Revista Occidente Nº 520 Septiembre 2021

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LA CUECA Y SU BRAVURA URBANA

POR MARIO ROJAS PÉREZ Músico, dramaturgo cantautor. Presidente de la Unión Nacional de Artistas (UNA)

Pero la música, aquella más vibrante y genuinamente conectada con sus orígenes, me puede llevar a las lágrimas cuando estoy frente a grandes intérpretes. Hablo de la cueca que nació en las “chinganas” y/o ramadas de la época independentista y devino en cultura de una secreta intimidad con el mestizaje, con la rotada pendenciera y brava, con sus códigos sagrados: el canto en rueda, el buen pito, la destreza para improvisar versos, la sutil variante melódica que distingue a una de otra, las escalas y “cachañas” armónicas de los instrumentos, el buen pulso de la percusión, los melismas, la calidad timbrística de las voces. Podría seguir… Esa cueca de los barrios humildes y bajos fondos urbanos, que durante buena parte del siglo XIX y principios del siglo XX se interpretaba por virtuosos exponentes en cantinas, casas de remolienda, en conventillos, en recintos carcelarios, sobre carretones cargados de frutas y verduras, a cualquier hora, sin inhibiciones, desprendida de símbolos patrios, desconfiada y desafiante ante el poder del Estado y las jerarquías sociales. Esa cueca que en sus orígenes se identificó co «la chilena”; que nació en ciudades principales como Santiago y Valparaíso, donde las elegantes espuelas de plata, de tamaño desproporcionado, brillaban… pero por su ausencia; esa que en menos de una década se extendió por todo el territorio (según el historiador y musicólogo argentino Carlos Vega 1898-1966) adoptando diferentes formatos y sensibilidades, esa que

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n auténtico conocedor de “la chilena” o cueca urbana, brava, chilenera… sabe que la clave para comprender en profundidad este fenómeno cultural está en la música: su ritmo de 6/8, acompasado y dinámico, en buena medida estridente por la exigencia vocal de su canto melismático, de supuesta herencia arábigo andaluza, según las enseñanzas de Fernando González Marabolí (“Chilena o Cueca Tradicional” 1994), lo cual impone un registro vocal muy amplio y además, un repertorio infinito de versos. La danza es una consecuencia de lo anterior. No obstante, la mayoría de los habitantes de esta región del mundo, de donde la asumimos originaria, insiste en asociarla fundamentalmente a la danza. Es más, un dictador de poco vuelo cultural, bastante déspota y cruel, en 1979 declaró a la cueca como “Baile Nacional a través de un decreto oficial de Estado. Debo confesar que, en lo personal, no tengo nada contra la danza. Es más, me gusta observar a los buenos bailarines porque su coreografía me parece seductora, muy estructurada y galante, depende el lugar donde se ejecute, pero a ratos puede incluso ser lasciva; muy sensual, siempre. No cabe duda que tiene identidad y belleza estética.

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R E V I STA OCC I DE N T E


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