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REPASO HISTÓRICO DEL TE DEUM EN UN ESTADO LAICO

POR EDUARDO QUIROZ SALINAS

Escritor e Ingeniero

Poco falta para la 213° celebración de las fiestas patrias del país y se avecina una serie de días feriados que, dentro de su amplitud, permitirán entretención, descanso, pero también reflexión y tiempo para el estudio, la cultura y las artes. Dentro de esa reflexión, para quienes abogamos por un Estado laico ya pasado el 20% del siglo XXI, está siempre el hecho de que formemos parte de los seis países en el mundo, que es aproximadamente un 2,5% del total que componen el globo actualmente, en el que se mezcla la celebración de un hito republicano tan importante como la separación o independencia del antiguo poder monárquico, con una festividad de índole religiosa.

Hagamos un poco de historia y revisemos algunos datos interesantes. Te Deum, vocablo latín, significa “A ti Dios”. En particular, en el rito cristiano, el Te Deum es un himno o cántico que se usa en momentos de celebración de esa institución. Eventos como canonizaciones, ordenaciones, proclamaciones, elecciones y otros, acorde al rito, contienen la entonación de ese himno o cántico, cuyas dos primeras palabras son, justamente, Te Deum. Fue compuesto en el siglo IV de la era actual y aún se debate su autor original entre San Agustín de Hipona y Nicetas de Remesiana. Como comenté en principio, un ultra reducido grupo de países aún conserva esta actividad que viola la neutralidad del Estado laico en el mundo. En Perú se realiza desde el año 1821. En Bélgica desde 1831, tras la revolución que los independizó de Países Bajos y crearon su propia monarquía, por raro que parezca. En Haití, desde 1806, tras la independencia de Francia. En Guatemala desde 1821 y en Argentina desde 1810. En Chile se realiza desde 1811 y la ofició en aquel entonces el obispo capitular de Santiago, José Rodríguez y Zorrilla, quien paradójicamente era contrario a la independencia de Chile, partidario del ejército realista y de la monarquía española. De hecho, una de las anécdotas históricas de este obispo es que se negó al año siguiente a jurar obediencia al primer documento constitucional de Chile de 1812, promulgado por José Miguel Carrera y fue declarado reo por traición al Estado y deportado por O’Higgins en 1817. Regresó al país en 1822 pero fue deportado nuevamente en 1825 tras la visita de Giovanni Muzi, delegado del Vaticano que venía como espía al país para difundir el Breve Apostólico, aunque reconocida como encíclica legitimista, Esti Longissimmo Terrarum en la que se reflejaba el punto de vista político del papa Pío VII en defensa de la corona española y contrario a las independencias en Latinoamérica y a favor de la monarquía de Fernando VII como legítimo monarca y gobernador de estas tierras [Núñez y Domínguez, 1956]. “Aunque inmensos espacios de tierras y de mares nos separan, bien conocida Nos es vuestra piedad y vuestro celo en la práctica y predicación de la Santísima Religión que profesamos. Y como sea uno de sus hermosos y principales preceptos el que prescribe la sumisión a las Autoridades superiores, no dudamos que en las conmociones de esos países, que tan amargas han sido para Nuestro Corazón, no habréis cesado de inspirar a vuestra grey el justo y firme odio con que debe mirarlas. Sin embargo, por cuanto hacemos en este mundo las veces del que es Dios de paz, y que al nacer para redimir al género humano de la tiranía de los demonios quiso anunciarla a los hombres por medio de sus ángeles, hemos creído propio de las Apostólicas funciones que, aunque sin merecerlo, Nos competen, el excitaros más con esta carta a no perdonar esfuerzo para desarraigar y destruir completamente la funesta cizaña de alborotos y sediciones que el hombre enemigo sembró en esos países. Fácilmente lograréis tan santo objeto si cada uno de vosotros demuestra a sus ovejas con todo el celo que pueda los terribles y gravísimos prejuicios de la rebelión, si presenta las ilustres y singulares virtudes de Nuestro carísimo Hijo en Jesucristo, Fernando, Vuestro Rey Católico, para quien nada hay más precioso que la Religión y la felicidad de sus súbditos; y finalmente, si se les pone a la vista los sublimes e inmortales ejemplos que han dado a la Europa los españoles que despreciaron vidas y bienes para demostrar su invencible adhesión a la fe y su lealtad hacia el Soberano. Procurad, pues, Venerables Hermanos o Hijos queridos, corresponder gustosos a Nuestras paternales exhortaciones y deseos, recomendando con el mayor ahínco la fidelidad y obediencia debidas a vuestro Monarca; haced el mayor servicio a los pueblos que están a vuestro cuidado; acrecentad el afecto que vuestro Soberano y Nos os profesamos; y vuestros afanes y trabajos lograrán por último en el cielo la recompensa prometida por aquél que llama bienaventurados e hijos de Dios a los pacíficos”.

Me animé a citarla casi por completo pues era breve y cada párrafo es relevante para graficar el real sentir de parte de los organizadores de esta ceremonia desde sus inicios, contraria no solo al Estado laico, sino al Estado de Chile mismo desde sus albores. De hecho hubo hasta un periódico creado por el clero de aquel entonces llamado ¡Viva el rey! Gazeta del Gobierno de Chile, dirigido por el fraile dominico José María Torres, que realizó 188 ediciones entre 1814 y 1817, donde este fraile se abocó a la defensa y valoración de la monarquía absoluta, desacreditó y combatió el “pasado revolucionario”. ¿Se animan a leer una nueva anécdota?

Torres fue durante el período del Post Tenebras Lux, es decir, en la denominada Patria Vieja, partidario del proceso y de los patriotas, participó como orador en el Te Deum de 1811, tuvo un rol activo en la Primera Junta de Gobierno, donde fue secretario de la Junta en Concepción y hasta fue mandatado por el incipiente Congreso Nacional, según consta en los documentos de la época que alberga la Universidad de Chile, a difundir las bondades del proceso patriota y perseguir las ideas realistas en dichas tierras. Luego, en 1814, durante el período de la reconquista, se convirtió al bando realista y se despachó en su periódico párrafos como el siguiente: “Desgraciado Chile! Quien podrá amarte y no explicar con gemidos innarrables tu dolor al contemplar que quando el monarca mas piadoso y mas benefico del Orbe recobra su corona y sube de nuevo al trono augusto de sus padres difundiendo alegrías, y esparciendo gozo y derramando con liberalidad gracias, beneficios y muestras de cariño y gratitud a sus pueblos tu temas con razon ser objeto de sus iras, y que ese sol hermosisimo que á todos consuela, fecunda y vivifica, para ti solo vivré destructores rayos, que aniquilen tu política existencia te cubran de luto y llanto, y te sepulten en palidísimas cenizas? ¡este es el fruto infeliz de tu apathia! [...] Chile infeliz ciego pendante de tu oriental limitrofe ¡Chile miserablemente esclavisado por algunos furiosos y despechados rebeldes que creían como infalible quanto pensaban, quanto decian, quanto hacían imprimir los escritores sediciosos¡...” (sic) (Viva el Rey, Gazeta del gobierno de Chile n°2 jueves 24 de noviembre de 1814)

El epílogo es que durante un tiempo el Fray Torres se alejó de la escena política para luego de algunos años transformarse en un convertido republicano y uno de los impulsores del federalismo como parlamentario del Congreso Nacional en 1826.

Como dato histórico también, es imprescindible recordar que en septiembre lo que celebramos es la celebración de esa primera Junta de Gobierno, no nuestra independencia, que es el 12 de febrero. De manera sucinta les comentaré que en el amanecer de nuestra patria se celebraban fiestas en dicha fecha, que aunaba la fundación de Santiago, la Batalla de Chacabuco que marcó el triunfo de Chile sobre las tropas españolas, dando inicio a lo que se denominó patria nueva y día en que se firmó efectivamente nuestra independencia. La fiesta de la independencia, con fondas, carnaval, chinganas. Además, en aquel tiempo, también era feriado el 5 de abril, conmemorando la Batalla de Maipú. Era una trilogía de celebraciones que recordaba efectivamente cada hito importante de la incipiente nación. El año 1821 se dictó un decreto que indicaba el período entre el 11 y el 13 de febrero como la fiesta de la Independencia de Chile, sumado a las ya mencionadas de septiembre y abril. Sin embargo, en 1824 ante la fuerte presión de la Iglesia Católica que aún poseía bastante influencia y poder en los asuntos de Estado y políticos de Chile, logró que se dictara un decreto que suspendía la fiesta del 5 de abril. Ello porque en esas fechas, en algunas ocasiones, coincidía con la festividad católica de Semana Santa y el tenor de las celebraciones de abril, con las ramadas y chinganas, era bastante agitado y entusiasta, con presencia de asaz comida y alcohol. Ese ambiente incomodaba al clero, porque se contradecía con su período de reflexión o ensimismamiento que pregonaban a sus fieles. Así, entonces, Freire terminó aboliendo la fiesta del 5 de abril. La real fiesta de la Independencia de Chile finalizó del mismo modo, bajo el gobierno de Prieto a petición de Portales en 1837 con el decreto que la suprimió manteniendo solo la de septiembre. Los motivos fueron dos: el autoritarismo que anhelaba Portales se consolidaba, pues el 19 de septiembre se habían empezado a desarrollar ejercicios militares públicos y, nuevamente, la Iglesia Católica había reclamado que en febrero en ocasiones el 12 coincidía con la Cuaresma, que es un período en el que los fieles católicos deben practicar ayuno, abstinencia y otras prácticas, que no se condicen con el ambiente festivo mencionado.

Cerrada la ventana al pasado, con un dejo de desaliento, veremos repetir esta ceremonia religiosa para celebrar en pocos días más este rito religioso casi con marco de acto de Estado. Vano es esperar que, encima, las autoridades eclesiásticas de turno se abstengan de llamar la atención a una autoridad formal y electa de nuestro país, como ha sido la tónica de este acto en el último tiempo. No es necesario volver al desastroso ejemplo de las irrespetuosas intervenciones de los oradores de la ceremonia en tiempos de Michelle Bachelet, basta con revisar el texto de la ceremonia recién pasada donde, convertidos de la noche a la mañana en ilustrados e infalibles estrategas y analistas políticos, dijeron tener la respuesta exacta al rechazo del texto constituyente de la Convención pasada: “Estimo que el resultado de lo vivido, no se debió solamente al texto propuesto, sino que al parecer al deficiente trabajo de la Convención misma, a sus discusiones internas y desacuerdos, a su falta de escucha, a una imposición ideológica de unos pocos, el haber incorporado normas en un texto de principios, temas que corresponden más bien a proyectos de ley, tales como, permitir la interrupción del embarazo, aborto libre, apertura para la eutanasia, una desfiguración excesiva de la comprensión de la familia, la restricción de los padres sobre la enseñanza de sus hijos y de libertad religiosa entre otros”. Así nada más, sin estudios al respecto, sin los 6, 8 o 10 años y más de paso por la academia de muchos de los que conformaron esa Convención, la respuesta a la votación negativa del texto estaba en las tres o cuatro líneas que afirman los derechos obtenidos en las pasadas leyes y su intento de ponerlo en el texto de la Constitución, vale recordar, como analizamos hace algunos meses, que en términos referidos a Estado laico y laicismo, rozaba la perfección. Lejos de la sensación de retroceso que experimentamos los laicistas el día de hoy con el intento del Opus Dei, Silva y sus correligionarios, de introducir normas, preceptos y directrices emanadas de una religión, imponiéndola a todos los habitantes del país, sin importar que, para el grupo etario joven (entre 18 y 34 años) al que está dirigida la nueva Constitución, la no creencia supera por 5 puntos porcentuales, 41 versus 36, al porcentaje de católicos, que es la raíz de la prelatura Opus Dei que busca derogar la Ley de Aborto y Eutanasia a través de párrafos en el texto que vuelvan inconstitucionales esas leyes.

Diría “laicistas del mundo, uníos” o, invitaría a los librepensadores y laicistas a “salir del closet”, parafraseando a Dennett, pero suena demasiado cliché, más aún en tiempos que la academia y sus exponentes están siendo atacados por la irracionalidad, para disgusto de Pinker, puestos por las redes sociales y algunos programas multimediales al mismo nivel que opinólogos sin formación específica ni estudios formales, instruidos mágicamente por Tik Tok o Youtube. Eco mencionó hace un tiempo que las redes sociales “le dan espacio a legiones de idiotas”. Aún cuando no me siento capaz de calificar a los emisores del mensaje con ese adjetivo, quiero poner el peso de la prueba del lado del receptor, considerando que no se puede revertir el proceso anterior. Así como la RAE nos indica que Librepensamiento es la “doctrina que reclama para la razón individual independencia absoluta de todo criterio sobrenatural”, quiero reutilizar esa definición para resaltar, destacar y volver a su sitial la palabra “razón”. Cada vez que haya un anuncio emanado de un personaje con poco o nulo recorrido en un área en particular, la invitación que hago es a utilizar la razón, la inteligencia y el análisis concienzudo, para contrastar el contenido del mensaje con los hechos posibles de medir y ya estudiados en el ámbito académico correspondiente. De ahí obtener nuestra propia conclusión, pero ya no entregada por arte de magia, sino fundamentada, basada en hechos comprobables o teoría específica, no para que sea inamovible, sino con la voluntad de cuestionarla cuantas veces sea necesario a la luz de nueva información o nuevos exámenes y datos. Así como el librepensamiento invita a no tragar los dogmas de lo sobrenatural sin un esmerado y meticuloso proceso de reflexión, hoy más que nunca tenemos la obligación, como librepensadores, de exponer los hechos sobre la mesa, mostrar datos históricos, instruir y propagar las bondades del laicismo en términos de ejercer nuestra libertad, hacer respetar nuestros derechos y lograr, de una buena vez, que el Estado pueda poner las cosas en su sitio y comience a valorar y practicar la neutralidad necesaria para que podamos alcanzar el Estado laico anhelado, donde cada quien, sin influencia ni coacción alguna de un ente tan poderoso como el Estado, pueda ejercer su libertad de conciencia.

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