G&R #11

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ISSN: 2173 - 2019


23 .II.2011 #11

Granite & Rainbow

ISSN: 2173 - 2019 Directora Ainize Salaberri Diseño y creación de portada y logo G&R Inge Conde inge_conde@hotmail.com Correo electrónico salaberri@graniteandrainbow.com Buzón de sugerencias, ruegos y preguntas contacto@graniteandrainbow.com

Redactores Marga Martín, Fusa Díaz, Ignacio Ballestero, Alejandro Larrañaga, Pedro Larrañaga, Iraide Talavera, Rosa Rodríguez, Noemí Camblor, Ivan Mourin, Begoña Martínez, Ainize Salaberri, Marta Gómez Garrido y David G. Ávila. 2

Editorial por Ainize Salaberri Alguien dijo que el humor es una cosa muy seria, y quizás sea verdad, puesto que tanto humoristas, como escritores, como actores dedicados a un género un tanto menospreciado, son personas serias, que sonríen poco, que no encuentran diversión en los mismos lugares que los demás. Y, encima, es muy difícil hacer reír, más cuando se trata de literatura. En España hemos tenido siempre la picaresca y a Don Quijote de la Mancha. En Inglaterra tienen a Shakespeare y sus comedias. En Francia el teatro del absurdo, de Ionesco, por ejemplo. En Bélgica (y también en Japón), tienen a una Amélie Nothomb a la que,

creemos, a veces se le va la cabeza de una manera hilarante. En Austria tienen, con un humor ligero, y con una ironía británica reconvertida, a Daniel Glattauer. En Inglaterra tienen a Tom Sharpe, escritor-humorista inglés por excelencia. No es fácil hacer reír, como tampoco lo es entretener, ni hilar ironías tan finamente que no se note la trayectoria de la carcajada. Este número hace un repaso a algunos de los mejores escritores de humor (y de muchas más cosas) de la literatura. Sed bienvenidos al número 11 de la revista Granite & Rainbow.


ÍNDICE

AUTORES

6 Los últimos días de... 8 Eduardo Mendoza 10 Woody Allen 12 Jean Teule 16 Stella Gibbons 17 William Goldman 18 Peter Bagge 20 Javier Traité 21 William Shakespeare 23 Juanjo Sáez 25 Justin Halpern 27 Quim Monzó 29 Milan Kundera 31 Akira Toriyama 33 Amélie Nothomb 34 Sergi Pàmies 35 Terry Pratchett 37 Charles G. Finney 39 Fernando San Basilio 40 Daniel Glattauer 41 Christopher Moore 42 Miguel Mihura

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TALENTO DEL MES

4 Marcelo Suárez de Luna

RELATOS

13 El teatro (de Ionesco)

RECOMENDACIONES

44 Recomendaciones


Talentos del mes MARCELO SUÁREZ

DE

LUNA

Buenos Aires http://marcelo-lamenoridea.blogspot.com

La Condición del Amor Puedo enlazarte la luna de una soga ¡llévala luego, cual globo por el parque! pero aprovecho la ocasión para avisarte que no podré ir por ti mañana a yoga. Puedo tocar las alas de aquel ángel y describirte sus risas celestiales mas no lavaré los platos, te lo juro ni tus ventanas repletas de cristales. ¿Sabes? le dije a Dios cuánto te amo ya le conté de ti y de mis versos. Empero no podré pagar ninguna cuenta de luz, de gas ni de teléfono. Quedémonos despiertos esta noche amándonos de todas las maneras no obstante luego de ello ¡no me pidas! que te higienice de cabellos la bañera. Y por mi amor a ti puedo inmolarme dejarme lacerar mi amante carne sólo te ruego tu indulgencia al pecadillo de mi mortal pavor por clavos y martillo. Y así por siempre me tendrás en tu regazo seré tu amante fiel, tu vate iluminado. Pero si quieres que repare aquella silla pide un idóneo en la página amarilla. Que mis sutiles dedos por Dios están dotados para explorar en tus recónditos secretos placer y goces febrilmente imaginados ¿Para otras cosas? ¡parecen de concreto! Espero vida mía -y me despidooigas el ruego de mi alma torturada. Pídeme el cielo, los astros, las estrellas mas no me pidas nunca, pero nunca, que haga nada.

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Talentos del mes Diccionario del Diablo apócrifo: Mundo Blog BLOGUERO: Loco/a. Sujeto extravagante e incomprendido por sus parientes y amigos (salvo que también sean blogueros) que prefiere entablar relación con K!xc, residente de la provincia de ёіўыэ del país de Стефанови, en lugar de ser amigo del vecino de enfrente. Además sabe que K!xc tiene dos hijos, llamados ਪਫਬ y ‫ د ذ ر‬y también el nombre de su cónyuge, Iii y las fechas de los cumpleaños de todos. El bloguero alienta a K!xc con su literatura y lo lee permanentemente, aunque considere que es desastrosa y sin solución. Pero lo hace porque le tiene cariño. Asimismo quiere asegurarse que K!xc lo lea a él, quien piensa exactamente lo mismo de sus poesías y cuentos pero en lugar de decírselo, prefiere referirle que es “atrapante”, aunque en su idioma suena más o menos como “ტუფქ”. BLOG: El diario de un loco. No necesita ser autorreferencial. Aunque le guste hablar de la bolsa de Londres, es el diario de un loco. BLOGGER: Gran Hermano. Sabe todo de los blogueros, y los blogueros no saben nada de él. Cuando no funciona, hay gente que prefiere suicidarse. COMENTARIO DE BLOG: El combustible que da energía a la locura ajena, con fines espurios: obtener que el comentado retribuya la visita del comentarista. COMENTARIO ELOGIOSO: Tautología. LECTOR DE BLOG: Masoquista. COMENTARISTA: Masoquista que además es faquir. Persona que lee con un solo ojo sin ser tuerto, y se maneja intuitivamente con los títulos de las entradas. Cobrador que pretende con su comentario ser recompensado con una visita a su blog. En 1.774, según el Dr. Johnson, citado por el Dr. Hermann Burmeister, hubo un comentarista de blog que no pretendió ser retribuido con una visita. Pero la fuente, atendiendo a la fecha en que supuestamente existió el bloguero, no parece ser muy fidedigna. CONCURSO 20 BLOGS: Circo romano dirigido por unos prestidigitadores que cambian las reglas permanentemente, quienes sin leer un solo blog e invirtiendo una suma de dinero exigua, consiguen mantener en vilo a toda la blogosfera. Sacerdotes de una religión que aún no tiene un Cristo, ni un Judas ni Doce Apóstoles, pero que seguramente los tendrá en próximas ediciones. CRÍTICO DEL CONCURSO 20 BLOGS: Inscripto al concurso que obtuvo dos votos. LECTOR DE BLOGS QUE NO TIENE BLOG PROPIO: San Francisco de Asís. Lo espera el paraíso aunque sea ateo. POST: Arma de fuego letal. Generalmente hace centro en cualquier parte del cuerpo del lector y lo somete a una agonía espantosa, particularmente si es extenso. De vez en cuando, sólo de vez en cuando, hay uno que impacta en el corazón o en la mente del lector, casi como por error. ANUNCIO DE LA ÚLTIMA ENTRADA DE UN BLOG: Promesa lamentablemente incumplida en el 99% de los casos. Según el Dr. Johnson, otra vez citado por el Dr. Hermann Burmeister, en 1.788 hubo un bloguero que dijo que esa sería su última entrada y cumplió. Pero sólo porque instantes después lo atropelló un BMW a 200 km por hora. La verosimilitud de la especie también es discutible. REUNIÓN DE BLOGUEROS: Manicomio sin internación, sin chalecos de fuerza y sin médicos.

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Los últimos días de... un cruasán por Pedro Larrañaga

Dice Pablo Tusset que lo mejor que le puede pasar a un cruasán es que lo abran y lo rellenen de mermelada. Esa frase sirve de punto de partida, uno de los más originales que un servidor haya leído, para su novela, editada en el 2001 por Lengua de Trapo, “Lo mejor que le puede pasar a un cruasán”. Un comienzo que se convierte en la mejor explicación de lo que el lector va a encontrarse a lo largo de sus páginas. El olor cuando el cruasán comienza a tostarse ligeramente en la plancha. La mantequilla deshaciéndose con el calor del bollo. La mermelada llegando a cada rincón de ese cruasán abierto al medio. La saliva que anticipa en la boca el sabor deseado. El olfato completando al gusto, añadiendo nuevos matices a cada bocado. La satisfacción del mordisco, con los dientes hundiéndose en ese cruasán crujiente, con la mermelada rozando los labios. ¡Oh, goce! ¡Oh, éxtasis! ¡Oh, disfrute! ¡Oh, se acabó! Sí, por muy grande que sea nuestro cruasán, devorarlo no nos lleva más de un par de minutos, y eso a los más pacientes. A algunos, como yo, nos dura apenas unos segundos. Cuatro amplios bocados en los que te olvidas de todo el mundo que te rodea. Te olvidas de la gente que te observa, de la mancha de mermelada en la camisa y las gotas del café con leche rodeando la taza. Es lo bueno de disfrutar, que esa sensación te domina por completo, el resto importa poco. Algo parecido a lo que sientes al… bueno, la verdad es que los ejemplos que se me ocurren no sé si serán los más apropiados, ahora que estamos hablando de comida. La cuestión es que el cruasán, relleno de mermelada y mantequilla se termina. Entonces llega la duda: ¿otro? ¿no será pasarse? El cruasán se termina y puede que hasta te repita a lo largo de la mañana o no tengas una digestión sencilla, pero nadie podrá quitarte aquella sensación de goce, de disfrute, de olvidarte de todo que tuviste mientras lo devorabas en cuatro bocados. Algo más o menos así fue mi experiencia literaria con la lectura de “Lo mejor que le puede pasar a un cruasán”.

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Lo mejor que le puede pasar a un cruasán

Supe de su existencia en un coche, camino de alguna fiesta cuya única finalidad era quemar neuronas en alcohol de mala calidad y ver si alguien se dejaba engañar por unas mentiras cuidadosamente elegidas. ¿Has leído “Lo mejor que le puede pasar a un cruasán”? ¿Cruasán? No, no me suena nada de cruasanes. Sin embargo, mi instinto lector, ese que disfruta con los títulos originales (¡qué importantes son los títulos!), con la escritura irreverente, con esa que es capaz de ofrecer calidad, sin sacarse su traje caprichoso, grosero e incluso algo sucio, se activó al instante. Así, el lunes siguiente, aun intentando borrar de mi cabeza los restos de una resaca que no por esperada resultó menos molesta, me planté en la librería para ver qué diablos era lo mejor que le podía pasar a un cruasán. La sinopsis me llamó al instante. Un protagonista llamado “Baloo” Miralles, filosofía de Internet, coches deportivos, prostíbulos, intrigas, un delito, familias pijas, una Sodoma en medio de Barcelona y muchas dosis de lenguaje sin edulcorante y frases dignas de un monólogo del Club de la Comedia. No pude evitarlo, caí. Caí hasta el fondo, disfrutando del mismo modo que con esos bocados enormes al cruasán relleno de mantequilla. El ritmo de la narración, el lenguaje y la galería de personajes enganchan al principio. Como una copa de ron con cola. Primero das unos sorbos pequeños, sintiendo el tacto frío del líquido bajando por la garganta. Después, apurando tragos más largos que van directos al gaznate. Finalmente, derramándolo todo, por la boca, la camisa y el suelo. Casi como cuando devorabas aquel cruasán. Algo embriagado y narcotizado, viendo sucederse las escenas detestivescas, los diálogos irreverentes del protagonista, las visitas al bar y todas las manías de un personaje ciertamente desconcertante. Desconcertante en un sentido positivo, como lo puede ser el Ignatius Reilly de “La conjura de los necios”. Alguien a quien le perdonas sus salidas de tono, sus desvaríos pseudo pornográficos y que sea, en el fondo, un auténtico bastardo. Al fin y al cabo, ya sabemos que la identificación con el protagonista es una de las armas con las que cuenta la literatura.


Página a página, al igual que copa a copa, la novela empieza a tontear con esa línea que todos recomiendan no pasar. Esa que marca la diferencia con esa copa de más que no debiste tomar. Marca la diferencia entre el humor sagaz, inteligente y trufado de ironía, con la broma sin gracia. Caminando por encima de esa línea, amenazando con caerse de un lado o del otro, Pablo Tusset me llevó de la mano hasta el final. Sonriendo plenamente en ocasiones, cuando parecía que avanzaba del lado bueno, con una mueca de disgusto en otras, en esos momentos en que parece que el castillo de naipes se le va a caer encima.

también hay fuegos de artificio, adornos que nada aportan, más allá de envolver la narración de elementos que buscan reforzar su espíritu rompedor. Coches deportivos, sexo subido de tono y demás parafernalia que no busca otra cosa que la sonrisa del lector. Como esos humoristas que, en medio de sus chistes, sueltan un par de tacos perfectamente elegidos. Eso no tiene nada que ver con su broma o talento, pero saben que así garantizan una risa fácil.

Así hasta el final. Un final que llega de forma abrupta, casi atropellada y sin tener muy claro si nos hemos perdido algo en medio de esa velocidad final. Algo parecido a despertar, la mañana siguiente, con treinta y ocho clavos en la cabeza, con una niebla espesa que cubre todo el tiempo pasado desde el último recuerdo que tienes. Un recuerdo que aún no es patético, pero en el que se intuye que sí lo fue todo lo que sucedió después.

De todos modos, si eliminas la mancha de mermelada en la camisa y las gotas de café con leche en la mesa, te queda ese goce unido a cada bocado, ese disfrute ante un cruasán tostado, relleno de mantequilla y mermelada. Un bocado que no será el más sano, el más intenso o el más elaborado que probarás en tu vida, pero del que, sin embargo, tienes ganas cada mañana. Ojalá la literatura, siempre tan dispuesta a ser pretenciosa, elaborada y sublime, como si de un plato de la alta cocina se tratara, garantizara un buen bocado sabroso a primera hora del día que hiciera del resto de la jornada algo más llevadero.

En “Lo mejor que le puede pasar a un cruasán” hay literatura de la buena, un ritmo de narración tan fluido que no hace pesada ni una sola de sus 320 páginas, e instantes ciertamente cautivadores. Humorísticamente cautivadores. Sin embargo,

Alzo mi café con leche y mi cruasán por esa literatura del humor, dispuesta a caminar por la línea que separa la inteligencia de la broma de mal gusto. Al fin y al cabo, sólo el que está dispuesto a asumir riesgos puede conseguir una gran victoria.

Pablo Tusset, Barcelona, 1965, es escritor e informático de profesión. Su primera novela, Lo mejor que le puede pasar a un cruasán (2001), fue traducida a diez idiomas y fue llevada al cine por Paco Mir en 2003. Además, ganó el Premio Tigre Juan (1978-2009), un premio que se otorgaba a la mejor primera novela en castellano publicada en los anteriores doce meses a la convocatoria del certamen. En 2006 publicó En el nombre del cerdo, novela ambientada en Nueva York y Cataluña, y en 2009 publicó Sakamura, Corrales y los muertos vivientes. Sus novelas son conocidas por ofrecer un retrato irónico y sacástico de la sociedad y realidad contemporáneas.

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El asombroso viaje de Eduardo Mendoza

por Ignacio Ballestero

Que los dioses te guarden, lector, de aquellas plagas que atormentan el alma y purifican sin celo alguno el cuerpo. Bien lo sabe nuestro querido Pomponio, que expuso la salud de su estómago en incontables ocasiones en su búsqueda de la fuente de la eterna juventud o, por Hércules, la sabiduría que no se alcanza en el apartado terreno, aquél en el que el alma mora todavía dentro de nuestro cuerpo. No propongo, ávido lector, en este relato, hacer acopio de las andanzas de ese viajero romano, del orden ecuestre, de familia patricia, a quien una detonación de su propio organismo descabalgó de su montura y le llevó azarosamente a Nazaret, parar vivir en carne propia una historia extraña. Ya lo hizo él en mi lugar, y en lugar de ambos, ese sabio bigotudo, hijo de un fiscal, que toma por nombre Eduardo y por apellido Mendoza. Tampoco pretendo, querido Fabio, si es que te abraza esta misiva, recordarte la prolija obra de un escritor sin igual, que desliza su talento desde los misterios de una cripta embrujada hasta la búsqueda de la verdad sobre el destino del señor Savolta, o del caso en cuestión; desde las andanzas de un marciano que busca su par en la tierra hasta un viajero pedorro que acaba mediando, como romano ejemplar, en la condena a muerte por crucifixión de un carpintero desconocido en su presente, archifamoso en el futuro, cuyo pueblo espera con sed de sangre la llegada del Mesías. Es la historia de Pomponio un relato sin par. Mezcla en sus palabras, quizá como la indigestión lo hace en su organismo, personajes célebres y protagonistas de fábula, tribus que se dan por el culo sin avisar y otras que, durante el mismo acto, hablan de negocios después de hacerse mil reverencias. Hasta los cuervos encuentran en uno de los tormentos de Pomponio un atractivo sin igual. El viajero romano, de orden ecuestre y familia patricia, supone un punto de inflexión en la narrativa del grande de Mendoza. Como éste párrafo lo hace en el relato que ahora lees. Torna el registro del canto del juglar al presente semántico más actual para, por una vez en los últimos días, ponernos un poco serios. Decía, después de este carraspeo de cinco líneas, que ‘El Asombroso Viaje de Pomponio Flato’ supone un punto de inflexión en la literatura de Mendoza. O quizá, un punto de ruptura. No porque no hubiera deslizado ya finísimas dosis de humor en libros entretenidos y divertidos, mezcla de risa y misterios, en los que ya se dejó parte de la tinta de su pluma. Hasta los misterios de ultratumbra resultan entretenidos vistos con el prisma de este barcelonés contador de historias. No. Es un punto de ruptura porque es humor puro, regado con unas dosis de misterio, lo que ofrece el escritor catalán en este libro. En su bibliografía, quizá el elemento más comparable a las andancias del romano Flato, del orden ecuestre y familia patricia, es, sin duda, ‘Sin noticias de Gurb’. Pero este libro es mucho más descarado, mucho más explícito y, sobre todo, mucho más tentador. Tentador en el buen sentido de la palabra, porque meter a un romano en casa de José, María y Jesús a resolver un crimen que el primero no ha cometido es suficiente reclamo para acudir a sus casi doscientas páginas, y pasar un rato agradable. Y tentador también para una sociedad en la que la correa del juicio está cada vez más apretada, en el mal sentido de la palabra.

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Oprimida, la imaginación debe buscar salidas cada vez más recónditas, no vaya a ser que tu protagonista fume en el escenario y tengas que pasar por la trena. O que se te ocurra hablar de la red de redes, Internet, y tengas que ofrecer tu espalda a los latigazos sin piedad de una cineasta metida a ministra y la tropa de sus quince mandamientos, incluidos cantantes que equiparan sus derechos a los de los niños africanos. O, que montes una familia ficticia cuyo padre se llame José, cuya madre se llame María y cuyo niño, de sabiduría impropia para su edad, lleve por nombre Jesús y vivan, para más INRI (me ha salido un chiste finísimo, ¿lo ven?), en Nazaret. Con la Iglesia hemos topado. Prepara tu pierna para el cilicio. Por eso, porque cada vez son más los que visten el traje del moralismo impostado, no está de más recurrir a referentes que, saliéndose de madre, satirizan todo con un humor literario excelso. Da igual que en la antigua Roma hubiera muchas tribus que se dieran por el culo. Y que Lalita, aprendiz de puta, como su santa madre, eligiera Magdala para vivir y cambiarse el nombre después de entablar una honda amistad con Jesús. O que sean los dioses de la antigüedad los encargados de mediar en el destino del Mesías, cuando sólo era un niño que pagaba veinte denarios para salvar el nombre, y de paso la vida, de su padre. “Ya me gustaría a mí ver al Mesías haciendo milagros en el Peloponeso”, que decía Filipo. Mendoza, convenimos, se salió de madre. Pero de su madre literaria, la que había vestido todas sus obras. Allá cada cual con la sonata y la moralina que quiera aplicar a un libro deslumbrante. Allá cada cual con los prejuicios y las creencias con las que elige abordar la historia de Pomponio Flato, ciudadano romano, del orden ecuestre y de familia patricia, a quien una sonora ventosidad descabalgó del camello sobre el que buscaba el manantial de la sabiduría, y acabó en tierra extraña con una familia cualquiera, en Nazaret, para contar una historia que “poco importa, porque sólo esto tengo por cierto: que dentro de unos años será como si nada hubiera existido; y nadie se acordará de Jesús, María y José…”. Tuvo tino Pomponio en sus elucubraciones. Quizá, con el paso del tiempo, tampoco haya quien recuerde el asombroso viaje de Eduardo Mendoza, “pues todo decae, desaparece y se pierde en el olvido, salvo la grandeza inmarcesible de Roma”. Y, por una vez, no todos los caminos llevan hasta allí…

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Para no acabar con Woody Allen por Fusa Díaz Si nos da por reunir en un solo volumen todos los temas que preocupan y obsesionan a Woody Allen, pero lo hacemos lejos de Woody Allen, lo único que atinaríamos a hacer verdaderamente es temblar: de sorpresa, de confusión, de no saber qué decir, contestar; a lo mejor nos daría por reír, incrédulos por tratar de entender cualquiera de las cosas que le perturban... pero sería una risa de puro nerviosismo. Porque hablar de Dios, de la fe, de la religión judía, pero también hablar de filosofía, también hablar del amor, de las relaciones de parejas, de las relaciones en general, también entre personas que no se aman; hablar también de arte, de psicoanálisis, de literatura, de cine, de teatro, hablar del porqué, hablar de la muerte... ¿de todo esto se puede hablar sin caer uno en un pozo cada vez más hondo, más oscuro, más agonizante? Por lo visto, sí. Pero para que esto ocurra en un mismo volumen sin que cunda el pánico tiene que ser bajo la mirada de Woody Allen; de lo contrario, 10

nos encontraríamos ante un libro espeso, lleno de contradicciones y versiones absurdas de otros libros absurdos que leen absurdos con absurdas vidas. Sin embargo, en Cuentos sin plumas (antología de Tusquets que reúne los anteriores libros de relatos Cómo acabar de una vez por todas con la cultura, Sin plumas y Perfiles) todo esto se da, y se da en conjunto, con naturalidad, sin peligro. Claro que quien pretenda tomarse en serio los grandes temas que preocupan a la mayoría de la humanidad entonces va a tener un problema: que no va a poder. No, al menos, de la mano del cómico que nos ocupa. Es imposible leer a Woody Allen hablando de una gran tragedia como es el nazismo y no reírse, sin sentir que es algo demasiado peliagudo como para tratarlo del modo que lo trata. No hay pudor en el humor de Woody Allen, ni prejuicios, ni normas, no hay nada que sea políticamente correcto y, por suerte, no hay mediocridad en la lupa que utiliza para vernos a todos deformados, grandes, ridículos.


Cuando un genio se basta de su arte para relacionarse con los demás, para llegar sin hacerse presente, entonces todo es disculpable; incluso que se bromee con la segunda guerra mundial o la revolución mexicana. Leyendo Cuentos sin plumas uno puede llegar a pensar que el humor es una herramienta que todos poseemos. Al fin y al cabo, todos somos capaces de bromear, de hacer reír a algún compañero, a nuestro padre, al vecino del quinto, que tiene una risa que podría confundirse con el cacareo de una gallina. Pero para alcanzar el nivel de Woody Allen hace falta algo más que un mal chiste en la sobremesa de una cena familiar. Mientras Woody Allen despluma, nunca mejor dicho, la vida en sus relatos, el humor resulta algo sencillo, bromear se nos antoja alcanzable. Pero hay un mundo en torno a Woody Allen al que pocos pueden llegar. Hay personajes típicamente suyos, giros soberbios en una explicación más o menos trascendental, más o menos profunda; momentos completamente irreales y, sin embargo, tan localizables en nuestra mente, que sólo alguien como Woody Allen, o el mismo Woody Allen, sería capaz de recrear. Quizá su mayor y mejor arma sea que humor e inteligencia nunca acaban de distanciarse del todo en sus cuentos y sus películas. ¿Pero quién es Woody Allen? ¿Es ese tipo frágil, maníaco, feo y gracioso de sus películas? ¿Será verdad que habla así, tropezándose con sus propias palabras, empezando y no terminando frases para acabar con un salto mortal humorístico que nos hará reír con pasmosa facilidad? No debo ser la única que no logra diferenciar al personaje del director del actor del autor del verdadero Woody Allen. No somos pocos los que imaginamos la vida del cómico siendo una de sus comedias más ilógicas, absurdas y magistrales. Pero Woody Allen es sólo un hombre. No puede hacer

más que otros, aunque algunas veces lo pueda parecer. Nació en 1935 en Nueva York. Creció en el seno de una familia (así él lo dice) burguesa, bien alimentada, bien vestida e instalada en una cómoda casa. Aprendió a tocar, en la escuela hebrea, el violín y también el clarinete; eso le llevó a formar parte de The New Orleands Jazz Band, con la que todavía en la actualidad da giras por todo el mundo. No fue más que el chico de las gafas que no gustaba a nadie pero caía bien a todo el mundo. Eso es propio de un cualquiera, de uno como nosotros. Sin embargo, su humor despuntó y, como no podía ser de ninguna otra manera, a los dieciséis años ya empezó su carrera como humorista. Columnista, director, actor y siempre comediante, Woody Allen es uno de los personajes más queridos, admirados y entrañables del mundo que rodea el cine. En 2010 recibió el premio Mr. World Pace, por su gran contribución al teatro, a la comedia y a la cinematografía. Woody Allen es, quizá, el cómico que menos se ríe consigo mismo, dándole un rasgo particular en todas sus actuaciones. Woody Allen es un tipo cualquiera. Amante de las relaciones humanas, y en especial de las relaciones amorosas, en la película Annie Hall nos deja, con maestría, inteligencia y gracia, esta reflexión: “Y recordé aquel viejo chiste, aquél del tipo que va al psiquiatra y le dice: Doctor, mi hermano está loco, cree que es una gallina. Y el doctor responde: ¿Pues por qué no lo mete en un manicomio? Y el tipo le dice: Lo haría, pero necesito los huevos. Pues eso más o menos es lo que pienso sobre las relaciones humanas, ¿saben?, son totalmente irracionales y locas y absurdas, pero supongo que continuamos manteniéndolas porque la mayoría necesitamos los huevos”. Woody Allen podría ser cualquiera, de no haber sido Woody Allen.

Picasso era un hombre bajo que tenía un modo gracioso de caminar poniendo un pie delante del otro hasta que daba lo que él denominaba «un paso». Nos reímos de sus deliciosas ideas, pero a fines de 1930, con el fascismo en alza, había muy pocas cosas de qué reírse. Tanto Gertrude Stein como yo examinamos con meticulosidad las últimas obras de Picasso, y Gertrude Stein opinó que «el arte, todo el arte, es simplemente la expresión de algo». Picasso no estuvo de acuerdo y dijo: «Déjame en paz. Estoy comiendo». Mi opinión fue que Picasso tenía razón: Estaba comiendo. Para acabar con los libros de recuerdos Memorias de los años veinte

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I’m singing in the rain por Ainize Salaberri

El libro de Teule es como el mundo al revés. Un lugar donde no hacen falta psicólogos, ni medicamentos, ni buenos modales. Un lugar donde algunos se sentirían aliviados, pues toda educación se deja a un lado, y se explotan los sentimientos de curiosidad, maldad, falta de arrepentimiento, u odio. Porque matar, matarse, suicidarse, suicidar a alguien, es más fácil que nunca. Luchar es una palabra prohibida. Luchar es de débiles, morir de valientes. Lo valiente, el coraje, reside en suicidarse. Quizás por eso la tienda de esta familia, diseñada por y para los suicidas, tiene tantísimo éxito. Al abrir un ventana, estés donde estés, puedes observar a gente lanzándose al vacío, como si al final del trayecto en vez de carretera y muerte hubiese un colchón magnífico de billetes de quinientos euros, y un premio por la valentía de saltar y sobrevivir. La diferencia es que nadie sobrevive, y la tienda se lo pone fácil. Muy, muy, fácil. La tienda de los suicidas es, desde luego, una novela de humor negro. Sin embargo, el libro es como un mal sueño, un mal presagio; como pasar debajo de la escalera, con un número 13 inscrito en ella, mientras un gato negro pasa frente a ti; como un martes y trece, como un viernes y trece, como soñar con Freddy Kruger o como romper un espejo detrás de otro. ¡Verónica, Verónica, Verónica! La tienda de los suicidas pertenece a una familia de dementes que venden objetos variados para asegurar la muerte a los clientes que van en busca de ella. Sogas, venenos, dagas, bolsas de asfixia... Y lo venden, lo anuncian, se publicitan, con todo el descaro del mundo, y se hacen ricos gracias a las desgracias ajenas. Y, por supuesto, sin remordimiento alguno, faltaría más. Padre y madre, locos de atar los dos, tienen tres hijos, a los que no dudan en alimentar con los peores alimentos, las recetas más asquerosas, carne podrida o animales que también decidieron suicidarse. Una delicia para el paladar asegurada, ¿verdad? Compararía a esta familia con la familia Adams, quienes también provocaban nuestras sonoras carcajadas por tanta excentricidad, caricaturización, extrañeza, seriedad, oscuridad... Una familia de la que todos huyen.

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Sin embargo, como todo en esta vida, si existe el suicidio es porque existe la vida y porque, por consiguiente, existen los que saben vivirla, los que no, a los que les van mejor las cosas, y aquellos que sólo viven desgracias. Si un niño sonríe es porque también sabe llorar; si la maldad existe es porque, en algún lugar del mundo, también existe la bondad. El ying y el yang, el blanco y el negro, la escala de grises. Y, como en todas las buenas familias ocurren desgracias, ésta no será una excepción. Están malheridos de muerte –y no, no han tomado por error una pócima humeante y maloliente creada para uno de sus clientes. No. Mucho, muchísimo peor: su hijo pequeño ES FELIZ, SONRÍE, VIVE LA VIDA, LA DISFRUTA, CANTA, BAILA, Y TIENE EDUCACIÓN. ¡Acabáramos! El pequeño, ser adorable donde los haya, canta canciones felices, no dice nunca “adiós” sino “hasta luego”, aun a sabiendas de que los clientes no volverán, alegra la vida a los que le rodean y sonríe, y ríe, y se mata de risa, porque la vida, para él, merece la pena ser vivida. Es un payaso en una funeraria, un elefante en una cacharrería, un pulpo en un garaje. Pero él no se siente fuera de lugar, y por mucho que intentan cambiarle, no lo consiguen. Llega la desesperación. Para su familia, para su negocio, el pequeño es un peligro. ¿Lo será también para el mundo? ¿Conseguirá su felicidad y su inocencia cambiar a su familia, a la tienda, al mundo al que pertenecen? Teule ha escrito un libro poco convencional e hilarante, mientras reflexiona, de alguna manera, sobre los problemas de la vida actual. El mundo se está suicidando, gratuita y voluntariamente, por no querer hacer caso a lo que tiene frente a él. Y sus ciudadanos, nosotros, parecemos estar avocados a un fracaso constante y mayúsculo y estrepitoso, hacia el que nos encaminamos silbando, vestidos de payasos, de pringados, Arlequines desesperados, mientras esperamos hacernos invisibles para ocultar, en una intimidad absurda y ridícula, nuestro dolor por no saber vivir. La tienda de los suicidas, que nadie se equivoque, es una crítica mordaz tras el amparo de la risa.


Relato El teatro (de Ionesco) por Marta Gómez Garrido Escena I (y quizás única) Interior de un hogar burgués inglés, con suelo inglés y paredes inglesas. La chimenea inglesa está apagada y reina en la habitación un profundo silencio inglés. El reloj de chimenea inglés, situado al lado del sillón inglés, hace oír diecisiete toques ingleses. La puerta inglesa se abre y entran dos personas. Un hombre con porte inglés y un bigotito gris inglés y una mujer con sombrero azul inglés y sin bigotito gris inglés. Sra. Smith: ¡Vaya son las nueve! Hemos ido al teatro esta noche. La obra era inglesa y no estaba mal. La representación de la semana pasada era mejor que ésta y que la de la anterior, pero con ello no quiero decir que las otras obras sean malas. Aun así, la representación de la semana pasada fue la mejor. Sr. Smith: (Se sienta, se pone sus zapatillas inglesas y chasquea la lengua) Sra. Smith: La obra no tenía interés alguno, no obstante, era muy interesante. En ella un hombre y una mujer se conocían en una casa. Sr. Smith: ¡Qué curioso! Y ¿qué pasaba después? Sra. Smith: Hablaban sobre sus vidas. Ella era originaria de Manchester, y él también, qué curioso y qué extraño, lo era también. Sr. Smith: Sí, que es curioso y extraño. Sra. Smith: Espera aún hay más. Él había dejado Manchester hacía nada más que cinco semanas y ella también. Exactamente el mismo día y a la misma hora. Sr. Smith: ¡No puede ser! Sra. Smith: Pues así era, tal y como te lo cuento. Además, ella tomó el tren de las ocho y media de la mañana, que llega a Londres a las cinco menos cuarto, y él iba en ese tren también. Sr. Smith: ¡Qué curioso! ¡Qué extraño! ¡Y qué coincidencia! Sra. Smith: Así es. Los dos viajaron en segunda clase, aunque en los trenes ingleses no hay segunda clase y desde su llegada a Londres, el hombre de la obra vivía en la calle Bromfield, como ella. Sr. Smith: Verdaderamente es una gran coincidencia, ¿no se habían visto antes?

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Relato Sra. Smith: Creo que no. Cuando siguen hablando se dan cuenta de que los dos viven en el número ocho de la calle y en el tercer piso. Sr. Smith: ¿Los dos? ¡Qué extraño! Sra. Smith: ¿Verdad? ¡Ahora viene el apoteósico final! Resulta que el hombre y la mujer dormían en la misma cama, cubierta con un edredón verde, en una habitación situada al fondo del pasillo, entre los retretes y la biblioteca. Sr. Smith: Realmente de ahí se puede deducir que habían tenido que verse antes. Sra. Smith: Eso es, ¡se conocían de antes! Has visto la obra, ¿verdad? Sr. Smith: (complacido, con la pipa en la boca) No, no, sólo lo he deducido Sra. Smith: ¡Eran marido y mujer! Después de hablar de sus respectivos hijos se dan cuenta de que son también los mismos y entonces se reconocen por fin. Menos mal. Sr. Smith: Es que hoy en día la gente se pierde con una facilidad… Sra. Smith: ¿Crees que algún día nosotros nos perderemos? Sr. Smith: Probablemente, tal y como están las cosas…

Sra. Smith: ¿Y qué haremos? Sr. Smith: Quedaremos aquí, sobre este sillón. Sra. Smith: ¿Crees que cabremos? Sr. Smith: Por supuesto que sí, es un amplio y confortable sillón inglés. Sra. Smith: (Se sienta) Y tú, ¿qué has hecho hoy? Sr. Smith: He ido al teatro

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Relato Sra. Smith: ¡Qué coincidencia! ¿de qué iba la obra? Sr. Smith: No puedo saberlo todo. ¡No puedo responder a todas tus preguntas idiotas! Sra. Smith: (ofendida) ¿Dices eso para humillarme? Sr. Smith: En modo alguno, haré memoria. Sra. Smith: (le mira expectante largo rato) Sr. Smith: Ya está, ya me acuerdo. Sra. Smith: ¿De qué iba? Sr. Smith: Pues verás en ella había un hombre y una mujer. Dos totales desconocidos que se saludaban educadamente al modo inglés en una casa. Pero resulta, que los dos procedían de Manchester. Sra. Smith: ¡Qué curioso! Sr. Smith: Sí, lo es, pero es que además, los dos habían vuelto de Manchester hacía tan sólo cinco semanas. El matrimonio continúa hablando sobre la obra de teatro mientras comienza a sonar una melodía en la que se diluyen poco a poco las conversación de los dos. Se cierra el telón.

Eugène Ionesco (Rumania, 1909 - Francia, 1994) fue un dramaturgo y escritor francés de origen rumano que destacó en la literatura por ser uno de los principales dramaturgos del teatro del absurdo, de hecho, se le considera el padre de este tipo de teatro, junto al irlandés Samuel Beckett. Entre los logros de Ionesco destaca su elección como miembro de la Academia francesa el 22 de enero de 1970. La cantante calva fue la primera obra de teatro que escribió, estrenada en el Théâtre des Noctambules en 1950. Su novedosa ruptura con la lógica lleva al autor a la fama, un éxito que mantendría con sus posteriores obras. Respecto a su novedosa forma de contar historias, George E. Wellwarth destacó en su obra Teatro de protesta y paradoja (Lumen, 1974) que “el significado de sus obras no es nunca explícito. Su trabajo se caracteriza, al contrario, por lo que se podría denominar vaguedad intencionada. […] Ionesco no adopta ningún punto de vista porque cree que todos los puntos de vista son inútiles. Sus dramas son demostraciones de la incongruencia entre la condición humana y los deseos del ser humano”.

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GRAN NEGOCIO

La STELLA hija de Robert Poste GIBBONS por Ainize Salaberri

“No creo que se preocupara en absoluto en hacer testamento, por ejemplo. Y si lo hiciera (Adam, el de las vacas), quién sabe a quién le dejaría la granja. Podría dejársela a Casquivana, o incluso a Desnortada, y eso plantearía un gravísimo problema legal, porque tengo serias dudas sobre si dos vacas pueden heredar una granja. Entonces, si eso ocurriera, Ociosa y Desgarbada podrían plantear una reclamación en su favor, y eso evidentemente significaría un larguísimo problema judicial en el cual se dilapidarían todos los recursos económicos de la granja.” No. No, no. No, no, no. La familia residente en Cold Comfort Farm –y claro, no podía tener otro nombre– no era normal. Era de todo menos normal. Todo gracias a la tía Ada Doom, demente donde las haya, quien había visto algo sucio en la leñera muchos, muchísimos, años atrás y aún no se había repuesto del susto. Y por eso, ningún Starkadder podía moverse por los siglos de los siglos de esa granja infame que dice ser confortablemente fría. Nadie que en aquellos tiempos conociese a la familia que Stella Gibbons nos presenta en “La hija de Robert Poste” podía decir que aquella no era una familia de desalmados locos. Adam, un empleado, enamorado de las vacas y tan viejo que era incapaz de darse cuenta del deterioro constante al que estaban expuestas las receptoras de tanto amor y devoción. Eran los Stakadder un núcleo familiar desgarrado: Amos, marido, ferviente religioso que ve pecado en todo aquello que se mueva; su mujer, Judith, que como la vaca Desnortada, había perdido todo norte posible; sus hijos Seth, amante y preñador oficial de familia; Reuben, terco, seco, y deseoso de hacerse con la granja – aunque de buen corazón, si pudiera y se atreviera mataría a Ada Doom, a Amos o a quien hiciera falta para quedarse cuanto antes con Cold Comfort; y, finalmente, Elfine, la niña solitaria, que parece desgarbada, poco femenina, asustadiza, a la que Flora Poste, hija de Robert Poste y prima de Judith, madre del rebaño, acabará por acercarse y educar. No podemos olvidar al toro, Gran negocio, siempre a la sombra, siempre encerrado, testigo de lujo de una granja, una familia y unos habitantes que todos querríamos bien lejos de nuestras vidas. Por si acaso. Y como éramos pocos, parió la abuela. Llegó un pseudo escritor, que intentó conquistar a Flora Poste y que, desde luego, peor no lo podía haber hecho. Un escritor que poco se preocupaba por ella, que soltaba discursos, innecesarios y soporíferos, un señor mayor que decía escribir. Y todos ellos, todos juntos, en la comedia más absurda que, eso sí, sería un éxito absoluto en la televisión de este siglo XXI en el que estamos inmersos. Porque no se trata únicamente de que estén mal de la cabeza o de que sean un tanto excéntricos. Se trata de que son tan absurdos, tan tercos, tan bastos, tan sumamente mulas, burros, toros, animales, que son incapaces de solucionar su vida por sí mismos. Dominados por la locura de la tía Ada Doom, quien sólo sale de su habitación dos veces al año y hace recuento familiar, todos ellos giran en torno a la creación eterna de un pozo sin fondo –y digo sin fondo porque nunca lo terminan, ya que cuando no se pelean, no tienen material porque están arruinados, o porque alguien se ha caído dentro de él y hay que sacarlo antes de seguir–, plantar, esperar y recoger, ordeñar, ordenar y limpiar y comer muchas, muchas, una ingesta absurda en sí misma, de asquerosas gachas. Sea como sea, Stella Gibbons quiso retratar una sociedad, con cierto toque de ironía, al más puro estilo Jane Austen, para quizás mostrarnos que, lejos de la ciudad, donde debería reinar el silencio y la tranquilidad, también hay vidas, y barullo, y familias tipo Cumbres Borrascosas, pero cómicas y de final feliz. 16


La princesa prometida, de William Goldman: ¿una novela de besos? por Begoña Martínez

Leía. Reía. Se moría de la risa. Apoyada en un letras y las sombras de venganzas y esperanzas como guisante. Sobre el colchón y las sábanas, por encima el caballo, de nombre caballo (¡no todo es ser original!), de las mantas, con los pies para arriba, con la nariz en de Buttercup. el libro, sin gafas, sin dar cuenta de los días. Voz en off. Dormía y leía, jugaba, y leía, corría y sobre la piel del guisante releía una y otra vez. No podía creer que una No sabe bien lo que es el humor, ni los libros de humor. historia de besos y princesas hilase sus letras en una Cree que hay del bueno, del malo y del negro, amarillo, rueca de ironía y desternillantes agujas que, siendo de gris y puede, que del blanco, pero sí sabe de simpatía, juguete, hacían cosquillas en la barriga. porque lo ha buscado en el diccionario de la RAE, y ha visto que tiene que ver con una palabra griega que Su cama estaba en el medio y medio del reino de significa comunidad de sentimientos (entre otras Florín, entre prados verdes y frutas silvestres, alhelíes, consideraciones). Y si hay algo que este libro transmite, rosas y lilas, y en cuanto amanecía, abría las páginas más allá de guisantes, gigantes, magos y maleantes, y del libro; como nunca, de postura en postura, de su antítesis, la brigada brutal, es eso: simpatía, en la sonrisa en sonrisa, sentía que reír era lo que la ataba a piel de cada una de sus páginas; y no es por lo que su mundo en ese momento, a un libro; y es que su vida cuenta, sino por cómo lo cuenta, por su sentido del pendía de un libro. No importaba lo que había más allá humor, sus equívocos, sus diálogos llenos de ironías; del reino, era suficiente con desternillarse de risa en por confrontar realidad y fantasía y salvar el día a día cada página de una magia, llamada libro. A veces, gracias a la ternura del buen humor. quería compartir con el aire que la envolvía un guiño recién leído, hacerlo más presente, expresándolo en Sobrevolando Florín, entre rosas y lilas. voz alta, atacada por las risas que la asaltaban en los diálogos del libro, su libro. Juegos de palabras, Aún le quedan algunas páginas por leer, y no faroleros y amores verdaderos, matrimonios gangosos, cometeremos la maldad de descubrirle como termina rimas bobas y tiernas, parodia de libros de aventuras y (¡eso sería como robarle el guisante!); sabe que aún le amores románticos, como otro, de cuyo nombre no quedan muchas risas, y que cuando llegue al final, o no quiero acordarme… todo en unos cientos de páginas encuentre su camino, como dicen en el libro, siempre que con ansiedad avanzaban por la espesura de las puede volver al principio. 17


APOCALIPSIS FRIKI

Peter Bagge por David G. ÁVILA

Las personas de mi generación, que nacimos entre 1975 y 1985 en el Estado español, nunca vivimos con claustrofóbica intensidad el miedo a ser atacados por otro país con una bomba atómica. Cuando comenzamos a tener conciencia del complejo puzzle geoestratégico que dejó la guerra fría tras el desmantelamiento de la URSS en 1991, los conflictos bélicos eran juegos de niños nada más. Y con el tiempo otros “peligros” o “miedos” han llenado nuestro imaginario colectivo a través de los medios de comunicación. Sin embargo, el riesgo a que el teléfono rojo vuelva a sonar y un iluminado apriete el botón que destruya la vida en este planeta está ahí. En la actualidad, los Estados Unidos de América, la Federación Rusa (antigua URSS), el Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte, la República Francesa y la República Popular de China poseen la bomba atómica. A los que hay que sumar India, Pakistán y Corea del Norte como países que han desarrollado pruebas nucleares. Por otro lado, nos quedaría Israel, que se sospecha posee arsenal nuclear aunque no ha sido confirmado. Ante este escenario atómico os propongo, junto a Peter Bagge, sumergirnos en una hipótesis nada descabellada. Somos unos urbanitas que decidimos irnos un fin de semana al campo para desconectar de nuestras asfálticas y hormigonadas vidas en una gran metrópoli. Y cuando estamos dispuestos a pasar uno de nuestros mejores fines de semana, uno de los diez países con capacidad de armamento nuclear ataca y hace desaparecer nuestra ciudad. ¿Cómo reaccionarías?, ¿serías capaz de vivir en la montaña?, ¿sabrías reconducir tu existencia?, ¿matarías a otras personas para sobrevivir a la escasez de alimentos y las bandas violentas organizadas?. Estas y muchas otras preguntas son lanzadas al lector en el cómic “Apocalipsis friki”, del autor Peter Bagge, que nos deja esta reflexión en la introducción del tebeo: “Estoy seguro de que todo el mundo se ha imaginado qué pasaría si fuese el último ser humano en la tierra, o uno de los pocos supervivientes de algún tipo de desastre monumental. Para mí, este tipo de imaginaciones toman la forma de una fantasía […] Para este libro, me he obligado a imaginar de la forma más honesta y realista cómo serían las cosas para alguien como yo viviendo esa situación, con pocas o ninguna habilidad para sobrevivir.[...] ¿pero cómo sobrevivirá? ¿Será de forma deshonesta? ¿Deben respetarse los compromisos morales o sólo si no se trata de una situación de desesperación total?”.

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Y, aunque el acontecimiento que dispara la trama de esta historia es un drama de tomo y lomo, el creador estadounidense es capaz de ofrecernos los momentos más cómicos y risibles que podamos imaginar a lo que colabora el estilo del trazo y el guión de este escritor afincado en Seattle. En cuanto a las cualidades del dibujo, Peter Bagge da la sensación de que permanece en una mágica adolescencia. Sus líneas nunca son rectas, sino que la curva y las ondulaciones mandan. Da la sensación de que un quinceañero marcara la fisonomía de los personajes y un maduro juguetón se encargara de la narración. Viñetas en blanco y negro, con enormes bocadillos que llenan casi toda la cuadrícula, dejando poco espacio para las visiones bucólicas de una vida “más natural”, y nos engullen en las diatribas existenciales de cómo comer y no ser comido entre carcajadas. Como en estos extractos de diálogos cortos, rápidos y audaces entre los dos protagonistas, Perry, un informático al que le acaba de dejar la novia, y Gordo, un desempleado que se gana la vida como camello: Dependienta: ¿”Qué está pasando”? ¿No huís también de la lluvia radiactiva? Perry: ¡¿”Radiactiva”!? Gordo: ¿Qué lluvia radiactiva? Dependienta: ¿”Qué lluvia radiactiva”? ¿Vosotros dos venís de vivir en una cueva o qué? Perry: ¡¿Lluvia radiactiva de qué?! Gordo: ¡¿Pero usted acepta cheques o no?! No morir en este escenario es todo un reto, pero resulta más llevadero cuando puedes cazar ciervos, aunque una semana comiendo carne ahumada de caza provoca unos d e s a r re g l o s i n t e s t i n a l e s a t ro c e s . L o s a u d a c e s protagonistas tiene que aprender a convivir juntos, aguantarse, lidiar con los instintos sexuales, matar por una botella de refresco, ser esclavos de una comuna de mujeres o encontrar el amor. Peter Bagge es uno de los historietistas estadounidenses más importantes del cómic alternativo. La obra que le encumbró a los libros de las biblioteca es “Odio” (premio a la mejor obra extranjera publicada en España en el Salón del Cómic de Barcelona), que cuenta las andanzas de Buddy Bradley en el Seattle de los 90, en pleno auge del grunge. Pero también es conocido por sus obras “Mundo Idiota” o “Sudando Tinta”. Con “Apocalipsis friki” mantiene la frescura de narraciones más juveniles, pero se arriesga a hacer hipótesis, más allá de su visión cercana y callejera de la movida grunge de comienzos de los años 90. Un aperitivo literario para los gourmets de andar por casa. 19


Historia torcida de la literatura por Fusa Díaz ¿La historia de la literatura nos anima verdaderamente a leer los libros de los que se está hablando? Quiero decir: cuando uno se sumerge en libros y más libros de teoría y más teoría sobre autores y más autores... ¿no es cierto que acaba ruborizado y algo exhausto de tanto intelectualoide, de tanta seriedad y palabra solemne? Javier Traité (Barcelona, 1982) pretende acabar a golpe de pluma (y de tacos, por qué no) con todo ese formalismo de la literatura. En Historia torcida de la literatura se echan abajo los cimientos de los teóricos y se nos muestra la literatura como un lugar donde también se viene a reír. ¿De dónde viene la idea de desentrañar la historia de la literatura de este modo? Javier Traité es librero, como dice en su biografía, de profesión y vocación, abrió su blog de marras, que se llama de la misma manera que su primer libro, publicado por la editorial Principal de los Libros. Como lector y vendedor, ha escrito en él políticamente incorrecto sobre el libro y lo que al libro rodea (su anonimato, el privilegio que se tiene en un blog propio y más o menos desconocido le proporcionaron la intimidad necesaria para hablar de todo cuanto quisiera y, sobre todo, como quisiera): desde las campañas del libro de texto hasta los más variopintos compradores. Con un humor y una gracia especial para contar literaturidades, el libro se convierte en una biblia moderna y de humor de lo que ha ocurrido en la literatura. Sin solemnidad, sin miedo, sin puro y halo de misterio, sin boina calada, sin pierna cruzada y mirada al horizonte. Pero, cuidado, no confundamos el desenfado de Javier Traité, su desparpajo y su insolencia para con el lado más solemne de la literatura, que es la teoría, no confundamos todo eso con la incultura. Uno puede haber leído un clásico y pensar que es un libro que, de no ser tan grueso, podría servir para que la mesa no cojee (y no por ello ser un inculto). Depende de quién afirme semejante barbaridad, será tachado de idiota, de no saber lo que dice. Javier Traité sabe lo que dice, sabe lo que lee y sabe, sin 20

dejarse llevar por el bienquedarurismo literario, lo que opina sobre cuanto lee; que no es, ni mucho menos, poco ni malo. Por eso, muchos de los que somos reacios a desentrañar los libros, a decir lo que en realidad quería decir el autor, como si tuviéramos en nosotros la verdad absoluta y el suficiente conocimiento como para desmontar un argumento o una intención libresca; a buscarle los tres pies al gato de la literatura, a teorizar todo cuanto toquemos, por eso mismo disfrutaremos con este libro atrevido e insolente, que no tiene pretensión alguna ni afán de protagonismo: no es un escaparate en el que mostrar cuánto sabe Javier Traité de literatura. ¿Deben gustarnos los buenos libros por el simple hecho de ser buenos libros? ¿Debemos respetar como cristianos a según qué dioses de la literatura sólo porque cuatro snobs coinciden en una reunión de snobs que ese autor es lo más revolucionario, universal y con calidad del siglo que sea? Y, además, si tenemos una opinión sobre algún autor o libro, ¿es necesario que hablemos de esa manera en que nadie nos está entendiendo, sólo para demostrar nuestra superioridad, nuestra inteligencia y sabiduría? Javier Traité no necesita todo eso para hablar de la literatura, y por eso nos parece que verdaderamente está hablando de literatura.

Además, La Celestina acaba con una de las muertes más estúpidas de la historia de la literatura: cuando por fin parece que Calisto va a cepillarse a Melibea en una escena pornohardcore (ropa rasgada incluida), se oyen unos gritos al otro lado de la finca y al muchacho no se le ocurre otra que dejar ahí a la moza para subirse a una tapia a fisgar. Tapia de la que se caerá de cabeza rompiéndose el cuello, por supuesto, dejando al lector satisfecho al ver que no siempre los tontos tienen suerte.


La fierecilla domada (O

LA DOMA

DE LA FURIA)

por Rosa Rodríguez

SLY: ¿Quién es éste? ¡El tabernero! Ah Señor, he tenido esta noche el sueño más hermoso que has oído contar en tu vida. TABERNERO: Sí, pardiez, pero más vale que te vayas a casa, porque tu mujer te va a zurrar por soñar aquí esta noche. SLY: ¿Me va a zurrar? Ahora sé cómo domar a una furia. Lo he soñado toda esta noche hasta ahora, y me has despertado del mejor sueño que he tenido en mi vida. Pero voy a ver a mi mujer, y la voy a domar también si está furiosa conmigo. TABERNERO: No, espera, Sly, porque voy contigo a casa, y oiré el resto de lo que has soñado esta noche. W. Shakespeare, “La doma de la furia”

¡Literatura de humor! Algunos escritores me vienen a la mente; sin embargo me satisface la elección de William Shakespeare, de cuya ingente obra teatral recuerdo con una tremenda sonrisa, mi ya lejana lectura de un par de piezas: una es “Mucho ruido y pocas nueces” (que cuenta con una muy apreciable adaptación cinematográfica), y la otra es “La doma de la furia”. Sin que signifique un menosprecio a la comicidad de la primera, me voy a centrar en los continuos embrollos de la segunda. El fragmento que encabeza el artículo corresponde al final o desenlace de esta comedia -una de las más difundidas de Shakespeare, junto a sus grandes dramas-, y supone un manifiesto referente temático dentro de la obra. “La doma de la bravía”, denominada también “La fierecilla domada” o “La doma de la furia”, constituye una obra tan ingeniosa como disparatada, en la que Shakespeare, imparable y soberbio dramaturgo y poeta de la literatura inglesa de finales del siglo XVI y principios del XVII, amenizó con un contenido diseñado de forma asombrosamente cómica -un sagaz cóctel de humor y picardía-, a pesar de tratarse de una temática nada original en su momento –de esto hablaremos más adelante–. Los personajes del fragmento citado son quienes abren el telón de la recreación preparada para ser representada en el escenario elisabetiano (o isabelino), un espectáculo que se inicia a partir del juego burlesco y cuyo único objetivo será divertir y divertirse. Este juego se convierte en un continuo conector, desde el principio hasta el final, de lo que va a constituir toda la farsa. Y en medio de ésta, un magistral uso del “enredo”, con la función de producir la hilaridad del público que contempla la representación del escenario, y la de los personajes que aparecen en las dos únicas escenas del “prólogo” que precede a la apertura del primer acto, personajes que, por lo tanto, y a lo largo de casi toda la obra, aparecen como meros espectadores de otra representación simultánea. ¡Un auténtico lío! Todo este entramado es lo que se ha venido denominando “metateatro”, es decir, el teatro dentro del teatro partiendo de una farsa por duplicado, porque Shakespeare nos hace asistir alegremente a la representación (“La doma de la bravía”) que van a llevar a cabo unos comediantes concertados por el Señor, quien al regresar de una exitosa cacería, y encontrarse en la taberna a Sly, bajo una colosal borrachera y profundamente dormido, decide solazarse con una festiva burla: vestirán a Sly con ricas ropas y le trasladarán a la propia cama del Señor para hacerle creer, al despertar, que lo que ve (criados, joyas, refrigerio…) no es soñado sino real. Pero, la teatralización va más allá, pues obligan a Sly a presenciar la farsa de los comediantes, ya mencionada, y que no es más que la desatinada “La doma de la furia”, en la que Petrucho, el intrépido pretendiente que pide la

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mano de Catalina, “la furia”, consigue ufanamente doblegar, y enamorar, a la mujer de peor carácter y a la que ningún hombre osa acercarse. El ingenio y los muchos trueques de personalidad para promover el equívoco están presentes en todo momento. Por supuesto, la representación de “La fierecilla domada” servirá para que el pobre achispado, Sly, acepte, ya al final de la obra, el ingenuo “disfraz”, bien colmado de ingenio, que le han vendido sobre esta comedia como un “bello sueño” con el que ha aprendido dichosamente “cómo domar a su mujer”, tal como se aprecia en el diálogo del inicio. William Shakespeare urde, a partir de esta farsa, una sobresaliente estructura construida a base de disparatados embrollos. Y el hilo conductor de todos ellos, sin lugar a dudas, el “amor”, por un lado, y el “provecho”, por otro. A tal fin dice Petrucho, al pedir la mano de Catalina y con el pleno convencimiento de “domarla”: “Signor Bautista, mi asunto requiere prisa, y no puedo venir todos los días a pretender […] decidme, entonces, si obtengo el amor de vuestra hija, ¿qué dote recibiré con ella como esposa?” (W. Shakespeare, “La doma de la furia”). ¿Y cómo obviar el eje temático de esta delirada comedia? “La doma de la furia” parte del deseo de conseguir, por parte de los varones, el amor de las damas a cualquier precio, y en medio de esta trama amorosa, asistimos al sometimiento de la mujer a las órdenes del marido; una sumisión, además, que termina por ser consentida como normalísima, ante la incredulidad de los demás, por la terrible Catalina. Si en nuestro siglo XXI, “La doma de la furia” continúa contentando al lector-espectador, qué decir del contexto social para el que se escribe y en el que se representa la obra, el siglo XVII. No nos quepa duda que Shakespeare consiguió arrancar suficientes y escandalosas risas a los espectadores de su tiempo; el humor a base de ingeniosos comentarios en boca de la mayoría de los personajes, más los equívocos que se producen a raíz de los consentidos cambios de personalidad, y el frecuente manejo de recursos, tanto literarios como lingüísticos, nos ha legado una genial pieza de humor -y es que Shakespeare era capaz de ofrecer a su público, de igual modo, una tragedia que una comedia-. Debo reconocer que me dejaría insatisfecha pasar desapercibido un aspecto señalado más arriba; se trata de la escasa originalidad, en cuanto al tema se refiere, por parte de Shakespeare. La “doma” de la fierecilla, de la furia, de la bravía o como deseemos llamarle, ha sido, y era ya en el siglo XVII, un asunto que procedía de la tradición literaria. Reconocido el entusiasmo de Shakespeare por “lo español” en general, y la literatura española en particular (sírvanos como buen ejemplo su admiración por Cervantes y “El Quijote de la Mancha”), hago referencia a la que pudo suponer una innegable fuente de inspiración: la obra de Don Juan Manuel, en siglo XIV, “El conde Lucanor”, en la que se recoge un cuento que ofrece claros paralelismos temáticos con la comedia comentada; me refiero a aquel que lleva por título “De lo que sucedió a un mancebo que casó con una muchacha de muy mal carácter”. En el cuento medieval también se plantea cómo un mozo que desea medrar, decide casarse con una muchacha al parecer indomable y de un terrible genio, a la que el mozo o mancebo, al igual que hiciera Petrucho en la obra de Shakespeare, consigue “bravamente” doblegar. Eso sí, remarquemos que el cuento de Don Juan Manuel cede el ingenio y comicidad que caracteriza “La doma de la furia”, a los actos violentos e incluso sanguinarios, consiguiendo que el asunto resulte más censurable, a pesar del carácter didáctico que estas narraciones poseían en su época, como la mayor parte de la literatura. En la comedia de W. Shakespeare no observamos rasgos de violencia alguna; ésta aparece sustituida por comentarios irónicos y situaciones tan escandalosamente engañosas como contextualmente agudas, y lingüísticamente perspicaces. 22


Sin bragas otra vez «Nada envejece más que pensar que nos hacemos viejos.»1

por Noemí Camblor Aquel día y por enésima vez, llegué a casa sin mis bragas. —¿Y eso por qué? —Querrán saber… Pues por un motivo mucho más enrevesado, si quieren estúpido, y desde luego menos placentero del que les vino a la cabeza inmediatamente: el problema es que en el centro de Oviedo, allí donde se ubican todas las boutiques y franquicias que puedan imaginar, también se encuentra la mayor concentración de librerías por metro cuadrado jamás construida por el hombre (la Muralla China no, pero esto se puede ver desde el Espacio, ¡seguro!).

Aunque parece ser un cómic o una novela gráfica, en realidad Arroz Pasado es el compendio de los guiones de la serie del mismo nombre emitida en la televisión catalana y en el canal TNT, pero con una salvedad: estos sí son los guiones originales. De hecho son los storyboard que el autor preparó para el director y animadores y en los que como siempre, si existe algún parecido entre lo que el guionista escribe y lo que el espectador llega a visualizar, es pura coincidencia.

A regañadientes y con cara de agria (como si eso tuviera algún sentido ponérsela a una misma…una cuando no razona, no razona), comencé a revolver entre las estanterías de la librería de turno, pero el paseo duró poco, a penas un par de minutos, cuando mi cara de absurda autoindignación cambió inmediatamente al tener que ceder ante una enorme, sincera y poco discreta… ¡carcajada!: Acababa de leer una página al azar de Arroz Pasado (e irremediablemente acababa también de destrozar el presupuesto que llevaba encima para mi nuevo sayo).

Así que sí, hay película, e incluso DVD recopilatorio (y teniendo en cuenta que ha tenido éxito, espero el fatídico pero ineludible día en el que dentro del Happy meal te puede tocar el muñequito del guionista o de los productores, con función patada en el culo), pero por favor, no lo hagan: lean los guiones ahora que tienen la oportunidad.

Arroz Pasado. Volumen 1 es la obra de Juanjo Sáez a quien en algunas entrevistas he leído, le llaman dibujante… ¡Vamos a ver!, no me atrevería yo a decir que es precisamente dibujante, juzguen ustedes las ilustraciones… (ya, ya, yo no lo entiendo porque es un dibujante new generation, o un dibujante callejero, o un dibujante new age…venga, que a mí sí que se me ha pasado el arroz para definiciones sacadas de la manga), pero desde luego sí es un gran guionista. 23

Xavi Masdeu es el protagonista de una vida con aire película de Woody Allen: un hombre…cómo lo definiría yo…un hombre por casualidad, porque su DNI lo asegura, un tío guay porque como nació en los setenta no puede ser nini. Xavi es un diseñador gráfico treintañero escasamente apuesto, tirando a nada en absoluto, que intenta sacar su pequeñísima empresa de publicidad adelante con una seguridad cómica y para colmo del absurdo, un chaval que sufre la crisis de los cincuenta. En definitiva: un hombre que es protagonista de esta serie, y esa suerte tiene porque de su vida no es ni actor de reparto.


El autor habla de su obra como un reflejo de una especie humana común en Barcelona: el treintañero frustrado. Tal vez por modestia o tal vez porque no se da cuenta de la envergadura de sus reflexiones, esta obra no muestra sólo ese enorme grupo catalán sino que es el retrato de toda una generación mundial. Y digo retrato…no caricatura. Esto es lo preocupante. Temas como la frustración profesional, la inmadurez emocional, la dependencia familiar, los objetivos irrealizados y ya irrealizables, la rebeldía ante el compromiso y, sobre todo y ante todo, la inútil lucha contra el irremediable paso del tiempo… ¿Acaso son sentimientos compartidos por millones de hombres y mujeres que han llegado a la madurez sin saborear el prometido sueño americano? Arroz Pasado cuenta con un humor extraordinario, mordiente y sin tapujos, la desconcertante vida de un hombre como tantos, educado en el éxito personal pero olvidado por las intrépidas aventuras, por el dinero, por el sexo a raudales y lo que parecía tan fácil de conseguir: fama y prestigio. —¿Dónde está lo que nos prometieron? ¿No somos acaso la generación JASP? —Se pregunta Xavi…Querido, eso nos lo preguntamos todos. Este mes está en las librerías Arroz Pasado. Volumen 2, yo sin lugar a dudas lo compraré para ver si Xavi, por fin, ha encontrado el sentido de su vida en lo único que nos tendrían que haber inculcado: el respeto hacia uno mismo, el trabajo sólo como satisfacción personal, el esfuerzo como medicina del alma, el dinero para disfrutarlo, no para sufrirlo, y esas tardes besándonos en la playa… Aunque no descarto que lo que me encuentre en esta segunda entrega sea el capítulo en el que Xavi se compre unos cuantos cómics y llegue a casa sin calzoncillos…

Arroz Pasado. Volumen 1. Juanjo Sáez. p. 548. Ed. Reservoir books 2010. 1

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LAS CHORRADAS DE M I PA D R E

por Ainize Salaberri

Justin Halpern tiene una suerte inmensa. Además de tener un padre que le quiere y apoya, tiene un padre divertido, hilarante, como sacado de un dibujo animado. Caricatura pura y dura. Un padre con salidas, con recursos, con opiniones que parecen chistes. Un Mr. Bean americano adaptado a la perfección a la época que le ha tocado vivir. Sam Halpern, padre, médico, conferenciante, el punto de realidad que a su hijo Justin le faltaba (un padre que a su hijo, tras su primer día de guardería, le dice: “¿Te ha parecido duro? Pues si la guardería te está estresando, tengo muy malas noticias respecto al resto de tu vida.”), nunca, jamás, se ha andado con medias tintas. Y Justin, que tanto en su infancia como en su adolescencia nunca demostró ser un chaval hábil, es el receptor de críticas, opiniones y burlas de un padre fuera de lo común. A. J. Jacobs, en la contraportada del libro, dice: “El padre de Justin Halpern está entre Aristóteles y Winston Churchill. Él es brillante, y el libro de su hijo es desternillante”. Y no le faltaba razón puesto que si a día de hoy aún se recuerdan las muchas y variadas salidas de un Churchill sin igual, será difícil olvidar las chorradas de un padre como Sam. Imposible dejar el libro al lado y mirar hacia otro lado. Y, para muestra, un botón:

Los modales en la mesa

“Dios bendito, ¿habrá alguna vez una cena en la que no tires algo? [...] No, Joni, claro que lo hace a propósito porque, si no es así, tiene algún problema mental y ninguna de las pruebas decían nada al respecto.”

Dejar los juguetes por toda la casa

“¡Coño, acabo de sentarme encima de tu hombrecamión de los huevos! [...] ¿Optimus Prime? ¡Me importa una mierda cómo se llame, tú mantenlo alejado de los lugares donde me gusta poner el culo!” Un hombre que, desde luego, no tiene reparos en decir lo que piensa, tal y como le sale en ese preciso instante. Un

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que pasea desnudo por su casa, porque es su propiedad, sin importarle quién esté o las horas que sean. Un hombre que, al menos ruido a partir de la una de la madrugada, sale con un rifle, o una escopeta, o un cuchillo jamonero, de su habitación, dispuesto a salvaguardar su morada de intrusos y rateros de poca monta. Un hombre que no ve ningún problema en ridiculizar, a veces sin darse cuenta, a su hijo, mientras una valerosa, talentosa y tia buena camarera rubia aspirante a actriz les toma un pedido de desayuno. Un hombre que tampoco tiene ningún problema en ridiculizarse a sí mismo. Un hombre hecho a su desayuno a las seis de la mañana, a su bol de cereales con frutas, a su periódico, a las preguntas absurdas de un hijo cuyos genes, a veces, duda que puedan ser suyos.

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Justin Halpern se hizo famoso cuando d e c i d i ó c r e a r u n Tw i t t e r c o n , efectivamente, las chorradas de su padre. Actualmente le siguen más de dos millones de personas, y suma seguidores cada día. Podéis seguir sus tweets tanto en castellano como en inglés en: @shitmydadsays @chorradaspadre ¡Y también podéis seguirnos a nosotros!

Romper la ventana de los vecinos por tercera vez en un año “Pero ¿a ti qué coño te pasa? ¡Es la tercera vez! ¿Sabes? A estas alturas empiezo a plantearme si no será culpa del vecino. [...] No, ni mucho menos, claro que es culpa tuya, pero es que me niego a creer que mi ADN tuviera algo que ver en la creación de algo tan idiota.” Un hombre que, pese a estas respuestas, pese a una pasividad que no esconde, pese a los tacos, pese a todo, está siempre que Justin le necesita. Un padre que se sacrifica, que escucha, que aconseja, que apoya. Un padre de los pies a la cabeza. Un padre que hace que te descojones cada vez que abre la boca. Todos deberíamos tener un Sam Halpern en nuestra familia, porque jamás de los jamases nos aburriríamos. Una genialidad absoluta.

Lego

“Oye, mira, no quiero coartar tu creatividad... pero eso que has construido es un montón de mierda.”

Los toboganes acuáticos

“Tírate tú, prefiero no salir disparado por un tubo a una piscina llena de meados de niños de nueve años.”

Preparar mi propio almuerzo

“Tienes que meter un bocadillo. No puede haber solamente galletas y mierdas. [...] No, te dije que si lo preparabas tú podrías meter lo que quisieras, no que pudieras meter lo que metería un imbécil.” 26

@graniterainbow

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El por qué de todo Quim Monzó por Fusa Díaz

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En una entrevista, le preguntan a Quim Monzó si él se prepara algo cuando se pone a escribir, o si, por el contrario, todo es improvisación. Él contesta que no tiene tiempo para preparar. Y menos mal, porque parte de su voz viene de ahí, de la inmediatez, de cómo se enfrenta a la literatura, a sus cuentos, a sus crónicas. Viene de la forma en que juega él con las palabras como un niño con sus coches (o sus muñecas). Y un niño no necesita de rituales ni preparación para divertirse, como tampoco Quim Monzó para reírse, a través de nosotros, a través de la letra escrita (o leída, o recitada, o vomitada) de todo, todo absolutamente. Quim Monzó (1952, Barcelona) es uno de los escritores catalanes más importantes (o menos importantes, según para quién, como él mismo segura) de la actualidad: la que ya ha pasado y la que está por venir. Su colaboración en programas de radio y televisión, su columna en La Vanguardia y su tan característica manera de estar en el mundo le dan un eco y una

plataforma espectacular para darse a conocer. Pero Quim Monzó no es un vendedor de humo: uno es un tipo mediático que habla de lo que escribe y de lo que no escribe, de lo que lee y no lee, un tipo con tics y manías que despiertan la simpatía y el cariño de todos cuantos le ven, no es un tipo que se esté dando por lo que no es. Es un escritor. Y además se ha paseado c o n c r i t e r i o y h u m o r p o r o t ro s m e d i o s d e comunicación. Pero con elegancia, con compatibilidad, consecuentemente. De los escritores naciones que se mueven por el género del humor, es muy probable que Quim Monzó sea el más representativo. Sin embargo, a la hora de escribir sobre su obra, releyendo algunos de sus cuentos y descubriendo otros, uno se da cuenta de que el humor no está exactamente en lo que escribe, sino en cómo él se está enfrentando a eso que escribe. Quiero decir: cuando en un cuento a un hombre em-


piezana ocurrirle sin piedad cosas horribles, una detrás de otra, hasta la muerte, intentando salvar a un suicida y quedando bajo él, aplastado, cuando Quim Monzó escribe ese cuento un poco salvaje y un poco oscuro y tétrico, ahí no busca que el lector se ría; bien, el lector sí se ríe, Quim Monzó sí quiere verdaderamente que se ría... pero en realidad lo que hace reír son los hilos de detrás, no que a ese pobre diablo empiecen a ocurrirle todas las desgracias juntas, sino que haya alguien que se lo haya inventado. No necesariamente uno ríe abiertamente leyendo a este escritor catalán, pero el humor está ahí, más o menos dejándose ver, más o menos escondido. Es su actitud ante la vida (se define pesimista casi como enfermedad), burlona y descreída, la que mantiene el humor en todas sus historias, no la historia en sí. De modo que se convierte en un malabarista de palabras, te mantiene con el juego de sus palabras/pelotas -ahora arriba, ahora abajo, ahora se cruza con ésta, ahora la cambio de mano y tú te preguntas cómo lo he hecho, cómo se me ocurrió ese movimiento- al mismo tiempo que te divierte. En sus dedos la literatura, contar una historia cotidiana (las relaciones humanas y, más concretamente, las relaciones de pareja son por excelencia su tema más socorrido), parece realmente fácil. Porque no es brillante lo que vaya a contarte (y, por tanto, nosotros, que rehuimos de lo brillante porque no nos parece alcanzable, creemos que también podemos), ni siquiera de qué manera (si al menos usara palabras difíciles, de ésas que tienes que buscar para poder

Periodista Dicen que es usted uno de los mejores cuentistas de Europa. Quim Monzó No haga mucho caso.

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seguir el texto, pero así, así tal cual...), porque como por arte de magia se convierte en sencillo, de a pie (¡cualquiera podría con esto!). Uno lee a Quim Monzó y piensa: ¡yo también puedo escribir! Pero estaríamos en un error. Precisamente que nos haga creer que el pedazo de vida que él está tocando con su palabra no es complicado de extraer -cuidadosamente, como una pieza de puzle- y plasmarlo y narrarlo es su labor más compleja. Nada de lo que nos cuenta nos resulta ajeno: el ser humano como perdedor, cómo fallan estrepitosamente las relaciones humanas, cómo nacen de nosotros emociones contradictorias... ese lado agridulce y de lucha con nosotros mismos no es nada nuevo que Quim Monzó nos descubra con sus cuentos, pero sí es cierto que se nos pasa por alto precisamente porque estamos viviéndolo. Cuando uno lee a Quim Monzó, piensa: ¡yo también puedo escribir! Bastaría con intentarlo para darse cuenta de que lo que hace Monzó es un juego sólo apto para expertos, para malabaristas con experiencia en la ironía y la palabra. Es fácil hablar de dos amantes que se llaman por teléfono y fingen para divertirse, es fácil hablar de una enfermera que siente pereza por el papeleo de la muerte de uno de sus pacientes porque tiene una cita... todo eso es sencillo si uno lo quiere contar. ¿Pero cómo será hacerlo y que, sin provocar una carcajada, esté ahí el humor, cómo será sacarle el polvo a la desdicha y que quede un esperpento que nos resulta una broma, macabra pero broma? Porque uno lee a Quim Monzó y, sin meditarlo, dice: ¡yo también puedo escribir, también puedo hacer reír... también puedo vivir!


EL LIBRO DE LOS AMORES RIDÍCULOS por Pedro Larrañaga

Ayer mismo, tras finalizar la lectura del libro que tenía entre manos (“Historias de Roma”, del siempre recomendable Enric González), puse un momento la televisión. Eran poco más de las ocho de la tarde y en La2 había comenzado su telediario (no quiero presumir de ver La2, al fin y al cabo, casi lo único que veo en televisión es fútbol y baloncesto). Tras el noticiario, comenzó un programa sobre arte. Un formato curioso, en el que el presentador, a pesar de aparecer unas cuentas veces en escena, hablaba mediante una voz en off. El programa estaba centrado en las pinturas negras de Goya, unas obras en las que prima la visión trágica, el dolor y la angustia de un pintor que estaba quedándose sordo y contaba con 73 años. No, no vamos a hablar de pintura. Vamos a hacerlo de otra cosa. El propio presentador se preguntaba por qué el arte, la creación, parece más importante, más sublime, cuando explora el dolor. Cuando se vuelve trágico. El enfoque humorístico o lúdico no parece capaz de llegar a oponerse a la literatura seria. Al fin y al cabo, cualquier chiquillo o gracioso del tres al cuarto puede hacernos reír, pero hay que ser muy listo para armar una obra de verdad, firme y rígida. Pero, ¿es eso cierto? No lo sé, pero me gusta creer que no. De hecho, creo que sería mucho mejor si la literatura o cualquier otra expresión artística tomara en tan alta estima las aspiraciones dramáticas o las cómicas. Al fin al cabo, hace falta tanto genio para completar una gran obra desde una óptica como desde la otra. Al fin y al cabo, un genio capaz de realizar una gran obra trágica, podría elaborar una de corte humorístico. ¿No les parece? A mi sí, y no porque me crea más listo que nadie, si no porque ya he visto a uno de los más grandes hacerlo. Milan Kundera nos dejó una pieza clave de la literatura, un libro imprescindible en cualquier biblioteca, una obra que pasea por nuestro lado más oscuro como “La insoportable levedad del ser”. Sin embargo, el mismo maestro checo hizo gala del mayor de sus talentos en “El libro de los amores ridículos”, un libro que, a priori, se mueve en unos puntos cardinales muy distintos. Pero, ¿es eso cierto?

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Siete relatos extendidos a lo largo de algo más de 250 páginas. Siete juegos en los que los personajes, jóvenes y mayores, hombres y mujeres, muestran sus relaciones con la seducción, el amor, el sexo y el paso del tiempo. Títulos como “El falso autostop”, “Eduard y Dios”, “La dorada manzana del eterno deseo”, “Symposium”, “El doctor Havel al cabo de veinte años”, “Que los muertos viejos dejen sitio a los muertos jóvenes” y, por último, “La mayor desgracia es un matrimonio feliz: no le queda a uno la esperanza de divorciarse”, todos ellos un perfecto ejemplo de originalidad. Yo, evidentemente, estoy enamorado del último, porque pocas frases pueden definir con mayor precisión la eterna insatisfacción “buscada” por el ser humano. Ese concepto de “búsqueda” prima en el hilo argumental de la mayoría de estos relatos. Buscar la forma de seducir a una mujer hasta convencerse de que ha entregado hasta lo más profundo de sí misma. Buscar nuevas situaciones en las que poner a prueba la fidelidad de la pareja, llegando a un extremo en el que, sea cual sea la respuesta, el final no será feliz. Buscar esos encantos que teníamos en la juventud, pero que no hemos sabido descubrir en la madurez. Muchas búsquedas, pero no hay respuestas para todas. En un pequeño motel, en la sala de urgencias de un hospital, en un balneario, en cualquier lugar pueden florecer esas miradas, esas muecas, esos gestos hechos sólo para la persona que está enfrente. Todas esas conductas que, vistas desde fuera, pueden resultar ridículas, pero que cuando somos nosotros los protagonistas lo vivimos como la mejor escena de la historia del cine. Eso es lo que hace Kundera, jugar con las perspectivas, con las ópticas, meterse dentro de los personajes para sacar al exterior sus emociones o contemplar desde la distancia, como un observador digno del National Geographic. Como un ilusionista, se vale de una multitud de espejos para ofrecer perfiles en los que no salimos tan favorecidos, pero que no dejan de provocar una sonrisa, una instantánea de esos momentos en los que nos quitamos la careta de formalidad que vestimos en el día a día. Una sonrisa, convertida en carcajada en muchas ocasiones, que recorre cada página. Un humor en el que tampoco deja de adivinarse esa sombra oscura de la tragedia. Eso es la literatura de Kundera, el eco triste en medio del buen humor, como en “El libro de los amores ridículos”. El poso cómico en medio de la incertidumbre, como en “La insoportable levedad del ser”. ¿Acaso hay mejor retrato del ser humano? 30


o el mundo anárquico y escatológico de Akira Toriyama

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DR. SLUMP

D AV I D G . Á V I L A

El orden, la disciplina, los horarios, los estándares de calidad, las vacaciones, las jornadas laborales, el tac-tac-tac del grifo que gotea... ritmos cuadriculados para vidas encasilladas en ángulos rectos de tiempo y espacio. Buscamos en la literatura vías de escape u opciones, ejemplos de oportunidades que otras han tomado y nosotras nunca nos atreveremos a hacer realidad. Si el terror, la ciencia ficción, la novela romántica, el sexo fácil y tonto, la fantasía más vendible y comprable nutre esa necesidad de viaje libre por lo imaginario sin moverse del sofá, el humor se sale de esta tangente y se convierte en algo muy serio a tener en cuenta. La Codorniz (“La revista más audaz para el lector más inteligente”), o El Papus, Hermano Lobo, Por Favor y El Jueves son maravillosos ejemplos de revistas de humor (para gustos se hizo la variedad) en las que el ingenio y la inteligencia son materias primas imprescindibles para saber hacer reír. Pero despertar una carcajada, o el instintivo gesto de abrir nuestras bocas de par en par hasta acariciar nuestros oídos, puede llegar a través de múltiples veredas creativas. En Japón, en el despertar de la década de los años 80 del siglo pasado, surgió un manga que tuvo un éxito fulgurante nada más llegar a las librerías: Dr. Slump, de Akira Toriyama. Fue tal la demanda de historias del Dr. Slump en su momento, que en muy poco tiempo ya se estaban emitiendo historietas animadas en la televisión nipona. Pero, ¿qué es o quién es el Dr. Slump? En concreto es toda una saga de aventuras y personajes desbordantes de ingenio e inocencia. Akira Toriyama, creador, también, de la archiconocida obra Dragon Ball o Bola de Dragón, dio rienda suelta a su imaginación para alojar en la curiosa comarca de Villa Pingüino, a un elenco de figuras encantadoras. El cómic narra las vivencias, juegos y experiencias de Arale, un robot con forma de niña humana nacida de las manos inquietas del doctor Sembei Norimaki. Un científico “loco”, capaz de inventar lo más estrambótico e irreal en un mundo en el que entra todo. Arale es una “niña-robot” de la que nadie sabe que tras la piel tiene circuitos y engranajes en lugar de órganos y venas. Posee una fuerza sobre humana, es rápida como el rayo, una maestra matemática... Poderes que le asemejan a superwoman, con la diferencia de que Arale es miope por lo que necesita usar gafas, y que es tan bendita e inocente como una recién nacida que lo tiene todo por aprender. Arale es el personaje central en todas la narraciones, en las que hace amistades, aprende a desenvolverse por el mundo complejo y lleno de reflejos de los humanos e intenta ayudar a todos, junto a la inestimable 31


ayuda de su amiguito Gatchan. Su inocencia le lleva a vivir aventuras disparatadas con multitud de seres y personajes que viven en Villa Pingüino. La cosmología y los mundos fantásticos inventados por Akira Toriyama, han sido reeditados en múltiples ocasiones y en infinidad de países. Yo me topé con la saga en su formato clásico en un típico mercado de “lo viejo” buceando entre los puestos de libros de segunda mano que cada domingo ocupan la Plaza Nueva bilbaína. Viñetas claras y sencillas, de escrupuloso blanco y negro y con el formato de lectura japonesa (de derecha a izquierda). Y entrando en estas páginas nos encontramos con historias de títulos tan peculiares como: La gran estrategia de las braguitas de fresa, Niños extraños, Ultimátum a la Tierra... En todas ellas objetos cotidianos y animales tienen la capacidad de hablar y moverse como humanos (incluso utilizan complementos como bolsos, gorros o botas, aunque muchas veces van desnudos) también hay parodias a superman y tarzán (como es el caso de Sopaman), los extraterrestres intentan invadir la comarca sin conseguirlo nunca, el astro rey se levanta cada mañana limpiándose los dientes y utiliza gafas de sol, los coches parecen de juguete, excrementos parlantes y juguetones, chistes escatológicos, hay referencias infantiles a Frankenstein, Drácula, dinosaurios, alusiones a la mitología y las tradiciones japonesas, a la modernidad de su cultura actual, y un incalculable arca de Noé caricaturesco. Todo ello con las marcas personalísimas de Akira Toriyama en su manejo de la pluma y el lápiz que más tarde hemos podido ver en la saga de Dragon Ball, y otras obras de la cultura manga oriental: exageración en los gestos cuando los personales se sorprenden o enfadan, gotas enormes de sudor que detonan vergüenza o pudor, transformaciones de apariencias dependiendo del estado de ánimo del personaje, caídas, gritos, gigantescas onomatopeyas... Para todas las personas que disfruten del humor loco y blanco, y que agradezcan la imaginación irreverente e infantil dirigida tanto a adultos como a peques, Dr. Slump les permitirá leer y contemplar con una sonrisa sin igual. Ah, y entre capítulo y capítulo podréis aprender a dibujar a Arale, conocer la casa del autor, manualidades... que no tienen desperdicio y son para todos los públicos.

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Asumir lo grotesco por Iraide Talavera Émile y Juliette son un matrimonio feliz. Se conocen desde niños y, por tanto, han compartido los mejores momentos de su vida. Son amigos, compañeros y hermanos. Ahora ha llegado el momento de la jubilación de Émile, y sólo quieren aislarse, vivir en un lugar donde sólo los rodee la nieve, y el contacto con la sociedad sea mínimo. Saben que es ahí donde se esconde su felicidad, la que llevan tanto tiempo ansiando. Llegan a una casita que responde a ese ideal. Allí podrán pasar sus últimos años en el silencio, en la paz de conocerse y de quererse. Sin embargo, una tarde llega su vecino más cercano, Palamède Bernardin. Piensan que se trata de una visita de cortesía, ya que en un lugar donde vive tan poca gente es común que la gente se conozca, que se aferre a los pocos seres que comparten con ellos un área tan grande. Pero el señor Bernardin vuelve a efectuar su visita día tras día, de cuatro a seis, con una estoicidad invariable, plana, pesada. Émile y Juliette, al principio, tratan de restarle importancia al asunto. Tal vez sólo sean los primeros días, luego ese hombre se aburrirá y se irá. Sin embargo, el visitante no desiste. Se aposenta en el sofá de su casa, espera a que le sirvan un café y se queda impertérrito, esperando a que le den conversación, a la que responderá con monosílabos, o con un silencio de cemento que dejará al matrimonio indefenso. De poco sirve que se tomen al señor Bernardin con humor. Émile se dedica a llenar el mutismo con discursos incoherentes, emulando al profesor de universidad que hasta hace poco fue, pero las arengas poco afectan a la mole impasible. Mientras duran los monólogos el marido y la mujer ríen pero, en el fondo, su mente rezuma desasosiego. ¿Hasta cuándo durará esa situación? ¿Por qué son incapaces de frenarla? Nosotros, como lectores, reímos con ellos ante lo grotesco de las circunstancias. La autora, Amélie Nothomb, describe a Palamède de forma caricaturesca, hasta el punto de imaginárnoslo sin cerebro, como una masa de crudo carente de empatía, y esto nos hace comprender por qué Émile y Juliette bromean en su presencia. Pero, a la vez, empezamos a sentirnos angustiados. Nuestras manos se agarrotan ante la falta de libertad de los protagonistas, a quienes hemos cogido cariño porque estaban llenos de vida, porque habían elegido su camino, porque rebosaban 33

amor, porque eran inteligentes, ágiles y despiertos, porque tenían sentido del humor. Y, sin embargo, unas personas tan preparadas y tan merecedoras de cariño se ven abocadas a lo oscuro, al vacío de un hombre sin sentimientos ni escrúpulo alguno, a ver su existencia delimitada a diario por una presencia que no desean. Están indefensos, desamparados por los convencionalismos sociales, que los obligan a seguir siendo educados, amables y serviciales aunque la situación a la que se ven expuestos los mueva a todo lo contrario. Por mucho que sepa que al otro lado se esconde su peor pesadilla, Émile siente la obligación de contestar a ese puño que golpea su puerta con determinación. Aunque no haya nadie que los juzgue, el matrimonio siente el yugo de la responsabilidad y abre, y accede, y permite que su terreno sea invadido, ultrajado. Deberíamos preguntarnos cuántas veces hemos permitido que nos suceda lo mismo. En cuántas ocasiones una presencia o una actividad non grata han arruinado nuestra rutina, haciéndonos sentir indefensos; cuántas veces no nos han tratado como merecemos, y hemos seguido usando los patrones sociales aprendidos, sin adaptarlos al nuevo contexto; en cuántos momentos hemos justificado que nuestros deseos sean lo último, que nuestra autoestima y nuestras apetencias dependan del arbitrio ajeno. Amélie Nothomb teje con puntadas prietas una novela de humor a la que no le sobra nada, en la que lo absurdo de sus personajes nos hará reír, pero que al mismo tiempo generará en nosotros la tensión y la impotencia de vernos reflejados en Émile y Juliette, de ser los moradores que, desde dentro de la casa, oyen el apremio de unos golpes fuertes que los instigan a acudir puntuales a su particular patíbulo.


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SI LEES A PÀMIES SIN HACER MUECAS FUSA DÍAZ

Los tipos que nos hacen reír siempre son serios. Su seriedad es, en parte, imprescindible. ¿Y quién es, si no, Sergi Pàmies? Un tipo serio que nos hace reír. Nos hace reír escribiendo cuentos o artículos, siendo comentarista en la tele. Y él se ríe, se ríe... pero poco. En sus cuentos (tengo aquí a mi lado, esperando para que los abra y pueda así corroborar todo cuanto escribo, Si menges una llimona sense fer ganyotes y T’hauria de caure la cara de vergonya, traducidos al castellano como Si te comes un limón sin hacer muecas y Debería caérsete la cara de vergüenza) pasa lo mismo. Uno tiene la sensación de estar ante un tipo serio, un escritor que ha decidido ser escritor. Que se encara a la literatura con honradez y la elige su oficio. Un tipo que se ha propuesto jugar con nosotros, a través de una ironía fina y atrapante, literariamente. Porque en el primer cuento de T’hauria de caure la cara de vergonya yo me he sentido así, que Pàmies estaba jugando conmigo (de ahí el título, jugando con uno de los suyos, siempre tan directos y originales: si lees a Pàmies sin hacer muecas es que estás dormido, o, en el peor de los casos, muerto): el director de una sucursal ve cómo la alarma de emergencia se enciende, decide bloquear la caja y, en un acto de cobardía bochornosa, se mete dentro de un armario. Durante los minutos que paso leyendo este cuento me voy riendo discretamente, estoy casi convencida de que, de un momento a otro, todo va a resultar una situación ficticia, la típica prueba de que, en caso extremo, todos van a saber cuál es su papel. Es cierto que se oye en conversación (desde el armario, digo) que hay un cadáver, ambulancia, policía. Pero sabes que Sergi Pàmies, ese tipo serio que sabe cómo hacerte reír, va a saber cómo darle una explicación lógica. Quizá porque sabes que Sergi Pàmies es ese tipo que te hace reír ya empiezas a leer buscando el humor en todas sus lecturas. La cuestión es que, en mi caso, he estado convencida durante todo el cuento Sucursal de que, de un momento a otro, la ridiculez y la broma iban 34

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a caer pesadas sobre ese director de agencia. Estás esperando eso, la risotada final, que te haga no sentir piedad por el personaje, ya que ha nacido en ti bajo la mirada irónica del tipo serio que... de Sergi Pàmies. Pero después la desgracia cae sobre ti, encima, pesadísima, dejándote sin saber muy bien por qué diablos te has estado riendo todo el cuento, si en realidad no, si en realidad el tipo, sin en realidad, si resulta que... Sergi Pàmies también puede ser un tipo serio que no quiere hacerte reír, pero, incluso en esos casos, hasta que te deja constancia de ello, tú sueltas una risilla. Las últimas apariciones públicas de este escritor catalán (Barcelona, 1960) me demuestran que también él pretende ser sólo el tipo serio que hace cosas de tipo serio. Con su último libro (y no me refiero a El último libro de Sergi Pàmies) él mismo nos muestra su lado más autobiográfico, real y formal. Será por eso que, intentando saber más de él, buscando en artículos, entrevistas y colaboraciones en el programa Els matins de TV3, me da la sensación de que Sergi Pàmies ya no quiere hacer gracia. En La bicicleta estàtica existe, por primera vez, la tristeza, la melancolía. Temas que son supervivientes de su lado más humorístico: recuerdos infantiles, autorreflexión. ¿Y por qué? En una entrevista ofrecida a El País, Pàmies contesta que “llega un momento en que tú ya no decides estrictamente sobre la vida, sino que eres importante en las de los demás”. En ese momento la literatura se convierte en exorcismo; la responsabilidad, la vida y la muerte, convertirse en imprescindible para, por ejemplo, tus hijos... todo, de algún modo, afecta también al escritor. Y de esta manera se puede ver, cambiando de registro, pasando de ser el tipo serio que nos hace reír al tipo que sonríe melancólicamente y mira hacia atrás. Sin embargo, siempre queda un pequeño rastro del primer Sergi Pàmies, del que representa el humor fino catalán más internacional, junto a Quim Monzó. A pesar de que en este último libro se ve otra cara del articulista, que no por ello es más o menos verdadera que la anterior, el título sigue siendo un disparo de ingenio, como siempre. ¿Por qué La bicicleta estàtica? Llegados a una cierta edad cuenta-, el médico nos recomienda que hagamos ejercicio. Muchos se compran una bicicleta estática y se aferran a la idea absurda y estúpida de que ahí subidos, pedaleando, se están haciendo más jóvenes. Al final se acaba convirtiendo en un perchero de camisas. Y después en nada.

Naturalmente la bicicleta estática, que es un objeto absurdo porque no te lleva a ningún lado, pronto pasa a ser un colgador de camisas y luego un trasto arrinconado en el cuarto de la plancha.


Caricatura Practchett: JOSH KIRBY

Los colores de Terry Pratchett por Marga Martín Terry Pratchett es el típico autor que todo el mundo te recomienda leer pero que, al menos en mi caso, nunca sabes cuál es el momento ideal para ponerte con su obra. Y es que: ¿por dónde empiezas? Casi 40 novelas relacionadas sólo con el Mundodisco ya son palabras mayores.

páginas. Después de todo, ¿quién le dice que no a un gigantón que me saca tres cabezas y que bien podría ser uno de los guardias de Ankh-Morpork? Para todos aquellos que no conozcan el Mundodisco, Ankh-Morpork es la ciudad más grande del mismo. Y para todos aquellos interesados en mi historia, aquel libro que mi amigo me ofrecía era “Dioses menores”, y sí, fue el principio del fin. Desde aquel entonces estoy enganchada a las historias de este genio de la fantasía y del humor.

Preguntes a quien preguntes, todos tienen su opinión. Algunos te recomiendan leerlos por orden de publicación. Otros, que escojas una de las sagas y las vayas leyendo una por una. Otros te dicen que mejor te dedicas a otra cosa en vez que pasarte la vida leyendo... Lo confieso: soy de esas pesadas que pone la puntilla con un “tengo todos sus libros, incluso los que no se A mí, que siempre me ha gustado llevar la contraria, han publicado en España”. Estoy siempre pendiente de me “convenció” un amigo. Hablando sobre Pratchett cuándo sale a la venta el siguiente para conseguirlo me dijo: “Estás de suerte: acaban de devolverme este antes que nadie. Admito, incluso, haber escondido libro. Te lo lees y ya me dices si te ha gustado o no”. libros suyos en las estanterías de la biblioteca para ser Mal asunto. Estaba en la obligación moral como amiga la única persona que supiese dónde estaban y así y como lectora de entregarme al repaso de aquellas poder ir allí y leerlos una y otra vez. Reconozco tam35


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bién que lloré al enterarme que el autor tenía alzheimer. Pero como él mismo decía en ese comunicado: “no estoy muerto [...] aún hay tiempo para escribir al menos unos libros más”.

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Igual de desubicada me sentía yo cuando mis amigos se mataban por contarme de qué iban estas novelas. Mientras, pensaba para mis adentros que la fantasía tiene que ser algo épico, algo que te haga soñar con que los buenos salvarán el día y los malvados se llevarán su escarmiento, pero sin rozar lo infantil. Tiene que tener su componente trágico, su punto de intriga. No se puede evitar lo dramático en este tipo de historias. O al menos es lo que yo creía.

“El color de la magia” es la primera novela publicada de la saga de Mundodisco y nos sirve como introducción a esta locura de universo. El disco del mundo es sostenido por cuatro elefantes (Berilia, Tubul, Gran T'Phon y Jerakeen), que a su vez se apoyan en el caparazón de una tortuga gigante: la Entonces fue cuando me senté por fin a leer las Gran A'Tuin. Alrededor de ella (o él, nadie conoce su aventuras de Dosflores, un trotamundos inocentón que sexo) giran en órbita el sol y la luna. viaja por todo el disco en busca de emociones, de conocer héroes y de comprar souvenirs, incluso La historia que aquí se nos presenta es una vieja cuando solamente él parece conocer lo que eso conocida: héroe conoce a antihéroe, se meten sin significa. Y me metió en su mundo. Y me presentó a querer en problemas y se ven forzados a unir sus Rincewind, un aprendiz de brujo fracasado que sólo caminos para salir victoriosos de esta aventura. Sin conoce un hechizo y que sobrevive de mala manera a embargo, si hay algo que caracteriza la obra de base de meterse en líos. Y a partir de ahí me llevaron Pratchett es que no es tan plana como parece– al igual de la mano en un sinfín de alocadas peripecias que, que el disco no es tan plano como en apariencia contadas, pierden toda la gracia. Hay que leerlas y pueda parecer. descubrirlas y disfrutarlas con los ojos del primer turista del Mundodisco que, al fin y al cabo, es lo que Si es la primera vez que te adentras por estos lares somos. descubrirás como hice yo en su día que: 1) los magos pueden ser unos completos inútiles; 2) que los “Creí que me había explicado bien esta mañana, equipajes tienen patas, instintos homicidas y la Rincewind. Quiero ver la auténtica vida morporkiana: el asombrosa capacidad de encontrar a su dueño; 3) que Mercado de Esclavos, los Pozos de Putas, el Templo la muerte habla en mayúsculas; y 4) que ser el primer de los Dioses Menores, el Gremio de Mendigos... y una turista de la historia acarrea graves peligros. Auténtica Pelea de Taberna. -Un leve tono de sospecha apareció en la voz de Dosflores-. Porque Los héroes no tienen por qué ser siempre fornidos existen, ¿no? Ya sabes, gente colgándose de las guerreros llegados de tierras lejanas y exóticas y los lámparas del techo, peleas a espada sobre las antihéroes no tienen por qué ser siempre los fieles mesas..., ese tipo de cosas en que siempre se meten escuderos ni las voces de su conciencia. Los héroes Hrun el Bárbaro y Comadreja. ¡Emociones!” pueden ser bajitos y desgarbados y llevar a su lado a auténticos patanes sin ningún tipo de escrúpulos. Aprendí, en definitiva y gracias a ellos, que la fantasía Aunque, así (de mal) explicado, nada tiene sentido. puede desembocar en carcajada.

Te r e n c e D a v i d J o h n P r a t c h e t t , Inglaterra, 1948, es un escritor británico de fantasía y ciencia ficción. Sus obras más famosas, tratadas además en este artículo de Marga Martín, pertenecen a la serie del Mundodisco (Discworld). Sin embargo, su obra no se limita a esta serie si no que también ha escrito relatos cortos, novelas juveniles, y guiones para las adaptaciones de sus novelas. Se encuentra entre los autores más vendidos de ficción tras J.K. Rowling, con más de 40 millones.

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Donde reina el desconcierto El Circo del Dr. Lao – Charles G. Finney

por Iraide Talavera El humor tiene un punto de desconcierto. Mueve los cimientos en los que se sustentaba nuestra realidad, la deforma o cambia el prisma desde el que nos asomábamos a ella. Nos despista, y esa confusión provoca nuestra risa. A la fantasía le ocurre algo similar cuando sacude el polvo de nuestro entorno con ruido circense. Desorienta a la par que atrae, nos hace preguntarnos dónde están las fronteras entre lo verdadero y lo ficticio. Nosotros, seres racionales, empezamos a interactuar con criaturas sacadas de la imaginación de mentes alucinadas, y así les damos forma. Así se presenta el circo del Dr. Lao en Abalone, Arizona, con toda la propaganda posible en los años de la Gran Depresión. Su director, un chino de aspecto enclenque, llega al pueblo anunciando un espectáculo protagonizado por los seres más increíbles: una esfinge, una quimera, una serpiente marina, un sátiro, un fauno… Son sólo algunas de las criaturas que todo aquel que pague su entrada al circo podrá contemplar. Los habitantes de Abalone, escépticos y aburridos, deciden probar; al fin y al cabo, no tienen mucho más que hacer en un pueblo perdido donde nunca pasa nada. De esta manera, nosotros también vamos paseando de caseta en caseta y vamos conociendo a esas creaciones fantásticas, a la par que descubrimos a los visitantes del circo por la forma en que interactúan con ellas. Nos encontramos, por ejemplo, con la viuda de Howard T. Cassan, una señora obsesionada con saber su futuro. Para ello, entra en el puesto del adivino, que presume de conocer toda la verdad sobre el destino de las personas y de no engañarlas al respecto, vaticina que esa mujer llevará su misma existencia monótona hasta la hora de su muerte. No conocerá el amor, ni se hará más rica. Ésta, sin embargo, preferirá vivir en el engaño, quedarse con lo irreal, pese a que el futurólogo le haya mostrado los hechos claros, tal y como van a ser. También conocemos a la señorita Agnes Birdsong, la profesora de lengua de la escuela secundaria de Abalone. Se trata de una mujer que se apoya en su intelecto para huir de cualquier impresión sensorial que la desestabilice y que le haga perder el control. Sin embargo, llega el circo y no puede evitar sentirse atraída hacia ese desfile de fieras: la viscosidad gris y amarilla de la serpiente le hiela la sangre, pero no puede dejar de mirarla; cree oír hablar a la esfinge y trata de convencerse de que no puede ser real, ya que ella es “una chica inteligente y sensata”, pero aún así no abandona el circo y se dirige a la caseta del sátiro. Éste, feliz ante la llegada de una joven atractiva, la invade con su aroma dulzón y hace que con la música de su siringa y la estrechez del espacio que cohabitan su resistencia se evapore. De esta forma, la señorita Birdsong afloja su razón y se convierte en un cuerpo al servicio de las fantasías de ese ser de fábula, mitad hombre y mitad animal.

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Otro de los personajes destacables es el abogado Frank Tull. Se dirige al circo porque en el desfile su mujer y él no se han puesto de acuerdo sobre si uno de los seres que habían visto era un hombre o un oso. Es un hombre con diversas enfermedades, implantes y operaciones que, poco a poco, lo han convertido en un amasijo de metal y clavos. Como afirma el narrador, lo que va a quedar tras su muerte tiene más de artilugio que de persona, más de máquina que de humano. Son sólo tres de los muchos ejemplos a través de los cuales Finney hace una crítica indirecta del comportamiento de los protagonistas. Gracias a sus acciones y sus conversaciones, descubrimos que esas personas, pese a su aparente desdén por el “circucho” que ha llegado a su pueblo, resultan más ilusas que las encarnaciones mitológicas que visitan. La viuda de Howard T. Cassan se resiste a paladear la predecible rutina del resto de sus días; Agnes Birdsong fracasa en su deseo de frenar la fantasía, y deja que ésta la seduzca, y el abogado Frank Tull, enzarzado en la discusión sobre si aquello que vio en el desfile era un hombre o un oso, no se da cuenta de que apenas hay distinción entre él mismo y un robot. Así pues, Charles G. Finney consigue que lo fantástico y lo real se fundan, hasta el punto de hacer que nos tomemos mucho más en serio a la galería de seres de fábula que a los habitantes de Abalone, que se vuelven inconsistentes y risibles: ¿quién sería capaz de confundir a un hombre con un oso, o con un ruso? ¿Qué los hace incapaces de distinguir un caballo de un unicornio? Pero nosotros, lectores, sin querer, también hemos caído en las redes del circo, estamos presos de este agujero negro de la fantasía. Llegamos a cuestionarnos la existencia de algunos seres, ya que sus nombres nos suenan. Los buscamos en la enciclopedia, o en internet, porque estamos seguros de que algunas de esas bestias están presentes en la mitología, y queremos seguir investigando porque otras, en cambio, nos resultan totalmente desconocidas. De este modo, descubrimos que la imaginación no es un circo que podamos visitar cuando queramos, sino que sus casetas están bien clavadas en nuestras creencias, tanto como en el suelo gris de Abalone. ¿Acaso no confiamos nuestros deseos a los dioses? ¿Acaso no volcamos nuestra fe en las cartas de cualquier adivino? ¿Acaso no es nuestra fantasía la forma más potente de evocar la sensualidad que le está vetada al mundo tangible? El Circo del Dr. Lao es una novella que se aborda con humor, como si no fuera con nosotros, pero de la que inevitablemente salimos conociéndonos un poco más a nosotros mismos.

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CURSO DE LIBRERÍA

por Fusa Díaz

No es la primera vez que se dice que la novela de Fernando San Basilio, Curso de Librería, es una novela de perdedores. Tampoco que esos mismos perdedores son entrañables y como hechos a imagen y semejanza del lector que caiga en las páginas de este libro. No, no es la primera vez. Pero no por ello en Granite and Rainbow vamos a dejar de decirlo. San Basilio reúne en un curso financiado por la INEM a un grupo de personas que, gracias al subsidio, pueden disfrutar de un curso exclusivo y muy nuevo. Los personajes, que no necesariamente acuden por interés hacia la literatura ni pretenden vender libros, son todos personas tan normales, tan sencillas, tan vacías, tan humanas... que uno no puede dejar de verse reflejado en ellos; o por lo menos no le resultan del todo ajenos, del todo literarios, sino más bien todo lo contrario: normales, comunes, de pie, reconocibles. Con un aire tristón y gris, manchado todo del café de la mañana, la monotonía y la vida cotidiana, la novela está narrada de una manera alegre, con pinceladas de humor que, aunque no frecuentes ni constantes, dejándole espacio a la historia que nos quiere contar este autor de Madrid (1970), hacen de la lectura un acto más que amable y dulce. Tratándose de la primera novela publicada de Fernando San Basilio, gracias, cómo no, a la editorial Caballo de Troya, esta historia te mantiene con una sonrisa en los labios. Con cierta compasión y lástima, pero también intercaladas con un toque de humor amargo e irónico, como quitándole hierro a la vida. En la contraportada ya nos avisan de que los fracasados son retratados sin maquillaje poético que los disfrace de antihéroes de nuestro tiempo, aunque también ellos quieren creer que el fracaso es cosa de otros. Como es el caso del protagonista, el que, sin nombre, nos va presentando los espacios y los personajes de Curso de Librería; periodista expulsado de su periódico por haber trampeado con, lo que él llama, el nuevo periodismo, trata a sus compañeros desde

una superioridad que, sin embargo, ni siquiera él mismo se está creyendo. Nos habla desde un escalón por encima que los demás, señalando con el dedo todos los desperfectos de los alumnos de este curso (de ahí, de su media sinceridad, nace la relación íntima entre el lector y San Basilio, que pronto uno se imagina que es el que está narrando), de los profesores de este curso... sin darse cuenta de que precisamente puede hacerlo porque él no es tan distinto de todo lo que está viendo, puesto que puede verlo, puesto que está allí mismo. En la pirámide de frustrados él se sitúa de los últimos: está cobrando el paro. Y con estas medidas un poco de burla y un poco de tristeza, absurdas pero necesarias, los personajes se nos van clavando, de tan corrientes y simples. El argumento ya de por sí se presenta con cierto escepticismo: el curso es tan novedoso que los profesores se implican de una manera exagerada y chistosa, ninguno de los que allí se presentan han tenido demasiado contacto con el mundo del libro, la mayoría lo único que necesita es que no le quiten su condición de persona parada... y todos, absolutamente todos, no poseen ningún triunfo en sus vidas. Todos se creen con la capacidad suficiente para marcharse de ese curso, si quisieran... y todos se acaban convenciendo de que no quieren, cuando en realidad lo que ocurre es que no pueden. Fernando San Basilio aparece discreto y silencioso en el panorama literario actual, se ha colado en el corazón de Constantino Bértolo, su editor, y ya tiene publicada su segunda novela (Mi gran novela sobre La Vaguada). Sin hacer mucho ruido, sin molestar ni quedar encajado en esos grupos de jóvenes escritores que son más mediáticos que jóvenes o escritores, este escritor madrileño sorprende con esta historia cercana y de hoy. ¿No es cierto que todos nos lo imaginamos en un curso tan inverosímil como el que se imparte en la Academia Diderot?

También aseguraba que Paul Auster, tan traído y tan llevado, no existía, que era el seudónimo que usaba un señor de Soller, en Mallorca, el cual nunca había salido de la isla de la calma. -Su verdadero nombre es Pau Fuster. En Mallorca lo sabe todo el mundo. -Pero hombre, Gerardo, si ese Paul Auster está en todas partes. Lo hemos visto hasta en el cine. -En el cine también hemos visto a Batman y a Robin. 39


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EL EMAIL DE LOS COJONES por Ainize Salaberri De: elemaildeloscojones@danielglattauer.com Para: Lectores de la revista literaria Granite & Rainbow. Asunto: Jubilación anticipada

Buenos días, tardes, noches, No tengo nombre, pero me hago llamar “el email de los cojones”. Soy el causante de que haya sido posible la continua correspondencia entre Leo Leike y Emma Rothner, los tíos más pesados con los que me he encontrado en toda mi vida. Ellos son los protagonistas de Contra el viento del norte y Cada siete olas, primera y segunda parte de un deseo, amor, curiosidad y explotación. Explotación la mía, claro, no la de ellos. Antes que para esta compañía, trabajé para muchas otras, que me dieron más o menos trabajo, que tenían diferentes asuntos, correos cortos por lo general. Un día caí en desgracia y con Leo y Emma me topé. Comenzó, entonces, mi desesperación más absoluta. Los muy capullos se dedicaban a escribirse a toooooodas las horas del día, cada pocos segundos, a veces minutos, las que menos horas o días, y yo no sabía lo que era el descanso. Coño, la gente por la noche duerme y deja el correo electrónico en paz. Estos dos malnacidos no, porque no podían dejarse tranquilos el uno al otro. Que si Leo buenas noches, que si Emma mañana te escribo, que duermas bien, lo mismo, qué buen día que hace, qué noche más cálida, hoy sopla un poco el viento del norte pero te escribo y me siento mejor... Cabrones. Para vosotros todo esto es muy interesante, porque sois unos cotillas de poca monta y os encanta leer correspondencia ajena (a mí al principio también, porque me enteraba de cosas increíbles –de lo guarros que pueden llegar a ser los empresarios de familia, por ejemplo), pero si os ponéis durante un segundo en mi posición, email viene email va, email que se devuelve email que vuelve a contestarse, la gracia se pierde y comienza la ira, los sentimientos de matanza colectiva, de autodestrucción. Desde el sofá o desde la cama, cuando abres el libro y comienzas a leer, es fácil olvidarse del pobre servidor y del pobre email que hacen posibles esos correos. Pero, oigan, que existimos, y nos han explotado, y mucho peor, nos han esclavizado, sodominazo, robado horas de sueño. Joder, que estaban a metros de distancia ¡y en vez de mirarse a los ojos miraban a su pantalla y escribían otro puñetero correo! Cuando se iban de vacaciones (Emmi con su marido y sus dos hijos, Leo con su hermana, o solo), cuando iban a comprar el pan, cuando quedaban en una cafetería céntrica, cuando entendieron sus sentimientos, cuando el otro huye a una ciudad muuuuy lejana, como en Shrek, y desaparece un tiempo. ¿Qué fue de la carta tradicional? Ya, ya, el correo es inmediato pero coño, si no lo lees de la misma que te llega, el éxito es el mismo que la puñetera carta, ¿no? La cosa es tocar los cojones, y punto. Les he interpuesto una demanda, y se van a cagar. Han conseguido publicar dos libros buenísimos, muy interesantes, y con una historia divina de la muerte, preciosa, irónica, graciosa, con humor británico renovado y todas las mariconadas que se os ocurran. Pero pido, exijo, mi jubilación anticipada. Demonios de alemanes, vieneses o lo que sean esos dos. ¡No me escribáis más! Saludos cordiales a todos, todas, amigos, amigas.

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¡Qué cachondos estos monstruos! por Ivan Mourin

Christopher Moore, por Victoria Webb.

Se ha hablado mucho los últimos años sobre el daño que han hecho algunos autores a los monstruos al tratar de humanizarlos tanto que los han edulcorado. Vampiros que más bien podrían ser enfermos de hemofilia con delirios byronianos, demonios blandengues que no merecen ni el título que se les dio en su momento, u hombres lobo que son tan fieros como un caniche enano. Pero lo que no se escucha apenas es sobre aquellas versiones que más que “ñoñarizarlos”, los hace simpáticos. Al igual que Stephen King es sinónimo de terror, Christopher Moore es sinónimo de sátira fantástica. Este toledano (de Ohio), comenzó a escribir con doce años, y hasta convertirse en el best-seller de lo absurdo, pasó por puestos de trabajo como camarero, fotógrafo, DJ de música rock, vendedor de seguros, periodista y obrero en una fábrica de artículos de decoración navideña. Fue con su primera novela, “La comedia del diablo”, con la comenzó la fama, una historia sobre un hombre, Travis, que tras invocar accidentalmente cuando tenía dieciséis años a un demonio llamado Engañifa, y que pasará a ser su sirviente, no puede envejecer. Tal vez, fue el propio Moore quien hizo ese pacto y con el que ha conseguido la gloria, bien merecida.

torpe (“El ángel más tonto del mundo”), los padecimientos de un hombre que es capaz de ver a la Muerte (“Un trabajo muy sucio”)… pero todo con un nexo en común: el humor. Consigue, en cada una de sus obras, que personajes la mar de normales se vean envueltos en las circunstancias más desatinadas, siempre envueltas en un halo sobrenatural. Aún así, con su burla hacia la sociedad, no deja de lado “lecciones de moralidad”: vampiros alimentándose de personas enfermas cercanas a la muerte, la resurrección del espíritu navideño por el bien de un niño (aunque lo que acabe resucitando sea otra cosa), personas insignificantes que acaban logrando triunfar en su propósito… eso sí, salpimentado todo con chistes sexuales y situaciones estúpidas.

Dos características más marcan el trabajo de Moore: la primera, situar muchas de sus historias en el pueblo ficticio de Pine Cove, o permitir que personajes de otras de sus novelas hagan cameos; y la segunda, que los derechos cinematográficos de algunas de sus obras han sido comprados por grandes estudios, como la Disney, pero, a pesar del tiempo transcurrido, no han llevado a cabo ninguna producción. En el fondo, tanto le debe de dar, cuando comentó que ninguno de los títulos “corre de momento el riesgo de ser transformado en película”. Total, el dinero ya se lo A partir de aquí, en sus novelas han ha embolsado. aparecido vampiros gafados (la trilogía compuesta por “La sanguijuela de mi niña”, “¡Chúpate esa!”, y “Bite Habrá que esperar a ver cuál será su me”), parodiado la vida de Jesucristo a través de los siguiente paso. ¿Momias contratadas para anunciar ojos de su mejor colega (“Cordero: El Evangelio según cremas anti edad? Sea lo sea, lo disfrutaré con la el mejor amigo de la infancia de Jesucristo), ha misma sonrisa que estigmatiza mi cara cuando leo sus provocado una horda de zombis a través de un ángel páginas. 41


¿ C Ó M O VA T U COMEDIA, MAESTRO? Melocotón en almíbar y Ninette y un señor de Murcia de Miguel Mihura por Alejandro Larrañaga

-Ya la he terminado. Ahora le estoy quitando los chistes.

embargo, la universalidad de las temáticas. No el suspense o el amor, o los géneros, suspense o romántico, sino cuestiones propias de la raza humana. Cosas tan típicamente humanas como el miedo o la soledad, aspectos que son protagonistas en cualquier momento de la historia. Que acaban por aparecer en todas las vidas. No se trata de definirlas, no hay que solucionar ningún problema, sino ver como, con las circunstancias específicas de cada momento, acabamos por enfrentarnos a las mismas sensaciones y comprobar como respondemos ante ellas. Sigue habiendo dos caminos que confluyen en cada persona, por un lado el que se deriva de la sociedad en la que nos hemos criado (con sus prejuicios y jerarquías, temas a los que volveremos más adelante) y por otro el particular, porque el fin y al cabo somos nosotros mismos los que tenemos que vivir nuestra vida, que otros la vivan en nuestro lugar (tomando nuestras decisiones, limitando nuestras libertades).

Mujeres como motor Voy a empezar con una obviedad, cualquier comedia (libro, película, representación teatral, incluso los chistes) tienen como objetivo principal hacer gracia. Está claro que el sentido del humor es algo muy particular, pero la ironía, un punto de cinismo, la capacidad de reírse de uno mismo y de las situaciones que se nos plantean en la vida o el surrealismo y la confusión son armas al alcance de todo el mundo. Es que me siempre me ha resultado chocante como muchas de las comedias que circulan por ahí (repito, en cualquier formato, aunque el cinematográfico se lleva la palma) parecen recurrir en demasía a los tópicos, a “hacer reír” con ligereza como único modo si fuese un objetivo fácil o simple, no se trata de ofender, pero tampoco de edulcorarlo todo. El público acaba (acabamos) por no tomarse en serio la cuestión –lo que nada tiene que ver con que sea una comedia- y dejar campar a sus anchas a los prejuicios. La comedia queda entonces aparcada en un cajón al que acudimos por aburrimiento antes que por interés. “Quitar los chistes, aumentar el riesgo del ejercicio, exigirse rigor en el planteamiento, interés en las situaciones, agudeza en la réplica, teatro limpio y verdadero. O sea, lo que, según él, hacía todo el mundo que hacía eso, hombre.” Antonio Mingote en el prólogo de Melocotón en almíbar.

Miguel Mihura y su contemporaneidad No cabe duda que los dos ejemplos seleccionados están muy ligados a la sociedad española (a pesar de que “Ninette y un señor de Murcia” esté ambientada en París) de la posguerra. Es una relación tan estrecha que podría inducir a un grave error: considerar a la obra solamente como un retrato específico. Una comedia más o menos graciosa, según el sentido del humor de cada uno, ambientada en un período pretérito y ya está. Creo que una de las cuestiones que hacen pervivir a unos libros por encima de otros es, sin 42

La expresión “eran otros tiempos” no acostumbra a quedar muy clara. Los standares sociales varían con el tiempo y resulta chocante comprobar su evolución. Son cosas que llaman la atención por dos motivos: por un lado porque pueden ser temas totalmente (o parcialmente) superados y por otro porque, por mucho tiempo que pase, hay ideales que pertenecen más al terreno de la utopía que a otra cosa. El caso del papel de la mujer en la sociedad podría ser uno de los más llamativos en la obra de Mihura. Son personajes clave en el desarrollo de la trama, a decir verdad, son el motor que posibilita su movimiento, pero todavía son vistos (o ellas mismas ofrecen proponen esa visión) como personajes desvalidos en busca de un marido que las cuide y las proteja. Llama la atención porque esa debilidad contrasta con su capacidad de decisión y su habilidad para producir el cambio. Son personajes que sufren, pero que no se rinden, y se miden a hombres a menudo pusilánimes, temerosos de casi cualquier cosa e incapaces de ver más allá. El ámbito de la pareja es siempre el más gráfico para ver estas diferencias de género. En “Melocotón en almíbar” vemos a Federico y Nuria y en “Ninette y un señor de Murcia” la propia Ninette y Andrés. Ellas preocupadas por la pareja, buscando los caminos para llevarla adelante y ellos más preocupados por el entorno, por cómo será vista su relación, anteponiendo intereses ajenos (producto, claro está, del miedo) a los propios y, en definitiva, defraudando las expectativas generadas, sino a sus parejas, comprensivas, sí a nosotros, sufridos espectadores.

Melocotón en almíbar o el arte de la insinuación ¿Cuál es el mejor modo de mantener el suspense? Creo que me estoy adelantando un mes (me permito la


licencia de apuntar que el próximo número de G&R versará sobre literatura de misterio), pero la mezcla de estilos es tan vieja como los propios estilos. “Melocotón en almíbar” es una historia de humor, pero también de suspense. Ha habido un robo y hay una escapada. Ahí acaba cualquier relación con la acción, la investigación o el espectáculo. Un grupo de ladrones da un golpe en Burgos y, después de una huida (perfectamente, ¿o no?) planeada acaban en Madrid en un piso de alquiler fingiendo ser una familia de vacaciones. Son cuatro: Federico, Carlos, Nuria y Cosme “El Nene”. Aparentan ser una familia venezolana de vacaciones que se hospeda en casa de Doña Pilar, una cotilla empedernida, llena de los prejuicios y los ideales que se le suponían a los españoles en los años de posguerra, temerosa de dios y preocupada por la imagen y la integridad social y moral. Todo marcha de maravilla hasta que Cosme cae enfermo y necesita la atención de una enfermera. Les envían a Sor María, una monja con ganas de saberlo todo, que da un paso adelante y otro hacia atrás. Opina escudada en su condición, incluso se podría decir que juzga sin juzgar, que cuestiona sin cuestionar, penetrando en la mente de sus contertulios, y como estos tienen en su mente los mismos prejuicios e ideas que doña Pilar, acaban totalmente reducidos por la sagacidad de Sor María. Esto es así, ¿o es todo lo contrario? Con sus propios miedos y temores “haciendo el trabajo sucio”. No queda claro, podemos creer o entender lo que nos parezca. Ahí está la gracia. Quién sabe qué. No hacen falta grandes artificios para desarrollar grandes tramas. Un par de premisas claras, personajes interesantes y suspense entendido como la posibilidad de que el espectador de la obra de teatro en cuestión disfrute sacando sus propias conclusiones.

Ninette y un señor de Murcia Definir a “Ninette y un señor de Murcia” como caricatura de la vida española, que viven unos españoles en París esta acertado como escaso. Porque es eso y mucho más. Es un ejercicio de jerarquización, entendida desde el punto de vista de la idealización. La imagen que los españoles tienen de los franceses, su vida y sus costumbres, basada en la envidia a lo que tienen o hacen o lo que pueden tener o hacer. Una 43

ilusión de libertad que viene marcada más por la propia situación en España en los años de la posguerra que por la propia realidad francesa en esa época. Pero es una envidia relativa, solo para las vacaciones, para unos días, que se desmoronaría si se tuviera que aplicar a la rutina de la vida diaria y vista, por supuesto, desde una posición de superioridad moral. Es una comedia de personajes, que sirven cada uno de ellos para aportar un enfoque nuevo sobre esa radiografía del común de los ciudadanos de la época. No pretende describirlos a todos, pero sí a uno cualquiera. Andrés busca una aventura que no querría en su Murcia natal, una especie de safari, que incluya glamour, consumismo, lujo y algún tórrido romance. Como si una vez que sale de casa, quisiese satisfacer todos los vicios que no quiere (o no puede) disfrutar en su cotidianeidad. Armando vendría a ser aquel amigo, que todo el mundo tiene, con una vida excitante y estimulante según sus palabras. La realidad, tozuda como siempre, acaba por desmontar al personaje que ha creado. El matrimonio de Pedro y Bernarda vendrían a ser esos “ p r o g r e s ” ( c a l i fi c a t i v o t a n peyorativo en España a lo largo de los tiempos), que no lo son tanto cuando lo que se debaten son temas morales o familiares. Por último, la estrella de la función, Ninette. La única auténtica francesa, la única que debería vivir liberada por las cargas sociales que llevan sus compañeros, está tan condicionada como los demás por los prejuicios españoles (de sus padres), los franceses (porque los hay en todos lados, aunque apunten en otras direcciones) y los propios. Es una batalla contra la vida que debe librar en solitario y donde su criterio es la única arma con la que puede contar.

“Ninette y un señor de Murcia” ofrece una visión muy particular del contraste campo (o ciudades pequeñas, de provincias) – ciudad. Vista además desde el punto de vista de un escritor eminentemente urbano. Las apariencias, las formas o la preocupación por el qué dirán son temas centrales para el autor. Parece que Miguel Mihura opina que influyen más entre los habitantes del rural, una guerra (la de las apariencias) que, al fin y al cabo, sigue vigente. No permitir que lo que piensen los demás, o lo que pensamos que piensan, nos afecte. Aún queda mucho por recorrer.


Recomendaciones Y como no sólo de humor vive el hombre, ni la mujer, aquí os dejamos algunas interesantes y variadas recomendaciones. Las variaciones Bradshaw, Rachel Cusk Con siete novelas, Rachel Cusk es ya una de las mejores novelistas británicas de nuestros días. Su valentía, sentido del humor y originalidad la han convertido en un referente ineludible. Las variaciones Bradshaw es, sin ninguna duda, su mejor y más ambiciosa novela hasta la fecha. Como siempre, Cusk indaga en las relaciones sentimentales y familiares con una lucidez hiriente. Aquí, el protagonista es un matrimonio que ha decidido trastocar las posiciones tradicionales. Con una estructura que recuerda a las famosas variaciones Goldberg de Bach, la autora recorre las escalas de las relaciones de los Bradshaw hasta construir una partitura hecha de azares, decisiones, errores, amores y desencuentros que dan una imagen de la vida familiar como una variación de un tema sobre la infancia.

Contra el viento del norte, Daniel Glattauer En la vida diaria ¿hay lugar más seguro para los deseos secretos que el mundo virtual? Leo Leike recibe mensajes por error de una desconocida llamada Emmi. Como es educado, le contesta y como él la atrae, ella escribe de nuevo. Así, poco a poco, se entabla un diálogo en el que no hay marcha atrás. Parece solo una cuestión de tiempo que se conozcan en persona, pero la idea los altera tan profundamente que prefieren posponer el encuentro. ¿Sobrevivirían las emociones enviadas, recibidas y guardadas un encuentro «real»?

La herencia de Wilt, Tom Sharpe «El gran señor del humor negro británico» (Punch) sigue cabalgando. Ahora nos obsequia con La herencia de Wilt, el quinto título protagonizado por su más popular e inefable personaje. Su talento para buscarse líos y complicaciones es inagotable, tanto en el politécnico ahora ascendido a universidad (ascenso que no repercute en su salario) como en su casa, con Eva, su cada vez más temible esposa, y con sus cuatrillizas, cada día más feroces y con mayores exigencias económicas. Como se ha escrito en Evening Standard, «Sharpe es un maestro de la sátira, vengativo y furioso, el Swift de nuestros días, el rey de la caricatura más desaforada.»

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Más recomendaciones El mes más cruel, Pilar Adón Dos desconocidas han de compartir una casa de tres pisos durante unos días, y ambas se empeñan en mantener el orden y en resultar imprescindibles; una mujer espera, ansiosa, la llegada de un chico más joven que ha de librarla de su aburrimiento y de su frustración; Scott regresa a Inglaterra después de su expedición polar pero nadie va a recibirle; una muchacha llamada Clara se dedica a seguir los pasos de un esquivo gato; una madre se encarga de aterrorizar a su hijo para que nunca se vaya de su lado. Los catorce relatos que integran El mes más cruel componen una esmerada colección de recetas para sobrevivir a la pérdida, a la separación, la locura y el miedo.

Las señoritas de escasos medios, Muriel Spark Ambientada en las ruinas de Londres durante la difícil primavera y el verano indigente de 1945, recién acabada la Segunda Guerra Mundial, Las señoritas de escasos medios (1963), considerada una de las mejores novelas de Muriel Spark, se ocupa del mundo deliciosamente despreocupado de unas chicas que viven en un club residencial para mujeres solteras, y que van pasando por varios estados de ligue. En un contexto cerrado, que proporciona el cristal a través del cual contemplar el panorama histórico de un austero Londres que resurge de sus cenizas, seductora y de una comicidad deslenguada, Las señoritas de escasos medios es una divertidísima novela de costumbres y un despiadado análisis de afectos y filiaciones, que pertenece a la gran tradición de la novela inglesa de posguerra, de la que es un referente ineludible.

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Granite & Rainbow .................... 23.II.2010 ............................ #11


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