G&R #6

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23 .IX.2010 #6

Granite & Rainbow

Editorial por Ainize Salaberri

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La tragedia envuelve nuestras vidas todos los días. Si encendemos la televisión y vemos el telediario, no nos mostrarán nada más que tragedias de todo tipo: asesinatos, secuestros, maltrato animal, violencia de género, subida de luz, de gas, de agua, inundaciones en la otra punta del planeta, tsunamis, y un largo etcétera. Aunque lo que es realmente una tragedia es que traten como un verdadero drama una goleada al Madrid, la lesión de Messi, o las cosas tan serias que tratan en programas como Sálvame. Por suerte, los lectores siempre podemos resguardarnos de este mundo cada vez más demente en los

libros. Este mes hablamos de los libros trágicos, de esas novelas u obras de teatro que tratan temas dramáticos, peliagudos, trágicos: la muerte, el abuso sexual, la pérdida, la ausencia, cualquier cosa que haga que una lágrima salga de nuestros ojos y recorra todo el camino hasta el suicidio final en nuestra barbilla. Para nosotros, los redactores, y para mí, como “jefa”, sería una verdadera tragedia que este número, que tanto nos ha costado, no os gustara. Hemos pensado en todos los públicos, y hemos incluído literatura infantil y juvenil, unas cuantas recomendaciones, novelas gráficas, teatro y narrativa.

Podréis disfrutar del clásico de Macbeth, del gran William Shakespeare; de literatura alemana, francesa, española, latinoamericana. Tenemos hasta literatura japonesa. Yo no sé venderme, pero los redactores se venden solitos. Sus artículos son espléndidos y maravillosos. Sé que en ellos vuelcan todo lo que son, y son unos grandes profesionales, y mejores personas. La portada, magnífica, como siempre, a cargo de la fantástica ilustradora Inge Conde. Gracias, desde aquí, por tanto talento y genialidad. Sed bienvenidos al número 6 de la revista Granite & Rainbow.


ÍNDICE

4 Los últimos días de... 6 Y todo como si

continuase 7 Una historia de seda 9 La dignidad no se come 13 El joven Werther 14 El árbol de la ciencia 17 La casa de Bernarda Alba 19 Por qué he matado a Pierre 21 La tentación del dolor 23 La metamorfosis de Kafka 25 Con la miel en los labios 27 Las cenizas de Ángela 29 La trastienda 31 Una pena en observación 33 Poema: cartografía cotidiana 34 Entrevista: Kendall Maison 37 No te enamores nunca

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38 Cementerio de animales 41 Crónica de una muerte

anunciada 43 Tres motivos para pedir perdón y uno para gritar 45 La dama de las camelias 46 Tan su lengua colgando 48 La magia de las notas de un piano 49 Fin de partida 52 La literatura de la nada 54 Macbeth 56 La virtud o la hija 57 La Biblia y el Calefón en un sólo acto 59 La tregua 61 Lo bello y lo triste 62 Literatura infantil y juvenil 63 Medea 65 Recomendaciones


Los últimos días de... El eternauta por Pedro Larrañaga La tragedia, el Quijote, el eterno retorno y el síndrome de Casandra, ejes cardinales del cómic de cienciaficción que intuyó su propio destino. Al norte: la tragedia. El frío polar, la constante similitud de un horizonte, en el que se confunden cielo y tierra, ambos de un blanco gélido, es lo que nos espera si ponemos rumbo al norte. Una continua repetición del mismo decorado, c o m o u n d e c o r a d o s i n fi n q u e s e n i e g a a abandonarnos. La tragedia de “El Eternauta” presenta las mismas características. Un bucle eterno en el que se repite, constantemente, su condena. Año tras año, hasta el fin de los siglos. Día tras día, hasta el fin del tiempo. Si es que este existe en realidad. Viviendo en medio de la desesperación, luchando por no caer en la locura, empeñado en ver esperanza donde sólo se adivinen túneles en tinieblas. Así son los últimos días del eternauta, el personaje central de la obra del guionista argentino H. G. Oesterheld, con dibujos de F. Solano. Unos últimos días que son iguales a los primeros, porque son ya los mismos. Perdido en el limbo del “continuum”, cada instante es idéntico al anterior, condenado a buscar, durante toda la eternidad, lo que más quiere, Elena y Martita, su mujer y su hija. Las perdió, las entregó a una tragedia sin fin, cuando lo único que intentaba era salvarlas, librarlas de una vida de sumisión al cruel invasor. Al sur: el Quijote. Sin dejar pasar un solo segundo, el eternauta inició la persecución de sus seres queridos. Saltando de dimensión temporal en dimensión temporal, siempre en soledad, con una única idea en la cabeza. Ni siquiera tras encontrarse consigo mismo, perdido en otra línea del tiempo, se detuvo a reparar en su propia paradoja. No hay oportunidad para el llanto o la reflexión para los desesperados, la única alternativa es continuar el camino. Aunque este nos lleve, una y otra vez, a lo más profundo de nuestra tragedia. El eternauta debe seguir su búsqueda de Elena y Martita, porque sólo en ellas está el fin de todas las cosas. Sin embargo, teme que le fallen las fuerzas y, por eso, se funde con su otro yo, más joven. Así, podrá prolongar la agonía, desgastando unos huesos, músculos y sangre, menos cansados por la distancia recorrida. También teme al olvido y, por eso, cuenta su historia, al propio Oesterheld, en una noche de Buenos Aires. Sí, el propio eternauta acude al guionista, para que este recoja en un cómic de ciencia-ficción, su búsqueda eterna, por si llegara a fallarle la memoria. Esa semilla de metaficción, ese modo de recurrir al propio personaje para poner en marcha la trama, hermana a la obra de H.G. Oesterheld con “El Quijote”

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“Si ponemos rumbo al norte, un blanco gélido nos espera, en el que se confunden cielo y tierra”. de Miguel de Cervantes. Al igual que el “manco de Lepanto” utilizó la figura de Cide Hamete Benengeli para poner en danza a su ingenioso hidalgo, el guionista cierra con el mismo eternauta el bucle de su narración. Anticipando su propia historia, su trágico relato garantiza que este vuelva a repetirse. De ese modo, terminan de construirse todos sus molinos de viento, porque el hecho de que él esté allí, detallando lo sucedido, es la prueba de que estos tendrán lugar. Además, al llegar a producirse, volverán a poner en peligro a su mujer y a su hija, provocando que, cuando el eternauta intenta ponerlas a salvo, caigan de nuevo, los tres, en su interminable condena. Una repetición desesperante, en la que sólo le queda una alternativa, continuar con su búsqueda. Porque, si deja de hacerlo, significará que la historia ha terminado. Y esa sería una tragedia de dimensiones aun mayores. Al este: el eterno retorno. El cómic “El Eternauta” comienza del mismo modo que termina. Una noche de invierno, cuatro amigos juegan una partida de truco, el popular juego de cartas argentino, antes de que comience la nevada que cambiará la faz de la tierra. Los copos de nieve son portadores de la muerte, capaces de terminar con la vida de todo aquel que entra en contacto con ellos. Por eso se libran Juan, sus amigos y su familia, Elena y Martita. Estaban en casa, a cubierto, lejos de la tragedia que flota en el aire. La humanidad, en cambio, ha sufrido innumerables bajas. Rodeados por cientos de cadáveres, los protagonistas se ponen en movimiento. Deben buscar supervivientes y salir en busca de provisiones. Cubiertos con trajes de fabricación casera que les previenen del contacto con la nieve mortal, salen al exterior, en busca de los escasos restos de vida en el planeta. La trama se desarrolla en la ciudad de Buenos Aires, tomando como escenario puntos emblemáticos de la capital argentina. Allí, los protagonistas intentan hacer frente a una amenaza invisible, sólo presente por aquella nevada continua que termina con la vida del que entra en contacto con ella. El grupo saca lo mejor de sí mismo, apoyándose en las virtudes que cada uno de ellos aporta al conjunto. Así, Oesterheld, el autor, introduce un ideal socialista en “El Eternauta”,


estableciendo una superioridad del héroe grupal, frente al héroe individual, tan común en el mundo al que estamos acostumbrados. Cuando nació la obra, ya había dado comienzo la segunda mitad del siglo XX y la humanidad todavía intentaba rehacerse de las tremendas heridas de las guerras mundiales. “El Eternauta” levantaba la voz, pidiendo otra vía, una alternativa a ese mañana trágico que se adivinaba en la distancia. Las luchas, los ejércitos, la manipulación eran, y son, amenazas a nuestra existencia. Juan y sus amigos, tratan de hacer frente a esos invasores que llegan. Cada victoria o éxito, es sólo el preludio de un rival aun mayor, más terrible todavía. Primero son los “cascarudos”, después los “gurbos” y, más tarde, “los mano”. Sin embargo, todos forman parte de una pirámide de dominación que termina en “ellos”, ese ente invisible responsable, en último término, de toda aquella tragedia. Por si fuera poco, los propios humanos supervivientes van cayendo prisioneros, convertidos también en marionetas, bajo el completo control de esos otros. Lucha, pelea y batalla, siempre en desventaja, ante unos enemigos que muestran, en cada nuevo enfrentamiento un artilugio todavía más terrorífico. Cuando parece que puede renacer la esperanza, descubren que el brote era tan solo un engaño, una nueva trampa tendida por el enemigo para exterminarlos a todos. Una última llamada, disfrazada de clavo ardiendo al que aferrarse, termina por llevarlos a un atolladero sin salida. Es aquel instante, presa del pánico, cuando Juan, en un intento por salvar a Elena y Martita del más terrible final, acciona el mecanismo que lo convierte en el eternauta, condenado a una tragedia aun mayor que aquella que quería evitar. Al oeste: el síndrome de Casandra El cómic “El Eternauta” termina del mismo modo que comienza. Si hacia el este estaba el principio, hacia el oeste está el final, porque, a pesar de que el eternauta está condenado para toda la eternidad, H.G. Oesterheld sí encontró un final. Uno de lo más trágico. Toda la obra de ciencia-ficción es una obra que lucha contra la dominación, contra ese otro que intenta apagarnos, para someternos a su control. Una pelea contra ese instante en el que sólo hay dos alternativas: la dominación o la muerte. Tras muchas dificultades, que le llevaron incluso a vender los derechos de sus personajes a sus acreedores. Está claro que el genio literario, la capacidad de crear, no garantiza el éxito, no garantiza, siquiera, un plato de comida en la mesa. En su caso, además, Oesterheld fue víctima del “síndrome de Casandra”. Una condena cruel, que hace que no se le crea a aquel que conoce el destino trágico que les espera. Casandra grita y grita, pero nadie le hace caso. El mundo la ignora, pero ella sabe que el mundo se muere. 5

“Hay una posguerra infinita “Está claro que el genio literario no engarantiza sus entrelíneas”. el éxito, no garantiza, siquiera, un plato de comida en la mesa.”

Antes de terminar este artículo, debo hacer una confesión. Conocí el cómic de “El Eternauta” gracias a unos amigos, que me lo regalaron del día de mi cumpleaños. Así nació mi deseo de escribir sobre esta obra, llena de símbolos y puntos cardinales. Sin embargo, estaba seguro de que no estaría a la altura de su tragedia y me senté, cada noche, junto a la ventana, esperando a que el eternauta y el propio Oesterheld aparecieran, para ponerle palabras a su historia. Esperé, pero no hubo suerte, su vagar entre dimensiones temporales no les llevó hasta mí. Por tanto, tuve que afrontar yo solo la composición de este texto, sin un testimonio de mi primera mano que me guiara. Es por eso que tuve que recurrir al norte, el sur, el este y el oeste, para no perderme en la inmensidad de este relato de ciencia-ficción. Sin embargo, sé que mi intento estará siempre muy por debajo de lo que ellos podrían haber conseguido. Esa es mi tragedia. La suya, querido lector, ya ha terminado, porque este es el final del artículo.


Y todo como si continuase Hoy he regresado a esta tierra ahora cruel. Nuestra tierra, padre. Y todo como si continuase.

por Fusa Díaz

Al abrir Te me moriste, de José Luís Peixoto, y empezar a leer, todos amamos al mismo padre. Todos nos convertimos en huérfanos de lo mismo, del mismo dolor reciente, como reluciente (de qué nace ese brillo infernal, por qué alumbra ahora) en una oscuridad que se estrena ya en la primera página. Leyendo Te me moriste mi padre murió y dejó de ser quien yo había creído que era. Sin embargo, José Luís Peixoto dice que la muerte y vida de una persona no pueden comprimirse en menos de cincuenta páginas. Y yo me preguntó qué no puede caber en cincuenta páginas que se escriben al raso. De nada vale que su padre real (qué tristeza me da tener que emplear este adjetivo) hubiera muerto hacía seis meses, ni siquiera valdría nada que todavía estuviera vivo: en Te me moriste alguien muere. Podríamos ser tú, yo, José Luís Peixoto o su padre, quizá nadie que existiese verdaderamente. Pero alguien muere escribiendo, leyendo, alguien muere mientras agoniza el padre de Peixoto. Siendo un texto demasiado poético para narrativa y demasiado narrativo para ser poema, este relato a medias, esta novela sin empezar, o este final de verso nos engaña de una manera hermosa para que todos sepamos cómo es que la vida siga sin un ser querido (y el asombro de que así sea). Nos está seduciendo con una realidad con la que convivimos estúpidamente y a la que 6

sólo nos asomamos cuando aprieta la vida hasta que se consume. José Luís Peixoto (su narrador, esa voz, el hijo, qué importa) abre la puerta de su casa y, estando todo en el mismo sitio donde lo dejaron, ya nada es igual. Se prueba la chaqueta de su padre (padre, padre, cuántas veces te escondiste en la muerte de otro para que yo pudiera reconocerte, para que yo sepa la medida exacta de tu cuerpo faltando, que no falte) y le va perfecta, fiel a su forma. ¿Qué importancia puede tener que una prenda de ropa sea justa en tu cuerpo, se adapte a ti como si fuera tuya misma? Esto sólo cobra sentido si tu padre ha muerto, si el padre de Peixoto, que mientras se lee es el tuyo propio, ha muerto y te ha dejado un vacío entre, quizá, las costillas. El que escribe (el que sobrevive para nosotros en un texto lento y preciso) se siente poseedor, haciéndonos poseedores, de un secreto único y maldito: alguien ha muerto. No, alguien no, su padre ha muerto. Y mira alrededor, a un alrededor que sigue, que no para, y no puede dejar de ser consciente de que tiene un secreto terrible que los demás no. Y resbala su luto por el rostro de todos, por el alma de las cosas, por el pomo de una puerta, por las llaves que abren esa puerta, por la estupidez de la cotidianeidad, por lo sucio que tiene la vida, esa capa de polvo que ni siquiera nos molesta. Nadie sabe que tu padre ha muerto y te miran de la misma

manera: y tú con el secreto, tú que lo sabes, que sabes lo que ha ocurrido, dejando que los demás tengan derecho a seguir. Y, a un tiempo, convenciéndote de que de igual manera tú lo tienes. Mi padre murió leyendo Te me moriste y al acabar supe que una muerte sí que cabe en menos de cincuenta páginas. Cabe una muerte, un huérfano, un lector herido como de bala. La tragedia de estas páginas se escribe despacio, con un gusto por la belleza extremo, con la delicadeza de quien cierra los ojos de una persona y cree que acaba de quedarse dormido sin que se haya dado cuenta, como en un despiste razonable. La tragedia se escribe lentamente, se tiñe en una camioneta que lleva un cuerpo sin vida. La tragedia de este texto no oculta la grandeza de ningún héroe, no combate con nada extraordinario ni se deja galardonar y vitorear. Ésta es una tragedia que pasa desapercibida, la tragedia de estar vivo. Una tragedia mal dicha, estropeada, vieja, repetitiva. La muerte no deja de sorprendernos. Es el susto mayor de la infancia, el temor que no se abandona nunca del todo. No hay grandeza al sobrevivirse, o quizá sí. Finalmente, a lo mejor no cabe la muerte en menos de cincuenta páginas ni es suficiente un artículo donde se endulza con literatura el extrañamiento de una vida. Pero en Te me moriste alguien se está doliendo. Pudiera ser yo.


Una historia de seda «Como una seda: loq.adv.coloq. Sin tropiezo ni dificultad. »1

por

(Noemí Camblor)

2 Aunque su padre había imaginado para él un brillante porvenir en la filosofía,

Alessandro Baricco había acabado ganándose la vida con una insólita ocupación, tan bella que, por inevitable comparación, traslucía un vago aire femenino. Para vivir, Alessandro Baricco, soñaba y escribía una historia de seda. Era 1993, Fazil Say componía su versión jazz del Rondo Alla Turca de Mozart. La consola Playstation era todavía un proyecto y Bill Clinton, al otro lado del océano, pronto lideraría el combate de Kosovo, cuyo final veríamos. Alessandro Baricco tenía 35 años. Soñaba y escribía. Una historia de seda. Para ser más precisos, Alessandro Baricco, soñaba y escribía una historia de seda cuando la seda consistía en el privilegio, en la suavidad, la ternura y en las sábanas de anhelos de unos personajes inmóviles, aparentemente muertos. Turín era el nombre de la ciudad en la que Alessandro Baricco vivía. Pickwick el de su programa de televisión literario. Aún no había abierto la escuela de escritura mundialmente reconocida Holden, en honor al protagonista de El Guardián entre el centeno. Para escribir Seda, Alessandro Baricco imaginaba dejar una apacible y monótona vida en Lavidelleu, cruzaba la frontera francesa cerca de Metz, atravesaba Wüttemberg y Baviera, entraba en Austria, llegaba en tren a Viena y Budapest, para proseguir después a Kiev. Recorría a caballo dos mil kilómetros de estepa rusa, superaba los Urales, entraba en Siberia, viajaba durante cuarenta días hasta llegar al lago Baikal, al que la gente llamaba el último. Descendía por el curso del río Amur, bordeando la frontera china hasta el océano, y cuando llegaba al océano se detenía en el puerto de Sabirk durante diez días, hasta que un barco de contrabandistas lo llevaba a Cabo Teraya, en la costa oeste de Japón. Lo que allí halló fue la aventura de lo exótico, el quiebro de la rutina, la remota posibilidad de sentir la vida por fin, trepidante. Y viceversa. Aunque nada se sabe del tiempo invertido en escribir lo que está considerado como una novela corta aunque sus detractores la califiquen como un relato o cuento, suponemos que Alessandro Baricco invirtió varios meses en escribir una historia que tanto tiene de dulce romanticismo como de dolorosa y fría realidad; porque después de sentir la agitación de la aventura con sus sensuales peligros y esa mística que tiene lo inalcanzable: No queda nada. No queda ni un alma. Y delante de uno, de repente ve algo que creía imposible. El fin del mundo. Después, el resto del tiempo lo consumes en la liturgia de costumbres que 7

consiguen preservarte de la infelicidad.


Seda es una reflexión vital poética, una nana del amor, el balancín de los brazos de una madre que te consuela tras el abatimiento de saber que sólo podrás tener una vida. Después de la publicación de Seda, que se ha convertido en un gran bestseller internacional, los lectores le hablaron para decirle: —Prométeme que volverás. Con voz firme, sin dulzura. —Prométeme que volverás. En la oscuridad de su casa, ya que Alessandro Baricco no concede entrevistas, respondió: —Te lo prometo. Y ampliamente cumplió su promesa el autor, que con trazo alargado redactó otras obras fascinantes justamente galardonadas. Como fueron aquellos furiosos trazos de seda negra sobre éstos delicados lienzos del papel de Seda.

Real Academia Española. Diccionario de la lengua española. www.rae.es Este artículo está creado, en varias partes, utilizando textos extraídos de la novela Seda, en homenaje a la particular estructura de la obra. 1 2

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La dignidad no se come “El coronel no tiene quien le escriba” de Gabriel García Márquez y “Sopa fría” de Charles Masson — Alejandro Larrañaga

No se come, pero alimenta. Eso lo saben bien dos autores tan lejanos entre sí como Gabriel García Márquez y Charles Masson. Para demostrarlo nos presentan dos obras de ficción con un indudable sustento real. Una es una obra de referencia de la literatura universal del siglo XX y la otra es una novela gráfica que impacta por la crudeza de su temática y la fuerza y expresividad del trazo con el que está dibujada. Son dos historias ,más allá del contexto y particularidades de cada una, sobre personas, con sus miserias y sus defectos pero que luchan por no perder su humanidad.

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“Son dos historias que luchan por no perder su humanidad” El coronel no tiene quien le escriba “El protagonista, despojo humano de una guerra civil, espera la carta que le comunique que ya se le otorgó su pensión de retiro. La carta no vendrá y eso se sabe con seguridad; pero el coronel la aguarda, porque esa carta es su vida. Y su

vida está paralizada porque solo aguarda.” Francisco Posada en Revista de Letras Colombianas núm. 0. Bogotá. Enero-Febrero, 1965.

Difícil resulta resumir mejor en 53 palabras tan acertadamente un título como “El coronel …”. Se mencionan hechos o datos clave, una guerra civil,

una pensión y una carta que parece que no llega ni llegará. Se habla de un personaje del que trascienden su paciencia y estoicismo fruto de la larga espera. Quedan planteados temas como la soledad -es uno el que espera- y el paso del tiempo -o la quietud frente al movimiento-. Se intuye una situación complicada, se ha superado, o no, un período de conflicto armado del que acostumbran a salir más vencidos que vencedores. No hay duda de que es una sinopsis excelente, que capta la atmósfera con precisión y puntualiza los acontecimientos más importantes para el


desarrollo de la trama. Pero este no es un viaje completo, no conoceremos los orígenes del coronel, como mucho algún apunte referencial, ni veremos ninguna guerra. La historia no comenzará en un momento dramático significativo, sino a partir de la contemplación de una acción rutinaria. Nos encontraremos una mañana de octubre, no más triste ni angustiosa que otras, e iremos incorporándonos poco a poco a la rutina de la vida diaria. Como es viernes, habrá que ir a comprobar si la lancha del correo trae carta. Se nos irán rebelando poco a poco datos que nos permitirán adquirir una comprensión general de lo que sucede, de lo que ha sucedido y de lo que sucederá. El narrador omnipotente gestionará esos medios, el resto del rompecabezas lo construiremos y lo guardaremos para nosotros mismos como parte de la experiencia

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que supone la lectura. Cuando este guía decida que ya hemos leído, y visto y percibido y captado, suficiente será el momento de dejar al coronel continuar con su vida. Lo que le deparará el futuro a él, a su esposa e, incluso, al gallo con el que conviven, se nos escapa. ¿Cumplirá el gallo los pronósticos salvando la economía de la desdichada pareja y, con ellos, del resto de pueblo? Ni siquiera sabremos si esa dura, escatológica palabra con el que García Márquez machaca nuestras esperanzas en el último suspiro de la novela se habrá convertido en realidad. Ya nada importa, el desasosiego está instalado en nosotros. El sentimiento de pérdida, la soledad y el paso del tiempo, motores temáticos de “El coronel no tiene quien le escriba” trascienden las páginas y la implicación del lector con el texto va mucho más allá de la mera identificación con personajes o situaciones.

El autor se refiere a su propio texto en los siguientes términos: “… un tipo de literatura premeditada, que ofrece una visión un tanto estática y excluyente de la realidad. Por buenos o malos que parezcan, son libros que acaban en la última página. Son más estrechos de lo que yo me creo capaz de hacer.” Es una afirmación referida al contexto donde se sitúa la historia. En este sentido se puede hablar de dos vertientes: por un lado el marco socio-político de una región y un país determinado y por otro un escenario socio-cultural más específico, una pequeña comunidad con escasos recursos económicos y unas condiciones de vida bastante duras y opresivas. La estrechez a la que se alude en la cita sería un duro golpe a la obra si el contexto en el que se enmarca tuviese mayor protagonismo que el telón de fondo, el anclar la historia a una realidad que existe. Una situación

ficticia narrada desde un punto de vista realista. Las posturas, idealista del coronel y materialista de su esposa, se contraponen para reflejar la terrible lucha que supone el día a día. El protagonista deja traslucir un cierto optimismo inquebrantable, la existencia se alimenta de esperanzas al fin y al cabo, al incorporar a su rutina el acudir los viernes a esperar el correo o al realizar las gestiones con el abogado para “acelerar” los trámites, buscando la sensación de avanzar a pesar de encontrarse en la más absoluta quietud. Todo esto no hace más que alimentar la dignidad y el orgullo del propio coronel. El autor se maneja en la ambigüedad para que nosotros decidamos si de verdad cree en la llegada de la pensión o de si sólo sigue con su vida, agarrado a lo único que le queda. (Sigue en la página siguiente)


deja traslucir un cierto optimismo inquebrantable, la existencia se alimenta de esperanzas al fin y al cabo, al incorporar a su rutina el acudir los viernes a esperar el correo o al realizar las gestiones con el abogado para “acelerar” los trámites, buscando la sensación de avanzar a pesar de encontrarse en la más absoluta quietud. Todo esto no hace más que alimentar la dignidad y el orgullo del propio coronel. El autor se maneja en la ambigüedad para que nosotros decidamos si de verdad cree en la llegada de la pensión o de si sólo sigue con su vida, agarrado a lo único que le queda. Un optimismo que supura a pesar de que, motivado por la dura situación, social, política o económica en la que viven, el coronel se ve a sí mismo como un derrotado en todos los campos. Pero no se va a rendir. Va a seguir aparentando ante sus congéneres que todo marcha mejor de lo que realmente va. El objetivo será defender su posición 11

social, el respeto que se ha ganado a base de mantenerse firme en sus creencias y derechos. Su mujer lo acompaña en esta empresa realizando actos tan ilógicos en un pensamiento racional como lógicos en un entorno social como el que se describe, como poner la olla al fuego con piedras dentro para fingir que tienen algo que llevarse a la boca. Ella colabora pero se rebela ante la inoperancia, vestida de dignidad, que practica su marido. No va a pedir ayuda de un modo abierto y directo aunque todo el mundo sea consciente de las penurias por las que pasa. Los íntimos detalles que García Márquez nos ofrece sobre los problemas intestinales no los sabrá ni su mujer. Siempre será una pelea en solitario que, en ocasiones, minará su propia relación matrimonial puesto que es obvio que unas exigentes condiciones de vida acaban por castigar la resistencia de cualquiera.

La esposa, demostrando un sentido más práctico, antepone el hambre y la miseria a la dignidad. El juego de contrastes es presentado con toda rudeza. Lo que se debate es la mera supervivencia, la lata de café que aparece en la primera página está agotada. No va a haber más al día siguiente, puede que tampoco haya nada en el plato. La esposa del coronel lucha desesperadamente contra ello, aunque como su marido, sabe que son soluciones siempre temporales. Vender el gallo, auténtica metáfora del hijo muerto y el sustento que éste representaba para ellos, tampoco solucionará sus problemas aunque lo parezca. En la línea que esboza la historia, porque ésta es una historia lineal, lejos del relato cíclico de Cien años de soledad, no nos podemos parar a juzgar las acciones del coronel, resulta complicado valorar sus decisiones. ¿Es la necesidad motivo suficiente para renunciar a sus valores, creencias,

convicciones, a quien es en definitiva?.

“Sopa fría” Charles Masson es un otorrinolaringólogo de Lyon que decidió crear una novela gráfica, Sopa fría, en el que hacía un acopio de sus propias experiencias como médico para crear una obra de ficción con un sustento totalmente real. El relato está protagonizado por un vagabundo que escapa de un albergue una noche de invierno después de que le sirvieran un plato de sopa fría. La trama es esta pero no es este el comienzo de la historia. Como en “El coronel no tiene quien le escriba” nos subiremos en marcha. La escapada ya ha comenzado y sabemos el origen por lo que nos es contado. El protagonista es aquí el narrador, por lo que será siempre su versión la que leeremos. Las imágenes que nos muestra el autor van en otra dirección. Aquí, los contrastes son las versiones del implicado frente al dibujante.


El primero, lleno de reproches hacia prácticamente todos con los que se ha cruzado en la vida. El segundo, buscando la realidad que el vagabundo no puede ver. El camino que emprende el fugitivo es un viaje tanto interior como exterior. La dirección es el hospital donde fue, a su juicio, mejor tratado. Por el camino irá aceptando su situación, tanto la real en cuanto al frío, la posibilidad de morir es palpable, como la social: “Ya he aprendido a perder a mis amigos, eso sí sé hacerlo… Incluso aprendí a perder a mi familia. No,

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no están todos muertos. Me han olvidado.” Es siempre un reparto de culpas, por un lado están sus errores y por otro el no saber tratarlo. A través de los diferentes recuerdos, desordenados, aparecerá una dramática historia familiar, problemas de salud graves y la convicción de que lo que le queda es poco más que un plato de sopa, pero caliente, en un albergue. La enfermera que le sirvió la desdichada cena aparece en los fugaces flashes que se nos ofrecen de la realidad que acompañan al vagabundo. Ella, abrumada y desolada, intenta encontrarlo, llama a la policía, sufre en casa

culpabilizándose de un error del que, probablemente, no fue ni siquiera consciente. Nos deja el autor sin asideros, no es una historia con buenos y malos. Presenta un panorama sin víctimas ni culpables o, lo que es más probable, donde todos tienen culpas. ¿Es el vagabundo responsable de su propia suerte, de su adicción al alcohol? ¿Hasta qué punto es responsable el personal sanitario del futuro de sus enfermos más allá de sus enfermedades? ¿Tienen los medios necesarios? ¿Hacen y hacemos todo lo posible? ¿Nos merece la pena, siquiera, pensar en ello? La intención es

despertar la conciencia colectiva ante problemas que ocurren a la puerta de casa. Realidades cotidianas de personas que han dejado de ser consideradas como tales por sus semejantes. “Joder, la voy a palmar. Voy a morir como un perro. Vivo como un perro, soy un perro… No le pido mucho a esta vida… Quiero que me consideren más que un perro.” La dignidad no se come, pero nos recuerda quiénes somos y dónde estamos, se pueden hacer concesiones pero tiene que haber un límite. Situarlo es un acto tan personal como vivir.


Las penas del joven Werther Ainize Salaberri

dolor, del tormento. Los sentimientos “Amar es humano, sólo que deberíais del romanticismo, gemir de dolor, el amar humanamente”. mártir del amor, la pieza con la que el destino despiadado juega. El maldito destino, grita Werther, que se la tiene “Vemos seres felices a los que no jugada por buscar felicidad allí donde él somos nosotros quienes hacemos no ha estipulado que hubiera sonrisas. dichosos, y eso nos resulta insoportable”. Werther huye, marcha, lejos de Lotte, no puede con su vida ni con su corazón. ¡Cobarde!, le gritamos, ¡no nos Si en algo creía el romanticismo era en creemos ni una palabra de lo que dices el destino, en lo inalterable de las sentir!, le espetamos. Porque nosotros decisiones, en la belleza del mismo. El no concebimos huir de la persona que destino del joven Werther se nos amamos. Nosotros nos hubiésemos presenta claro desde un principio. Él, un quedado, hubiésemos sufrido el enamorado del amor que se enamora, rechazo, hubiésemos hablado, obviamente, de quien no debe. Ella, una confesado. El amor está para ser mujer a punto de casarse, que confesado y suplicado. Pero Werther sospecha las pasiones que en Werther huye y nos demuestra que no es un provoca, pero que se hace la loca para verdadero romántico del siglo XIX. Su restar importancia a ese amor que se cobardía es su carta de presentación, y torna imposible, como todo amor sus argumentos son su argumento de platónico, como todo amor puro. vida. Werther, nos da la sensación, quiere sufrir. En algunos momentos nos parece un joven tonto que busca sufrir –lo que sea– por todos los medios, y Lotte llena todas sus expectativas románticas y amorosas. Parece haberla elegido porque sabe que sufrirá. El placer del

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Nos dan ganas de cerrar el libro y rumiar por dentro la estupidez de Goethe por crear a Werther, incapaz de quitarse la piel por un beso o por un temblor que le sitúe en el abismo, en el acantilado, a donde el amor te expulsa, sin previo aviso. Ya lo decía Stendhal:

“El amor es una bellísima flor, pero hay que tener el coraje de ir a recogerla al borde de un precipicio”. Werther no lo hace, y nos decepciona. Pero vuelve, el joven enamorado vuelve, por necesidad amatoria. Visita a Lotte, mucho, constantemente, y trágicamente ve cómo va a desenvolverse el final, el de su vida. El destino se presenta claro para él. Porque para el romántico de Werther sólo hay una salida, el campanazo final, que acallará nuestra lengua y hará chirriar nuestras entrañas. La mayor tontería, absurdez, estupidez que un hombre enamorado puede cometer. El mayor acto de egoísmo y de generosidad al mismo tiempo. Su destino, enfadado, le otorga a Werther el final trágico que desea. Para qué tanto sufrimiento entonces, Werther, para qué tanto lamento, tanto amor malgastado, tanto falso romanticismo. Para qué, Goethe, este Werther, este mal jugador disfrazado de amor. “Ella es sagrada para mí. Y cuando estoy con ella no sé lo que me pasa, es como si mi alma recorriera todos mis nervios.” “Sin duda es más fácil morir que soportar con entereza una vida atroz.”


El árbol de la ciencia de Pio Baroja por Rosa Rodríguez

La generación del 98 está formada por un grupo de escritores marcados por el sentimiento de derrota que acarreó la pérdida de las últimas colonias americanas (Cuba, Filipinas y Puerto Rico), y espoleados por el ansia de instruir una España que se había abocado al más estrepitoso atraso cultural. El pesimismo alcanzó a todos los escritores que encarnaron el espíritu noventayochista: Baroja, Maeztu, Unamuno, Valle-Inclán y Machado.

aunque el protagonista va dejando estelas sobre sus angustias a lo largo de la novela, podemos afirmar que la mayor parte de su tribulación filosófica la libera Baroja a través de una detenida conversación entre Andrés y su tío Iturrioz, en la cuarta parte de la obra, que lleva por título “Inquisiciones”, y que es el fiel de la balanza estructural. Es, por tanto, El árbol de la ciencia, una obra de inspiración más bien filosófica y social, como la mayor parte de la obra barojiana. El protagonista, Andrés Hurtado, es un amargado e inadaptado a las circunstancias de la España de principios de siglo XX, y su sufrimiento -al no conseguir consolidar sus principios ideológicos y los episodios de la vida- lo hace patente Baroja por toda la obra. Podemos considerar ésta una de las primeras concomitancias entre el escritor y su personaje, pues los p ro b l e m a s v i t a l e s d e A n d r é s constituyen un rasgo autobiográfico en cuanto a la lucha filosófica del autor.

Pío Baroja acusó este sentimiento de desilusión quizá con demasiado ímpetu: la influencia espiritual del filósofo alemán, Schopenhauer, es trascendental en el pensamiento del escritor y, especialmente, en El árbol de la ciencia, donde se percibe esa crisis nihilista y su resultante angustia e implacable pesimismo que se vive en la época. La sombra del sufrimiento merodea por las ideas filosóficas de uno y por las novelas del otro. De hecho, Baroja y sus personajes inician su búsqueda por la filosofía de Schopenhauer a fin de encontrar el alivio necesario a su propio padecimiento, el cual se hace más llevadero cuando se contempla En el comienzo de la obra asistimos el sufrimiento ajeno. Y en el caso al primer choque de Andrés con la concreto de El árbol de la ciencia, realidad nada más iniciar sus estudios de medicina, haciendo una

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magnífica pintura del deplorable estado de la Universidad, en cuanto a alumnos y profesores; al mismo tiempo, se expone la insatisfactoria vida familiar del protagonista. A partir de aquí, van apareciendo todos los demás personajes, que constituyen una representación de la vida humana, así como sucesos y lugares que dejan paso a las críticas regeneracionistas de Baroja, pasando por las conversaciones trascendentales del protagonista con su tío. Andrés va ejerciendo de médico en distintas zonas y pone de manifiesto su escaso entusiasmo por la profesión, así como algunas miserias sociales y la sordidez en la vida de los pueblos de España. En medio de toda esta maraña de experiencias, se encuentra Lulú, una chica peculiar que terminará llenando la triste y aburrida vida de Andrés. Éste, después de casarse, decide abandonar la medicina, y con ello, sus complicados contactos con la realidad; ahora trabajará como traductor sin necesidad de moverse de casa; pero, la codiciada tranquilidad, ahora por fin conseguida, empieza a perturbarse cuando Lulú le manifiesta su ilusión por ser madre. El temor y el pesimismo se apoderan de él. La

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muerte de su mujer y su hijo le hacen perder de nuevo el norte de su vida. Angustiado otra vez, Andrés se suicida. Yo no sé qué pensarán los lectores sobre la obra barojiana, pero en mi opinión, El árbol de la ciencia es una novela con tintes aciagos, unos tintes que se van pincelando poquito a poco, ya desde el inicio de la novela, a través de acontecimientos y experiencias que llevan al protagonista a los más diversos y controvertidos sentimientos, que pasan por el tedio, el pesimismo, la re p u l s a h a c i a l a m e d i o c r i d a d profesional y a la injusticia social, los momentos de ataraxia o tranquilidad del ánimo, hasta desembocar en el suicidio tras la muerte de su mujer y su hijo, justo cuando estaba consiguiendo lo que tanto había deseado: su reconciliación con la vida. Me parece magnífico el acierto de Baroja al estructurar su novela teniendo en cuenta en todo momento el contenido, y siempre bajo la influencia filosófica de S c h o p e n h a u e r. S i e t e p a r t e s perfectamente correspondidas: la primera, que relata la experiencia universitaria de Andrés, en Madrid,


con la quinta, en la que se relata la experiencia profesional y social en el ambiente provinciano y conservador de Alcolea; la segunda se desarrolla paralela a la sexta, en Madrid, y en ambas partes Andrés toma contacto con los ambientes más pobres y marginales de la sociedad; la tercera, de semejante modo que la séptima, pone de relieve el estado de “ataraxia” que tanto ansía Hurtado y que se ve bruscamente interrumpido por sucesos trágicos: en la tercera, la muerte de su hermano Luisito, a quien profesaba un sincero y tierno cariño; en la séptima, justo cuando está empezando a saborear el elixir de esa serenidad, llega el golpe duro, la muerte de su hijo y su esposa. Y en medio de estas tragedias, aparece -como si de un paréntesis argumental o intermedio reflexivo se tratara- la cuarta parte, en la que el protagonista conversa con su tío Iturrioz sobre su filosofía de la vida. Es en esta cuarta parte en la que Baroja nos expone su idea sobre la filosofía de Schopenhauer: la ciencia -o la inteligencia y el conocimientoes mucho más sólida que cualquier concepto de justicia, moral o religión, los cuales resultan bastante abstractos ante la fuerza de la experiencia humana.

reside en la trama central, en esa historia de desorientación existencial que arrastra al protagonista en medio de ese “impulso ciego y tumultuoso” que es la vida, hasta la última página del libro. Es, para mí, una auténtica búsqueda, por un lado, en la experiencia vital, humana, y por otro, en la ciencia. Una búsqueda que exhibe en todo momento el pesimismo noventayochista, aunque sobre todo barojiano, arrollando a los personajes, y pululando por entre los desenlaces de las distintas anécdotas que suceden alrededor del manifiesto inconformismo de Andrés Hurtado, cuya reconciliación con la vida no ha permitido Baroja que se haga realidad, pues la tragedia ha interferido en su camino.

Sin embargo, podemos concluir que, quizá para paliar la dureza de ese trágico fin del protagonista, el autor deja la puerta abierta a la esperanza mediante el último enunciado de la novela: “Pero había en él algo de un precursor”. Probablemente, también Baroja, con todo su escepticismo, mantenía la esperanza de que los esfuerzos de “su” Andrés Hurtado por comprender la vida gracias a la inteligencia y a la ciencia, tuviesen su recompensa con una sociedad más justa y equilibrada. Todavía, un siglo Sin embargo, voy a serles sincera: el después, seguimos agarrándonos a verdadero atractivo de la novela – esa ilusión. desde mi comedido punto de vista-

"Hemos llegado a querernos de verdad —decía Andrés—, porque no teníamos interés en mentir".

"La literatura no puede reflejar todo lo negro de la vida. La razón principal es que la literatura escoge y la vida no".

"El árbol de la ciencia no es el árbol de la vida".

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La casa de Bernarda Alba Verónica Lorenzo

Federico

García Lorca destaca en nuestra literatura por poeta, dramaturgo y representante de una generación literaria que vivió la II República y la Guerra Civil. Él forma parte de los que no lograron sobrevivir a esa época oscura de la historia de España, sin embargo sus obras han persistido hasta hoy, ofreciendo a través de sus textos todo un legado de historias, estilos y emociones. Si de sus poemarios siempre se recuerda su Romancero Gitano, dentro de sus dramas no podemos dejar de lado a una obra como La Casa de Bernarda Alba, donde las mujeres toman su protagonismo en una mezcla de romances, pasiones y simbolismos. Escrita en 1936, poco antes de su muerte, y estrenada en Buenos Aires en el año 1945, a cargo de Margarita Xirgu y su compañía, La Casa de Bernarda Alba es un retrato de las mujeres de los pueblos de España y nos lo presenta con una casa envuelta en luto, con una ama igual de oscura y tirana que acaba de enviudar por segunda vez y queda a cargo de su madre y de sus cinco hijas: Angustias, Magdalena, Amelia, Martirio y Adela. Entra en sus vidas, rompiendo sus rutinas que impone el luto instaurado por Bernarda Alba, Pepe el 17

Romano cuando comienza a pretender a Angustias, que al ser la mayor de las hermanas es quien hereda todas las posesiones de su difunto padre. A partir de ese momento surgirán los celos, las envidias y las pasiones, pues Pepe el Romano es atraído por la belleza y juventud de Adela, pero amado por Martirio. Y todo ello desembocará en un final trágico con el descubrimiento de la relación de Pepe y Adela y el suicidio de ésta al creer que su madre había asesinado a su amado Pepe.

no sólo en el escenario ni en el lenguaje, sino también en los mismos personajes, pues Lorca parte de estereotipos para crear cada una de las mujeres de este drama. Así, Bernarda Alba encarna las fuerzas represivas, las convenciones morales y sociales (marcadas siempre por el “qué dirán”, la a p a r i e n c i a ) y d e fi e n d e e l p a p e l tradicional de la mujer frente al del hombre. En cambio, sus hijas, más o menos obsesionadas con lo erótico, anhelan la libertad y representan un abanico de actitudes desde la sumisión El origen de esta obra tiene su punto de hasta la rebeldía. partida en figuras reales, una tal Francisquita Alba y sus hijas, que vivían El primer acto comienza con las dos en la casa colindante a la de Lorca en criadas hablando sobre la tiranía de Valderrubio (Granada). Inspirándose en Bernarda Alba. Se aprecia el rencor con ellas creó una obra en tres actos que se el que hablan sobre su ama, pues La desarrolla en un espacio cerrado, el Poncia dice: interior de la casa de Bernarda Alba, donde sus hijas llevan a cabo sus labores en un mundo de luto, de La Poncia: Tirana de todos oscuridad, sofocante, en contraposición los que la rodean. Es capaz del exterior, del que sólo llegan sus de sentarse encima de tu sonidos y el erotismo representado en corazón y ver cómo te la figura de Pepe el Romano. mueres durante un año sin que se le cierre esa sonrisa Con un lenguaje fluido y popular, Lorca fría que lleva en su maldita logra crear es tensión in crescendo con cara. réplicas cortas y rápidas, destacando su sentenciosidad. Pero además de esto, se puede apreciar la simbología


Y esta tiranía se confirma desde el criada, por encima de mi madre saltaría C L U B S E Q U O I A primer momento en que entra en para apagarme este fuego que tengo escena Bernarda, pues su primera levantado por piernas y boca. Y tras un intervención la hará con un ¡Silencio! y incidente con el retrato de Pepe que sus constantes órdenes a las criadas y guardaba Angustias, también Martirio a sus hijas. A continuación, Bernarda descubre su amor por él, quien se impondrá el luto por la muerte de su convierte de esta manera en el “oscuro marido y se conocen detalles de sus objeto de deseo” de las hermanas. hijas, como el impedimento del El tercer acto se convierte en el matrimonio de Martirio por parte de su desenlace trágico de una pasión que madre porque el pretendiente no representaba la libertad y el erotismo pertenecía a la misma “clase” que ellas, que sacaría a las hermanas de su y se comenta la relación de Pepe el encierro, por momentos Romano y Angustias. claustrofóbicos. El momento cumbre En el segundo acto toma mayor llega cuando Martirio se enfrenta a protagonismo Pepe el Romano y Adela y la descubre ante su madre y Angustias y crece el erotismo entre las sus hermanas. h e r m a n a s r e fl e j a d o e n s u s Adela: Ya no aguanto el conversaciones con La Poncia, una de horror de estos techos las criadas y la que más confianza tiene después de haber probado con las mujeres. el sabor de su boca. Seré La Poncia: Esas cosas lo que él quiera que sea. pasan entre personas ya un Todo el pueblo contra mí, poco instruidas, que hablan quemándome con sus y dicen y mueven la dedos de lumbre, mano... La primera vez que perseguida por los que mi marido Evaristo el dicen que son decentes, y Colorín vino a mi ventana... me pondré delante de ¡Ja, ja, ja! todos la corona de espinas que tienen las que son Amelia: ¿Qué pasó? queridas de algún hombre La Poncia: Era muy oscuro. casado. Lo vi acercarse y, al llegar, Ante ello, Bernarda toma la justicia por me dijo: "Buenas noches." su mano y trata de matar a Pepe. Y "Buenas noches", le dije creyéndole muerto, Adela, perdida ya yo, y nos quedamos sin su amado y en una casa irrespirable, callados más de media decide terminar con su vida. Cuando se hora. Me corría el sudor descubre el final trágico de la menor de por todo el cuerpo. las hijas de Bernarda Alba, ésta finaliza Entonces Evaristo se el acto con una sentencia que no hace acercó, se acercó que se más que remarcar su obsesión por la quería meter por los apariencia y el “qué dirán” de la gente hierros, y dijo con voz muy del pueblo: Ella, la hija menor de baja: "¡Ven que te tiente!" Bernarda Alba, ha muerto virgen. Pero también comienza a descubrirse la relación de Adela con Pepe y su rebeldía a la tiranía de su madre con su No por encima de ti, que eres una

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“Me miro al espejo y en mi reflejo observo como revolotean mis primeros gateos, mi primera pedalada sin caerme de la bici, mi primera pelea con un amigo, mi primer dolor por un amor no correspondido, mis primeras sensaciones de orgullo por recibir una palmada o gesto de aprobación de un adulto.”

Por qué he matado a Pierre Por Alfred & Olivier Ka (Edit. Ponent Mon) Galardonada con el Premio del Público en el Salón de cómic de Angoulême 2007 por David García Ávila

Las primeras lluvias del final del verano refrescan y limpian el aire cálido. Y no sólo el aire. Porque hacía mucho tiempo que se no agitaban mis recuerdos, como trocitos de papel multicolor, en la bola de cristal transparente en la que ahora se ha convertido mi cabeza. Me miro al espejo y en mi reflejo observo cómo revolotean mis primeros gateos, mi primera pedalada sin caerme de la bici, mi primera pelea con un amigo, mi primer dolor por un amor no correspondido, mis primeras sensaciones de orgullo por recibir una palmada o gesto de aprobación de un adulto.

se ha sumergido en los colores ocres, enfundado en un abrigo y azotada por las frías brisas que dejan desnudos de hojas a los árboles. Pero no caigamos tan pronto en el derrotismo, el dolor, el miedo o la frustración. “Por qué he matado a Pierre” es una obra autobiográfica de Olivier Ka, que como autor y protagonista hace un ejercicio digno de admiración y de respeto para con él mismo y los demás. El tema central es la infancia, su infancia, real y no fantástica ni imaginaria. Así, con todo lujo de detalles, deteniéndonos en las anécdotas más pueriles y aparentemente intrascendentes nos metemos en la piel Acabo de terminar de releer “Por qué he matado a de Olivier, crecemos con él desde los 7 hasta los 35 Pierre” con Olivier Ka en el guión, Alfred en la años y compartimos su contexto familiar, sus juegos, adaptación y maquetación y Henri Meunier en el color. su veranos de campamentos, su mundo infantil y sus Aún faltan unos días para que llegue el otoño y, aunque incursiones en el de los adultos. Y sobre todo, este cómic se desarrolla en distintos veranos, mi alma conocemos a Pierre. 19


7 Oy losI 12A años, la vida de Olivier transcurre como la de cualquier otro niño. Hasta que es invitado Pierre es un cura rojo. a irse con otros chicos y chicas al campamento “Río Es guay. Feliz” que organiza Pierre todos los veranos: “Me Es divertido encanta este lugar. Podría quedarme aquí hasta el fin No es un cura, es un buen tipo. de mis días, tumbado en la hierba, viendo pasar las Es como si tuviera un nuevo tito. nubes”. Sin embargo, todo esto cambiará en el Uno de los buenos, que se ríe, que canta, que duodécimo verano de Olivier. Es entonces cuando su te hace cosquillas. admirado Pierre, quien le hace sentirse como una persona especial, le pide que una noche le acaricie la Estas palabras ilustran la contraportada de una novela barriga para poder dormir bien. Y lo que gráfica que no puede dejar indiferente a ninguno de aparentemente es un gesto de cariño, de complicidad, nosotros. Porque entre esas pequeñas y grandes de amistad se termina convirtiendo en pesadilla, dolor, cosas que nos unen a los seres humanos está la niñez, rechazo, complejo. Pierre se convierte en un enorme la infancia, la pubertad. Ese instante aparentemente gato que con su mirada hipnótica convence al niñoeterno de nuestras vidas en la que los veranos no se ratón que se siento atemorizado y acorralado. Porque, acababan nunca, en la que no prejuzgábamos a las cómo decirle que no a un adulto a quien tanto admira, personas, en la que confiábamos en los adultos que es su amigo, alguien a quien quiere. porque ellos lo saben todo o casi todo. C

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La vida de Olivier transcurre como la de cualquier otro niño. Es el segundo hijo de una pareja “progre”, como él mismo dice. Con unos abuelos muy católicos a los que acompaña a misa porque le gusta estar con ellos, a pesar de que se aburre entre sermones y oraciones. Y se hace muy amigo, de Pierre, un joven cura amigo de sus padres: “Pierre es un cura divertido. Toca la guitarra durante la ceremonia, tiene una bonita voz, una barrigota y una barba de enanito de jardín. Se viste con camisa y vaqueros. Es lo contrario del cura viejo a la antigua, severo, con sotana. Son el día y la noche.”. Así es Pierre desde la mirada de Olivier, que comparte con la de sus padres, quienes lo consideran amigo y parte de la familia aunque ellos sean ateos; “Pierre, entre otras virtudes, tiene la de hacernos felices con una simple palmada en el hombro, una sonrisa, un guiño... Todo el mundo adora a Pierre. Puede que yo el que más.”

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“Por qué he matado a Pierre”, es un ejercicio que va más allá de la evasión, de enterrar las heridas que deja el abuso infantil por parte de los adultos. Esta obra nace desde la necesidad de arrancar, ya entrado en la edad adulta, un dolor oculto que se transforma gracias a compartirlo, a sacarlo a la luz, a hacerle frente para que no siga horadando en alma de su protagonista. Y se convierte en un ejemplo de cómo la escritura, la literatura pueden ayudarnos a reconstruirnos y a alejar fantasmas de carne y hueso que han podido hacernos mucho daño, quizás para siempre, quizás de forma irreparable, pero al menos atenuarlo y darle la vuelta. “Ya va siendo hora de escribir la historia entera, desde el principio. Es la mejor forma de deshacerme de esto. Tengo la suerte de poder echarlo todo escribiendo. Me sumerjo por entero en mis recuerdos. No hago trampas, intento comprender, dejar de lado mis sentimientos, lo que me ha afectado. Escarbo, rebusco, lo vomito todo. Voy hasta el final”.


La tentación del dolor C

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(La soledad de los números primos mientras La pianista toca Chopin) por Iraide

Talavera Conocemos a Alice y a Mattia cuando aún son niños. Ella es una chica tímida, condenada a obedecer las órdenes de un padre autoritario que no le proporciona muestras de cariño. Un día, en un entrenamiento de esquí al que ha ido obligada, se rompe la pierna al caer al suelo y desarrolla cierta cojera. Desde entonces, la relación con su progenitor se va distanciando, y durante la adolescencia esta situación se intensifica. Es entonces cuando conoce a Mattia, un joven que esconde un terrible secreto de su infancia. Cuando era muy pequeño, él y su hermana retrasada acudieron a una fiesta de

Creo en la energía. Hay personas y hechos que la reducen, otros que la incrementan. Sucede lo mismo con los personajes de los libros. Algunos son capaces de ilusionarte, y llegas a notarlos a tu lado, como ángeles de la guarda; otros te hacen reír, y te permites la licencia de ver tu vida como si también fuese una novela en clave de humor. Sin embargo, hay otros que te provocan desazón, que consumen la fuerza de tus músculos y el riego de la sangre en las mejillas. Te dejan los sentimientos bloqueados, no provocan siquiera esa pena que tanto alivia y reconforta cuando las lágrimas fluyen. Si se atreven a manar de las pupilas, lo hacen de forma entrecortada, como si no dispusieran de aire suficiente para cumpleaños, y él decidió abandonarla salir. en un parque para que sus compañeros no se burlaran de él durante la Este vacío es el que he experimentado con los protagonistas de La Soledad de celebración. Por desgracia, su hermana desapareció y la dieron por muerta. los Números Primos, de Paolo Giordano, y La Pianista, de Elfriede Jelinek. Ambas son buenas obras, porque describen a sus personajes con nitidez afilada, pero nos dejan insatisfechos. El instinto de supervivencia lleva a nuestra voluntad a luchar contra la adversidad. Si nos ahogamos, en seguida salimos del agua para respirar. En cambio, tanto Alice y Mattia –protagonistas de la novela de Giordano- como Erika Kohut –el personaje principal de la historia de Jelinek- dejan que sus cuerpos se hundan en un abandono que como lectores nos inquieta.

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Esta tragedia marca al muchacho, que desarrolla una incapacidad absoluta de expresar sus emociones. Sus padres sufren al ver que su hijo parece insensible a cualquier estímulo ajeno y sólo focaliza su interés en el colegio, donde obtiene unos resultados sobresalientes. Lo único que nos permite saber que dentro de Mattia se esconde un auténtico tormento es su costumbre de autolesionarse mediante cortes. Es su forma de infligirse dolor, porque internamente ha bloqueado el sentimiento de culpabilidad y la tristeza que la desaparición de su hermana le ha causado.

Cuando vemos que Alice se acerca a él, creemos que habrá un avance. Tal vez la relación beneficie a esas dos almas torturadas. Y sin embargo, todo son amagos frustrados. Da la impresión de que pueden encontrar el camino hacia la felicidad, pero pronto descubrimos que nuestro anhelo es infantil, y rozamos con los dientes el polvo gris de las baldosas. Alice y Mattia son, en esa alegoría tan bien formada por el autor, dos números primos. Están próximos, pero nunca llegan a tocarse. Tienen la fuerza del imán para unirse, pero en el último momento contravienen las leyes naturales e impiden la catarsis, absorbiendo toda esa energía que habíamos almacenado para dar un paso hacia una resolución feliz. Lo mismo le sucede en La Pianista a la profesora de piano Erika Kohut, una mujer absorbida por su madre. Ésta no soporta que su hija, a la que ha educado para ser un genio excepcional, no haya triunfado en el terreno de la música y tenga que ganar su dinero dando clases. Por ello, la tiene sometida a una relación vejatoria en la que el amor posesivo linda con el odio exacerbado hacia el fruto de su vientre por haberla defraudado.


Erika soporta esta convivencia tóxica y se sumerge en ella tratando de protegerse del mundo exterior. Su contacto con los alumnos en la academia es matemático: Ella imprime las órdenes y los ata con cadenas a la música mientras que resquebraja en sus oídos el mensaje de que jamás llegarán a ser grandes profesionales. Es su venganza, que al volver a casa se convierte en su tortura. Al igual que Mattia, tiene serias dificultades para expresar lo que siente. Su madre controla sus hábitos, sus acciones y sus palabras, por lo que el único medio de contemplar el dolor y el placer es

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hacerlo desde fuera. Produce cortes en sus genitales para ver manar la sangre, aunque su cuerpo no experimente ninguna sensación, y va a los peores barrios para ver a escondidas cómo otras parejas hacen el amor, ya que es incapaz de excitarse mediante el sexo.

más y más bajo las correas que la retienen.

El futuro de nuestros personajes, por tanto, está truncado antes de echar sus cartas. El lastre que transportan desde su más tierna infancia les impide andar, y toda pequeña chispa de fuerza vital Su situación parece cambiar cuando cae en un agujero negro. El mérito de uno de sus alumnos, Walter Klemmer, los autores es hacernos sentir empatía muestra su interés hacia ella. Pero la hacia estos seres, cuya existencia nos relación no tarda en emponzoñarse y en hiere. Nos hacen sufrir porque hay un convertirse en un juego en el que no suceso que ha influido en ellos de tal sabemos quién es la víctima y quién el modo que incluso contravienen el agresor. De nuevo Erika, que por un mayor designio de la naturaleza: Vivir a momento parece emerger, se hunde toda costa.


La metamorfosis de Kafka (Que no La metamorfosis –coma– de Kafka) — Ainize Salaberri

¿Es posible que Kafka escribiese La metamorfosis para librarse de un mal sueño y de, quizás, una premonición? ¿Se sentía Kafka alienado, un bicho raro, un ser autómata y casi sin vida? ¿Era Kafka un ser atormentado, un hombre oscuro, rechazado, solitario? Quiero responder a todas las preguntas con un sí rotundo. Gregor Samsa, el protagonista de este libro, el escarabajo pelotero al que su familia rechaza, es un Franz Kafka en potencia. El autor nunca llegaría a convertirse en un bicho que encerrado en su habitación se lamenta de su triste existencia pero, sin duda, Kafka sabía de lo que hablaba cuando dotaba a su alter ego de soledad, incomprensión, absurdez y cierto sentimiento de asco y repugnancia. Kafka se revelaba contra el mundo convirtiendo a Gregor Samsa en un escarabajo, una cucaracha de la sociedad. Así dejaba constancia de sus propios estados anímicos. El protagonista se convierte en un bicho para hacer entender a su familia que no da más de sí. “Hasta aquí hemos llegado”, parece suspirar. Porque Gregor se ha visto arrastrado a un 23

modo de vida, a una rutina que él no deseaba para sí. Se vio obligado a trabajar después de la bancarrota personal y profesional de su padre. Se convirtió entonces en la única persona de su familia que llevaba dinero a casa, trabajando para un jefe al que odia, en un trabajo que le exige mucho de personal, y en el que ha de viajar mucho para conseguir un salario que cubriese la deuda de su familia y un buen sustento para sobrevivir al día a día. La responsabilidad, la estructura social, el capitalismo, llevan a Samsa a una alienación, a una subordinación tan brutal, que sin saber ya quién es ni cómo llegó hasta tal estado, se convierte, de la noche a la mañana, en un escarabajo. Es su manera, la de Samsa, la de Kafka, de revelarse contra su destino.

encuentra otra salida para su héroe más que la transformación. A través del asco Kafka deja en evidencia el egoísmo de su familia, uno de los motivos principales de su cambio. Y cuando hablo de egoísmo hablo del padre de Gregor, quien tras la bancarrota no ha vuelto a intentar levantar a su familia, acomodándose al resguardo de la espalda de su hijo. Sus vacaciones – largas, pues ya han pasado cinco años desde la bancarrota– se ven respaldadas por el saneamiento de cuentas que gracias a Gregor es posible. Un egoísmo brutal que va más allá de cargar de responsabilidades a quien no debe. Su hijo entrega todo su sueldo a su padre, cada mes. Y éste se guarda una parte del dinero sin decir nada a nadie. Una vez transformado, el padre revela estos ahorros, obligado ante la situación de Gregor que, como El egoísmo de la familia unido al sentido escarabajo, no podrá trabajar. Y es de compromiso y fidelidad de Samsa también en este punto donde se hacia sus miembros, padre, madre, evidencia no sólo el egoísmo y la hermana, además de un superpoder, parsimonia del padre sino también el han llevado a Samsa hasta lo que es, grado de alienación, de falta de un individuo cualquiera, impotente, identidad del hijo. En vez de pensar en aislado, incomprendido. Kafka no lo que todos pensaríamos, que ese


dinero no tendría que haber sido guardado sino entregado en su totalidad para saldar la deuda y ahorrar disgustos innecesarios a Gregor, éste se alegra por su “genialidad”, por su “previsión”. La única tristeza que siente Gregor entonces no es debido a la traición de su padre sino a la sensación de que ya ni su familia le necesita para sobrevivir. Patente queda, por tanto, su complejo de inferioridad, su falta de autoestima y la soberana manipulación que ha sufrido a lo largo de cinco años. Sumémosle, además,

que su familia nunca le ha dado las gracias, jamás, por nada. Y que tampoco han sabido ver su sufrimiento ni su lucha. Es, Samsa, un hombre sin identidad, totalmente alienado al sistema y a su familia. Y Gregor lo acepta todo, incluso su transformación, porque como dice Ángeles Camargo en la edición del libro, “su primer mandamiento es tener consideración con su familia, aunque esto conlleve la renuncia a su propia existencia.” El final que le depara al héroe de la novela, así como todo su pasado

“La oscuridad es la mejor forma posible de describir la existencia humana.” Ángeles Camargo en la edición.

reciente, es trágico. Su transformación conllevará consecuencias funestas para él. Su distanciamiento de la existencia humana (incluso de su forma humana) a la que ya no considera que pertenece, ese autocastigo, lo llevará hasta la muerte. Única salida para un ser como Gregor Samsa. Porque como la editora dice en el prólogo del libro: “Samsa sufre hasta las últimas consecuencias y en grado extremo los problemas que acosaban a Kafka.”

“Gregor se convierte en culpable de su propio fin.” Ángeles Camargo en la edición.

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Relato Con la miel en los labios por Marta Gómez Garrido Todo estaba ya preparado para la fiesta en la piscina. Una infinidad de selectos y variados platos de comida estaban dispuestos sobre las mesas, adornadas con mantelería blanca y dorada. Las sillas eran suficientes para dar asiento a más de la mitad de los invitados, si bien Inés había dispuesto que la mayor parte preferiría estar de pie, en grupos, charlando sobre temas de actualidad y política, porque al fin y al cabo era lo que les gustaba hacer, lo que siempre habían hecho en estas reuniones. Los niños pronto estarían dormidos y los criados ultimaban los últimos retoques del decorado, que pronto estaría lleno de gente. Inés, cansada por los preparativos, pero satisfecha con el resultado, se alejó del banquete lo suficiente como para ver la escena en su conjunto. Sintió entonces la complacencia del trabajo bien hecho. Respiró profundamente y se dirigió hacia la piscina, para comprobar que todo estaba en orden. Una vez allí, se dejó caer sobre uno de los bancos de piedra que circundaban el lugar. Pensó entonces, allí sentada, que en los últimos años no había tenido demasiados momentos en los que sentirse realmente orgullosa de sus actos. Sólo actividades superfluas, como aquella, casi siempre orientadas a que Ricard, su marido, se sintiese orgulloso de ella, de su papel como esposa. Recordó entonces también la última vez que había hecho algo para sí misma y, como conjurada por unos fantasmas su tesis le vino a la mente, aquel trabajo ímprobo realizado durante meses. Aunque no fue lo único que se posó sobre su memoria. La figura de aquella persona con la que compartió esos días tomó forma también en su mente, casi como un ser de fuego, quemando de nuevo las argumentaciones y la sensatez con la que había intentado enterrarla. -

Andrea

Murmuró, mientras una lágrima displicente resbalaba por su rostro, con un silencio de luto. Se levantó del banco dispuesta a enterrar de nuevo, un día más, aquella imagen perturbadora del pasado, de sus labios suaves de los que parecía brotar miel. Se acercó al borde de la piscina, aún con las brasas del amor perdido en las sienes y miró dentro, pero ya no había agua allí, sino una imagen en blanco y negro de una escalera llena de gente sufriendo. Al instante reconoció la película: El acorazado Potemkin, de Eisenstein. La había visto ya cuatro veces y nunca se había atrevido a volver a conjurar aquellas imágenes, ni en la realidad ni en la mente, porque, desde la última vez que la vio, aquel fotograma estaba ligado por completo a su cabello negro y ondulado, que exhalaba un perfume extraño, hecho de musgo y frutos silvestres. Entonces a Inés se le llenaron los ojos de lágrimas y comenzó a temblar, como aquella vez en el jardín de Andrea. Asustada por no poder contenerse dio media vuelta dispuesta a volver a encargarse de su fiesta o, mejor dicho, la fiesta de su marido. Al girarse, Inés se encuentra de golpe con Ricard, y sin saber qué decir ni cómo ocultar su desconsuelo, le mira entre asustada y molesta, por invadir un momento que es sólo suyo.

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-

¿Inés estás bien?

-

Sí, estaba sólo pensando en el pasado.


-

Está bien –le responde Ricard, sin querer saber realmente el motivo de su llanto-. No te olvides de que en unos momentos llegarán todos, sólo venía a avisarte.

-

No te preocupes, allí estaré para recibirles –contesta Inés con tono de reproche, al que Ricard sólo responde con una mirada de sorpresa, como si aquel carácter no fuera el de la mujer con la que acordó casarse.

Inés se aleja hacia la puerta, por donde comenzarán a llegar los invitados de un momento a otro, cuando, de nuevo, una voz vuelve a desconcertarla. Ya que, aunque viene de su interior, suena tan profunda como si la estuviese escuchando en este mismo momento. -

No me quieres suficiente –le reprocha la voz de una Andrea llorosa.

-

Te quiero muchísimo, tesoro, te quiero más que a nadie en el mundo. Pero empiezo a temer que se te quiera, nunca va a parecerte suficiente. Siempre querrás más amor y conseguirás sentirte siempre, antes o después, frustrada y decepcionada. Y en este juego destructivo no tengo intención de participar. Juégalo, si quieres y te lo permiten, con otros.

-

¿Y con quién vas a jugar tú, con Ricard?

-

Ricard no tiene nada que ver con esto, no tiene nada que ver con lo que siento por ti.

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¡Claro que tiene que ver, tiene que ver todo!

Entonces se siente Inés mezquina y culpable, por no haber amado lo suficiente, por no haber arriesgado lo suficiente, por haberse dado cobardemente a la fuga. Levanta la vista y observa cómo una pareja se acerca a la puerta de la casa. Entonces vuelve al presente, toma aire y se coloca de nuevo el vestido, como quien recoloca sus pensamientos. -

Hay muchas cosas, Andrea, hay muchas cosas, mi amor, que no voy a poder ni a querer olvidar nunca – sentencia para sí misma, justo antes de sonreír y caminar hacia los recién llegados.

(Relato basado en la novela Con la miel en los labios, de Esther Tusquets)

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Las cenizas de Ángela En la piel de un admirable bellaco por Ana Feito

Frank McCourt definió su libro como "un libro modesto, escrito modestamente", pero un libro ganador de un Premio Pulitzer (1997) no puede ser modesto. Y Las cenizas de Ángela no lo es. Éste es uno de esos libros que esperan en la estantería o que se tienen en la interminable lista de libros que “se tienen que leer”, pero a los que uno se acerca con cierto recelo al tener la certeza de que te vas a enfrentar a una lectura que te va a conmover, a sacudir con su dureza, que te va a hacer sufrir, a enfadarte con las miserias y las desgracias, a alegrarte si las cosas salen bien… una lectura que no te va a dejar indiferente.

lorem ipsum dolor set Las cenizas de Ángela es met la historia de un niño, contada por un niño. El quam nunc parum relato de los primeros años de su vida en la 2007 ciudad de Limerick, al suroeste de Irlanda. 27

“…Limerick es un sitio gris con un río que mata.” Ese “gris”, GRIS con mayúsculas, con el que McCourt nos describe su ciudad, es el frío húmedo que se cala hasta los huesos, la falta de luz, la oscuridad que en invierno lo recubre todo desde las primeras horas de la tarde. Irlanda en los años de la niñez de Frankie era FRIO que se combatía con trozos de turba encontrados en la cuneta de las carreteras, era HUMEDAD que no se quitaba de la ropa hasta verano, era el GRIS del humo de las chimeneas, el smog que dejaba el carbón en el aire. La niñez que nos describe Frankie está llena de pobreza, hambre, suciedad, alcohol, frio, muerte. Dan escalofríos y se le llenan a uno los ojos de lágrimas al leer lo que él y sus hermanos viven. Pero el pequeño Frankie no cuestiona nada, se limita a narrar. Ya seremos nosotros quienes juzguemos lo que nos parece bien o mal, lo que nos pone la piel de gallina, las

anécdotas que nos hacen sonreír o reír a carcajada limpia, a pesar de la tragedia. ¿Qué debería recordar un niño? Los recuerdos de un niño, los recuerdos de Frankie, Malachy, Michael y Alphie, deberían ser de cuentos de princesas, caballeros y dragones, recuerdos de juegos en la calle con sus amigos, de riñas por decidir qué equipo de fútbol es el mejor, de una casa acogedora y con un retrete por familia. Nunca deberían ser recuerdos de las muertes de sus hermanos pequeños, de un viaje desde Nueva York hasta la Irlanda natal de sus padres a donde regresan buscando ayuda de la familia que se desentiende de su situación, de irse a dormir con el hambre mal combatida con agua con azúcar, té aguado y leche cortada endulzada para mitigar el mal sabor porque no hay peniques para comprar comida, de enfermedades como el tifus o infecciones de ojos que llevan al niño al borde de la muerte pero que


El pequeño Frankie no cuestiona nada, se limita a narrar. Ya seremos nosotros quienes juzguemos lo que nos parece bien o mal, lo que nos pone la piel de gallina, las anécdotas que nos hacen sonreír o reír a carcajada limpia, a pesar de la tragedia.

permiten estar en una cama con sábanas que se cambian todos los días y en las que no hay pulgas… Dura lectura, más dura aún porque es una historia real. En Las cenizas de Ángela también conocemos a los adultos, a los padres de Frankie. Ángela es la madre, la esposa católica que se casa por obligación al quedarse embarazada en su primera vez. Por el “qué dirán” no importa con quién te cases, que no le conozcas más que de una noche o que no le quieras. Sólo importa que “no deshonres a la raza irlandesa”, Dios no lo quiera, haciendo “lo que hay que hacer”. La situación de Frankie y sus hermanos, de su madre, de la mujer de esa Irlanda de entreguerras, deja sin palabras: “…Con el buen tiempo los hombres se sientan a fumar cigarrillos si los tienen (...) Las mujeres se quedan de pie (…). No se sientan, porque lo único que tienen que hacer es quedarse en casa, cuidar a los niños, limpiar la casa, y cocinar un poco, y los hombres necesitan las sillas. Los hombres se sientan porque están cansados de ir a pie a la oficina de empleo cada mañana a firmar el paro, de discutir los problemas del mundo y de preguntarse qué pueden hacer con el resto del día” 28

Malachy McCourt, su marido, cansado de ir a firmar el paro, se sienta. Es Ángela quien busca carbón en las cunetas de las carreteras, la que va a la beneficencia a por vales y la que mendiga para poder alimentar a sus hijos, la que canta cuando su marido consigue trabajo pero llora cuando el viernes, que es el día de la paga, él no regresa hasta bien entrada la noche borracho, cantando calle abajo gritando por la libertad de Irlanda, sin un penique en el bolsillo y pierde el trabajo porque el sábado por la mañana no va a trabajar. Pero también es ella la que ante la situación desesperada de sus hijos se queda en la cama, la que, cuando su marido se va a Inglaterra y no les envía dinero, se junta con otro hombre para tener un techo bajo el que cobijarse y la que deja que ese hombre pegue a sus hijos. McCourt no juzga, sólo sigue narrando. “…mi padre es como la Santísima Trinidad, que tiene tres personas diferentes: el de la mañana con el periódico, el de la noche con los cuentos y las oraciones y el que hace la cosa mala y llega a casa oliendo a whiskey y quiere que muramos por Irlanda.” Es la perfecta descripción que un Frankie más mayor, recién cumplidos los 11 años, ofrece de Malachy McCourt, su padre.

El niño comienza a distinguir los actos buenos y los malos. Sabe que su padre no se comporta bien, pero sigue sin ser capaz de entrar al pub y gritarle para que deje de beber y se haga cargo de su familia, gritarle para que alimente a sus hijos, cuide de su esposa y se deje de lamentar por los ochocientos años de invasión inglesa y deje de querer entrenar a sus hijos para que mueran por Irlanda. El Frankie niño se convierte en Frank, adolescente y con trabajo. Con dieciocho años para diecinueve decide volver a su país de origen, a Estados Unidos en busca de una vida mejor. McCourt cuenta cómo parte de su pasaje se compró con libras que sisó a la mujer para la que trabajaba, a la que debían dinero las gentes del callejón, a quien un buen día se encontró muerta en su casa. En la conciencia de cada uno queda decidir si Frank hizo bien o mal, si fue un acto heroico al estilo de Robin Hood coger unas pocas libras para irse de Limerick y a la vez tirar al río Shannon, el río que mata, el libro de cuentas donde estaba apuntado el dinero que debían sus vecinos. Y Frank llega a Estados Unidos, donde nació. Pero esa es otra historia que espera en la estantería de los libros. Sí, leeré Lo es, la continuación de este libro, aunque es posible que deje que pase un tiempo para que Las cenizas de Ángela repose, para coger fuerzas y enfrentarme en plenas facultades, porque sé que me conmoverá y lloraré y reiré al igual que con éste, pero merecerá la pena porque un libro que es capaz de todo eso es un libro que “se tiene que leer”.


LA TRASTIENDA por Fusa Díaz

Acaba de nacer mi único hijo y el único padre que ha tenido (incluso el único que yo he tenido) está a punto de morir. Es insultante creer -que los demás crean- que una vida alivia la muerte por reciente que sea, que la inmediata sustitución de alguna manera puede justificar nuestra desdicha. Te escribo a ti, quizá la única que no pueda parecerme realmente una desconocida, aunque realmente vayas a serlo. Cuando hace dos semanas yo me ponía las manos sobre el vientre y pensaba que, por una vez, estaba haciendo bien las cosas, vino R. y me dijo que estaba enfermo. Después de decirlo, rectificó, dijo que estaba sólo un poco confuso. De pronto, el mundo, como un juguete estúpido, dejó de funcionar. Así lo sentía yo, tan sencillo: el mundo está dejando de ir. Le pregunté cómo se podía estar enfermo y, al momento, sólo confuso. La sonrisa de los últimos días me parecía ya completamente imposible, irreal, como si nunca hubiera estado marcada en su boca. Sólo hacía unas semanas que me había atrevido a decirle que estaba embarazada. Con siete meses todavía no tenía la barriga demasiado grande (mi madre decía que, hasta que el padre no lo supiese, el niño no pensaba crecer dentro de mí... fue tanta su seguridad e insistencia que acabé por creerlo yo también) y había sido capaz de disimularlo incluso ante él. R. y yo nos conocimos en una de las tantas cenas a las que acudía. Yo era la secretaria de un escritor amigo suyo (enemigo, mejor) y estaba invitada sólo porque el hombre para el que yo trabajaba quería que le pasara notas de lo que en la fiesta ocurría. Estaba haciéndose mayor y cada vez más se obsesionaba con pequeñas ideas que, de pronto, le parecían tan pura verdad y se maldecía por no habérsele ocurrido antes, cuando era joven. Decía que nunca se sabe dónde puede estar la inspiración y que, haciendo esto, le tendía una trampa inolvidable a su musa. Presumía siempre de que todo lo que había escrito le había ocurrido y los medios ensalzaban su vida. No era la primera vez que yo acudía a una fiesta y anotaba (con mi redacción pobre, con mi literatura desembarazada de cualquier belleza) todo lo que veía. 29


Después él descartaba anécdotas o las guardaba. Nunca se sabe, repetía. Y en una de las cenas estaba él, estaba R. Quizá no el mismo R. que recuerdas, quizá no el que tu corazón como estancado en la infancia ha ido alimentando todos estos años. En cualquier caso, un R. igualmente irresistible, igualmente atractivo y tan capaz. Aunque había intentado observar a T., el escritor para el que yo trabajaba, nunca había sospechado que la mujer que había a su lado no era más que una copiatriz. Creyó que era su querida y, al decírmelo, mientras me miraba risueño, ponía un gesto por el que se dejara adivinar que no le gustaba la idea. Aquella noche estaba especialmente aburrida y apenas tenía anotaciones. T. estaba coqueteando con una escritora que recién sacaba su primera novela y R. aprovechó para acercarse a mí. Siendo el mejor (y único) secreto que T. y yo compartíamos, le conté lo de mi cuaderno. Se rió y casi podía parecerme vulgar durante unos segundos, pero todo en él tenía ese halo de misterio y como efímero. Se rió escandalosamente, pero siempre manteniendo una elegancia que le era innata. R. me dijo: si algún día este viejo chiflado te despide, llámame, tampoco yo quiero que se me escape una musa. Al día siguiente dimití de mi puesto de trabajo y marqué el número de la tarjeta que me dio aquella misma noche. Contestó el mayordomo (el viejo Johann, como tú le llamas, nunca aceptó que nadie interrumpiera la rutina de R., su fidelidad se confundió con hacerse amo de una libertad, precisamente, libre) y dijo que anotaría el recado. Una semana más tarde, yo ya sumida en una desesperación irreversible, R. dijo que estaba contratada. ¿Y qué tengo que hacer?, pregunté. Tú sólo anota, querida. Cuando una vez por semana aparecía en su casa y le dejaba las notas, él las recogía, las dejaba en el correo pendiente y me desnudaba. Mi madre porfió que ese hombre lo que necesitaba era una prostituta y no una secretaria. El sueldo era más que suficiente y yo estaba completamente enamorada de R. Nada en el mundo me importaba tanto como la lentitud de sus manos, el descaro de una boca que sonríe sin temores, seguro del efecto que puede estar haciendo en la otra persona. Todo esto, querida desconocida, amante de un mismo amor, no hace falta que te lo cuente, sabes bien lo devastador que puede llegar a ser estar enamorada de R. A partir de ahí, yo fui puntualmente todas las semanas... hasta que quedé embarazada y sólo el miedo de perderle me hacía retrasarme en mis visitas. Pero finalmente di el paso, obedecí a mi madre. Cuando dijo que estaba enfermo o quizá sólo confuso, se marchó. Quiero decir que, después de haber aceptado a mi hijo, nuestro hijo, después de haberme instalado en su casa con su viejo mayordomo, después de tanto vértigo, R. se marchó enfermo o sólo confuso sin dar más explicaciones. Al decir en el principio de la carta que el único padre de mi hijo recién nacido estaba a punto de morir me refería a que no ha vuelto todavía. Y es muy probable que no vaya a hacerlo. Yo espero todavía paciente. Pero miro a mi hijo y sé, puedo recordarlo, que también puede vivirse sin padre. Mi madre encontró esta carta de letra desconocida, de veinticinco folios, y la trajo para que pudiera leerla y comprender (eso dijo, como en una venganza). Ahora, estando tú justamente en el lugar contrario o quizá muerta, eres la única persona de este mundo que puede entender mi soledad, única y fiel desconocida, amante de un amante. En Carta de una desconocida R., un escritor de prestigio, recibe y lee los veinticinco folios redactados con letra desconocida, irreconocible, de la niña (hecha mujer, hecha madre) que vivía en la puerta de delante y que, desde que lo vio por primera vez, guió su vida por el amor que sintió por él. Recién muerto su primer y único hijo, decide contarle a su amor la verdad acerca de todo. Carta a una desconocida pretende ser una ficción-homenaje al escritor, pretende ser un giro más de la historia, un fragmento que no pudo escribir la niña protagonista, la madre abatida, el amor no correspondido.

Stefan Zweig con su esposa Altmann. Se suicidaron el 22 de febrero de 1942 con sesenta y trenta y tres años. Habían tomado Veronal y dejado sobre la mesa todas las cartas de despedida, los libros que le habían prestado con los nombres de los dueños y los lápices con la punta afilada. El escritor austríaco, el de la voz femenina, el delicado, murió por Europa. Una Europa hecha añicos y entonces, además, huérfana. 30


Una pena en observación de C.S. Lewis (Versión Carmen Martín Gaite)

por Begoña Martínez

¿El amarillo es redondo? Él. Como un péndulo, en cuatro movimientos. Todo el peso de la tristeza en menos de cien hojas, como cuchillas; el plomo de unas alas de petróleo y abismo, donde se ahoga la garganta, la mano y la axila, en un miasma de hormigas, como dice él, C. S. Lewis, en la boca de un horno, en el que arde el alma y grazna la voz, tinta y letras tristes. Y nosotros, con él. Mirándonos a los ojos. Él habla. Cuatro esquinas, cuatro cuadernos, cuatro puntos cardinales de dolor y cuatro ejes que, desmembrados, resquebrajan más, todavía, la impostura del grave golpe de dolor por la muerte de H. Ella. Un mapa doliente, abierto y sangrante, sin pirata, sin aventura, sin tesoro, con recovecos, con fisuras, con daño, con preguntas, sin respuestas fáciles. Él es un lobo que merodea su dolor, un gato que ronronea, lo observa, lo abate, lo llena. H. ya no es, no está, ya, no pueden festejar el amor, ¿se fue? Él busca ayuda en la racionalización de su pena, se ve sin fuerzas y necesita cercenar al dolor, ponerle límites, limar sus aristas, a lo que de placer, de cercanía, de recuerdo, locura y atadura a H. tiene, su dolor

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de amor. Y todo, sin tomar distancia de ella. ¿Ella aún vive en él? Él siente la opresión de una manta, invisible y opaca, rasgada, que lo separa del mundo desde la muerte de H. Y si bien el abrigo del consuelo no lo busca conscientemente al principio, más bien lo rechaza, por sentirse cobarde al querer alejarse del recuerdo de H., poco a poco se va dando cuenta de que tiene que encontrar una puerta a la espiral si, como él, nos atrevemos a denominarlo así, que le permita reencontrarse consigo mismo, con su espacio y con ella, porque por momentos los recuerdos se desdibujan y ni él ni su memoria de ella son ya quienes fueron; como él dice, su cuerpo, el del amante de H., ha quedado como una casa vacía y, casi con fiereza, se mira, frente al espejo, y advierte que aunque la casa ha quedado en soledad y hueca, y por él bien podría ser arrasada por todos los vientos, en el caso de que algo en ella, una pared que se resquebraja... o se viera anegada de agua, empezase a no funcionar bien, las preocupaciones pasarían a ser otras. No deja títere con cabeza. Como febril abogado del diablo que es.


Habla también de Dios, de su porqué y para qué y de las caras y falsas monedas que le otorgamos según el filo de la cuchillo por el que caminemos. Cuanto más vértigo, más urgencia y necesidad de respuestas para encontrar un sentido a lo que nos abate y nos hace temblar. Su propio rostro, el de H. y el de Dios, se voltean y él se hace consciente de que tiene que recuperarlos; como la marea que sube, deja su huella en la arena, pero vuelve a bajar, y entre las piedras y las algas, jugando con la espuma del mar, él quiere encontrar de nuevo a Helen, su recuerdo alegre, vibrante. Dejar que todas sus lágrimas caigan al mar y que la marea de la vida se la devuelva, sentirla cerca, soñarla tal y como era, con su fortaleza y todo el amor que compartían, como el pan, y del que se alimentaron juntos tanto tiempo, y del que él, todavía se nutre. ¿Y ella? ¿Hasta qué punto el rostro de Dios es maleable?, ¿Lo es como el universo, y sus titilantes estrellas, o el tiempo fuera del reloj de arena? La subjetividad, el “yo mismo” interpreta, o interpretamos, el mundo y, el hierro al que más se aferra durante todo el proceso de duelo por H. es que la desolación en la que le ha dejado su muerte ha removido todas sus raíces, y el abatimiento llega a abrumarle sobremanera que al tanto que él empequeñece, el rostro de Dios se hace gigantesco y cruel, e indiferente, su mirada se vuelve esquiva, su franqueza, su verdad, su historia, sus porqué, se tambalean y pareciera que incluso lo golpean para que caiga y se abandone a su suerte, perdida, desde la muerte de H., lo que incrementa su ira porque, no hay muerte fácil, y la que te toca el corazón, muerde el alma y desnuda la mirada, que parece olvidarse entre nubes de tormenta que un día puede volver a salir el sol al abrir, desde una esquina, la mañana. No hay muerte fácil, y si sus ropas son las del cáncer, las dificultades cubren todo el ancho del horizonte hasta hacerlo pedazos. Ella lo venció 32

con él; no su cuerpo, pero sí su espíritu, porque la marea vuelve a traer el agua a la playa. Ella, su recuerdo, su buen recuerdo le ayuda para deshacer ese mapa de tristeza que quiso construir y que si bien le ha ayudado, no cuenta toda la historia, porque como él dice, no hay mapas de tristeza, lo que se precisa es una historia, un fluir, un contar. Su desahogo baña nuestra mirada y tras las menos de cien páginas que él escribe, sonreímos al pensar que la muerte ganó la batalla, pero la guerra... a la guerra la vence el amor, con su espada dorada, sabiduría e intimidad. Intimidad que nos delata como humanos y que nos prolonga, desde el inconsciente, hasta no sabemos qué, Dios, H., el mar, una sonrisa que nos lanza mensajes y nos acerca al camino, nos hace uno; no nos da soluciones, solo senderos por los que caminar, por los que vida y muerte se cruzan y nos igualan en nuestra humanidad. C. S. Lewis alude en varias ocasiones a las dudas sobre lo absurdo, o no, de algunas de sus reflexiones; en tono jocoso llega a preguntar si el amarillo es cuadrado o es redondo. Quizá, lo absurdo es no hacerse las preguntas. PD: Para mí... es redondo, ¿Y para ti? Sólo el hecho de buscar la respuesta la valida, lo demás, es silencio, un cuaderno muerto. Él ha llenado cuatro, silencios y cuadernos, y lo mejor es que los ha compartido con todos nosotros. Y nos ha sentado en su sillón, y nos ha hablado de sí mismo, de ella, del dolor, de las dudas... que quieren saltar y ser palabra, un abrigo de vocales que salen solas, y consonantes que se abren paso por una garganta que guarda el llanto por la muerte, la de H., mas no de su amor por ella. El mismo amor que aún cambiando de estado, de sólido a líquido, o transformado en invisible gas, permanece en el aire.


Poema Cartografía cotidiana por Pedro Larrañaga

Sobre la mesa unos platos vacíos; sabores viejos en lazos de seda. Bajo los ojos un poso amargo y otra vez café para dos. ¿No llorarás por mí, pequeña? La lámpara maúlla tonos tristes: - algo cambió, ¿lo recuerdas? susurran las arañas en sus esquinas. Al fondo del pasillo, una mosca tuerta baila un tango. Tras las sillas, un fado lento y oxidado que persigues con la mirada. Bajo la mesa, Entre tus piernas, todo lo que sueñas es verdad; como lo es el monstruo del armario, como lo son los cuentos de hadas. La nevera gime vacía; - alguien huyó por la ventana comentan los gusanos en tu cuarto. Sobre el asfalto un verso roto y gris; mi fantasma lo recoge para guardarlo en tus labios. Bebiendo apuras las noches y acortas los días, siempre con el tiempo como enemigo. Bajo la cama tus ojos oscuros en lágrimas dibujando olas del mar. Mírame, tan feliz en tus fotografías, jugando y perdiendo entre las sábanas de nuestra vida. Hace frío aquí, a dos metros bajo tierra, en esta cama de madera. Juego a los dados con la muerte, Maldiciendo a mi sombra Que te abraza en la cama Para que vuelvas a echarme de menos.

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Entrevista Kendall Maison y la intriga de viajar por Iraide Talavera

Kendall Maison transmite tranquilidad. Sus palabras son amables, calmadas y familiares. Después de un par de preguntas sientes el tacto acolchado de la comodidad. Estás ante un amigo que te habla de su imaginación y de sus viajes. Autor de libros como El Laberinto Prohibido, El Protocolo Griego o su última novela, Isabel de Sefarad, Kendall ha recabado ideas a lo largo y a lo ancho del mundo y nos las entrega llenas de misterio y de emoción. No os perdáis esta entrevista, en la que nos describe su vida de escritor, una excelente mezcla entre la fantasía realista y una realidad fantástica.

Kendall, ¿cómo se gestó tu afición por la literatura y la escritura? Hace 28 años dos buenos amigos poetas decidieron presentarse a un concurso con un poema largo redactado entre los dos, e insistieron en que yo también presentara algo. Acepté su propuesta y escribí un relato de unas 3 páginas, que por cierto está recogido en Espiral de Cuentos, uno de los libros de cuentos infantiles que he sacado. Me costó bastante esfuerzo, ya que no había escrito nunca, pero me gustó la experiencia. Tiempo después, empecé a dedicar alrededor de una hora por la mañana a escribir la historia de Agaroth y el Maestro del Conocimiento a modo de entretenimiento. No pensé que fuera a terminarla, pero llegué al final y a partir de ahí seguí con El Laberinto Prohibido y el resto de los libros que he publicado. Estos libros que mencionas y otros que también han sido publicados tienen un fuerte componente histórico, pero también dos elementos constantes: La intriga y los viajes. ¿Te influyeron, tal vez, los libros que leíste de joven? No exactamente. Más que los libros, me influyó la experiencia de viajar. He estado en 26 países, y esto me ha permitido conocer muchas gentes, palacios, templos, ruinas, paisajes, costumbres… Todo lo que he ido atesorando en esos viajes se ha mezclado con las lecturas de mis autores favoritos, y de ese ensamblaje han surgido mis obras. Nos hablas de ir enlazando experiencias e ideas. ¿Cómo se gestan las historias en tu mente? ¿Cómo les das forma? En primer lugar, creo el título, porque es lo que más me inspira. Después defino los personajes principales, los secundarios y esbozo la trama de forma muy esquemática. También creo el final, algo muy importante para mí antes de desarrollar la historia. Una vez empiezo a escribir, me meto en la piel de los personajes y, al cabo de 50-60 páginas, éstos cobran vida propia. La trama se desarrolla así en conjunto, entre los protagonistas y yo. Por supuesto, para que los lectores mantengan la atención en el relato es necesario describir muy bien el entorno físico que rodea a los personajes y que el argumento despierte sus ganas de desvelar las intrigas que propongo. Por cierto, nos has dicho que gran parte de tu inspiración proviene de tus viajes. ¿A qué lugares nos trasladas en tus novelas? Sí, estuve bastante tiempo en Egipto estudiando su cultura. Todo lo que aparece sobre este país en El Laberinto Prohibido, en su segunda parte Los Pináculos del Cielo o en El Protocolo Griego es real. 34


Entrevista Las calles que describo son auténticas, se pueden recorrer y comprobar que las mezquitas u hoteles en los que se desarrollan las escenas de mis libros se han edificado realmente. Creo que esto es un estímulo para el lector, que al viajar allí puede reconocer los lugares citados en la novela. A mí al menos me gustaba que fuera de este modo en las historias que yo leía. Sin embargo, el hecho de que varios personajes estén sacados de la vida real no significa que permanezcamos siempre en el tiempo presente. En tu última novela, Isabel de Sefarad, viajamos al pasado. ¿A qué siglo nos vamos? Nos vamos al siglo XVI, la época de los Reyes Católicos, cuando Granada ya ha sido reconquistada y se expulsa a los últimos 10.000 judíos desde el puerto de Cartagena. En ese tiempo vive nuestra protagonista, Isabel, hija de los condes de Pechuán, que decide no casarse con el marqués de Aguilar, con quien sus padres le han impuesto matrimonio. Ella se ha enamorado de un judío, David Behjat, que existió en la realidad, y va tras él a bordo de una galera disfrazada de hombre. Por supuesto, en aquel tiempo podían pasarle un sinfín de cosas en una empresa de tal envergadura. ¿Cómo surgió la idea para la creación de esta última novela, por qué has escogido este tema? Surgió en un viaje que mi mujer y yo hicimos a Turquía. Queríamos visitar el barrio judío de Fatih en Estambul, pero al llegar allí no había más que musulmanes y pensamos que tal vez ya no hubiese población judía en él. Ese mismo día, mientras estábamos comprando algo de fruta, se me acercó un hombre de unos sesenta años y me preguntó si hablaba correctamente el español. Yo le contesté que sí, que podía entenderle sin ningún problema, y entonces me explicó que él era parte de una familia judía a la que habían expulsado hacía 500 años de España. En ese momento comprendí que se trataba de un judío sefardí. Siguió contándome que se llamaba David Behjat y que en el barrio de Fatih sólo quedaban diez familias judías. Así, empezó a rondarme la idea de escribir una novela sobre los judíos sefardíes, un tema que me interesa mucho, y sobre todo ambientado en España a principios del siglo XVI, una época que me apasiona. Como podéis comprobar, el protagonista masculino, que en esta ocasión tiene un papel secundario, tiene el mismo nombre que el hombre que conocí en Turquía, ya que como antepasado suyo podía haberse llamado así. Vamos a hablar ahora de la acogida que están teniendo tus libros. ¿Qué tipo de lectores tienes?

La amplia mayoría de mis lectores son mujeres de muy diversa edad, al menos según las estadísticas que manejo. También cuento con bastante público adolescente porque tengo publicada una tetralogía juvenil de la que ya he escrito el primer y el segundo libro, y el porcentaje restante lo componen los hombres, que formarán un 10-15% de la totalidad de mis lectores. ¿Por qué crees que tienes tantísimas lectoras? Según lo que ellas me han dicho en alguna de mis presentaciones o charlas, les gustan mis libros porque los personajes femeninos que presento no son tópicos. Son, en cambio, mujeres con talento, carácter y ambiciones, pero capaces de manifestar sus sentimientos y debilidades, y esto las hace sentirse identificadas con ellas. De hecho, en mi tetralogía Las Crónicas Borkias, cuyo primer título es Agaroth y el Maestro del Conocimiento, no contaba con ellas como lectoras, y sin embargo continuaron conformando una mayoría aplastante de mi público lector. El motivo es que, una vez más, los personajes femeninos tenían mucho relieve en la historia. Entre esas mujeres, hay una muy especial presente como personaje en El Protocolo Griego, Marta Marferny, que además aparece como co-escritora en Espiral de Cuentos. ¿De quién se trata? Se trata de mi esposa. Cuando ella empezó a trabajar como fotógrafa profesional, pensó en tener un seudónimo y adoptó el nombre del personaje de El Protocolo Griego.

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Entrevista ¿Es tan intrépida como la protagonista del libro? Créeme, más. Viajar con ella es similar a viajar con Indiana Jones, ya que es capaz de ir a los lugares más recónditos y no le tiene miedo a nada. Esto es una ventaja, porque no tienes que tirar de una persona, sino que es ella la que te apoya y te ayuda a avanzar y a recorrer sitios. En cierto modo, ella tira de mí. Hemos hablado largo y tendido sobre la escritura, pero sé que tienes otras tantas inquietudes, entre ellas la escultura y la radio. Empecé a hacer escultura cuando tenía seis años. Desde entonces he expuesto en numerosas salas, aunque al ser escultor figurativo hoy en día es casi imposible que te presten una sala para exhibir este tipo de obras. Aún así, he disfrutado de esta actividad y en determinados períodos de mi vida ha sido mi profesión. Asimismo, he trabajado en dos emisoras de radio durante 7-8 años (una en Cantabria y otra en el País Vasco) realizando debates culturales y políticos, y recientemente me han llamado para colaborar como tertuliano en una cadena local vasca. De momento he participado en dos tertulias y ha sido una experiencia muy bonita, ya que la televisión es un medio que no dominaba y que me apetecía probar. Volviendo brevemente al tema de los viajes, que también me apasionan, ¿qué destino recomiendas a nuestros lectores? Para mí fue fascinante la India. Por supuesto Egipto, que ha sido la base de varias de mis novelas, es un lugar de inacabable misterio, pero la India tiene la ventaja de su cultura y tradiciones antiguas, que hoy día siguen intactas. Esto provoca que, cuando te trasladas allí, te sea fácil situarte en el contexto de hace mil años. Además, se trata de un país con unos contrastes inmensos porque la riqueza y la pobreza aparecen entremezcladas en cada una de sus esquinas, y por último sus gentes tienen una serie de virtudes (la hospitalidad, sobre todo) que hemos descuidado en los países occidentales y deberíamos recuperar. Para finalizar, ¿cuáles son tus proyectos futuros?¿Tienes en marcha alguna novela? Tengo tres. Una de ellas está ambientada en la Inglaterra de la primera mitad del siglo XX, con un personaje femenino fascinante del que de momento no voy a revelar más información, ya que soy bastante supersticioso cuando la novela está inacabada. Tengo pensado acabarla sobre finales de noviembre. En cuanto a las otras dos he decidido presentarlas a concurso, ya que ahora mismo me siento lo suficientemente preparado para hacerlo. Una de ellas es de carácter intimista, y la otra un best-seller ambientado en el siglo XVII. Mucha suerte en todos esos proyectos, Kendall, desde Granite & Rainbow te deseamos lo mejor en todos estos proyectos, y gracias por habernos concedido esta entrevista tan completa e interesante. Un placer, gracias a vosotros por contar conmigo.

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No te enamores nunca «La mecánica del corazón », de Mathias Malzieu

por Ainize Salaberri

La tragedia se cierne sobre Jack desde el principio: “No te enamores nunca”, la tercera regla de oro para su supervivencia. Y también su sentencia de muerte. Pero Jack, como el amor, no entiende de reglas, de limitaciones. Al corazón no se le puede hablar de imposibles, no los entiende. No tiene por qué. “No toques las agujas”, y Jack no las toca pero las siente, las siente muy adentro, saliéndoseles del pecho, cuando su débil corazón de madera palpita a mil hora por Miss Acacia. “Domina tu cólera”, como si ésta pudiese ser soportada y guardada bajo llave en un ataúd de madera. Jack, un ser frágil, débil, sobrevive gracias a un reloj de cuco (“La doctora actúa con cuidado, como una de esas viejas lentas que se toman un cuarto de hora para elegir un tomate en el mercado. De repente, su mirada se ilumina. “¡Este!”, exclama acariciando con la punta de los dedos los engranajes de un viejo reloj de cuco.”) que mantiene su helado corazón con vida. Se le congeló nada más nacer, ¿acaso eso no es trágico? Y su madre, que no pudo quedarse con él, lloraba en la fría noche escocesa. Y Madeleine, que le cuidará, le impone las tres reglas. Sólo si las sigue podrá sobrevivir. Vivir sin amor o podría morir, sin tocar, o morir, sin sentir, y la muerte. Pero, ¿quién demonios puede vivir sin amor? No es ya un acto de amor ese reloj de cuco, la madera, Madeleine, que salvó a Jack pero que le castigó sin delito. El corazón de Jack nunca más volverá a estar congelado. No desde que conoce a Miss Acacia, una bailarina y cantante a la que perseguirá hasta España. para intentar robarle, si quiera, un beso, una ternura. Y de mientras su corazón, que no agoniza pero tiembla, aguanta la vela y reza, por Jack, por Miss Acacia, por Mélière, que acompaña a Jack en el trayecto desde Edimburgo hasta España. Que reza, sobre todo, por él mismo, porque es una lucha de titanes y él está dispuesto a arañar si hace falta al tiempo para robar un sentimiento. Y su corazón quiere salir, quiere salir y gritar, y ser libre, y sentir, ser él mismo, cumplir su función: dar la misma felicidad que tristeza. Jack sigue dándole cuerda al lastimero corazón para arrancar de sus entrañas lo que es desear morirse en los labios de una jovencita cantarina y miope.

No toques las agujas Las agujas, pequeñas, barrocas, sienten a cada hora el palpitar más fuerte, y desean, a cada minuto, romper las reglas y mostrarse al mundo. Y quieren sentir amor, quieren sentirlo todo. Quieren bailar al ritmo de la música de Miss Acacia, al ritmo del soneto de la felicidad, del deseo, de la pasión, de la esperanza. Quieren ser tocadas, saber que son parte del entramado del destino. Quieren ser amadas, como Jack. Pero él ya no se preocupa de sus agujas, ni de sus reglas. Sólo le importa Miss Acacia, dormir con ella, olerle el pelo, sus manos, sus pequeños ojos, su nariz enana, su pelo negro. Sólo le importa trabajar en el circo para seguir cerca de ella. Sólo le importa defenderse ante su enemigo, sólo le importa luchar, mantenerse vivo. Y se olvida de su corazón, se olvida de todo. A veces recuerda a Madeleine, a Mélière, pero qué importan ellos cuando sus manos reposan sobre el rostro de su niña, de su amor, de su por qué en este mundo. Jack arriesgará su propia vida por una convicción. Por esa convicción que sólo ha de darse una vez en la vida, porque ese amor, ese amor tan grande que todo lo puede sólo puede sentirse una vez. Porque si fracasas, si fallas, si te equivocas, la cólera te come vivo.

Domina tu cólera A Jack se le olvida y su pelea le llevará al borde la muerte, a un abismo del que tarda tres años en salir. Y a veces no es suficiente con eso, no basta salir y respirar aire limpio de nuevo. No basta con asomar la cabeza y sentirse seguro. No basta con mirar al mundo cuando no se tienen ojos nuevos, cuando los sentimientos son lo mismo, no basta, no llega. Jack se dejó llevar por la ira, por su soberbia, por su orgullo, por la rabia y el odio, y la oscuridad se cernió sobre él, como la madera que cae del cielo y no ves llegar, y te sepulta tan abajo que la supervivencia no es una opción. Jack nació en la noche más fría de la historia de Edimburgo, y un reloj de cuco le fue impuesto, junto con unas normas, para que vivir no fuese la tarea difícil de todos los días. Pero Madeleine, su madre que era adoptiva y no lo era, se olvidó de algo: que los ojos, los labios, y el corazón del que ama, son ciegos. Y la ceguera lleva a la cólera, y a tocarse las agujas, y a volverse a enamorar. Sin remedio. 37


“Un padre nunca debería sobrevivir a un hijo.”

Si vais al cementerio... por Iván Mourin “Lo que adquieres tuyo es, provenía de las cuadras. Ahora me pregunto, con aquel y más tarde o más temprano rostro descompuesto por el dolor retornando a mi mente, si él sería capaz de hacer cualquier cosa si vuelve a ti” pudiera hacerla regresar, fueran cuales fuesen las Cementerio de animales, Stephen King consecuencias. Probablemente, sí. Yo lo haría. “Un padre nunca debería sobrevivir a su hijo”. La primera vez que escuché esta frase, era demasiado pequeño para entenderla. Un pariente había perdido a una hija —no recuerdo bien cómo— durante unas vacaciones, así que, como era de costumbre –en algunas aldeas, hoy en día se sigue haciendo-, instalaron el velatorio en el dormitorio de ésta. Retiraron los muebles y plantaron el féretro en el centro, rodeado de cirios y flores. Lo que recuerdo con más nitidez era el olor a cera y algo rancio, que no 38

En la mente de Stephen King, existe un lugar donde todo esto podría evitarse, un cementerio en el pueblo de Ludlow, Maine, escondido para el hombre en una colina, tras una inofensiva necrópolis de mascotas: el cementerio de los micmac. Esta tribu de indios americanos tenía por costumbre sepultar a sus seres queridos en este terreno, independientemente si eran personas o animales. Pero cuentan que cierto día el Wendigo, el espíritu de las tierras del norte, pasó por allí y corrompió la zona, y todo lo que hubiera enterrado en ésta.


Y vamos si es cierto, y sino, sólo hay que ver todos los acontecimientos que sucederán a Louis Creed y a su familia (su esposa Rachel, su hija Ellie, y el pequeñín de la casa, Gage) desde que se mudan a este pueblo. Porque todo comienza cuando el gato de la familia, Church, aparece junto a la carretera 15 que hay frente a su casa, segadora de vidas de los mejores amigos de los niños, pegado a la hierba como un esparadrapo. Es entonces cuando su nuevo vecino, el viejo Judson Crandall, a quien llamaremos Jus, le conduce a este territorio tan especial, donde la tierra es dura y pedregosa, como el fondo del corazón de un hombre, que es árido, casi roca viva. Y Church vuelve a la vida, como otras mascotas que fueron allí enterradas, pestilente, aunque algo ha cambiado en él. Su hobby es cazar pájaros y ratas, y entregárselos a Louis, pero no como ofrenda, sino para intimidarlo, como una burla maliciosa. Hasta aquí, cualquier lector puede pensar que se trata sólo y únicamente de una novela de terror, pero a ver qué opináis a continuación...

Imaginaos una comida feliz, en familia, en el jardín, jugando con vuestro hijo, apenas un bebé que parlotea y camina torpemente, y que juega con una cometa. El rollo de cordel se escapa de sus deditos, y el niño trata de atraparlo mientras todos ríen. Pero el destino sopla el juguete con aliento frío, y en una distracción, la criatura corre tras ésta hasta la carretera colindante, una arteria de hormigón salida del mismo infierno, y sigue correteando mientras su padre trata de alcanzarlo. A lo lejos, un rugido mecánico, un demonio de toneladas de metal y pies de caucho rodantes; y el gruñido se acerca a una velocidad demencial. Y después, gritos, de neumáticos y humanos y... ¿Veis la tragedia? Ahora el pequeño Gage Creed reside en una pequeña cárcel de madera de seiscientos dólares, y pronto irá a ocupar un cubículo no mucho más grande en el cementerio de Bangor, abandonado entre flores que también acabarán por dejarlo solo. Si un gato, un perro, un loro, incluso un toro, puede resucitar, ¿no lo haría también una persona? Eso es lo que intriga a Louis. Sí, y por lo que sabe Jud, sucedió una vez, con Timmy Baterman, un joven que murió en la Segunda Guerra Mundial, y que ocupó un lugar en uno de los círculos del cementerio micmac, bajo un cairn. Al principio, parecía un ser con pocas luces que pululaba sin sentido, pero la cordura fue 39

regresando, aunque rociada de una perversidad similar a la del gato, o peor. Y en esta nueva personalidad, oculto como un parasito, algo guardaba y jugaba con los secretos más oscuros de cada vecino de Ludlow. Las llamas lamieron la madera de la casa de Timmy, y su carne profanada recientemente por dos balas, y la de su padre, Bill, que no soportó el nuevo aspecto de su hijo y se suicidó de un disparo. Pero, ¿quién puede culpar a Louis por intentarlo? Jud trató de disuadirlo; Víctor Pascow, una suerte de Pepito Grillo de pantalones deportivos rojos y el cráneo partido como una nuez, también lo intentó; hasta los sueños premonitorios de su hija Ellie. Poneos en su lugar, saltando la verja del cementerio en plena noche, azada en mano, dispuestos a matar a quien trate de sorprenderos. Noche oscura, silencio amplificado hasta lo demencial, un puzzle de lápidas, y entre éstas, la del niño, Gage. Tras un rato excavando, la herramienta choca con la madera del ataúd. El temblor se apodera de vuestras manos, de vuestra mente, pero no hay vuelta atrás; no os lo podéis permitir. Al arrancar la tapa, una pestilencia cárnica os golpea en la cara, se instala en vuestra boca. Y ahí está, con su trajecito gris, pequeño, frágil, ¡y sin cabeza! ¿Cómo puede ser si...? Pero es el miedo lo que os hace ver mal. No le falta nada, es una máscara de moho lo que causa este efecto. Y entonces, olvidáis el olor, su estado, y abrazáis el cuerpo blando y destartalado como un muñeco; da igual cómo esté. Es el amor el que os mueve. El resto lo podéis imaginar: la ascensión hasta el cementerio micmac, y el enterramiento bajo un montón de piedras. La resurrección llega, aunque Gage ha dejado de ser ese niño encantador, patoso y cariñoso; lo dejó de ser en la carretera. Es siniestro, malévolo, un demonio ocupando un cuerpo inocente, hambriento de carne, y con el mismo conocimiento sobre el pozo negro que habita en la mente de cada hombre, como Timmy, tanto que conoce el secreto de su madre, cómo ella siempre ha creído que Zelda, hermana de ésta, enferma de meningitis espinal, murió por su culpa, tal vez porque siempre deseó su muerte, como la vergüenza que representaba para su familia. Por última vez, os pediré que volváis a ocupar el papel de Louis Creed; siempre ha sido un hombre muy cabal, por ello tiene un plan de emergencia, por si realmente la cosa salía mal.


Las agujas entran en su carne corrompida, una a la altura del riñón y la otra en el brazo. Por un En vuestro bolsillo hay tres jeringuillas llenas solo instante, el rostro de Gage vuelve a ser el de de morfina como para matar a un caballo, y las siempre, y triste dice “¡Papi!”, y se derrumba. necesitaréis, especialmente tras ver el cadáver del viejo Jud, brutalmente asesinado. Matar al gato no es Rachel ha muerto. ¿Qué puede hacer con ningún problema; nunca le habéis apreciado. Así que, ella? Tal vez esta vez funcione, tal vez tardó demasiado un buen trozo de carne para atraerlo, y una inyección con Gage y por eso algo malo se apoderó de él... que lo devuelve a la muerte. Queda Gage, pero es sólo Como veis, “Cementerio de animales” es un niño, vuestro niño, solo que todo cambia cuando también es a Rachel a quien mata, dejando su cuerpo mucho más que una historia de miedo, una novela tirado en el pasillo como un pelele. ¿Qué haréis? trágica que nos obliga a pensar qué camino ¿Dejaréis que siga vivo? ¿Y cuando lo tengáis bajo tomaríamos nosotros al encontrarnos en esta dura vosotros, con un bisturí en la mano, con el rostro situación. mutando al de un monstruo de frente estrecha, ojos Por esto, si vais al cementerio, no olvidéis lo amarillos, lengua larga, puntiaguda y bífida, el rostro que hizo Louis Creed por amor, y el precio que tuvo del Wendigo, que os sonríe sardónicamente y que pagar por ello. Pero, como padres, hijos, resoplando? hermanos… ¿no haríais lo mismo?

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por J. Álvaro Gómez

Fotograma de la película “Sin destino”, basada en la obra homónima de Kertész

Según he vuelto a leer esta realista novela, he vuelto a recordar aquellos momentos en los que la leí con la boca abierta mientras miraba por la ventana un Caracas que se me hacía enorme y muy triste. He viajado a aquellos días de lluvias tropicales y calles rodeadas de mangos. Santiago Nasar, un joven de veintiún años que sale de su casa una mañana de lunes y vestido de lino blanco para intentar ver al obispo que viene en barco, es el desdichado y el centro de atención del pueblo y de la novela. Pedro y Pablo Vicario, hermanos gemelos y hermanos de Ángela, son los que van a dar muerte a Santiago. Son los que quieren limpiar la honra de su hermana devuelta después de la noche de boda por su marido, el rico y foráneo, Bayardo San Román. Quizás, la persona que esté leyendo esto se estará, quizás no tirando de los pelos pero si que, entre dientes, acordándose de éste humilde colaborador, pero nada más lejos de la realidad, repito que la historia y sus personajes es descrita desde la hoja tres. Querido lector, no he desvelado 41

nada pues, nada más comenzar las dos primeras líneas de esta novela, el señor García Márquez, nos relata el final del episodio con el siguiente texto:

la novela, aparece en el lugar de los hechos veinte años después para describirnos y hacernos participes de lo que allí sucedió, con entrevistas a gentes del pueblo, con recuerdos de los l u g a re s c o m u n e s q u e , t a n t o e l asesinado como los asesinos y el escritor, comparten en aquel día. Todo basado en el sumario del crimen, todo sucedido en veinticuatro horas, todo sucedido en cinco capítulos.

“El día en que lo iban a matar, Santiago Nasar se levantó a las 5.30 de la mañana para esperar el buque en que llegaba el obispo”. El autor, en esas dos breves frases, nos presenta al principal personaje de su historia y, como quien no quiere decirlo, nos adelanta y arruina El primer capítulo habla del suceso, cualquier tipo de inesperado desenlace. comienza a aclarar las posibles dudas que nos asaltan y nos desvela todo lo Santiago Nasar muere, ese es el único sucedido. Los demás capítulos nos final posible que nos relata en las descubren los sucesos entre la boda y primeras frases de la novela, pero que la muerte, entre las risas y el llanto, nadie se desanime, de esas palabras entre la vida y la muerte. hasta el último punto final, este premio Nóbel nos da la mano, nos tapa los ojos A diferencia de otros libros, Crónica de y nos lleva a esa ciudad caribeña una muerte anunciada es un libro que (según he leído, el municipio es relata muy bien la vida de la gente de Aracataca, lugar de nacimiento de un pueblo pequeño, donde todos se García Márquez, aunque no lo pongo en conocen y todos creen conocer la vida a fi r m a t i v o p u e s n o h e p o d i d o de los demás pero que nadie tiene la confirmarlo). suficiente confianza y el necesario valor para avisar a un paisano de que la Entonces, ¿qué hace tan especial esta muerte le espera en la puerta fatal de su novela? Sus descripciones y su casa. Los hermanos Vicario, antes del realismo. García Márquez, o el “yo” de asesinato, van recorriendo el pueblo y


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Fuente: http://john.curtin.edu.au/railway/index.html

pregonando en cada rincón donde hay gente el plan para matar a Santiago. El autor va desgranando poco a poco como todos los del pueblo, ya fuese en primera persona o por comentarios de otros vecinos, conocían el final que le esperaba al joven asesinado.

Es por frases como esta por la que merece leer este grandísimo libro, donde he vuelto a sentir el gusanillo de mala leche en el estómago ante los comentarios de las gentes del pueblo donde sucede la historia, y como todos, incluido el alcalde municipal, sabían lo que pronto iba a ocurrir y nadie hizo “- Vamos a matar a Santiago Nasar- dijo nada por parar. (Pablo) Tenían tan bien fundada su reputación De García Márquez siempre se recuerda de gente buena, que nadie les hizo Cien años de soledad, pero este libro caso”. que ahora se apoya entre mis piernas, no merece ser menospreciado pues

está a la misma altura que esa otra gran novela con un principio también inolvidable. Una recomendación, déjense llevar por sus descripciones, tómense el tiempo suficiente para masticar cada apunte que hace de los lugares, de los personajes, de sus costumbres, de sus palabras y vivan cada detalle como si estuvieran allí, seguro que, en ciertos momentos, hasta podrán notar la humedad típica del caribe; ya me contarán.

Fuente: http://www.ucm.es/info/especulo/numero40/cronigm.html

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Tres motivos para pedir perdón y uno para gritar Pedro Larrañaga

Realidad en estado puro, envuelta de cruda honestidad, tanto que puede llegar a doler. “Las partículas elementales” un tratado de sinceridad sin paños calientes en el que todos podemos reconocernos.

las últimas décadas del siglo XX, no escatimó esfuerzos en reflejar en sus obras ese desconcierto que genera el vacío. Esa ausencia, sin tener muy claro qué es lo que extrañamos, ha sido uno de los leit motiv más recurrentes a lo largo de toda su obra. Antes de comenzar, debo pedir perdón tres veces. Es Entre sus títulos, todos ellos de gran éxito comercial, como necesario, si no corro el riesgo de convertirme en otro pobre “Ampliación del campo de batalla”, “Las partículas”, “La iluso que se cree más listo que los demás. Probablemente ya plataforma” o “La posibilidad de una isla”, se encuentran lo sea, pero es pronto para varios de los libros más reconocidos de reconocerlo. la literatura francesa y europea de nuestros tiempos. En cada una de sus obras, Michel Houellebecq ha ido Primer perdón conformando un retrato descarnado, casi cruel y lleno de tragedia, de las Abordar el fenómeno “Houellebecq” generaciones posteriores al mayo del es algo complejo, en especial para 68. alguien con mis limitaciones. Sin miedo a los poderes establecidos, Considerado, casi a partes iguales, un enemigo acérrimo de la corrección y genio, un misógino, un visionario, un habitual de vivas polémicas, nunca las decadente, uno de los grandes o un ha rehuido. Es más, uno siempre tiene reaccionario, acercarse al autor de la duda de si no prevalece su interés en “Las partículas elementales” significar alimentarlas, como parte de un adentrarse en un terreno fangoso, en inteligente programa de marketing. De el que nunca se sabe muy bien qué es todos modos, más allá del personaje, lo que estamos pisando. del fenómeno, está el autor. Esa Propietario de una historia personal persona capaz de trazar un cuadro de poco convencional, desatendido por profundo realismo de la época en la que sus padres, fue criado con su abuela vivimos. Un escritor que no duda en paterna, su única figura afectiva y de plantear verdades incómodas en las la que tomó su apellido. Protagonista, que no nos gusta vernos reflejados. en primera persona, del desapego de 43


Segundo perdón No me avergüenza reconocer mi absoluta devoción por este escritor, nacido en 1958. Su obra tiene altibajos, pero la cima que ha conseguido alcanzar con “Las partículas elementales” ya merece por sí sola, un homenaje. Sin embargo, en esta joya de la literatura, además de los grandes temas, el amor, la familia o el deseo, se habla de cosas desagradables y se utilizan palabras poco correctas. Probablemente, esta magnífica revista, Granite&Rainbow, no sea el lugar más apropiado para utilizar palabras como polla, coño o semen. Aun así no puedo dejar de hacerlo, porque forman parte del mundo en el que vivimos, al igual que hermano, cariño o pasión. Tampoco faltan otros términos, como la ciencia, sociedad, futuro o evolución. La vida del ser humano está compuesta de todos esos elementos. Antes de llegar a morir, todas esas palabras, amor, familia, deseo, polla, semen, coño, semen, hermano, cariño, pasión, ciencia, sociedad, futuro y evolución, forman parte de nuestro día a día. Con mayor o menor intensidad, pero todas están ahí. También está la soledad, el miedo y el silencio, o los amigos, el valor o el alboroto. Nada puede dejarse fuera, para no tener una existencia mutilada. Nadie puede olvidar que nuestros sentidos funcionan por contraste, para apreciar el sabor dulce en toda su magnitud, necesitamos conocer el amargo. Esa misma lógica sigue el desarrollo de “Las partículas elementales”. Michel Houellebecq no oculta ni una sola fracción de la vida de sus personajes, ni los más crudos o sádicos, ni los más hermosos o felices. Hacerlo de otro modo, habría sido engañar. Ocultar, disimular, pasar con discreción, tampoco son virtudes del autor, por eso nos abre la ventana de par en par, por eso lo muestra todo.

Tercer perdón Siento acercarles un libro que habla de nosotros mismos. Unas páginas en las que quedamos perfectamente

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retratados, pero en las que nadie ha esperado a que le ofreciéramos nuestro mejor perfil. Uno es un ser humano cuando ríe, cuando canta, cuando besa y cuando llora. Pero también es un ser humano cuando caga, cuando se masturba, cuando escupe o cuando odia. Michel y Bruno son hermanastros, comparten partes importantes de su estructura genética, pero tienen sueños y frustraciones distintas. Lo que son idénticos son los tiempos que les han tocado vivir. Una época (¿al igual que todas las demás?) en la que el éxito profesional en la ciencia no garantiza la más mínima comprensión del mundo social. Una época (¿al igual que todas las demás?) en la que el deseo o la pasión no garantizan la más mínima relación afectiva. No sé a ustedes, pero a mí, me da la sensación de que la imagen que se adivina en el espejo, puede ser el reflejo de cualquiera de nosotros. Por supuesto, no vamos a hablar aquí del comienzo, el final o el desarrollo de la trama de “Las partículas elementales”, para eso es necesario hacerse con el libro y comenzar a leer. Sin miedo, pero consciente del terreno en el que nos adentramos.

Para el final, el grito (Imagínense que esto lo está escuchando a viva voz, por un loco que grita, megáfono en mano, en medio de la plaza más cercana). “Las partículas elementales” es literatura en estado puro. Cruda, sin vendajes, con heridas de las que mana sangre a borbotones, incómoda, reflexiva y con espacio para el sexo o el placer. “Las partículas elementales” es literatura para toda la vida. Cercana, sin mentiras, con instantes congelados en los que te confundes con los personajes, una mano a la que te agarras en una noche de tormenta. “Las partículas elementales” es literatura en cada una de sus sílabas. Un retrato ácido, pero esperanzado, con diatribas filosóficas e intrascendente banalidad. La mía, la suya, la nuestra.


La dama de las camelias de Alejandro Dumas por Ainize Salaberri Dicen que si te enamoras de una cortesana estás condenado al fracaso, a un destino trágico, a un dolor inanimado que no conoce por qués ni prejuicios. En París, en un funeral, un hombre se duele y su corazón tirita, muerto de frío, lleno de ausencia. Ha muerto el amor de su vida, su motor. Marguerite Gautier yace en un ataúd y sus posesiones, lo que era, va a ser puesto en venta en una subasta. Así llega nuestro narrador a la historia de nuestro héroe y heroína, que creyeron en el amor y que lucharon porque, en verdad, éste pudiera con todo. Lamentablemente, si te enamoras de quien, socialmente, no debes, has de sufrir, llorar y pelear. Enfrentarte al mundo y sacarle dientes.

que harán tambalear su vida y sus entrañas, las de los dos, y harán que su amor les arranque lo único que les ha dado vida: la esperanza. La sociedad, siempre la sociedad, como en La edad de la inocencia, espera que Marguerite actúe como lo haría una mujer de su condición. Y espera lo mismo de Armand, un caballero. Marguerite, sin embargo, no desea escuchar por más tiempo esos venenosos prejuicios, y dejando la prostitución se entrega al amor, en cuerpo y alma, como ha de ser siempre. Y Armand, que no podía soportar imaginarla con otros, celebra el gesto y su amor aumenta hasta el cielo, porque ya no hay límites, porque ya no hay prohibiciones, ¿no es cierto?

Armand, descubre nuestro narrador, ese hombre un poco celoso, un poco posesivo, ama profundamente a Marguerite, de quien no ha podido, ni querido, despegarse desde que se conocieron. Pero ese amor, intenso, cálido, apasionado, se asienta sobre cimientos de cristal, transparentes y muy débiles. Son ésos los cimientos

Por desgracia las hay, porque a ojos de los demás ella siempre será la cortesana incapaz de amar un solo cuerpo, y por que él, en el fondo, nunca creerá del todo ese amor que ella dice sentir por él. Armand es un ser atormentado que arrastra nubes mientras intenta amar a Marguerite sin condición. Sin embargo, sus

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sospechas se confirman cuando Marguerite le abandona. Pero él no sabe, y no lo sabrá hasta que sea demasiado tarde, que ése abandono, esa ruptura definitiva con su vida, era el último sacrificio de amor de Marguerite. Ella, aleccionada por el padre de Armand, renuncia a su amor para que el amor de otros sea posible. Cuando Armand se entera, sume su estado en una gran pena de la que nunca se recuperará. Marguerite amaba a Armand, ambos se amaban de la manera en que sólo ocurre una vez en la vida, pero no podían estar juntos. El amor imposible, el amor de la condesa Olenska y Newland Archer, de Romeo y Julieta, el amor del Moulin Rouge. El destino, siempre el destino, siempre, tenía claro su fin desde el principio, y su amor ya estaba condenado desde que sus ojos reposaron, en la distancia, en los otros. Porque si te enamoras de un caballero siendo una cortesana, estás destinada a sufrir. Destino trágico, siempre, cuando dominan los prejuicios en el amor. La falta de libertad lo mata.


Tan su lengua colgando Una voz desde el abismo por Fusa Díaz

Siempre creí que los muertos debían tener sombrero. Ahora veo que no. Veo que tienen la cabeza acerada y un pañuelo amarrado en la mandíbula. Veo que tienen la boca un poco abierta y que se ven, detrás de los labios morados, los dientes manchados e irregulares. Veo que tienen la lengua mordida a un lado, gruesa y pastosa, un poco más oscura que el color de la cara, que es como el de los dedos cuando se les aprieta como un cáñamo. Veo que tienen los ojos abiertos, mucho más que los de un hombre; ansiosos y desorbitados, y que la piel parece ser de tierra apretada y húmeda. Creí que un muerto parecía una persona quieta y dormida y ahora veo que es todo lo contrario. Gabriel García Márquez, LA HOJARASCA ¿Cómo de trágico puede ser el odio de un pueblo que sólo tiene treinta años de antigüedad, como cuánta tragedia se esconde tras los visillos y los ojos de las mujeres de un pueblo que tiene un rencor anterior a su existencia? Y adónde se van a atrever a mirar cuando pase un ahorcado por sus calles, el hombre indeseable, el terrible médico. Macondo, tierra soñada por tantos, está partido en dos: de un lado, la familia del coronel, del otro, todos los demás. El doctor del pueblo, odiado por gran parte del pueblo, se ha suicidado. Está colgado en su casa y sólo el coronel revela justo que tenga un entierro. Si nos aferramos a la fe más cristiana, probablemente no esté bien visto que un hombre renuncie de esa manera a la vida (tan sucio, tan su lengua colgando, tan dejando un regusto enfermizo); sin embargo, no es ése, no la fe, lo que hace pronunciarse a Macondo en contra: quieren dejarlo insepulto, quieren que no tenga descanso, que muera incómodo, que no baste estar ahorcado y tan feo después de muerto. No parece tan trágico, a fin de cuentas, que un hombre que ha decidido morir (no todo el mundo puede elegir el cuándo y el cómo) quede por encima de la tierra. Lo trágico son los ojos del niño que le miran, lo trágico es el coronel, que se protege de su hija y su nieto para sentirse menos solo, lo trágico es la madre del niño y la hija del coronel, que sabe que no debería estar donde la están reclamando, lo trágico es el sacerdote que no cree en Dios, lo trágico es la gente que podría salvar su vida con el odio fuerte y cortante, lo trágico es que Macondo se llene de tanto pesar y un día dé para tanta podredumbre. Siendo la tragedia el tema central de este número, en un principio me puse a pensar en libros donde realmente ocurría una desgracia terrible, un libro trágico de veras: alguien que sufre un gran mal de amores, un hombre desgraciado que no consigue llegar, como en mis peores sueños donde el suelo va descalzo, al lugar de donde escapó una vez, una madre que pierde a un hijo y se sienta en el parque a esperar que se termine la merienda, un libro de fantasmas fáciles de ver.

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Tan su lengua colgando

La hojarasca no está, ha desaparecido de mi biblioteca y ha dejado de resultarme trágica. Me siento como el niño que creía que los muertos debían llevar sombrero. Cuando me puse a analizar lo que podía significar literatura trágica, rápidamente mi memoria se posó sobre Macondo, pero el Macondo joven de La hojarasca, y ahora resulta que este artículo no lleva sombrero y no parece que esté dormido, resulta que tragedia es todo aquello que suscita emociones trágicas, entonces vuelvo al principio, ¿cómo cuánto puede ser trágico que un Macondo libre de cien años de soledad sienta un rencor maldito y como para siempre, como qué suceso trágico es eso, que un hombre, el repudiado, se suicide y las gentes del lugar no quieran enterrarlo? Quizá no lleve traje este artículo, quizá se le salen los ojos de las cuencas y esté un poco morado, esté ahorcándose esta tragedia por falta de lamento, por falta de final fatal. Es posible que no sea el libro más trágico que he leído; sin embargo, qué diablos, la hojarasca que revolotea por las calles de este pueblo me asfixia y me lastima, a mí ese niño que ve por primera vez un muerto, a mí el coronel que lucha por sus convicciones, a mí la vida me parece un drama digno de incluirlo en la temática de este número de la revista. A pesar de ello, no todo cabe bajo la tragedia. Pero ya no puedo echarme atrás, ya estoy escribiendo sobre este primer libro de Gabriel García Márquez y me veo obligada a buscarle el lado amargo a esta historia. Me da por pensar en que le hago una entrevista a la mujer que mira por su ventana cómo se llevan el muerto para enterrarlo, le pregunto si le resulta trágica la escena, si podría yo por ahí encontrar la razón que me devuelva a esta historia. Con ojos de odio remoto se niega a contestarme y puedo ver, por cómo aprieta sus labios y se le ponen blancos, que no, que me mira con las mejillas sonrosadas, me mira campesinamente y se obliga a no darme una bofetada como le dará a su hijo cuando pregunte algo impertinente en la hora de la comida. Tengo la certeza de que al coronel no le parece trágico enterrar al médico. Y que el niño, aunque aterrado e indefenso, se siente orgulloso de haberse hecho mayor de esa manera, viendo a un hombre ahorcado, sintiéndose tan en medio de un suceso tan adulto y peligroso. El hombre muerto, suicidado, no es capaz de ver el lado trágico de esta novela. Yo sigo obcecada en encontrarle el sentido a este artículo, sigo persiguiendo dejar satisfecho al lector de la revista. Quiero convertir este libro en el más trágico de la historia. Quiero descubrir ese lado que me hizo recurrir a él en un cierto momento. Aquí creo tenerlo: “En un septiembre abrasante y muerto como éste, hace trece años, mi madrastra empezó a coser mi traje de novia. Todas las tardes, mientras mi padre hacía la siesta, nos sentábamos a coser junto a los tiestos de flores del pasamano, junto al diente fogoncillo del romero. Septiembre ha sido así toda la vida, desde hace trece años y muchos más. Como mis bodas habían de realizarse en ceremonia íntima (pues así lo había dispuesto mi padre), cosíamos con lentitud, con la cuidadosa minuciosidad de quien no tiene prisa y ha encontrado en su trabajo la mejor medida para su tiempo.” Díganme, ¿no es trágico que la vida pase como de largo, que no se detenga en este Macondo inexperto, que todo sea una nube polvorienta de sed, que un muerto no tenga moscas en la boca sino mucha saliva casi reciente, no es trágico que un niño no se mueva de la silla que le han asignado y pase así la última tarde de su infancia, entre gente que no lo sabe, no es trágico vivir al raso, vivir descubiertos por un suceso que despierta sólo ruina, no les parece que la vida de estos personajes no podría ser más desdichada? Y, sobre todo, ¿qué necesita una tragedia para que me conmueva sin que el final sea devastador? Necesita que los alacranes sientan el olor de un muerto y así se pongan a cantar. Y La hojarasca está plagada de ellos.

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La magia de las notas de un piano — Noelia Jiménez Autor de grandes ventas, como El Diario de Noa y guionista de numerosas películas, Nicholas Sparks plasma, en su último libro publicado en español, una explosión de sentimientos. Amor y muerte. Estas son las dos facetas de la vida que, una vez más, Nicholas Sparks ha fusionado a la perfección en su última novela traducida al castellano, ‘La última canción’ (Ed. Roca, marzo 2010). Un libro que en su primera semana de ventas ocupó el número uno de la lista de las novelas más vendidas y que fue publicada en ‘USA Today’ y ‘The New York Times’ y cuyo argumento ha sido llevado a la gran pantalla. E n t re a l g u n a s d e l a s curiosidades de este libro cabe mencionar, tal y como se puede leer en la página oficial del autor norteamericano que, a diferencia de la mayoría de los libros que más tarde son llevados al cine, en esta ocasión el guión (escrito por el propio Sparks) precedió al libro. Asimismo, hay que señalar que se trata de la novela más extensa escrita por Nicholas Sparks, puede que por dureza y belleza de los sentimientos sobre los que se tratan en ella. Un libro que va camino de convertirse en la novela del año.

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Argumento Ronnie es una adolescente de 17 años, hija de padres divorciados y hermana de un pequeño gamberro de gran corazón, al que adora. Durante las vacaciones de su último curso de instituto, la madre de Ronnie le obliga a pasar las vacaciones con su padre hacia el que la adolescente siente una mezcla de odio y amor. Son precisamente estos dos sentimientos los que le harán reír y sufrir a lo largo de toda la novela.

que unida a la violencia, hacen que acabe siendo arrestada por la policía, por lo que su madre, la envía a pasar un verano, el último del instituto con su padre, con la esperanza de que, con él, Ronnie vuelva a ser la mujer que siempre fue.

consigue transformar el odio que su hija siente por él, en amor. Un amor que se ve reflejado en la relación que esta emprende con un chico del pueblo donde pasa el verano, pero que además, también se plasma en el amor hacia las tortugas que le enseña su padre (a modo de protección de las mismas, pues están en peligro) y a recuperar de nuevo el amor por el piano, el elemento que definitivamente les vuelve a unir.

Lo que la joven no sabe es que su padre, un hombre de excelente corazón, sin duda debido a las virtudes emocionales que otorga el piano a quien siente y vibra con cada una de sus notas, no ha hecho más que perdonar a lo largo de De la muerte al amor y… toda su vida, incluso ¿viceversa? Sin embargo, tras todos perdonarse a sí mismo. estos logros, la joven En su novela ‘La última Y es que debido a la mala descubre que su padre c a n c i ó n ’ , S p a r k s h a relación que este último sufre un cáncer que no sabido reunir de forma sin tuvo con su padre, él tiene cura y cuando todo i g u a l u n c ú m u l o d e nunca supo ser esa figura parecía que volvía a estar sentimientos que danzan a cariñosa y cercana que se bien, pierde al chico y a su lo largo que separa la espera y la única forma de padre. Sin duda, una de relación entre el odio y el estar más cerca de sus las pérdidas más duras amor. Ronnie, la joven hijos siempre había sido el que se pueden dar a lo adolescente sentía odio piano, pues éste último les largo de la vida de una hacia su padre pues creía p e r m i t í a e s t a r persona. Un dolor que con que él había abandonado siempre .unido. Por eso, y el paso de los años no a su madre por otra mujer. d e b i d o a l a e s t re c h a pasa, sino que únicamente Como consecuencia, ésta relación que mantiene se calma. Un dolor que abandona el piano, el desde hace años con el poco a poco, la niña que elemento que más le unía cura del pueblo, aprende a pasa a ser mujer consigue a s u p a d r e ( a n t i g u o perdonarse, a conocerse a mitigar a través de las pianista y profesor en la sí mismo y gracias a su notas de un piano, el materia) y que ella más v i r t u d q u e m e z c l a elemento que, aunque no amaba por encima de paciencia y discreción, lo supiera, jamás dejó de todo. Como consecuencia, c o n s i g u e t a m b i é n unirle a su padre pues la la joven adolescente se perdonar a su mujer, pues música seguía latente en vuelve fría y comienza a en realidad fue ella quien su corazón. vivir una etapa de rebeldía le abandonó, pero también


Fin de partida por Andrei Vázquez

Zack Fair yace a punto de expirar

Los videojuegos, como las películas, tienen la ventaja de poder acceder a las tecnologías para acercar los momentos más álgidos de una obra al público. Por contra, tienen las desventajas de que sus narraciones tienen que estirarse bastante más que un filme, haciendo que cualquier muerte, pérdida o momento de gloria queden trágicamente desleídos. Ni siquiera tienen a su disposición, salvo que se corte el juego para este fin, la posibilidad de incluir un texto como si de una novela se tratare. A pesar de todo, es posible ver la belleza de las tramas o llorar con las grandes muertes de ciertos personajes, algo que sí comparte con la literatura de toda la vida. Si nunca te gustó que te destriparan los mejores momentos de las historias, es mejor que no leas las siguientes líneas.

para muchos es la muerte trágica por excelencia: la de Aeris de Final Fantasy VII. A pesar de su fama, este capítulo de la historia de Cloud Strife no eclipsa los sucesos inmediatamente previos al inicio del juego. En su precuela Final Fantasy VII: Crisis Core, Cloud es testigo de la muerte de Zack Fair, que lo salvó y cuidó cuando peor pintaban las cosas para el joven Cloud. Zack, al final del juego y tras una lucha contra un enorme número de soldados, herido de muerte, entrega su espada a su compañero para que sea su “living legacy”, la prueba de que hubo existido, antes de su último aliento. El inhóspito ambiente, el fin a las penurias y decepciones que tuvo que sobrellevar y un futuro con Aeris que se perdió entre su muerte y las larguísimas misiones que tuvo que cumplir estando de servicio enmarcan la culminación de una Las tragedias hablan de capítulos tragedia con el sabor del teatro dolorosos de ciertos personajes y su clásico. Aunque no murió por forma de encarar dichas situaciones. crímenes ajenos como Stephen Si halamos de muertes, ejemplos no Blackpool (Hard times, de Dickens), faltan. Muchos son los juegos en que sí acabó traicionado por sus algún personaje cercano al superiores, distanciado de sus protagonista muere, y en ese iguales y con la pena de no haber respecto los juegos de rol, que podido llevado una historia de amor tienen que desarrollar una historia con Aeris, una Rachel que vive en los atractiva, tienen mucho que decir. suburbios de una industrializada Seguro que quien haya jugado a ciudad. varios Final Fantasy recordará lo que

Cloud se lamenta ante el cuerpo de Zack

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Aunque muchos finales son previsibles, a nadie le gusta que se los destripen.


Hay muchos más ejemplos en esta famosa franquicia que podrían acabar listados: la inevitable desaparición de Tidus al final de Final Fantasy X (o el amor imposible entre realidad y sueño), el asesinato del anciano Galuf de Final Fantasy V (o un funesto No sin mi hija), o la doble muerte de Cid Raines, de Final Fantasy XIII, primero de manos de los protagonistas mientras intenta escapar de una maldición y después, resucitado, de un disparo que lo salva del tormento de ser una marioneta de los dioses.

su hija Ifigenia. Una vez que Leon la rescata, descubre que el vampiro que la tomó presa la había mordido, quedando así condenada. Tanto poder vengarla como poder luchar contra el secuestrador requería quitarle la vida con un látigo que había recibido, así que Leon la golpea hasta que cae. Los que prefieran creen que Artemisa tomó a Ifigenia antes de su asesinato para que Agamenón pudiera partir a Troya también pueden identificar a la joven con Sara, que en cierto sentido convierte con su muerte un látigo relativamente normal en el látigo que Pero hay muerte más allá de Final persigue y caza a los llamados “hijos Fantasy: la franquicia vampírica más de la noche” (“From this day on, the importante, Castlevania, puede Belmont clan will Hunt the night” presumir de tener uno de los inicios –“desde hoy, los Belmont cazarán la más trágicos de cualquier serie de noche”-, espetaba Leon a Walter videojuegos. Bien es cierto que Bernhard, el vampiro responsable de internarse en un castillo maléfico la enfermedad de Sara). Este controlado por el poderoso Drácula episodio da inicio a una de las no es un camino de rosas, y prueba franquicias más prósperas en las de ello es la cantidad de secuestros que la muerte es tan constante como y asesinatos que se plantean en los en los libros. juegos, aunque los inicios tenían Algo parecido pasa en el pueblo de menos de tétrico y más de Silent Hill, un lugar maldito en que dramático. De hecho, la historia de las pesadillas de quien es llamado al Leon Belmont, un joven de la mismo se convierten en realidad. Las nobleza, que abandona las Cruzadas historias que se entrelazan ahí y su título para rescatar a su siempre implican algún drama prometida, Sara, se parece más al oscuro: mito de Agamenón y el asesinato de

Leon sostiene en brazos el herido e inconsciente cuerpo de Sara.

Sara Tantroul, lista para entregarse a su sacrificio.

“To me, it’s always like this”, explica Angela Orosco antes de internarse en las llamas frente a James.

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Tidus comienza a desvanecerse antes de lanzarse al vacío.


un joven se adentra buscando a su hermano desaparecido que él mismo mató sin quererlo, una niña es inmolada en una hoguera por su madre para provocar el nacimiento de la deidad de un culto local… Silent Hill es una franquicia que habla de problemas familiares y de desequilibrios mentales. Y eso es precisamente lo que se encontró James Sunderland en la segunda entrega de la serie cuando recibió una carta de su difunta esposa que lo empujaba a entrar en el pueblo. Una Lady Macbeth moderna, Angela Orosco, una chica que buscaba a su madre a la par que James buscaba a su pareja, es un personaje que no conoce más que la tragedia. La primera vez que aparece nada llama la atención de ella, pero en los siguientes encuentros la espiral de degeneración y autodestrucción en la que se encuentra se hace más patente, indicio de que, como en la heroína escocesa, la salida es sola y fúnebre. A medida que avanza el juego, Angela aparece con un cuchillo con que posiblemente asesinó a su padre, un jugador borracho que solía golpearla y violarla con la aprobación de su madre. Un enfrentamiento con una deforme figura de su padre descubre su odio hacia los hombres y huye gritando tras golpear con fuertes patadas el cadáver del monstruo. Desdibujados ya por completo para ella los límites de la realidad, confunde al protagonista de la historia con su madre antes de adentrarse voluntariamente en las llamas que consumen el hotel en que se encuentra.

Historias de ciudades hay muchas, pero pocas como las que se suceden en Silent Hill. Tale, un pueblo montañés que custodia un importante templo, no alberga ni fantasmas ni deformidades andantes, aunque la profanación del santuario que protege ocasionó un incidente profundamente triste. Así comienza Golden Sun, un juego de rol que narra las aventuras de un grupo de jóvenes que tratarán de salvar un mundo que se consume a sí mismo, aunque su drama comienza la noche de la profanación, que provoca una avalancha de rocas y pedruscos. Entre los desprendimientos y las riadas, medio pueblo ha de ser reconstruido. No obstante, lo que nadie espera reconstruir es las vidas de varios de los habitantes, que desaparecen cuando una roca de considerables proporciones se lleva consigo el pequeño muelle desde el que ellos ayudaban a quienes se llevaba el río. También son frecuentes como en este caso los niños huérfanos, aunque no en todos los casos se explica de qué modo pierden a sus padres. Las tragedias cobran su auténtica importancia para los que de verdad ven en los videojuegos algo más que matarratos virtuales, ya que no puede uno retomar una y otra vez un mismo evento a la hora de crear juegos. Las tramas, además, han ido cobrando más importancia a medida que la tecnología lo permitía, y han llegado a ser un aspecto muy importante. El saber manejar, pues, la narrativa y el tempo para dar sentido a personajes y escenas es un arte que bien merece la pena explotar también en este mundo.

Angela piensa en alto sobre su vida y muerte con un cuchillo.

Parte del pueblo de Tale arrasado por las riadas y los desprendimientos.

Angela, en sus últimos momentos, confunde a James con su madre.

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“Cogió la lata y dio un sorbo y se la devolvió. Bebe tú, dijo. Quedémonos aquí sentados un rato. Es porque nunca más volveré a beber otra, ¿verdad? Nunca más es mucho tiempo. Vale, dijo el chico.

La literatura de la nada por Mikel Uranga Hay libros que sólo sirven, como una película palomitera cualquiera, para pasar el rato. Existen libros, también, para la gente a la que no le gusta leer. Sin duda podemos encontrarnos con libros para aprender o para olvidar, libros para entender o confundirte sobre ciertos aspectos de la vida. Pero, y aquí viene lo importante, a veces, uno tiene la suerte o la desgracia de toparse con libros que te atraviesan. Entran por el pecho y salen por la espalda, y en el proceso algo en ti cambia. Después de leer esos libros eres algo más, o algo menos, pero ya no eres el mismo, para bien o para mal. Con el tiempo he ido comprendiendo que el volumen de literatura disponible es abrumadoramente superior al que uno va a poder consumir en su corta existencia. Desde que fui consciente de ello he tratado de buscar esos libros catalizadores del ya mencionado cambio.

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Puedo prometeros y os prometo que La Carretera de Cormac McCarthy es uno de ellos. Palabra del niño Jesús. Últimamente siempre ando lanzando advertencias, pero creedme, es por vuestro bien. El libro es liviano, delgadito, pocas hojas y de letra grande que se dice. Lo miraréis en el estante de la librería y pensaréis para vuestros adentros “Me termino esa mierdecilla entre el desayuno y la cena”. Intentadlo, si queréis. El inconmensurable peso de las sensaciones que se condensan en cada párrafo es tal que se hace imposible una rápida lectura. Cada página que pasas supone un tazón de mercurio en tu maltrecha cabeza. Te das cuenta desde el principio. La escritura es extremadamente sobria, meticulosamente concisa y terriblemente eficaz. Como un bisturí operando, ni un centímetro de más. Ni una concesión. Ninguna prisa.


Es un tiempo de muerte y de desesperación. Un mundo en el que, desaparecidos ya los renglones de la sociedad, el hombre es incapaz de diferenciar entre el bien y el mal. Palabras como moral, ética, fe y esperanza son cada vez más difíciles de explicar.

El chico le miró. No hay nada más, ¿verdad?, dijo. No. Nada más. ¿Ahora nos moriremos? No.

¿Qué pasa, papá?

¿Qué vamos a hacer?

Nada. Estamos a salvo. Duerme.

Primero beberemos un poco de agua.

Todo va a ir bien, ¿verdad, papá?

Luego seguiremos andando por la carretera.

Sí. Todo irá bien.

Vale.

Y no nos va a pasar nada malo. Desde luego que no. Porque nosotros llevamos el fuego. Así es. Porque llevamos el fuego.

Las lacónicas conversaciones entre padre e hijo son capaces de evocar los sentimientos más primarios. Los diálogos son puras extensiones del escenario que se nos muestra, son el único tipo de respuesta para los horrores de la carretera: La carretera que nunca termina, que es lo único seguro en sus vidas, que sigue con ellos día tras día mientras todo lo demás se marchita y se quema. Todas las decisiones se justifican en base a los conceptos más salvajes de la supervivencia y El Padre, el protector, sabe que tendrá que sacrificar su alma y convertirse en un monstruo para salvar a Su Hijo, a su ángel. El hijo a quien ama por encima de todo por ser su único lazo con la humanidad, su salvador y su redentor. El hijo al que no puede perdonar por obligarle a seguir con una vida que ya no tiene sentido para él, su carga y su cruz.

La historia no da cuartel al lector, te desangra. Cada vez que caes en el agujero piensas que ya no puedes llegar más lejos, pero al rato te das cuenta de que en el infierno no hay planta baja y que siempre se puede seguir bajando. Después de leerla sabes algo más, pero eres algo menos.

¿Puedo preguntarte algo? Naturalmente. ¿Qué harías si yo muriera? Si tú murieras yo también querría morirme. ¿Para poder estar conmigo? Sí. Para poder estar contigo. Vale.

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Por cierto, Cormac ganó el Pulitzer por La Carretera.


Macbeth: El comienzo de la tragedia de la ambición, la traición y el poder Primer acto, escenas 1, 2 y 3 por Ainize Salaberri

PRÓLOGO: La batalla del héroe

Dudo que Macbeth sea la mayor tragedia escrita por Shakespeare. Prueba de ello es la existencia de Hamlet, Romeo y Julieta, u Otello. Todas ellas están marcadas por la sangre del héroe, pero también por la venganza (Hamlet), los celos (Otello), la traición (Hamlet), o el amor (¿hace falta decirlo? Romeo y Julieta, claro). Macbeth, sin embargo, está marcada por la ambición, la sed de poder, por la tragedia de jugar a ser Dios. Macbeth no es más que una pobre marioneta del destino, y Lady Macbeth es la que teje y desteje, como lo hiciera Penélope en su eterna espera, la tragedia que ha de acompañar a su marido hasta su propia muerte. Las batallas del joven Macbeth van más allá de la simple lucha por defender Escocia y a su rey; su mayor batalla se librará en la intimidad de su ser, en la intimidad del propio yo. Y se trata de una lucha bárbara por ahuyentar sus terribles pensamientos y acallar sus deseos de poder, de reinar.

PÁRODOS: Su historia

Vuelven Macbeth y Banquo de la última batalla librada, y Macbeth lo hace como un auténtico héroe. Gracias a su valiente y memorable actuación será nombrado Barón de Cawdor, pero él aún no lo sabe, y ni lo imagina puesto que el actual Barón de Cawdor está vivo. Macbeth desconoce que el Barón ha traicionado a la corona. En el camino al castillo, de vuelta a casa, se encuentran Banquo y Macbeth con tres horribles brujas que serán decisivas en el futuro de Macbeth. Cada una le saluda de un modo distinto, haciendo mención a sus títulos. La tercera bruja, sin embargo, será la que desestabilice al fuerte y atrevido Macbeth: BRUJA PRIMERA: !¡Te saludamos, Macbeth, te saludamos, Barón de Glamis!

BRUJA SEGUNDA: ¡Te saludamos, Macbeth, te saludamos, Barón de Cawdor!

BRUJA TERCERA: !¡Te saludamos, Macbeth, que un día serás rey!

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Es en este momento cuando Macbeth tiembla y palidece. Así nos lo hace saber Banquo, su fiel amigo:

BANQUO: ! Noble señor, ¿por qué os estremecéis y parecéis tener miedo de cosas que suenan tan hermoso? En nombre de la verdad, ¿sois de fantasía o sois en efecto lo que parecéis por fuera? A mi noble compañero le saludáis con su título presente y grandes predicciones de noble adquisición y de reales esperanzas, y él se ha quedado fuera de sí: a mí no me habláis.

¿Por qué Macbeth palidece y queda sin habla? ¿Por qué comienza a temblar ante las predicciones de las brujas? Las brujas se desvanecen y Banquo y Macbeth continúan. Se encuentran con Ross y Angus, nobles escoceses, e informan a Macbeth de que el rey le nombrará Barón de Cawdor, tras ser descubierta la traición del Barón y su valiente actuación. Aquí no sólo Macbeth estremece, también lo hace un sorprendido Banquo que exclama:

¿Qué, puede decir la verdad el diablo?

EPISODIOS

Si a algo le gustaba jugar a Shakespeare en sus obras eran a establecer el orden y el desorden en las vidas de sus protagonistas. Así, con las predicciones de las brujas, Macbeth se sume poco a poco en un caos del que sólo saldrá airoso en una de las ocasiones que se le presentarán. Él mismo irá hundiéndose poco a poco en el lodo del desorden, en el tormento y en la lucha para con sus propios pensamientos: MACBETH:! Dos verdades se han dicho como prólogos felices al grandioso drama del tema imperial. Os doy gracias, caballeros. Esta incitación sobrenatural no puede ser mala: no puede ser buena. Si es mala, ¿por qué me ha dado empeño de éxito al comenzar con una verdad? Soy barón de Cawdor. Si es buena, ¿por qué cedo a esa tentación cuya horrenda imagen me eriza el pelo, y hace que mi sólido corazón me golpee las costillas, contra la costumbre de la Naturaleza? Los temores reales son menores que las imaginaciones horribles: mi pensamiento, cuyo crimen sólo es todavía imaginario, trastorna de tal modo mi simple condición de hombre, que toda acción queda sofocada en suposiciones, y nada es sino lo que es. ¿Por qué Macbeth está tan asustado? La razón es simple, y él mismo nos lo dice: “mi pensamiento, cuyo crimen sólo es todavía imaginario”. Él ya había pensado en traicionar a la corona para convertirse en rey. Y tiembla porque un pensamiento que él tenía tan escondido, que era tan suyo, tan íntimo y personal, tan susurrado, ha salido a la luz de boca de tres horribles brujas sacadas del mismísimo infierno. Lo que Macbeth no sabe es que el infierno sólo acaba de comenzar. Su secreto pronunciado a viva voz pone fuera de sí a Macbeth, y trastornado llega a castillo, donde su mujer le espera. Y ésta, nada más verle, sabe lo que piensa, sabe lo que desea. Es entonces cuando su mujer comienza a tejer cantos de sirena.

ÉXODO La traición que Macbeth está a punto de cometer hará correr ríos de sangre, de su propia sangre. La ambición le cegará, su mujer lo manipulará, y cuando se da cuenta del error, es demasiado tarde. Siempre es demasiado tarde. Los cantos líricos del clamor del pueblo ensordecerán a Escocia y harán pagar a Macbeth con su propia vida lo que las brujas no supieron callarse. Macbeth, consciente de su error, no huye, no tiene tiempo. Los dioses, la corona, el pueblo, el fantasma de su amigo Banquo, también traicionado, el de su mujer, que no soportó la culpa y se quitó la vida, castigan a Macbeth, sin impunidad.

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La virtud o la hija en Emilia Galotti por Yanina Rosenberg El mayor representante de la Ilustración alemana, Gotthold Ephraim Lessing, abarcó variados aspectos de la literatura como t e ó r i c o , c r í t i c o y e s c r i t o r, convirtiéndose en el fundador del drama burgués alemán. Este género es producto del antagonismo de clases que se intensificó con la caída del régimen feudal. Surgió como expresión de la clase burguesa, que luchaba por la libertad y el poder, y presenta rasgos característicos d e fi n i d o s , q u e l o o p o n e n a l Clasicismo Francés. El centro de la acción del drama burgués se enfoca en la familia burguesa, dejando de lado a la corte y sus intrigas (típico de las obras clásicas francesas). Esto se debe a que el conflicto que trata no es de Estado, sino personal o familiar. Se reproducen las relaciones de sus integrantes con la intención de reflejar la realidad tal cual es. El héroe histórico o mitológico es reemplazado por personajes cercanos a los espectadores, que experimentan sus mismos problemas y emociones. Así, el infortunio de aquellos cuyas condiciones se aproximan más a dichos espectadores, penetra naturalmente en sus almas. Y sienten compasión, pero como congéneres; no importa el 56

rango ya que la desgracia de un rey puede ser más importante, pero no necesariamente más interesante. La obra Emilia Galotti trata de los conflictos que se presentan en la familia Galotti debido a la intervención caprichosa de un príncipe. Emilia es una muchacha dúctil y ejemplar que vive rodeada de los valores inculcados por su padre. La honradez, la razón y la sinceridad constituyen las máximas aspiraciones de la familia. Odoardo, el padre de Emilia, es el responsable de proteger la virtud de su hija. Especialmente cuando al príncipe se le antoja seducirla. Y el padre se siente obligado a mantenerla lejos del príncipe y el ámbito de la corte en general, que esla fuente suprema del mal. Por eso, cuando Emilia es secuestrada y llevada a la corte, su padre ansía rescatarla. Pero no tanto por recuperar a su hija sino porque no soporta la idea de pensar en Emilia rindiéndose ante los encantos de la corte. Y como tanto temía Odoardo, Emilia se confunde. “Por mis venas también corre sangre, padre, una sangre joven y caliente como la de cualquiera.¨, se justifica Emilia. A partir de aquí es imposible no predecir el advenimiento de la tragedia.

A lo largo de toda la obra, Lessing denuncia los defectos de la nobleza y las maquinaciones de la corte. Mientras que en referencia a los burgueses, Lessing resalta sus cualidades de intensa virtud. Así, la obra se desarrolla entre el deber y el querer, entre la razón de una vida ejemplar y el engendro de la materialidad. ¿Debe permitir el padre que su hija viva entre los lujos y la superficialidad, el despotismo y la maldad, o hacer todo lo posible para que su vida sea más que nada rica espiritualmente y se alimente en un contexto de vivas pautas morales? El final de la obra contesta sin abandonar su carácter crítico. De acuerdo con la mentalidad burguesa, no se mata al dictador, es decir al príncipe en Emilia Galotti1, sino que se prefiere asesinar al revolucionario como signo de impotencia, y única solución, ante la monarquía absoluta. Por eso, la única salida está en la automutilación física del impotente, inmolando el pasar material a la honradez y la virtud. De esta manera, el padre se ve obligado a sacrificar a Emilia. Por eso, cuando Odoardo por fin encuentra a su hija, le clava profundamente un puñal. La tragedia era inevitable: muerta la hija, la virtud permanece intacta.


La Biblia y el Calefón en un sólo acto Salomé, de Oscar Wilde por Marisol González Nazábal Cuando una historia trasciende la Biblia y llega hasta la pluma de Oscar Wilde, está indefectiblemente condenada a ser un éxito rutilante. La obra Salomé, una digna representante si de tragedias se trata, nos transmite desde su primera página un clima de nerviosismo que se extiende como un virus hasta el punto final. Según el Nuevo Testamento, la madre de la princesa Salomé, Herodías, se casó con el tetrarca (o gobernador) de Judea, Herodes Antipas, hermanastro de su primer esposo, lo que provocó que se desatase la guerra con los nabateos debido a que este había repudiado previamente a su anterior esposa, hija del monarca nabateo Aretas IV. Este hecho fue visto con malos ojos por el pueblo por considerarse inmoral. Uno de 57

los abanderados de esta protesta había sido Juan el Bautista, quien fue apresado por el tetrarca, mas no asesinado, debido al temor del gobernante a caldear aún más los ánimos populares. Siempre siguiendo lo narrado en Mateo 14:6-12 y Marcos 6:21-29, la princesa Salomé bailó en una ocasión para Herodes, quien le había prometido darle lo que ella quisiera a cambio de la danza, a lo que a petición de su madre solicitó que se le entregara la cabeza de Juan El Bautista en una bandeja de plata. En el texto de Wilde se conserva en germen el argumento de la historia original, pero en su versión Salomé se enamora hasta la obsesión de Juan el Bautista, llamado en este caso Jokanaán. La desesperación por su pasión no correspondida es

vivida por el lector en forma genuina, tal es de despiadada y brutal la descripción del irlandés. “Permíteme tocar tu cuerpo”, le ruega Salomé mientras que por toda respuesta recibe el rechazo más absoluto. “Déjame que toque tu cabello”, le implora, encendida de pasión, a lo que el profeta reacciona llamándola hija de Sodoma. “¡Déjame besar tu boca!” es su último ruego, pero un “Jamás” determinante le sella los labios. Lo más atractivo de la historia es sin duda la sensualidad de la joven. Su seguridad atrae a los hombres, desde el soldado sirio que se suicida por ella hasta el propio Tetrarca, deseoso de hacerla suya. La princesa despierta en todos


ellos un incontrolable apasionamiento hasta que se encuentra con el profeta, que no sólo la desprecia sino que además la enfrenta e insulta. Todo lo sucedido transcurre bajo una luna misteriosa, que es nombrada numerosas veces por los personajes de la obra, que la miran casi consultándola. Como un símbolo de la desgracia que se avecina, esta adopta un “aspecto muy extraño” y “se asemeja a una mujer muerta”. Después de comprender que Jokanaán no será suyo, Salomé planea una venganza, una vez más aprovechando la ilusión de Herodes de poseerla. La princesa decide acceder a la petición de este de que baile para él a cambio de lo que ella quiera. “Cuando hayas danzado para mí, no te olvides de pedirme lo que quieras. Todo lo que quieras te lo daré, aun la mitad de mi reino. Lo he jurado”, afirma el Tetrarca, sin saber que al decirlo condena a varias almas. Ante la incredulidad de los presentes, la caprichosa protagonista de esta historia solicita la cabeza de Jokanaán en bandeja de plata. Consternado por la brutalidad del pedido, Herodes intenta disuadirla y, al no lograrlo, concede el deseo maldito. A continuación, la princesa da rienda suelta a su sed de pasión y besa los labios del decapitado en medio

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Como último movimiento abominable y en medio de una insoportable mezcla de dolor y asco, el tetrarca manda a matar a Salomé, la misma mujer por la que hubiera entregado la mitad de su reino. Como dato anecdótico, la obra publicada en 1891 tuvo un difícil estreno teatral ya que Wilde no obtuvo licencia para presentarla en Londres. El motivo que se le dio fue que las normas de aquella época impedían representar pasajes de la Biblia, si bien la verdadera razón sería el argumento, terriblemente descarnado para esos años.

de injurias e imprecaciones dirigidas a quien ha perdido la vida por no corresponderla. “¡Ah, no querías permitir que yo besara tu boca, Jokanaán! ¡Bueno! Ahora la besaré. La morderé con mis labios como se muerde una fruta madura. Sí, besaré tu boca, Jokanaán. Lo dije. ¡Ah! Ahora la besaré...”, clama afiebrada mientras cumple la promesa que en vida le había hecho al profeta. El amor y el odio se entremezclan en un acto tan sublime y aterrador como el de confesar la pasión a quien se ha mandado a asesinar.

La tragedia de Salomé sirvió de inspiración a numerosos talentos como Leonardo, Rubens o Flaubert, por citar algunos. El encanto de esta historia caló hondo en estos artistas y Wilde no fue la excepción. Lo que hizo el poeta con el personaje de la princesa fue destacar su figura durante todo el drama, enaltecerla, hacerla gigante, con toda su belleza, sensualidad y esplendor. La dibujó tan magnífica que creyó necesario destruirla. Salomé muere literalmente aplastada –por los escudos de los soldados- como una indeseable serpiente y con esa fatalidad se desata un final obsceno que, al mismo tiempo, cierra un círculo trágico perfecto.


La tregua de Mario Benedetti por Sabrina Pérez

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La noche se acerca con su vestido de gala adornado de estrellas. La brisa agradable me envuelve con su perfume de inspiración y es en este preciso momento donde le pido que me acompañe por estos renglones. Acabo de terminar de leer las últimas líneas de La Tregua, una novela de amor escrita por el poeta uruguayo Mario Benedetti a los 25 años de edad. Basada en la vida real con algunos cambios que Benedetti le otorga. En sus páginas se refleja la importancia que el tiempo tiene para el narrador, Santomé. Un hombre de 50 años de edad que cuenta en su diario personal cómo va transcurriendo cada minuto de su vida a medida que se acerca el momento de jubilarse. “Sólo me faltan seis meses y veintiochos días para estar en condiciones de jubilarme. Debe hacer por lo menos cinco años que llevo este cómputo diario de mi saldo de trabajo” – comienza expresando en su diario personal- . Santomé tenía 28 años cuando fallece su primera y única esposa, Isabel: “Todo el mecanismo de mis sentimientos quedó detenido hace veinte años, cuando murió Isabel. Primero fue dolor, después

indiferencia, más tarde libertad, últimamente tedio”. La soledad habita en cada rincón de su casa haciendo énfasis en la escasa comunicación que existe con sus tres hijos que son herencia de ese amor. La muerte de Isabel parece prolongarse en el tiempo, formando parte de su presente. Al cumplir los 50 años conoce a Laura Avellaneda de 24, quien comienza a trabajar en su oficina como ayudante. “Avellaneda tiene algo que me atrae. Eso es evidente, pero ¿qué es?” Escribe en su diario Santomé. La diferencia de edad que existe entre ambos, pone en desequilibro su autoestima. ¿Hasta dónde la edad puede poner límites en los sentimientos? En esta historia los límites habitaban sólo en la mente de Santomé quien mostraba mayor preocupación por esa diferencia. Dedica en su diario personal algunos párrafos donde describe el temor a las consecuencias que podría traer esta relación. Es consciente de que el paso del tiempo provocaría en su rostro más arrugas como reflejo del camino vivido.


Mientras Avellaneda conservaría su rostro intacto con algún pequeño cambio, pero que no tendría comparación con las huellas que el tiempo marcaría en él. En su tiempo de ocio imagina cuál sería la causa que pondría fin a la relación. Sólo existe un motivo para él, la edad, que impulsaría a Avellaneda a los brazos de un hombre más joven. Antes de saber si eso sucedería en algún momento, primero debía pensar la manera en declarar su amor a Avellaneda “En la oficina no puedo hablarle. Tiene que ser en otra parte. Estoy estudiando su itinerario. Ella se queda a menudo a comer en el centro” escribe Santomé. En este párrafo se puede ver la ausencia de su edad pasando a sentir y programar esa cita con su enamorada, al igual que un adolescente. El momento llegó y fue entonces donde Santomé abrió su corazón por segunda vez sabiendo que la respuesta estaba más cerca del rechazo que la aceptación. “¿Sabe que usted es culpable de una de las crisis más importantes de mi vida?” comenzó su declaración de amor, sentados ambos en el café que escogió para ese momento. Al terminar de expresar los argumentos de ese amor, Avellaneda respondió: “Ya lo sabia, por eso vine a tomar café”. Esta respuesta le sorprendió. Siempre es mejor actuar ante la duda para no quedarnos con la intriga de lo que puede suceder. Dejarse llevar por el camino del corazón, y volar con la imaginación. De esta manera las cosas resultan más productivas, más satisfactorias. Esa respuesta de Avellaneda llenó su ser de esperanzas, rejuveneciendo sus sentimientos al igual que su manera de actuar frente a ese amor, con la madurez de un hombre de su edad pero con la inocencia y enamoramiento de un adolescente. Después de la muerte de Isabel su vida se ha desarrollado en la rutina del trabajo. Ha pasado a ser parte del sistema social donde su estructura de vida se basa únicamente en trabajar. 60

Su situación cambia cuando aparece Avellaneda, ocupando su tiempo de ocio en ese amor. Santomé describe de una manera muy cariñosa lo que el cuerpo de Avellaneda le transmite, dejando en evidencia su enamoramiento y enredándose en las ramas del deseo: “ Avellaneda es flaca, su busto me inspira un poquito de piedad, sus hombros están llenos de pecas, su ombligo es infantil y pequeño, sus caderas también son lo mejor (…) Avellaneda tiene en su desnudez una modestia sincera, simpática e inerme, un desamparo que es conmovedor (…)Tener en mis brazos la concreta delgadez de Avellaneda , significa abrazar además de su sonrisa, su mirada, su modo de decir, el repertorio de su ternura, su reticencia a entregarse por completo y las disculpas por su reticencia” – se desahoga Santomé en sus paginas-. La vida es un juego donde algunas de las piezas que movemos dependen de nosotros, pero otras escapan de nuestra voluntad. Se puede decir que hay cosas que suceden sin saber el motivo, sin encontrar respuestas a las miles de preguntas que se pasean por el cordón de nuestra mente. Golpean la puerta de la realidad todos los sueños que estuvieron esperando el momento oportuno para hacerlos vivir en nuestro camino. Las hojas de la vida se empezaron a escribir con otro tipo de letra, con sentimientos encontrados en el diario de Santomé. Convencido de que la lejanía de Avellaneda sería por unas arrugas menos a las que el tendría en unos años, las piezas de su vida tomaron otra posición y fue así como Avellaneda fallece a los 25 años de edad por causa de una gripe. Sintiendo Santomé nuevamente ese vacío, esa muerte inesperada que deja en su mente un hueco profundo de soledad prematura. En una entrevista realizada a Benedetti, se le cuestionó por qué había matado a Avellaneda en la novela y él expresó: “Para evitar el fracaso había que matar a Avellaneda”.

Para que no ocurriera lo que hubiera sido normal debido a la diferencia de edad, Avellaneda muere mucho antes que él, muere cuando ese amor estaba viviendo el mejor momento de la relación. Esta novela hizo en mí que sufriera esa muerte como propia y recalcó la importancia de disfrutar la vida ya que nunca sabemos lo que puede suceder a la vuelta de la esquina. Santomé culmina su diario de esta manera: “Desde mañana y hasta el día de mi muerte, el tiempo estará a mis órdenes. Después de tanta espera, esto es el ocio. ¿Qué haré con él?”


Lo bello y lo triste Yasunari Kawabata por Ainize Salaberri

Lo bello y lo triste me recuerda mucho a aquellas novelas clásicas en las que la vida del héroe estaba predestinada desde antes de su nacimiento. En esta ocasión, la vida de todos los personajes de la novela están destinadas a ser trágicas. Y es aquí cuando me pregunto hasta qué punto forjamos nuestra propia tragedia a través de lo que vivimos. Cuando Oki (él) tiene con Otoko (ella) una aventura fuera de su matrimonio, ha trazado ya un camino del que ni él, ni Otoko, ni Keiko (protegida de Otoko), ni Taichiro (hijo de Oki) van a poder escapar. Porque de una traición nace toda una cadena de acontecimientos que arrastrará consigo todo lo que esté a su paso. Otoko se queda embarazada de Oki, pero la niña muere en el parto. A partir de entonces Otoko jamás volverá a ser la misma. En sus pinturas evocará aquello de lo que carece en la vida, su hija, la maternidad, y se convierte en un ser triste que se deja llevar en la corriente de la desgracia. Su protegida, su aprendiz, es su máxima defensora. Keiko, profundamente enamorada de Otoko, no dudará en vengarse de quien sea necesario con tal de preservar la estabilidad y la tranquilidad de Otoko y evitar, así, el sufrimiento de su amada. De esta manera, cuando Oki vuelve llevado por la melancolía y los recuerdos, y cuando Taichiro aparece, 61

comenzará a trazar un plan del que, nos tememos, saldrá vencedora. Sin embargo, no es hasta pasado la mitad del libro cuando descubrimos la maldad, la cólera que habita en Keiko, que parecía tan inocente, tan afable y sumisa. Hasta entonces, ésta parecía una persona justa, cándida. Pronto veremos indicios de que su sonrisa, cautivadora, esconde un veneno mortal. Quizá lo más terrible sea que sabemos que, hagan lo que hagan el resto de peones de la historia, el destino está escrito de antemano y nada se podrá hacer para pararlo. No se crean mis pocos lectores que estoy desvelando la trama. No estoy desvelo nada que no revele la contraportada del libro de cualquier librería nacional. La tragedia es siempre la misma, porque la marca el destino. Y la tragedia está grabada en los ojos de Oki sin que él se haya dado cuenta. Ajeno al dolor que ha provocado e ignorante del destino que ha trazado para su familia, Oki vuelve a Kyoto para oír las campanadas de Año Nuevo. Recuerda entonces cuánto amó a Otoko, pero también que era un amor imposible. Quizá nunca dejó de amarla, nunca la olvidó, y por eso vuelve. O quizá sea el sentimiento de culpabilidad el que le empujó a hacerlo. Y Otoko, que jamás se recuperó, niña como era, siendo él un hombre, acepta su vuelta

como la redención que algún día debía llegar. Posiblemente porque ella, mujer ya con sentimientos de cría, tampoco se ha olvidado de Oki. Y si en el pasado era la madre de Otoko la que rechazaba la relación, en esta ocasión será Keiko la que lo haga, renegando de Oki y de todo lo que a través de él llegue. Su obsesión por Otoko la llevará a la sobreprotección y los celos, y finalmente a la venganza, la misma que siempre planeó sobre la cabeza de Oki y su familia. Taichiro, el hijo de su enemigo, era la pieza que le faltaba a Keiko para conseguir el jake mate de una jugada perfecta que ha elaborado durante meses. Lo bello y lo triste es una novela trágica, muy trágica, terriblemente trágica, en la que descubrimos algo nuestro, nos guste o no, en todos y cada uno de los personajes que le dan vida. También caemos en la cuenta de que nuestros actos, por muy hechos desde el amor que estén, pueden acarrearnos consecuencias inimaginables, tanto para nosotros como para nuestros seres queridos.

“– ¡Keiko! Keiko abrió los ojos. Las lágrimas seguían brillando en ellos cuando miró a Otoko.”


Literatura infantil y juvenil

Fuente de la foto: http://www.anuskaallepuz.com/

Nata y chocolate (de Alicia Borrás Sanjurjo) por Iraide Talavera Precioso. Una delicia las imágenes, la sensibilidad. Alicia Borrás Sanjurjo consiguió que el alma de sus personajes pasara de las hojas del libro a las yemas de mis dedos. Su protagonista, Sonia, una niña víctima del acoso escolar, me llevó a la opresión de las sillas de la escuela, al olor del miedo mezclado con tiza, al tacto rugoso de la goma de borrar sobre el cuaderno mientras las burlas acechan de cerca. Sonia es huérfana de madre y vive con su padre, un conductor de autobús, y su abuela, una mujer que ha perdido la alegría tras la muerte de su hija. Además de ser albina, es una niña muy tímida, y esto provoca que sus compañeros se rían de ella. Una de las chicas de su clase, Lola, llega al punto de exigirle que le haga los deberes y la aterroriza con sus chantajes. El tutor, Álvaro, no reacciona ante el abuso de los alumnos. Piensa que los niños tienen que aprender a valerse por sí mismos, y en su fuero interno cree que Sonia padece algún tipo de retraso mental, porque nunca participa en clase y se le dan mal las matemáticas. Por suerte, una nueva profesora llega al centro. Se trata de Inés, la profesora de lengua, una mujer observadora que se implica en la educación de los niños. No está conforme con los prejuicios de Álvaro hacia Sonia, y se esmera en descubrir cuál es el problema que la niña padece y en poner fin al 62

maltrato psicológico al que Lola la está sometiendo. Nuestra protagonista es una niña que puede estar presente en cualquier aula. Sensata, inteligente, pero callada y temerosa de la confrontación. En casos como éste muchos niños que aún no han desarrollado la empatía abusan de la debilidad de su compañera, sin pararse a pensar en el dolor que están causando. La niña, mientras tanto, se siente culpable por su incapacidad de ser de otra manera. El mensaje implícito de su tutor, “si se meten contigo es por tu culpa ya que deberías defenderte” sólo la paraliza, y no sabe cómo escapar de una situación de la que no tiene recursos para salir. Inés es la mano amiga que la sujeta bien fuerte y le hace comprender que no está sola. Su profesora se preocupa por ella y le insufla confianza, y al mismo tiempo consigue que el resto de los alumnos recapaciten sobre su conducta, principalmente Lola. Así, se dan cuenta de que nadie merece ser faltado al respeto, y de que ponerse en el lugar del otro es la mejor manera de descubrir la pesadilla que puede estar padeciendo. Se trata de un libro que recomiendo a docentes, adultos, jóvenes y niños. Muchas veces se nos ha inculcado la creencia de que hemos de ser valientes encarar sin ayuda las vicisitudes de la vida. Nuestra

sociedad obedece así a la ley del más fuerte, y aquellos seres sin lo que erróneamente llamamos “carácter” son tachados de débiles e inútiles para la supervivencia al día a día. Ésta es a menudo la idea que los mayores transmitimos a los niños en un afán de protegerlos: “Hay que hacerse valer”, “si te pegan respóndeles tú”. Sin embargo, al igual que Sonia, existen chicos y chicas que no soportan las peleas, ni los gritos; personas más introvertidas que no desean ser el centro de atención y que aman relacionarse con los demás de forma más tranquila, sin sobresaltos. Por supuesto, esto no quiere decir que dichos niños deban consentir que se les maltrate. Inés respeta a Sonia, pero le hace comprender que ella no es culpable de los abusos ajenos, y que no debe consentir que la insulten ni que la utilicen. Por eso, con su apoyo, la niña escribe una nota en la que le aclara a Lola que nunca le hará los deberes. Esto, sumado al hecho de que algunas compañeras empiezan a acercarse a ella para ser sus amigas, hace que aumente su autoestima y su nivel de confianza en sí misma, y sobre todo que su miedo se evapore. Ojalá todos los niños contaran con una Inés en sus vidas. Una persona que les enseñara que no hay que exigirle nada a nadie a cambio de respeto y comprensión.


Medea o la venganza de la esposa contra la madre 1

— Sandra Escobar Ginés Un análisis del mito a partir de la obra de Eurípides, en su instancia final, la de la venganza de Medea por el engaño y el abandono de Jasón. El mismo mito resemantizado y refuncionalizado en las reescrituras de Anouilh 2 y Wolf 3. Medea. Una historia de locura y de amor que primero a su padre y a su hermano para asistir y trasciende la muerte y el tiempo. apoyar incondicionalmente a su amor apasionado, Jasón, de quien no dudará de vengarse cuándo éste La muerte. El dolor del amor y la mentira. El final la traicione y la abandone para celebrar las bodas sangriento. La traición y la pasión descontrolada. No con Glauce, la princesa corintia. Y será allí sí vista la importa qué versión del drama clásico leamos. Su diferencia aplicada en los criterios respecto del sino, el fuego fatuo, la desolación más absurda nos modus de la venganza en sí. atraviesan el pensamiento y los sentidos. La tradición presenta como base de este mito la Cada visión, cada escritura resemantiza la vivencia leyenda en que se cuenta que Procné mató a Itis, el del mito. Y luego, Italo Calvino nos preguntaba hace pequeño hijo que tenía con Tereo, en venganza casi veinte años, ¿Por qué leer a los clásicos? contra éste, dado que su marido había violado a su La sensación de orfandad y la crueldad sublime no cuñada Filomena, a quien además, y para que no tienen cuadratura en el tiempo. No la tiene tampoco hablara, le cortó la lengua. el amor apasionado. La madre. La negación de la En Eurípides la venganza de Medea se resuelve en vida que en esta obra es más que el fratricidio su intento de volver inmortales a sus hijos a través potenciado y reduplicado. de un hechizo. No olvidemos que su tía materna era Dado el intenso y polifónico devenir de esta historia nada menos que Circe, la diosa hechicera mayor del mítica nos centraremos en el momento final, el de Olimpo. En esta versión del mito desvía Eurípides el mayor tensión: la venganza de Medea contra Jasón. modus, dado que la tradición atribuye a los corintos El momento en el que se puede leer además del la ejecución de los niños, por lo que, una vez muerta abandono, la denuncia milenaria ante la injusticia, Glauce, los hijos de Medea y Jasón son ejecutados. las contradicciones de las políticas públicas, El plan de la Medea de Eurípides es claro: además de las privadas y el miedo irracional por lo distinto, lo diverso, lo diferente. La bárbara. La …en un día de luz veré muertos a mis tres extraña. La extranjera. enemigos: Y tomaremos para analizar lo antedicho, el mismo al padre, a la hija y a mi marido... momento de la obra en tres instancias temporales Eurípides, op cit. de escritura diferentes. Tres instancias distintas de inserción social del discurso cultural y político: la Sus hijos llevarían una corona de bodas, que Medea de Eurípides (Grecia Clásica), la de Anouilh envenenada, aniquilaría a la novia, y a Creonte, su (Posguerra) y la de Wolf (Postmoderna). padre, al tocarla para quitársela y salvar a su hija, también, y en ese mismo instante. Tres muertes. Tres autores. Una historia. Su marido vería una muerte de dolor: el dolor de perder a sus hijos. La desesperación por la muerte Tanto en el texto clásico, así como en los de Anouilh del objeto amoroso. y Wolf, Medea está atravesada por la cultura griega pero además, por el cruce entre la cultura cólquide y En el texto de Anouilh, Medea degüella a sus hijos y la corintia, ésta última más conservadora. Para esta con el mismo cuchillo, se mata. Centra su mirada en cultura del lujo y la tradición, Medea es una bárbara. sus niños y no es la maternidad un rasgo que propio Más que una extranjera es una mujer que está lejos al personaje, ni esta Medea ni en ninguna de las de respetar todo límite. Y es tal esa figura como lo otras dos. Los niños mueren por que es el fatum, dice el texto primero. La Medea que traicionó porque debían morir: 63


…nos os haré daño, seré rápida. Sólo el tiempo para el asombro de la muerte en vuestros ojos… Anouilh, op. cit. La Medea de Anouilh es una Medea orgullosa de su origen, que se niega a pactar con la realidad en pos de su ideal de justicia. Una idea similar subyace en la Medea de Wolf. En Wolf, Medea es desterrada por el tribunal que juzga lo que es un intento de homicidio, pues en realidad, en la Medea de Wolf Glauce muere cuando cae al abismo mareada y trastornada en su locura, manipulada por Medea en su entendimiento. Creonte, no muere, sino que es preso de la tristeza y la melancolía una vez muerta su hija. Medea termina en una cueva, comiendo hormigas y raíces, y es allí donde se entera que el pueblo corintio había lapidado a sus hijos en venganza contra la extranjera. Wolf retoma la tradición y se aparta de Eurípides. Medea se enterará siete años después de desterrada, y por un homenaje, que el pueblo corintio, arrepentido, les dará a sus hijos una ofrenda en recuerdo cada siete años: siete mancebos en el templo de Hera recordarán a los hijos de Jasón y Medea. Se lee así en el relato de Leucón, corintio y astrónomo de Creonte:

La muchedumbre se mueve en oleadas, yo corro de un grupo a otro (…) pero No quiero escucharlos. Tenía que ser así, oigo afirmar una y otra vez (…) La muchedumbre enmudece y luego varios gritan: lo hemos hecho. Han caído. Quién, pregunta el tipo. ¡Los niños!, es la respuesta. Sus malditos niños. Hemos librado a Corinto de esa plaga. ¿Cómo? ¡Lapidados!, rugen muchos. Wolf, op. cit No hay dudas, más allá de la impronta que dejó la tradición en cada texto que, cada uno de ellos se ha visto atravesado por su coyuntura social, cultural y política: Eurípides dejará en manos de un error de la pérfida mujer el destino de esos niños. Anouilh no podrá desdecirse del horror que persiste en poética oscura y Wolf queda inscripta sin dudar detrás de la escritura de géneros, retomando la tradición y deslindando del parricidio a la controvertida personalidad de Medea. De lo que tampoco quedan dudas es de que si algo confirma la refuncionalización de este mito es su vigencia. La pasión visceral que trastorna incluso al sentimiento que podría pensarse más básico: el de la maternidad.

Eurípides, Medea, Aguilar, Madrid, 1965 Anouilh, Jean, Medea, Losada, Buenos Aires, 1960 3 Wolf, Christa, Medea, Debate, 1998 1 2

“Tres muertes, tres autores, una historia”

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Recomendaciones Chesil Beach, de Ian McEwan

Edward y Florence se acaban de casar. Son una pareja culta y reservada de la Inglaterra de los años 60. Ella proviene de una familia de clase alta y él tiene unos orígenes más pobres, pero se quieren con un amor tranquilo, en el que los valores del compañerismo y la comprensión llenan la relación. Edward es un hombre grande y paternal, y a ella le gusta la protección que le proporciona. Se trata de una muchacha sensible, como muestra su afición por la música. Toca en un cuarteto de cuerda, y a Edward le fascina verla manejando suave el violín. Sin embargo, la noche de bodas un conflicto atraviesa los pensamientos de la feliz pareja. La cama del hotel los espera, fría y bien plisada, esperando que sus sábanas sean arrugadas por el calor de los cuerpos. Edward se siente excitado por la invitación a recostarse junto a Florence, pero ella se siente repugnada por el mero pensamiento de besar a su marido, de sentir su lengua introducirse en su boca. Es una imagen que la asfixia, que la hace desear escapar de la situación en la que se haya incrustada como las conchas marinas en las rocas de la playa de Chesil. La cena transcurre en silencio. Ambos se sienten torpes, como si la persona con la que fueran a consumar su amor fuese extraña. Edward está azorado, sin saber cómo iniciar el acercamiento, y Florence piensa en la manera de superar su rechazo. Terminan de comer y se dirigen a la habitación. La cita es improrrogable, y el hombre se dispone a actuar como le corresponde. Ella, mientras, intenta aquietar su mente. No termina de entender por qué, el encuentro sexual le produce tal repulsión si quiere a Edward y se siente tan bien a su lado, pero no puede evitar que la idea del tormento que la aguarda la obsesione. Él no debe enterarse de nada, porque nunca entendería la preocupación de su esposa y la tomaría como una afrenta personal, por lo que tendrá que disimular u obligarse a sentir placer. Esta historia refleja las relaciones entre hombres y mujeres en una época en la que había muchos tabúes. El hombre debía ser protector pero a la vez fuerte, la mujer sensible y sumisa. El sexo empezaba a tratarse con mayor naturalidad en aquella década, pero aún así los protagonistas son producto de una generación que no osó hablar de este tema con sus hijos y que los educó de forma autoritaria, sin proporcionales demasiadas muestras de afecto. Por eso Florence se siente indefensa cuando se queda a solas en la intimidad del cuarto de hotel con Edward. En esa cama él deja de ser una figura que la arropa para convertirse en un hombre cuyo deseo lo atrae hacia ella. La mujer, sin embargo, no sabe cómo enfrentarse a la aterradora fuerza su instinto. Para ella los avances del marido son un ataque del que se tiene que proteger, ya que desafían la racionalidad. El cuerpo se convierte en el protagonista, un mecanismo que funciona de manera independiente y que no sabe manejar. Su propia excitación la llena de miedo, ya que se activa sin que pueda evitarlo y escapa a su control. Es ese control el que gobierna las acciones de ambos personajes y lo que vuelve su unión tan difícil. Edward se siente obligado a actuar con hombría y a no observar las señales de miedo de su mujer; ella, mientras tanto, es incapaz de dejar aflorar sus emociones y las transforma en pensamientos conscientes para mantenerlas atadas. Hoy día, por suerte, las manera de abordar las relaciones sexuales ha cambiado en occidente, pero todavía hay muchos lugares en los que la sexualidad femenina es un hecho traumático, sobre todo cuando las mujeres son incapaces de desprenderse del inconsciente yugo que les inculca que el instinto sexual es negativo y de que las relaciones son una fuente de sufrimiento más que de placer. 65


Recomendaciones Para disfrutar del verano entre los cientos de miles de páginas que nos ofrecen estos libros maravillosos que os recomendamos este mes. Hablando del asunto, de Julian Barnes Porque del amor se habla, y de las rupturas, y de lo que no somos y pretendemos ser. Tres personajes se encuentran en esta comedia que habla de amor: Gillian, Oliver y Stuart. Gillian es la mujer de Stuart, pero se enamorará de Oliver, mejor amigo de su marido. Stuart es un poco estirado y muy serio, mientras que Oliver es bastante prepotente y muy chulito. Pero cuando el amor llega hay que hacerle caso, y Stuart, hundido, nos habla, directamente a nosotros, del amor, de sus sentimientos. Todos lo hacen, es una novela coral y directa. Y esta es sólo la primera parte.

Amor, etc., de Julian Barnes Y esta es la segunda parte. En ella se profundiza en el amor, cualquier tipo de amor, cualquier expresión. Nos hablan del amor que nace, del que permanece, del que parece que se va pero se queda, y del amor que vuelve, porque sí, o porque nunca se fue. Y esta segunda parte es, en mi opinión, mucho mejor que la primera.

Unos ojos azules, de Thomas Hardy Hardy es un escritor victoriano, y como buen victoriano que se precie, sus novelas son densas, ambientadas en el campo, con mucho símbolo y más expresión. Unos ojos azules es la historia de un amor que a veces parece posible y otras no lo parece tanto, porque es una historia de dos amores, entre los que se debate la protagonista, Elfride. Ambos hombres acabarán, incluso, por romper su amistad por conseguir el amor de la niña dulce de ojos azules cristalinos. Es una historia de amor, sí, pero también de lo terrible que puede ser el deseo. Nuestro pan de cada día. 66


La elegancia del erizo, Muriel Barbery

Paloma tiene doce años y ha decidido que el día de su decimotercer cumpleaños se suicidará. La vida en un inmueble burgués en París no le llena, no logra encajar en los valores de su adinerada familia y piensa que no existe nada por lo que la vida valga la pena. Es una niña muy inteligente, según podemos comprobar en su presentación. Es la primera de la clase y los estudios no le cuestan ningún esfuerzo, y además su madurez emocional también es brillante. Es capaz de desmenuzar la psique de los adultos y de entender los engranajes que los mueven a comportarse de una u otra forma. Esa sensación de saberlo todo de antemano también la lleva a no

ilusionarseC por lo UqueBel L futuro le pueda ofrecer, y a querer terminar con su vida antes de tiempo. Varios pisos más abajo, en la portería, vive Renée. Es una mujer entrada en los cincuenta, fea, bajita y rechoncha, que para cualquiera de los vecinos sólo representa el perfil de una portera sosa e inculta. Sin embargo, tras la fachada de señora simplona se esconde una mujer leída y filosófica, que sólo pretende evitar sen desenmascarada. ¡Los vecinos de la rue Grenelle serían incapaces de aceptar a una portera ilustrada! ¡Eso traicionaría sus expectativas! Sin embargo, la aparición de Kakuro Ozu, un ilustre hombre japonés, provocará la unión de las dos mujeres y servirá para que la existencia de ambas cambie por completo. Juntas descubrirán que sus existencias no tienen por qué seguir siendo vacías y que la vida, a pesar de la incomprensión de la gente que las rodea, bien merece ser vivida. La elegancia del erizo es un libro que llama la atención. Dos personajes atípicos –una niña y una mujer entrada en añoscuya apariencia externa traiciona la realidad. Y,

S

sobre todo, unaI forma de Q U O A asegurarnos que siempre habrá quien nos entienda y apoye, y que sólo por eso la vida merece la pena.

E

La melancólica muerte del chico ostra, Tim Burton Aquellos que gocen de la fantasiosa pero a la vez palpable realidad de las películas de Tim Burton encontrarán seguro una fuente de disfrute en los relatos que componen La melancólica muerte del Chico Ostra. Con su peculiar humor, el escritor describe a través de cortos poemas a seres distintos, solitarios y socialmente marginados. El Chico Ostra nunca podrá tener amigos, porque es un molusco y los demás niños no quieren tratar con él; el niño robot será siempre testigo de la infidelidad de

la madre, quien lo concibió con un electrodoméstico; el palillo y la cerilla nunca podrán sellar su relación, porque el ardor de su pasión calcinará a uno de ellos para siempre. Son historias que, a pesar de lo grotesco de los personajes y del humor negro que desprenden sus atroces finales, nos hacen sentir empatía y pena de esos seres incapaces de encajar en las coordenadas de nuestro mundo. Todos hemos vivido momentos en los que nos sentíamos alienados de la realidad, incomprendidos; Burton logra intensificar esta sensación a través de seres para los que la única cura es la muerte. A pesar de este matiz fúnebre, se trata de un conjunto de historietas originales y en ocasiones tronchantes. Además, el escritor las adorna con ilustraciones infantiles que hacen más gráficos a seres tan estrafalarios como el chico brie –que tiene la cabeza como un queso gigante-, a la niña de los cien ojos o al chico tóxico. En conclusión, se trata de una lectura rápida y que seguro despertará a más de uno las ganas de ver la filmografía de este conocido director.

Han colaborado en las recomendaciones... Iraide Talavera, con “Chesil beach”, de Ian MacEwan, “La elegancia del erizo”, de Muriel Barbery y “La

Ainize

melancólica muerte del Chico Ostra”, de Tim Burton. Salaberri, con “Hablando del asunto” y “Amor, etcétera”, de Julian Barnes, y con “Unos ojos azules”, de Thomas Hardy.

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Granite & Rainbow .................... 23.IX.2010 ............................ #6


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