Navidad en la jaula
Se supone que debo limpiar el gallinero. Pero a veces no quiero hacer lo que se supone que debo hacer, sean cuales sean las consecuencias. Así que aquí estoy viendo alimentarse las gallinas, sólo un minuto o dos, pensando... elaborando un nuevo plan. No me lo han dicho, pero he llegado a la conclusión por mí mismo de que siempre nos tocan mis evaluaciones mensuales el día veintiuno de cada mes, y eso fue hace cuatro días. También me he dado cuenta de que la única carne que hay en la despensa son salchichas, las mismas salchichas que hemos comido durante las últimas dos semanas. Así que mi nuevo plan es diferente. Al igual que con la mayoría de mis planes la posibilidad de éxito es mínima pero mirándole el lado positivo, ¿qué pasa si sale mal? La vida no puede empeorar mucho más. Agarro por las patas a la gallina más gorda, que bate sus alas furiosamente, pero se calma tan pronto como se queda boca abajo. Extiendo mi mano izquierda. —¿Qué estás haciendo? —pregunta Celia al doblar la esquina de la cabaña. Mi mano izquierda agarra el cuello y la cabeza calientes de la gallina y tira. —¡No, Nathan! —grita Celia, pero es demasiado tarde y ella lo sabe. Me imagino que ella usará su Don contra mí, que me pondrá de rodillas con su sonido mágico, pero en lugar de eso, da unos pasos hacia mí y yo me echo hacia atrás, poniéndome fuera de su alcance, o al menos eso espero. —No te he dicho que pudieras matarla —su voz es aún más tranquila que de costumbre, lo cual es señal de que está realmente furiosa y de que tengo que andarme con cuidado. Doy otro medio paso atrás, sosteniendo el pollo entre los dos, y digo:
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—Es Navidad, ¿no es cierto? —ella hace como si no me hubiera escuchado, como si esa información fuera demasiada peligrosa para mí, y continúo—: Así que, pensé que podríamos celeb… pensé en preparar pollo asado. Comemos pollo una vez al mes, el primer día de cada mes —también he llegado a esa conclusión—. Es entonces cuando normalmente mato, arranco y desplumo las entrañas de la gallina que Celia selecciona. —¿Qué te hace pensar que no he pedido un pavo? —pregunta. Ese es el tipo de bromas que le gusta a ella. Su voz está todavía muy tranquila. —No he visto ningún pavo en la despensa, pensé que debías haberte olvidado — y cuando llego a la “o” de “olvidado”, ella me da un fuerte puñetazo en la cara. Me tambaleo hacia un lado con sangre en la boca. ¡Mierda! Sin embargo no ha utilizado su sonido contra mí, lo cual es una buena señal. Sano mi rostro y me pongo derecho, el pollo todavía cuelga entre nosotros dos. Ella pregunta: —¿Es esta la gallina más grande, la más ponedora? —Sí, pero en cualquier caso, ahora está muerta. Así que también podría… Otro puñetazo, más duro y más rápido. Ni siquiera lo vi venir. Y otro más, y ya me ha puesto de rodillas. Su bota pisotea el suelo donde estaba mi rostro mientras yo me hago un ovillo y me alejo rodando. ¡Mierda! Su bota viene de nuevo hacia mí, y yo ruedo otra vez y me pongo en pie como ella me ha enseñado. Pero entonces su codo me alcanza la cara. Me tambaleo hacia atrás, pero al menos me las arreglo para mantenerme en pie. El pollo está en el suelo. —Tienes que ser más rápido —dice ella señalando al pollo y agrega—: Más te vale que sea el mejor pollo asado que haya probado jamás.
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Sano mi nariz sangrante y recojo el cadáver, tratando de no sonreír. ¡Sí! El plan ha funcionado, más o menos. ¡Pollo asado para la cena! —Termina de limpiar el gallinero primero. Y luego haz dos circuitos. Los exteriores. No contesto ni asiento ni digo “sí señora”, me pongo manos a la obra ahorcando el pollo y desplumándolo. Tiene un buen tamaño, así que debería ser una gran comida. Celia me mira en todo momento mientras preparo el pollo, mientras limpio la jaula, me cronometra las carreras y entonces, tan pronto como estoy de vuelta de la segunda, todavía inclinado con las manos sobre las rodillas y respirando con dificultad, ella dice: —Ahora hagamos un combate cuerpo a cuerpo. Si me ganas, dejaré que te comas la mitad del pollo. Giro la cabeza para mirarla. Puedo asegurar que no está en disposición de dejarme ganar, más bien va a asegurarse de no recibir ni siquiera un solo golpe. Me estiro y doblo mis hombros y cuello, preguntándome si esta vez podré vencerla. Le digo: —¿Así que si ganas tú, no como nada, y si gano yo, podré comerme la mitad del pollo? No me parece justo —entonces me detengo y me atrevo a añadir—. Y yo sé que tú adoras ser justa. —Sería justa si te rompiera el brazo derecho por no limpiar el gallinero cuando te lo dije la primera vez, y el izquierdo por matar a la mejor ponedora sin permiso — balancea los hombros, se coloca en posición de lucha y dice—: No te he castigado porque estamos en ese momento especial del año. —Paz y benevolencia para todos los hombres —murmuro, levantando los puños.
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Me las arreglo para asestarle un par de golpes, dos buenos puñetazos y una patada en el estómago que tiene que haberle dolido. Pero al final me toca pasar una Navidad vegetariana. Ni siquiera se me permite tomar ningún tipo de salsa, aunque tengo que prepararlo todo yo y verla darse un atracón. Ella enjuga sus gruesos labios limpios de grasa y dice: —Ha de alabarse lo que ha de alabarse, Nathan, era un buen pollo y estaba bien cocinado. Y parece que habrá suficiente carne para mañana. Para aquellos de nosotros que lo hayan merecido. Al oír ese comentario pierdo los estribos y lanzo la bandeja metálica del horno contra ella.
Todo esto significa que estoy en ayunas el día después de Navidad: la bandeja del horno alcanzó la nariz de Celia, de lo cual todavía me siento bastante orgulloso. Le tomó por sorpresa, y es algo difícil de lograr. Una pequeña victoria. Pero el precio que tengo que pagar es que no me permite salir de la jaula durante todo el día después de Navidad. Es un largo y frío día encadenado sin hacer nada más que pensar, y cuando llega la lluvia traída por un viento frío, sólo puedo protegerme de ella cubriéndome con las pieles de las ovejas en la esquina noroeste de mi jaula. Me he pasado el día recordando cosas de mi pasado: mi escuela, mi hogar y mi familia. La última Navidad, Abu cocinó un enorme pavo, conmigo y con Deborah y Arran ayudándola, y todas nuestras mejillas enrojecidas por el calor. Jessica no volvió a casa para las vacaciones, lo cual lo hizo aún más perfecto. Comimos mucho y nos divertimos, sonriendo sobre nuestros enormes estómagos, Arran burlándose de Deborah, yo burlándome de Arran, y Abu contando historias de Navidades pasadas. Y por último, Arran viendo una película antigua en la tele, su película favorita.
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Y aquí en mi jaula, me acurruco como si estuviera en el sofá, con el brazo de Arran sobre mí, con mis ojos cerrados mientras me voy quedando dormido, y mientras el tipo de la película está diciéndole al otro hombre lo maravillosa que es la vida. Y Arran se sabe todas las frases de memoria, recitándolas a medida que los actores las pronuncian: —Es extraño, ¿verdad? La vida de cada hombre toca muchas vidas, y cuando uno no está cerca deja un terrible agujero.
Sally Green
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