Las inscripciones del claustro de Roda: escritura y memoria

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LAS INSCRIPCIONES MEDIEVALES DEL CLAUSTRO DE RODA ESCRITURA Y MEMORIA* “Transcripción autorizada por el autor de la conferencia oral dictada en Graus en agosto 2019. Prohibida la reproducción total o parcial para cualquier uso sin permiso del autor”


En 2016, Garth Davis dirige la magnifica película, Lion, con grandes actores; una historia preciosa, unas imágenes espectaculares. Una película sobre la identidad, la de un niño indio adoptado por una familia neozelandés. Un niño que crece y que decide buscar de donde viene realmente. Una historia humana, bella y triste a la vez. Este niño, Saroo – León en indio – se pierde una noche en un tren y llega a Calcuta, muy lejos de su casa, donde nadie entiende su idioma, donde nadie entiende su nombre. Vive de orfanato en orfanato, con este nombre raro, original, extraño. Un nombre que es todo para el, el único vinculo con su hogar, pero un nombre que no dice nada a nadie. Al final de la película, el director revela que esta rareza, la del nombre, es la razón por la que nadie pudo mandar a Saroo a su casa antes, este nombre es la razón de su destierro. Calcuta queda a 9813 kilómetros de Roda de Isábena y Saroo nace mas o menos 900 años después de la consagración de la catedral aragonesa. Uno se podría preguntar que tiene que ver este primer apunte cinematográfico con el tema de la conferencia pronunciada una tarde de verano en Graus. Pues mucho, todo casi en realidad. El conjunto que proponemos estudiar ahora, el de las inscripciones de Roda de Isábena, tiene que ver con estas cuestiones centrales, antropológicas, de la identidad y de la memoria vinculadas al uso de nuestro nombre. Para empezar a acercarnos a la Edad Media, traigo un ejemplo muy conocido de este vínculo entre nombre e identidad. En su Vida de Carlomagno, redactada cerca de 836, Eginardo cuenta como el nombre del emperador fue borrándose poco a poco de una inscripción pintada en la capilla palatina de Aquisgrán, como si la manifestación escrita de la identidad del príncipe estuviera vinculada a la propia existencia física de Carlomagno; como si este existiera también a través de su nombre pintado en la pared. Por lo tanto, en la practica grafica medieval, en la cultura escrita de la Edad Media, existe una fuerza activa, una “vida” en la huella escrita del nombre – y es exactamente el caso en el claustro de Roda de Isábena. En 1967, Antonio Durán Gudiol publicó un artículo importante dedicado a “Las inscripciones medievales de la provincia de Huesca”. Se trata de un catalogo detallado de 269 textos epigráficos de esta provincia, grabados esencialmente en piedra. Empieza ese trabajo por una introducción sobre los aspectos técnicos de la realización de las inscripciones y los datos formales (tipo de escritura, de abreviaturas, de datación); la ultima parte propone una pequeña síntesis acerca de dos conjuntos importante de la provincia: la catedral de Jaca y el sitio precioso del claustro de Roda de Isábena. Antonio Durán Gudiol recoge en este conjunto 191 inscripciones localizadas mayoritariamente en el claustro. Cualquier visitante que hoy pasea por las galerías del claustro no deja de ser sorprendido por la presencia gráfica de estos textos esculpidos en los capiteles y los arcos. Llaman la atención el número y la calidad visual de las inscripciones que forman parte del paisaje monumental del claustro. Probablemente esta parte del complejo catedralicio de Roda sea el lugar románico con más inscripciones de Europa; o, por así decirlo, con mayor densidad epigráfica. Son pocos los sitios con los


que comparar la colección de inscripciones de Roda. El claustro de Saint-Bertrand, en el Pirineo francés; el de la catedral de Elne, en Cataluña; el conjunto epigráfico de Maguelonne, cerca de Montpellier; el claustro de Saint-André-le-Bas, en la cuidad de Vienne, en el Ródano; ninguno de estos sitios conocidos por su alta densidad epigráfica puede ser equiparado con Roda. Por eso, no deja de ser sorprendente la falta de interés de los estudiosos por ese claustro cuyas inscripciones podrían ser analizadas nuevamente. Antonio Durán Gudiol dio en 1967 todas las bases para tal análisis; la calidad de su trabajo, la precisión de los datos y la pertinencia de sus comentarios trazaron una vía cómoda para estudiar este conjunto. En esta conferencia me gustaría compartir unas de las observaciones que un grupo de epigrafistas (historiadores, historiadores del arte, especialistas de la documentación escrita o de las técnicas constructivas medievales) ha podido recoger a lo largo de numerosas sesiones de trabajo, centrándome especialmente en los vínculos entre escritura y memoria en la Edad Media a través del libro de piedra del claustro de Roda.

ALGUNOS ASPECTOS METODOLOGICOS Ninguna inscripción puede ser considerada como la copia exacta de un documento en pergamino o en papel. Escribir en la piedra, pintar caracteres en la madera o esculpir letras en objetos metálicos – todo eso pertenece a la epigrafía – resulta ser una práctica peculiar que implica conocimientos técnicos específicos (por lo menos cuanto se trata de una escritura formal) y sobre todo unos objetivos precisos en cuanto a la puesta en escena de lo escrito. Dicho esto, que es fundamental, no se trata de apartar las inscripciones de las demás producciones escritas de la Edad Media. Como los libros o los documentos, están sometidas a un proceso creativo (personal o institucional) que implica elecciones en los contenidos, en las formas y en la ubicación de los textos. Por lo tanto, una inscripción es un unicum: cada texto es distinto y distintivo de otro. Los parecidos formales no definen un “estilo” que se pueda atribuir definitivamente a un lapicida; el concepto de “mano” que se encuentra en el mundo manuscrito es prácticamente inaplicable al de las inscripciones, dado el proceso complejo de génesis de un texto epigráfico (proceso que, por cierto, desconocemos casi por completo). Con esas precauciones no intento ir en contra de las conclusiones de Antonio Durán Gudiol que identificó en su momento un lapicida único que realizó los textos más antiguos del claustro, el famoso “Maestro de Roda”, al emplear una misma escritura en numerosas inscripciones. Sabemos hoy que los escribas pueden tener simultáneamente dos o tres tipos de escritura; que cambian la forma de la letra en función del contenido del texto; que letras del mismo tipo se pueden encontrar en sitios muy alejados; que coinciden en un mismo conjunto gráfico tipos de letra muy distintos al mismo momento… Con esas precauciones se trata en cambio de llamar la atención sobre la necesidad de estudiar cada inscripción medieval primero como un objeto puro (con sus datos técnicos, su contenido, sus características internas y externas) antes de ponerla en relación


con otras inscripciones u otras producciones escritas. No se trata de cortar la inscripción de su contexto, sea este arquitectónico, iconográfico o cultural; se trata en cambio de pensar que el primer contexto de una inscripción es el contexto creado por la presencia gráfica misma. Al poner en escena letras en un claustro, se define un contexto peculiar – un claustro con inscripciones no es lo mismo que un claustro sin inscripciones.

LAS INSCRIPCIONES: CUESTIONES FORMALES Las inscripciones del claustro de Roda son por lo general cortas. Se componen de una media de 10 palabras – unos 45 signos esculpidos en elementos arquitectónicos de pilares, columnas, capiteles, sillería y arcos. Cada bloque de piedra está ocupado por un solo texto o por varios, en función del tamaño de la piedra y del texto; en pocas ocasiones, se ha utilizado dos sillares. Estos soportes forman parte de la construcción del claustro; con eso quiero decir que no se ha empleado bloques de piedra ajenos a la sillería – las inscripciones no son independientes del claustro; son por esencia parte del conjunto. En otros términos, se podría decir que el claustro está inscrito con textos epigráficos, no que contiene inscripciones. Creo que el matiz puede llegar a ser importante. Los lapicidas han utilizado el claustro como espacio de escritura sin que podamos decir si el claustro se construyo con este objetivo o no. Significa en cambio que la mayoría de las inscripciones ocupan hoy en día el lugar en las que fueron esculpidas a lo largo de los siglos XII-XIV; lo que hace de Roda un caso aparte en el panorama que hemos dibujado en la introducción, donde las inscripciones han sido desplazadas y recolocadas. La mayoría de los textos están inscritos dentro de un marco que puede llegar a ser decorado con motivos vegetales o geométricos. Estos marcos programan el espacio de escritura y, aun que la calidad estética de la realización varié de un texto a otro, se puede decir que la mise en page ha sido objeto de especial atención en el claustro de Roda. Los lapicidas han trazado reglones y márgenes para colocar las letras de forma harmoniosa. Se ha cuidado la disposición del texto, a veces a base de esquemas complejos, dividiendo el soporte en varias casillas y el texto en varios segmentos escritos. Estos datos muestran que los lapicidas de Roda tenían práctica de la escritura epigráfica; sabían cuidar la ordinatio y utilizar los medios técnicos adecuados para lograr un efecto visual satisfactorio. Los dispositivos son propios de las inscripciones y no se puede vincularlos al mundo manuscrito – es el caso de la mayoría de los documentos epigráficos medievales. La misma calidad se encuentra en las letras de las inscripciones de Roda. No se trata de un mismo tipo paleográfico en todos los epígrafes, es evidente. Antonio Durán Gudiol distingue la “letra mayúscula gótica del maestro de Roda” (que este data gracias a los datos del libro necrológico de los años 12401250), la “letra mayúscula gótica de la segunda mitad del siglo XIII”, una “letra mayúscula gótica del siglo XIV”, la “letra mayúscula gótica del siglo XIV”, y – más sorprendentemente – una “letra mayúscula gótica contemporánea de la fecha” para inscripciones datadas a finales del siglo XIII. Las


variaciones en estos tipos afectan el proceso de estrechamiento del modulo de las letras y el cierre de las formas redondas – una escritura que se hace cada vez mas “gótica” a medida que se acerca el siglo XV. La letra empleada en las inscripciones que recogen la memoria de los personajes más antiguos del cabildo catedralicio presenta peculiaridades que permite asociarlas a un mismo lapicida según Antonio Durán Gudiol; a un mismo momento o a una misma ambición de conmemoración, diría yo. O, en otros términos, con el uso de esta letra se llevó a cabo un programa funerario en el claustro; se unen, en una proximidad formal, un grupo – una red – de difuntos, de un arco a otro, alrededor del claustro (es muy importante tener en cuenta el funcionamiento reticular de lo escrito y de lo visual en la Edad Media – las cosas que se ven en conjunto se piensan en conjunto). Dibujan estas inscripciones un espacio original que se superpone al del claustro; un lugar de conmemoración donde habitan los muertos a través de la presencia gráfica de su nombre. Sigamos con la descripción de los textos. La calidad de la paleografía se nota también en el uso muy frecuente de nexos et juegos de las letras que se tuercen y se encajan dentro de otras, poniendo así a prueba los límites de la dimensión plástica de la escritura medieval, como se observa en el mundo manuscrito. Ciertas letras han sido decoradas con elementos florales o puntos (perlas). A partir de finales del siglo XIII, se puede decir que la escritura de Roda se anima, se mueve, vibra – una grafía dinámica, viva. Se emplearon muchos signos de puntuación para separar palabras o grupos de palabras, conforme a la evolución general de este sistema en las inscripciones medievales; en Roda hay que señalar la diversidad de tales signos: puntos, triángulos, círculos, curvas… Del mismo modo se trazaron para las abreviaturas muchos signos distintos: tildes, apóstrofes, líneas rectas cortando los astiles de las letras. Esas características de la escritura de las inscripciones de Roda contribuyen 1) a la calidad general de los epígrafes, harmoniosos, equilibrados y dinámicos; 2) a la decoración del claustro gracias a la presencia de las letras; 3) a la densidad de esta presencia, con textos cortos pero llenos de abreviaciones, puntuación y juegos de letra; 4) a la creación de un espacio unitario, orgánico, unido gracias a la omnipresencia de la escritura. El hecho de que, a pesar del tiempo y de las sucesivas operaciones de inscripción, se haya conservado las formas de los textos y los rasgos generales de la escritura, hace que se pueda hablar en el caso de Roda de un programa epigráfico basado sobre la tradición, la coherencia y la puesta en escena de la memoria a través de lo escrito. Por lo tanto, hay que suponer la existencia de una intención previa, de un objetivo de conmemoración. Las inscripciones son un testimonio de tal voluntad de unir y reunir a los difuntos gracias a la presencia de su nombre en el claustro.


LAS INSCRIPCIONES: EL CONTENIDO Todas las inscripciones de Roda de Isábena son textos funerarios. Dan a conocer la fecha de la muerte de un personaje cuyo nombre y función aparecen en la inscripción. Por lo tanto, se trata de textos obituarios o necrológicos. No tienen relación directa o material con la sepultura o el lugar de enterramiento, y no deberían por esa razón ser denominados “epitafios”. La inmensa mayoría de las inscripciones se componen de estos elementos: 1) la fecha según el calendario litúrgico, sin indicación del año; 2) el verbo obiit; 3) el nombre del difunto; 4) unas indicaciones en cuanto a su procedencia, sobre todo si no formaba parte de la comunidad de Roda; 5) la función o el oficio del difunto. En algunos casos la inscripción empieza o acaba con la fecha del año introducida por la expresión Anno Domini. Un formulario sencillo pues, que permanece a lo largo de los siglos XIII-XIV. Es el formulario que se usa en la mayoría de los conjuntos obituarios contemporáneos en Europa. De éste se pueden deducir dos hechos. Primero: al hacer hincapié en la fecha de la muerte y no en el lugar de enterramiento, los promotores del programa epigráfico de Roda no han querido trasformar el claustro en un espacio para tumbas sino en un lugar de memoria, independientemente de la presencia de los cuerpos de los difuntos. Segundo: el formulario de las inscripciones tiene relación directa con lo que se suele encontrar en los libros necrológicos que recogen los nombres de los difuntos por los que una comunidad tenía que rezar en el día de su muerte. Llevado al altar durante la misa y el oficio, el libro, abierto o cerrado, esta mencionado por el sacerdote durante el Memento, después de la consagración. Este libro está organizado según el calendario litúrgico; después de la fecha se lee la palabra obiit seguida por el nombre de los difuntos que han fallecido aquel día. Antonio Duran Gudiol llamo la atención sobre las similitudes del conjunto aragonés con el libro necrológico de Roda conocido a través de su copia en el obituario de la catedral de Pamplona. Dice el autor que lo que se puede ver en el claustro de Roda es una “versión epigráfica” de este libro, por lo menos por las inscripciones que corresponden a la primera fase de escritura por el “Maestro de Roda”. La idea es muy sugestiva y se debe tener en cuenta no solo en Roda sino también cada vez que nos encontramos con este tipo de inscripciones, aunque siempre se hace complicada la demostración de tal hipótesis. Señalemos una diferencia fundamental entre los dos documentos: el libro está organizado según el año litúrgico; las inscripciones fueron gravados sin orden o lógica que se pueda apreciar. Otra diferencia, el año de la muerte no se escribe nunca en el libro necrológico y lo encontramos en las inscripciones de la mano del “Maestro de Roda”. No obstante, el claustro se puede de facto considerar como un obituario lapidario si admitimos que esta vinculación no implica manifestaciones litúrgicas codificadas, como es el caso con la lectura del libro durante la misa. Como el obituario, los muros guardan la memoria de los difuntos por los que la comunidad catedralicia tiene que rezar de forma permanente. Esta puesta en escena de la memoria no supone lectura efectiva para ser eficaz; de hecho, versiones del siglo XIII del ritual sustituyen la pronunciación de los nombres de los difuntos por la


frase siguiente: “Acuérdate de tus hijos difuntos cuyo nombre está inscrito en el libro puesto sobre el altar”. El contacto de lo escrito con el lugar de la conmemoración del sacrificio hace que la memoria y la oración por los difuntos sean activas. Seguramente se puede decir lo mismo de los nombres escritos en el claustro. La ubicación de los difuntos en el seno de la catedral gracias a la inscripción de su nombre garantiza el recuerdo y la salvación del alma. ¿Quiénes son los difuntos nombrados en las inscripciones de Roda? Los textos permiten saber que son principalmente los miembros del cabildo: canónigos, sacerdotes, diáconos y las demás categorías eclesiásticas (obispos, capellanes, religiosos). También encontramos a laicos, caballeros y oficiales, miembros de la comunidad espiritual de Roda (las inscripciones les llaman amicus). Las indicaciones geográficas y el contenido del obituario de Pamplona muestran que el grupo así formado pertenece a los entornos cercanos de la sede de Roda. Fueron incluidos en la comunidad espiritual por su pertenencia al grupo catedralicio o por las donaciones que hicieron para garantizar la celebración de su memoria en el contexto litúrgico, el anniversarium. Son escasas en Roda las expresiones que señalan aquella donación (son casi sistemáticas en el claustro de San Andrés en Vienne, por ejemplo); solo tres inscripciones recuerdan este hecho, la más detallada redacta en memoria de Berengarius en 1324 y que da todos los detalles de la donación y de las celebraciones que hacer en cambio. Se concluye esta inscripción por la formula cujus anima requiescat in pace, recurrente en los textos funerarios de siglo XII y XIII, pero poco utilizada en Roda. Estos detalles aparte, las inscripciones de Roda siguen el mismo formulario empleado en el obituario. La conexión de los epígrafes con el documento manuscrito se encontraría pues más en la posibilidad de conocer a los difuntos, gracias a varios tipos de documentos, que en la similitud de los usos de lo escrito en la conmemoración de los difuntos. Resulta en efecto imposible conocer a las personas citadas en las inscripciones a través lo que éstas nos enseñan. A diferencia de algunos epitafios contemporáneos, los textos de Roda no proponen un retrato del difunto, sino que se limitan a dar su nombre. Sigue siendo válida la oración, aunque los paseantes del claustro no conozcan más que el nombre del difunto. Por otro lado, la forma muy corta de los epígrafes confirma que la escritura epigráfica no sustituye la memoria, oral o escrita, que da a conocer quiénes fueron los difuntos nombrados en las inscripciones. Este tipo de escritura sirve para otra cosa: hacer que estas personas existan a través de su nombre y de la oración que provoca en el contexto catedralicio, lugar de su conmemoración y posibilidad de su salvación. He aquí la principal fuerza de la escritura epigráfica: fijar lo escrito en un espacio determinado; crear un vínculo visual y físico entre un hecho grafico y un lugar, y, por último, elaborar condiciones favorables y activas de lectura. Leer una inscripción supone un hic et nunc lleno de sentido a la hora de interpretar el mensaje del epígrafe. En el claustro, lugar de meditación, de oración, y también de encuentro y de reunión de la comunidad, los nombres de los difuntos se juntan y se asocian a las actividades de los vivos. Los muertos, cuyo nombre está inciso en los arcos y las columnas, son más que nunca las piedras vivas de la primera carta de san Pedro.


ESCRIBIR EN EL CLAUSTRO Si tuviéramos que hacer un estudio cuantitativo en cuanto a la ubicación de las inscripciones medievales (sea cual sea la función o el contenido de éstas) en los edificios y complejos de culto de la Edad Media, el claustro vendría justo después de la iglesia propiamente dicha. Se puede explicar tal repartición por las numerosas sepulturas que suelen estar en el claustro; lugar de meditación y de reunión de la comunidad, el claustro es también un lugar de enterramiento privilegiado que beneficia de las oraciones de los canónigos. Incluso cuando no se encuentran formas monumentales de la sepultura, como es el caso en Roda, los claustros, especialmente en el mundo monástico, y más aun en el ámbito cluniacense, acogen la mayoría de las ceremonias diarias o anuales de la memoria de la comunidad de vivos y muertos (en Cluny, el oficio celebrado en la sala capitular – contigua al claustro – es el momento de la lectura del obituario). Otro motivo para escribir en el claustro, las imágenes esculpidas o pintadas presentan con frecuencia inscripciones identificando o comentado lo representado. El claustro de Moissac obviamente es caricaturesco de tal fenómeno: 74 de los 82 capiteles llevan epígrafes en uno o más de sus caras. El claustro de la catedral de Pamplona es otro ejemplo de esta ocupación grafica: las portadas, los sepulcros, las claves de las bóvedas, los muros presentan numerosas inscripciones al lado de las imágenes. La documentación europea muestra que se trata de un fenómeno constante a lo largo de la Edad Media. Eso no significa que todos los claustros sean lugares escritos, es evidente, y que todos lo sean con la densidad grafica del claustro de Roda. Los claustros refuerzan a través de la presencia de la escritura epigráfica su dimensión simbólica en los conjuntos a los que pertenecen. Se ha ido demostrando a lo largo del último cuarto del siglo XX que el espacio cuadrado del claustro une los edificios monásticos y catedralicios en un conjunto orgánico, y reúne la comunidad ambulante. Imagen en piedra de la vida cenobítica, el claustro es el punto focal del monasterio, conciliando los pasos y las pausas, la voz y el silencio, la soledad y la compañía, la meditación y la enseñanza. ¿Dicho esto, se puede pensar en un espacio más idóneo para escribir y leer? ¿Para celebrar la memoria de la comunidad? La escritura epigráfica concibe el trasfondo de la materia no solo como un “soporte”. La piedra no “soporta” la letra; el surco y la incisión entran en la materia para dar vida al texto. Una inscripción es una escritura encarnada, una “súper-escritura”, que adquiere realidad y profundidad. El texto no está copiado en el claustro, sino que está en el claustro. El epígrafe y su contenido forman parte de la construcción. El claustro es el telón de fondo de la comunidad en el que se proyecta gracias a la escritura lo que ésta quiere mostrar o poner en escena de sí misma. No se trata de una imagen fijada o inmutable; se puede cambiar, ampliar, modificar, reducir, poner al día, cancelar… Es lo que ocurrió en el claustro de Roda donde se añadieron nombres a lo largo de los siglos XIII y XIV, hasta principios del siglo XV. Tal continuidad no significa que la realización de los epígrafes fue lineal u homogénea; si confiamos en la identificación de escrituras distintivas, se puede identificar ritmos y momentos de


especial actividad gráfica. Antonio Durán Gudiol sitúa el primer momento durante los años 12401250, de la mano del llamado “maestro de Roda”. Éste copiaría en el claustro noticias necrológicas del obituario que se refieren a difuntos muertos entre 1194 y 1242, lo que responde a la ambición de establecer el claustro de Roda como lugar de memoria de la comunidad; y más ampliamente, de establecer la sede rotense como lugar de memoria de la diócesis, si suponemos – siguiendo a Antonio Durán Gudiol – que la mano que realizó los epígrafes del obituario es la misma que realizó la lapida de los obispos en la catedral. Esta inscripción da a conocer el lugar de enterramiento de siete obispos y afirma: “Estos cuerpos de los pontífices, cuyos nombres están escritos, reposan ciertamente en lugar sagrado”. Reuniendo claustro e iglesia, la letra empleada por el “Maestro de Roda” reúne también los antiguos obispos con su comunidad catedralicia. Esta puesta en escena de la memoria funeraria establece visualmente una continuidad que los acontecimientos históricos y constructivos podrían haber hecho desaparecer. Los epígrafes realizados a partir de la segunda mitad del siglo XIII no presentan la misma letra. Serían una puesta al día lapidaria del obituario mandado a la catedral de Pamplona, según Antonio Durán Gudiol. Las inscripciones que llevan fecha permiten ver que se realizaron con una letra actualizada, que “corresponde a la fecha”, sin seguir las formas empleadas por el “Maestro de Roda”. Se dibujan por lo tanto grupos distintos en función de las épocas, pero que siguen compartiendo una relación orgánica con el claustro y su comunidad. ¿Han sido estos epígrafes esculpidos una a una, día a día, o en distintas fases? Las letras no son lo suficientemente distintivas para asegurarlo, pero lo que se puede saber de otros ejemplos europeos de obituarios epigráficos sugiere que la actualización de la lista de los difuntos se produce por fase, en los momentos en los que la comunidad afirma o refuerza su memoria por motivos propios o por circunstancias ajenas. Podría ser el caso en Roda de Isábena, pero el análisis de la escritura empleada presenta serias dificultades, sobre todo después de haber leído el estudio de Antonio Duran Gudiol. Parece imposible desenredar los argumentos de datación establecidos a escala de la provincia de Huesca, con centros de producción muy activos como la catedral de Jaca y el monasterio de san Juan de Peña. Por norma general, la escritura de Roda no se puede comparar con otros epígrafes contemporáneos; la letra empleada es original en su morfología y en su módulo. Los trazos son mucho más angulosos y el surco profundo y preciso. De hecho, Antonio Duran Gudiol propuso un cuadro paleográfico único – el único método conocido hasta ahora para comparar la paleografía de las inscripciones –para todos los epígrafes del siglo XIII cuando distingue en realidad varios momentos en este mismo siglo. Del mismo modo es casi imposible seguir su argumentación para establecer la datación de las dos partes del epígrafe de los obispos en la catedral, sabiendo que la parte que lleva la fecha no está escrita con la letra del “Maestro de Roda”, la única que se puede datar con cierta seguridad.


CONCLUSIÓN Afortunadamente, las inscripciones de Roda de Isábena no son solo cuestiones de paleografía. Son el reflejo material de una práctica original de la escritura y de su papel en la conmemoración de los difuntos y la institución de una comunidad. Son la prueba de la difusión amplia de la escritura y de la lectura en el mundo medieval, lejos de los prejuicios en cuanto a una Edad Media analfabeta. Por otro lado, son el signo de que lectura y escritura no tienen que ser analizados a través de conceptos contemporáneos si uno desea percibir lo que fueron social e intelectualmente durante los siglos medievales. Son una demostración de la dimensión activa y eficaz de la letra, una forma capaz de hacer que el contenido del lenguaje exista y actué. El estudio fundamental de Antonio Durán Gudiol tuvo el enorme mérito de llamar la atención sobre el conjunto epigráfico de Roda que, en los años siguientes, ha quedado en la sombra de las grandes inscripciones de Jaca, de Santa Cruz de las Seros o de San Juan de la Peña. No cabe duda de que hay que retomar este análisis con otras preguntas y otros métodos que permitirán entender las elecciones graficas que se hicieron a mediados del siglo XIII. Estas prácticas van mas lejos aun y las cuestiones del vinculo entre el nombre, su puesta en escena, su materialidad y la memoria son actuales, muy actuales. En el hecho de trazar, de leer un nombre existe un pequeño compartir de su existencia y de su identidad. Los muertos de Roda permanecen en las inscripciones, la comunidad esta presente, siete siglos después de la desaparición de la vida comunitaria en el claustro. Unos signos en la piedra a favor de una historia larga. Una memoria petrificada y viva a la vez. Manifiestan estas piedras la vitalidad de la comunidad y la riqueza de la historia de las montanas aragonesas y espero que estas pinceladas los animen a visitar a la comunidad de Roda tal como la recuerdan las inscripciones de su claustro.

Vincent Debiais Anthropologie historique du long Moyen Âge Centre de recherches historiques École des hautes études en sciences sociales, Paris

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*Los primeros resultados aquí presentados son el producto de varias sesiones de labor de campo realizadas en equipo en Roda a lo largo de los dos últimos años con Estelle Ingrand-Varenne (CNRS, CESCM-Poitiers), Thierry Grégor (CESCM-Poitiers), Anne Rauner (Université de Strasbourg), Morgane Uberti (Ausonius, Université Bordeaux Montaigne) y Marie Fontaine-Gastan (Université Paris I). Queremos expresar aquí nuestra gratitud infinita a nuestros amigos de Roda, Pedro y Luis, don Aurelio y a todas las personas que nos facilitan la vida allí en el monte, con cariño y disponibilidad.


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