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EL TRATADO DEL INÚTIL COMBATE

Parafraseo aquí el título de un libro lúcido y triste -Alexis, o el tratado del inútil combate, de Marguerite Yourcenar- que no tiene que ver con la conmemoración de los cincuenta años del golpe de Estado en Chile. Sin embargo, creo que existe una conexión entre una obra que habla de la lenta y dolorosa aceptación de sí mismo de un hombre que tiene un secreto, y nuestra lenta y dolorosa aceptación de lo que hemos sido como sociedad, y que –a diferencia de Alexis— aun no somos capaces de inscribir en un texto que nos permita terminar el inútil combate.

Con ello, no me refiero a olvidar lo ocurrido, como alguna vez nos recomendó el general Pinochet, o de llegar a alguna versión canónica de lo que fue ese periodo de nuestra historia. El olvido no es una opción, pues como escribió Beatriz Sarlo, tratar de no recordar es como tratar de no percibir un olor. Podemos no hablar de los recuerdos, podemos convertirlos en secretos, pero los recuerdos y sus marcas no se borran, y se heredan de una generación a otra. Los recuerdos no están allá, en el pasado, entendido como un territorio que dejamos atrás; viven en nosotros y nosotras. Por otra parte, y como historiadora que se dedica a esa memoria reciente, sé que la diversidad de experiencias y pasiones sobre el gobierno de la Unidad Popular, el golpe de 1973, la dictadura y las post-dictadura, quizás hacen imposible que lleguemos a una interpretación unívoca y serena, que nadie pueda cuestionar.

De tal manera, cuando digo terminar el inútil combate, me refiero a aceptar que en nuestra tormentosa historia reciente, esa que está aquí, que vive en nuestros traumas y miedos y secretos, se cruzaron los límites que nunca deben cruzarse. En esta conmemoración de los cincuenta años del golpe de Estado, creo que la discusión no debería centrarse en si la Unidad Popular fue un buen o un mal gobierno, o si por entonces el mundo ‘era distinto’, o recordar la extinta Guerra Fría, o hacer análisis de las virtudes y defectos de diferentes modelos económicos. Creo que lo que debería ocuparnos, en primer lugar y más que ningún otro problema, es el Nunca Más. Nunca, en ninguna circunstancia, y por peligrosa, deleznable o equivocada que nos parezca una persona, un gobierno tiene el derecho a secuestrarla, torturarla y asesinarla. Nunca, en ninguna circunstancia, un golpe militar es una solución legítima a un problema político. Nunca, en ninguna circunstancia, una familia debe ser sometida al horror extendido de no saber donde están las personas que aman, e incluso llegar a su propia muerte sin saber qué ocurrió con ellas, o dónde han quedado sus restos. Y nunca, en ninguna circunstancia, debemos relativizar o justificar que se haya cruzado ese límite, porque no es un límite político. Es un límite ético. Es el respeto básico por la vida humana, el dolor y el duelo. Es la base del humanismo de toda sociedad que aspire a construir una vida digna de se vivida.

Ese inútil combate por la relativización y el silencio, no se está desarrollando en los hechos ya ocurridos y que no es posible cambiar, sino en este presente. Anne Dufourmantelle, filósofa y psicoanalista, escribió que “nuestra compulsión a repetir es también una compulsión a reparar. Somos hechos del entrelazamiento de estas dos fuerzas: la que legitima el pasado duplicándolo y la que reabre campos de la vida intentando reparar las zonas más devastadas en nosotros, las más reprimidas y prohibidas”. Seguimos, como sociedad, atrapados en esa zona devastada de nuestra historia y memoria, donde casi tres mil personas fueron ilegalmente ejecutadas y desaparecidas, donde se confirmaron más de mil recintos ilegales de detención y tortura y casi cuarenta mil personas son víctimas confirmadas de prisión política y apremios ilegítimos. Mientras sigamos viviendo en una sociedad que en su conjunto no sea capaz de reconocer ese horror en tanto horror, que lo enuncie como tal y no como una consecuencia lamentable pero justificada del enfrentamiento político, ese pasado atroz seguirá repitiéndose en nosotros, y seremos incapaces de abrir ese territorio y efectivamente reparar. Mientras se siga jugando con los ‘matices’, los ‘contextos’, los ‘algo habrán hecho’, la zona devastada seguirá activa.

Y hay urgencia por terminar con ese juego de relativizaciones y secretos. Como escribió Primo Levi sobre el genocidio nazi, si algo ha ocurrido, puede volver a ocurrir. Y la posibilidad de que vuelva a ocurrir aumenta, cuando existen actores políticos e institucionales relevantes que insisten en callar o justificar, es decir, siguen cruzando ese límite que no debimos ni debemos cruzar. No me parece casual que en la sociedad chilena actual haya un

Referencias

Anne Dufourmantelle, En caso de amor. Psicopatología de la vida amorosa, Nocturna Editora, Argentina, 2023.

Beatriz Sarlo, Tiempo Pasado. Cultura de la memoria y giro subjetivo. Una discusión, Editorial Siglo XXI, Argentina, 2006.

Primo Levi, Trilogía de Auschwitz, Editorial Ariel, España, 2016. Marguerite Yourcenar, Alexis o el tratado del inútil combate, Editorial Alfaguara, Barcelona, 2016.

número significativo de personas que no valora la democracia en sí misma, que piensa que lo bueno de una dictadura es que controla la delincuencia, o que sigue considerando al horror de la represión como una tragedia privada, que solo compete a las víctimas y sus familias, y no al conjunto de la sociedad. Porque ese inútil combate por justificar lo injustificable ha logrado, como apunta Dufourmantelle, que ese pasado se repita y se herede, al transformarse en una pedagogía perversa que susurra en los oídos de las nuevas generaciones que sí, que el fin justifica los medios, que el dolor de otros no importa, si con eso consigo lo que quiero, y que los enemigos no merecen debido proceso ni el más mínimo respeto, porque son los enemigos. Cuando legitimamos la crueldad, abrimos la puerta a la destrucción de lo humano: la capacidad de compasión, de solidaridad y de respeto.

Así que en esta conmemoración de los cincuenta años, la verdad es que no, no siento un particular interés por evaluar gobiernos, planes económicos o marcos legales: lo que quisiera ver, y sentir, es el gesto de Alexis, que tras una vida de negaciones, baja la máscara, abandona los tinglados y reconoce quién es y quién ha sido, a quiénes lo han herido y a quiénes él ha herido, y con eso, finalmente, puede partir.

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