos que te aguantaron la copa y te aseguraron que harían algo por tu novela, después de haber recibido varias cartas de editoriales diciendo que no encajas con el perfil del catálogo, después de editores pequeños, grandes, secretarias, seguratas y porteros, después de un agente que te coge de un pie y te hace volar de cometa literaria, después de que de pronto tengas una oferta, un contrato, una firma, una apuesta, de pronto, empieza otra vida secreta que es todavía más incierta y solitaria: la de la crítica. También puede no ocurrir nada de lo que he escrito con anterioridad.
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Joan Antoni Martin Piñol. Guionista, presentador, monologuista, profesor, escritor… Ha trabajado en Paramount Comedy, “In situ” de TV3 y Noche sin tregua, entre otros. Como escritor para todos los públicos, niños, jóvenes y no tan jóvenes, siempre con un ingrediente en común, el humor, tiene unos cuantos títulos publicados: “Una de vampiros, Los dragones de hierro, 200 locuras para que te quedes conmigo, Crónicas apestosas, Menudos chistes, La fabulosa historia del secador mágico, Laya y el horripilante monstruo del champú y La cocina de los monstruos”.
Martín Piñol
“La pereza es una de las grandes cribas para saber si de verdad quieres escribir o no” n Marijose Castaño En esta entrevista, nos centraremos en destacar dos de sus últimas obras, una destinada al público infantil y otra de juvenil en adelante. De “La cocina de los monstruos” (ed. Destino), además de la redacción, cuyas expresiones, ideas y originalidad de las historias encajan a la perfección con la “gente menuda” a los que van dirigidos, cabe destacar las ilustraciones realizadas por Votric (Víctor Díez), así como los juegos que incluyen en su interior, que se convierten en un aliciente y entretenimiento más para los pequeños.
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Actualmente esta serie está teniendo una gran acogida entre los pequeños lectores a los que te presentas de un modo muy original: “Martín Piñol sacaba muy buenas notas en el cole y de mayor le pagan por escribir tonterías ¿Veis cómo vale la pena estudiar mucho?”¿En que se inspira para congeniar tan bien con los niños?
M.P.: El secreto está en respetar y recordar al niño que fui, y escribir las historias que me gustaban de pequeño (y que me siguen gustando ahora), con sinceridad, pasión, dedicación y amor. Los niños son los lectores más apasionados y más sinceros. Si un libro les gusta, para ellos es el mejor del mundo. Pero si no consiguen sintonizar con el libro, ya no hay remedio. Así que lo que no se debería hacer es escribir para niños pensando que es un trabajo rápido o fácil, que así sale lo que sale…
cuya sinopsis reza así: “Costales, un treintañero de Barcelona, egoísta y despreocupado, es enviado a Hollywood para cuidar de un joven depresivo que estudia cine. Pero el día en que Obama puede convertirse en presidente, el chaval es secuestrado por un grupo de vampiros que ruedan una snuff movie. Ayudado por un homeless ex marine con ansias de venganza, Costales tendrá veinticuatro horas para enfrentarse a estudiantes de cine, actores con pretensiones y otros seres del averno, y encontrar a su amigo”.
El protagonista “Bermúdez”, es un peculiar cocinero de colegio y en varios de sus libros también menciona el comedor del cole ¿responde quizá a alguna experiencia propia en estos lugares durante su infancia? M.P.: Yo me quedé unos meses a media pensión en el colegio, y ni yo ni ninguno de mis compañeros dejamos de bromear un solo día sobre lo mala que era la comida. Años después, en cada colegio al que voy a dar una charla, los chavales me cuentan que a ellos les pasa lo mismo. Cocinar para mucha gente en plan industrial tiene que ser complicado, y seguro que se prioriza la rapidez sobre el gusto, pero claro, el pato (y el plato) lo acaba pagando el alumno, que todo lo encuentra soso y poco apetecible. Como es una experiencia común a casi todos los niños, espero que se sepan reconocer en los personajes de “La cocina de los monstruos” y acaben viendo con cariño a los cocineros… aunque sean zombis. “La cocina de los monstruos” cuenta actualmente con dos títulos publicados: “Macarrones con zombi” y “Tallarines con momia” ¿Va a seguir deleitándonos con nuevas recetas? M.P.: Por lo menos, habrá 7 entregas más, que son las que están contratadas a fecha de hoy. Y mi intención es que los chavales tengan cocina de los monstruos para años, si eso les hace felices. Pasemos a hablar de su novela, “Una de vampiros” (Ed. Timunmas),
Cosas así. Y eso intenté reflejarlo bien en la novela. Costales, que es el protagonista y quien nos cuenta la historia en primera persona, se podría describir como un tipo friki, oportunista, descuidado y con cierto don de “calamidad” ¿En que se inspira uno para crear un personaje así? M.P.: En la parte más egoísta de todos nosotros (lo mismo que hace el cómico Larry David, por ejemplo). Para un protagonista y narrador, ser sincero y deslenguado lo hace atractivo a la primera. Aunque vaya, conozco a unos cuantos cómicos que han inspirado detallitos de Costales. Uno de los ingredientes principales de la novela es el humor, pero no escasean las escenas de acción, intrigantes y escabrosas, acción… ¿Cómo mezclarlo todo de manera que cada cosa esté en su justa medida y en el momento adecuado con ciertos golpes a lo Pulp Fiction?
Este libro lo escribió durante su estancia en Los Ángeles, ¿qué destacaría de su experiencia por tierras hollywoodienses, que sin duda le marcó a la hora de escribir esta novela? M.P.: A priori, hacer vida de escritor y guionista en Los Ángeles suena la mar de bien. Pero si quieres que los libros salgan bonitos, eso consiste en pasarte el día en casa escribiendo. Vi a muchos guionistas de macbook pro en los cafés, pero creo que iban a chulear, no a aprovechar el tiempo. El contraste entre la realidad y las apariencias. Todo es muy grande y muy apetitoso, pero también hay un aire de cutrerío y decadencia que flota en el ambiente (y que a veces también es la mar de interesante). Para concretártelo más, gente en camiseta y chándal cutre regando sus Mercedes con mangueras.
M.P.: Pues con mucho trabajo, hija. Mi idea era aplicar las estructuras narrativas de Lost y 24 a la novela. Mezclar acción trepidante tipo hard boiled californiana y chascarrillos castellanos, añadiéndole un estilo intenso pero conversacional y aparentemente fácil. Os la tendréis que leer a ver si me ha salido eso. Sus vampiros, ansiosos de sangre, sin corazón ni escrúpulos, nada tienen que ver con los que últimamente hemos visto por televisión o leído en otras novelas de moda, pero… ¿Qué le llevó a escoger a estas criaturas en este momento en el que gozan ya de un gran protagonismo y quizá están algo vistos? M.P.: Yo siempre escribo las novelas que quiero leer. Desde niño me han gustado las historias de vampiros y la habría escrito igual. Además, empezaba a estar cansado de tanto chupasangre de instituto, así que me lancé a ello porque Los Ángeles “lo pedía”, no porque quisiera aprovecharme de una tendencia. Las modas pasan, y con lo que se tarda en publicar un libro, no vale la pena dedicarle años de tu vida a algo sólo porque crees que “se venderá porque está de moda”.
Piñol es uno de los personajes de la novela. Si “Una de vampiros” llega a la gran pantalla, algo que no se puede descartar después de leer el comentario que hace Rodrigo Cortés (director de Buried) en la contraportada ¿se interpretaría a si mismo? M.P.: Podría llegar a ser el Woody Allen o el Larry David gordo. Sólo por el catering ya valdría la pena actuar en la peli. ¿Tendremos nuevas aventuras de Costales? Y si es así ¿serán una vez más los vampiros los seres escogidos, o tiene otras criaturas en mente? M.P.: Tengo planeadas por lo menos dos novelas más de Costales, con vampiros, claro, y en diversas ciudades del mundo. Lo que no puedo es adelantar fechas de lanzamiento porque ni están escritas ni sé cuándo me podré poner con ellas. Pero cuando salgan serán igual de divertidas y mucho más corales.
Actualmente lo que prima es la novela histórica, ¿se atrevería con ese tipo de registro a lo “Monty Python” dándole su toque personal? M.P: Hace años que le doy vueltas a un proyecto histórico sobre romanos (de los antiguos, claro) y he ido recopilando decenas de libros sobre la época que me interesa. Pero hay que trabajar bien el idioma para que no quede un pastiche y la documentación para que no suene a libro de historia. Lo importante siempre son los personajes, pero forma y fondo tienen que transitar por el mismo camino. Así que espérate unos añitos. Puestos a leer, ¿qué tipo de novela le gusta y que escritor o escritores destacaría? M.P: No te diré los que dicen todos porque ya están muy sobados y porque tampoco es que los tenga en la mesilla de noche. Hay autores, como Raymond Chandler, George R.R. Martin o el amigo Marcos Ordóñez, por decir algunos, que escriben tan bien (y
al mismo tiempo con tanta apariencia de facilidad) que me deslumbran línea a línea. Tienen libros que son auténticas maravillas. Novela negra y literatura infantil y juvenil leo mucha, y clásicos, según el día y el humor. Pero la mejor novela de toda la historia de la humanidad es “La princesa prometida”, de William Goldman. Durante este año cada número de Granite & Rainbow será un pecado capital, en este número toca “la pereza” ¿Podría hacer una pequeña aportación sobre este tema dejándonos algún comentario o definición con su toque personal? M.P: “La pereza” es una de las grandes cribas para saber si de verdad quieres escribir o no. Grandes catedráticos con grandes ideas se han quedado sin publicar nada porque les apetecía más irse a dormir o cenar con los amigos. Otros autores le han robado tiempo a lo que fuera y han conseguido emocionar a sus lectores. Después de esto, ¿quieres seguir haciendo la siesta?
Pecados capitales: Pereza
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Gilda Manso JUEGOS DE LA EDAD TARDÍA
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Verónica Lorenzo SEGÚN PASA EL TIEMPO
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Marta Gómez Garrido LA APATÍA DE LOS OLVIDADOS
Iraide Talavera LOS ACUARIOS LUMINOSOS
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Fusa Díaz ALGO HAY QUE HACER PARA NO ABURRIRSE
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Pedro Larrañaga LA PEREZA: UNA CUESTIÓN DE PERSPECTIVA
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Elena Triana ANIQUILARME A BASE DE PEREZA
Salvador J. Tamayo CONTRA LA HOLGANZA
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Laura Alonso LA PEREZA CON NOMBRE DE MUJER
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Iraide Talavera EL PARAÍSO EN LA OTRA ESQUINA
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Marga Martín LA PEREZA DEL TRICLINIO
Alejandro Larrañaga FUTURO, PROGRESO, PEREZA Y LAS CONTRADICCIONES DEL SER HUMANO
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Ainize Salaberri EN TIEMPO DE DESCUENTO
J. Álvaro Gómez UN HOMBRE QUE DUERME
Pecados capitales: Pereza
“¿Hiciste las paces con toda la gente que nunca pudiste ser?” Iván Noble
Juegos de la edad tardía n Gilda Manso Lo malo de dejar para pasado mañana lo que quisiste hacer ayer es que al tiempo no le importa. Él pasa igual. O tal vez el tiempo no pasa, tal vez el tiempo se queda quieto (porque tal vez el tiempo no existe), y el que pasa es uno, que sí existe, y existe con un cuerpo que cambia, y con un alma que pasa una lista de reproches: por qué hiciste lo que hiciste, y por qué no hiciste eso otro, ¿no ves que ya estás grande, y todos aquellos hombres que no sos te persiguen y te lo recuerdan? Juegos de la edad tardía no es una novela sobre la pereza sino sobre sus posibles consecuencias. Y digo posibles porque está claro que no todos los perezosos del mundo hacen cosas tan tristes y absurdas. La novela de Luis Landero empieza justo en el lugar en que la pereza termina: en el darse cuenta de que ya es tarde. De joven, a Gregorio le hubiese encantado ser escritor. O artista. Escritor o artista, lo mismo le da, así como le da lo mismo fama que prestigio. Gregorio quería una de las dos, cualquiera, no importa si una u otro. Primer error: no saber la diferencia, y que no importe no saberla. El segundo error de Gregorio fue no haber hecho nada para convertirse en esa cosa confusa que deseaba ser; que sí, que el talento es necesario, pero el talento no sirve de nada si no tecleás hasta entumecerte los dedos. La esencia está en la acción. Cuando se habla de que una persona tiene una trayectoria no importan los reconocimientos que ésta, por lo general, conlleva; lo que importa es la trayectoria misma, el trayecto, el andar, el hacer. Y el tercer error, el error detonante, Gregorio lo cometió al pensar que lo que no existe –esa trayectoriapuede inventarse, puede fingirse, sin pagar -lo que no se tiene, lo que no se ganó- por esa fábula. La madurez encuentra a Gregorio convertido en un oficinista. Su trabajo es simple, fácil, pero gris. Y uno no puede dejar de pensar que si Gregorio se hubiese movilizado, su destino habría sido otro. No sabemos si ese destino hubiese sido más simpático, pero sí distinto a eso que es ahora. En medio de lo grisáceo, Gregorio se encuentra con Gil, un proveedor de la empresa para la que trabaja. Lo que tienen en común ambos personajes es que ninguno está donde quisiera: también Gil ambicionó –percibimos- una vida de fama y 17
fortuna. Porque tanto Gregorio como Gil cometen la torpeza de unir el arte con la fama, como si ambas cosas vinieran juntas. Y lo hacen, se confunden, porque ellos están en el polo opuesto; de lejos no se ve que el Arte es fuego genuino, mientras que la Fama es fuego de artificio. Ellos quieren eso que brilla allá a lo lejos, y saben que si está lejano es porque se durmieron a la hora de intentar alcanzarlo. Hay una diferencia entre Gregorio y Gil; esa diferencia es la que hace que la historia sea trágica. Mientras Gregorio imagina, inmóvil, que es un gran artista, Gil busca alguien a quien admirar. Entonces Gregorio le da forma al hombre que quiso ser, lo delinea, le inventa una cara, un cuerpo y un nombre: Faroni. Y luego se lo presenta a Gil, ávido de ídolos cercanos. (…) -¿Por qué no me llamas por teléfono a la tertulia el próximo sábado? -Sería estupendo –se emocionó Gil. -Toma nota –y le dio el teléfono del café-. Llama a las ocho en punto y di lo siguiente: “Que se ponga el poeta Faroni de parte de un discípulo”. Ni una palabra más ni una menos. Gil prometió que harían lo que le ordenaban y colgó entre tartamudeos de gratitud. Esa misma tarde Gregorio fue al café, buscó al camarero a quien semanas antes le había obsequiado con una tarjeta y le preguntó: -¿Se acuerda usted de mí? -No del todo. -¿No se acuerda de Faroni, el poeta? -¿Faroni? No en este momento. -Yo soy Faroni. Verá, el próximo sábado, durante la tertulia, a las ocho en punto, me llamarán por teléfono. Es una llamada urgente y por eso he dado el teléfono de aquí. ¿Hará usted el favor de estar atento y avisarme? –y le deslizó un billete en el bolsillo, como había aprendido en las películas policíacas. (…) Lo que al principio es un juego inocente, se convierte en una estafa emocional de la que ya no hay vuelta atrás. Gregorio entiende, tal vez muy tarde, que no puede hacer aparecer de la nada aquello que no fue construido a través del tiempo. Lo peor de la pereza es permitirle extender su raíz. En algún momento vas a querer huir.
Pecados capitales: Pereza
La apatía de
los olvidados “Se me ocurrió que debía levantarme del sillón y ayudar a Mónica a recoger la casa, pero me quedé allí, clavada sobre el sillón de Roche Bobois, sintiéndome cada segundo un poco más pequeña” n Marta Gómez Garrido
Si hubiese que destacar un rasgo determinante de la novela Beatriz y los cuerpos celestes probablemente sería la innegable ambigüedad en la sexualidad de la protagonista, una indeterminación que supera la bisexualidad y que impregna cada una de las palabras impresas en sus páginas con una crítica mordaz hacia las normas sociales imperantes y el patriarcado. Sin embargo, hay otro elemento básico para entender esta obra, con la que Lucía Etxebarria vio abiertas las puertas al Premio Nadal. Ese ingrediente, que hace tan especial a la historia, como la indeterminación sexual de Beatriz, es la presencia de una generación de jóvenes perdidos que buscan su lugar en el mundo, marcados por la cultura del audiovisual, bombardeados con la televisión y los videojuegos, hijos de la generación que vivió los últimos años del franquismo, se ven fuera de un sistema heredado que no les comprende. En respuesta a esa falta de asideros sobre los que construir una existencia dentro de los límites establecidos por la sociedad, estos jóvenes responden con una total apatía hacia todo lo que les rodea, ignorando las normas sociales, alargando los años de estudio ante las evasivas del mercado de trabajo y los salarios ínfimos y, sobre todo, vegetando ante el gran hermano de sus vidas: la televisión. A lo largo de toda la novela se hace referencia al enorme electrodoméstico siempre encendido que ocupa el salón de la casa de Mónica, la amiga de Bea, que zappea a través del universo sin límite de canales, sin ver en realidad nada de lo que se emite por el aparato: “Mónica apretaba el botón ‘programa’ del mando de manera mecánica, y fue repasando uno por uno los cuarenta y tantos canales que la antena parabólica permitía recibir”. No es que todos los herederos de las últimas generaciones del franquismo cumplan con el perfil descrito, pero sí los personajes de la novela de Lucía Etxebarria, a la que la crítica ha considerado una de las representantes de la Generación X, término que proviene del libro Generation X: tales for an accelerated culture (1991) publicado por Douglas Coupland. Con él bautiza a un sector de treinteañeros universitarios que, por coincidir su entrada en el mercado laboral con una crisis económica, se enfrentan a una certeza que marca, como un rito de iniciación, su tardía entrada en la vida adulta, influida además por la convicción de que ellos jamás llegarán a disfrutar de la calidad de vida que conocieron en su infancia, explotados por sus jefes en trabajos infrapagados y sin casi posibilidades de promoción. Lucía Etxebarria señala en el ensayo La Eva futura (2000) que en España el término se utilizó para designar a una generación distinta: “veinteañeros presuntamente iconoclastas y abúlicos, pasajeros en permanente tránsito de sí mismos”, una generación que se resiste a abandonar la casa 18
de sus padres y que no muestra ideales. “Si esta juventud no parece mostrar excesivo interés por el mundo que les rodea, puede que sea porque el mundo que les rodea en nada les tiene en cuenta”, concluye Etxebarria en su ensayo. Por su edad, los adolescentes de la novela se ven obligados a iniciar el camino de la madurez, sin embargo no son capaces de asumir las responsabilidades que conlleva, ni de dejar de vivir en su mundo apático. Se sumergen así en un estado de pereza marcado por la nocturnidad y por una forma de vida aparentemente sencilla: la venta de drogas. El mejor ejemplo de esta actitud es Coco, novio de la mejor amiga de Bea: “Me paso la mayor parte del tiempo durmiendo y para cuando he saltado de la cama, he comido algo y me he puesto las pilas, ya son las nueve…”. Así, los protagonistas de la obra caen en la trampa de las apariencias, dedicándose a un trabajo aparentemente sencillo como la venta de drogas, que sólo requiere una actividad de reventa nocturna, pero que supone una inagotable fuente de perjuicios. En la obra también está presente el mundo de los videojuegos, como un pasatiempo o forma de escapar, una vez más, de la realidad: “Mientras Coco hablaba iba asesinando gusanitos siderales a ritmo de veinte o treinta por minuto. A Coco le bastaba con apretar un botón en el mando a distancia del CDI para que las naves alienígenas se desintegraran”. Unas experiencias paralelas, exentas de responsabilidades, con las que se sienten más cómodos. La necesidad de rehuir la madurez y la pereza lleva a los personajes también al aislamiento y la incomunicación, así como a la frivolidad para esconder el sufrimiento. En la novela la pareja de Beatriz, Cat, le sugiere que “la frivolidad no tiene nada de malo […] es la mejor forma de esconder el sufrimiento, o de sublimarlo”. Esta actitud lleva a la protagonista a sentirse sola en medio del mundo: “me he quedado sola, rodeada de otros seres que navegan desorientados a mi alrededor en esta atmósfera enrarecida por la indiferencia, la insensibilidad o la mera ineptitud, donde una nunca espera que la escuchen, y menos aún que la comprendan”. Tras ser testigos del rumbo que toma la vida de estos personajes, unos cuerpos a la deriva del espacio exterior en el que Beatriz construye sus metáforas, una conclusión se ilumina en la mente del lector en medio del universo creado por Etxebarria: pertenecer a una sociedad opulenta no calma las fuentes de angustia que caracterizan al ser humano, de ahí la pereza, la apatía, la negación de la realidad y la necesidad de huir y esconderse tras la música, los videojuegos, las ficciones noveladas o televisivas y, en último término, las drogas. Una forma de comprender el mundo a la que Beatriz parece estar condenada, a pesar de su esfuerzo por ordenar su vida y afrontar sus fantasmas… finalmente parece que la pereza sigue presente, en la elección de lo más fácil, dejando todavía a la madurez fuera de sus planes.
Pecados capitales: Pereza
Los
Sophie Bassignac
Compré Los acuarios luminosos una tarde de domingo, volviendo de un viaje, atraída por su título. No sabía que éste también captaría la esencia del declive del último día de la semana, su tristeza, la pereza existencial que nos hace sentir incapaces de afrontar la semana que nos aguarda tras la ventana. Se trata de la primera novela de la autora francesa Sophie Bassignac, publicada y traducida en siete países. En España fue publicada el año pasado por la editorial Grijalbo, y ya podemos encontrarla en su edición de bolsillo. La historia se centra en Claire, una joven parisina que arrastra múltiples fobias y manías. Su vida se reduce a su trabajo como correctora en una famosa editorial francesa, labor que lleva a cabo desde casa, y a la observación atenta de sus vecinos. Para ella, sus ventanas son acuarios luminosos a los que puede asomarse para analizar sus relaciones, sus rutinas y la forma en que traicionan sus apariencias cuando creen no ser vistos. Sin embargo, esa existencia no hace feliz a Claire. Sus días están llenos de la laxitud de saber que las jornadas venideras serán idénticas, pero no es capaz de separarse del muro de cristal que la separa del exterior. La única dosis de emoción la proporciona su vecino Ishida, un culto japonés de gestos reposados del que ha empezado a enamorarse y a quien ha dejado entrever sus miedos, sus divagaciones psicológicas y su obsesivo interés por las vidas de sus vecinos. Su cordial relación con Ishida, a pesar de estar manchada por el miedo a defraudarle y a que se canse de sus extravagancias, se mantiene estable hasta que un nuevo vecino, Rosetti, alquila uno de los pisos del edificio. La relación de Claire con éste no es buena desde un primer momento. Su manera de dirigirse a ella hace que se sienta escrutada, diseccionada sin compasión alguna. Cuando él la mira se ve como una joven absurda y carente de interés, y esto la mantiene en guardia para defender 19
acuarios luminosos n Iraide Talavera
su pequeño mundo de aburridas costumbres ante el menor ataque. Pero, además, su olfato detectivesco le dice que Rosetti no es de fiar. Éste vigila demasiado a Ishida, y al poco el japonés se ausenta durante un tiempo más largo de lo habitual. Cansada de su rutina, Claire no puede evitar establecer una relación entre ambos hechos y tratar de esclarecer el misterio. Lo que más me ha gustado de la novela es el análisis de las emociones y las acciones de los personajes, sus avances y retrocesos en las relaciones cotidianas, la colorida descripción de los escenarios, algo desdibujada y caricaturesca, y la forma en que el paisaje afecta al estado anímico de la protagonista. Sus fobias y sus inseguridades se trasladan a los lectores, que nos vemos embargados por la misma inseguridad que ella padece. No me ha agradado tanto la forma en que Bassignac ha tratado de reflejar la angustia de los protagonistas, esa pereza existencial que los hace incapaces de llevar las riendas de su vida. El recurso a las grandes urbes es ya conocido –se observa, por ejemplo, en La elegancia del erizo de Muriel Barbery-, y también huele a rancio el empleo de personajes orientales como el paradigma perfecto de reserva y exotismo. Asimismo, me ha resultado molesta la carencia de acción. El nudo de la historia, centrado en el misterio de la relación entre Ishida y Rosetti, asoma demasiado tarde y se resuelve demasiado rápido. La evolución psicológica de la protagonista, elemento clave del argumento de la historia, también se queda corta. Hay momentos en los que se intuye un avance, pero después la inacción retorna. Si la intención de la autora era transmitirnos la desazón de Claire, su desesperación por salir del acuario donde se encuentra sumergida, ha conseguido su objetivo, pero entonces se echan de menos una acción más dirigida y unos personajes más definidos. Se trata de la primera novela de la autora, y su forma de escribir ya constituye una promesa. Así todo, esperamos una nueva obra más rica en matices, que quite el disuelto regusto de acuarela de Los acuarios luminosos.
Pecados capitales: Pereza
Algo hay que hacer para no aburrirse
n Fusa Díaz En el diario de vacaciones de este año, Carlos Cay afirma que su padre no hacía otra cosa que leer, y que por eso él escribe... «si mi padre hubiera sido funcionario de prisiones, yo habría sido preso». Así de este modo, si los padres de Natalia Ginzburg (1916-1991) pertenecían a la burguesía de la época, la escritora no podía hacer otra cosa que serlo y, además, escribir sobre ello. Sin embargo, hay un hueco en esta simple regla por la que Ginzburg se escapa como un pequeño ratón de ciudad: astuto y justo. Que esté inmersa de lleno en la burguesía y además escriba de ella del modo en que lo hace no la convierte en una más. Hay, en la versión de la burguesía que tiene más a mano algo de crítica, de aceptación también, pero de mirar esos perfiles con cierta ironía... y también expectación. En Familias, una edición de tres cuentos de la italiana editado por Lumen, muchos de los personajes que aparecen forman parte de ese conjunto de gente al que me imagino que ella pertenecía. El personaje principal de El camino que va a la ciudad, primer cuento que compone Familias, no pertenece a ese grupo burgués, adinerado y protocolesco como yo le supongo, pero la manera de vivir, cómo se enfrenta a su día a día, la despreocupación y, por supuesto, la pereza, que tan enraizada está en esta clase social, está patente a lo largo de toda la historia. Una familia con muchos hijos, la madre que no trabaja y es sólo una burra de carga, un ama de casa sin casa del todo, hijos medio salvajes; unos todavía en casa, otros ya fuera. Delia, la niña que da voz a ese camino que une el campo y la ciudad y que ella tantas veces hace, bien podría pasar por una mujercita bien: ajena al colegio, ajena a las obligaciones, sin saber trabajar, no hace otra cosa que ir a la ciudad y pedir, pedir, pedir para lazos, vestidos y sombreros. Su hermana Azalea, que se ha casado con un señor mayor que ella y rico, después de haber pasado por ese estado que es de no burguesía práctica pero sí de burguesía en la actitud, tiene una criada que le permite no hacer nada absolutamente en su vida, excepto enamorarse de hombres fuera de su matrimonio que la dejan completamente loca. Todos, menos la madre y el padre, viven en una completa dejadez: sólo el camino que va a la ciudad, sólo no querer tener obligaciones. El Nini, personaje importante de la trama, es el único que decide hacer algo con su vida. Huérfano desde pequeño, vive en casa de sus tíos y primos, y aunque es de la familia, rápidamente su actitud es
de no burguesa, es de libertad. Se pone a trabajar en la fábrica, vive con una viuda y sus hijos pero se enamora de quien quiere y quien puede; lee, busca, entiende. Es el único que pone de manifiesto, evitándola y haciéndola más evidente, la pereza de todos los demás, que por pequeños o por vagos no tienen ningún tipo de aspiración. Delia lo único que quiere hacer es casarse y tener una vida, pero tener una vida para ella no es sinónimo de buscársela. En cuanto encuentra un trabajo (se lo buscan, se lo ponen sobre las manos, sólo tiene que ejecutar), se aburre, se queja, no le gusta... y acaba dejándolo. Por supuesto, esta pereza y desambición que arrastra le pasa factura, y acabará aislada en un pueblo, en la casa de su tía y su prima, dos personas analfabetas emocionalmente, escondida y sin saber qué va a ser de su vida. Natalia Ginzburg no tuvo por supuesto esa vida, ¿pero por qué Delia tiene ese deje burgués, cuando en realidad pertenece a una familia que no tiene nada, que sobrevive, que necesita siempre un poco más? Y Azalea, la hermana, no hace otra cosa que buscarse amantes, tomar café y adormecerse en el sillón de su madre cuando va de visita. Si el padre de Natalia Ginzburg hubiera sido funcionario de prisiones, la escritora habría sido presa: y algo así le sucede con sus propios personajes. Quizá, de los tres cuentos, el que menos tiene de todo ese ambiente denso, lento y de constante flojera es el que da título al libro, Familias; pero Burguesía, con ese título que ya es una declaración de intenciones, está plagado de personajes como Delia: con una desapetencia vital brutal, con ganas sólo de vivir al día, y de vivir lo que sea que se tiene que vivir. Como dice Azalea, algo hay que hacer para no aburrirse, y para no aburrirse hay que quitarse el polvo de encima: no están dispuestos. La vida los trae y los lleva y ellos se convencen de que es así como debe suceder, sin molestarse demasiado. Los personajes de Burguesía tienen, todavía más que las hermanas de El camino que va a la ciudad, un perfil completamente perezoso y soporífero. La excusa de todo el cuento es que le han regalado un gato a Ilaria y nunca ha tenido ningún animal. El despliegue emocional del personaje, más todos los que están a su alrededor, tiene como centro ese gato, esa novedad, pero todos, absolutamente todos quedan retratados desde la perspectiva de la pereza. Aldo y Aurora, el yerno y la hija de Ilaria, viven en el piso contiguo: no trabajan, no saben
El yerno y la hija, ambos de dieciocho años, como no tenían ni dinero ni ganas de cocinar, comían normalmente en casa de ella. La hija se llamaba Aurora; el yerno, Aldeo, de apellido Palermo. [...] También comía con ellos la criada del cuñado, que se llamaba Ombretta, una chica baja y ancha, muy morena y de pelo rizado, llegada de Brindisi. Ombretta no cocinaba porque no sabía, y no fregaba los platos porque tenía, o decía que tenía, reuma en las manos. El cuñado decía que no le servía para nada y que la tenía por compasión, porque, si no, la familia la mandaría a prostituirse. Ombretta se pasaba los días en viso en la terraza del piso de arriba para broncearse los muslos y los hombros, y las noches en el piso de abajo, donde estaba la televisión. BURGUESÍA 20
trabajar, no saben cocinar. El piso es del tío de Aurora (cuñado de Ilaria), como la mayoría de los de la finca, y todos están subyugados económicamente a él. Si un sopor vital y emocional no hubiera sido el centro de sus vidas, no se verían como se ve Ilaria, que de todos es, quizá, el personaje menos burgués y perezoso. En conversación con la Rirí, lo más parecido a una amiga, dice que, si el cuñado se casa y deja de mantenerlos a todos, aprenderán a trabajar. Y la idea de que todo sea causa y consecuencia de su esfuerzo no le parece una catástrofe. Y aunque no acaba haciendo falta y ni siquiera pone mucho de su parte, hay algo que nos demuestra que Ilaria es diferente. Pero en Burguesía incluso la criada del cuñado es de ese modo en que se deja llevar: no sabe hacer nada de lo que debería hacer una criada. Todos quedan arrastrados por una vida más o menos cómoda, más o menos agradable. Fácil absolutamente. Y aunque el tiempo nos dice que Natalia Ginzburg tiene algo de Ilaria, algo de tener un gato que es la literatura y que la diferencia del resto de burgueses que había a su alrededor, su mirada es crítica pero también compasiva. Los personajes son sencillos y nada profundos (queribles al máximo). Sólo son seres desganados, sin intereses. Delia y Azalea de El camino que va a la ciudad; Aurora, Aldo y Ombretta, de Burguesía... todos tienen algo en común, y es que no les molesta la infelicidad si eso no les va a suponer ningún tipo de esfuerzo. Se conforman con lo que tienen y se mantienen al margen de la actividad: la física y la intelectual. Pero igual que Carlos Cay habría sido preso de haber sido su padre funcionario de prisiones, los personajes de Natalia Ginzburg, a pesar de su sopor y pereza, no están del todo muertos y son seres ricos. Y ahí está la magia de la literatura de Natalia Ginzburg, que ya resaltaban sus amigos: «Natalia sería capaz de escribir un hermoso soneto que hablara de las zapatillas de una criada». También la pereza puede ser belleza y una manera de comprimir la vida en poco, en muy poco. La burguesía de una presa como es ella también puede estar llena de magia.
-El Nini bebe aguardiente -le dije. Se encogió de hombros con indiferencia. -Algo hay que hacer para no aburrirse -dijo. -Sí, la gente se aburre. ¿Por qué nos aburrimos tanto? -pregunté. -Porque la vida es estúpida -me dijo, apartando el plato-. ¿Qué se le va a hacer? Nos cansamos pronto de todo. -Pero ¿por qué nos aburrimos siempre tanto? -le pregunté al Nini por la tarde, mientras volvíamos a casa. -¿Quién se aburre? Yo no me aburro en absoluto -dijo, y se echó a reír cogiéndome del brazo-. Así que te aburres. ¿Y por qué? Si todo es fantástico. -¿Qué es fantástico? -le pregunté. -Todo -me dijo-, todo. Todo lo que veo me gusta. Hace un rato me gustaba pasear por la ciudad, ahora camino por el campo y también me gusta. EL CAMINO QUE VA A LA CIUDAD
Pecados capitales: Pereza
La pereza: una cuestión
de perspectivas
Todo, o casi todo, es una cuestión de puntos de vista. En el mundo en el que vivimos apenas quedan (si es que alguna vez las hubo) verdades absolutas. Ni siquiera la inacción extrema resiste a un análisis sesgado por el cristal de aquel o aquella que la observa n Pedro Larrañaga Escena 1
pereza que puede surgir del miedo, el desconocimiento o la incapacidad. Profesor: Si he comprendido bien, ¿está sugiriendo que la pereza del protagonista surge de su incapacidad, de su falta de recursos o habilidades? Alumno: Por supuesto. Si no ¿quién querría quedarse ahí quieto en vez de acercarse a esa mujer y disfrutar de ella? Henry Barbusse, un reconocido naturalista, planteó desde ese punto de vista su obra. “El infierno” es esa vida que sólo observa lo que le rodea a través de un agujero en vez de cruzar al otro lado y ser él quien sea vigilado. Vigilado sí, pero mientras toma un papel activo sobre el mundo. Profesor: Muy interesante punto de vista.
Me encantan sus líneas. A pesar de lo que pudiera esperarse de una mujer desnuda moviéndose por mi habitación, sus pechos, nalgas o mejillas no me sugieren curvas, si no líneas rectas. Aristas, ángulos y vértices enlazados de un modo mágico, como si de un cuadro de Picasso se tratara. Me encantan sus líneas, pero no pienso tocarlas. No pienso moverme, sólo observar. En silencio, sin decir una sola de esas palabras que quiere oír. No es cuestión de poder o no poder decirlas. Tampoco es cuestión de querer o no. Simplemente no las digo. Callo y observo sus líneas, esas aristas, ángulos y vértices cubistas, que se entremezclan delante de mis ojos, como si todo su cuerpo mutara según le incida la luz, según se dibuje una sombra o según giren las agujas del reloj. Tic, tac. Tic, tac. El reloj, enemigo acérrimo de los perezosos.
Escena 3
No puedo estarme quieta. No estoy nerviosa, no es eso. Al menos, mis movimientos sirven de contrapunto a su ausencia de gestos. Sigue ahí, tumbado, tan quieto y callado como se ha mantenido siempre. Al principio me hacía gracia, supongo porque estaba convencida de que había algo detrás que descubrir. Ahora ya no tengo claro que haya nada que descubrir, puede que lo único que se oculte tras su mirada opaca sea un vacío. Un hueco que huele a humedad y cerrado, uno de esos rincones que pasan cerrados tantos años que ya no merece la pena volver a abrir. Yo me muevo. Estoy desnuda y no dejo de moverme. No me importa que se muevan mis pechos o mis caderas mientras voy de un lado otro. De hecho, prefiero que me vea. Probablemente esta sea la última vez que tenga delante mi cuerpo desnudo y prefiero que me recuerde así, como una mujer que no tiene miedo a mostrarse, a la que su mirada silenciosa va a impedir que se mueva. Hace tiempo sí. Sí me habría coartado una mirada como esa, una mirada inquisitiva, que busca en mí respuestas más que preguntas. Pero ya no. Ahora me muevo. Me muevo ante él, pero sólo para alejarme. Todavía no lo sabe, pero ya me ha perdido.
Escena 2
Profesor: Detengamos aquí la reproducción para realizar los primeros comentarios sobre esta narración. ¿Alguien sabría decirme, según lo observado hasta el momento, el tema principal? Alumno 1: El tema, el argumento central, es la inmovilidad del personaje masculino. Su comportamiento, si me permite la licencia, recuerda mucho al d “El infierno” de Henri Barbusse. Esta novela de comienzos del siglo XX presenta, en medio de acertadas reflexiones, lo que significa la propia existencia del ser humano. Profesor: Interesante comentario. Pero ¿podría ampliar algo más su punto de vista para que todos termináramos de comprender su planteamiento? Alumno 1: Al igual que el personaje masculino que estamos observando, el protagonista de “El infierno” observa la vida que le rodea a través de un agujero en la pared. Nuestro personaje puede compartir habitación con una mujer, pero lejos de estar con ella o acercarse, se dedica a “pensar” sobre ella. Una muestra más del daño que el exceso de racionalismo ha hecho en la especie humana, más preocupada por interpretar el mundo en el que vive que lanzarse a experimentarlo. Cómodamente asentado en su posición, el personaje no arriesga nada, sólo calla y contempla, víctima de una 22
Escena 4
Alumna 2: Lo siento, pero tengo algo que objetar. Profesor: ¿Algo que objetar? Alumna 2: Sí, algo que objetar al planteamiento del compañero. Alumno 1: Ya está ésta de nuevo. Profesor: Silencio, por favor. ¿Cuál es su objeción? Alumna 2: La pereza. Profesor: ¿La pereza? Alumna 2: Sí, la pereza nunca puede ser el tema central, jamás. Es como decir que el amor es el tema central de “Romeo y Julieta”. Alumno 1: ¿Vas a decir que el amor no es el tema central de “Romeo y Julieta”? Alumna 2: No, no lo es. Por supuesto que no lo es. No podría serlo, al igual que no lo es ahora. El amor, la pereza, el odio, la gula o la avaricia son emociones de los protagonistas, nunca el tema. Son aspectos emocionales, características que se dan en un contexto concreto, pero nada más que eso. Profesor: Continúe, por favor. Alumna 2: Nuestro personaje masculino es perezoso, de eso no hay duda. Sin embargo, su inmovilidad no proviene de la pereza o la falta de capacidad, como plantea el compañero. Al igual que en “El Infierno”, el personaje muestra el fracaso del modo patriarcal. Los hombres, una vez que llegan a la madurez, no son más que el eco vago de lo que han sido toda la vida. Jamás han hecho nada, porque no les ha hecho falta. Sus madres, sus abuelas, sus hermanas,… ellas han ido resolviendo sus dificultades, satisfaciendo sus necesidades sin que ellos tuvieran que mover un solo músculo. Una vez que son hombres, o intentos de hombres, todos esos años de no hacer nada caen sobre ellos. Entonces, en ese momento, sólo puede observar a la mujer que tiene frente a él y esperar. Esperar a que ella lo resuelva todo. Profesor. Enhorabuena. Brillante… y agresivo planteamiento. Alumna 2: El modelo patriarcal, eso sí que es agresivo.
Escena 5
Desde que salió por la puerta el mundo no ha cambiado tanto. En vez de observarla a ella y a sus líneas, ahora contemplo las líneas de la habitación. No son igual de bellas, pero también son hermosas.
Escena 6
Alumno 1: Discrepo. Reducir las relaciones humanas a una repetición de los modelos de crianza es un claro reduccionismo. Un razonamiento tan frágil como el de aquellos que plantean explicar la historia en base a planteamientos económicos. Alumna 2: ¿Reduccionismo? No, nada de reduccionismo. Aquí de lo que hablamos es de grandilocuencia, de intentar vestir de largas elocubraciones lo que no es más que un comportamiento infantil. Pura vagancia. Pereza, a fin de cuentas. Profesor: Por favor, un poco de tranquilidad, estamos hablando de “El Infierno” de Henri Barbusse. Alumna 2: Yo también lo hago, no lo dude. Al fin y al cabo, si cada ser humano tuviera un agujero desde el que observar el mundo, nadie se movería de ahí. Alumno 1: No me hagas reír. ¿Dices que con un agujero para cada uno nos quedaríamos eternamente inmóviles? Alumna 2: No, digo que si vuestra madre siguiera limpiándoos el culo, aún no habrías dejado de usar pañales. Eso, a fin de cuentas, es el modelo de pereza en el que todos hemos sido criados. 23
a z e r e p a L
Pecados capitales: Pereza
o
i n i l c i r t del
Así, sin tapujos y sin los delirios de grandeza a los que otros relatos históricos nos tienen acostumbrados, nos presenta la Roma del año 41 d.C. el recién nombrado emperador de Roma: Tiberio Claudio César Augusto Germánico. Sí, sí, emperador del gran imperio romano... ése que una vez conquistó, sometió y gobernó gran parte de la Europa moderna. “Yo, Claudio”, la ficticia autobiografía del emperador escrita por Robert Graves, nos va desgranando de manera cronológica y lenta, como si el mismo Claudio empuñase la pluma, la historia de un imperio en declive por sus vicios y su desgana (según el falso autor) desde el mismo día de su fundación. Él mismo nos incita a pensar nada más comenzar el libro si ésta puede ser (o no) una obra escrita de su puño y letra, ya que según dice no es la primera vez que le acusan de no ser capaz de redactar sus propios escritos. Y es que el pobre tenía muy mala fama entre sus coetáneos. Su tartamudez, su cojera, su innumerable repertorio de tics nerviosos, su aspecto de deficiente mental... hicieron que este hombre, descendiente del más rancio abolengo de por aquel entonces, se ganase un sinfín de motes y que fuera objeto de burlas desde su más tierna infancia: Cla-Cla-Claudio, el tartamudo. En resumen, que todo el mundo se pensaba que era tonto. Y de tan tonto que se pensaban que era, el hombre se acomodó y se hizo un vago, pese a poseer una de las mentes más brillantes de su época, como más tarde no tuvo más remedio que demostrar. La Roma que otrora nos pareciera interesante con sus conjuras y sus confabulaciones, Claudio nos la destripa de mala manera, hasta convertirla en algo aburrido. La vida de los emperadores y las trifulcas en el senado ahora nos producen sopor y hastío. Que te apetece inventar una máquina del tiempo, viajar hasta el día que se puso a escribir ciertas cosas y decirle a Claudio: “esto no se me hace, hombre”.
sia de “Un an ha dinero oa asfixiad sde que e Roma d a su ó destruy rival l a p princi a i l y se comerc en la ió convirt todas e d dueña zas del e las riqu áneo. r r e Medit s riqueza Con las reza, pe vino la ia, la c i la cod d, la cruelda tidad, es deshon ía, el rd la coba o amient afemin s los otro s o d o t y o vicios n ” s romano
artín
n Marga M
Después de una breve auto-presentación, el “autor” comienza con su relato evocando su infancia y su juventud hasta su desafortunada a priori elección como emperador (la trágica muerte de su sobrino Calígula desencadenó toda una serie de acontecimientos que desembocaron en dicha proclamación). Página a página, vemos cómo Claudio pasa de llevar muy mal su condición de persona enfermiza a aprovecharse de ella, hasta el punto de delegar en todo el mundo cualquier acontecimiento, hasta que no le queda más remedio que asumir el poder. Desde su madre a la emperatriz, los personajes femeninos parecen ser los verdaderos motores de la vida de este hombre, al igual que nos las presenta como las verdaderas brújulas del mapa romano. Bien sea porque son las que toman las verdaderas decisiones, bien sea porque se hace el tonto para que ellas asuman los riesgos, ellas parecen llevar el timón todo el rato, mientras él navega en el mar de la desidia. Y cuando no son las mujeres las que toman las decisiones, entonces se recurre a los dioses... y que ellos decidan. La sociedad romana se nos presenta como supersticiosa y más proclive a creer en supersticiones que a asumir riesgos innecesarios, no vaya a ser que pensar de más les haga perder su valioso tiempo rascándose el ombligo. El imperio de cristal aquí reflejado es un sistema gobernado por perezosos, elegido por perezosos y que no provoca más que pereza a Claudio, que por no querer asumir responsabilidades se aprovecha de su condición frágil para que gobierne cualquiera de su familia menos él, aunque ello acarree la mofa de todo el mundo. En definitiva, que si Julio César levantase la cabeza igual es él el que se compra la máquina del tiempo. Ave Caesar, morituri te salutant... si es que se puede morir de pereza. 24
Pecados capitales: Pereza
En tiemp de descuento
n Ainize Salaberri
Sam Savage fue el culpable, con su libro “El lamento del perezoso”, de que naciera esta revista. Y aunque su protagonista, Andrew Whittaker, nada tenga que ver con nosotros, es un gran ejemplo de pereza, de apatía, de dejarse ir por el arrullo del sueño y la melancolía. Es un hombre desencantado con la vida; un pobre ser que malvive estafado por sus inquilinos –posee un edificio que es más una ruina histórica que un lugar con vida–, y en un agotamiento constante: la rutina, los fracasos, las muertes, la vejez, le han quitado las ganas de todo, y lo que en un principio fue una locura, crear y dirigir una revista literaria, es de pronto una desgracia. Y sin embargo, es de las pocas cosas, si no la única, que lo mantiene despierto día tras día. Son las letras, que son su vida, las que trenzan un hilo gordo y fuerte a su cuerpo y lo anclan a la tierra. Porque a Whittaker le consume la pereza, consecuencia directa de la rutina. Me lo imagino tirado en el sofá, abriendo cartas y rechazando escritos, como a los que se suben al metro de una ciudad y ven las paradas pasar, rechazando la idea de bajarse y cambiar su vida para siempre. Pero Andrew es ya viejo, y ve los días en tiempo de descuento. Y se siente un fracasado, un pobre hombre al que sólo su pasado, unos cuantos momentos gloriosos, le quedan; su revista, Soap, su literatura, el festival que relance de nuevo su revista literaria hasta donde él considera que debe estar –y es que es el único que así lo cree. Pero mira a su presente y se hunde en ese lamento que es perezoso y que es un socorro; su mujer lo ha abandonado, su revista está al borde de la bancarrota, sus inquilinos no le pagan. Todo lo que puede hacer, y hará, desde un sofá que tiene ya la
forma de su cuerpo, que sabe de sus pensamientos, que sabe de su dolor, que lo ha visto llorar en silencio, es escribir. Así que Andrew Whittaker se sienta y hace lo que mejor se le da: crear, desdibujar, volver a perfilar. Así recompone un mundo que se le ha agrietado, como al perezoso se le agrieta la rama del árbol sobre la que intenta ver la vida pasar sin sobresaltos. Andrew ha pisado mucho la tierra y se ha abierto bajo sus pies, de un día para otro, sin aviso previo. La rutina lo ha traicionado y se ha perdido en ese lamento, en ese ir lento del tiempo. Y escribe, escribe cartas, pruebas para novelas, avisos de facturas; escribe a sus inquilinos con seguridad y cierta sorna; escribe halagos y rechazos a escritores que desean aparecer en Soap, su maltrecha locura; y escribe como si las hojas, o las letras, o los párrafos, fueran piezas de puzzle que le ayuden a acabar su particular guerra. Todo ello lo hace a fuego lento, como el perezoso del árbol que se asoma a su vida, como si lo viera desde la ventana; tan despacio, tan sin ganas. Es quizás Andrew un hombre que se ha rendido ante la vida, y que adopta el papel de aquel al que nada más queda que la pluma, como un Cervantes carcelario o como un Shakespeare arruinado. Un hombre que, aplastado ante la evidencia que resulta ser su vida, su realidad más inmediata, sus papeles amontonados sin leer, muertos por tanto, se deja llevar, se deja ir, sin oponer resistencia a la compasión que viene con la vejez, con los recuerdos y con la fantasía. “Querida Anita: Ayer recogí de la acera un pajarito pardo caído de su nido –bocaza de payaso y unas alitas gordezuelas, como pequeñas aletas–. Mientras lo acunaba en el hueco de la mano, no pude menos que pensar en la inconsciente crueldad de la naturaleza y lo difícil que les resulta sobrevivir a quienes se ven prematuramente expulsados del nido, que han de luchar contra las congojas de la soledad y, al mismo tiempo, procurarse el alimento. Como aquel pajarito, me sentí en ese momento desamparado y desnudo frente al mundo, cuya falta de criterio en el reparto de la fortuna resulta muy difícil de entender.” Y así, en una carta dirigida a Anita, en una humilde misiva en la que se explaya en recuerdos, en sentimientos, Andrew Whittaker construye entre telarañas sus miedos, su soledad, y la hace visible, a contraluz, a todos nosotros, que lo leemos, y a él, pura revelación en sí mismo. Ese pajarillo caído del nido bien podría llamarse como él y lo único que les diferenciaría sería la capacidad de volar. El pajarillo marrón terminará por volar tan alto y rápido como quiera, mientras que Andrew se quedará en la calle mirando cómo, una vez más, se le van las ilusiones sin que se diese cuenta. Y, sobre todo, sin recordar que, con sus letras, con las de los demás, se puede volar mucho, muchísimo más alto de lo que ese pajarillo nunca logrará. “El lamento del perezoso es el retrato de un entrañable visionario, un verdadero Don Quijote de nuestros días empeñado en ser feliz y en defender pluma en mano su visión del mundo.” Así reza la contraportada del libro, publicado por Seix Barral. Don Quijote o no, víctima o verdugo del paso del tiempo, de una sociedad malograda, capitalista, siempre con prisas pero con la mente siempre tan en stand by, Andrew Whittaker es la muestra de lo que podemos llegar a ser, de lo que de hecho somos sin 26
darnos cuenta. El hombre que escribe y escribe y escribe para retrasar un poco cada día la llegada de lo que no tiene solución: la conclusión de toda una vida. Y no es la muerte sino la valoración, la puntuación que cada uno de nosotros dará a su vida llegado el momento. En eso es visionario: en el poder del ser humano por destrozar ilusiones y ser infelices. Él, que todo lo tuvo, se ha quedado sin nada. Y quizás ni las letras puedan salvarle al final de sus días. La pereza no es más, en este caso, que la estupidez humana por destruir la poca felicidad que se nos da, la libertad que la literatura nos regala. Nuestro protagonista se refugia en una letras que, de seguro, no le dan todo el calor que le dieron en el pasado; es, sin embargo, un refugio al que se amarra cual clavo ardiendo, pues es la delgada línea entre muerte... y eso que los demás llaman vida.
Sam Savage era un desconocido hasta que “Firmin”, su primera novela en prosa, triunfó. Y esta primera historia es, para millones de personas en el mundo, una de las historias más deliciosas, tiernas y maravillosas que se ha escrito nunca. El argumento es fácil: una rata que lee y que nos muestra el amor por la literatura, al mismo tiempo que nos muestra, sin pudor, el fracaso del ser humano como ser humano. “El lamento del perezoso”, segunda novela, segundo éxito, es otra oda a la literatura. Sam Savage demuestra, en cada palabra, su devoción por el arte escrito, y lo hace de la única manera posible: escribiendo. Pero este lamento es algo más: es pena, es soledad, es arrepentimiento; es lucha, es guerra, es trinchera. Y desde ahí, Andrew Whittaker escribe e intenta reconstruir el mundo, escribe y respira, escribe y vive, escribe y ahuyenta fantasmas, miedos, sueños. Porque para algunos, la escritura, la lectura, el arte literario, es el único parche que cure la herida, el único torniquete que detenga la hemorragia.
Pecados capitales: Pereza
Según pasa el tiempo, menos me acuerdo de lo que
sentí
n Verónica Lorenzo Pereza es lentitud, es rutina caída en desgracia, es el pecado que primero se aprende en la vida. Gilbert “Beto” Hernández, conocido por ser el creador, junto con su hermano Jaime, de la colección Love & Rockets: Palomar, firma esta original novela gráfica. Pereza (“Sloth” es su título original) cuenta la historia de Miguel Serra, un adolescente atribulado que está cansado de la vida y la única alternativa que le queda es autoinducirse el coma. Despierta un año más tarde, aparentemente bien y sano, excepto por la lentitud con la que camina.
con él. Llamados por la curiosidad, los tres amigos van hasta el lugar a investigar cuánto de cierto hay. A través de esta historia, al ritmo del protagonista, lento pero totalmente hipnótico, se le une la maestría frente al dibujo de Hernández, que con grandes viñetas nos transmite una ralentalización no sólo de la historia, sino también de la vida. Un reflejo de las crisis existenciales que se viven en la adolescencia. Es importante dejarse autoinducir en la vida tras el coma de Miguel y sus compañeros. La pereza no es un pecado aquí, sino la consecuencia del desánimo y la falta de motivación de un adolescente que vive en un pueblo, más o menos atado a una comunidad pequeña en la que es difícil que nadie se conozca, pero en la que los secretos forman parte del día a día.
“Los jóvenes pueden llegar a deprimirse mucho viviendo en pueblos pequeños como este. Imagino que entrar en coma es una de las formas menos autodestructivas de sobrellevarlo.” Acompañan al protagonista dos personajes más, Lita, su novia antes de estar en coma, y Romeo, su mejor amigo. Los tres forman parte de un grupo de música punk-rock llamado Pereza. El pueblo en el que viven destaca por sus leyendas urbanas, la más conocida de ellas es la leyenda de los limoneros, donde se dice, se comenta que han sido asesinadas y enterradas mujeres, de las que nunca se llegó a saber nada. Y la leyenda del hombre-cabra, quien se esconde entre los limoneros y cuida de los espíritus allí enterrados, está atrapado allí hasta que alguien intercambie su alma
En un lugar donde la vida vale más bien poco, nuestro protagonista nos planteará una serie de preguntas que llaman a más de un debate: ¿debemos rendirnos y caer en la rutina que marca nuestro entorno? ¿Es el amor una manera de sobrellevar la monotonía? ¿Es la muerte o estados similares la solución última realmente? Pereza ha sido publicada en España por Planeta.
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Pecados capitales: Pereza
Aniquilarme a base de pereza n Elena Triana Sólo mirar el movimiento de las cortinas. Sólo eso. Y respirar, claro. Y pensar, apenas. El ejemplar que tengo de La librería, de Penélope Fitzgerald, ha tardado en llegar a mis manos. Pero supongo que todo tiene un porqué: el mes de julio ha sido frío, aquí, en el norte, y tenía que llegar el calor para atacar este libro desde la pereza del olor a crema solar, del olor a no hacer nada. Sólo respirar ese olor. Apenas pensar. Casi sin planearlo, sin ningún esfuerzo, teletransportarse al frío del este de Inglaterra, al viento que sacude los cabellos y las ropas de Florence Green de tal manera que parece que su pequeña figura vaya a salir volando. Florence Green es de todo menos perezosa: se enfrenta a una batalla de las de antes, en las que no se describen las heridas de los muertos en combate ni las penurias de los rehenes. “Florence tenía buen corazón, aunque eso sirve de bien poco cuando de lo que se trata es de sobrevivir. Durante más de ocho años, a lo largo de media vida, había subsistido en Hardborough con la pequeña cantidad de dinero que su marido le había dejado al morir, y últimamente se había empezado a preguntar si no tendría la obligación de demostrarse a sí misma, y posiblemente a los demás, que ella existía por derecho propio”. Agosto pretende aniquilarme a base de pereza, porque, porque, vamos a ver, ¿qué se puede hacer, o pensar siquiera, con este aire caliente, con estas nubes de bochorno, con este silencio? Curioseo en internet: la wikipedia dice que Penélope Fitzgerald, de soltera Knox, heredera de hombres de iglesia y de formación intelectual -madre mía, qué
cóctel-, trabajó en una librería en Suffolk y que publicó tardíamente. Y cuando miro su fotografía, su rostro y el de la Florence Green se solapan en mi cabeza, y los contornos coinciden, y de qué manera. Pero me importa mucho más Florence que Penélope, por descontado, porque Florence es letra impresa y a estas alturas no vamos a hablar de las debilidades que se le presuponen a alguien que lee un libro que trata sobre libros. Además, la señora Green es una heroína, y yo de mayor también quiero ser así, firme, decidida, resistente. Pero no de esas que se hacen propaganda gritando a los cuatro vientos lo fuertes que son: no. Florence es discreta, y no por un afán premeditado de serlo, sino porque se limita a vivir su vida. Su vida tras quedarse viuda, su vida con arrugas y canas y achaques. Su vida, que no se acabó al casarse, ni al cumplir los cincuenta, ni al enviudar. Levanto la vista y veo aire caliente detenido, lo veo brillar en las motitas de polvo que muestra el sol. Menuda engañifa, lo de estos tiempos, lo de que hay que hacer de todo antes de los treinta y luego sentar la cabeza y mirar la vida pasar... mentira, dice Florence, firme pero suavemente. Mentiras, un gol que nos quieren meter, dice Florence, mientras se enfunda los guantes de portera suplente: sin pensarlo mucho, suspira y comenta que mientras hay vida, hay esperanza. Qué idea tan terrible, dice el señor Brundish, y Florence se queda pensando sin entender del todo. Mejor, mucho mejor, matiza Brundish: entender las cosas hace que la mente se vuelva perezosa. La señora Green se estira el vestido rojo (no debería haberlo elegido rojo, qué traición del inconsciente, un color tan llamativo), y, convencida de que un buen libro es un artículo de primera necesidad, se sitúa en primera línea de fuego, con su escudera Christine, uno de los personajes infantiles más deliciosos que he leído jamás. Paso las páginas cabalgándolas, devorándolas, a ver si el movimiento de las hojas me proporciona aire fresco. Y cuando lo cierro, satisfecha, tras tres sofocantes días de agosto sin hacer otra cosa que respirar, me entra algo así como un picor: ¿qué voy a hacer ahora, con estas ganas de vivir? ¿Qué se puede hacer, o pensar, apenas, con esta determinación rotunda de seguir hacia delante? Lean a Penélope Fitzgerald. Lean lo que le pasó a Florence Green.
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Pecados capitales: Pereza
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-Entre vagos y Bartlebys-
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Contra la holganza
“Nunca tienes tiempo suficiente para hacer toda la nada que quieres” Bill Watterson
Gustavo Adolfo Bécquer
Miguel de Cervantes
Gotthold Ephraïm Lessing
n Salvador J. Tamayo
“La pereza dicen que es don de los inmortales: en efecto, en esa serena y olímpica quietud de los perezosos de pura raza hay algo que les da cierta semejanza con los dioses”. Escribió Gustavo Adolfo Bécquer en 1871, no el romántico, no el que ha pasado a la historia como ejemplo de escritor maldito, perturbado y desgraciado. Lo escribió el verdadero Bécquer, el que reía en una cantina, piropeaba a muchachas, y junto a su hermano, escribía las mejores sátiras sobre la familia real española que se han escrito nunca. “La pereza es don de los inmortales”, decía. La pereza debiera ser uno de los pilares en los que se sustenta el imaginario de la humanidad. Decimos los escritores que está todo escrito, que sólo nos queda reinterpretar, reinterpretarnos, y rezar por que el resultado de nuestras palabras no se aleje demasiado de las emociones que en su día provocaban Plauto, Sófocles o Eurípides -aquí tenemos un ejemplo de pereza-. La gran obra literaria, por definición, es la que cumple con los requisitos de atemporalidad y de humanidad, entendido esto último como la preocupación de uno, varios o todos los grandes temas: el miedo, el paso del tiempo, el odio, la muerte, el amor, la soledad, los celos, y, ¿por qué no?, también la pereza. Casi todo el mundo entiende la pereza como
una pérdida de tiempo, como el “no momento” en el que dejamos de hacer lo que se supone que tendríamos que hacer. Evidentemente todo esto está relacionado con nuestro propio concepto de tiempo. Somos perezosos en cuanto a que entendemos el tiempo y, lo que es peor, nos preocupa. Cuando Cervantes dijo, a través de la boca de Alonso Quijano: “¡Dichosa edad, y dichosos tiempos aquellos en que el hombre no conocía el tiempo, porque no conocía la muerte, e inmóvil y tranquilo gozaba de la voluptuosidad de la pereza en toda la plenitud de sus facultades!”, no podía tener más razón. Si fuésemos inmortales, no nos preocuparía la pereza, porque prácticamente todo podría esperar y lo que nos preocuparía sería darnos cuenta de que la cantidad del tiempo que ahora se nos escapa de las manos como granos de arena, -“tempus fugit”-, es totalmente insuficiente para dedicarlo a la más noble de las acciones: la pereza, la “no acción” -con infinidad de matices, evidentemente-. Lo que iguala a los hombres no es la muerte, eso es una tremenda estupidez. Lo que iguala a los hombres es la capacidad racial de dejarnos llevar por el dulce beso de la pereza, de la contemplación, en mayor o menor medida. Como dijo Lessing: “Seamos perezosos en todas las cosas, excepto al amar y al beber, excepto al ser perezosos”. 29
Roberto Bolaño
Charles Bukowski
Jorge Luis Borges
Sin embargo, en el arte la cosa es diferente: cuando hablamos de pereza lo hacemos desde un prisma distinto; la pereza no es compatible con la vida del artista. El verdadero artista no siente pereza para desarrollar su obra. Más allá de literatos, poetas -ay, los poetas- pintores o músicos; no importa. La necesidad de emocionar se impone a la de decidir no hacerlo. Según esto, no existen los verdaderos artistas, aunque algunos se acercan bastante a este concepto. Walter Benjamin hablaba de los artistas como si fueran dioses, precisamente por lo que decía antes del concepto de tiempo, porque los artistas tienen un sentido del tiempo completamente distinto al del resto de hombres. En una de nuestras conversaciones, Antonio Gala me dijo: “Las personas sólo se pueden clasificar en dos grupos: los que son artistas, y los que no”. Y no puede tener más razón. A los artistas se les está permitido prácticamente cualquier cosa, y es por ello que no se les puede tratar del mismo modo que al resto de la gente. Al fin y al cabo, “lo que nos queda es vanidad” y, parafraseando, a Montaigne, quizás también al final sea lo único que importe. Digo esto desde la más absoluta hipocresía, ya que no puede hablar de las virtudes de la pereza para la vida, y de los males que ocasionan al arte, alguien que acaba de retomar su novela después de más de dos meses sintiéndola como se siente un miembro amputado. Prácticamente todos los escritores han tratado la pereza en mayor o menor medida. Incluso alguien de la sólida estructura moral de Borges en cuanto a su concepción del trabajo, el honor, y su visión tan aristocrática de la vida y de la literatura, veía a la pereza como: “la menor de las vergüenzas”; Gloria Fuertes escribía los siguientes versos al respecto: “ yo duermo, soy alegre”. Incluso el viejo deslenguado y borracho -era más una opción estética que malditismo- de Charlie Bukowski en Factotum, allá por 1975 dijo: “Mi ambición está limitada por mi pereza”. Afirmación extraña, pretenciosa, aunque muy coherente con lo que había sido su obra y su propia concepción del propio “yo” bukowskiano que se había forjado durante toda su vida. Las alusiones al pecado capital continúan. Shakespeare: “El cansancio ronca sobre los guijarros; en tanto que la pereza halla dura la almohada de la pluma”. Una de mis favoritas, de Bill Watterson, autor de la tira cómica “Calvin y Hobbes”: “Nunca tienes tiempo suficiente para hacer toda la nada que quieres”. Samuel Johnson publicaba un sábado de 1971 en The Rumbler: “La certeza de que la vida no dura mucho, y la probabilidad de que resulte más corta aún de lo que naturalmente nos es permitido, debiera despertar a cada hombre y encaminarlo a la prosecución diligente de lo que está deseoso de llevar a cabo”. De nuevo el tiempo, no entendido como un “eterno retorno”, sino como una carrera perdida de antemano. En el otro extremo tenemos a escritores que no luchaban contra la idea de pereza, luchaban contra la propia muerte. No me refiero a esos escritores -de los que desconfío enormementeque nos regalan, o mejor dicho, nos imponen, cada año, dos o incluso tres libros. Me refiero a escritores como Roberto 30
Walter Benjamin
Bolaño, en el que tras diagnosticársele un cáncer terminal, cada segundo contaba, terminó ““2666”” justo a tiempo para morirse. Las más de mil páginas de “2666” pesan lo que pesa el alma de Roberto Bolaño. A ese tipo de artista es al que se refería Walter Benjamin: él era un verdadero escritor, y no una pose vacía y hueca, perezosa y hueca. Otro paisano suyo, Pablo Neruda, en “Oda a la Pereza” decía: “Ayer sentí que la oda no subía del suelo(...)/Entonces en lo alto de los pinos, la pereza, apareció desnuda, me llevó deslumbrado y somnoliento(...)/En la noche, pensando en los deberes de mi oda fugitiva, me saqué los zapatos junto al fuego, resbaló arena de ellos y pronto fui quedándome dormido”. Al leer versos como éstos pienso que la función de la pereza durante milenios ha existido únicamente para esperar, perezosa, a que Neruda la reescribiese de esta forma. Sin embargo, alejándome ligeramente del tema principal
Paul Lafargue
Herman Melville
del artículo, confieso que poco o nada me interesan los escritores perezosos que ni siquiera sufren el miedo a la página en blanco o la sequía de ideas -esto sí que es digno de preocupación-, sino simplemente no les apetece escribir. Me interesan en realidad los “Bartlebys”. Muchos confunden a los Bartlebys con los perezosos y nada más lejos de la realidad. Un Bartleby es aquel que, por el motivo que sea, ha dejado de escribir. La génesis la encontramos en un relato de Herman Melville, “Bartleby el escribiente”, que puede ser el oficinista más famoso de la historia de la literatura; caricaturizado y revisionado cientos de veces tanto de forma implícita en otras narraciones, como en tiras cómicas, gags, o series de televisión, hasta llegar, sin que nos demos cuenta, a formar parte del imaginario social de las últimas décadas. Este caballero, ante la petición de alguna tarea, se limitaba a responder: Preferiría no hacerlo. El ejemplo español sería el famoso “Vuelva usted mañana” de Mariano José de Larra.
Una postura más que respetable, ya que como argumenta el análisis marxista de Paul Lafargue en “Elogio de la pereza (1880)”, el trabajo, lejos de dignificar, es tan sólo provocador de “...toda degeneración intelectual, de toda deformación orgánica”, y continúa: “España, que lamentablemente se está degenerando, puede todavía vanagloriarse de poseer menos fábricas que nosotros prisiones y cuarteles; el artista se regocija admirando al atrevido andaluz, moreno como las castañas, derecho y flexible como una vara de acero; y el corazón del hombre se conmueve al oír al mendigo, soberbiamente envuelto en su capa agujereada, tratar de amigo a los duques de Osuna. Para el español, en el que el animal primitivo no está aún atrofiado, el trabajo es la peor de las esclavitudes. También los griegos de la época dorada despreciaban el trabajo: sólo a los esclavos les estaba permitido trabajar: el hombre libre sólo conocía los ejercicios corporales y los juegos de la inteligencia. Era también el tiempo en que se caminaba y se respiraba en un pueblo de hombres como Aristóteles, Fidias o Aristófanes; era el tiempo en el que un puñado de valientes aplastaban en Maratón a las hordas del Asia que Alejandro iba luego a conquistar. Los filósofos de la antigüedad enseñaban el desprecio al trabajo, esa degradación del hombre libre; los poetas cantaban a la pereza, ese regalo de los dioses”. Incluso el gran escritor Isaac Rosa bromea con esto en el nombre que le ha dado a la columna que escribe para el periódico “Público”: “Trabajar cansa”.
J. D. Salinger
Pasavento”, “Dublinesca”. No estoy de acuerdo. Se le dan estupendamente los dos tipos -si es que se puede clasificar la literatura de Vila-Matas únicamente en estos dos grupos-. Vila-Matas demuestra fascinación por la novelización de la literatura del no y por la magia del silencio; asombroso. Silencio que puede llegar simple y llanamente por pereza, por la muerte, o por algunas de las decenas de situaciones particulares que plantea en su libro. Encontramos Bartlebys prácticamente de manual, como Juan Rulfo, que sólo nos deleitó con “Pedro Páramo” y “El llano en llamas” (aunque recientemente se haya publicado una obra inédita bajo el nombre “El gallo de oro”) y J.D. Salindger y su “Guardián entre en centeno”, con teoría de la conspiración incluida. Pero si profundizamos en el asunto comenzarán a dibujarse nombres como el propio Melville que nombrábamos antes, Musil, Valery, Céline, Pedro Garfias o, incluso, Pedro Casariego de Córdoba. Todos y cada uno de ellos debidamente argumentados en las páginas de “Bartleby y compañía”. Cuando estaba leyendo el libro, alguien me preguntó: ¿Por qué lees eso, no te da angustia leer sobre gente que ha dejado de escribir; no tienes miedo de que te pueda pasar? Es lo que más temo en el mundo, respondí. La pereza en la creación artística significa únicamente que la necesidad del artista de crear pasa a un segundo plano, y ante eso sólo nos queda rezar y lamentarnos. Por favor, que falte de todo, menos las ganas de seguir intentándolo.
Enrique Vila-Matas
Volviendo a los Bartlebys, entendidos como los escritores que por alguna razón dejan de hacerlo. El término se lo debemos a Enrique Vila-Matas y a su obra “Bartleby y compañía”. Hay quien dice que a Vila-Matas se le da mejor este tipo de literatura (“Bartleby y compañía”, “Historia abreviada de la literatura portátil”, “Suicidios ejemplares”, “París no se acaba nunca”...) que las novelas propiamente, como “Doctor 31
Juan Rulfo
Pecados capitales: Pereza
La pereza con nombre de mujer “Se supone que las mujeres como yo, después de unos años realizando las labores domésticas, han de salir de su reclusión y reintegrarse en el gran mundo” n Laura Alonso Conocemos muchos tipos de pereza. La de los que remolonean antes de levantarse de la cama, aquellos a los que les gusta pasar la tarde en el sofá frente al televisor o a quienes les cuesta atender a sus obligaciones. Pero Sue Kaufman nos presenta una a la que estamos menos acostumbrados: la de una mujer a la que el hecho de no haber podido vivir una vida con la que siempre había soñado la bloquea de tal manera que la convierte en una persona sin ganas de enfrentarse a lo que en este momento le toca vivir. Una persona a la que se podría denominar ‘mentalmente perezosa’. Tina Balser es una ama de casa de la media-alta sociedad neoyorquina que tiene todo lo que desearía: un marido con un gran éxito profesional, dos hijas adorables, una preciosa casa en una buena zona de Nueva York y una vida social bastante activa. Pero aun teniendo todo eso no se siente feliz y satisfecha porque no es a lo que ella aspiraba antes de que comenzaran sus problemas personales y de salud. Tina era una joven que intentó desbancarse del prototipo de mujer de los años 60, de esa mujer cuya máxima era tener una familia envidiable y una casa preciosa que ella se encargaba de cuidar mientras su marido lo mantenía todo económicamente. Estudió una carrera, encontró un trabajo y se fue a vivir sola, pero entonces comenzaron sus problemas psicológicos, que le obligaron a volver a su casa y, poco a poco, convertirse en la típica chica neoyorquina en busca de marido. Ahora su única preocupación era cuidar y mantener a su familia y eso minaba sus ganas de afrontarse a sus obligaciones pensando en lo que es y en lo que podía haber sido. Y son precisamente estos pensamientos y frustraciones lo que plasma en su diario. La propia Sue Kaufman fue una de esas mujeres como la que le hubiera gustado ser a la señora Balser. Se crió en Nueva York, por lo que conocía de primera mano la sociedad de la que habla en este libro. Se graduó en el Vassar College, y colaboró con The Atlantic Monthly o The Saturday Evening Post, entre otros. Antes de ‘Diario de una ama de casa 32
desquiciada’, que fue adaptada al cine en 1970, publicó otras novelas como ‘The happy sunny days’ o ‘Green Holly’ y otras como ‘Falling bodies’ o ‘The Master and other stories’ después de las aventuras de Tina Balser. Con esta novela Kaufman pretende mostrarnos cómo puede trastocar a una persona el hecho de vivir una vida completamente distinta a la que ella realmente aspiraba. Normalmente, si te dedicas profesionalmente a lo que te gusta, estás feliz con tu familia y con tus amigos, te enfrentas a tu día a día, como se suele decir, con una sonrisa. Pero a Tina le pasaba todo lo contrario, no estaba viviendo la vida que a ella le hubiera gustado, por lo que sus obligaciones como ama de casa eran como enfrentarse a su propia Odisea. Algo a lo que tampoco acompañaban sus fobias y las inseguridades que a lo largo de los años había ido adoptando por tener que desenvolverse en un mundo y en un status social que no consideraba el suyo a pesar de haberse criado siempre en él. Otro aspecto que tampoco le ayudaba demasiado era un marido perfecto al que, de unos años a esta parte, había empezado a importarle poco la opinión de su mujer. Y son precisamente todos estos problemas lo que a Tina le hacen convertirse en una persona ‘mentalmente perezosa’. Sus fobias
a casi todo (los sitios cerrados, los parques desiertos, las arañas, los incendios, los tiburones, los atracadores, las polillas, las enfermedades mortales, etc.) le quitan las ganas de salir de casa y, en muchas ocasiones, atender sus obligaciones domésticas. Y sus inseguridades y el poco caso de su marido hacen que ella ni se moleste en mostrar su opinión, decir lo que piensa, lo que le gustaría hacer o, simplemente, tomar algunas decisiones de familia. Prefiere callarse y asentir a todo sin rechistar y después mostrar su disconformidad en su diario (el que escribe a escondidas) que molestarse en mostrar su propia opinión. Es la propia Tina la que en una de las páginas del libro explica el estado en el que se encuentra: “Se supone que las mujeres como yo, después de unos años realizando las labores domésticas, han de salir de su reclusión y reintegrarse en el gran mundo. (…) Pueden afiliarse a un comité o realizar buenas obras, volver a la Universidad, abrir una galería de arte, una tienda de antigüedades o una librería (…). Lo cual es justamente lo opuesto a mi parálisis actual”. Pero incluso la mismísima Tina Balser encuentra la manera de revelarse contra todo y, por una vez en mucho tiempo, hacer lo que quiere. Aunque lo hace a su manera, en silencio y sin que se entere nadie, o casi nadie. Leer ‘Diario de una ama de casa desquiciada’ es tener la sensación de estar manteniendo una conversación con una amiga que te está contando sus problemas. Y es que Sue Kaufman nos muestra los pensamientos de Tina en primera persona, con un lenguaje claro y sencillo y con la capacidad de que el lector se meta en el papel y consiga entender los problemas y fobias de su protagonista. Porque, en alguna ocasión, todos hemos eludido enfrentarnos a nuestras obligaciones movidos por la frustración de no haber conseguido algo que realmente deseábamos. Es por eso que Kaufman no sólo consigue que quien lee entienda a Tina, sino que, desde las primeras páginas del libro, son muchas las ocasiones en las que incluso te llegas a identificar con este ama de casa neoyorquina de los años 60 y te das cuenta de que, en alguna que otra ocasión, todos hemos llegado a ser un poco ‘ama de casa desquiciada’. 33
Pecados capitales: Pereza
El Paraíso en la otra esquina
(Mario Vargas Llosa)
n Iraide Talavera Enfrentarse a la lectura de un libro escrito por un Premio Nobel de Literatura siempre impone respeto. Siempre te preguntas si su lectura no te resultará ardua, si serás capaz de atravesar las capas de significado de la novela, si dispones del bagaje histórico y cultural necesario para afrontarla… Esto es lo que me ha sucedido con El Paraíso en la otra esquina, de Mario Vargas Llosa. Lo he recorrido con respeto, pero he descubierto que seguir la marcha de los acontecimientos que en él se narran no era tan complejo, y que la alternancia de los capítulos entre los dos protagonistas de la novela hacía más amena la lectura. Así todo, El Paraíso en la otra esquina es una novela densa, casi quinientas páginas que bucean entre Francia y Tahití para mostrarnos cómo los principales acontecimientos del siglo XIX y comienzos del XX marcan las vidas de Flora Tristán y Paul Gauguin, los protagonistas de la historia. Ella, abuela del pintor, vuelca todos sus esfuerzos en la lucha por los derechos de la mujer y de la clase obrera. Él, a su vez, descubre tardíamente su pasión por la pintura y abandona su vida de burgués para trasladarse a Tahití, buscando el arte auténtico y ancestral en la naturaleza indomada de sus paisajes y habitantes. Flora Tristán es una mujer que, siendo muy niña, padece el derrumbe de la economía familiar. A partir de ese momento, descubre que pertenecer a las clases más desfavorecidas en Francia es sinónimo de desesperanza. La única manera de escapar a un sofocante trabajo que sólo afianza su miseria es el matrimonio. Por ello, termina casándose con André Chazal, el dueño del taller donde trabaja. Éste resulta ser un hombre sin escrúpulos, insensible al malestar de la mujer que lo acompaña. Ella se ve obligada a darle tres hijos, pero, embarazada del tercero, decide escapar del yugo marital y abandonar su hogar. Este hecho, sumado a la triste realidad social de los trabajadores que observa en su país y en Perú, lugar al que se traslada buscando la protección familiar, hace que se replantee su vida y decida luchar en defensa de la causa obrera y de los derechos de las mujeres. No es una decisión fácil, y sabe que su condición de mujer y madre, su salud y las reticencias de los futuros agentes de la causa y de sus detractores obstaculizarán su misión, pero decide emprenderla para alcanzar una sociedad en la que no se conculquen los derechos de los seres humanos. Medio siglo más tarde, a finales del siglo XIX, Paul Gauguin está centrado en un ideal diferente. Modelado por una Francia fría y abigarrada de la que se siente preso, decide romper amarras y parte rumbo a Tahití tras haber encontrado en la pintura su motor vital. Busca allí una naturaleza virgen, no emponzoñada por la avaricia, no aleccionada por un cristianismo que demoniza el sexo y graba encorseta a hombres y mujeres en
sus respectivos roles de género. En Tahití, a meses marinos de su tierra natal, el pintor halla lo que busca, y trata de expresar los valores de esa tierra inmaculada en cuadros de colores lisos, cuya explicitud sensual daña al conservadurismo francés. Para los artistas contemporáneos a Gauguin, éste se ha convertido en un excéntrico cuyo arte ha sido pervertido por las tierras del Pacífico. Por ello, cada vez se siente más alejado de Europa, y decide volcarse en el exótico territorio polinesio, donde, para su desgracia la influencia foránea va devastando lentamente la pureza de las costumbres indígenas. Para Gauguin, a diferencia de Flora, el sexo no constituye una opresión masculina, sino una experiencia creativa, placentera e inocente que descubre de la mano de los tahitianos. Con ellos las relaciones son mucho más libres, y también la identidad sexual. Hombres que se asemejan a las mujeres y mantienen relaciones con otros hombres se aceptan con naturalidad mientras Europa une a hombres y mujeres en la conciencia de pecado. Puede parecer que nada une a los protagonistas de la novela. Pertenecen a épocas distintas –la vida de Flora Tristán cubre la mitad del siglo XIX, y la de Paul Gauguin se asoma ya a los principios del siglo XX- y tienen metas distintas, pero, sin embargo, ambos arañan la tela de la realidad y buscan la felicidad más allá, donde todavía no ha sido realizada. En ese sentido ambos son creativos, ya que buscan transformar el mundo existente en algo mejor. Lo que más me ha gustado de la novela es el magnífico uso del lenguaje de Mario Vargas Llosa, que evoca y contrasta prolijamente las realidades de mundos y épocas distantes. Gracias a su prosa es posible deleitarse en las curvas de las mujeres tahitianas, los olores que rezuman los árboles frutales y la lúbrica somnolencia de las calurosas siestas de Tahití, pero también sufrir con el hacinamiento y la desesperación, la pobreza suspendida sobre Lyon, Dijon y tantas otras ciudades francesas. También se hace grato pasar de una historia a otra capítulo a capítulo. Así se entiende mejor la evolución de los personajes, como si su lucha corriera en paralelo a pesar del medio siglo que los separa. Así todo, me ha parecido que la acción es demasiado lenta, perezosa en su devenir. Las mismas escenas se repiten una y otra vez con ligeras modificaciones, y muchas páginas se revuelven en torno a la situación de los personajes sin que ésta avance. De todos modos, es una obra que nos sirve para captar la humanidad de dos figuras determinantes en la historia, y para comprender el contexto social y cultural de una época no tan lejana a la nuestra. 34
Pecados capitales: Pereza
Futuro, progreso, pereza y las contradicciones del ser humano
n Alejandro Larrañaga como hablamos de personas las contradicciones surgen desde el primer momento y para que el mayor porcentaje posible del mundo pueda disfrutar de estas, digamos, comodidades, tiene que haber otros que se sacrifiquen y den forma a estos limitadores del gasto energético.
Lo que esperamos del futuro y la ciencia-ficción
La pereza es el más humano de todos los pecados capitales, por lo que implica de inacción. Si te limitas a contemplar, a ver la vida pasar, a observar, cuando no te decides a hacer nada, por miedo, por contemporizar, por ver lo que pasa o, simplemente, porque se está más cómodo sentado. Para cualquiera de los otros seis, a saber, gula, ira, lujuria, soberbia, avaricia o envidia, se hace necesario un esfuerzo más o menos grande; sólo la pereza se desarrolla en todo su esplendor por sí misma, sin gasto. Por tanto, no es de extrañar que los sueños del futuro de la civilización vayan encaminados en esta dirección. Limitar el esfuerzo físico que supone vivir nuestra vida es el anhelo más importante de la humanidad. Por supuesto,
La imaginación es un arma muy poderosa. Los autores que se han aventurado a la ciencia ficción tienen el trabajo de los visionarios, casi de profetas. Por qué caminos discurrirán el futuro, dónde nos llevará la tecnología. Siempre es un viaje con dos condicionantes, por un lado el atractivo de lo desconocido y por otro una confianza casi ciega en las capacidades humanas. Con un aspecto positivo por la parte de la innovación y la creación de mecanismos, máquinas y demás artilugios y uno negativo, la convicción de que todo camino tiene un final y este siempre es un final condenado a la destrucción. El proceso para los creadores de la ciencia ficción tiene unas paradas básicas. Primero tiene clara la definición del hombre como un ser brillante, creador, parasitario, depredador y colonizador, demasiado preocupado por sí mismo como para tener consideración por lo que le rodea. Para él, siempre es recomendable elegir la comodidad propia a costa de lo que sea que el esfuerzo vano en aras de un bien mayor que nunca queda para él demasiado claro. A partir de ahí otro aspecto inevitable es la tendencia al caos sobre el orden. Es más fácil y natural preocuparse por lo que está mal una vez se haya consumado el hecho que prever las consecuencias de nuestros actos. La tendencia, más bien cabría decir la creencia, a la tábula rasa es demasiado atractiva como para no echar mano de ella. Puedes hacer lo que quieras, lo que haga falta para que estés más cómodo, porque llegado el caso, habrá otros mundos que ocupar para empezar desde cero, con la esperanza de que éste nuevo intento sea mejor, el definitivo. Todo el planeta había empezado a desintegrarse , y para mantenerlo habitable era preciso limpiarlo de vez en cuando, o bien (…) desaparecería bajo una capa de kippel, y no de polvo radiactivo…, como sería de esperar. (¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? De Philip K. Dick) 35
Por supuesto, para todo esto están las máquinas que ideamos para que nos hagan la vida más fácil, con el objetivo de la existencia plena, perfecta. Por desgracia, la vida imaginada acaba por ser demasiado perfecta y hay ejemplos en la historia de la humanidad que nos dicen dónde acaba todo esto. Está la situación base, se pule, se mejora, se alcanza el punto álgido (el más alto posible que no tiene por qué ser el máximo) y, a partir de ahí, se degenera en el manierismo, se pasa de la innovación a la burda copia, a mirar hacia atrás y repetir lo ya hecho en vez de a mirar adelante. Todo porque creemos que ya lo hemos logrado todo y solo buscamos reproducir escenarios o sensaciones que identificamos con el ideal a conseguir.
The Surrogates, Philip K. Dick y Blade Runner
Las obras de ciencia-ficción son, pues, auténticas reflexiones filosóficas metidas en un envoltorio atractivo donde no falta la acción, las máquinas, la imaginación y los mundos futuros en los que tanto nos gustaría vivir. “The Surrogates” (los sustitutos), novela gráfica de Robert Vendetti y Brett Weldele, está ambientada en un futuro no muy lejano donde cada ser humano tiene un surrogate a su disposición que es el que sale a la calle, va a trabajar y se relaciona con el resto de sus semejantes. La acción comienza cuando dos de estas máquinas son eliminadas, el teniente Harvey Greer es el encargado de investigar el caso. El policía comienza a indagar sobre el origen de los crímenes que parecen apuntar al Profeta, líder de una sociedad paralela antitecnológica. Como trasfondo, los autores deslizan sutiles críticas referenciales al mundo actual: el culto al cuerpo y a la imagen, la desnaturalización de las relaciones personales y la preferencia por experimentar la vida en lugar de vivirla. …ve hacia donde se dirige el mundo. Ciudades llenas de gente que no es gente. La vida reducida a una entrada de datos. (El teniente Harvey Greer en The Surrogates) Para completar el contexto, la novela introduce publicaciones de periódicos, anuncios o historias que justifican qué ha ocurrido, cómo se ha llegado al punto donde todos los habitantes del mundo se quedan encerrados en sus casas, mientras los surrogates, proyecciones mentales de lo que querrían llegar a ser, tanto física como psicológicamente, viven las vidas que les gustaría vivir. Van a trabajar y se relacionan con otros sustitutos como si lo hicieran con otras personas, como un videojuego que reemplazara a la realidad, donde podemos decir y hacer aquello que es demasiado difícil para nosotros solos, cómodamente instalados en camas o sofás, con la tecnología transfiriendo datos para llevar la realidad a nuestra mente. Para defender su existencia, por supuesto, no faltan argumentos. Si nuestra cara ante los demás es un robot no hay modo de saber lo que hay detrás, hombre o mujer, raza, edad, condición, pasan a un segundo plano y se elimina el factor, el crimen se reduce puesto
que se limitan los impulsos humanos y, por último, cuestiones relacionadas con la salud; por supuesto, como hablamos de personas y la contradicción es inevitable, podemos voltear los argumentos: las posibilidades económicas ejercerían (y ejercen) de nuevo elemento marginador, la impunidad que proporciona esconderse detrás de la máquina da oportunidades a los criminales y la falta de movimiento tampoco parece lo más aconsejable para la salud de nadie. En medio del ambiente apocalíptico planteado, la humanidad se ha dejado devorar por sus ansias de sentir por encima de todo, como una orgía de placer inmediato, de triunfo sin sacrificio y de experimentación sin trabajo. Las miserias del cuerpo de cada uno quedan relegadas a la intimidad de cada dormitorio, donde las verdaderas vidas de cada persona se consumen mientras el intercambio de datos no se detiene. Los paralelismos de “The Surrogates” con la que se ha convertido en obra referencial de toda ilusión futurista (si es pesimista mucho más), “¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?” de Philip K. Dick y su alter ego cinematográfico “Blade Runner” de Ridley Scott. El teniente Greer desarrolla similares inquietudes que el cazador de androides Nexus Rick Deckard. Su relación matrimonial vive presa del modo de vida de “su” sociedad ya sea a través del surrogate o con las cajas de empatía y ello no satisface a la parte masculina de su relación. Éste encontrará en su trabajo una válvula de escape con la que reafirmar su humanidad, una búsqueda que aprovechan sus autores para ensañarse con todos nosotros. La comodidad de nuestra casa no puede usarse como refugio para protegernos y mandar a nuestros avances a experimentar por nosotros. - Y encerrándote en tu habitación todo el día, cada día. Dios, Margaret, ya ni siquiera sé que aspecto tienes. - Éste es mi aspecto. Soy joven y atractiva. - ¿Qué pasa si no me gustas? - Está muy bien, Harvey, que no te importa haber engordado y envejecido. Siento decepcionarte, pero yo no estoy tan segura de mí misma. (el teniente Greer discutiendo con su esposa Margaret)
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Pecados capitales: Pereza
duerme Un hombre que
n J. Álvaro Gómez Es agosto y son las cinco de la tarde. En Madrid el asfalto se derrite bajo los pies sufridos de los paseantes. La gente se resguarda en casa y una pequeña paloma busca cobijarse de los cuchillos en forma de sol que caen del cielo. Me dejo caer en el sofá y enciendo el ordenador. Un correo me dice que tengo que hacer el artículo sobre la pereza. ¿Ahora? Es imposible, leo el título del libro y el tema central de la revista me invade. George Perec (París, 7 de marzo de 1936- Ivry-sur-seine, 3 de marzo de 1982) ganó el premio literario Renaudot con “Las cosas”. Fue miembro del grupo literario Oulipo y “La vida, modo de empleo”, libro publicado en 1978, fue lo que le llevó al éxito de crítica y público. “Un hombre que duerme” fue escrito en 1967 y comienza de la siguiente manera:
con su silencio”. Vive parado, sin moverse y viendo cómo pasa la vida a su alrededor, “Te parece que podrías pasarte la vida frente a un árbol, sin agotarlo, sin comprenderlo, solamente mirándolo; lo único que puedes decir de este árbol es que es un árbol… No puedes esperar de él ninguna otra verdad”. El mundo continúa con su ritmo y nuestro protagonista sigue quieto, aletargado y alimentando a la pereza. Y siguen pasando las hojas describiéndonos esa desidia. Hasta que esa vaguería nos acerca hasta las puertas de la depresión y, cómo no, nos la describe de una forma magnífica, pausada y acertada. Todo da igual, apenas se molesta en buscar adónde ir o a hacia dónde caminar, “Sólo te importa que el tiempo transcurra y que nada te afecte”. La depresión, entonces, llena el libro y su narrativa. Perec nos descubre una forma de vida que cada día manejan más ciudadanos. Lo que más me sorprende es la pequeña esperanza que deja intuir en algunas páginas y en varias descripciones. Nuestro personaje sigue dejándose caer pero, cosa algo no habitual en gente perezosa o depresiva, no deja de leer Le Monde ni un solo día, no deja de estar informado. Curioso este guiño a la esperanza.
“Apenas cierras los ojos, comienza la aventura del sueño.” Y que razón tiene. Pero ahí no acaba la cosa. En esta época es un placer leer este libro. Descubrir que no estás solo en esa sensación de pereza es algo que hace sentir bien al lector. Esas siestas en las que despiertas y descubres, como el personaje de nuestro libro, que “no vuelves a ver a los amigos. No abres la puerta. No bajas a buscar el correo”. La pereza te pone sus esposas y no deja que te muevas. Pero no nos equivoquemos con este libro. No sólo nos vamos a encontrar pereza por cada esquina de las páginas. En una primera parte el pecado se aparece en cada frase. Un personaje que deja todo, los estudios, los amigos y la vida, por ver el techo de su casa. Toda su existencia se centra en su buhardilla, “ese es su mundo,
En resumen, aquel lector de Granite & Rainbow que desee dejarse descender un peldaño en compañía de muy buena literatura (magnífica me atrevería a decir), éste es su libro. Aquellos que esperen algo divertido para alejar a la pereza en esa hora en donde la siesta nos rodea, nos ataca el ánimo y conquista poco a poco nuestros párpados, que no agarre este libro. Eso sí, descubrir la narrativa de Perec ha sido una grata sorpresa.
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Quién no ha soñado alguna vez con poder volar, con recorrer el mundo de punta a punta y, algo un poco más material, con ser rico. La literatura, a través de sus letras, es quizás el nido de sueños más rico y bello, un buen ejemplo de ello es la obra de la joven poeta Begoña Regueiro, autora del poemario “Alma Soñada” y codirectora de la revista literaria Otras Palabras. La autora de ascendencia gallega ha dedicado por entero su vida a las letras, también en el plano profesional, así lo prueba su doctorado en literatura y sus clases en la Universidad Complutense de Madrid. Su segundo poemario, “Diosas de barro”, saldrá a la luz el próximo año, mientras continúa su actividad literaria a través de recitales, encuentros literarios y tertulias.
Begoña Regueiro
“La poesía te hace una persona distinta” n Marta Gómez Garrido ¿Por qué escribe? Es una necesidad. Cuando escribes es porque tienes algo que decir, centrar ideas que están muy dispersas y congelar momentos, en el sentido de intentar que después de una experiencia esa sensación se quede ahí y ser capaz de hacer que alguien sienta lo mismo que has sentido tú a partir de lo que escribes. ¿Cuándo empezó a tomarse en serio la escritura? Me lo empecé a tomar en serio hace diez años, quizás un poco antes. Comencé con
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unos siete años, por entonces escribí una novela de intriga titulada El secreto de las chicas, después me pasé a las historias de miedo y por último a la poesía. En este último cambio influyó mi descubrimiento de Bécquer y también la efervescencia de amores que se vive en la adolescencia, además, en mi instituto mandaban a gente a concursos literarios de la Comunidad de Madrid y conseguí ganar uno de los certámenes. También en el plano profesional ha dedicado su vida a las letras... ¿por qué?
Cuando tenía ocho años decidí que quería ser escritora y estuve pensando en lo que tenía que estudiar para conseguirlo. En un principio pensé hacer periodismo, pero luego me di cuenta de que no era lo que quería, la forma de escribir y de trabajar no era lo que buscaba, así que en COU decidí hacer filología y es una de las mejores decisiones que he tomado en mi vida. Creo que todo es un continuo porque existe una retroalimentación entre lo que leo y lo que escribo. Leer tanto me permite crear ese mundo tan mío que es como un refugio.
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Begoña Re
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¿Quiénes han sido sus maestros en las letras? Hay muchos. Por supuesto Bécquer, pero también Luis Alberto de Cuenca, Luis García Montero, Mario Benedetti, Manuel Pereira, Lorca y muchos más. Los escritores del segundo romanticismo español han influido mucho en mi idea de poesía y la gente de Otras Palabras en mi forma de vivirla. ¿Qué es para usted la poesía? Sentimiento, comunicación… algo que te conmueve por dentro y necesitas decir, aunque también es importante el lenguaje y la musicalidad. La poesía te enseña a ver el mundo de otra forma y hace de ti una persona distinta, aunque la concepción que cada uno tiene de la poesía va unida también a lo que puedes extraer de ella. Su primer poemario se titula Alma soñada ¿Cree que los sueños de una persona son los que la definen? Los sueños entendidos como deseos sí, porque cada uno sueña su ideal. El segundo se va a llamar “Diosas de barro”, ¿qué es una diosa de barro? Es una mujer de verdad. El poemario va sobre esas mujeres reales, de la no idealización. Todo lo que sea idealizar o lo contrario es alienar a la mujer, porque la vulnerabilidad es parte de la divinidad de esas diosas. ¿Qué aspira a conseguir en el mundo de las letras? Mi idea va cambiando con el tiempo. Escribo porque me aporta cosas y los recitales me aportan aún más. Aunque el tener la revista, que lleva ya diez años en funcionamiento y donde han escrito autores actuales consagrados en el mundo de la poesía, nos va haciendo un hueco en el mundo literario, especialmente en el de la poesía. ¿Cuál fue el momento más especial de su carrera literaria? La presentación de Alma soñada en el café Libertad 8. Fue un momento mágico, con una calidez preciosa.
¿De dónde surge la idea de Otras Palabras? La ideé con una compañera de la universidad. Las dos escribíamos y se nos ocurrió hacer una revista para publicar nuestros textos, un compañero nos dijo que era el típico plan que luego nunca se hacía realidad y nos picamos, así que empezamos con el proyecto. ¿Qué espera el próximo año? Publico el segundo libro con la editorial Devenir y espero terminar el tercero. Además desde la revista seguiremos ofreciendo recitales los primeros domingos de cada mes.
Algunos consejos para moverse en el mundo de las letras… Querer moverse. Mantener la ilusión y las ganas de hacer algo auténtico, aunque si quieres meterte en los círculos de poder los consejos serían otros. Unos versos suyos que considere especialmente significativos... Así soy yo, ya ves. / Piel envenenada con fragancia de lirios, / canto de sirena en el bosque de las hadas, / la parca disfrazada con las alas de un ángel. / No soy nada más que eso, / un manojo de rosas frescas sobre una tumba de tierra húmeda.
Voces Relato a cuatro manos Ignacio Ballestero y Elena Triana
La ciudad de los dos Estoy harta de recibir pésames. La realidad es que Daniel no está muerto, pero ellos –todos– me miran, me hablan, como si lo estuviera. No estoy triste. No estoy inundada de dolor. No creo que esto sea una oportunidad de comenzar una nueva vida. Que me dejen, de una buena vez, sola. Nadie –ni familia, ni amigos– se preocupó por mí cuando vivía con Daniel, en su casa marrón asfixiante. Con sus televisores, sus libros, sus macetas gigantescas con tierra muerta. Nadie entendió que nuestro acuerdo de convivencia se reducía a una amistad tolerante, fría, cómoda. Daniel se marchó convencido de que vivir era otra cosa, muy distinta a levantarse cada mañana conmigo. Para entonces yo llevaba tiempo siguiendo al Extraño. El Extraño pedalea lento, y mira de vez en cuando hacia atrás, a ver si estoy. Estoy. Le sigo como a unos veinte metros. Si dobla una esquina y le pierdo de vista, sé que para a esperarme, pero vivo un segundo de angustia –ay, madre, lo he perdido– y lo vuelvo a ver bebiendo agua de un botellín que guarda luego en su mochila, o abrochándose los cordones de una zapatilla. Son excusas. Lo sabemos los dos. O eso quiero pensar. Esta bicicleta hace ruido. Tenía que haber preguntado a la chica encargada del servicio que cuál era la mejor bicicleta, porque ésta acompaña cada una de mis pedaladas de un pequeño crujido que hace pensar que la cadena se vaya a partir en cualquier momento y me fuera a quedar dando pedaladas en el aire, sin avanzar. Como cuando te fuiste. Aun así, no es un ruido que me disguste. Se ha convertido ya en una pequeña banda sonora que acompaña mis pensamientos y pone música a una ciudad extraña. No acabo de acostumbrarme a Logroño. De hecho, a pesar de los años que llevo aquí, llevo un rato pedaleando sin saber adónde ir, dando vueltas y vueltas por los parques por los que antes paseábamos de la mano, y tú me ibas contando, en voz muy bajita, las historias de un pasado que nunca fue mejor. Tengo la sensación de haber pasado por este mismo punto tres o cuatro veces. ¿Se puede pedalear en círculos? Debería marcar esta farola, hacerle una pequeña señal. Así, si paso por aquí otra vez, sabré que estoy dando vueltas. Pero no soy el único. Desde hace rato, quizá desde el principio del camino, hay una chica que pedalea detrás de mí. Quizá ella también camine en círculos estos días, porque aquí, desde la distancia que nos une, siento como si sus párpados pesaran más de la cuenta. Es como si esos ojos que llevo clavados en la espalda desde que empecé a pedalear se hubieran cerrado demasiado estos días, buscando una oscuridad que no llega. Me estoy acostumbrando a esa mirada. La siento cercana, a pesar de que las bicicletas, y quizá las ganas de salir corriendo de este mundo, sean lo único que tengamos en común. La encargada del alquiler de bicicletas se ha dado cuenta de todo, cuando yo he entrado sin aliento, inmediatamente después de la salida del Extraño. Yo también alquilaré una bici, por favor. Yo también voy por los parques paralelos al Ebro tras su rueda. Yo le sigo hasta donde me lleve, a morir. A morir, porque no se me ocurre otra cosa, a no ser que él me enseñe. Creí que Daniel, el profesor, lograría que aprendiese. Él, que aplicó conmigo su Método completo, empecemos, Cariño, por el principio, sin darse cuenta (ni yo misma he sido consciente, sólo ahora), de que yo no sé vivir sola, no sé vivir en pareja, no sé vivir con gente, no sé vivir. Pienso, mientras veo su espalda amplia, la camiseta azul muy gastada, sudada, que el Extraño jamás me preguntaría por qué estoy triste. Soy triste. Soy, acéptalo, una figura gris, una compañía poco apetecible. Y le sigo. Sigo al Extraño como condenándole a mí a mis negruras. Debo ser malvada, porque pensar eso me hace sonreír. Continúo elaborando teorías absurdas mientras pedaleo. Si sopla viento hacia mí, respiro el sudor del Extraño, y lo veo todo cada vez más claro. No te contaré ninguna teoría, no tengo pensado hablarte si no es para suplicar. 40
Hoy se ha puesto una camiseta verde que le cae por encima de los vaqueros que lleva muchos días mientras pedalea detrás de mí. Me he acostumbrado a buscarla, a esperar a ver cómo aparece entre la gente, avanzando despacio, con el manillar temblando. Siempre que la veo detrás de mí memorizo su ropa y de vez en cuando, mientras intento perderme entre los parques de esta ciudad que un día fue nuestra, miro hacia atrás para ver si me sigue. Si se pierde, si la pierdo, si nos perdemos, me invento cualquier excusa para que me vuelva a encontrar. Me ato las zapatillas, bebo algo de agua o, simplemente, saco de la mochila el arrugado mapa de la ciudad que me regalaste, y hago como que lo consulto, a pesar de que me lo sé de memoria. Luego la veo aparecer, distingo su silueta por el rabillo del ojo y mientras ahogo una vez más la tentación de esperarla y decirle algo, subo otra vez a la bicicleta y empiezo a pedalear. Es curioso. Tú, que me enseñaste la ciudad, ya no estas aquí. Los parques que muchas veces recorrimos uno junto al otro ahora pasan a una mayor velocidad, mientras los atravieso con la bicicleta. Pero los recuerdos no se van. Siguen ahí. “Aquí te caíste y te hiciste una brecha en el codo; cómo llorabas”, me decías, mientras paseábamos por uno de los márgenes del Ebro, cuando mamá ya no estaba y tú sólo pensabas en ir a buscarla. Su marcha fue lenta, agónica. La tuya, repentina y dolorosa. Como esta soledad que comparto a medias, en silencio, con la extraña de la bicicleta. Hemos cruzado el Ebro una vez más, ahora por el puente de piedra. El lugar no es como yo lo recordaba, salvaje, pero da igual. El Extraño huye del adoquinado moderno y busca la ribera escondida, el matorral. Arbustos de lavanda. Para la bici y baja. Yo voy a donde me lleve, adonde me lleves, a morir. Hacer el amor y morir. Cuando mira hacia atrás, ya no llevo camiseta. A veces pienso que, de una forma que no sé cómo explicar, he llegado a comprenderla. Y ella me comprende a mí. Muchas veces me sorprendo pensando en voz alta, dejando las palabras suspendidas en el aire para que ella, por detrás, las pueda ir escuchando. Pronuncio, pero la palabra no se va, se queda en el aire, como una nube de letras que sólo se diluye cuando ella la atraviesa, y las escucha. Unas veces lo único que oye son mis problemas, mis lamentaciones, que se mezclan con las suyas y hacen, si cabe, su carga aún más pesada. Otras veces le dejo un mensaje, poemas, algún te quiero olvidado. Hoy, por ejemplo, le voy susurrando deseos. Le cuento que la abrazo. Le cuento que, por una vez, compartimos la misma bicicleta, y ella acaricia el dorso de mi mano con la suya mientras me señala, con la otra, el paisaje. Le cuento, desde la impudicia de la distancia y la soledad, que hay días como hoy en los que sueño que vuelvo la cabeza y ella viene, detrás de mí, con la camiseta quitada.
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Una tarde lluviosa de viernes en pleno julio, contra viento y marea, Alexia Dotras, en la librería Peles Guedellas (Doctor Cadaval, 21), un paraíso librero en Vigo, ofrece el abrigo de sus libros escogidos, cuenta cuentos y esboza, con suaves pinceladas, sus respuestas a las preguntas de G&R, revueltas y traviesas con la tinta de nuestra revista. Un, dos, tres, responda otra vez.
“La poesía te hace una persona distinta” n Begoña Martínez ¿Por qué y cómo nace Peles Guedellas? Surge en el momento en el que mi madre (Tote Bravo) y yo podíamos hacer algo juntas; yo trabajo en la universidad de Coimbra, como profesora e investigadora, y la idea de tener una librería la llevo conmigo casi desde que existo, es una ilusión cumplida. Y en el caso de mi madre, que es también una estupenda lectora, ha supuesto un reto trabajar juntas, madre e hija. ¿Qué hay de Alexia en Peles Guedellas? La idea inicial, del álbum ilustrado, que lo empecé a conocer hace cuatro o cinco años, no más. Tenía la idea de que la librería
Alexia Dotras Bravo
fuera especializada, diferente. Y como era buena compradora de libro ilustrado, creo que a mi madre la enganché por ahí… Ella veía mis libros en casa y de alguna manera, no sé como decirlo, surgió una adicción. Cuando comencé a dar clase en la Escuela de Magisterio yo no conocía el libro ilustrado, y a partir de ahí, ya no he podido parar. Y de ahí, todo lo demás. Peles Guedellas es el nombre del apodo que tenía de mi padre, hay recuerdos de mis abuelas, mi madre está aquí horas y horas… En fin, es familiar. El local es alquilado, previamente ya era una librería, hemos reciclado las estanterías, las mesas… casi no hemos puesto nada. Lo
que sí hicimos fue pintar de verde, mi color favorito, la librería. Ahí sí que no hubo tu tía, tuvo que ser verde.
Begoña Re
¿Cómo es la literatura escogida de Peles Guedellas? Buscamos, allá donde vamos. París, Portugal, por ejemplo Loop Noir, o Eu espero, o A árvore generosa, intentamos encontrar libros diferentes que sean imprescindibles (tenemos aquí algunos) y, más, mucho más imprescindibles. Hay libros para quien es buena lectora, buen lector, un buen amante del arte y de la estética y de la belleza, tanto de la palabra como de la imagen, eso es lo que buscamos. ¿Qué libros se venden hoy en día? ¿Qué hay del formato digital? El otro día aquí, en Peles Guedellas, en una charla con Mingos Teixeira, que es un artista plástico muy conocido en Galicia, comentábamos que en cuanto a la ilustración, no es lo mismo, ni la calidad, ni como te entra. Cuando es sólo texto, el formato digital es más barato, es más asequible y es más transportable; pero no sé hasta qué punto va a llegar a todas las personas, con la vista más cansada, que no están en el mundo digital… Que dentro de cuarenta años, como son nativos digitales, ya estén acostumbrados, puede ser, pero la esencia de coger el libro, tocarlo… no creo que se gane. Con respecto a la primera pregunta, pues no te lo puedo decir, porque nosotros vendemos los que no se venden; vendemos el libro minoritario, y algunos, decenas
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¿Quiere más? Sí, creo que si queremos que sólo lea, seguramente fracasaremos. Es la idea del hombre renacentista, del primer hombre renacentista, que era de armas y letras, ser de cuerpo y mente, como los griegos, es que si no...
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¿Cómo cree que hay que educar a una personita para que sea buena lectora? Me impactó mucho el programa del Plan Lector que tenía el Ministerio de “Si tú lees, ellos leen”. Creo que es básico. También hay muchos casos de padres que leen, e hijos que no leen nada, tampoco es una receta. Pero no sólo es ser buen lector/a; hay que fomentar que un niño, una niña, aprecie estéticamente cualquier manifestación artística. Hagamos que un niño pinte, que juegue, que invente, que lea, una niña/o que comparta, que pruebe todo; no que sólo lea, porque solo leyendo no vamos a ningún lado. Quizás el buen lector es buen deportista, seguramente quiere probar en distintas disciplinas artísticas y de alguna manera explayarse, no creo que sea sólo la lectura.
de veces, que para ser minoritario, o para no conocerlo casi nadie, o ser un libro inicialmente para la infancia, que luego no lo es tanto, no te podría decir. Se vende lo que no está aquí, libros más fáciles, con finales felices, libros que responden a un esquema previsible. Eso es lo que se vende, no lo que yo tengo, pero lo que yo tengo… ¡es mejor! Muchos lectores, escritores y, en general, personas amantes de la literatura, tienen el oficio de librero/a idealizado. Una vez que se está detrás del mostrador, ¿decepciona? No es decepcionante, porque sí es una ilusión. Y en mi caso tengo otro trabajo, no tendría necesidad de tener esta librería. Pero frustra; cuando no entra gente; no todo el mundo aprecia este tipo de libro que nosotras hacemos; no todo el mundo lo valora igual. Más que decepcionar, frustra. Y creo que ambas nos hemos sentido frustradas, pero cuando días buenos, o cuentacuentos llenos o talleres de gente volcada, funcionan, compensa todo. Un día bueno, compensa diez malos. ¿Qué ingredientes tiene el oficio de buena librera? Lo primero, sobre todo, ser buena lectora, y.... en este caso, como somos dos, mi madre, Tote Bravo, y yo, Alexia Dotras, eso es algo que compartimos y es básico. El plus que tiene esta librería es que además, yo soy doctora en filología, con lo cual la parte más técnica, o la parte en la que puedes recomendar más, desde un punto de vista más objetivo, está también cubierta. Ahora, ¿ser buena librera? Ser buena lectora y gustarte los libros, y que no te cansen
nunca. ¿Qué supone tener una librería y estar cerca de editoriales grandes y pequeñas, hacer de cuentacuentos, tener exposiciones, vivir el mundo del libro de cerca? Ahora con la librería lo vivo de forma un poco más personal, pero ya lo venía haciendo de antes. Contaba cuentos, tenía clubs de lectura, soy profesora de literatura… En relación al mundo de la literatura no encuentro diferencia, ahora, como mundo del negocio sí. Es muy novedoso, no tenía ni idea, y estoy aprendiendo mucho: a tratar con los distribuidores, con las editoriales, a conocer los entresijos… las luces y las sombras de este negocio, y es que aunque tiene sus sombras, sigue valiendo la pena. ¿Es importante el papel del librero en la promoción de las nuevas editoriales, las más minoritarias? ¿Qué tipo de apoyo ofreces a este sector, que está creciendo, desde Peles Guedellas? Todo el que podemos, porque ellos nos apoyan a nosotros. Gente que está sabiendo hacer buenos libros, recuperando clásicos contemporáneos maravillosos, en infantil o en adulto, gente que está dando a conocer a autores jóvenes, con muchísimo talento, no tiene cabida en muchos lados que no sea en librerías como ésta. Es un intercambio constante, con editoriales, con gente que se dedica al niño/a; tenemos ahora una tienda de ropa infantil muy buena, como Sipi Nopi, jugueterías especiales, como El país de nunca jamás, son sitios especiales que venden cosas especiales relacionadas con la infancia y ya saben que somos nosotras.
Abrir una librería, con tanta competencia como hay, no es fácil. ¿Cómo ha sido la experiencia? Sí, me ha cambiado la idea, porque no es fácil, e incluso mucho más difícil de lo que pensábamos. Aunque sobrevivamos y tiremos para delante yo no tenía ni idea del mundo empresarial, ni del negocio. Soy profesora y es a lo que me dedico. Quizás mi madre sí tenía más idea y era más realista, y aun así, nos hemos dado cabezazos con los muros varias veces; pero hemos sido realistas y muy humildes, y tenemos unas expectativas cortas, que si luego se exceden, mejor. Y eso es lo que nos ha permitido vivir hasta ahora. La parte idealizada del librero como el señor paciente y generoso que está leyendo los libros y te los ofrece, yo creo que en ese sentido, sigo creyendo en los libreros. Somos un poco libreras así. La idea del librero como empresario, ha sido una experiencia nueva y a veces, terrible. No es que no fuéramos conscientes, lo éramos, pero éramos ignorantes. De alguna manera, no es que te fastidie, pero cuando hablamos de cultura, siempre pensamos que es algo abstracto; he dado clases de cultura gallega y española, y lo primero que haces es dar el concepto de cultura con su componente antropológico, sociológico, histórico… de qué es cultura y, hay que abrir la mente a que la cultura, también es un negocio. Nosotras no queremos ganar, lo que queremos es que no nos cueste dinero. Es tan fácil como eso, y tan difícil. No se vende tanto libro como para que se mantenga muchas veces solo, se necesita que se le inyecte dinero, y claro, ¡Dios mío!, ¡Qué manera de ensuciar el mundo del libro! Al menos, mi concepto de él. Pero a la hora de la verdad, vamos, nos hundimos, y ya volvemos a renacer. No pasa nada, al mal tiempo buena cara, como dice Ernesto Buenos Días. ¿Qué proyectos tienes en mente para Peles Guedellas? Tenemos que seguir haciendo clientela y buscandotantoeditorialespequeñas,aunque ya contamos con algunas estupendas, como
buenos libros. Ahora, al pasar el año, vamos a apostar más por los talleres estables, vamos a buscar colaboradores, e intentar captar y fidelizar clientela, tanto niñas/ os como personas adultas y empezar a dar formación. Empezamos y luego la cosa decayó, y creo que se puede. Quizás por nuestra inexperiencia propusimos talleres nada más abrir, cuando tiene más sentido captar clientela y a partir de ahí, promover los talleres. Queremos que esto no sea sólo una librería, sino un centro cultural donde se hagan muchas cosas, por eso hacemos exposiciones, talleres, charlas… Ahora estamos con el ciclo de charlas, también tuvimos música en algún momento, en directo, acústica. El local tiene una acústica estupenda, ¡queremos repetir, claro! Pero
todo eso o implica que los y las amigas sean muy agradables y muy curriñas y muy desprendidas, y vengan, no cobren un euro o se lleven un librito de regalo o, hacer una inversión, pero nosotras tenemos la inversión muy limitada, así que tendremos que cobrar por la formación. Cada vez estamos conociendo a gente más interesante y con posibilidades que nosotras no podemos cubrir, como todo lo relacionado con el inglés, talleres de inglés creativo, de escritura creativa… Eso, ya nos coloca en otro nivel, en otra historia. Y eso es a lo que queremos aspirar, yo veo a otras amigas y amigos libreros por otras partes de España y pienso… ¿Porqué no en Vigo? Es una ciudad grande, con cientos de miles de habitantes. Podemos conseguirlo.
¿Hacia dónde van los libros que salen de Peles Guedellas? Algunos tienen trayectos preciosos, aquí hay mucho libro para regalar, a personas que lo están pasando mal… Tenemos un estante de sentimientos al que llamamos agridulce, de alegrías tristes y tristezas alegres. Hay gente que se enamora de los libros, sobre todo, personas adultas. Y en cuanto a niños y niñas, la verdad es que tenemos libros que no son para todos los niños. Los hay que no les gusta nada la librería, pero también están los que se enamoran de la librería, y ya vemos que son niños Peles Guedellas, que nos van a hacer gracia; cuando vemos a los padres, decimos, nos estamos entendiendo, porque no es una librería para todo el mundo, ¡ojalá fuese para todo el mundo! Aunque es cierto que si todos fuésemos iguales sería un rollo, pero ojalá hubiera más gente que apreciara una librería como ésta. De todas formas, ¡la poquita que hay es tan fiel! Ya ves... entran, abrazan, besan, vienen, van... Gracias a eso, los libros viajan en trayectos muy originales; uno de los libros que vendimos en portugués (traje la semana pasada cuatro y nos queda uno), teniendo en cuenta que no somos una librería que venda mucho, eso ya es una barbaridad, pues a lo mejor, 20 o 30 ejemplares. La gente está viniendo a buscarlo porque saben que solo se vende aquí y porque se lo han regalado y ahora se lo quieren regalar a otro, y entonces nos cuentan historias preciosas sobre porqué, y es que cuando alguien nos dice, vengo a buscar A árvore generosa, les preguntamos el motivo y nos cuentan… es que me lo han regalado, es que no te acuerdas de mí, pero en el cuentacuentos que hiciste en (…) estaba en el público y lo contaste… Como yo cuento mis cuentos favoritos, porque procuro llevar los mejores, y aquellos que a mí me llegan a la piel, después la gente viene a buscarlo y cuando veo que a una señora de sesenta, un niño de diez, un chico de 30 y un americano, español, portugués, azul, verde, rojo, amarillo… les gusta el mismo libro, ese libro, es un buen libro.
Recomendaciones
LIBRO: “La enredadera” AUTOR: Josefina R. Aldecoa RECOMENDADO POR: Fusa Díaz
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RESEÑA BREVE: Josefina R. Aldecoa devora a las mujeres. Y se podría decir que
literalmente si fuéramos fieles a la raíz de la palabra y en este caso quisiera expresar que se come a una mujer y la convierte en literatura. Así pues: Josefina R. Aldecoa devora literalmente a las mujeres. Porque “La enredadera” dicen que narra la historia de dos mujeres, Clara y Julia, con un siglo de diferencia. Y yo discrepo. Yo creo que “La enredadera” narra la historia de todas las mujeres que existen y que están por existir. Yo, que ni hace un siglo que nací, ni he vivido todavía la madurez en mis carnes, yo, que no soy de ninguna de las generaciones de estas dos protagonistas, ni siquiera de la autora, leo “La enredadera” y leo dentro de mí. Me leo. ¿Y cómo puede ser eso si sólo se narra la historia de dos mujeres? Pues por eso mismo que decía al principio. Porque Josefina en esta novela habla de la mujer, como si pudiera reducirse tal cosa a unas páginas y a unas palabras. Lo hace. En este caso, sumergiéndome en estas historias paralelas y encontradizas, puedo darme perfectamente cuenta de que sí, de que la mujer, tan laberíntica, tan perdida tantas veces, tan inabarcable, la mujer puede limitarse. La mujer, lo femenino, tan infinito e indefinible, puede acotarse en una novela a dos voces: una en primera persona y otra en tercera persona. Josefina es una experta en la condición femenina. No por mujer, sino por literalmente devoradora.
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LIBRO 99 pulgas AUTOR Pablo Albo, Pep Bruno y Félix Albo RECOMENDADO POR Alexia Dotras y Begoña Martínez
RESEÑA BREVE: ¿Y si la agilidad y picardía de una pulga se multiplicase por 99? El resultado podría ser este libro escrito a tres manos de poco más de 100 páginas y 1001 sonrisas y linternas que nos hacen observar palabras e ideas como por primera vez, descubrirlas y dejarlas prendidas en la memoria, porque desde el momento en el que se lee, las 99 pulgas escogen un buen lugar para resurgir de la marea de nuestra memoria y hacer brotar de nuevo sonrisas, o alguna que otra tristeza vestida de nostalgia. Cada autor nos brinda 33 relatos breves, que con rapidez, nos transportan no más allá de las páginas del libro, pero al mismo tiempo, ¡volamos tan lejos sin movernos! Como Oliver Twist, quisiera pedir más pulgas, muchas más, porque una pulga, después de este libro, es tierna, irónica, dulce, alada, curiosa… y sobre todo: imprescindible.
LIBRO El mar y veneno AUTOR Shusaku Endo RECOMENDADO POR Ignacio Ballestero
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RESEÑA BREVE: Apartado en un pequeño pueblecito alejado de Tokio, el doctor Suguro
sorprende a uno de sus pacientes por la pericia de sus manos al aplicar los tratamientos para aliviar la tuberculosis. A partir de ahí se desarrolla una historia escalofriante centrada en los experimentos médicos que los médicos japoneses realizaban sobre los soldados estadounidenses capturados durante la Segunda Guerra Mundial. ¿Cuánta sangre se puede sacar a un hombre antes de que éste muera? ¿Cuánto pulmón se puede extirpar antes de que una persona deje de respirar? En pos de los supuestos avances médicos beneficiosos para todo el país, Suguro se enfrenta a un dilema moral que, muchos años después, le sigue persiguiendo.
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Recomendaciones LIBRO: Las aventuras de Alicia en el País de las Maravillas AUTOR: Lewis Carroll RECOMENDADO POR: Iraide Talavera
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RESEÑA BREVE: Siempre es un gozo recuperar las historias que nos
encandilaron en la infancia, sobre todo una tan disparatada e inquietante como Alicia en el país de las maravillas. Acostumbrada a ver su recreación más ñoña, la realizada por la productora de Walt Disney, no pude evitar asomarme al libro escrito por Lewis Carroll en su idioma original. En él, la imaginativa niña Alicia, adormecida por la pereza de una tarde de verano, cae en un mundo plagado de personajes incongruentes. A través de rimas, alocadas versiones de poemas conocidos, adivinanzas sin solución y preguntas trampa, el autor demuestra su maestría en el uso creativo del lenguaje y en la detallada definición de sus protagonistas, a los que hace muy difíciles de olvidar. Para un mayor disfrute y comprensión de la historia de Alicia, recomiendo leer también su secuela, Alicia a través del espejo.
LIBRO Yo matare monstruos por ti AUTOR Víctor Balcells Mata RECOMENDADO POR Salvador J. Tamayo
RESEÑA BREVE: Los escritores nacidos en los ochenta están comenzando a dar que hablar, Víctor Balcells (1985) es un ejemplo de ello. “Yo mataré monstruos por ti” es su primer libro de relatos, publicado en la editorial Delirio y editado de forma exquisita por Fabio de la Flor. Balcells trata temas como: amor y desamor, la sordidez, soledad, viaje, trazos de adolescencia, y nos presenta a personajes que parecen haber olvidado las reglas. A través de decenas de referencias literarias consigue crear un imaginario propio que, en sintonía con el lector, le guía a través de las casi ciento cincuenta páginas de la obra por cada una de sus cuatro partes: Desartres, Imposturas, El mundo después de Marcela, Autobiografía de la muerte. Me gusta este libro porque es extremadamente italiano, me gusta este libro por la desvergüenza de su prosa, por su título sacado de la canción “Un día en el parque” de Love of Lesbian (Cuentos chinos para niños del Japón 2007), porque pese a su juventud trasmite perfectamente lo que todos tenemos o hemos tenido, perdido o sufrido alguna vez, una “Marcela”; y porque el relato que da título al libro es espectacular, y si te pilla desarmado, emociona hasta un punto insultante. El libro es una pequeña joya -autor y editor se encargan de ello- de esas que rara vez aparecen y a la que merece la pena hacerle un hueco. Esperamos mucho de este chico, que dará que hablar en los próximos años.
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Global Personajes Historia Estilo Ritmo
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Novedades LIBRO El chico de las palomas AUTOR Meir Shalev EDITORIAL Ático de los Libros PRECIO 22 € Durante la guerra de 1948 en Israel, cuando las palomas mensajeras aún se utilizaban para entregar órdenes en los campos de batalla, un joven soldado recibe una herida mortal. Poco antes de morir, logra mandar una última paloma con un mensaje para la muchacha que ha amado desde su niñez. Treinta años después, Yair reconstruirá la historia de aquel joven soldado. El tierno primer amor d”El chico de las palomas” está misteriosamente entrelazado con el pasado de Yair, que descubrirá que el amor puede sanar las heridas del alma e incluso vencer a la misma muerte. “El chico de las palomas” es una historia inolvidable, narrada con humor, sabiduría y magia, tan universal como la guerra y tan delicada como una declaración de amor.
HHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHH LIBRO Cent cinquanta videojocs per a PlayStation 3 AUTOR Aleix Ortuño Velilla EDITORIAL Edicions Saragossa PRECIO 19.80 € Cent cincuenta videojocs per a PlayStation 3 es una compilación de cuentos en que los personajes, entrañables y neuróticos, viven situaciones inverosímiles que tienen mucho sentido. Aparecen tiburones y hawaianas, desiertos y GPS enloquecidos, chicas desnudas y mafiosos con gabardina, pianos peligrosos, hormigas… Y también historias de amor, metafísicos industriales, niños diabólicos y malentendidos curiosos. Todo ello, narrado con sentido del humor y una prosa exuberante, despierta el interés del lector y lo invita a buscar el sentido, a menudo escondido, de acontecimientos extraordinariamente cotidianos.
HHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHH LIBRO Mapa desplegable del laberinto AUTOR Alberto Torres Blandina EDITORIAL Siruela PRECIO 17.95 € Jaime tiene una mujer hermosa, una tienda de fotografía y dos secretos: el primero es que guarda copias de las fotos eróticas de sus clientes; el segundo es que se ha enamorado de una desconocida a la que sólo ha visto en esas fotos. Alberto es un mujeriego que descubre, tras una traumática experiencia, qué monstruo se esconde realmente tras su ropa moderna, su pelo debidamente despeinado y la seguridad de sus gestos. Elisa es el último vértice de este triángulo que, sin ellos ser conscientes, se va configurando. La mujer que un día cualquiera, cansada de la vida y tentada cada noche por el bote de pastillas, decide huir con un desconocido y construir un mundo perfecto a base de mentiras compartidas. Una última oportunidad para ser feliz. Tres historias que son una. Tres voces que son también una. Porque, como ellos acaban descubriendo, tras los distintos nombres, rostros y recuerdos, todos somos la misma persona.
HHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHH LIBRO Un beso AUTOR Iván Cotroneo EDITORIAL Libros del Silencio PRECIO 9 € Lorenzo, Antonio y Elena son los protagonistas de esta novela a tres voces, un cruel relato de amor, odio y violencia. Un muchacho de quince años, retraído y con problemas para integrarse, llega a una pequeña ciudad de provincias. Un joven que ha crecido demasiado rápido, incapaz de relacionarse y educado en la violencia. Una profesora de cuarenta años, deseosa de dar a sus alumnos el coraje del que ella carece. Y en el centro, una pistola, un disparo y tal vez un beso, un único y sencillo beso capaz de dar rienda suelta a la locura. «Una historia ágil y perfecta que tal vez creeríamos poder olvidar a la mañana siguiente si no fuera porque se trata de una pequeña obra subversiva y descarada, una acusación lúcida, y una poderosa oposición entre las dos caras, el amor y la muerte, de una moneda lanzada al azar.» Libero
HHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHH LIBRO Teatro de ceniza AUTOR Manuel Moyano EDITORIAL Menoscuarto PRECIO 13 € Un lector tan cualificado y exigente como Luis Alberto de Cuenca afirma en el prólogo de este libro que Manuel Moyano nos muestra aquí toda su valía como cuentista, «urdidor de tramas, generador de argumentos, mezclando una extrema y admirable originalidad con el estilismo más depurado». “Teatro de ceniza” lo ratifica como uno de los mejores narradores de su generación, esta vez en la implacable distancia corta del microrrelato. Este centenar de piezas es «una inmersión en el universo del asombro». Nada tan fácil y placentero como sumergirse en él.
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Tablón de anuncios Alexis Briceño Badilla, autor de EL ESTIGMA DEL BÁRBARO, nos ofrece una novela histórica que relata la vida de Flavio Aecio, el último de los romanos, que además ha sido ilustrada por conocidos diseñadores gráficos chilenos. Disponible en ISSU (http://issuu.com/ novelaestigmadelbarbaro/docs/el_estigma_del_barbaro_altoindividual), Alexis nos pide consejos sobre autoedición. En Granite and Rainbow apoyamos, como se puede apreciar en nuestra manera de trabajar, la edición digital sin filtros ni intermediarios. ISSU es una buena plataforma para promover una novela que todavía no ha encontrado editorial. Al fin y al cabo, lo importante para un autor es que su obra llegue a cuantos más lectores, mejor. Si además quieres sacarle partido, Bubok y Lulu te permiten tenerlo digitalmente pero también en papel. Como diferencia, sobre el precio de salida puedes añadirle un beneficio, el que tú elijas.Te deseamos toda la suerte del mundo para tu novela. Alexis está en mbricenob@yahoo.es, por si le necesitáis. A Víctor le podréis encontrar en dos espacios diferentes. Por un lado, el blog REALIDADES PARA LELOS (http://www.realidadesparalelos.blogspot.com/), en el que leeréis sus microcuentos; por otro, en la revista online, también dedicada a la brevedad en la literatura, INTERNACIONAL MICROCUENTISTA (http://revistamicrorrelatos.blogspot.com/). Además, Víctor ofrece traducciones castellano-catalán de microrrelatos de otros autores (encontrarás un link en su blog para leer algunos de los que ya ha traducido). Explotando la máxima de que lo bueno, si breve, dos veces bueno, Víctor está a vuestra disposición en apagatutele@gmail.com.
En PREPOEMARIO (http://prepoemario.wordpress.com/), un blog que acaba de comenzar su feliz andadura, tienen una intención: a partir de las preposiciones que nos ofrece la lengua hispana (en principio sería un blog para escribir en español), crear poemas que tengan que ver o no con su significado. Como muestra, un poema de Julio Cortázar, que nada tiene que ver con la preposición que utiliza, y otro de Nicolás Balaguer, que juega con todas y cada una de las que usa. Si quieres participar (colaboración totalmente libre, de un poema o más, regularidad o no), sólo escribe a prepoemario@gmail.com.
Herson Barona nos recomienda visitar BONSÁI, una revista electrónica independiente dedicada a las formas breves de la literatura. Podéis encontrarla tanto en el blog revistabonsail.blogspot.com como en su cuenta de Twitter, twitter.com/ revistabonsai. Para cualquier tipo de consulta, podéis contactar con él en el correo nosreh@gmail.com.
Tu espacio en Granite & Rainbow
Desde G&R queremos ofreceros, en cada uno de nuestros números, un tablón de anuncios (por supuesto, gratuito). Que no queremos hablar sólo de literatura, o que no queremos hablar sólo nosotros de la literatura y sus alrededores, así que hemos decidido que queremos contar con vosotros. Tenéis cabida todos: editoriales, agencias, correctores, traductores, libreros, lectores, escritores. También queremos que aparezcan las librerías de vuestras ciudades y los encuentros literarios que puedan haber: recitales, presentaciones de libros, cursos y talleres literarios, de escritura, de edición, de lectura, etc. Si quieres publicitar tu novela, una autoedición, tu revista literaria o simplemente te apetece salir en el tablón con alguna buena excusa literaria como un blog interactivo, ¡adelante! Estamos detrás de este correo, abierto 24 horas y siempre de guardia:
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Granite & Rainbow .................... 23.VIII.2011 ............................ #15
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