Nathan y Gabriel en la cueva (escena eliminada)
Todas las noches nos sentamos juntos a la entrada de la cueva. Cuidamos de que el fuego sea pequeño, como una joya preciosa que brilla con fuerza en el interior de un joyero. Los gigantescos árboles son sus paredes oscuras y el cielo es la tapa abierta. Hay una cantidad absurda de estrellas en la tapa. Hablamos de varios temas: le digo lo que sé sobre Rusia, cosas que Celia me contó; él me habla de Francia y me enseña algunas palabras en francés, pero luego sonríe al escuchar mi acento. Una noche canta “La Marsellesa” marchando alrededor del fuego y yo me siento con las piernas cruzadas mirándolo. Zapatea con sus enormes botas mientras sus piernas largas cubiertas con unos pantalones de lona, pasan dando grandes zancadas. Se desprende de su chaqueta y se queda con una camiseta que le queda ceñida al pecho. Tiene la cabeza inclinada de modo que veo su pelo brillar con las llamas en la parte más alejada de la hoguera, y entonces su cabeza vuelve a emitir la canción a voz en grito. Termina con un saludo antes de caer de rodillas delante de mí. Le digo: —Eres mejor con la poesía. Él frunce el ceño: —Te reíste de mi poesía. Me encojo de hombros. Y lo recuerdo de pie en la cocina del apartamento y aunque no entendía el poema, su voz me resultaba hermosa. —¿Qué? —me mira intrigado—. ¿Quieres que recite un poema? Él me lee mejor de lo que lo hacía Celia.
Pero ahora habla en serio: —¿Puedes pedírmelo o te resulta imposible?' Pienso en ello, pero no estoy seguro de cómo hacerlo, así que le respondo: — Imposible.
*“Este extracto pertenece al manuscrito original que envié a mi agente y que corté (creo), antes de enviarlo a los editores. No me gusta mucho el símil del joyero pero sí que me gusta mucho Gabriel en esta parte”. Sally Green
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