G&R #13

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23.IV.2011 #13

Granite & Rainbow

ISSN: 2173 - 2019 Directora Ainize Salaberri Diseño y creación de portada Josu Jorquera josu-js@hotmail.com Diseño logo G&R e ilustración editorial Inge Conde inge_conde@hotmail.com Correo electrónico / Buzón de sugerencias, ruegos y preguntas salaberri@graniteandrainbow.com Redactores Fusa Díaz, Ignacio Ballestero, Alejandro Larrañaga, Pedro Larrañaga, Iraide Talavera, Noemí Camblor, Ivan Mourin, Begoña Martínez, Marta Gómez Garrido, David G. Ávila, Ana Feito, Salvador J. Tamayo, J. Álvaro Gomez, Ainize Salaberri. 2

Editorial por Ainize Salaberri Un número aniversario no puede, ni debe ser, nunca, jamás, un número cualquiera. Precisamente por eso, este n ú m e ro 1 3 , e s u n n ú m e ro homenaje, desde la portada hasta el final. Y es un número homenaje porque, sin toda esta gente que veis en portada o en las páginas interiores, esta revista no existiría. Por eso no hablamos de otros autores, ni de otros libros que no sean los nuestros. Hoy cumplimos un año, hoy nos desnudamos y os mostramos parte de lo que somos. Me gustaría dar las gracias a los redactores que han pasado por la revista, los que siguen, los que ya no estarán. Gracias, de

corazón, a todos. Habéis hecho que un sueño se haga posible, un sueño lleno de letras, de ilusiones, de intenciones. Gracias a la señorita que ilustra cada número con bellas portadas y cuyo enigma representa este número 13. Gracias a todos los que habéis depositado la confianza en G&R, mes tras mes, día tras día. Existimos porque existís. GRACIAS. Esperamos, lectores, que disfrutéis como nosotros hemos disfrutado este año, y d i s f r u t a re m o s l o s q u e n o s quedan. Sed bienvenidos al número 13 de la revista Granite & Rainbow.


ÍNDICE

LOS REDACTORES Y SUS TEXTOS UN AÑO EN PORTADAS, UN AÑO EN PALABRAS.

8 G&R #1 9 G&R #2 10 G&R #3 11 G&R #4 12 G&R #5 13 G&R #6 14 G&R #7 15 G&R #8 16 G&R #9 17 G&R #10 18 G&R #11 19 G&R #12

22 Alejandro Larrañaga 27 J. Álvaro Gómez 31 Begoña Martínez 35 David G. Ávila 43 Jenn Díaz 49 Ignacio Ballestero 54 Iraide Talavera 60 Ivan Mourin 68 Marta Gómez Garrido 73 Noemí Camblor 79 Pedro Larrañaga 88 Salvador J. Tamayo 94 Verónica Lorenzo 99 Ainize Salaberri TALENTO DEL MES 4 Nicolás Balaguer Castro

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Talento del mes NICOLÁS BALAGUER CASTRO Barcelona http://enfinmero.wordpress.com

PERSÍMEGUE POR LAS ESTRECHAS CALLES DEL SUEÑO Persígueme por las estrechas calles del sueño Acércame a tu herida, cúrame el lenguaje vuélvete la mejor de mis palabras créate tu propia fiesta en mi recuerdo sé mi metáfora más recurrida sácame del miedo más profundo imagíname mejor de lo que me creo lléname de símbolos que identifiquen tu presencia revuélvete en mis páginas en mi música, llena de dulces mis quimeras, entrégame las alas, dame paz y sosiego, córtame la angustia sé la unión de mis ideas invade mi mente, mis emociones, mis sentidos, te quiero aquí, omnipresente, En mí Deja que tú y yo sean dos palabras solas, quietas, mirándose, la intemperie

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Talento del mes

TODO SE HA SINCRONIZADO Ya sé, La hemos vuelto a hallar sí, Arthur, la eternidad. Todo se ha sincronizado, hoy veo la menuda diferencia de las cosas cada partícula en su belleza exacta y hay una fuerza que lo armoniza todo. La habitación del mundo al fin, está ordenada. Hay un fulgor que emerge en cada movimiento cada acción se ha sublimado. Veo en esta visión la energía precisa, Veo la imaginación a través de su esencia El esplendor de la perfección del eterno retorno; el acto profético de la creación, el impulso de la destrucción, y su eterna lucha. sí, la belleza es indecible, pero me inundan las palabras. Lo veis? está ahí fuera, en cada movimiento en cada gesto, en toda naturaleza, se esconde una callada y tibia SINFONÍA lo veis? está aquí, os habla despacio, seductor, es el misterio escondido, el enigma resuelto, la palabra oculta, La oigo, la asumo, y todo ahora tiene sabor a epifanía me regala mi renacimiento regreso a mi bautizo ando, le silbo, le hablo despacio... a la vida. 5


Talento del mes

CREO EN TI Creo en ti

en el presente que me regalas,

en la suma de tus yo posibles

en tus palabras,

en la forma de querellarte con tus miedos

en los diagramas arbóreos,

en tu infinita sed de aprendizaje

que de tu boca dibujados, se pierden ,

en la atención de tu mirada,

abocados en el profundo espacio de la nada

tu forma de escucharnos,

En la belleza de tu sintaxis

a todos,

la forma que tengo de retener

en el modo que solo lo hacen los niños.

tu voz, grabada a fuego

En la seguridad de tus manos

en la rayuela de mi memoria,

en todos los universos

en los juegos que creamos,

en que te me apareces,

en la minúscula forma en que

en la forma sencilla que tienes

juntos nos convertimos en prometeos

de comunicarte con el mundo

del verbo, y por un instante

en el ademán de cada uno de tus gestos

profanamos el sacro acto

en tus palabras y tus silencios

de la creación.

en tus actos y tus bloqueos en el sinfín de tus contradicciones posibles tan parecidas a las mías tan propias, y la heroica forma en que las combates, En tu afán de crecer, en tus proyectos, 6


Un a単o en portadas, un a単o en palabras.

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G&R #1

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DE ABRIL DE

2010

NUEVA YORK Link de descarga: http://www.graniteandrainbow.com/?p=516

Nacer, menuda aventura. Dicen que el nacimiento, ese proceso en el que abandonamos el útero materno para salir al mundo exterior, es uno de los mayores retos de la vida de un ser humano. Un desafío en el que debemos llevar aire a nuestros pulmones por primera vez, lejos ya del clima húmedo y cálido, en un entorno que, de entrada, parece hostil y agresivo. Una aventura en la que no cabe otra opción que el llanto, mezcla de euforia, liberación de adrenalina y autoafirmación, que tiene poco de amable y que, si la viviéramos en la edad adulta, sería un drama de difícil superación. Pero lo superamos y al volver la vista atrás tan solo podemos acompañarlo de sentimientos felices. Dan igual los dolores de la parturienta, la sangre o las heces derramadas, las contracciones o tener que sacar un melón por el agujero de una manzana. Todo eso no importa, ni la física, ni la química, ni las matemáticas o la lengua. Sólo queda la emoción, la feliz emoción ante esa puerta que se abre a todo un mundo de posibilidades. Después llegará el tiempo de comprobar si esas posibilidades se cumplieron o fueron sólo un sueño pasajero. Lo importante, al fin y al cabo, es el nacimiento. El primer llanto, la primera respiración, el primer sofoco, la primera oportunidad. Simple y llanamente pura potencialidad. Nacer, qué bonita aventura.

Pedro Larrañaga 8


G&R #2

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D E M AY O D E

2010

ESCRITORES SUICIDAS Link de descarga: http://www.graniteandrainbow.com/?p=562

Dejas de vivir A la portada #2 de Granite&Rainbow

Dejas de vivir -cuando respirasLas palabras que ELLA te escriba, Aquellos sonidos que te mecían. Todo lo cambiaste por esta extraña vida.

Cuando respiras -dejas de vivirLas realidades que pudiste escribir, Una y otra vez (te suicidas) Conviertes en tragedia tu poesía.

Y dejas que ella la recicle, La maltrate, la venda, La escupa y la produzca en serie. La ficción de tus dedos se quiebra.

Verónica Lorenzo

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G&R #3

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DE JUNIO DE

2010

LONDRES Link de descarga: http://www.graniteandrainbow.com/?p=593

Mind the gap Dice la voz en off cuando el metro entra en la estación de Picadilly Circus. Mind the gap Clarisa observa el espacio entre el vagón y el andén que la separa del Londres. Un pequeño paso que esconde una gran decisión. La pesada maleta espera a su lado mientras con un dedo recorre las líneas del gran plano del metro en el andén. ¿Adónde ir desde ahí? Oxford Circus, Saki, Bloomsbury o Charing Cross. También puede hacer un trayecto más largo y recorrer al anochecer el Londres de Stoker o el de Dickens. Mind the gap Recuerda una vez más la voz en off cuando otro metro entra en Picadilly. Clarisa sonríe, segura del camino a seguir. El viento del metro arremolina su cabello mientras coge la maleta y comienza a subir las escaleras de la estación. Londres espera.

Ana Feito

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G&R #4

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DE JULIO DE

2010

LITERATURA IBEROAMERICANA Link de descarga: http://www.graniteandrainbow.com/?p=723

Era aún una niña cuando mi profesor me obligaba a leer Cien Años de Soledad. El entusiasmo con el que Jose Luis me descubrió a Gabriel García Márquez es muy responsable de que dos décadas después yo sea comunicadora. Al igual que mi enseñante me lanzó sin saberlo hacia mi dedicación a las letras, la literatura europea fue en gran medida, el aula de aprendizaje de los escritores iberoamericanos. ¡Qué orgullo de cultura, inspiración de grandes soñadores, ilusionados pensadores!

Noemí Camblor

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G&R #5

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DE AGOSTO DE

2010

LITERATURA DE POSGUERRA Link de descarga: http://www.graniteandrainbow.com/?p=948

El niño se despierta y ya no tiene miedo sabe que ya está todo perdido que ya está todo por perder nos cubre la guerra como un manto universal nos arropa con el frío, el hambre, la pena con los recuerdos que más nos duelen con un chasquido de dientes y tanta condena el niño se despierta y ya no tiene miedo no sabe que todavía nos quedan cosas que perder que empieza y no se acaba la posguerra

Fusa Díaz

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G&R #6

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DE SEPTIEMBRE DE

2010

LITERATURA TRÁGICA Link de descarga: http://www.graniteandrainbow.com/?p=1162

Agosto se fue, dejando a su paso frío en los rostros. Llegó setiembre, arrastrando la pena de las hojas caídas, la última canción del verano, los pespuntes de ilusión que el otoño no tarda en barrer. Nos llevó por carreteras grises, tras un cementerio de cifras que se dirigían en tropel hacia tierras de cristal de oficina. Pero a su vez, el noveno mes trajo letras que prender en el cabello: McCarthy, Baricco, Jelinek, Zweig y otros tantos nos llevaron a recoger la seda en lugares lejanos, a regalar camelias o a abrir con manos temblorosas la carta de una desconocida. Sexta revista. El ecuador trágico, tenso, que inclina la balanza del año, el acorde aumentado que necesita culminar en una tónica resonante. La culminación ha llegado, hoy se cumple un año.

Iraide Talavera

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G&R #7

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DE OCTUBRE DE

2010

LITERATURA EN EL CINE Y EN EL TEATRO Link de descarga: http://www.graniteandrainbow.com/?p=1280

Las palabras se destruyen y se pierden cuando haces una mudanza. Parece que reviven en el teatro –y la gente descubre, anonadada, algo que se les había escapado por entre los dedos, ese libro, ese autor, oh, qué belleza, querido, tenemos que ir a comprarlo mañana mismo– y parece que vuelan en el cine, tan visual, tan rápido. Pero en los libros las palabras se estiran y parecen alargarse hasta la eternidad –y qué delicia, querida, mira cómo se balancea esa palabra, mira cómo le acompaña el verbo, el adjetivo, siempre tan fieles, siempre tan intelectos. En los libros las palabras viven para siempre, ni corren ni saltan ni se pierden ni desaparecen. En los libros te queda tu propio final, en los libros todo es posible. Lo que la novela te da, a veces, el cine te lo quita, y a lo que el cine no llega el teatro lo revive, lo desmonta y lo cubre de posibilidad. - Querido, tenemos que leer más. Sospecho que la verdad absoluta esta en esos libros que nos empeñamos en ver en el cine y en el teatro. Ainize Salaberri

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G&R #8

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DE NOVIEMBRE DE

2010

LITERATURA FRANCESA Link de descarga: http://www.graniteandrainbow.com/?p=1391

Cuántos pasos con mi amante. Cuántas tertulias en el café. Cuántos espectáculos entre decenas de copas de vino, con mujeres y finos cigarros. Cuántos retratos con mi boina y mi bufanda. Cuántos amigos pasaron por mi buhardilla. Cuántas cosas que no hice...Cuánto sueño con París.

Noemí Camblor

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G&R #9

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DE DICIEMBRE DE

2010

LITERATURA INFANTIL Y JUVENIL Link de descarga: http://www.graniteandrainbow.com/?p=1631

Aquella tarde, como muchas otras tardes similares, mirábamos embebidos tu faz blanca garabateada en tinta. Disfrutábamos del tacto de los papeles rugosos, que constituían tu frágil cuerpo, y nos dejábamos seducir por el suave aroma a historias que se desprendía de tus letras. Recuerdo con más cariño aquel día, porque sonaban villancicos en casa, y tus relatos se contaban bajo el marco de las panderetas y la nieve en las ventanas. Recuerdo que Carlos y yo sujetábamos tus ajadas cubiertas y él leía para mí, en alto, aquellas palabras secretas que nos transformaban: “Haría una vez…” leyó él, y tú te turbaste, como yo, porque aquello no estaba bien dicho. Él se percató en seguida y corrigió su lectura “Había una vez…”, más tranquila volví al cuento y, ahora sí, me dejé embriagar por su olor a mazapán y regalos.

Marta Gómez Garrido

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G&R #10

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DE ENERO DE

2 0 11

RELATOS CORTOS Link de descarga: http://www.graniteandrainbow.com/?p=1918

Es difícil sintetizar algo en una portada que haga referencia al relato corto, para mí sería algo tan complicado como tratar de explicar la santísima trinidad. Nuestra diseñadora optó en ese momento por dejar en blanco gran parte de la portada y dibujar unas letras colgadas bajo una cuerda. Podemos comprobar que, dichas palabras, están sujetas por pinzas para evitar su posible caída. No sé qué idea pudo tener con esta representación, pero para mí, acertó a la hora de ilustrar el significado de relato corto. El relato corto es muy delicado, como la ropa tendida, si no sujetas bien de inicio la prenda, ésta, puede venirse abajo con mucha facilidad. Un relato corto debe sustanciarse bien en la base, tener esa seguridad para que no caiga en la vulgaridad o el aburrimiento. En este arte no se puede contar con la posibilidad de ofrecer más entretenimiento pasadas 40 o 50 páginas, pues el relato pasaría a ser otra cosa. Al igual que una cuerda de tender, cada espacio debe ser aprovechado al máximo, cada palabra o frase tiene que tener su cuidado lugar, sujetarlo con las malabaristas pinzas y adecuarlo a todo un conjunto para que entre toda la historia que queremos contar o toda una lavadora en el símil de querer tender la ropa. Por lo tanto, esta portada es mucho más de lo que a primera vista podríamos imaginar, lo mismo que nos ocurre al ponernos a leer uno de esos relatos; la falta de cantidad no equivale a falta de calidad, muchas veces es todo lo contrario. J. Álvaro Gómez

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G&R #11

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DE FEBRERO DE

2 0 11

LITERATURA DE HUMOR Link de descarga: http://www.graniteandrainbow.com/?p=1922

Ayer salté desde la ventana de casa de un amigo, en un intento heroico de pasar a la historia como el ser más ridículo de SU vida, porque de la mía ya lo era. Así, en la absurdidad más excelente, no me sentiría tan solo. El resultado no fue el esperado: un brazo roto y un esguince en cada tobillo, además de moratones y contusiones varias. No recordaba en qué piso vivía mi amigo y la determinación que llevaba, no sin esfuerzo, no me permitía echarme para atrás una vez descubierto el número. Y es que mi amigo vivía en un primero no muy alto. Caí mal adrede, aunque no se pudiese uno caer de otra manera, para llevarme algo que contar. Qué menos. El acto heroico más petardo del siglo. Volveré a intentarlo. Seré un suicida reincidente. Reincidente y malo. No quiero matarme, pero sí que quiero pasar a la historia. Algo así como los dementes y retrasados políticos de mi país. No hago daño a nadie, como ellos. Y eso no lo puede decir todo el mundo. El próximo piso será un segundo. Tengo que encontrar un amigo que viva en un segundo. Pondré anuncio en Twitter. Y en Facebook, claro. Porque si no parece que no existes.

Ainize Salaberri

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G&R #12

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DE MARZO DE

2 0 11

LITERATURA DE MISTERIO, CRÍMENES Y TERROR Link de descarga: http://www.graniteandrainbow.com/?p=1819

Corrientes de aire circulan por entre todas las casas, entran por sus bocas, y flotan, entre el rellano y el hueco de las chimeneas. Mi casa existió una vez, cubría, como un abrigo, la calle del Granito, por la que corría el agua las horas de lluvia gris. Mi casa era una isla, en un mar de literatura, de fuertes oleajes y ávidas letras, que como barquitos de papel, atracaban en las puertas de mi casa. Recuerdo que las erres siempre se quedaban prendidas en la acera. Los días en los que tenía miedo, mi casa vigilaba, con sus ojos bien encendidos, las idas y venidas de las olas. Un día, alguien llegó y colocó un marcapáginas en el mismo lugar en el que estaba mi casa, y cerró el libro. Ella desapareció. Ahora la busco, página a página, ya voy por la número 12, sé que no he hecho más que empezar. Espero encontrarla, abrir la puerta, y sentirme como en casa.

Begoña Martínez

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LOS REDACTORES y sus textos

(los que hacen que la revista sea posible)

(de la A a la Z)

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Alejandro Larrañaga La escritura es la consecuencia natural cuando buscas expresarte de un modo más ordenado y duradero. A través de la palabra puedes dar salida a aquello que te interesa, aquello que llama tu atención, tus aficiones a las que quieres honrar y difundir. Con el paso del tiempo, lo conviertes en tu arma, y http:// lectorbajito.wordpress.com , www.basketblog.es y Granite & Rainbow, por ejemplo, acaban por decir más de ti de lo que esperabas. Y la escritura se convierte en algo muy grande.

ENTREVISTA CON ALEJANDRO LARRAÑAGA 1. Alejandro, lo que escribes, ¿lo basas en experiencias personales, conocidas, o lo basas todo en la ficción, en el poder de la imaginación? Es inevitable poner de uno mismo (opiniones, experiencias, sueños, deseos) en lo que se escribe. Por supuesto, después las situaciones, personajes, condicionantes, circunstancias, etc… se moldean para poder construir y moldear aquello que se quiere contar. La ambigüedad entre lo que estará inspirado en la realidad y lo que será creado forma parte de la magia de escribir. Así, las interpretaciones también quedan al gusto del lector, que puede modelar al escritor a partir de lo que lee.

2. ¿Qué te ata a la literatura? Pues nada más y nada menos que un amor incondicional. No puedo imaginarme como sería una vida sin poder leer, pero me supongo que sería una persona mucho más triste e inaguantable. Es algo que tengo tan interiorizado que salir de casa sin un libro en la bolsa me resulta muy raro, como si me faltara algo, las llaves o la cartera.

3. ¿Prefieres la posición de lector (bajito, como tu blog) o la de escritor? Me siento más cómodo (quizás sería mejor decir más protegido) como lector (por supuesto, bajito). El acto de leer es uno de los más íntimos que existen, estás tú y está el libro, sin intermediarios, no tienes que esconder nada. Escribir, por el contrario, siempre ha tenido para mí un componente de exhibicionismo, otros acaban por leer

lo que has escrito, y eso supone mostrarse, probablemente más de lo que me

gustaría, y eso me da un poco da miedo.

4. ¿Qué libro te hubiese gustado escribir?

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Conseguir escribir un libro que interesase a alguien ya lo consideraría todo un mérito. Algún día puede que lo consiga, pero es algo que aún está muy lejos.

5. ¿Tienes escritores favoritos, libros favoritos? Siento una admiración profunda por los escritores, una especie de superhéroes de la creación. Para mí, enfrentarme a un papel en blanco, convertirlo en algo que merezca la pena ser leído, es algo muy respetable, por eso admiro a todas personas capaces de producir una novela (aunque no me gusten muchas, que esto nada tiene que ver con los gustos). Por supuesto, algunos escritores me gustan más que otros, pero destacar nombres significaría olvidarme de muchos, así que me quedo con todos aquellos que se han esforzado por acabar un libro, sea del tipo y el nivel que sea.

6. El mensaje del texto que vamos a leer escrito por ti es bastante claro: la falta de principios en el trabajo, en la sociedad, para conseguir aquello que queremos. La literatura está repleta de personajes sin corazón, sin escrúpulos. ¿Qué te llevó a escribir este relato? ¿Y por qué en forma de carta? Una de los defectos más comunes entre nosotros los humanos es la falta de autocrítica. Somos capaces de buscar culpables y responsables en los destinos más insospechados, sentirnos agraviados antes que aceptar que nuestro criterio puede no ser el universal, que puede que no sea ni válido. Por supuesto, eso nos lleva a ser mezquinos en muchas ocasiones y a no analizar con claridad lo que ocurre más que nada por una falta total de perspectiva. Las palabras, además, son tramposas y las utilizamos de un modo tramposo, para ocultar nuestras verdaderas intenciones o sentimientos. El remitente de la carta podría ser una buena persona, aunque seguramente solo sea una persona normal. Resulta muy complicado confesarte con alguien (aunque lo que quieras decirle sea algo bueno), y la carta te permite dirigirte directamente a tu destinatario pero sin tener que confrontarlo cara a cara. Así, puedes decir todo aquello que guardabas dentro sin el pavor que genera una reacción inesperada.

7. ¿Tu cita favorita? “Pocas cosas hay más detestables que engañar a los demás fingiendo una seguridad de la que se carece” (no sabía si la pregunta se refería a una cita en general o de mi texto, así que elijo una de un escritor de verdad) Milan Kundera en “La identidad”. Es duro mostrarse a los demás como somos en realidad, porque se corre mucho riesgo, pero es agotador controlarse todo el tiempo.

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Carta abierta a ti Tú no eras mi rival. Había trabajado mucho para conseguir mi actual posición. Merecía todos y cada uno de los reconocimientos y recompensas que había obtenido. Cuando comencé en la empresa no sabía que iba a convertirse en el camino que debía seguir. En realidad, casi podría definirla como una consecuencia natural. Estábamos condenados a encontrarnos. Se te plantea la posibilidad de convertir un hobby en tu profesión. Y lo haces. ¿Por qué no? Generalmente ya empleas tu tiempo gratis, así que si alguien añade el sueldo, pues mejor que mejor. Comencé a implicarme cada día más. Lo anteponía al resto de mis ocupaciones, abandoné mi anterior trabajo y la carrera que mis padres habían hecho suya, a modo de sueño personal proyectado, como si fuese aspirante a deportista profesional y mi carrera y fama resultasen los de toda la familia . No es que me desagradara la idea, es que cada vez que me siento obligado a hacer algo, inmediatamente lo repelo. Es innato, puede ser que me “rebele” en un primer momento, pero es algo que voy asumiendo con bastante rapidez. Lo hice, por supuesto, de forma gradual, sin confrontaciones, evitando dramatismos engorrosos. Es muy cómodo ser reservado, te acostumbras a no hablar de ti y la gente acaba por no preguntar o por aceptar un lacónico sí, un educado bien o un tajante no. No fue solo la carrera profesional prometida, también limité las excursiones con amigos, amigas o parejas. Nunca tenía tiempo. Eran mayoritariamente comprensivos, si lo envuelves con el adecuado envoltorio de obligación embebido de necesidad, puedes convencer a cualquiera. Hay quien incluso se vuelca más. Te ayudan, te animan y te buscan, obtienes una dosis de cariño extra, que siempre viene bien. Lo que en un principio era una molestia, pasó a ser mi día a día, refugiado en la soledad de mi casa o escudado en una agenda imposible y adecuadamente irregular. No hablaba casi nunca, al menos no en voz alta, porque tenía auténticas discusiones con casi todo el mundo a través de mi cabeza. Me respondía, probaba otra vez, iba moldeando el tema en base a mis propias creencias, hasta encontrar la (mi) perfección. El resultado me satisfacía lo suficiente como para autoconvencerme de que podía hacer lo que quisiera, que si no lo hacía era, simplemente, porque no tenía ganas. Puede que la frustración latente por nunca pasar a la acción real, con humanos reales, naciese ahí, quien lo sabe. Yo creo que mis grandes sacrificios, al menos yo siempre los he considerado grandes, serían vistos y apreciados por todo el mundo. Que la JUSTICIA y el RIGOR, así, con mayúsculas, serían la vara con la que se me mediría. Por eso nunca me sentía amenazado. Llámame ingenuo. No solo justicia y rigor, sino justicia y rigor derivados de mi opinión y mi modo de ver las cosas. Me resultaba totalmente incomprensible que nadie viera lo que para mí era obvio. Sin embargo, a veces me pongo a pensar y reflexiono. ¿Qué sabía yo de ti? ¿Sabía algo en realidad? Pues no mucho, supongo que simplemente me había conformado con la visión superficial que fui moldeando. Fundamentalmente porque era la opinión que más se adaptaba a mis necesidades. No necesitaba torturarme porque incluso ahí encontraría un modo de salir victorioso. Hasta en lo más bajo, siendo malo, vería lo inteligente que fui siendo autocrítico. Yo soy así. Seguramente mi mayor defecto sea la falta de marketing personal. Como persona humilde, no me gusta vanagloriarme de lo que hago. Como un filántropo de los que ya no quedan. En resumen y para que te quede claro: 24


esfuerzo máximo, capacidad, competitividad (pero de la sana), respeto, perfil bajo, vamos, una joya. Por eso no creía que tuviese que preocuparme por ti. Al menos nunca lo mostraría abiertamente. Guardaría para mí los debates y consideraciones, hablaré con quien haga falta, al cobijo de mi sagaz cerebro, para defender mis méritos y valías en comparación con las tuyas. Ahí nunca ganarías. Los primeros indicios de tu ascensión solo consiguieron indignarme. No cabía otra explicación que una cuidada trama encubierta destinada a arrebatarme lo que era legítimamente mío. Tú nunca tuviste lo que hacía falta para confrontarme. Inevitablemente tuve que buscar alianzas, personas tan convencidas como yo de que toda decisión procede siempre del agravio. Socios en esta campaña sobran. La búsqueda de culpables es un proceso que precisa colaboración. Autoexaminarse es duro y complicado, hay que ver en qué se ha fallado, si se ha esforzado uno lo suficiente, si hay mimbres, de los de verdad, y se han pulido correctamente. Exige conversaciones incómodas y es algo a lo que no estaba dispuesto. Resulta más práctico volcar las frustraciones sobre otro. Por supuesto, el jefe es el blanco más a la vista, pero, al fin y al cabo, enfrentarse a él acaba por colocarte en una posición incómoda. Había que volver las miradas sobre ti. ¿Qué podían haberte visto? Careces de habilidades, de principios, de presencia, eres una manipuladora, casi diría que una mala persona, te aprovechas de tu condición de mujer en un mundo de hombres para exigir algo que no mereces, la discriminación positiva podría considerarse hasta mezquina. Lo que más me dolió fue que sólo yo y mis “secuaces” supiéramos esto. Que hubieras engañado al resto del mundo. Como mi táctica ofrecía, como mucho, una cierta dosis de satisfacción personal y poco crédito profesional no me quedó más remedio que pasar a la acción. No se puede hacer a lo loco y hay que disfrazarla de buenas intenciones. Para esto hay una táctica muy eficaz y simple, pero tan buena que hasta me avergonzaría reconocer de dónde la he aprendido. La cosa va más o menos así. Empiezas con una crítica personal, algo no muy ofensivo, tampoco hay que pasarse. El objetivo es dotar a tu opinión de veracidad. Nadie que es capaz de percibir sus propios errores será incapaz de analizar los de los demás. En ese momento tienes a tu interlocutor en el bolsillo. A partir de ahí, sólo has de dirigir la conversación, introduciendo ideas y hechos (que siempre, oportunamente, alguien ha visto o te ha contado) que vayan minado a tu rival. No es algo que vayas a conseguir en un día y que debas limitar a un único destinatario, has de esparcirlo lo más que puedas. Como ese juego en el que los participantes se colocan en fila y tienen que pasarse un mensaje al oído unos a otros. El resultado, te lo puedo asegurar, es sorprendente y solo puede ir hacia arriba. Criticar es muy gratificante y, por comparación, cuanto más caiga la víctima, más subiré yo. Todo esto te puede parecer de una mezquindad y una bajeza difícil de asumir, pero deberías preguntarte primero si te lo mereces. Si tus maniobras han encontrado respuesta en alguien más preparado y más decidido que tú. A mí a estas alturas ya hasta me da igual, sólo quiero lo que me corresponde. Total para nada. Hay un dicho, más bien una frase hecha, que dice que la realidad es tozuda. Obstinada. Se empeña en llevarme la contraria a pesar de que pongo todo de mi parte. Tan concentrado estaba en mi objetivo que acabé por regocijarme en tu desgracia y 25


olvidando esos grandiosos méritos que mi posición apuntaba. Es lo malo de basar la táctica en la palabra. Que salen solas, son demasiado volátiles, nada queda y, para qué engañarnos, hablamos demasiado. E igual que muchos, como yo, nos habíamos conjurado para derrocarte, para confrontarse a esos que te habían convertido en su proyecto personal. Fue un cambio tan sutil que pasó desapercibido para mí. Probablemente, deslumbrado por mi propia sagacidad no había ponderado los riesgos de mi plan. Hice de ti el tema de moda. Una encuesta de popularidad de la que nunca debiste salir victoriosa. Había preparado tu referéndum minuciosamente y, aunque contaba con algún ocasional esquirol, no había lugar a dudas. Estabas destinada a caer en el olvido y yo a ser elevado a los altares de la excelencia y el trabajo bien hecho. Nunca contemplé otro escenario y, por eso, descubrir la realidad fue como recibir una bofetada, pero no una llena de rabia e ira, sino una ofrecida por el desprecio y la indiferencia. Imagino que si hubiese sido más consciente del proceso, la compasión y la pena que hubiese generado en mi entorno acabaría derivando en un exceso de atenciones sobre mi persona. Podría haberme regodeado en mi dolor y habría tenido tiempo para asimilar todo aquello que había conseguido, según mi propia visión, claro, no eran más que ilusiones en la cabeza de un niño con exceso de azúcar y tiempo libre. Incluso habría disfrutado con mi depresión. Los procesos autodestructivos son uno de mis vicios inconfesables. Pero ni eso me concediste. Estaba tan ocupado intentando demostrar lo poco que significabas que verme derrotado por ti fue demasiado para mí, no pude aceptar el golpe. Por eso me fui. Antes, por supuesto, hubo una gran discusión entre mi ego y mi orgullo. Uno exigía gritos e improperios que dieran salida a todos los reproches que merecías y otro pedía, con mucha paciencia y grandes dosis de constancia, una retirada silenciosa que salvaguardase en lo posible mi dignidad. Como el resultado de ese debate ya lo conoces, no voy a extenderme en detalles, sólo añadir que no me arrepiento de nada. Una vez acabado este idilio que no fue con mi hobby-profesión, tuve que decidir qué hacer con mi vida. Porque, y esto lo descubrirás cuando dejes de trepar (o escalar, o lo que sea que hagas, no es mi problema) por el escalafón social y profesional, el mundo no acostumbra a pararse por mucho respiro que necesites. Así que retomé esa carrera que tanta ilusión hacía a mis padres. Conocerte, y enfrentarme a ti, me ha servido para demostrarme a mí mismo que soy capaz de lo que sea con tal de conseguir aquello que ansío. A veces las cosas no salen como esperas y quien menos se lo merece (tú) obtiene el premio, pero eso no tiene por qué ser siempre así. Cuando todos vean el error que cometieron con nosotros ya será tarde, estaré en otra parte y sé que me irá bien. A ti también porque estoy convencido de que, en el fondo, no somos tan distintos. Sinceramente tuyo.

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J. Álvaro Gómez (Madrid, 1976) http://erato76.blogspot.com/

Es difícil intentar hacer una breve reseña de uno mismo, pero vamos a intentarlo. Piscis, delineante y, esporádicamente, aprendiz de escribiente. Devoro los libros, sobre todo los clásicos, y tengo la mala costumbre de subrayar y escribir en los márgenes, por esa práctica no me pueden prestar libros en las bibliotecas públicas. Aficionado a la fotografía, me gusta retratar los paisajes de la ciudad de Madrid. He ganado varios premios de poesía y tengo publicado un poemario titulado “Andenes”, en 2009. Soy adicto a la prensa diaria, a los besos de mi hija y a las sonrisas de mis chicas. Aparecí en este gran mundo de Granite & Rainbow hace casi un año, me he enganchado de tal manera que voy a tener que visitar al médico por esta droga que no es otra que leer y escribir para G&R. Sean todos bienvenidos a este mágico mundo de la literatura; están en su casa.

ENTREVISTA CON ÁLVARO GÓMEZ 1. Álvaro, ¿tú por qué escribes? Uno escribe para sentirse vivo, para expresar que está vivo. Al escribir, por lo menos en mi caso, me hace librarme de cierta monotonía, me hace buscar respuestas a lo que me rodea, encontrarlas y, casi siempre equivocado, ponerlas en un folio. Escribir me hace tener los ojos bien abiertos de lo que sucede a mi alrededor. Cuando me hablan de la evolución del ser humano y me enumeran los avances que hemos tenido, pocos se acuerdan de enumerar la escritura; sin escritura no habría nada. La escritura es la base de la evolución.

2. ¿Que te da la literatura para sentir esa pasión, esa ligadura, esa unión? Cuando agarro un libro (no un e-book, que no es lo mismo, pero eso es otra discusión), lo huelo y lo toco mucho. Cuando voy a empezar a leerlo me desnudo y me pongo el disfraz de personaje de esa novela. Pienso en pasar una aventura, en adentrarme por ejemplo, como ahora estoy haciendo con Oscura de Guillermo del Toro, en el mundo mágico de los vampiros. Ser un niño perdido al leer Peter Pan y Wendy, o ser panadero con cualquier poema de Ángel González. La literatura puede darte todo lo que una persona puede desear; guerras o amores, sueños y viajes o lágrimas y risas, ¿no es apasionante?

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3. ¿Qué libro te hubiese gustado escribir? “Ensayo sobre la ceguera” de José Saramago, es un libro que me marcó. Me sentí ciego durante la semana que estuve disfrutándolo. Al cerrar la tapa, una vez finalizado dije “carajo, esto es lo que quiero escribir”. Pero don José es muy grande y uno es una pulga.

4. ¿Cuáles han sido tus problemas con la escritura? Podría cambiar la pregunta y responder a ¿cuáles no han sido mis problemas con la escritura? En serio, han sido muchos y siguen siéndolos. La más importante, y que me llega a obsesionar, es el trato de la palabra en una frase. No sé si les ocurre a todos los que escriben, pero a mí me llega a machacar la búsqueda de la frase correcta; muy pocas veces la he hallado.

5. ¿Qué te inspira a la hora de escribir? ¿La vida, lo cotidiano, lo extraordinario, el amor, el desamor? Me he inspirado en todo, aunque reconozco que bebo más en lo cotidiano, de algo que me ha contado un amigo, un suceso que he leído en el periódico, el beso de mis chicas o una frase de una película. Eso sí, la inspiración viene cuando quiere y en los lugares más insospechados.

6. Como escritor, ¿eres más de tristezas o de alegrías? Soy un tipo bastante positivo, pero suelo escribir más sobre la tristeza. Quizás porque de esta forma saco esa melancolía fuera de mí, pero eso no deja para que, en algunos momentos, uno se dispare con sátiras y felicidad.

7. ¿Qué recomiendas leer a nuestros lectores? ¿Tienes un autor, una novela favorita? Soy muy clásico en el momento de elegir libros. He cometido grandes torpezas a la hora de leer novelas actuales, de esos llamados “Best-sellers”. Por eso suelo adentrarme en los clásicos. Recomiendo leer “Moby Dick” o “Los miserables”, dos libros de aventuras, pero que demuestran la superación del ser humano. También aconsejo leer a Saramago, cualquiera de sus libros es muy recomendable, el de “Caín” es perfecto para aquellos que conozcan la Biblia y tengan ciertos conflictos internos con la Iglesia cristiana. Pero para aquellos que regalen libros el 23 de abril, día internacional del libro, una recomendación segura, “El libro de los abrazos”, de Eduardo Galeano, una joya en forma de relatos.

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En mi soledad puedo escuchar todo. El llanto desgarrado de una hormiga, el paso tranquilo de las estrellas o el movimiento inerte de las piedras. En mi soledad puedo escuchar todo. El volar de un beso lanzado al aire, el sollozo de una gota de lluvia al desprenderse de su madre nube incluso la voz sonriente del tiempo. En mi soledad puedo escuchar todo, todo escucho, hasta mi soledad.

REALIDAD Luis es uno de tantos sin techo que viven en Madrid. Hace 4 años que me mudé a este barrio y él ya "sobrevivía" allí. Un día comenzamos una conversación, no recuerdo ni el tema ni el motivo, y desde entonces, cuando el tiempo de reloj me lo permite, entablamos una conversación sin ninguna trascendencia terminando con un cigarro compartido. Una tarde de esas tardes de cielo azul y aire contaminado, comenzamos a hablar sobre grandes las grandes obras que se estaban llevando a cabo en la zona por el ayuntamiento. De ahí pasamos a lo que se podría hacer con ese descomunal gasto llevados a los ámbitos sociales. Exponía sus razones con argumentos de peso incluso, en algunos casos, se apoyaba en algunas cifras leídas en los periódicos. Llegamos a un límite en nuestro diálogo en el cuál ya no había retroceso, pensé en relajar la discusión introduciendo un toque de humor para que esbozara una leve sonrisa y le expresé que era un afortunado por dormir y tener su "residencia" en el Paseo de la Castellana, donde una vivienda cuesta toda una vida de trabajo. No salió de su cara una sonrisa y si brotó de la mía una cuando le escuché decirme, con una mirada pícara, la siguiente respuesta: "Amigo, en esta vida uno debe de darse, de vez en cuando, estos caprichos"

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LA VUELTA Ahora vuelvo a casa. Recorro estas calles hasta encontrar el Parkjazz que a estas horas está semivacío. Cruzo de acera y me adentro con cierto cansancio. Me acomodo en la barra y pido un café. El camarero ya no es el que antiguamente nos servía las cañas de por la tarde y los martinis de por la noche. Apoyando mi codo en el mostrador enciendo mi último Gauloises pensando en la promesa de esta mañana de dejar de fumar. Una gran estupidez olvidar mi único vicio agradable a día de hoy. Miro el alrededor y detengo la mirada en nuestro rincón, no sé porque, pero lo recordaba más oscuro. Pago y, cogiendo la taza y el absurdo platito de porcelana que suelen poner, me adentro hacia aquel lugar que un día fue nuestro. Me siento y empiezo a saborear los viejos besos junto con las antiguas caricias; la mente humana es increíble cuando quiere. Detengo la vista en los asientos de madera, aún se puede leer nuestros nombres entre las inscripciones de otros amantes desconocidos. Recorro con mi dedo el surco que producimos al escribirlos y rapto de mi mente tu risa de aquel momento, incluso llego a tener por un instante el tacto de tu piel sobre mis manos. Me despierta una vieja canción de jazz, es la misma que se oía aquella tarde cuando te hablé de mi lucha, de aquella estúpida revolución y de mis fantasías solidarias en el otro extremo del mundo. No puedo olvidar cómo me replicaste con aquel "tú y tus locuras". Reconozco que lo peor apareció después, cuando te pedí que me acompañaras, que dejaras a un lado todo y vinieses conmigo. El silencio de tu respuesta fue un trueno en mis oídos. Tardé dos días en irme y nunca pude despedirnos como nuestros cuerpos y las palabras se merecían. Hoy, después de 5 años, he descubierto el final de mi horizonte. He recogido mi brújula desimantada, mi saco de desilusiones, mis botas de esparto y los borrones de mis cuadernos para regresar a esta loca ciudad, buscarte, decirte que mi verdadera revolución y mi verdadera lucha, eras tú; sólo tú. Y en esas ando, buscándote.

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Hola, mi nombre es Begoña, aunque si gustáis, llamadme Bego. Me han dicho que sea breve, así que abrevio. Nací el mismo año en el que El padrino recibió el Oscar a la mejor película. Mi tierra pequeña es Galicia, si hay un lugar mágico para mí es el Castro de Baroña, y allí me gusta volver de vez en cuando. Una infancia leyendo a los Cinco, de Enid Blyton y a Celia, de Elena Fortún; el nacimiento de mi hermano pequeño; algunos viajes y el hecho de conocer a varias personas a quien considero grandes amigas/os y de quien he aprendido mucho, han ido haciendo mis pasos al camino que me ha traído hasta aquí. Mi profesión aún no está decidida del todo, me gusta la educación, sobre todo, algunos días, otros he de reconocer que se me hace cuesta arriba. Me siento profesora, me pagan por ello, pero aún quedan flecos que hay que ir atando poco a poco, y con buena letra. Más cosas me han dejado huella, e imagino que las mías, las huellas, estarán también por los caminos que otros han caminado, en un sin fin de cruces. Hubo una vez un día que decidí abrir un blog para emplearlo en clase y animar al alumnado a escribir y reflexionar sobre lo que estábamos trabajando en el aula, pero dada mi incapacidad para hacer separaciones entre trabajo y vida, el blog ahora tiene un batiburrillo de cosas a cada cual, más particular. Su dirección: http:// animadoresxograr.blogspot.com ahora lo tengo un poco despistado, principalmente, por falta de tiempo; como éste está en gallego, decidí abrir otro en castellano (sin una temática concreta) de cuyo nombre no logro acordarme (cachis…:) y hace unos meses abrí otro en wordpress en el que sí intento y me esfuerzo por darle una puntada literaria detrás de otra, pero de momento, he escrito muy poco, está empezando a caminar. Con un ojo que le echéis, es suficiente, de tan poquito que tiene: http://unsimplepapel.wordpress.com Espero haber sido breve, y buena. Hace unas horas, pensaba en que sería estupendo tener una web con el título de escribocartaspuntocom, creo que me gustaría estar detrás de esa idea, o al menos, pescarla algún día, o de vez en cuando. No sé si me he descrito, pero escrito queda.

ENTREVISTA CON BEGOÑA MARTÍNEZ 1. Todo lo que vamos a leer de ti, Bego, es un estilo novedoso, rápido, directo y conciso. ¿Siempre has escrito así, como a golpe de tecleo? Tengo una forma de escribir similar a la de conducir, me gusta ir despacio, y me gusta la velocidad, y de vez en cuando me puede la irracionalidad de actuar, conducir y escribir sin cortapisas, directamente desde no se sabe donde, hasta ese teclado del que hablas. Menudos frenazos que doy a veces… Me gusta jugar con las palabras, aunque más que a golpes, yo lo veo como hilvanar, hacer dobladillos, pespuntes y demás juegos de hilo y letras. Me fijo en exceso en las continuidades de las cosas, en ir de una a otra sin que medie la distancia, y creo que eso se nota en como escribo, mezclando palabras, ideas y sensaciones. Si mi cabeza es un lío, lo son también mis letras, y el hilo que las envuelve.

2. ¿Cómo comienzas a escribir? ¿Por necesidad, por afición, por intentarlo? 31


Por necesidad de expresarme. Soy tímida. A veces se me quiebra la voz si me pongo nerviosa. No sé si hay mucha distancia entre quien soy y quien quiero ser, pero si la hay, es más corta cuando escribo. Empecé escribiendo poemas e imagino que como todo lo que hacemos, si alguien nos dice que lo hacemos bien, nos animamos y seguimos explorando por ese camino. Ahora, independiente de lo que digan, de la opinión de los demás, me alegra escribir, porque ordena en cierta forma mi vida. Como diría Marx, le da cierta plusvalía; para mí es, también, un refugio.

3. ¿En qué género te sientes más a gusto? ¿Poesía, narrativa, poesía narrada? Aquí respondo como lectora, lo que más me gusta es la narrativa poética. No me gustan las barreras entre géneros, creo que como en la humanidad, la mezcla de etnias y letras enriquece la especie y la literatura; no me gusta, por ejemplo, la poesía leída en voz alta, nunca me ha gustado, me parece que rompe con la intimidad de la lectura; sin embargo, el teatro me encanta verlo representado, o al menos, leerlo en voz alta. Como escritora, no sé si es algo más que una impresión momentánea, pero me quedaría con la poesía, porque es un género en el que hay, o puede haber, una gran libertad.

4. ¿Cuál es el libro que te hubiese gustado escribir? Espacio, de Juan Ramón Jiménez. Me fascinó. De pequeña llené la habitación con varios fragmentos de su poema.

5. Si tuvieras que irte con sólo tres libros a una isla desierta, ¿cuáles serían? Jane Eyre, de Charlotte Bronte; Los miserables de Víctor Hugo y Como una novela, de Daniel Pennac. Hoy es hoy, mañana pudieran ser otros, bueno, Jane Eyre lo escogería los 365 días del año. Aún no he leído el de Los miserables, si tengo que estar mucho tiempo en esa isla, está bien llevarse a un compañero de siempre (Jane Eyre), un nuevo amigo (Los miserables) y uno que te recuerde a otros amigos (Como una novela).

6. ¿Por qué la literatura, qué te une a ella? Voces que están detrás de las letras. De pequeña, era una forma de vivir, ahora es, más bien, una forma de comunicarme. Me la creo. Y creo que eso puede suponer un problema a veces, otras tantas, me siento afortunada. No todos los libros me gustan, si es así, dejo de leerlos, pero los que me gustan, me fascinan. Puede que la literatura sea un puente, no la otra orilla, es una forma de ver, hablar, llegar, caminar… No es a lo que me uno, ella y yo, sino, ser, a través de ella.

7. Tienes un blog, escribes, colaboras con nuestra revista, ¿qué espacio ocupan las letras en tu vida? ¿Se puede escribir siendo profesora, teniendo que preparar clases, corrigiendo exámenes? Me gustaría disponer de mucho más tiempo, para poder disfrutar más escribiendo, y no hacerlo tanto a golpe de tecleo, pero se hace muy difícil, sobre todo en momentos puntuales. Tengo tareas pendientes casi todos los días, y ahora mismo, humm prefiero no recordarlas. Este curso, además, me está costando mucho preparar las clases, así que, se hace lo que se puede. En cuanto al espacio que ocupan las letras, me gustaría que ocupasen más, y formasen puentes de vocales y consonantes que me acercasen a otras tierras, quizás más fértiles, más áridas, más frescas… llenas de significados a los que encaramarse y poder mirar al mundo y al otro, y a mí misma, con ojos renovados.

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Volar por tu olor helado y anaranjado, volar de frío, de mojado, y secar las alas al sol, estirarlas, como un gato.

Como fósforos en el puente del Bósforo. En combustión lenta.

Tiempos verbales: esperaba que aparecieras... .saczerapased euq odnarepse

Hamor: amor con hambre. Ombre: hombre sin hambre. ¿Y el amor? ...en el aire.

He hablado, muy seriamente, con mis lágrimas... Y se me han puesto a llorar.

Doble Dualidad. Uno. Ir detrás de la metáfora con la escasez de la metonimia. Y olvidarse de pasear la tierra: las dunas, las olas... Que se deshacen, envueltas en oro blanco, al vuelo perderse errante en lo alto sin sueño y sin hambre. Sentido, sentado, sin sentido... sin alimento en el vacío frío de la noche invadida, anclada en el tiempo eterno, comiendo nieve... Sin aliento, al volver del cielo.

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Azulhada En los vértices de los cielos descalza caminaba y bebía de la fuente azul del aire con ansia quemada un planeta sin agua de fuego mordiendo el blanco con rabia cuando su alfabeto rojo de hielo rompió y sin jugar se quedó ...pero llegó oh oh de la mano en lo alto verde verde de primavera de ramas y flores una varita que centrifugaba deseos y le ofreció uno encogido chiquito dos tallas menos un fideo se bebió el zumo de las manzanas malvadas y le crecieron ramas que como vocales abiertas silbaban al silencio que la noche azulhada estrellada amante y amada en su manto nos tiende una estrella desocupada como casa y a la cama y soñando, quiere rimar un verso y le salió uno tierno: mi mamá me mima: ¿falso o verdadero? oh oh 34


David G. Ávila Como una encima, con las raíces sumergidas en los arcillosos y áridos sustratos de la dehesa extremeña, y la mirada profunda y ufana de un marinero de la costa cantábrica, nace este humilde buzón de las letras y las palabras. Ojalá tuviera la experiencia de las que viajan de punta a punta del planeta para describir mundos tan dispares como seres humanos habitan en esta piedra flotante incandescente llamada Tierra. Pero no, soy heredero de comedias e ilusiones ficticias que nacen de un cajón desastre imaginario. Y el día a día es el que me nutre de fantasías y realismos dramáticos y dichosos en mis paseos bilbaínos junto a la ría del Nervión. Que estudiara periodismo como fue una excusa para continuar mi investigación sobre las mil apariencias del ser humano, y para afianzar mi anhelo por comunicar lo que otros son incapaces de hacer llegar a los demás. Qué hermosa y frágil tarea la de ser un emisario de voces, sonidos, palabras, historias y cuentos. Con qué facilidad emergen los cuentistas del húmedo suelo del silencio para florecer vigorosos, abrir sus pétalos chillones y desvanecerse con la primera ráfaga de lectura o escucha solitaria. Mi incursión en el medio radiofónico fue un suma y sigue en des-cubrir formas de alcanzar los oídos de más gentes hambrientas de historias. La radio libre Irola irratia me brindó la oportunidad, y mira que la estrujo a lo largo de los años. Varios proyectos "Sociedad Imaginaria, Berbatan, El 7º Cielo, IrolaBerriak, SoinuMetraiak, Relatos Eróticos, Radio-Teatros y Nómadas", han sido la vestimenta de un mismo cuerpo que trata de entregarse desnudo exhalando palabras. Ahora, a través del blog www.ucronias.org se agrupan, poco a poco, todos mis intentos de ser más humano, o lo que yo entiendo que es ser un ser humano, por medio de la empatía y el respeto, la escucha y la comunicación mutua.

ENTREVISTA CON DAVID G. ÁVILA 1. David, los textos tuyos que incluimos en este número no son del todo literarios, ¿tu función de periodista-locutor te separa de tu función de escritor? Bien es cierto que nunca he escrito una novela (tótem “pseudoreligioso” del culmen del compendio de técnicas literarias), pero si me he desperdigado hacia una amplia variedad de formas de expresión escrita. El cuento, la fábula, la historia corta realista o de pura ficción, los diálogos teatrales, la comedia, el surrealismo, la poesía en verso y en prosa. Ciertamente, casi toda, si no toda, mi producción escrita ha sido regalada o permanece dormida como una diosa que espera la llegada de primaveras más cálidas (en cartas a amistades, cartelería promocional, textos que quedan escondidos en mis baúles, cuadernos de viajes, reflexiones en agendas que duermen en un cajón...) Pero centrándome en la pregunta, mi trabajo periodístico, ya sea en prensa escrita como radiofónica, no 35


me separa de mi faceta de escritor. Creo que quien escribe con cierta regularidad y poniendo todo su ser en ello, ya es escritora, sin importar la forma, rugosidad, color, sabor o el olor de esas líneas. Por eso considero que la entrevista, el reportaje, la crónica, el perfil, una presentación de un espacio... son también literatura que alimentan la boca insaciable de recursos del dragón novelesco. La desventaja de los textos periodísticos es que, como para toda la prensa, que están desprestigiados por la carga subjetiva del moldear diario de la realidad. Y, como no, influenciados por loobys que la periodistalocutora debe asumir en forma de autocensura a no ser que ella misma asuma el ideario. Sin embargo, también tiene sus ventajas esta literatura veloz, y es la necesidad de crear imágenes y proyectarlas al papel con la misma agilidad que una abeja visita las flores de mayor cromatismo y olor de un campo para llevar el néctar, lo que con el tiempo terminará siendo miel, al panal.

2. ¿Qué te une a la literatura? Me une a la literatura el mismo vínculo consciente e invisible que nos une a la tierra, y que nos hace seres humanos. Tener la capacidad y necesidad de compartir con la naturaleza su inventiva, proyección, caos dentro de un orden, la infinita gana de colores, formas y acentos. En particular, la literatura me acerca más a la persona que llevo dentro, y a conectarme conmigo mismo. Y cómo no, con las demás idem de idem.

3. Tú creaste un personaje que, incluso dentro de la literatura y no sólo en la radio, puede dar mucho juego. ¿Cómo se llama, quién es, qué hace, por qué? ¿Cómo surgió? - Para responderte a esta pregunta dejaré que te responda ella misma. Más tarde volveré a responderte yo mismo. - Hola, mi nombre es Pública Martínez, y David me ha pedido que me presente, así que aquí estoy, hecha unos harapos, pero con ganitas de conocer a las personas requetelindas y se aprestan a poner el ojo en mi entrecejo. Resumiendo y comenzando, soy una mujer que se dedica al mundo del espectáculo desde hace cientos de años. Al igual que mis antepasados, formo parte de una estirpe, una familia, que generación tras generación han asistido a espectáculos, teatros, ferias, circos, cines, conciertos, reuniones...; en definitiva, a cualquier otro edificio o lugar en se congrega la gente. Espectadora de todo aquello que es capaz de atraer la atención y mover el ánimo infundiéndole deleite, asombro, dolor, u otros efectos más o menos vivos o nobles. Millones de personas, a lo largo de la historia, han prestado y exprimido sus cinco sentidos con el afán de no dejar huérfano de observador atento ni un solo acontecimiento o actividad humana. Son hombres y mujeres de una empatía recia, forjada en las primitivas fraguas de la Edad de Piedra. Allí, cuando y donde un ser humano daba forma a un pétreo y tosco elemento, un espectador miraba con asombro y admiración la destreza del alquimista rupestre. Y allí donde la obra cumbre del dramaturgo Esquilo, La Oristiada, enfrentaba a los espectadores griegos, a ti, con el espejo de sus universales contradicciones... O allí donde un bailarín de Almendralejo imita una danza polinésica de respeto al mar para unas familias aburridas de ellos mismos. 36


Recordando a Ignacio Ellacuría, es imposible ser libre de espaldas a la realidad, ya que estamos implantados en ella. De ahí que quien quiera ser libre a de asumir un “imperativo ético” que se articula en tres momentos: hacerse cargo de la realidad, cargar con ella y encargarse de ella para que sea como debe ser. Así es como debe ser el buen espectador. Un ser que observa la realidad de las fiestas, los conciertos, las obras de teatro, los estrenos cinematográficos, las exposiciones, las olimpiadas y las copas del mundo, la música en vivo, el regateo en los mercados de abastos, la compra del pan, los cafés con sus terrazas, los niños y los columpios, lo vagabundos haciendo cola para calentarse al fuego, las convenciones – reuniones – certámenes – mítines – cumbres – foros – jornadas – festivales – la semana de... – el día internacional de... – la hora de... – el momento de... - ... Hay que cargar con éstas realidades como espectadores activos y comprometidos, con corazones curtidos en penalidades y alborozos. Y al final, conscientes de lo que está bien y lo que está mal aplaudir y abrazar; o corregir y enseñar. - Para hablar de cómo surgió retorno a mi memoria, aunque la de Pública es mejor que la mía. Fue hace cuatro o cinco años, sino alguno más. Inmerso en el proyecto radiofónico “Sociedad Imaginaria”, que en realidad era la versión radiada de lo que pretendía ser una revista y que en su fin último era una forma de vida compartida, de trabajo y apoyo mutuo entre sus integrantes. -Txiki, no te pongas tan romántica que me se empiezan a saltar las costuras de la faja y el rimel se me desprende con este lloriqueo que comienzo a exudar por el lagrimal. -Vale, vale, ya me apuro querida. El tema es que en ese programa de radio, tras hora y media de emisión, y un año realizando una media hora extra de improvisación teatral, narrando las aventuras del Perro Verde en busca del Anorak a través de las señales del desierto de Nazca... surgió el proyecto de realizar una hora de improvisada Radio Vuelta Ciclista Nocturna – Irala-Dakar. Era toda una propuesta innovadora, loca, imposible, real a más no poder. Tres personas nos encargábamos de hacer de locutores, ciclistas, enviados especiales, equipo técnico, motoristas, mecánicos, diseñadores del maillots, entrega de premios, animadores, y como no, de público. La aventura se fue consolidando y tomando forma, y carne y huesos. Así, vestíamos nuestras voces de acentos, dejes, tonillos y nuestros cuerpos, que travestíamos para entrar en escena. Cada uno eligió un personaje característico y le creo pasado, presente y futuro. - Entonces aparecí yo, que ya estaba, pero que nadie se había dado cuenta. Me tomé una infu de nuez moscada y hierbabuuena con David y me contó el proyecto. Asumí que no tenían ni un duro, pero, sabes lo que te digo, que las mejores cosas se hacen sin que nadie te meta el vil metal en el escote. Y yo, asumí con mucho gusto el papel de portavoz del público en cada curva, repecho, cuneta, pueblo perdido... Siempre animosa para alimentar con mi aliento el reseco paladar de los esforzados ciclistas. - Pues esa es Pública Martínez, y espero que le permitáis conocerla, porque os aseguro que los ilustrará con algunas de las historias más graciosas, dramáticas y “reales” de las Memorias Públicas o de la No Historia.

4. ¿Qué tipo de literatura te gusta más? 37


Soy una persona de gustos dispersos. Puede darme por tirarme un mes entero leyendo cómic únicamente, o lo mismo pero con novela, cuentos, literatura de viajes, ensayo, historia, o todo a la vez hasta que mi cuerpo me pide parar y me lanza a la calle a buscar a las gente que más quiero, o para dedicar los hermosos contados días de sol a la huerta y sus habitantes vegetales y animales.

5. ¿Qué opinas de los bestsellers? Si consideramos bestsellers a las grandes obras, o más bien a las así consideradas, a lo largo de la historia de la literatura...me encantan, y trato de leerme todas las que me recomiendan. Si entendemos por bestsellers a las novelas que hoy por hoy, en este siglo XXI y en el pasado siglo XX fueron marcadas con esa llama, creo que me tengo que retraer un poco. Siendo sincero, no estoy nada interesado en las novelas más vendidas de la actualidad. El espectáculo de las letras me parece obsceno y degradante. No sólo para las lectoras, sino también para las autoras. Cuando “un libro se vende mucho”, (a millones), todo queda dicho. Lo siento, pero ahí soy poco flexible. Sabiendo, además, que quedan tantas personas, he historias huérfanas de lectoras por el monopolio que ejercen unas pocas. Por último, decir que mientras la poesía siga menguando como lo está haciendo, hasta llegar al peligro de extinción, la razón de los monederos seguirá marcando nuestras lecturas, en lugar de los latidos del corazón que tan pegado está a nosotras, pero tan escondido lo dejamos.

6. ¿Cuáles han sido tus problemas con la escritura? Mi mayor problema con la escritura es la falta de disciplina y constancia. Trabajo muy al trantran, a golpes, a ráfagas. Bien es cierto que la tensión y las fechas de cierre me ponen mucho, y disponen a trabaja y a generar historias a una parte de mi en letargo el resto del tiempo. Pero en muchas ocasiones me he mordido los puños y los labios por no haberle dedicado más tiempo al tiempo de crear. Y otra de las cosas que me hecho en cara es no sentirme cómodo con la lectura en otros idiomas, o desconocerlos. Ya que la lectura de textos originales, me da a mi, que debe de ser excitante y mucho más enriquecedor que las traducciones, por muy buenas que estas sean (con todo el respeto del mundo a la ardua labor de lingüistas y traductoras que se dejan los ojos y las neuronas en ser lo más profesionales posible).

7. ¿Una palabra? Ucronía.

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En Aldeacentenera (Cáceres) un lunes, 13 de julio de 2009

Menudo día. Caluroso. Brillante el sol a más no poder. Cielo abierto como los poros de una parturienta.... Intenso. Hice el examen teórico del carne de conducir. Mañana me enteraré del resultado. Me espero cualquier cosa, porque casi no recuerdo nada. Solo los momentos previos y los posteriores. En un gran hall, varias decenas de jóvenes, muchos casi adolescentes, esperando su turno para enfrentarse a 30 preguntas y marcar 30 equis (X). Equis era incógnita en matemáticas, ¿verdad?. El hall tenía unas enormes letras que algo tienen que ver con una feria de ganado. Es más, colgadas de las paredes pude ver fotos de gallinas con unos pollitos, que seguro ya están digeridos y defecados; y otros animales de granjas industriales. Y nosotros allí, esperando, sin hablar, no había nada de que hablar. Los que allá estábamos esperando para marcar equis (X), o que nos las marquen: APTO, NO APTO. Mas tarde, tras recoger mi mochila y terminar el test, me marché hacia la churrería, quería volver a desayunar. Esta vez las típicas porras (agua y harina: para que más - divino invento fritanguero-) Un poco de café y una llamada a mi madre. Tenía ganas de escuchar una voz conocida que me prestase un rato sus oídos. Pero, lo que comenzó siendo una conversación corta, se terminó convirtiendo en un infinito monólogo. Lo notaba en su tono, pero no me lo quería creer. Era cierto. Algo le hervía por dentro y yo era la mecha que mejor sabia hacer arder esa llama. Mi madre y mi hermana. Vivo ejemplo del amor y el odio en una misma moneda. Inseparable e imposible de unir. Pero casi todo es posible si existe el amor, la vida y la muerte. Tras su primera llamada, que me desbordó totalmente, conseguí tiempo para recuperarme y dejar el final de la charla para más tarde. Así que, sigo con mis recados en Trujillo, y mientras palpo con la vista unas velas de colores en una tienda neohyppie, un alemán, su dueño, me asalta de forma muy amable y se desmelena el flequillo ligero para abrirse en canal conmigo, un desconocido. Me cuenta que se vino de Munich (Alemania), buscando la paz, naturaleza, la no civilización postmoderna. Thomas no sabía donde se metía. Siguió desnudándose mientras me contaba trastabilladamente lo difícil que le es mostrar el jardín de sus ideas a los extremeños de campo. "¡Son buena gente, pero no puedo tener conversaciones, ideas de política, música, cualquier tema personal...!". Los límites en esta tierra los pone la propia tierra. No el corazón que sale por las palabras de los poetas. Es buena gente, ese es el límite. "¡Otro día volveré y seguiremos hablando!", le digo a Thomas mientras recojí las tres velas, el incienso y un llavero para mi exsuegra. Mas tarde, segunda parte con mi madre. Me cogió descansado, con todo preparado sin saberlo. Casi no le 39


dejé hablar porque le dige cosas tan hermosas y luminosas que se vió acorralada entre tanto optimismo e ilusión. Cuando consigues poner unos grilletes de aire y flores a una persona que no se deja atrapar en su escoba ardiente y voladora de pesimismo, ya no puede hacer otra cosa que acatar su destino... enfrentarse a si misma y luchar por recuperar el amor perdido. En este caso, el de una hija con la que nunca pudo abrazarse sin ningún motivo. Mi madre es de tierra, aunque cada vez, poquito a poco, deja escapar su corazón valiente entre los labios. Mi hermana es de tierra alquitranada, de asfalto y humo y noche, y también quiere abrazar con palabritas dulces a su madre, pero hasta ahora parecía que se resignaba a los besos telegráficos de la distancia. Esos que no duelen tanto cuando el amor quema, cuando estás cerca, y te miras al espejo. Madre e hija...pasado y futuro.... mañana presente, por favor.

Foto Bruni-bruno-luna-turca Esta es una de las imágenes de cuadros que más me gustan, entre las que voy descubriendo de casualidad por internet. ¿Por qué me gusta?. Lo que sugiere. Es de esas obras que te dan la oportunidad de tener una interpretación abierta de lo que una está viendo. En este caso, a mi me lleva a imaginar una gran historia de amor: Un hombre invisible, que todas las noche se asomaba desde el ventanal cristalino de sus ojos vacíos, observa la luna. Prendado de su luz, formas cambiantes, baile celeste a lo largo del año, y por su puesto, su magnetismo embriagador. El hombre invisible miraba y miraba cada noche, durante años y años, hasta que una de esas noche, que hacía frío, llovía, y las nubes impedían dejar asomarse la sonrisa ladeada de la luna, el hombre invisible, entristecido por no poder ver a su amada se vistió con un anorak y un sombrero para poder sentirse y verse delante del espejo de su alma mientras lloraba desconsoladamente. Las lágrimas cristalinas del hombre invisible dibujaron su rostro en el aire, y al caer al suelo produjeron unas ondas sonoras imperceptible para los humanos, pero que paralizó por unos segundos a toda la fauna animal y vegetal del mundo. Incluso parecía que las estrellas y el sol se detuvieron en aquel instante. Y, cuando más sumido estaba el hombre invisible en su tristura, de entre la niebla gris se dejaron ver unos brazos que rompieron la intensa quietud del momento. Y los brazos rodearon al hombre invisible, que al sentir aquel cálido contacto que le acunaba entero, alzó la mirada y se encontró con la sonrisa ladeada de la luna en cuarto creciente. Y ambos se besaron como nunca antes se habían besado dos entes tan distantes, pero tan presentes. 40


LOS TITULARES QUE ESCONDEN LOS TITULARES

¿Qué significado tienen los sucesos actuales? Uno de cada cuatro ancianos es triste en su residencia lo que los lleva a pasarse de las pastillas a los caldos. ¿Qué hay el día después de la medalla? Vértigo. Un vértigo que se alivia saliendo al exterior de la mano y combinando el aire, tu aire. En España caen más de diez amores al día mientras gran parte de la población Busca un perfil camaleónico. Testimonios de un hombre que vive 3.029 años de entusiasmo por la música: • • • •

Casa, empleo fijo, igualdad y paz ¿Para cuando el Nóbel para el orgasmo atómico? En una turné nos confiscaron hasta un burro y una mula Me siento más pulpo que empanada

En nuestro mundo se producen grandes “contradicciones blancas”: “Mientras unos discuten de lo mismo otros se dedican a hacerse ricos” y otros “se mueren de hambre”. Escuchen declaraciones de ciudadanos de la calle: • Me compré una tele para conversar con la gente • Siempre escribo a mano, incluso los textos más voluminosos • No me importó quedarme calva porque tengo el pelo rizado y lo odio • Soy presidente por enredón • ¿Se destruyó realmente Sodoma y Gomorra? ESPAÑA [EL MUNDO] SE ASOMA AL ABISMO

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Personas a las que se busca por haber dirigido matanzas en lugares remotos de África o Asia charlan en la mansión y toman el té, comtemplando el plácido lago alpino y el Mont Blanc si el día está claro. Ya hay máquinas de refrescos que permiten pagar por enfermedad. Rajoy dice que Zapatero no le llama desde hace un mes. Sin embargo, nosotros, a pesar de esta muestra de realidad en titulares, nos quedamos con esa joven que ayuda a su amiga. Aunque no olvidamos el desdén de la justicia en un Estado en el que las audiencias no van a misa y Seve Ballesteros (golfista) declara: “¿Sequía? Yo sólo hablo del Torneo” Y nos preguntamos: ¿Dónde están ahora los intelectuales?. Hay una tesis que señala que varios países no tienen esta clase de personas que piensan. Es lógico que ocurra esto cuando Absorber empresas es un trabajo muy humano. Vivimos en un paraíso enfermo en el que las conservas se modernizan y a uno le tachan de elitista por no tener televisión. Hay una progresiva resistencia a encajar los reveses; un ejemplo, El Congreso mundial de curas casados cree llegado el fin del celibato obligado. Un revés difícil de asumir para la Iglesia. Y qué decir de ese hombre al que le devoró un brazo una tigresa, el fututo no se puede decidir. Menos mal que en el Congo siguen dando saltos de alegría, cantan y bailan para ahuyentar de alguna manera su pobreza. Tengamos cuidado con las personas como nosotros, capaces de comprar cualquier cosa diferente a nosotros mismos. Como harbran escuchado, en esta sección estamos sin noticias del futbol, y es que los tiempos cambiaron y con ellos las formas en que la persona se organiza en pareja o familia. Para nosotros, igual que otros muchos, LA GUERRA MÁS CONSTANTE SEGUIRÁ SIENDO CONTRA LA INTOLERANCIA Y LA ESTUPIDEZ.

Agur Mon Amur

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Jenn –o Fusa– Díaz (Barcelona, 1988) es lectora emocional y escribidora compulsiva. No devuelve los libros a la biblioteca por no desprenderse de ellos, compra incansablemente primeras ediciones y no soporta la literatura moderna. Sin oficio ni beneficio, lo único que quiere es un buen poema que llevarse a la boca, y un poco de tiempo, y un poco de paz, y que la vida le resulte inevitable a cada paso.

ENTREVISTA CON FUSA DÍAZ 1 . Muchos escritores dicen plantearse retos a la hora de escribir, ¿tú también te los planteas? Para mí escribir es una manera de estar viva. Y supongo que estar viva no deja de suponer un reto para cualquiera. Si hacemos una cadenita con estas dos premisas, entonces entiendo que sí me planteo retos. En cuanto a marcarme pautas, objetivos, metas... no. Creo que la necesidad que tengo de escribir es mi mejor disciplina, y hasta ahora no he necesitado más.

2 . ¿Tienes alguna manía a la hora de escribir? Tengo la manía de escribir. No me importa ni cómo ni cuánto... ni dónde ni, sobre todo, por qué... a la hora de escribir simplemente tengo la manía de escribir. Ni silencio ni soledad, ni mucho ritual ni mucha concentración. Escribo como ida, en trance, y para eso se tienen pocas manías.

3 . Soledad Puértolas dice que "Si tú no te crees lo que escribes el relato falla estrepitosamente". ¿Es necesario que un escritor haya vivido lo que cuenta para que sea más real y creíble? En Una mujer difícil, de John Irving, a Ruth Cole le critican siempre que hable de la maternidad sin haber tenido hijos, que hable del aborto sin haber sufrido uno, que hable de las divorciadas sin haberse siquiera casado, hasta el punto de que una viuda (después de que escribiera sobre ellas) la persigue incluso para darle una lección el día de su boda. Sin embargo, cuando Ruth Cole se queda viuda, se da cuenta de que no se había equivocado en absoluto al recrear el dolor de lo que intuía ella que sentirían las mujeres que pierden sus maridos. Creo sinceramente que para que el relato no falle hace falta mucha (¿muchísima?) empatía con los personajes que tenemos fuera y dentro de la vida y la literatura, no creo que se necesiten vivir las cosas para poderlas escribir. Creo que es importante, pero no imprescindible. 43


4 . El 7 de marzo salió Belfondo, tu ópera prima, ¿cómo se lleva el cambio de ser escritora anónima a ser publicada, entrevistada y reconocida por tu trabajo? Pues tengo la sensación de que este paso es el más grande, importante e increíble que he podido dar nunca. En todas las profesiones hay algo de proyecto personal, pero creo que en el arte, y en este caso la literatura, el vínculo emocional que hay entre creador y creación es directo y esencial. Por eso cuando pasas de ser una persona que escribía por necesidad a una persona que escribe por necesidad y además es leída, nada puede ir mejor. Si además recibes del otro lado (oscuro: el lector) una respuesta positiva, entonces estás obligado a ser feliz. Y yo... me entrego bastante y sin rechistar.

5. ¿Qué significa escribir para ti? Esta pregunta es muy difícil, y también muy fácil. Me siento como si fuera una recién nacida y alguien se acercara y me dijera: ¿qué significa estar viva para ti? Significa todo, y ese todo es tan amplio que no significa nada, porque es el principio y, sin él, no habría lugar siquiera para esa pregunta. Para mí escribir es una enfermedad y también su cura. Me veo obligada a citar a Clarice Lispector, que dice exactamente cómo me siento yo ante el acto de escribir: “Ángela, yo también construí mi hogar en nido extraño y también obedezco a la persistencia de la vida. Mi vida me quiere escritor y entonces escribo. No es una elección: es una íntima orden de batalla”.

6 . Entre tus aportaciones a este número nos encontramos la primera página de una novela que estás escribiendo, "El duelo y la fiesta". ¿Cómo surgió esta novela y por qué? Curiosamente esta novela empezó nada más y nada menos que en Granite and Rainbow. Para el número de literatura hispana, yo hablé de Blanca Varela. En los artículos había que dar vida a algún fragmento de la biografía del autor, que podía ser desde hablar a través de ellos a mostrar su obra a través de ficción. Yo decidí mezclar cuento con vida (para mí, inseparables) y creé una historia sobre esta poeta peruana que después dio paso a un, como siempre, ¿y por qué no? Me planteé hacer aquel artículo más largo, convertirlo en una novela... y ahora los personajes se me han ganado por completo y cada vez hay más de duelo y de fiesta que de aquel artículo. Sin embargo, el esqueleto se mantiene. En Granite and Rainbow empezó y en Granite and Rainbow debía seguir.

7 . ¿En qué género te es más fácil expresarte? ¿Poesía, narrativa? Para mí tienen respuestas emocionales diferentes y también responden a diferentes estímulos. Cuando yo necesito hablarle a alguien, o incluso cuando necesito hablarme a mí misma (siempre me refiero de una manera reciclada, escribir narrativa a través de mi conversación con otro o conmigo), necesito la prosa. Me permite analizar, ir y venir, irme por las ramas (un ejercicio literario y en general que se me da bien), recrearme o no. Sin embargo, cuando se trata de una emoción, la poesía me salva. Cuando necesito liberarme, quitarme un poco de peso, entonces el poema es donde mejor descanso: su electricidad, la inmediatez, lo efímero del verso es el mejor refugio. Así en escritura y lo mismo para la lectura. La narrativa es mi fuente de inspiración y mi primera opción, pero para la descarga y la arqueología emocional, siempre un buen poema que llevarse a la boca. 44


LA RESPIRACIÓN PERFECTAMENTE CONTROLADA

óyeme si me callo es porque no sé por dónde seguir cantando que no es un silencio de olvido ni es un silencio de podredumbre que si me callo es porque siempre estoy atenta para escucharte un paso hacia mí pero tú ve oyéndome que aunque me calle no dejo nunca de hablar y te cuento que en mi calle los chicos han vuelto a reírse fuerte hasta asustarme que en casa entra el sol suficiente y que para ti tengo el resto de la vida óyeme como quien no presta atención como se oye lo inaudible de tan común un ladrido un bostezo un llanto óyeme así sin mucho cuidado sin mucho querer escuchar y si ves que me callo largo rato no vayas a temerme es sólo que he entendido perfectamente qué pretendo decir

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EL DUELO Y LA FIESTA -Que dice el padre Damián que vayas tú a ver a esa mujer que se está muriendo, que vayas a su casa porque no puede moverse, que así vas aprendiendo, que será un avance muy importante para ti, que seguro que te sirve, que él está enfermo, que no puede ir, que le gustaría acompañarte, que se le hace imposible, que, cuando vuelvas, pidas hablar con él, que está muy enferma, que hay prisa. Que dice que es poeta. Elías no entiende por qué Antón, cuando tiene que darle un recado, precede todas las frases con un que. Alguna vez ha querido decirle que con que lo ponga en la primera es suficiente, después puede comunicarle el resto del mensaje como si fuera él quien hablara de primera mano, de primera boca. Pero Elías está tan asustado siempre, vive con tanto miedo inexplicable, que prefiere no contarle a Antón lo que piensa de su manera de hablar: ni siquiera sabría defender su impostura, justificar por qué (y de qué manera, dios santo) le molesta cómo él habla. Asiente con la cabeza y se marcha a su cuarto para vestirse de calle y salir a ver a esa mujer (nunca ha conocido a nadie que sea poeta, mucho menos una mujer) que está muriéndose y ya no puede moverse de la cama. Pero antes ha decidido ir clandestinamente al cuarto del hermano Eduardo para ver si, en la biblioteca prohibida y secreta que hay debajo de su cama, enterrada en un agujero que han hecho en el suelo y tapada la puertecilla con una alfombra, tiene algún libro de esa mujer. Antón le ha seguido hasta su habitación, el cuarto que comparten, y le espera ansioso a que termine de vestirse para preguntarle qué, qué, qué. Como si, de alguna manera, Antón pudiera desdoblarse y no ser él mismo quien le ha dado la noticia, el recado, y ahora sintiera una curiosidad terrible por saber qué dijo el padre Damián. Cuando Elías 46


sale de la habitación y se encuentra con los ojos de Antón, como verdes, asquerosos por completo, siempre tan abiertos buscando quién sabe qué, sólo siente unas ganas terribles de desaparecer. Añora todos los días la primera vez que vio a Antón, porque le trató como si fuera un desconocido. Y eso a Elías le gusta. Sentir que nadie repara en él, que los ojos de Antón no le siguen curiosos por donde va, sentir que nadie le persigue. Y Antón, sin duda, le va persiguiendo desde que, al asignar habitación en el colegio interno, le pidió por favor que fueran juntos. Los padres de Antón vivían ajenos a la infancia de su hijo. Cuando Elías quería hacerle daño, provocarle, sacar ese lado suyo que seguro tenía y ocultaba a base de palabras amables y gestos tiernos e inseguros, le hablaba de sus padres. Antón gime como un animalillo cuando Elías pretende herirle y él, que no se espera de sí mismo todo lo que es capaz de entender, cómo, de dónde nace toda su maldad, no puede dejar de usar ese poder que ejerce sin querer sobre su compañero de habitación. Así que, cuando sale y se lo encuentra con la pregunta en la punta de la boca, esa boca sucia suya, enseguida quiere hablarle de sus padres y hacerle tanto daño que se le seque la garganta y le deje así ir en paz a ver a la mujer poeta, pero de pronto siente lástima y cree que la confianza que ha depositado en él el padre Damián al encargarle lo de la moribunda ya está haciendo un gran efecto en él. Antón le pregunta si tiene miedo y Elías finge: hay muchas cosas que Elías podría reconocer ante otro, pero nunca será el miedo. Por otra parte, es algo más alegre lo que siente, una zozobra que lo inquieta y lo alimenta durante los minutos que lleva con esa responsabilidad. -Aparta -le dice a Antón, que se coloca delante de él para no dejarle pasar, para que se vea obligado a mirarle y dirigirle una palabra de verdad, de las que uno se mira y sabe que se están dirigiendo a ti, que no hay confusión. Antón parece que resbala por encima de todos, se escurre su palabra por como el aire y no llega nunca a tocarse con nadie. No consigue un amigo de verdad que le cuente sus dudas, sus miedos, pero con Elías no deja de intentarlo. Quizá porque sabe que, de todos, de todos los que ha conocido nunca en su vida, es el que más cosas tiene que esconder, el que, si finalmente le confiara algún secreto, merecería la pena. Pero Elías ahora ya no puede verle, le esquiva con una indiferencia nueva que va sujeta a una compasión que Antón, en su cansino plan, no puede adivinar. Le aparta y sigue su camino. -Nunca cambiará este Elías -piensa Antón y parece una mujer dolida que observa a su hombre marcharse de nuevo, piensa Antón y parece, incluso, la madre misteriosa de Elías.

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MANTENER A RAYA TUS PALPITACIONES si cierro los ojos y cierro los ojos todavía estás delante de mí pareciéndote tanto a lo que te me pareces siendo exactamente lo que quisiera que fueras si cierro los ojos voy a cerrarlos de nuevo te tiembla la barbilla y yo quiero comerte el corazón voy a cerrar los ojos voy a cerrarlos seguirás todavía inmóvil ante mí y detrás habrá una ventana y detrás estará la lluvia y detrás toda la tristeza y detrás todos los que son ajenos a este cerrar de ojos delante estarás tú y delante de ti yo si cierro los ojos ayer es todavía y te pareces tanto a ti que podría devorarte entero el corazón y su temblor si abro los ojos y voy a abrirlos...

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Trabajo con palabras, porque las palabras son, al fin y al cabo, mi vida. Escribo lo que puedo, y soy periodista a pesar de todo, porque la vocación empuja mucho más fuerte que la circunstancia. Cronista del mundo, aún no he encontrado el adjetivo con el que definir mi existencia. Sé que lloro, y sé que en algún lado tengo escondido el corazón, para que se endurezca con los años. También, a pesar de todo, tengo un cuerpo que late. Me enamoro en silencio, porque los kilómetros, en demasiadas ocasiones, hacen que las palabras se me caigan durante el viaje. Además, creo que no hay nada que no pueda conseguir, salvo aquello que me propongo. Soy, en definitiva, yo, y por eso hay muchas noches en las que es muy complicado soportarme.

ENTREVISTA CON IGNACIO BALLESTERO

1. Tus textos tratan de amor, de muerte, de pérdida, de dolor. ¿Es el sufrimiento, el dolor, la pena, la tristeza, el mejor estado desde el que escribir ficción? No sé si es el más idóneo, pero yo es en el que más cómodo me encuentro. Siempre he creído que definir la alegría es una tarea fácil, pero que lo realmente costoso es saber ponerle palabras a la pena, a la nostalgia, a la melancolía. Los rincones oscuros están cargados de matices. Tampoco sucede con todo el mundo. He leído algunas novelas que son cantos a la alegría, y son fascinantes. El problema es que uno busca en las letras aquello que conoce, cuando lee y cuando escribe. Yo busco la oscuridad porque son los negros de mi vida los que realmente me han marcado. Quizá porque siempre ha habido más negros que blancos. Tengo muchas más palabras para definir la angustia que la alegría, porque siempre he usado más las primeras que las segundas.

2. ¿Qué tiene la muerte que impulsa la literatura? ¿De dónde te viene esa oscuridad en tus relatos, esa unión delicada entre vida y muerte? La muerte te formula preguntas que tú nunca vas a saber responder, porque casi todas están dirigidas a los seres que no se van, a aquellos que se quedan. La muerte tiene algo fascinante por todo lo que tiene de oscuro, y por las posibilidades que esa negrura ofrece a la hora de escribir. La muerte duele, pero también duele la vida, y no por ello renunciamos a ella. La muerte es, al fin y al cabo, un enigma; un enigma que merece la pena tratar de resolver. Siempre que me siento a escribir, imagino un relato oscuro. Por la misma razón que he expuesto antes: uno siente siempre la misma alegría, pero la pena, la oscuridad y la melancolía son sensaciones cargadas de matices que merece la pena explorar. La oscuridad en mis relatos me la da lo que he vivido, lo que conozco. Sin saber por qué, siempre he encontrado palabras para definir una lágrima, salvo cuando ésta es de alegría.

3. ¿Una novela sin amor merece ser leída? 49


No existe la novela sin amor, como no existe la vida sin amor. Cualquier novela, cualquier escrito, tiene debajo de la piel unas pulsiones últimas que quizá nunca lleguemos a comprender cuando nos adentramos en las páginas de la misma, pero que desde luego están. Cuando un escritor escribe, lo hace con todo su mundo a cuestas, y en su mundo existe el amor, sin duda. Cuando un lector lee, lo hace también con su mundo a cuestas, cargando de matices conocidos a los personajes a los que se aproxima, para hacerlos aún más cercanos si cabe. Por eso, porque el lector y el autor ponen en la novela parte de su vida, no existe una novela sin amor. Eso sí, hablo de historias contadas, nada de experimentos raros ejecutados bajo el paraguas de la modernez. No hay novela sin amor, y toda novela merece ser leída, pero no todo lo que se escribe es una novela.

4. Eres periodista, una profesión muy maltratada. Estás acostumbrado a redactar, a escribir. Personalmente, sin embargo, ¿escribes por necesidad? Y si es así, ¿qué te lleva a esa necesidad? El periodismo es para mí, al fin y al cabo, una necesidad. Habitualmente mal pagada y peor sufrida, pero no me veo haciendo otra cosa, no me imagino haciendo otra cosa, no podría abandonar este mundo. Escribir para mí siempre ha sido una necesidad, y lo fue incluso antes de que el periodismo se convirtiera en otra. Son necesidades distintas. En el periodismo cuento historias de otra gente; a la hora de escribir en un plano más personal son mis historias las que cuento. Soy periodista por necesidad, y también escribo por necesidad. Tengo muy claro qué me lleva a escribir. Es la única forma que conozco de arrancar de mí las palabras que nunca he dicho, esas palabras que, de haberlas pronunciado, podrían haber hecho que mi vida fuera bastante mejor. Es la única manera de hacer medianamente soportables las derrotas que voy acumulando. Escribo porque muchas veces la única manera que conozco de decirle a alguien ‘te quiero’ o ‘te necesito’ es a través de un personaje, porque quizá nunca tenga el valor de decírselo más allá de las letras. Es una forma de soportarme, de aprender a vivir conmigo mismo y con todo aquello que voy perdiendo mientras camino.

5. ¿Qué significa la literatura para ti? Todo y nada. Todo porque siempre tiene palabras para definir los momentos por los que circula mi vida. Nada porque siempre ofrece un refugio irreal al que escapar cuando las costuras de mi existencia me incomodan. En ese equilibrio entre la realidad y el espacio imaginario se mueve mi relación con la literatura. Por el momento, lo único seguro es que es algo sin lo que no puedo vivir.

6. ¿El escritor nace o se hace? Un poco de ambas, pero con grandes diferencias. El escritor que es, lo es de forma natural. Lo consigue, sin más. El escritor que se hace es un escritor de método. Se puede llegar a aprender a ser escritor, pulir la técnica y escribir buenos libros, pero ese escritor nunca llegará a conmover de la misma forma de la que lo puede hacer el otro, el que escribe desde dentro, como cuando respira. El escritor nace y se hace, pero yo, personalmente, prefiero leer a aquellos que lo son sin necesidad de haberse convertido.

7. ¿Qué estás escribiendo actualmente? ¿Te gustaría verlo publicado? Escribo un primer intento de acercarme a una historia distinta, a algo que no he hecho hasta ahora. Intento mantener durante muchas páginas aquello que estoy contando, conseguir llegar más allá del relato corto. Es la historia de alguien que quiere escribir, y rompe con su mundo en un intento de conseguirlo. Al igual que le pasa al personaje, yo tampoco sé si lo conseguiré. Demasiadas veces he estado cerca de romper los folios, pero supongo que la tozudez me hace seguir adelante. Sí, claro que me gustaría verlo publicado. No es por una cuestión de orgullo. Eso significaría que he dado con una buena historia, y uno de los objetivos del que escribe, si no el principal, al menos en mi caso, es contar buenas historias. 50


M

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Te observo respirar mientras el sol se despereza y filtra sus primeros rayos a través de la ventana, y tu piel se deja querer cuando recibe las primeras caricias de calidez de una mañana que ya nunca será la misma. En la oscuridad de la habitación, sólo tu respiración rompe el silencio de este amanecer invernal que tiñe de frío las paredes y moja los huesos, trizando cada uno de los nervios de mi médula espinal. Sentado en un rincón, repaso tu cuerpo centímetro a centímetro y me doy cuenta de lo lejos que estamos uno del otro. Tanto, que apenas puedo sentir el calor que hace unas horas me abrasaba en cada uno de tus abrazos. Nos buscamos el uno al otro con el alcohol como único refugio, en medio de una vida que no sentíamos como nuestra porque no podíamos hacer nada para cambiarla. Quizá por eso nos encontramos, solos, varados en ninguna parte. Somos dos mundos inmensos encerrados en una ciudad pequeña que se vuelve más y más estrecha, hasta ahogarnos. Casi no puedo respirar. Noto un miedo creciente a la realidad más inmediata, aquella que deberé afrontar cuando cruce el marco de la puerta, y no vuelva a saber de ti. Tú también me olvidarás. Tan sólo fui para ti un motivo para la duda, una pregunta no resuelta que caerá en el olvido después del tercer café, mientras miras por la misma ventana por la que ahora entra el sol en busca del color de tus ojos. Y sigues durmiendo. Boca abajo, sobre la cama, como la postal de una noche tardía de fiebre y sudor, de saliva y promesas que nunca cumpliremos. Tengo la tentación de levantarme y sentarme a tu lado, y caminar por tu espalda por última vez. Poco a poco, lentamente. Apenas una caricia imaginaria en tu cintura, recorriendo con un dedo los surcos de tu piel. Un roce tibio, una suave descarga de miedo que muere en tu cuello, donde el pelo empieza a nacer. Un último viaje a través de tu cuerpo moreno, pequeño, lejano y oscuro. Imagino que puedes sentir que te miro, que no soy el único que recibe despierto esta mañana de enero. Sabes que estoy ahí, pero me ignoras, porque ha llegado el momento de representar nuestro papel. Toca empezar a olvidarnos y volver a un mundo en el que nunca ha pasado nada, en el que yo quiero ser feliz y tú lo aparentas, y los dos actuamos como si tal cosa. Aún duermes, y ya has empezado a olvidarme. No queda nada de tus besos, de tu aliento, de tu pelo. Ni rastro de tus uñas en mi espalda. Nada que nos demuestre que todo esto ha sucedido, salvo tu sabor en la punta de la lengua, la sal de tu cuerpo en mis labios. Es hora de irnos. Yo a mi vida y tú a la tuya. Me levanto con cuidado y separo mi ropa de la tuya, todavía por el suelo. Cojo tus pantalones y busco en los bolsillos algún motivo para odiarte. Algo de dinero. Un pañuelo. Tu carné. Tu nombre. Ahora que lo pienso, ni siquiera sé cómo te llamas. Si yo te dije mi nombre, ya no lo recuerdas. Decido perderte para siempre. Condenarme a soñarte desnuda, en noches como ésta. Quiero saber tu nombre. Lo necesito. Mara. Hola Mara. Ahora que te conozco, ya puedo empezar a olvidarte…

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Un día más Cuando el arma llegó a sus manos y sintió su tacto frío, los pelos se le pusieron de punta. Pesaba más de lo que podía haber imaginado, pero bien pensado era normal: cualquier cosa cuyo fin era matar tiene que tener más peso que la vida que se dispone a arrancar. La miró un instante antes de amartillarla, y se secó el sudor que perlaba su frente con la palma de la mano izquierda, mientras que con la derecha se metía la pistola en la boca. Transcurrió un instante, pero a él le pareció una eternidad. En ese tiempo que no acababa nunca, su mente le traicionó por un momento y le regaló una sucesión de imágenes que, desde luego, no le confortaban. Era verdad lo que decían en las películas, pero todavía no había visto la luz y no estaba dentro de un túnel. Por eso se sintió decepcionado, al menos en parte. Después, simplemente, se dejó llevar. Permitió que fuera su cerebro quien tomara la decisión, como si eso le eximiera de toda culpa. Había estado mirando en internet y sabía que el tiempo que pasaba desde que el cerebro daba la orden hasta que ésta se ejecutaba era insignificante, pero eso le bastaría para acordarse, por última vez, de lo poco bueno que había sido capaz de dar. Se acordó de la universidad, quizá los mejores años de su vida. Qué lejos quedaban. Los profesores, los amigos, las fiestas… fue en una de ellas cuando la conoció en medio de una nube de ron y marihuana. También ella estaba borracha cuando salió tambaleándose a la terraza, decidiendo por el camino si quería respirar aire fresco o vomitar. Se apoyó sobre la barandilla y sintió una mano encima de la suya. Aquel momento, lejano, vino a su mente con una claridad que incluso le costó discernir si de verdad estaba sucediendo. Le parecía tan real como la gota de sudor frío que sintió nacer en la parte posterior del cuello, y que se deslizaba por su columna vertebral, trizando cada uno de los nervios de su espalda. Cerró los ojos con fuerza, llamando desesperadamente a una oscuridad que no llegaba, y apretó el gatillo. Cuando escuchó el ruido sordo del percutor, supo que el tambor estaba vacío, ahí no estaba la bala. Lo que sintió después no supo si era alivio o rabia; si estaba feliz por seguir viviendo o molesto por obligarse a soportarse unos segundos más. Pasó la pistola al que estaba a su izquierda y se encendió un cigarrillo con la vista fija en el suelo. Le había dado dos caladas cuando escuchó una detonación que resonó en toda la nave, y que hizo que incluso temblaran las paredes. El suelo, alrededor, estaba cubierto de sangre y sesos, pero a él apenas le habían alcanzado unas gotas. Se levantó pesadamente y recogió su chaqueta, preguntándose quién había ganado aquella mañana. Después de todo, el único ganador yacía en el suelo, con la cabeza abierta, y los perdedores eran que quedaban vivos para relatar su hazaña. Salió a la luz del día y se despidió del resto de la gente. Miró el reloj: las siete y veinte. Tenía por delante, al menos, un día más. Y quizá con un poco de suerte llegaría a casa a tiempo para acompañar a las niñas al colegio. 52


Un extraño con recuerdos Las notas del piano hacían temblar las volutas de humo que inundadan el local, y conferían a aquel lugar un aire plácido de madrugada. Fuera llovía, pero dentro sólo se escuchaba el tenue murmullo de la gente, y, por encima de él, la voz despiadada de una cantante que vomitaba himnos de esperanza y que, de vez en vez, dirigía una mirada furtiva, entre la curiosidad y la lujuria, a las mesas que ocupaban la platea. Reconoció vagamente la melodía, pero no acertó a identificarla. Sentado, solo, en un rincón del bar, recorría con su dedo el borde de la copa, antes de apurar el whisky y hacer una seña al camarero para que volviera a llenarla. Había soñado muchas veces con un lugar como aquel, pero nunca en aquellas circunstancias, jamás rodeado de aquella soledad que empezaba a consumirle. Se había imaginado en la misma mesa que ahora ocupaba, tarareando la melodía al oído de una mujer que se estremecía con cada jirón que sus dedos dibujaban en su espalda, acompañando con besos los silencios de la cantante, la misma que ahora aprovechaba una pausa para tomar un sorbo de agua. Esa mujer no había existido, ni ahora ni nunca. No encontró jamás, en sus efímeras compañeras, nada que le invitara a quedarse más allá de una noche, una semana, un mes; y terminaba desapareciendo, sin decir nada, caminando despacio en mitad de la noche, mientras el eco de sus pasos inundaba los rincones de alguna calle vacía. Miró por la ventana y dejó que sus recuerdos se empaparan de aquella lluvia que caía a la vez en todos los lugares. No vio más que vacío. Nada que rescatar en medio de la niebla, nadie a quien llamar entre tanta oscuridad, ningún lugar al que ir para esperar a que escampe. 'Nunca he formado parte de nada, de nadie, ni de ningún lugar', pensó, y no le faltaba razón. Sus años no dejarían ningún poso sobre el tapiz de la vida, ninguna sensación, ni una sola sonrisa. De su ausencia tampoco afloraría lágrima alguna. Podría desaparecer sin evocar siquiera una fría despedida, porque no tenía nadie a quien echar de menos. Reparó en el coche aparcado en la acera justo en el momento en que un hombre alto, trajeado y con la mirada oscura abría la puerta del local, y dejaba que una lengua de frío partiera en dos la calidez del ambiente antes de dejar tras de sí la calle e introducirse en los rostros enfermos de angustia y las miradas ajadas de aquel ambiente. Después de vacilar un momento, el intruso -porque eso era, un intruso con recuerdos, algo que el resto no tenía- se dirigió a su mesa, y esperó de pie a que le invitara a sentarse con él. Sin mirar hacia arriba, apartó con el pie la silla vacía y le invitó a sentarse. Cuando encontró su rostro a la misma altura, percibió un ansia nerviosa en su acompañante, aderezada quizá por un punto de locura. -He venido a matarte -murmuró el hombre del traje. -Lo sé -respondió, sereno, mientras hacía una seña al camarero-. Deja que te invite a un trago...

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Iraide Talavera Nací en Bilbao el 19 de abril de 1988 por la insistencia de un médico que consideró que llevaba demasiado tiempo gozando de los privilegios del útero materno. Salí berreando y con cara de sorpresa. Pronto cambié las pataletas por la risa, pero el asombro no se me quitó: señalaba las palabras y los números a mi alrededor y los intentaba descifrar. Repetía nombres, fechas, horas y apellidos de forma obsesiva. Después vino la palabra leída en mayúsculas y en voz bien alta, hasta que aprendí a leer callada. Poco después empecé a trazarla yo para contarle mis aventuras a mi primer diario. Desde entonces, se me empezaron a acumular libros infantiles en las estanterías e historietas y dibujos en miles y miles de folios blancos, verdes, azules, amarillos y rojos. Salí del colegio con el deseo de hacer acopio de más letras, y empecé a coleccionarlas en distintos idiomas, a paladear su textura y decidir cuáles me gustaban más. Por eso elegí la carrera de Filología Inglesa, en la que descubrí el milagro de los blogs, por aquel entonces el paradigma de las nuevas tecnologías. Ahora, después de aquellos cuatro maravillosos años, sigo el sendero de la palabra a través de la lectura, la escritura, la radio, la traducción y la edición de contenidos educativos. Sin duda puedo definirme como una auténtica filóloga, porque mi amor por las vocales y consonantes no les da tregua ni a ellas ni a mí.

ENTREVISTA CON IRAIDE TALAVERA 1. ¿Qué prefieres para escribir un cuento: primera o tercera persona? Tengo tendencia a escribirlos en tercera persona, como los cuentos clásicos: “Había una vez una niña llamada Laura que vivía en una casa roja, rodeaba de pastos verdes, etc.”, sobre todo si se trata de cuentos. Me permite alejarme de la realidad e irme a un mundo en el que se puede jugar e inventar las reglas sobre la marcha. La tercera persona hace que me tome menos en serio a mis personajes, y que éstos adquieran el tinte de lo fantástico. Sin embargo, cuando me dispongo a iniciar un relato o novela, la primera persona empuja a mi bolígrafo, como si fuera el momento de ponerse serios o trascendentales, y entonces me entra el miedo de no conseguir más que un diario, páginas y páginas hablando de mis sentimientos y sensaciones, por mucho que intente hacerlos pasar por ajenos.

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2. Si pudieras elegir escribir o no, ¿tomarías el mismo camino, o te parece que enfrentarse y pertenecer a la escritura es demasiado desgaste y dependencia emocional? Bendita dependencia emocional. Me gusta el principio de la frase, “si pudieras elegir”, porque la verdad es que no se puede. La escritura te viene de serie, pegada a la mano. En mi caso, escribir es terapia. Es así como pongo mi mundo en orden, libre de cachivaches rotos que sólo entorpecen la cabeza. Cuando escribo me voy liberando de todo lo que he ido trasegando durante el día. Por lo tanto, esta necesidad de agarrar el boli o las teclas y contar cualquier cosa no es desgaste, sino regeneración. Los que más desgastan son el pensamiento y las emociones.

3. Eres muy luminosa en tus textos, ¿defiendes la alegría en la literatura como Mario Benedetti en uno de sus poemas? Sí, la defiendo porque creo que esa alegría es el imán que nos va arrastrando por el calendario y nos impulsa a continuar. Necesitamos ver la vida, saborearla, y la literatura puede ayudarnos a ello, a sacar la veta chispeante a la cotidianidad, a entender mejor nuestras rutinas absurdas y a desterrar nuestra manía de ver nuestra existencia, en ocasiones, con la cara marrón. He notado que, cuando estoy un tiempo sin leer, a mi vida le falta algo. Me siento como Campanilla sin los polvos para volar, y esos polvos son, precisamente, la alegría que la literatura proporciona. Esto no quiere decir que la temática haya de ser humorística o alegre; aun siendo triste, puede proporcionarnos ese placer estético, esa sensación reconfortante de estar arropados por las vivencias, ilusiones y preocupaciones que se narran en los textos. De todos modos, me gustaría añadir que esa luminosidad que se percibe cuando escribo es producto de la niña que llevo dentro y que se niega a abandonarme. Como Benedetti, defiende la alegría y reniega de la tristeza, de la apatía, de la hosquedad. Cuando esa niña se va, noto el vacío, la llegada del gris. Sin ella ya no puedo sacar punta a las situaciones ni reírme por nada, ni emocionarme con la letra de una canción, ni deleitarme en una palabra, ni divagar sobre la luz que baña las vías del tren… Pensaba que esa niña se iría con la infancia, pero resulta que ella soy yo.

4. Si pudieras parecerte a algún escritor, ¿a quién sería? A Elvira Lindo o a Rosa Montero. Siempre acabo fusionándolas en una, a ambas las admiro. Han ejercido el periodismo, han escrito novelas para adultos e inolvidables relatos infantiles. Son mujeres progresistas y modernas, su estilo es ágil y sus personajes son creíbles, humanos. Cuando tenga veinte, treinta años más, me encantaría ser como ellas.

5. ¿Qué opinas del best seller: necesario o prescindible? Necesario. En general disfruto más del continente que del contenido, y en ese sentido –no siempre- el best seller se queda corto, sobre todo el que se ha concebido para vender tiradas y tiradas de libros. Pero, al mismo tiempo, admiro la adicción que ciertos libros pueden provocar, a pesar de que su 55


calidad no sea óptima, y la capacidad de sus autores al hacer acopio de datos históricos, geográficos y políticos para generar una historia creíble y bien enlazada. Esta admiración se debe en parte a que crear el esqueleto de una historia e ir enlazando los acontecimientos no es mi fuerte. De todos modos, no todos los superventas son iguales. Algunos son tan obvios que se deshacen entre las manos, mientras que otros son buenos productos, al margen de si venden más o menos.

6. Tienes un blog alojado en Wordpress, llamado “El Bazar de las Artes”. ¿Qué papel juega en tu vida? Juega un papel mucho más grande de lo que hubiera pensado cuando lo abrí. Al principio no lo tenía alojado en Wordpress, sino en el servidor de mi antigua universidad. Hace cinco años y medio, en primero de carrera, tuvimos que crearlo para una asignatura sobre nuevas tecnologías. Desde entonces, ha registrado todos los cambios y vuelcos importantes que mi vida ha dado en este tiempo, y sobrevivido a ellos. Ha sido mi tabla de salvación en el extranjero, la vía de escape de pensamientos extraviados, la forma de aferrarme a los míos y de asirme a otros no tan míos que se han convertido en mi familia virtual. Agarrada a él me he sentido decidida, confiada orgullosa y feliz; otras veces, sin embargo, me ha visto con cara hastiada, triste, dudosa o preocupada. Además, el blog ha sido la emocionante caja de los sobres, llena de comentarios de viejos y nuevos amigos. Gracias a él he conocido a autores, y me han conocido ellos. Ha sido la plataforma desde donde he escrito y he logrado que me lean. “El Bazar de las Artes” no es mi diario, porque es más inconstante; no es tampoco el lugar donde vierto mis conocimientos, porque éstos son volátiles y viajan de un lado a otro en desorden. Es el espejo de mi vida: escarpada, pedregosa, otras veces lisa, pero siempre viva.

7. Tu cita preferida. Carpe Diem. Así se llamaba mi coro y, tras ver “El Club de los Poetas Muertos”, tengo la frase tres veces subrayada en mi cabeza. Otra de mis citas es Life rules, inventada por mí para situaciones de estrés. Quiere decir que la vida manda, que hay que enfrentarse a ella con lo que venga, sí o sí. Iría en consonancia con es mejor caminar que pararse y echarse a temblar, uno de los mejores versos de Carlos Goñi. Y por último, al hilo de la vida, vivir, para vivir, sólo vale la pena vivir para vivir, como diría Serrat. En resumen, mi vida es escrivivir, palabra que inventó mi amigo el escritor Gonzalo Moure. Vivir la vida para escribirla, o escribirla para vivirla después, o escribirla y vivirla a la vez, depende.

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Media hora en un café Se me cansaron las botas. Su cuero negro se aferraba a mis gemelos, al vínculo entre mi tobillo y mi pie, como si tuviera miedo de soltarse y caer sobre el asfalto. Se me cansaron después de recorrer la ciudad durante dos horas, tratando de ofrecer consuelo a mis pensamientos varados. Era un invierno difícil. Llevaba dos meses trabajando en una cafetería al sur de la ciudad, en un barrio por el que no solía pasar. Corrían malos tiempos, y necesitaba el dinero para pagar el alquiler de mi nueva casa. El trabajo no era malo, pero en el acorde de normalidad de la rutina se infiltró un día una nota discordante. Era ella, aquella presencia inesperada de ojos marrones tan similares a los míos. Tenían la misma parábola inclinada hundiendo sus párpados, la misma boca tan fina que parecía un descuido, un corte rojo en su piel. Llevaba un abrigo rojo doblado encima de los muslos y tomaba chocolate caliente. Se lo había servido una de mis compañeras mientras me afanaba en la barra recogiendo los vasos de los clientes. Tendría ya casi dieciocho años. Frente a ella había un chico alto y delgado, tal vez su novio. No la había visto nunca, pero tenía que ser ella. Mi mente brincó dos décadas atrás. Me acordé de su madre, una de las primeras chicas que se habían enamorado de mí. Tal vez yo también me enamoré de ella, pero cuando supe que estaba embarazada el miedo me anuló la voluntad de querer y solo quise correr hasta donde sus ojos no pudieran alcanzarme. Pero ahora veía a mi hija y me dolían esos párpados incapaces de reconocerme, esa boca que sorbía a poquitos el chocolate caliente, como yo cuando era un niño. Terminaron de beber e hicieron ademán de levantarse. Me dirigí hacia la mesa para recoger sus consumiciones. Mi corazón golpeaba contra mi camisa blanca, duro como un hueso. Me miraron y me dijeron adiós con una sonrisa. Sólo quedaron los posos de aquella media hora que habían pasado en la cafetería, protegiéndose de la lluvia. Salí del trabajo y se me cansaron las botas de tanto caminar. Se amarraban a mis piernas igual que mis pensamientos. No podía perder su imagen, la imagen de aquella hija que no lo era, porque nunca me había conocido. Llegó la noche y busqué un escondite para mis pensamientos, un rincón apolillado donde se fueran gastando. No pude encontrarlo.

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Limón y azúcar La cucharilla retumbó sobre el vaso de cristal. Sólo quedaban restos de azúcar moreno disueltos en el limón, formando una pátina color ámbar. Había escuchado un ruido en la calle pero no sabía de dónde provenía. Hacía años que nadie pasaba por aquella casa. Antes no era lo mismo. Antes tomaban juntos la merienda en la mesa de madera de la cocina, que todavía conservaba esos arañazos que hizo con el cuchillo de cortar el pan, y que, unos con otros, rectos, patosos, formaban sus iniciales. Antes, hace tiempo, podía mirar sus ojos verdes debajo del flequillo castaño, casi color de oro por culpa de ese sol que hacía arder los campos en agosto. Ella lo miraba y sonreía con esa insistencia que tienen los niños, esa capacidad de absorber el mundo circular que comprenden sus pupilas. Y él apenas decía nada: le devolvía el gesto, reía complacido mientras comían un bocadillo de chorizo y bebían la limonada que les preparaba su madre, con los hielos bien picados para que el calor no les inundara el cerebro y la respiración. Así crecieron los dos, una casa junto a la otra y dos almas entrelazadas que se conocían antes de tener secretos que descubrir. Le había parecido oírla en la hierba barrida por el viento, en la caída de cáscara de nuez sobre las baldosas. Pero no era posible: muchas lluvias habían segado la ilusión de la niñez, y muchas ramas los habían alejado de su tronco común, de aquellos hogares cuyas ventanas roncaban ahora desvencijadas. No era posible, pero en ese retumbar de la cuchara le había venido como un relámpago la imagen verde de sus ojos, y ahora era un sueño tan real que no podía dejar de sentirla. Achacó su esperanza a la edad y la arrinconó con las migas de la última merienda. Salió, cerró la puerta y caminó hacia el coche. Se acomodó en el asiento, encendió el motor y lamentó su torpeza. Encendió las luces del vehículo y empezó a bajar el camino de piedras, que se incrustaron perezosas bajo sus ruedas. Y entonces, dos focos que venían en sentido contrario lo cegaron. Apagó las luces y entonces vio, con claridad, su sonrisa de faro inextinguible.

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V e r a n o Verano fue una lente desgastada, una pupila inquieta, parpadeante; verano era una niña pizpireta, a bordo de un autobús errante. Viajando por la senda azul de junio, verano era noche, risa, canto: recuerdo de las horas consumidas, nacía nuestra voz vibrante. Sí, también era ésa la estación del alma, todo riesgo, todo verde, todo baile. Como verdes eran las miradas, en la ciudad del ocio constante. Verano era, sí, era el regreso: descenso de más bailes y más cenas. Conciertos, sí, también recuerdo. Playas trasnochadoras y verbenas. Mas no todo era jaleo, en el país de los días contados; también se ofertaba el reposo, en el rincón del blanco encalado. La ruta extraordinaria del helado, las olas diagonales y marchitas; Cádiz, transido viento de Levante, cruzó mi tez morena, de visita. Y en el ecuador de las ideas, verano era mente alborotada, revistas desgastadas, música que incordia al copiloto, calor insufrible tras las ventanas. Verano, verano que es otoño de futuros hipotéticos que te estrechan la mano y a su vez dan paso al invierno, aterido, que dará a luz flores que brotarán de la nieve que anega las praderas. ¡Despierta, abril, que ya es primavera! Como una niña pizpireta, verano te espera.

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Ivan Mourin nació en Barcelona en 1980 y desde los nueve años supo que quería ser escritor. Se diplomó en Criminología y ha trabajado como técnico especialista en anatomía patológica, así como en otros puestos tan variados como camarero o en una cadena de montaje de automóviles. Además de algún relato, ha publicado dos novelas: “Niños perdidos” (Nuevos Autores, 2005) y “Sociedad Tepes” (Atlantis, 2009), y colaborado en programas como Cuarto Milenio.

ENTREVISTA CON IVAN MOURIN

1. Iván, tú eres un autor publicado. Tienes dos novelas y aspiras a publicar más. ¿Cómo surgieron estas novelas? ¿Surgieron de la necesidad? Sí, pero de la necesidad de plasmar las historias que rondan mi cabeza. La primera, Niños Perdidos, nació a partir de un sueño que tuve un verano, con quince años, pero para Sociedad Tepes quise rescatar a un personaje, Vlad Tepes, sólo como excusa para el título, aunque quien haya leído la novela sabe que la historia va mucho más allá. El resto de novelas, tanto las que tengo escritas y no están aún publicadas como las que sólo tengo el argumento, surgen en el momento menos pensado.

2. ¿A qué se debe que te guste tanto este género negro, de intriga, de vampiros, que se refleja en tus escritos, en tus relatos? ¿Qué encuentras en este género que no encuentras en los demás? Siempre he dicho que el culpable es mi hermano. Es once años mayor que yo, y en la época en la que estudiaba Imagen y Sonido veía muchas películas de terror, esas maravillas de los 80 que aún conservo en casa. El me dio el primer empujón, y después seguí el camino. Me gusta este género no sólo por lo escabroso y porque puedo ser todo lo bruto que quiera (cuando se me deja), sino porque me lo paso bien haciéndolo pasar mal al lector.

3. ¿Te has planteado escribir en otro género que no sea el de misterio, intriga, terror?

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De momento, no. Quién sabe si con la edad me cambiarán los gustos, o si lo tendré que hacer por necesidad, pero ahora es el género que me gusta.

4. ¿Cuál es tu fuente de inspiración? Todo sirve para inspirarse, desde lo que ves en un programa de televisión, en un paisaje, o una discusión. Las mejores ideas surgen de las cosas más tontas.

5. ¿Tienes alguna manía a la hora de escribir? ¿Tienes horarios, momentos del día preferidos, necesidad de estar solo? Sólo una: siempre escribo a mano, en cuadernos poco corrientes y con estilográfica. Puede que esto retrase un poco el trabajo, pero, aunque parezca una tontería, no trabajo igual si lo hago directamente a ordenador.

6. ¿Cómo relacionas la escritura con la lectura? La lectura es un pilar importante para todo escritor. Es perfecta para aprender gramática, léxico y técnicas de escritura, aunque debo reconocer que llevo un par de meses que estoy un poco desconectado de ésta por falta de tiempo, y la echo de menos.

7. Cuando comienzas a escribir, ¿sabes la dirección que van a tomar tanto los personajes como la historia? ¿Tienes un esquema perfectamente estructurado, las ideas claras? Siempre comienzo conociendo el final, pero el resto de la historia la tengo bien forjada en la cabeza. Respeto el modo de trabajar de cada escritor, pero a mí los esquemas no me sirven para nada, excepto para confundirme. La pared del rincón donde escribo la tengo pintada de pizarra, y es donde pongo alguna anotación importante, pero nada más.

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La ventana rota Algunas casas nacen malditas. SHIRLEY JACKSON, La guarida.

No me atrevo a mirarla. El miedo no te abandona nunca, da igual la edad que tengas. Evoluciona, se adapta, pero siempre es fiel, agobiante, algo crónico. —¿Te encuentras bien? —pregunta Clara, mi esposa, pero ni su voz ni su compañía mitigan esa sensación, esa aversión hacia la casa. La casa. —Sí. Estoy bien. Mentira. ¿Cómo voy a encontrarme cuando sé que él, aquello, me observa desde la ventana que rompió hace veinte años, acechando como un depredador hambriento confinado en una jaula? Cuando era niño, con ocho años, la Casa Armesto me fascinaba. Debían ser las negras historias que contaban sobre ella y sus antiguos habitantes. Imaginaos una imponente casa blanca rellena de oscuridad, como una tarta de chocolate amarga y reseca. En vacaciones, solía recorrer el pasillo de la planta baja cogido de la mano de mi abuela, apestado por el momentáneo hedor a putridez, ahora sé exactamente a qué, que se escapaba al abrir la enorme puerta granate de la entrada, como si anidase en los agujeros de la carcoma que picaban la madera. Enseguida quedaba camuflado por un agradable aroma a gardenias expelido por ambientadores jabonosos en pastillas. La abuela se encargaba únicamente de limpiarla una o dos veces al mes. Pasaba horas encerrado en el despacho que había junto a la entrada. Mientras ella repasaba todas las estancias de las tres plantas, yo leía cuentos infantiles y, a escondidas, me iniciaba en el mundo del terror con un viejo libro de las Narraciones extraordinarias de Edgar Allan Poe. En una ocasión, leyendo la descripción del personaje alto y delgado que parecía un cadáver ensangrentado en el relato La máscara de la muerte roja, escuché unos golpes. Martillazos acompañados de algo que arañaba al yeso. Quise ignorarlos, hasta que se hicieron tan fuertes que los cristales de las vitrinas de las librerías temblaron. Pum, pum, flisshh. Pum, pum, flish. Venían del piso de arriba. 62


—¿Abuela? —susurré subiendo por los avejentados peldaños de madera de la escalera principal. Tenía que ser ella, pero, ¿por qué daba aquellos golpes? De las reparaciones, si las había, se encargaba el abuelo. El pasillo de la primera planta era interminable, con paredes infectadas de oscuras bocas de madera rectangulares con un diente de oro que llevaban a cuartos aún más siniestros. Me sentía como una polilla dentro de un armario lleno de naftalina. Cesaron los porrazos, pero algo permanecía escondido como una rata rabiosa. Una ajada y polvorienta cortina de penumbra ensombreció los cristales del enorme ventanal que me iluminaba al final del pasillo, zampándose al sol como a una grajea de limón para regurgitarlo un segundo después. No sé cómo explicar lo que vi. Fue como uno de esos garabatos que aparecen y desaparecen dentro de la retina. Una silueta humana desdibujada parpadeó, un rostro etéreo de ojos negros. El sol regresó, y el horror que me había clavado al suelo se disipó como humo. Era un niño muy fantasioso con un manoseado libro de relatos de Poe entre los dedos. Los fantasmas habían abandonado las páginas marchitas y campaban a sus anchas por mi cerebro asustadizo, nada más. Realmente, aquel caserón era un escenario perfecto. Me detuve ante el primer escalón que me llevaba a la planta baja. Los tablones crepitaron a lo lejos. El ratón del pánico montó en la rueda de mi pequeño corazón y comenzó a correr con todas sus fuerzas. Una picazón revoloteaba en el aire, a madera quemada y azufre, el resultado de la marca de fuego de las pisadas que chamuscaban la fibra de la alfombra que cubría medio corredor hasta ennegrecer la madera, ¡y se acercaban a mí! ¡Dios, quise moverme y no pude! Ni siquiera sé cuándo comencé a gritar, si antes de escuchar la respiración que exhalaban los cuadros o después de la risa que estalló ante mi rostro y que me salpicó con su aliento a carne putrefacta. —¡Manolo! —gritó la abuela, subiendo las escaleras a trompicones—. ¿Qué sucede, Manolo? Enrojecida por el esfuerzo, palideció en cuanto me vio, inmóvil en el peldaño, rodeado de aquel hedor a lana quemada, podredumbre y al cerco de orina que florecía en la bragueta de los pantalones cortos y que descendía caliente por mi pierna. Se le desencajó el rostro al ver las pisadas adultas humeantes. Era una mujer pequeña, pero hizo un esfuerzo colosal para coger mi cuerpo, rígido e inmóvil como una tabla. —No quiero que vuelvas aquí —susurró, apretándome contra ella. Olía a hierba segada, heno y sudor. En el rellano, entre las dos plantas, uno de mis ojos se abrió. La abuela me envolvía con los brazos, y otros dos se desplegaron de la sombra alargada y desconocida que se proyectaba en la pared para abrazarnos a ambos.

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Regresé. El terror que me inyectaba aquella casa, su historia, era la droga que alimentaba a mi falso coraje. Dos días después, hurté las llaves de la abuela y escapé hacia Casa Armesto oculto en la turbia oscuridad que anunciaba el crepúsculo. Lo único que recibía en el camino era el mugido del ganado en las vaquerías y el ladrido de algún perro que arremetía contra mí hasta donde la cadena le permitía. Me flojearon las piernas cuando estuve ante ella. Me observaba con decenas de ojos de cristal y párpados de madera. Era un cráneo deforme de yeso, un viejo busto resquebrajado y corrompido, una macilenta cara fría, perversa y severa. Recorrí a hurtadillas el huerto colindante, que pertenecía a mis abuelos maternos, y abrí la pequeña cancela de madera verde que daba al patio trasero. La noche era tan cerrada que los vidrios que no estaban protegidos por contraventanas de madera blanca no mostraban reflejo alguno. Pasada la cerca, los conejos se revolvían agitadamente dentro de la caseta de ladrillo. Encendí la linterna de latón roja e iluminé el interior a través de la rendija vallada de la puerta del pequeño corral. Los ojos de los animales, hipnotizados ante el foco, desprendieron un fulgor verdoso. La cerradura de la puerta trasera de la casa chasqueó su lengua metálica al girar la llave. El pasillo tras ésta se me antojó como un largo túnel minero. La linterna profanó las tinieblas, partiendo las paredes en franjas ambarinas y cenicientas allá donde la bombilla abría una órbita de escasa luz. Más allá, oscuridad virgen. La casa me había detectado; era un radar para la vida. Dos esferas, verdes como los ojos de los conejos, devolvieron el destello a la linterna. La bajé, y en la lobreguez se dibujó a carboncillo una pierna, un brazo y un rostro, y el terror hundió las garras en mi pecho para robar el aire de mis pulmones. Carlos, el hijo pequeño de la última generación de Armesto que había habitado la casa, me miraba lejos de la luz. ¡Había muerto dos años atrás de meningitis! Si continuase vivo, tendría tres años más que yo. —Hola, Manolo. La voz era metálica, como si cada palabra golpease una caja de hierro con una cuchara, escupiendo el mismo tufo infecto que olí en la primera planta la última vez, y el mismo que me recibía en cada ocasión que entraba con mi abuela. La linterna se escurrió y chocó contra la alfombra, los pies descalzos del espectro rozando el haz. En la negrura del pasillo, aquella mirada vacía y maliciosa se acrecentó, como el pestazo a cuerpo corrupto que despedía su boca sin dientes. Entre los dedos rechonchos de la mano izquierda pendulaba un rosario sin crucifijo.

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Recuperé el aparato, temblando, y el niño despareció como ceniza bañado por la luz de la bombilla. Eché a correr hacia la puerta por la que entré. El rostro de Carlos, deformado por la enfermedad, blanqueado por la muerte, se bordó sobre el cuadro de una pradera y tiró del tapiz para morderme con la boca desdentada de tela. ¡El lienzo me arañó la oreja! Cerrada. ¡Cerrada! Entré en el primer dormitorio, frente a la cocina. Apoyé la espalda en la puerta blanca, como si realmente pudiese impedir que entrara. Me costaba respirar, incluso creí que iba a desmayarme al cruzar la estancia, maldiciendo inconscientemente a la abuela por cortar la luz, como si hubiese sido culpa suya el que acabara en esa situación. Me encaramé a la ventana de puntillas. El tirador oval no giró. Perdí la fuerza y me eché a llorar, encogido en el suelo, con el metal de la linterna rozándome los gemelos. —¡Papááááá! —vociferé. Un gorgoteo me respondió. No estaba solo. Bajo la colcha de ganchillo, un bulto humano se removía en el colchón hundido de lana. ¡Aún doy gracias al cielo por tener aquella cabeza cubierta con la funda de la almohada, la tela amarillenta hundiéndose en la boca abierta! No me atreví a pasar otra vez por delante de la cama, así que salí muy despacio por la puerta de mi izquierda, junto a la ventana. El aparecido continuó convulsionándose, manchando de sangre la funda, con las marcas de unas piernas invisibles que se sentaban a horcajadas sobre el vientre, y de unas manos que estreñían la tela contra el cuello. Había entrado en el aseo. Me encontré con mi reflejo en el espejo de marco dorado, pero no correspondía a mi imagen. La palidez azulada, la sonrisa de dientes negruzcos, la ausencia de la linterna. Alrededor mío, a través del espejo, los azulejos blancos rezumaban agua, sudaban las juntas. Mi otro yo flotaba dentro del agua, ahogado, con los capilares de los ojos reventados, la piel cada vez más azul y el botón de espuma en la boca que se desprendía hacia las profundidades como nata. Huí, con una presión cada vez más fuerte en el pecho. La habitación volvía a estar vacía, y el lecho, intacto, con la colcha comida por las polillas. Crucé el cuarto, dispuesto a regresar al pasillo. Golpearon el vidrio de la ventana y me giré, esperanzado de que el abuelo se hubiera percatado de mi ausencia y viniese a rescatarme. ¿Qué eran unos azotes comparados con lo que sucedía en aquel caserón maldito? Espachurrado como un sello entre la ventana y la contraventana, el ser de la cama llenaba el marco, cubierto por la sobrecama desgastada que ahora faltaba. Lamía el cristal, pintándolo de sangre a través de la tela de la funda.

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Recibí el brusco empujón por la espalda de unas manos sin dueño, de dedos grandes, rígidos y fríos como carámbanos, que me sacaron al corredor. Donde la luz no hería, las siluetas de ellos infestaban la penumbra, decenas de personas que murieron allí en épocas diferentes. Harto, asustado y cansado, aferré la linterna con tanta fuerza que pensé que estaba doblando el latón rojo, y me arrojé hacia los fantasmas. Lancé un grito que ni los alaridos de los entes al desvanecerse con la escasa iluminación pudieron ensordecer. ¡Me abría paso! Ciego de temerosa rabia, me empotré contra el portón granate de la entrada principal. Los dedos se anudaron en el bolsillo intentando sacar la llave de hierro atada a una fina cuerda de esparto deshilachado. —¿Adónde crees que vas? Las paredes temblaron como láminas de papel ante aquella voz, escoltada por un olor a madera quemada. La tráquea se me enroscó como un paño escurrido. La sangre de las venas de mi cabeza emitió el mismo sonido ruidoso de una pajita sorbiendo los últimos restos de un batido. Empuñé la linterna como si se tratase de una pistola y apunté a la voz que hablaba a mi espalda. ¡Era él! ¡El parpadeo en la primera planta! Secundado por los fantasmas, cuyas siluetas eran como reflejos en un cristal sucio, los zapatos humeantes del hombre del traje gris se acercaron a mí con una calma turbadora. Cada paso resonaba como si las suelas estuviesen rematadas con herraduras. El traje aparecía y se desvanecía como tejido en polvo, pero no su rostro, siempre sonriente. El haz de la linterna no lo evaporó. —¿No tendrás intención de marchar? La llave giró en la cerradura, ¡pero no el pomo! Las pupilas ardían en sus ojos negros y nítidos. La sonrisa se fue ampliando más y más en el rostro pálido hasta empequeñecerlos y dar paso a unos dientes grandes y blancos que podía sentir hundiéndose en la carne sin que llegara a tocarme. Apestaba a matadero, a sangre. —Tienes que quedarte con nosotros, —Alargó los dedos esqueléticos de uñas amoratadas—, conmigo. Sin saber qué hacía, sujeté el asa de alambre de la lámpara con los dientes y me llevé la mano al pecho por dentro de la camiseta, sin despegar la otra del pomo del portón. Arranqué la medalla de la Virgen que llevaba colgada de una cadenilla de oro y se la lancé. Le golpeó en el brazo.

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El espectro esputó un alarido animal. La carne muerta se retrajo. La dentadura poblada de dientes afilados lanzó un mordisco al aire, y su mirada, ahora dorada, me fulminó al disiparse en un cono de humo que escapó a la oscuridad de la planta superior. El portón se abrió y me escabullí como pude, entorpecido por el pánico. Tropecé con algo que me hizo rodar por los tres peldaños de piedra de la calle hasta el camino de tierra. Se cerró con fuerza. En los tobillos descalzos afloraron unos moretones; el hombre del traje gris me había agarrado de ellos. Me erguí de un brinco y corrí calle arriba. Los perros atestaron la noche de aullidos cuando un rugido de león prorrumpió de la casa, y algo se rompió en ella: el cristal de una ventana. Por eso no puedo mirar a la casa. Temo verle. Temo… —¿Ferrán? —Escucho decir a Clara—. Sal de ahí. Alzo la vista. ¡Mi hijo de cinco años está en la entrada, la puerta abierta! —¡Sal de ahí! —grito, pero no sirve de nada. El abuelo, que en paz descanse, optó por no volver a cambiar el cristal del ventanal frontal de Casa Armesto porque decía que siempre se rompía. Ahora entiendo por qué. Él, aquello, siempre ha estado allí, esperando con inquietante calma a que yo regresara. El traje gris sigue polvoriento, igual que su rostro marchito, mirando con aquellos ojos deslumbrantes y triunfales que añoran mi miedo. —¡Ferrán! —vuelvo a gritar, corriendo hacia la casa, contagiando la angustia a mi esposa. Pero mis pies no se mueven. Mi niño se ha vuelto. Sonríe feliz y me hace un gesto con la mano derecha, pero no sé qué significa, si hola o adiós. La puerta granate se cierra con un fuerte golpe y lo engulle hacia su estómago de pasillos y habitaciones. El hombre del traje gris estira los labios hasta mostrarme una sonrisa tan grande como la de aquel día, y retrocede lentamente, hacia la oscuridad, tras la ventana rota.

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Marta Gómez Garrido es una escritora madrileña, nacida el 11 de junio de 1986. Es autora de las novelas 'El beso del horizonte' y 'Vidas de cristal helado'. Está licenciada en periodismo y en comunicación audiovisual por la Universidad Carlos III de Madrid y actualmente está cursando el doctorado en Literatura Española. Es miembro del equipo editorial de la revista 'Otras palabras' y colabora con la revista 'Granite and rainbow'. También ha participado en la revista de creación literaria 'Qí', con la poesía 'Recipiente ignorado'. Libros publicados 2004 Océano de Nostalgias. 2005 Vidas de cristal helado. 2008 Paraísos vacíos. 2009 El beso del horizonte. Página web: http://www.martagomezgarrido.com Blog: http://mgomezgarrido.blogspot.com/

ENTREVISTA CON MARTA GÓMEZ GARRIDO 1 . Tienes dos novelas publicadas y otros dos libros de poesía. En un video de una presentación tuya en youtube te escuché decir que escribiste la primera en una semana. ¿Cómo fue eso, cómo es posible? Respecto a cómo fue posible sólo sé que se pudo hacer, aunque no se ha vuelto a repetir, supongo que si me lo hubieran contado habría tenido la misma reacción. La historia me enganchó, igual que cuando estás leyendo y es tarde pero no puedes dejar de leer. Fue la misma sensación pero escribiendo, necesitaba verla acabada, saber qué pasaba con esos personajes y por eso salió de un tirón. Es la única que he escrito tan rápido. El tenerla acabada (sin corregir eso sí) en una semana tiene sus cosas malas y buenas, lo positivo es que al leerla parece que engancha tanto como experimenté yo al escribirla, y que los detalles de la trama no se pierden; la mala quizás es la falta de recapacitación sobre el tema, pero de haberle dado muchas vueltas probablemente habría perdido frescura. La segunda novela, El beso del horizonte, tardé un par de años en escribirla y es bastante diferente, es más pausada, se lee también diferente. He de decir que me arrepentí de haber dicho lo que tardé en escribirla, en el video no se ve pero luego hubo risas con el tema y lo cierto es que a veces se juzgan las cosas por las apariencias pero lo mejor es leerse la novela y sacar una opinión propia, para bien o para mal.

2 . Cuando te pones a escribir, ¿tienes las ideas claras o dejas fluir la historia y los personajes?

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Suelo hacerme un esquema previo, para saber más o menos por dónde se van a mover los personajes, porque me gusta crear cierto suspense y para eso tienes que saber hacia dónde va la historia, para poder dar pistas falsas o detalles, sin embargo mientras voy escribiendo siempre surgen cosas nuevas e incluso personajes nuevos. Lo que tengo claro suele ser la meta y ciertos elementos que estructuran la historia.

3 . ¿Cuál es tu fuente de inspiración? Para la poesía es mi vida y mis sentimientos, para la novela más que inspiración lo que me suele infundir ánimos para ponerme delante de un papel (o del ordenador) son las ganas de contar una historia, de comunicarme, de vivir vidas que no tienen nada que ver con la mía. En cierto modo es como jugar, pero la historia la cuentas con palabras y en papel.

4 . ¿En qué género te sientes más a gusto? ¿Poesía, narrativa? Me siento cómoda con los dos, expreso cosas diferentes con cada uno de ellos. En la poesía me desahogo y me puedo recrear con imágenes incomprensibles, en la novela cuento historias y hablo de personas y de sus problemas. Eso sí, las dos tienen en común un estilo parecido metafórico y plástico.

5 . ¿Son las novelas que surgen por necesidad las mejores? Creo que no necesariamente. Una novela que surge por necesidad puede ser muy buena y otra cuyo tema se haya buscado y meditado también. Lo importante es poner el alma en lo que se escribe, o, si no, al menos muchas ganas. Es importante que, surja de donde surja, lo que escribes te convenza, porque si no te convence a ti probablemente tampoco va a llegar al lector.

6 . ¿Estás escribiendo alguna novela actualmente? Ahora mismo estoy escribiendo más bien poesía y estoy buscando editorial para la tercera novela que supone un cambio importante respecto a las anteriores, porque es más de fantasía.

7 . ¿Qué novela te hubiese gustado escribir? Creo que ninguna que no haya salido de mí. Hay novelas que me encantan como Nubosidad variable, El principito o El alquimista pero las valoro como lectora, como escritora sólo puedo imaginar que escribo lo que sale de mí. Supongo que veo mis textos como una extensión de mí.

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Fragmento de Vidas de cristal helado Marta Gómez Garrido (2005), Atlantis

Hacía mucho tiempo que no recorría este camino, antiguamente establecido como un hecho diario, de esos simples y cortos pero que en conjunto forman nuestras apagadas vidas. Ahora, con el paso del tiempo vuelvo al camino que me vio crecer. Recuerdo como antaño estrenamos estas baldosas, pisándolas con desmesurada ansia, como si su novedad fuera a desaparecer en un suspiro y hubiese que aprovechar hasta el último centímetro. Al parecer, era cierto que la viveza de su antiguo color amarillento estaba condenada a desaparecer, aunque entonces me pareció estúpida esa necesidad por pisar lo más rápido posible el suelo. Al verlas así de desgastadas ahora, me dan ganas de regresar al pasado sólo para poder contemplarlas de nuevo brillantes y limpias. Lo que todavía no sabía, era que el sucio camino incompleto que ahora recorría con pasos cortos y asustados, sería el reflejo del pueblo que dejé años atrás, del pueblo que simbolizaba toda mi niñez, del pueblo que me expulsó.

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Esperanza A veces, sale de noche, cuando el frío corta el sentido en la piel. Pero nadie la ha visto. Han sentido sus quejidos arañándoles la garganta. Surcándola con dulzura. Cuando intentaron atraparla, sólo encontraron gotas de lluvia caídas desde un una mirada con goteras. Dicen, que te convertiste en un aullido; que perdiste la voz y las palabras cuando tu pequeña amiga, la hormiga, se marchó. La llamaste Esperanza, quién sabe si por sueños o por desvelos. La metiste entre tus sábanas buscando un ligero consuelo. Pero era demasiado pequeña para darla un beso, demasiado traviesa para abarcar aquel agujero. Sí, aquél que dejó una despedida, otra más, aunque nadie recuerda quién fue aquella vez; quizá, sólo un pasajero más en tu tren. Es posible que Esperanza, partiera sin darte aviso, o que un día, sin querer, la pisases distraída. El tiempo pasa, y las hormigas, son tan pequeñas… También, es posible que tú desaparecieras con ella, como posible es que la luna se marchite y sólo quede plata. Pero eso, yo no lo creo. Si te busco, es porque encontré a Esperanza, o quizá, sólo se parece. Es negra y tiene la fuerza suficiente como para levantarme con una sola de sus pequeñas patas. Lo cierto, es que no creo que sea la tuya, porque mi Esperanza es única. No escapa ni se olvida, se mantiene constante enfrente mía. Ahora, yo te la regalo. Te doy a mi pequeña compañera. Encontrarás de nuevo una razón para mirar a la luna y asegurarte de que la luna no se marchitó. Si esta noche me visitas, si siento el vaho de tus suspiros en mi cuello y tu suave desespero en mi boca, te contaré mi secreto. Está bien, sé que no gustas de esperar. Te diré, que conocí tu historia de boca de Esperanza. Ella, me relató los hechos sin darles demasiada importancia. Buscaba dueño, porque su antigua amiga la había abandonado por una nube llamada utopía. Que creía buscarla, cuando en realidad no la veía ni aun teniéndola sobre su nariz. Me apenó el caso, y decidí buscar tu rastro sobre lechos húmedos y rostros atónitos. Hoy, te hablo desde esta habitación. Buscando la manera de hacerte volver. La vida, en realidad, está atestada de hormigas. Pequeñas, grandes, negras o rojas. Vivimos de ellas y para ellas. Alivian los sufrimientos y lloran por nosotros cuando nos fallan y desaparecen. Yo, no quiero que Esperanza muera. Regresa, y abandona aquella nube que sólo tiñe los días de negro y las noches de esparto. Vuelve, porque una hormiga no puede tener a otra, y lejos de ellas, los sueños quedan más allá de la otra orilla.

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Sola en la habitación Sola en la habitación. Sabiendo que te has ido, pero esperando un regreso, porque aún huelo tu perfume en la almohada. Un calambre me recorre el estómago, cuando un miedo referente me asegura que no volverás, me lo susurra al oído a cada minuto, y yo, le creo a medias. Entre la esperanza y el sufrimiento, entre la pérdida y la fuerza para ir a verte y reclamar lágrimas ya vertidas. Que triste es el tiempo cuando no se puede volver atrás, cuando desde la distancia agita su pañuelo húmedo mientras te sonríe con malicia, porque nunca podrás ganarle. Y tu voz, cuando suena, es sentir los pulmones inundados de salinidad. Es percibir la seguridad del fracaso y la esperanza vana, es recordar tu cuerpo bailando en la espesura, cuando podía sentir orgullo de estar allí. No aquí sola, encerrada en recuerdos agotados, buscando las raíces de una historia que parecen hundirse en la espesura de los sueños olvidados. Sólo dos palabras son necesarias para rasgar la vida. Sólo un segundo para pronunciar la desdicha: Nunca más. Aquí, desde el recuerdo impenetrable, buscaré el signo de un amor que quizá existió, que no se sabe ya si fue piedra o papel o si fueron las tijeras las que lo cortaron, sin dejarlo crecer, sin una mísera oportunidad. Recogeré mis piedras y demás objetos, que atónitos se deshacen en el recuerdo, y me iré. A algún lugar donde sólo el silencio conozca mi secreto, en algún lugar perdido del mediterráneo.

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Noemí Camblor (Oviedo, 1976). Licenciada en Dirección y Administración de Empresas con Honores por la Universidad de Wolverhampton (Inglaterra), con especialidad en Marketing y Comunicación, trabaja en el ámbito de las letras y la comunicación desde el año 2001. Desde los inicios de su carrera compatibiliza la creación publicitaria con la artística, trabajando como copywriter en diversas agencias de ámbito nacional, siendo guionista y directora del largometraje Convergentes, el laberinto creativo (Estrenado en Madrid, 2009), el cortometraje El amor no es lo que piensas (2008), dramaturgo de la obra Canción de Navidad (Teatro Infanta Isabel de Madrid, 2009), novelista con Vivir a medias, mundos Noéticos (Editorial Kolab, 2007), correctora de guiones para varios directores, y guionista para el programa de televisión Terapia de Grupo (Zebra producciones, 2008). En la actualidad es redactora habitual en la revista literaria Granite&Rainbow, y la revista especializada en arte contemporáneo Talent y Art; continuando su trabajando como publicista y escritora de ficción. Más info: www.noemicamblor.com www.viviamedias.blogspot.com www.convergentesellaberintocreativo.com

ENTREVISTA CON NOEMÍ CAMBLOR 1. Licenciada en Dirección y Administración de Empresas, novelista, correctora, redactora y mujer. ¿Cómo se compaginan las artes con la escritura, que también lo es? Me gustaría decir que compagino mi vida personal y profesional en publicidad con la creación de arte pero, aunque como en toda autora tengo mis preferencias y estoy más orgullosa de unas piezas que de otras, aún no creo haber conseguido la profundidad poética y la maestría técnica que me harían considerar mis piezas merecedoras de considerarlas arte. Supongo que si lo que yo escribo es arte o no deben de decirlo mis lectores.

2. Silencio en el malecón, uno de tus relatos que podemos leer, es breve pero tiene mucha carga sentimental, mucho amor, digamos, pero también mucha realidad. ¿Qué te inspiró para escribirlo? ¿En qué sueles inspirarte normalmente? Silencio en el malecón en realidad no fue concebido como un relato sino que era un mero ejercicio de escritura de un sólo párrafo que seguía a otro escrito de un compañero, la imagen de la que partía apenas la recuerdo pero sí que estaba ubicada en Cuba. Sin embargo, al comenzar a escribir reconocí mi inquietud hacia varios temas: el increíble mercado sexual presente sin pudor en varios países y la terrorífica pedofilia. Reflexionando sobre el tema y aun estando yo mientras escribía, totalmente en contra de estas dos facetas sociales, me sorprendí plasmando un profundo amor aun siendo sórdido. Creo que el amor tiene tantas variantes, tantas cosas incomprensibles que trascienden a la razón de una manera que, no por ser incomprensibles y repugnantes, es menos intenso y real. 73


Mi inspiración suele venir por algún tema o sentimiento que me inquieta, soy una persona muy reflexiva y observadora. Normalmente aparece primer el tema y después encuentro la forma diría casi inconscientemente.

3. “A chocolate” es un relato de tu novela Vivir a medias. Mundos noéticos. Se la dedicas a alguien. Es un relato poderoso, distinto, arriesgado. Hay escritores que dicen que, sin retos, no saben, o no pueden, escribir, pero el hecho mismo de hacerlo ya es un reto. ¿Usas retos, riesgos, a la hora de escribir? En la literatura está todo dicho pero, ¿aún se puede innovar en cómo contarlo, cómo expresarlo? Parece que, con este relato, lo has conseguido? A chocolate es mi relato preferido y uno de los preferidos de mis lectores, supongo que porque es tan profundamente sincero que no pasa desapercibido. Está dedicado a Juan Carlos, un amigo con quien tenía una relación muy especial desde muy niña y que murió repentinamente en un accidente de tráfico . Cuando me comunicaron su muerte, colgué el teléfono y me despedí de él con este relato que nació sin pensar, sin corregir una palabra, como si estuviera en mis manos desde siempre. Para mí no es que se pueda innovar sino que más bien, es obligación de el autor buscar la innovación constante. Yo soy una eterna estudiante, una eterna exploradora. Sin lugar a dudas, la forma es tan importante como el fondo en toda expresión artística.

4. Lees mucho, escribes mucho, editas, y sin embargo estudiaste algo completamente distinto. ¿Qué te ata a la literatura para que vuelvas siempre a ella? La vida de uno no es la que uno desea. Yo como todo el mundo soy el resultado de mi cuerpo y mi mente pero también de mi entorno y circunstancias. Estudié empresas porque “era aquello que me daría de comer y la escritura sería un hobbie”. Sin embargo no pude escapar a mi vocación, conseguí utilizar mis estudios superiores para escribir, en publicidad sí, pero escribir. Creo que hay cosas que por mucho que las quieras ahogar no se puede, la escritura no es lo que hago, no es una profesión, es quien soy. Suena pedante pero todo aquel que tenga una vocación o habilidad para algo en concreto, sabe que es así.

5. ¿Qué libro te hubiese gustado escribir? Eso lo podré contestar el día de mi muerte, hasta ese momento no soltaré la pluma para escribir todo lo que quiero, y...¡ojalá tenga un minuto para coger un bolígrafo y escribir esas últimas líneas! Si te refieres a un libro de otros autores, ninguno. Las obras son las que son porque sus creadores son quienes son, y yo aun sin tanto talento como muchos otros o tanta fama o tantos premios (o alguno...), quiero seguir siendo yo y mi obra sólo la que salga de mis tripas.

6. ¿Primera o tercera persona? Utilizo los dos pero prefiero la primera persona. Creo que así mantengo un diálogo directo con el lector y a la hora de crear me resulta más sencillo meterme en la piel de mi personaje, ser él o ella durante la escritura, de esta manera puedo abstraerme de mi personalidad y mis creencias para pensar y actuar como lo hace el personaje y poder darle credibilidad.

7. ¿Cita, escritor, novela favoritos? Cita: "Las historias nos aprovisionan para la vida". Kenneth Burke Escritor: Gabriel García Márquez. Novela: Por no mencionar cualquiera de Márquez que es obvio, me decanto, por ejemplo, centrándome en la literatura contemporánea, por La hoguera de las Vanidades, de Tom Wolf. Una obra fascinante en todos sus aspectos. 74


A chocolate La primera vez que Rebeca se encontró con el diablo acababa de cumplir 6 años. Arrastraba delante de ella un flamante carricoche azul de juguete y a sus pequeños pasos por la senda del parque no les estorbaban ni sus exageradas enaguas ni los múltiples lazos que colgaban de su vestido de seda rosa. Se quedó helada al verlo porque lo vio muy alto, extremadamente delgado, con una espesa melena grasienta que se descolgaba por los estrechos hombros. Los ojos apenas eran un par de rayas de furia y toda su piel, incluido un rabo bífido aterrador, estaban bañados en rojos, chorros de rojos sangrientos. Rebeca aceleró el paso. Corrió para verlo de cerca. El carricoche saltaba entre las piedras amenazando volcar y tirar una patinadora de plástico que ya no dormía. Tenía que estar muy cerca para, sin pestañear, con sus grandes ojos reduciendo los de él, decirle la verdad: - Hueles a chocolate. El diablo levantó la cabeza, la miró desconcertado y alzó el brazo atrayendo hasta su mano el cuello de un bebé que descansaba en los brazos de su madre. Los dedos se tensaron, las venas se hincharon, el bebé abría la boca sin poder rebelarse. A los pocos segundos la sombra del bebé se desmayó y una madre empezó a gemir en el parque. - ¿A qué huelo ahora, nenita? - Preguntó mirándola de reojo. - Hueles a chocolate – dijo Rebeca. Tenía catorce años cuando durante el paseo hacia la clase de ballet, la abrazó un olor dulce. Ansiosa por volver a verlo, abandonó su camino y siguió una marca color azufre señalada en el aire. Encontró una larga melena dejándose llevar por el mar extenuado de cazar marineros. - ¿Sabes qué me trajo hasta aquí?- Susurró Rebeca a la melena. - El camino de azufre – dijo ella. - No, tu olor a chocolate. Rebeca dejó su carricoche y el ballet. Pasó por dos divorcios y un hijo perdido. Pasó por una guerra y sobrevivió al primer cáncer. Pero cuando el diablo se cansó de esperar, la mató. Al encontrarse Rebeca y él frente a frente, el diablo aterrorizado le preguntó: - Dime ahora, ¿a qué te he huelo Rebeca? Rebeca, pudiendo por fin estar enamorada por primera vez, le contestó: - A chocolate. Siempre hueles a chocolate – Y comenzó a desatar el lazo de su vestido.

En Memoria de Juan Carlos.

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Acto reflejo En mi pueblo se rieron de mí. No, yo no lo conté pero ya saben cómo son en los pueblos: todo se sabe. Aunque, la verdad, me daba igual que se rieran, total, no era la primera vez… Cuando era pequeña, era gorda, y la comidilla de toda la villa era el miedo a que la hija de Hortensia se comiera a los demás niños de la comarca. Después, en la adolescencia, era ya esbelta y muy delgada, así que yo creí haberme ganado el respeto de alguien pero no, entonces yo era una espátula que no tenía ni culo. Más tarde, en mi plena juventud todos me habrían aceptado de no tener las piernas un poco torcidas, más bello que un jabalí de caza, y las manos de señoritinga porque: –Claro, es que no ayuda a sus padres. Sinceramente, ahora que recuerdo mi primer día en la clínica, me parece toda una tortura: Sudaba como un cerdo (influencias de mi fisionomía jabaliliana) y, de no estar allí Concha, otra chica decidida al cambio, entreteniéndome con sus increíbles proyectos de futuro, me habría largado de allí con toda la rapidez que el laberinto de mis piernas me hubieran dejado. Sí, aun con la mofa de toda la comunidad, con los llantos y desesperos de mi pobre madre y el desprecio absoluto de mi bruto padre: me fui. Agarré un par de mudas, cogí los pocos ahorros que tenía y me subí al primer autobús de línea que me llevó a la capital…LA CAPITAL: DONDE TUS SUEÑOS SE HACEN REALIDAD, EL LUGAR EN EL QUE TÚ ERES QUIEN TÚ QUIERAS SER. Eso decía la tele, eso decían las pelis, eso las revistas y la música pop y, como en el pueblo apenas me dirigían la palabra, yo me dije: ¡Hala, Alionora!, tira pa la ciudad que el campo, como que no te dice nada. La consulta del Dr. Schchemimister, o algo así, era horrorosa. Se parecía al despacho del director de mi cole pero toda de madera bien untada de Politus. Venga títulos por aquí y por allá, un esqueleto que por más que dicen que son de plástico yo no me fío ni un pelo, y una retahíla de fotos de “antes y después” que me apabullaron. Sin embargo, él era requeteguapo, requeterequete guapo, como los de la tele, y hablaba muy suave, me sonreía y me trataba con respeto. Esa novedad no podía pasarle por encima ni a la más burra de Cabañeretas (que por cierto, es muy burra, tanto que decía que el dolor de regla -se pasa con una lechuga en el chumino, lo vi yo en las mañanas del Doctor Maritero. Son los remedios naturales de toda la vida-. Y ahí va la tía, todos los meses con la hortaliza en la entrepierna). El doctor me escuchó con atención. Cuando acabé se echó hacia atrás, se frotó la barbilla con una mano, apuntó algunas cosas que no acerté a descifrar y, mirándome fijamente me preguntó: -Entonces, ¿dice usted que quiere operarse para parecerse a…? -Un espejo- dije yo. -Un espejo…- repitió él. -¿Algún problema?- me preocupé yo. -Sí, un espejo: ¿de mano o de pié?- contestó él. 76


Se pueden imaginar el lío en el que me metí. Eso sí, oye, cómo te tratan en la clínica, de lujo, casi prefería quedarme allí toda la vida en lugar de ir a la pensión en la que dormía cuando los gritos de la chica alegre de al lado me dejaban… Además, compartí habitación con Concha, un rayo de luz. Empezamos por partes. Primero la parte de arriba. Un poco agobiante lo que despertarte y no tener ni pecho ni nada, toda plana, pero plana extraplana. Me dejaron de un grosor de 8 cm, justo para entrar en el maravilloso marco rococó que quería vestir. Para el reflejo me metían en baños de no sé qué pero que estaba calentito y, aunque muy bien no olía, después dándome el sol: ¡deslumbraba! A las dos semanas, la misma operación con las piernas – ¡adiós al vello!- dije yo con jolgorio… De hecho fue lo último que dije en una temporada porque mi superficie de arriba ya estaba tan pulida y lustrosa que me tiraba mucho al hablar y me costó acostumbrarme. Anestesia y ¡ya estaba! Cuando me desperté era un esbelto, fino, fastuoso y elegante espejo enmarcado en un traje de oro. Al principio era un poco complicado, nunca pude verme a mí misma, cómo había quedado, porque me ponía delante de un espejo y claro, veía el espejo de en frente; pero como todo el mundo me sonreía, intuí que el resultado era espectacular. No tardé nada en mudarme a una casa con dos habitaciones (porque Conchi se vino conmigo) con vistas al parque y línea de metro al ladito del portal. No tardé porque me contrataron en seguida en una tienda de ropa de lujo: - Fantástico, maravilloso, ma-ra-vi-llo-so- decía un tipo con pintas de payaso y modales de tipa. Yo ante semejante cuadro no dije nada. Y ahí estoy, hace seis años que trabajo en la tienda y mi vida ha dado un giro de ciento ochenta grados. Ahora las mujeres que van a comprar me miran y me sonríen, dice cosas como – súper guapa- o – divina- o – qué pasada-. Siempre hay alguna excepción, quiero decir, siempre hay alguien que critica pero ahora la cosa es muy diferente: cuando alguien me mira y dice: - fatal, horrorosa, este espejo está mal, o es la luz, o no sé-. Entonces, las dependientas dicen - sí, debe ser eso- y en cuanto la mujer se va al probador se ríen de ella acusándola de excusar sus imperfecciones volcándolas en mí. Entonces, Conchi, que ahora es un foco, me parpadea y nos reímos mucho juntas. En definitiva, que sí, que estoy contenta, que hacerme espejo es la mejor decisión que he tomado en toda la vida. Míreme usted, ¿cómo lo ve? No, no, gracias a ustedes. Oigan, oigan…y esto… ¿Cuándo sale?

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Silencio en el malecón -¿Dónde va tan sólo, guapo?- La femenina voz en mi espalda me sobresaltó, no había visto a nadie en la calle entre la oscuridad del paseo. Otra prostituta me atacaba, esta vez a traición, por la espalda. En La Habana la puta es tan abundante que el pecado ya no es pecado y, si no se peca, no se desea. Seguí caminando. -¿Busca una dama que le adorne? – La seguridad y el descaro pronunciados con la dulzura de su voz me revolvió la curiosidad. Me di la vuelta. -Yo no soy puta, soy una muñequita- Sólo la vi cuando bajé la cabeza. Sonreía mientras se declaraba juguete y agarraba su pequeña falda moviendo los hombros con coquetería infantil. No alcanzaba los doce años. Era pecado. -¿Pero qué haces a estas horas por ahí? Vete con tu madre, este no es lugar para una niña- Dije con el poco aplomo de un miedo que ella vio con la claridad de la experiencia. -¿Y por qué no me llevas contigo a un lugar más seguro?- Me insistió con los ojos iluminados de una falsa inocencia. Negué con la cabeza, me di la vuelta y seguí caminado. Tres pasos más allá un gatito maulló. Ella rompió a llorar como una mujer. Yo me enamoré como un niño. En silencio.

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Leer y escribir. Escribir y leer. Ese es el sentido en que se rige mi mundo. Un lugar en el que cabe la literatura, el baloncesto, el amor, el dolor, la euforia o el tedio, pero todo ello siempre a través del filtro de las palabras. Leer y escribir. Escribir y leer. ¿Por qué otro motivo, si no, iba a estar yo en estas páginas? Para leer y escribir. Pare escribir y leer. Como las viudas que leen sus cartas de juventud. Como los condenados que escriben sus notas de despedida. Como los niños que leen los cuentos de hadas. Como los viejos que escriben sus últimas palabras. Como las pianistas que leen sus partituras. Como los vientos que escriben nubes en el cielo. Como todo el mundo que me-te-le-nos-os-les rodea. Por cierto, aunque esto ya no sé si será importante, nací hace ya más de 30 años en la costa gallega y aquí he vuelto tras unas cuantas aventuras por el mundo. Ninguna de ellas, sin embargo, como la que me espera. Pero esa ya es otra historia. Si quieres leer algo más de lo que escribo, p u e d e s h a c e r l o e n w w w. b a s k e t b l o g . e s o www.prismablog.es, pero no esperes gran cosa, tan solo mucha pasión al decir lo que sea. Ah, y no me busques en las redes sociales, al fin y al cabo, lo más interesante de mí ya están en G&R.

ENTREVISTA PEDRO LARRAÑAGA 1. Estudio de zoología es un poema brillante que mezcla humanos y animales con sentimientos. ¿Cómo surgió la idea? ¿Qué te llevó a escribirlo? A partir de la lectura de un libro en gallego, “En salvaxe compañía” de Manuel Rivas y de la revisión de “El bosque animado”. En la tradición literaria de Galicia, los animales con sentimientos, convertidos en personajes, es algo común y quería experimentar con esa posibilidad. Además, me permitía explorar el sentimiento principal del poema, el de la soledad. El ser humano no puede vivir sin suponer emociones e ideas en la cabeza de los demás, por eso, los protagonistas, sin más compañía que la de esos animalillos, terminan asignándole esas emociones, compartiendo con ellos esa vida que se le escapa.

2. Entre tus ficciones nos encontramos con un extracto de una novela que tienes terminada, “Seis fotografías y un mensaje en el contestador”, un título sugerente, ideal para que la gente decida leerte. ¿Cuándo empezaste a escribir esta novela? ¿Hubo algo que te hizo escribirla? ¿Cuál es el mensaje que quieres transmitir con ella? La verdad es que la novela la inicié hace ya algún tiempo, en octubre del 2008, pero ese no era el título original. La primera versión se llamaba “Hola, ¿cómo estás?”, que es una frase que siempre he tenido en la cabeza como eje de una narración. De hecho, llevo tiempo dándole vueltas a la idea de armar una serie de relatos con esa frase como elemento desencadenante. 79


Pero bueno, esa es otra historia. La de la novela aun sigue abierta, porque aun queda algún detalle por pulir (de hecho siempre quedan). Lo que me hizo escribirla fue una batalla conmigo mismo. Tenía que saber si era capaz de armar una historia completa, si podía terminar un proyecto de esas características. Ese era el único mensaje, un mensaje a sí mismo. Para todos los que la lean no hay otro mensaje oculto, mi única intención era desarrollar una novela fácil de leer, que dejara un gusto amable en el lector, que permitiera, en una segunda lectura, encontrar otras cosas que no habían sido visibles en la primera lectura. Eso aun está por ver si lo conseguí.

3. ¿Cuándo, cómo y por qué comenzaste a escribir? Esas son muchas preguntas para responderlas aquí. Siempre, desde que tengo memoria, recuerdo que veía la figura del escritor como un objetivo, como un sueño. Escribí mi primer cuento antes de los once años y he continuado haciéndolo desde entonces. De todos modos, debo reconocer que ha sido al cumplir los 30 cuando me he convertido en un “escritor intensivo”. Decir por qué escribo es complicado, sería como responder a la pregunta de “quién soy” y eso aun genera ciertas dudas. Sólo te puedo decir que hay pocas cosas en el mundo que me parezcan más reales que observar el mundo, darle vueltas en mi cabeza y escupir lo que me sale en forma de frases.

4. Con tus columnas en nuestra revista, “Los últimos días de...”, hemos descubierto a un escritor al que le gusta arriesgar, que rompe con lo convencional. Le das una vuelta de tuerca a tus textos. ¿Es necesario, según tu opinión, arriesgar, plantearse retos, innovar en la literatura? La verdad, lo de los consejos o recomendaciones no es algo que me vaya demasiado. Para mi sí es necesario porque creo que ya hay demasiada monotonía en nuestras vidas. Al fin y al cabo, la mayoría del tiempo (al comer, trabajar, dormir, correr o amar) hacemos lo que se espera que hagamos, así que, cuando escribo, me gusta mucho darle la vuelta a las cosas, probar alternativas distintas. Porque, como las meigas, habelas haylas.

5. Cuando comienzas a escribir, ¿lo haces con alguna idea en la cabeza? ¿Dejas que la literatura, el tecleo, te lleve o tienes un esquema perfectamente organizado sobre lo que quieres que ocurra y lo que no? ¿Das libertad a tus personajes? Recuerdo que una vez leí una frase de Juan José Millás en la que decía que cuando comenzaba a escribir no sabía si estaba haciendo un relato o una novela. Ese no es mi caso. Y además me encanta que así sea. Disfruto mucho de todo el proceso previo a la escritura. Pensar en la estructura, en los personajes, en cómo son, lo que hacen, lo que dicen, imaginar situaciones, ir atando cabos y puntos de giro. Es ahí donde hay libertad, después, al escribir, hay trabajo y esfuerzo.

6. Como escritor, ¿qué libro te hubiese gustado escribir? Hay cientos de libros que me han impactado al leerlos. La lista es inmensa, desde “La insoportable levedad del ser” hasta “El club de la lucha”, pasando por “El dios de las pequeñas cosas”, “Rayuela” o “Trainspotting”. No me imagino mi vida sin esos libros, pero no sé si gustaría haberlos escrito yo. Sé que soy un iluso, pero aun confío en escribir ese libro del que me sienta orgulloso. Al menos esa es la idea que me acompaña.

7. Si la literatura no existiese... ¿Sería el mundo un lugar peor? Por supuesto, pero hay otras muchas cosas que harían del mundo un lugar peor si no existieran. La literatura y la escritura son parte importante de mi vida, por lo que mi mundo sí sería un lugar pero, pero no ese no tiene por qué ser el caso de todo el mundo. 80


¿Por qué diablos tendría que leerte alguien a ti? Escribir supone intentar responder a ciertas preguntas. Siempre que he investigado, leído o preguntado al respecto, las indicaciones y recomendaciones a todos los escritores y escritoras noveles iban en esa línea, en la de dejar claro qué sucede, por qué, cómo, cuándo e incluso dónde. Por supuesto, no voy a ser yo el que se atreva a menospreciar la importancia de esas cuestiones, pero, desde mi modesto (y totalmente despreciable) punto de vista, hay una pregunta que debe primar por encima de todas cuando alguien inicia la escritura de lo que sea. La pregunta, evidentemente, ha quedado expuesta con claridad en el título de este texto. Sí, esa es la pregunta última, la definitiva. No hay ninguna más importante. ¿Por qué diablos o demonios tendría que una persona (quien sea) dejar de hacer otra cosa (comer, dormir, cagar, follar o escupir, por poner sólo unos ejemplos) para leer esas palabras que has decidido dejar impresas? La verdad, creo que en muy pocos casos la respuesta a esa pregunta debe ser amable con aquel que escribe. Novelas las hay a montones, al igual que libros de historia, relatos de amor, poemas trágicos, revistas mediocres, delirios periodísticos, columnas de humor, mensajes de texto, anuncios tendenciosos y prospectos de medicamentos. Letras, sílabas, palabras, frases y párrafos que se cuelan constantemente sólo para salir casi de forma inmediata por el otro lado, acompañadas por el sonido de la cisterna y un cierto olor a cloaca. Millones de páginas, de tinta, de caracteres que brotan sin una intención clara, sin más certeza que la de suponer más papel malgastado. Al fin y al cabo, ¿por qué diablos tendría alguien que leerte a ti? No lo sé, no hay un motivo o una razón cercana a la coherencia. Sin embargo, esa es la pregunta que sigue estando presente tras cada oración, tras cada coma o punto, en muchas ocasiones, mal situado. Si la literatura es utilizar las palabras precisas y no otras, como dijo una vez Alexandre Bóveda, esta claro que en muy pocas ocasiones hacemos literatura al escribir. Puede que eso suceda, en el caso de los más afortunados, más talentosos o más trabajadores (aun no tengo claro cuál de los tres factores pesa más), alguna vez en la vida. El resto del tiempo, sin embargo, no podemos dejar de pasarlo escribiendo. Escribiendo como un ejercicio de masoquismo. De una práctica que duele, pero de la que disfrutas. Como acercarse a esa persona a la que amas más que a nada en la vida cada mañana y decirle, sin tapujos, sin más ropas que una lágrima que resbala por la mejilla, que ella lo es todo. Soltarle esa sarta de verdades atolondradas, sin digestión, acumuladas en el vientre durante demasiado tiempo y esperar, mientras te tiemblan las rodillas (hay que recordar que estás desnudo y siempre hace frío cuando tienes el alma desnuda, cuando te has quitado la careta), a que simplemente se dé la vuelta y se aleje. Esa es la relación del escritor o escritora con la literatura. Esa es la única relación posible (tenga éxito o no, sea bueno o no). Por eso me considero escritor, por eso he terminado por poner al lado de mi nombre esa etiqueta, una que durante millones de años me dio miedo. No quería caer en la presunción, en creerme más listo o mejor que nadie y por eso me atascaba cuándo me preguntaban “¿tú que eres?”. Pero al fin y al cabo, sii uno es lo que hace, yo soy escritor. Ni soy bueno, ni tengo éxito, ni creo que lo merezca, pero no por eso voy a dejar de escribir. Al fin y al cabo, ya sé lo que se siente al decirle alguien a la cara “te quiero” y que simplemente se dé la vuelta. Eso no hizo que dejara de quererla, tan solo hizo más fuertes mis ganas de escribir. Y así sigo, como todos y todas los que forman parte de este proyecto, peleando porque algún día la respuesta a esa pregunta en el título de este texto venga escrita en un tono amable. 81


Fragmento novela:

SEIS FOTOGRAFÍAS Y UN MENSAJE EN EL CONTESTADOR Sentados en el asiento del taxi que cruzaba las calles salpicadas de semáforos, se hablaban muy cerca, apenas a unos centímetros de distancia. Los dedos de ella empezaron a recorrer las mejillas de Juan, trazando caminos oscuros por los que no había vuelta atrás. La noche, todavía cerrada, ignoraba los errores, cometidos o por cometer, y el conductor sólo prestaba atención al cuentakilómetros. El primer beso llegó sin avisar, escondido como estaba en el juego de miradas, para clavarse, como un cuchillo helado en el calor de la piel. Ella abrió el portal de la casa en la que vivía y allí mismo, junto a los buzones, Juan se retiró de la discusión consigo mismo. Hundió la cabeza en aquel cuello surcado de nervios y tendones, tenso y desafiante. Perdió su mano derecha en la espalda encendida y la izquierda en la cintura. Sabor salado y tacto de fruta madura. Ella le besó en la cabeza, sacó su lengua que buscaba el agua con la que saciarse. Levantó la pierna para envolverlo con el muslo, atrayéndole para vencer cualquier resto de resistencia. En el portal de baldosas moteadas negro, en la oscuridad, resonaban los jadeos, el eco del chocar de labios y dientes. Juan introdujo su mano bajo la camiseta para estrujar uno de aquellos pechos. Elástico, firme, orgulloso. Ella se arqueó y adelantó su cadera, como una boca abierta que buscaba alimento. Aquel gesto guió el calor en las sienes de Juan y sus manos subieron otra velocidad. Quería correr por aquella piel distinta y desconocida. Le metió una mano por dentro de los vaqueros. El tacto de su culo en las yemas de los dedos y tirar de las bragas para arrancar lo que la cubría. Gimió con fuerza y retumbó en todo el portal. -

Espera, espera. Vayamos arriba.

Lo cogió por el cuello, separándolo de ella. Juan estaba entregado, deseando algo desconocido que no sabía de antes ni después. -

Vamos, sube.

Era un edificio antiguo, sin ascensor, pero sólo tenían que subir un par de plantas. Ella avanzaba ágil con los tacones por las escaleras, con él cogido de la mano. Nada más abrir la puerta y entrar en el piso, se quitó la camiseta y el sujetador. Juan la abrazó y después buscó con

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los dientes los pezones enhiestos y morenos. Jadeó y sacudió la cabeza. Tiró de Juan hasta la habitación. Una vez allí se puso tras él. -

Tranquilo, chiquillo. Ahora relájate.

Apoyada a su espalda, besándole la nuca y el cuello, con el cabello rizado derramándose por los hombros de Juan, recorrió con ambas manos su vientre. Comenzó a desabotonarle la camisa, marcando senderos entre el vello del pecho, con las uñas probando la resistencia de la piel. Juan, de pie, veía su imagen, la de los dos, en un espejo. Cerró los ojos y buscó la sensación de aquella lengua por su espalda. Ella abría surcos con sus pechos por el cálido tacto que la esperaba. Le desabrochó el cinturón y sus dedos, ágiles y expertos, se colaron entre los calzoncillos. Juan sintió un mordisco juguetón en el culo y unas manos de mujer extraña en sus testículos. Terminó de empalmarse, cerrando con fuerza los ojos. Sintió los besos en la cara posterior de sus muslos y las caricias que despertaban sus terminaciones nerviosas y contraían sus músculos. Ella se levantó y lo llevó hacia la cama, empujándolo con suavidad sobre la colcha roja que la cubría. De pie frente a él, se quitó los vaqueros y después, con un gesto dócil, casi pudoroso, se quitó las bragas. Su morena desnudez, casi oscura, consciente de su poder, de los caminos que llevaban al placer, sabedora de los resortes por accionar de su cuerpo. Se subió a la cama, acomodándose junto a él que la buscaba con las manos ciegas. Las cogió y las dirigió por su piel, a las caderas y la espalda, agazapándose, lista para cazarlo en el próximo salto. Sus uñas volvieron a seguir el rastro por los muslos de hombre en su cama y besó el vientre tensionado que la esperaba. Juan se peleaba con sus párpados para que permanecieran cerrados, sumergidos en la negrura de la noche que nos esconde. Sintió el eco de la saliva por su polla y la punzada dulce de los dientes en el glande. Todo el vértigo de su vida se le anudó a la médula y el reflejo de un pánico casi olvidado lo llamó desde la ventana. Abrió los ojos y al otro lado del cristal creyó ver un gato. Ella recorría con la lengua su interior mientras le acariciaba las ingles. Un tacto frío que despertó a Juan. -

Para, para, un momento.

-

¿Qué pasa? Estás bien

Ella se incorporó y lo miró con dulzura y deseo. Estaba tranquila y decidida. -

Sí, sí, sólo un poco mareado. Tengo que ir al baño.

Se separó para dejarle incorporarse. -

Es la primera puerta a la izquierda.

Juan se subió el pantalón, enrollado en sus tobillos, y dio un par de pasos hasta salir de la habitación. Estaba mareado y desorientado, saturado de alcohol y de sí mismo, sudando una mezcla de desconcierto y arrepentimiento. Volvió la vista a la cama. Una pantera negra seguía rondando a su presa entre las sábanas. Abrió la puerta del cuarto de baño y encendió la luz. La iluminación y la posibilidad del día siguiente le mordieron en la frente. Los botes, los cepillos de dientes, la pasta dentífrica, el espejo, la claridad de los azulejos, los champúes, las cremas y los 83


frascos. La vida normal que se escurría de la bombilla para traer la memoria de la que intentaba escapar. Todo aquel vértigo acumulado se le subió a la cabeza, estrujándole el cerebro y deshaciendo la determinación irreflexiva que le había llevado hasta aquel piso. Vio la distancia que le separaba del suelo. Sintió sus pasos sobre una pasarela infinita desde la que si se caía sólo había una posibilidad. Deshacerse en mil pedazos contra el suelo. Abrió el grifo y se lavó la cara. Un rostro lo evitaba en el espejo para no tener que responder a ninguna pregunta. Se vació los bolsillos y allí, entre algunas monedas y un billete de veinte euros, la encontró. La bolsa con los restos de cocaína que le habían sobrado de la noche en A Coruña. Puso una de las tarjetas sobre la cisterna y se preparó una raya. Esnifó con fuerza arrastrando el vértigo de nuevo al interior. Se limpió la nariz y recogió todo. Se lavó la cara de nuevo. Era hora de volver, pero cuando puso la mano sobre el pomo de la puerta no hizo ningún movimiento. Sólo suspiró. Sacó de nuevo la cocaína y vació todo lo que quedaba sobre la cartera. Esnifó con fuerza hasta que se quedó sin aire. Sacudió la cartera sobre la taza del váter y volvió a la habitación. Ella, felina y desnuda, esperaba sobre la cama. Él se acercó, sin decir nada, recorriendo con la mirada todas las aristas y los recovecos de aquella mujer. Desplazándose a cuatro patas entre las sábanas hasta llegar a solo unos centímetros. Se irguió y los ojos negros fueron dos puñales que rasgaron el velo de Juan. Le desabotonó el pantalón por segunda vez y siguió, con la lengua, el camino que llevaba de su ombligo a su rostro con barba de un par de días. Mordió los labios fríos, llamando de nuevo por la sangre. Por su sangre. Sus entrañas hervían y estaba resuelta a gozar y hacer gozar. Se tumbó boca arriba, con las piernas abiertas, humedeciéndose los dedos antes de dejarlos vagar por su piel. Se acariciaba y se pellizcaba. Los pechos, el vientre, los muslos y el coño. Siempre con la mirada clavada en su invitado, dejándole adivinar lo que podía encontrar en su cuerpo. Juan se abalanzó sobre ella, besando, mordiendo y chupando, con gestos desordenados y difíciles que chirriaban con cada movimiento. Pero no se detuvo, continuó buscando en cada pliegue y en cada arista de aquella mujer un paréntesis entre las preguntas y las respuestas. Un kit kat desmemoriado entre los segundos que separan nuestro nacimiento de nuestra muerte. Los gemidos, los besos y los jadeos cubrían el silencio de la mañana que comenzaba a colarse por las rendijas de la habitación. Ella sobre él. Él bajo ella. Sus sexos en contacto. Sus manos arañando. Sus ojos buscando. Los pies caminando por un bosque oscuro con árboles tenebrosos. En un instante, ella, una Barbie consciente del mundo que jamás pierde el norte, abrió un cajón de la mesilla y cogió una caja de preservativos. Fue sólo un segundo, pero lo suficiente para que el frío se colara entre los dos cuerpos sudados. La conciencia de Juan buscó oxígeno después de tantas horas ahogándose en alcohol. La cocaína, química de la huída, bajó a su estómago para agitar sus jugos gástricos. Sintió un retortijón y el tacto helado en el vientre. Ella abrió un condón y se lo fue poniendo, con una caricia de látex en su polla. Entonces volvió a 84


ponerse sobre él, con las piernas muy abiertas y las manos sobre su pecho. Juan buscó sus muslos, para asirse a algo firme en una cama que no dejaba de dar vueltas a toda velocidad. De pronto, calidez. La firme calidez de aquel coño tiró de su cabeza y su estómago retorcido dio otra vuelta de tuerca. Levantó la vista y encontró la ventana. Otra vez creyó ver al gato vigilante en el silencio de la distancia. Ella arqueó sus caderas hasta que la penetró por completo. Un gemido entrecortado. Un mordisco en los labios. Empezó a moverse, arriba y abajo, siguiendo el rastro de su deseo hinchado y húmedo. Una vez. Otra. Otra más. El cóctel en el que se bañaba el cerebro de Juan comenzaba a desbordarlo todo. El alcohol, la coca, el deseo, la culpa y aquel gato vigilante. Otra vez. Otra más. El placer le dolía y no quería continuar. Se quedó quieto, maldijo y negó tres veces entre dientes. Quería salir de allí. El vientre se retorcía más y más, amenazando con derramarlo todo. Quiso correrse cuanto antes, pero no pudo. Ella volvió a moverse, algo confusa, arriba y abajo. Otra vez. Otra más. No, no. Se acabó. -

Para, para.

-

¿Pero qué te pasa?

-

Tengo que ir al baño.

-

¿Otra vez?

La sacó de encima y se levantó. Al ponerse de pie, el mareo tiró de sus orejas hacia un lado y casi se cae. Ella se apartó, alejándose de la muerte de mentirijillas. Llegó a tientas al cuarto de baño, cerró con pestillo y se sentó en el váter. El retortijón de su vientre salió como un puño furioso. La luz le hacía daño en los ojos y la apagó. Se quedó allí, sentado en el váter, tratando de contener la cabeza que se le escapaba por los ojos, la nariz y la boca. Estuvo así mucho, mucho tiempo. Era imposible distinguir si estaba durmiendo o si su cuerpo, simplemente, había dejado de funcionar. Cuando volvió a pilotar sus actos y su consciencia ya era de día. Se limpió y se lavó con detenimiento. Salió del cuarto de baño y en la cama, abrazada a su almohada y con el pijama puesto, la pantera dormía. Se vistió y se fue. Al salir a la calle, sintió el olor de la primera hora de la mañana y tuvo frío. Antes de doblar la esquina, volvió la vista a la ventana de la habitación. Estaba vacía, no había ningún gato que lo vigilara desde la distancia, tan solo la fotografía del amanecer sobre un viejo edificio de Sevilla.

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Estudio de zoología Un gorrión Escribe notas de suicidio Acomodado en la chimenea. Abajo, Entre los cuadros tristes, Una musaraña Compone canciones Para un público de gusanillos. Junto a la ventana, Un ratón de biblioteca Observa, enamorado, la luna Y sueña con sus labios fríos De cráteres y arena. Entre las sábanas, Una coreografía en equilibrio De olores y sabores, Danzando entre las arrugas Y el hilo de los remiendos. En la puerta de la calle... Una nota de desahucio. En el sofá, Tú y yo, cogidos de la mano, Con caras felices Y mejillas delgadas. El hambre agudiza el ingenio, 86


Pero merma las fuerzas Y apenas quedan resuellos Con los que quererse. Los gatos Escarban en los soportales... Pasos agudos, Pasos graves - adelante, atrás, media vuelta y un maullido. Todo un felino musical al son de nuestros huesos. El tamborileo de la lluvia Adorna las palabras Y todos a una: El gorrión, la musaraña, Los gusanillos y los gatos Se vuelven a despedirnos. Adiós, Mis queridos fantasmas. Adiós, Compañeros de un reino imposible En el mapa rígido De esta realidad. Adiós, Pequeños monstruos de mi vida, Con versos tristes no se pagan facturas, Ni con sueños frágiles Se construyen los cimientos De vidas de provecho.

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Salvador J. Tamayo (Diciembre de 1986) salvadorjtamayo.blogspot.com salvadorjtamayo@gmail.com

Licenciado en Historia por la Universidad de Cádiz con especial interés en América Latina, ha asistido a distintos talleres literarios impartidos por el escritor Félix J. Palma y la profesora y escritora Nieves Vázquez Recio. Ha colaborado con otros artistas como la fotógrafa Rocío Vera Martín y el pintor Antonio A. Barahona. Publica el relato Manzana Podrida en una antología de cuentos organizada por la Diputación de Cádiz, así como colabora en revistas y fanzines como Horizonte, Hangover , Exiliados de Macondo, Granite & Rainbow y como articulista en la revista política GRUND . Ha sido galardonado con numerosos premios literarios como XVIII El Drag con el relato Mandarinas Mutantes Asesinas y el Premio de Literatura Wenceslao Benítez con el relato Metafísica para tontos. Ha recorrido Ecuador, desde Quito hasta la Amazonía como guionista del equipo de televisión de la Expedición Tahina-Can organizada por la Universidad Autónoma de Barcelona. En 2009 se traslada a Florencia durante un año y desde otoño del 2010 hasta la actualidad escribe su primera novela con una beca de Creación Literaria en la Fundación Antonio Gala, Córdoba.

ENTREVISTA CON SALVADOR J. TAMAYO 1. En tu biografía haces mención a un taller literario. ¿Qué opinión te merecen? ¿Se es más escritor después de haber asistido a uno o existen las mismas dudas frente al reto de escribir? ¿Qué le pides al profesor de un curso literario? No se es mejor escritor después de haber asistido a uno, de hecho en ese aspecto creo que sirven de poco o de nada. Ningún taller literario te enseña a escribir, pero sí es cierto que pueden ayudarte a conocer mejor las herramientas del oficio de escritor. Mi experiencia en los talleres ha sido bastante buena, en los dos a los que he asistido, he tenido suerte. Los que los impartían son muy buenos profesores y mejores escritores, si cabe. Lo que más he aprendido es de su experiencia personal y de su forma de ver y entender la vida y la literatura. A un profesor de un curso literario, le exijo lo mismo que a cualquier profesor: coherencia consigo mismo y con sus alumnos, nada más.

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2. Tus relatos Carne y Arqueología están a caballo entre la prosa poética y el poema narrado. ¿Crees que la poesía debe innovar o se debe seguir teniendo un riguroso tiempo, una pauta inamovible, rimas justificativas y número de sílabas? Creo que la poesía con riguroso tiempo, pauta inamovible y rimas y sílabas justificadas quedó atrás hace tiempo. Realmente en estos momentos donde los brazos de la posmodernidad llegan a todas las ramas artísticas y mundanas, no podría ser capaz de clasificar qué es poesía y qué prosa. Nunca me han gustado ni me han convencido del todo las etiquetas, algo más propio de críticos y de filólogos que de creadores. Respondiendo a tu pregunta, creo que cada poeta o escritor debe desarrollar su literatura de la forma en la que se sienta más cómodo, no se trata de dos paradigmas antagónicos que no puedan coexistir, sino de una armonía en la que predomine la calidad frente a vacías presunciones estéticas, da igual que sea de una manera más clásica o algo más libre. Personalmente me gusta más la poesía sin rima, pero con ritmo, el número de sílabas es algo que sí me ha preocupado. La poesía es jazz, y tienes que lograr que el lector reciba y respire el texto como si de un solo de bebop se tratara, eso se logra con el control total del ritmo y el número de sílabas ayuda bastante a lograrlo aunque no es imprescindible.

3. Si se pudiera decir que escribes para alguien, ¿para quién sería? El escritor debe tener un compromiso consigo mismo y con el tiempo en el que le ha tocado vivir... Para mí mismo, escribo para mí mismo. Siempre. De hecho desconfío bastante de los escritores que dicen escribir para sus lectores. Escribo para mí mismo y si tengo la suerte de que a alguien le gusta lo que hago, mejor. Evidentemente escribimos porque alguien nos lee, eso es innegable y hay que tenerlo en cuenta y sobre todo no faltar ni al respeto ni a la inteligencia del lector, pero el acto de escribir siempre ha sido egoísta y narcisista. Es cuando el hombre que hay tras el escritor se mira al espejo y se ve cómo es en realidad.

4. Estás escribiendo tu primera novela gracias a la beca Creación Literaria en la Fundación Antonio Gala, Córdoba, ¿necesitas para ello algún tipo de disciplina, algún ritual, algún orden o desorden? Soy jodidamente anárquico, escribo por impulso. Cuando afrontas algo como una novela, necesitas un horario, unas pautas y muchas horas. Pero no soy lo que llaman un “escritor oficinista” que escribe de ocho a dos. Escribo cuando me apetece, todos los días, eso sí. Suele ser noche, después de ordenar notas y esquemas. No creo en la inspiración, creo en el trabajo duro pero cuando no sale, no sale. Antes pensaba que los escritores eran “fingidori” que decía Petrarca, mentirosos, que podían escribir sobre cualquier cosa sin sentir realmente lo que decían. Ahora conservo esa postura con algunos matices, escribir a veces duele, y es bueno que duela. No tengo ningún ritual, lo que si tengo son vicios: café y cigarrillos. Demasiados, creo.

5. Algunos escritores creen que si no te sale escribir, no debes empeñarte en ello. ¿Opinas lo mismo o crees que con tesón, trabajo y ganas se puede llegar lejos?

He respondido a parte de esta pregunta en la anterior. El tesón y las ganas de las que hablas son importantes, pero habría que matizar qué es exactamente llegar lejos. La gloria literaria, vender doscientos 89


mil libros, ganar premios, reconocimiento... eso es genial, pero no creo que se deba escribir con esas miras. Se trataría entonces, de sentir la literatura como medio para llegar a ese fin, el “llegar”, y no se vería a la propia literatura como el fin en sí mismo. La literatura es algo diferente, como arte busca transmitir alguna emoción. Más que el tesón considero que el talento y la suerte juegan un papel más importante. Aunque si algo tiene calidad, suele salir por sí mismo tarde o temprano.

6. ¿El papel de toda la vida o escribir a ordenador o máquina? ¿Libro impreso o ebook? Depende. A veces me siento más cómodo escribiendo a máquina, sobre todo relatos. Para la novela uso el ordenador por una cuestión práctica, aunque siempre sienta predilección por la máquina. Después de probar el e-book debo decir que no termina de convencerme del todo, creo que aún tiene que crecer y madurar porque digan lo que digan no es igual de cómodo que un libro. De todas formas siempre he sido un mitómano, y adoro los objetos, y jugar con las sensaciones que emiten los objetos. Con las “nopáginas” de un e-book no puedes hacer lo que harías con un libro. No puedes olerlas, ni mancharlas, ni escribir en los márgenes con con bolígrafo, ni subrayarlas, ni se las pueden comer los gusanos. Hace un par de años, en América del Sur, encontré un ejemplar de “Los Premios” de Julio Cortázar. Estaba literalmente devorado por gusanos finísimos que lo atravesaron. Lo importante es que antes que yo, otro había hablado con el libro. Estaba comentado, subrayado y mejorado, si es que se puede mejorar cualquier texto de Cortázar. Estaba mejorado porque la persona que lo trató hizo que ese libro existiera fuera y más allá de sí mismo. No sé el tiempo que llevaba en el hotel antes de que yo lo cogiera, pero no menos de veinte años. Esas sensaciones que acompañan al libro, no las da un e-book, al menos de momento, y eso pesa demasiado en la balanza a favor del objeto-fetiche libro.

7. Si tuvieras que convencer a alguien que no lee para que lo haga y disfrute con ello, ¿qué argumentos le darías? Pues no le daría ningún argumento. No creo que se pueda ni que se deba “convencer” a nadie para que lea. De hecho creo que el gran problema de que algunos adultos, y no tan adultos aborrezcan la lectura es porque desde críos, se ha enfocado de una forma errónea. Por poner un ejemplo, las lecturas obligatorias en el colegio, me parecen nefastas si el libro en cuestión no le interesa lo más mínimo al crío. Si de pequeños se ayuda al chico a encontrar el tipo de historia que le interesa, él mismo de motu propio necesitará alimentar su curiosidad hasta llegar a devorar cualquier cosa texto que llegue a sus manos y que le haga disfrutar. En cuanto a los adultos, pues son un poco la consecuencia de esos críos. Es muy “freudiano” pero somos la consecuencia de los niños que fuimos. Aún así, si tuviera la necesidad de convencer a alguien que no lee, para que comenzase a hacerlo, lo trataría como ese niño del que hablaba antes y le recomendaría alguna lectura que pudiera desencadenar esa chispa.

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Carne Volvía de la tumba de Bob Dylan. Dejé de sentir miedo. La noche, amarilla por la nicotina dejo de ser para sernos. La eternidad gira a más de cuarenta y cinco revoluciones por minuto, aunque no nos importe. Tu vientre me abrasa los labios. Las estrellas astillan los poemas que escribiste y que hablan de café, suicidios y del tiempo como un impulso eléctrico. Tú eres el único impulso eléctrico. No es el miedo a caer lo que temo, son las ganas de saltar.

Arqueología Anarquía es no querer quererte, mirar cómo se me agotan las palabras, escuchar cómo desde los talones una voz en off me decía que no querías morirte sin verme una vez más. Anarquía es seguir despertando atropellado por el golpe de tus latidos a setenta kilómetros por hora. Ocultos en mis sábanas, en tus sábanas. Anarquía es buscar con más de treinta a una chica bonita. Perderte sabiéndolo. Vivir literatura sin hacer literatura. Disfrazarnos de Beatles y llorar legañas, las mías infestadas en rímel, las tuyas en ginebra.

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Fragmento de Novela (Inédita) Capítulo Nueve

Recordar a Giulia Dadá como un impulso eléctrico. Bajar. Salir. Descender por las escaleras. Oír al anciano del segundo piso discutir una vez más consigo mismo. Pasar entre coches desquiciados sin ni siquiera mirarlos. Llegar hasta el final de Borgo San Freudiano, cruzar en la heladería de la esquina y continuar recto hasta llegar al Arno, girar la cabeza de izquierda a derecha y leer la rivera del río como si fuera poesía. Pensar en Dostoievski, en Joyce y en Víctor Bueno y preocuparme porque nunca escribiré cómo ninguno de ellos, y negarme tan siquiera pensar otra vez en escribir a Giulia Dadá. Pasar por los mismos lugares donde paseábamos mil veces, sentarnos en las mismas terrazas, darles dinero a los mismos músicos que suonaban sulla strada y del mismo modo negárselo a otros tantos.

Crucé el río por el Ponte di Santa Trinita hacia el norte, hacia la estación de Santa María Novella. Quizás no buscaba a Giulia, quizás buscaba otra cosa. Cerca de la estación había policías y un niño francés que vomitaba lo que parecía un batido de fresa frente a la puerta del Mc Donalds. Una mujer, presumiblemente su madre, le regañaba. Me dio lástima el chico. Todos tendríamos que vomitar batidos en las puertas de Mc Donalds. “Treno con destino Milano Centrale è in partenza nell binario sei, allontanarse della linea gialla”. Los altavoces aullaban un fluir continuo de trenes, quizás Giulia está en uno de ellos, camino a Roma, a Trieste o cogió en algún momento el nocturno que llega a Viena. No deseo que Giulia sea feliz porque yo no lo soy. Me senté un momento a pensar por 92


qué me importaba tanto no estar con ella. Pensar qué sería de Carver, nuestro gato sin los cuidados de Giulia, qué sería de mí sin Giulia. Me dio más pena Carver. Hay vicios muy extraños, algunos incluso incomprensibles, lo llaman la democratización del placer o socialismo hedonista. La moral es algo propio de la burguesía, esa no clase desclasada que actúa como bisagra entre la luz y la suciedad, quizás entre la suciedad y la suciedad. No eran pocos los mendigos que vivían como aristócratas, príncipes sentados en tronos hechos con cartones y carros derruidos de supermercado; que viven en palacios, algunos en ruinas. Pocos de hecho. Y obtienen la tan ansiada indiferencia, el asco y la suerte de los nadies. Del anonimato no se puede obtener nada malo. Hay vicios muy extraños. Paseo cansado, arrastro los pies por la calles. Aguantaba un poco la lluvia que se derramaba una vez más. Me miraba los pies. Necesitaba otros zapatos. Necesitaba otros pies. Pensar en cómo te ve el mundo, pensar en sonreír a la chica que se acerca en una bicicleta verde, Martina. Así se llama. La bicicleta, no la chica. Pensar en sonreírle a la chica de la bicicleta verde. La tenía a cinco metros. Despejo la cabeza, estiro los labios hasta el límite de la fractura con la piel. Con dientes o sin dientes, pienso. La chica se pararía, me preguntaría cómo me llamo y esa tarde tomaríamos un aperitivo, haríamos el amor y el nombre de Giulia Dadá sólo significaría para mí algo parecido a una marca de lencería muy cara. Sin dientes, decidió. Olía a sudor, a tinta, a tristeza, a tabaco, a gris. Seguro que ha sido el olor a gris lo que ha hecho que la chica que trota sobre Martina, la bicicleta verde, me rodee sin mirarme. De nuevo la conspiración de los nadies, el anonimato como droga, como ganas de salvarse, pero como se salvan los locos, de hecho no podría salvarse de otro modo. Tabaccaio. Comprar una cajetilla de Marlboro. Romper el plástico. Unas cerillas que guardo en el bolsillo. Un cigarrillo en los labios. Tres caladas. Ha sido un placer Martina.

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Mi nombre es Verónica Lorenzo y soy de Muxía, A Coruña. He vivido mis primeros años en Olten (Suiza) y en mi vuelta a Galicia comencé mi afición a la escritura como consecuencia natural de mi fama de devoralibros. Con algunos de mis textos he ganado varios premios literarios menores y también he asistido a algunos talleres de escritura creativa. Actualmente estoy cursando mis estudios de Biblioteconomía y Documentación en la Universidade da Coruña y mis trabajos se pueden leer en: •

Soños no ar (http:// pantuflasdecor.blogspot.com): blog personal donde se encuentran la ficción y la realidad.

Las chicas de Lilith (http:// laschicasdelilith.blogspot.com): blog literario protagonizado por seis chicas.

Tumblr (http://pantuflasdecor.tumblr.com)

ENTREVISTA CON VERÓNICA LORENZO 1. Todo lo que vamos a leer de ti es poesía, ¿te resulta más fácil expresarte en poemas que en narrativa? Empecé a escribir relatos cortos, algunos que presentaba a certámenes, otros que publiqué en mis blogs. Pero para mí escribir poesía era algo más personal, más íntimo, un ejercicio de “limpieza espiritual”. No es hasta hace un par de años que empecé a mostrar algunos de mis trabajos y que he tratado de centrarme más en desarrollar este género. Y es aquí donde me he encontrado más cómoda a la hora de abordar una historia. Sin embargo, esto no me convierte exclusivamente en una poeta y tampoco quisiera. Para mí lo importante es mi labor como “trabajadora de las palabras” y no el género que trabaje.

2. ¿Qué problemas se encuentra alguien que escribe poesía? Al escribir poesía, como en cualquier género, es importante saber de qué vas a hablar, qué vas a contar. El problema real llega cuando decides cómo lo abordarlo, cómo se lo cuentas al lector. Todo esto teniendo en cuenta que el poema no debe perder en ningún momento su sonoridad ni el lenguaje empleado su erotismo (recuerdo que Octavio Paz decía que la poesía era la erotización del lenguaje mientras que el erotismo, la metáfora de la sexualidad). Un poema debe seducir al lector, conmoverlo y llevarlo a un estado en el que se sienta totalmente identificado con el texto. Y este es el gran reto del poeta. Es un duro proceso creativo que no se reduce a una primera versión del poema sino que sufre varias revisiones hasta lograr una versión lo más limpia y acabada posible. Requiere ante todo paciencia y constancia. Y una dedicación vocacional, porque en esto no se puede estar porque sí, sino que hay que vivirlo, hay que respirarlo. No hay mejor vida que la vida de literata.

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3. ¿Cuándo empezaste a escribir? Desde pequeña siempre me había gustado leer así que comencé con pequeños cuentos imitando a los clásicos. Pero con 13 años fue cuando conscientemente tomé la decisión de escribir. Desde entonces he hallado aquí mi vía de escape. Parafraseando a Concha Buika, yo escribo para no volverme loca. Aunque ahora es más afición que profesión por dedicale más tiempo a otras prioridades como mis estudios, no descarto el dedicarme a ello algún día. Si no es en esta, en la siguiente vida.

4. ¿El poeta nace o se hace? Creo que se nace con aptitudes, pero está en nuestra mano desarrollarlas para considerarnos en un futuro como poeta, escritor, dramaturgo, etc. La literatura es algo que necesita de práctica, lo empiezas imitando, terminas haciéndolo tuyo y creando tu propio estilo de escritura. Me molesta particularmente quienes me dicen que no han nacido para lo creativo, que “no se les da bien”. Y a veces su error está en que no se han esforzado lo suficiente para confiar en sus aptitudes creativas. Y sin ese esfuerzo, aquellas aptitudes se han convertido en una anécdota o simplemente se han eliminado por falta de práctica.

5. El denominador común de tus poesías, así como del resto de poetas, es el amor. ¿Es el amor el mejor género o el que más inspira a la hora de escribir poemas? El amor es sin duda el motor de este mundo. Y no sabría concebir la literatura sin el amor como tema. Personalmente es una emoción, un sentimiento que a mí me inspira para la creación y para mi día a día. Y no creo que las demás personas sean indiferentes a él. De si el amor es el mejor género no puedo decir nada, porque no estoy segura de ello, pero si lo considero una fuente de inspiración. Si bien se disfrute del amor o se extrañe su presencia, a la hora de escribir se hace más fácil dejarse llevar él y reflejar en palabras las experiencias que inspira.

6. ¿Cuál es tu poeta favorito? No soy capaz de decidirme por uno en concreto. De poetas, admiro a Lucía Fraga, María Lado, Lucía Aldao, Emily Dickinson, Pere Gimferrer, Jaime Gil de Biedma, Allen Ginsberg y Octavio Paz.

7. ¿Por qué está el género de la poesía tan degradado e infravalorado? ¿Acaso no hay buenos poetas actualmente? No considero que la poesía esté degradada ni infravalorada. El problema está en que la poesía se ha alejado del, llamémosle lector corriente, guiando su atención a la narrativa, los bestsellers. Es así como cada vez se publican menos poemarios y los poetas de ahora recurran (o recurramos) a la red para presentarnos y acercarnos a ellos. Y hay buenos poetas y tal vez sean ahora más visibles gracias a internet, lo único que necesitan es confianza en ellos y en su obra y darles una oportunidad. Existen varias antologías publicadas de poetas que publican en blogs que sirven como prueba de esto que estoy diciendo. 95


En el tejado Ven a sentar conmigo en el tejado de nuestra casa Y mientras tú enciendes tu cigarro yo no dejo de mirarte Porque no puedo dejar de sorprenderme contigo Ni de creer que estemos aquí, ahora, juntos. Nacemos una noche como esta, en un abril olvidado, Recordaste mi rostro cuando yo había olvidado el tuyo Pero confié en tu afirmación e iniciamos conversaciones. Hasta altas horas de la madrugada nos acompañaban nuestras lenguas En conversaciones que se volvieron peligrosas en temperatura Ensayando nuestro encuentro alrededor de un café de un viernes de mayo. Pero julio no se hizo esperar entre ausencias y casualidades Y una noche –siempre bajo el manto de la oscuridad- apareces Con tus ojos grises y sonrisa inocente Invitándome a acompañarte por las calles de las luces marítimas. Humedeciste mis labios en una escena que parecía ser sacada de algún film. Por un instante, olvidé los temores y me dejé llevar y Me descubrí bebiendo del amor de una boca que había conocido en los sueños. Te quiero, porque es el amor lo que respiro a tu lado Y no el oxígeno que resta en esta ciudad. Y en este tejado con vista al mar, en este momento contigo Escribo estos versos en el suelo con una tiza blanca. La lluvia llevará consigo las palabras dedicadas Pero no en tu rostro, mi bienquerido, que Cada mañana veré al despertar. Hoy terminaron las mudanzas. Hoy comenzamos nosotros.

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Me espían tus ojos desde la otra esquina y quisiera saber qué piensan de la vida, si es rozadura o quemadura de tercer grado la huella que en tu órgano he dejado.

Es amistad la que ha marcado el ritmo de esta música de espera, Fue mi (im)paciencia y no tu nicotina La que desesperó esta misiva.

Quiero mi cabeza sobre tu pecho y mis manos en tu espalda. Dibujo el deseo y la permanencia en las esquinas de tu casa.

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De pronto he visto un atisbo de luz en la oscuridad Busco el calor de tu cuerpo y el alivio de tus besos Me refugio en tu sonrisa Pero rehúyes de nuevo, ¿Por qué? ¿Miedo a volver a ser herido?

Y, entonces, ¿yo qué hago? Malherida en el corazón Golpeada sin piedad por el viento tormentoso del amor Huyamos los dos de ese veneno que nos amenaza en cuanto bajamos la guardia Revolquémonos en la espiral de polvo del suicidio

Maquinemos la venganza Desafiemos a la gravedad de lo indeciso, de lo indecible, de lo hiriente No me sueltes la mano y no te la soltaré yo Dejémonos llevar por las circunstancias que nos han traído hasta aquí Surcar el rio no es tan difícil esta noche

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Ainize Salaberri (Bilbao, 1985), lectora compulsiva, intento de escritora y filóloga inglesa. Yonqui de la literatura. Trabaja para comprar libros, que son lo que le da vida. Un día, leyendo a Woolf, le dio por crear una revista literaria llamada Granite & Rainbow. Nunca se ha arrepentido. No soporta la literatura comercial y le tiran los autores ingleses. Su pasión por Virginia Woolf llega a límites insospechados. Le gusta escribir a mano y subrayar libros. Entre sus muchos autores favoritos, Carmen Martín Gaite, Julian Barnes y Sam Savage. Tiene un blog personal http://ukey.wordpress.com

ENTREVISTA CON AINIZE SALABERRI 1. ¿Para qué te sirve la literatura: por qué lees, por qué escribes? La literatura me sirve para respirar, para poder seguir viviendo. Creo que la literatura ayuda a hacer del mundo un lugar mejor, porque es un refugio, un salvavidas en medio de un océano de disgustos, problemas y barrancos entre amores y desamores. El mundo sin literatura no podría existir y por ende yo tampoco. Leo y escribo porque me es absolutamente necesario. Antes que leer escribía, y ahora una cosa va unida a la otra. Escribo para eliminar mis carencias y leo para seguir teniendo esa mirada de sorpresa que te aportan las novelas. La literatura me hace feliz, extremadamente feliz.

2. No tienes ninguna novela publicada. Si pudieras elegir editorial, ¿cuál sería? Mis editoriales favoritas, por su calidad, son Anagrama e Impedimenta, pero pretender publicar en ellas es una tontería. Me gustaría ser publicada en Principal de los Libros, por ejemplo, porque veo de primera mano lo bien que trata a sus autores, cómo los miman, cómo se preocupan. Dudo que las grandes empresas editoriales, que eso es lo que son, cuiden igual de bien a sus escritores. Se preocupan de las ventas, de las promociones. Las editoriales pequeñas, las que aún están creciendo y que se preocupan por la literatura y por el escritor, esas son las mejores, y es donde me gustaría ver mi obra publicada. Sé que estaría en las mejores manos.

3. Sabemos lo que significa Virginia Woolf para ti. ¿Crees que si V.W. no hubiera estado enferma habría sido tan brillante como escritora, o no crees que haya una proporción directa entre la locura de algunos artistas y su obra? Tanto Virginia como, por ejemplo, Sylvia Plath, sin la locura no hubieran sido grandes autoras. Creo que el esfuerzo que Virginia hizo por huir de la locura a través de las letras es lo que la hizo ser un genio. Igual que 99


a Plath, o a Anne Sexton. Creo que lo brillante que tiene Virginia, que para mí es como si no hubiera muerto, la siento muy cerca, es, en parte, gracias a esa locura transitoria que se la comía de vez en cuando. Hubiese sido incapaz de crear un nuevo estilo narrativo, hubiese sido incapaz de escribir con esa absoluta resolución a conseguir que sea lo único que hiciese en su vida. Es la locura la que la mató, pero también la locura consiguió que escribiera para ahuyentarla. Ella escapaba a través de sus palabras, a través de esas letras que forman la locura.

4. ¿Qué libros salvarías de un incendio? Salvaría Bergai, obra inédita de Jenn Díaz, salvaría Nubosidad variable, de Martín Gaite, salvaría La señora Dalloway, de Woolf, Amor, etcétera, de Barnes, toda la obra de Shakespeare, Firmin, de Sam Savage, Cartas cruzadas, de Jaramillo Agudelo, y los poemas de amor de Benedetti. Y El patito feo.

5. ¿Qué hay más en tu escritura: autobiografía o ficción? Autobiografía de ficción. Escribo sobre lo que siento, y sobre lo que presiento. Creo que la literatura es intuición, son ganas. Escribo a partir de un sentimiento, que puede ser universal, o no, y que me lleva a una historia, a tener algo que decir. Pero he descubierto que cuando escribo más sobre mí no puedo seguir con la historia, no si no la enmascaro de algo de ficción. No puedo ser como Amélie Nothomb o Marguerite Duras, que se muestran tal como son, sin ambages. La literatura ha de ser también pudor, y lo siento cuando escribo. Parto de algo autobiográfico que deriva en pura ficción. Sino creo que no podría escribir.

6. Siempre has dicho que la alegría es incompatible con la buena literatura o la inspiración. Crees que, bajo el dolor y la tensión, el resultado final suele ser mejor. Cuando uno es feliz no necesita de esa liberación que da escribir y, sin embargo, para la tristeza se convierte en pura necesidad. ¿Es así en tu caso? Por las aportaciones de ficción que has propuesto para este número se diría que sí, puesto que todas están teñidas de sufrimiento y desasosiego. No puedo, ni sé, escribir si soy feliz. Tengo que partir de un dolor extremo, de una ruptura o desgarro en mi interior que me haga volcar mi poco o mucho talento en lo que quiero escribir. Cuando era un ser infeliz, de coger y sepultarme en la paz definitivamente, era cuando más escribía, cuando más inspirada estaba. Quizás porque la escritura para mí es una salvación, una cura, un salir del pozo para ver la luz, y quizás por eso la uso como remedio, para pasar la página, cerrar el libro, y liberarme de un gran peso. Todas las grandes obras, si te fijas, hablan de sentimientos de desasosiego, episodios tensos, dolorosos: Hamlet y Macbeth, de Shakespeare, El amante, de Duras, El cuarto de atrás, de Gaite, La dama de las camelias, de Dumas. Pocas obras celebran la felicidad. Y es que ya lo dijo Simone de Beauvoir: “Los personajes felices no tienen historia”. Y creo que es verdad. El sufrimiento es lo que creó la literatura, creo. Lo que le da vida. Lo que la alimenta de historias.

7. Dinos una palabra. La primera que se me ha venido a la cabeza es AMOR, pero elijo PALABRA, porque de eso quiero vivir, porque de eso, aun siendo anónima, vivo. 100


Estruendo y grito Espero en silencio, en realidad espero en silencio un grito tuyo que pronuncie mi nombre y me arranque sin compasión de este cuarto oscuro en el que tu nombre es mi única puerta. Espero, en verdad, el momento en el que te des cuenta de que te espero, de que mi soledad grasienta y llena de tinieblas no hace más que clamar tu nombre y esperar el sonido de tus pasos. Me he dedicado durante días, semanas enteras, a escribir tu nombre en trozos de paredes desmontados por el tiempo. Me he dedicado en cuerpo y alma a pensarte, para atraerte, pero nunca llegabas. Espero con un estruendo y un grito, el momento en el que gires la cabeza y me veas, me veas de una vez por todas, tirada en el suelo con tu nombre en la lengua. Espero esa caricia que me prometiste, ese beso que te guardaste para dármelo cuando sintieras que las fuerzas no te abandonaban. Con el rechazo me vine aquí, y como me pasó de pequeña jugando al escondite, te olvidaste de mí. A veces silbo, pero tampoco me oyes. Parece que has borrado todo rastro mío de tu cuerpo, de tu mente. Espero, si no llega antes la muerte, el momento en el que algo te recuerde a mí y salgas en mi búsqueda. No tardarías mucho, me has tenido siempre ahí, donde se guardan las pesadillas y los sueños imposibles.

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Nicolás Nicolás era un niño encerrado en el cuerpo de un hombre. Vivía en una ciudad y era incapaz de recordar los nombres de sus calles. Sólo recordaba el de una, la suya, para evitar perderse. No se sabía ningún camino, y cada día descubría formas nuevas de llegar a su destino, que a veces era a la vuelta de la esquina. Y para ello, muchas, tantísimas veces, tardaba mucho más tiempo del debido. Para él, más que para nadie, la vida era una auténtica sorpresa constante. Comía poco, hablaba menos y lo observaba todo. La gente pensaba que era tonto, porque lo saludaban y se quedaba mirando a cada persona que lo hacía como si nunca las hubiera visto antes, lo que era poco probable. A veces levantaba la mano discretamente, cuando sospechaba que alguien iba a decirle algo, para parar su impulso y poder seguir caminando tranquilo. Vivía solo, sus padres hacía mucho que habían muerto, y si desapareciese, posiblemente, nadie lo echaría de menos. Cada mañana, cuando se despertaba, levantaba todas las persianas de su casa y miraba por cada una de ellas alrededor de media hora. Cuando iba a la cocina a prepararse el desayuno y miraba el reloj era ya mediodía, y las tostadas y el café estaban ya fuera de lugar, por lo que comía, directamente, a las doce y media y, si hacía bueno, se sentaba después en el balcón a ver pasar la vida. No tenía grandes preocupaciones, Nicolás. No leía, no veía la televisión. Todo lo que hacía era observar, dormir, comer, a veces charlar consigo mismo, responder, quizás, alguna que otra pregunta curiosa de gente metomentodo. A las cinco salía a la calle, con una meta fija en la cabeza, a la que le costaba mucho llegar. ¡Cuántas veces se ha encontrado con las tiendas cerradas, con los bancos cerrados, con las luces de la ciudad prácticamente apagadas, por haberse perdido y encontrado, perdido y encontrado, tantas veces en lugares desconocidos y sin embargo cotidianos! Las personas que lo conocían creaban y discutían todo tipo de teorías. Los que lo conocían desde pequeño decían que antes no era así, que era un niño risueño y muy feliz. Pero la felicidad o la algarabía no eran facetas constantes en la vida de nadie. Algunos decían que había cambiado con la muerte de su madre, que ocurrió en extrañas 102


circunstancias. Si le hubiesen preguntado a Nicolás cuáles eran esas extrañas circunstancias él se bloquearía al intentar encontrar extrañeza en un cáncer de hígado. Decían que estaba tan unido a su madre que se había convertido en un fantasma. Otros aseguraban que su padre lo maltrataba, cuando en realidad su padre era un pobre hombre que sólo quería morirse e ir detrás de su mujer. Nicolás no tenía hermanos ni hermanas, estaba solo en el mundo, solo ante las lenguas viperinas, las curiosidades del gato, el ruido de sus pasos. A su paso había quien murmuraba que era una pena que no hubiese encontrado el amor, porque era el amor y nada más lo que podría traer a Nicolás de vuelta al mundo. Y cuando Nicolás escuchaba a esas señoras, que en seguida torcían su mirada al notar sus ojos sobre ellas, su rostro tornaba triste, tan triste que una nueva arruga volcaba su ira en él y envejecía, sin remedio, cinco años de golpe. Nicolás había amado. Desde que era un adolescente Nicolás amaba. Primero entendió que el amor por sus padres le venía dado, que era infinito. Después, a los quince años, se enamoró por primera vez, y el sentimiento le vino grande. Nadie le había avisado de ese amor tan repentino, tan arrollador, tan sincero. Igual que nadie le había explicado que la maldad también tiene su presencia en ese amor puro que cultivó por esa muchacha de pelo rubio llamada Laura. Cuando veía los ojos de su padre, vidriosos, muertos en vida, sintió otro tipo de amor nunca antes experimentado: la compasión. Y cuando se quedó solo, en una casa que no podía llenar de alboroto pero sí de sentimientos nunca experimentados, encontró una libertad que no sabía cómo utilizar, que no sabía tratar, que no sabía, que no tenía ni remota idea, cómo moldear. Y fue entonces cuando Nicolás calló, de tanto espacio que le fue dado de golpe, y se encerró en esos pocos recuerdos que le había dado la vida. Y lo que observaba desde las ventanas, desde el balcón, en la calle, donde fuera, era todo aquello que aún podía tener y se resignaba a rechazar porque no lo entendía como suyo: los besos de los demás, que no sabía él cómo besarlos, las caricias de esos abuelos en el banco frente a su casa, tener un trabajo y desesperarse, tener vacaciones, desestresarse, desenamorarse, descrear la madeja de hilo que le apretaba en el cuello y dejar de ser ese pobre Nicolás del que se compadece la gente de su alrededor. Observaba cómo poder liberarse de un traje que ya le quedaba pequeño, cómo salirse de ese caparazón, cómo desembarazarse de esa máscara que un día le impuso la tristeza de ser rechazado por una mala mujer.

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Extracto novela inédita:

Su locura en el cajón

Monk’s House Virginia estaba sentada en el jardín de su casa en Richmond. No era una casa muy grande, ni era una casa muy pequeña, aunque Virginia a veces, cuando pensaba, sintiera que esas paredes ahogaban su inspiración. Acababa de tomar el té con Leonard, sin hablar, porque ya no hablaban, hacía mucho que habían dejado de ser lo que eran. Algo se había roto y Virginia creía que había sucedido mucho antes de casarse, en aquella libertad que ahora, a través de sus personajes, tanto echa de menos. Y ese algo, esa duda, ese vacío, la bloqueaba como persona ante Leonard y ante la vida. Leonard era una interrogación constante, siempre con esa mirada inquisitiva de quien dice preocuparse por su esposa. No hablaban de libros, sólo hablaban de doctores que decían saber lo que tenía, que decían poder explicar la locura, su vida, la de Virginia, que se escapaba por entre sus dedos y que ni escribir sabía. Y Leonard estaba al acecho de un descuido para reprochar a Virginia lo que hacía, lo que no hacía, lo que debía hacer. Cuando él se iba, ella sentía alivio. Leonard era, sin saberlo, una lápida para su creatividad y un peso para su persona. No se sentía a gusto con él, no con esa mirada de lobo, aunque, en realidad, no se sentía a gusto con nadie. Podía escribir en soledad, leer y dar largos paseos, pero era incapaz de hablar, de compartir, de liberar angustia, de improvisar a ser otra persona. Su mejor amiga en los últimos meses había sido Clarissa, cuya presencia en su vida, desde su gestación, había colmado todas sus necesidades y cumplido todas sus expectativas. Con Clarissa podía hablar sin ser oída, podía confesarse sin ser criticada, y podía, por encima de todo, volcar su furia insuflándole cada vez más vida. Podía esconderse, mentir, repetirse, sincerarse, enfadarse, incluso llorar sin ser juzgada ni recriminada. Lo único que hacía Virginia era escribir, volver a ella una y otra vez, ahorrarse miradas y consejos, y escribir esa vida en Londres que para ella quisiera. Clarissa era su diario, sus pies en la tierra. Lo único que la salvaba de lo que no tenía salvación. Y con ella conseguía que la pena no se arraigase, que no brotase ni aflorase, y las dos se batían en duelo con la locura. Pronto, sin embargo, Virginia sería nuevamente abandonada, y todo lo que desaparecía le quemaba las entrañas. Y cuando más sensible era, cuando menos escudos literarios tenía, más proclive era a conceder espacio a la miseria. Virginia estaba sentada en el jardín de su casa en Richmond. Leonard la observaba por la ventana de la imprenta, preocupado. Temía que Virginia dejase de estar dentro de sí misma, exponiéndola a un nuevo intento de suicidio. Y Virginia sabía que Leonard la observaba, claro que lo sabía, si sentía sus ojos como estacas en su espalda. No quería escribir mientras supiera que estaba ahí, para así poder evitarse las preguntas en la cena de Leonard. Y mientras hablaba con Clarissa, le preguntaba por Londres, preparaba preguntas de las que decía no conocer la respuesta. Leonard se preguntaba, mientras colocaba letras en orden y corregía manuscritos, qué pasaría con la enfermedad de Virginia, y ésta se preguntaba quién debía morir en la historia, si ella, una loca perturbada, Clarissa, o el mismo Leonard. Y se preguntaba si no era hora ya de abandonar Richmond y volver al bullicio de un Londres que amaba, si no era hora ya de volver a la vida y así aparcar la resignación para volver a tener ganas de algo más que de escribir.

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Granite & Rainbow .................... 23.IV.2011 ............................ #13

ISSN: 2173-2019


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