Elena Odriozola Ilustrar es para mí una forma de ver y entender las cosas, de explicar lo que siento. Y de hacerlo de acuerdo a unas determinadas reglas que yo misma me impongo y soy incapaz de abolir. También incluyen obsesiones que tienen que ver con mi forma de ser, aunque esto me ha llevado un tiempo descubrirlo. Aunque seamos justos, las reglas también me ayudan a contar lo que me sugiere el texto. Lo que más me cuesta es, justamente, empezar un trabajo. Una vez leído el texto, lo pienso, lo repienso, lo analizo… y lo dejo estar. Después de un tiempo, que a veces es enseguida y otras se hace de rogar, por fin “aparece”. Sé lo que tengo que hacer. Aunque pueda parecer que ese ‘sé lo que tengo que hacer’ es consecuencia de un proceso mental, la respuesta siempre es visceral. Por lo menos esa es mi sensación, es algo “de tripas”. Es más, creo que sólo me doy cuenta del significado de una ilustración mía una vez que ésta ha sido hecha, o porque alguien me lo comenta. Siempre veo a posteriori lo que se podría mejorar. Y, por supuesto, todo es mejorable. De todas formas estoy convencida de que si te dejas llevar y tienes confianza en lo que estás haciendo el trabajo sale bien. Mi dificultad en explicar el porqué de mi trabajo tiene que ver con que, realmente, no siento la necesidad de hacerlo, y eso que soy una persona que necesita muchas cosas para trabajar. Todas salen de forma inconsciente, pero están ahí. Para que se hagan una idea, voy a enumerar unas cuantas: Primera. Necesito trabajar sobre papel. No con ordenador (Aunque también me gusta hacer instalaciones, pintar murales e incluso me gustan las tijeras y el cutter). Segunda. Necesito que el papel sea blanco, pero ni blanco nuclear ni con exceso de amarillo. Me gusta las cosas limpias pero no las asépticas.
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Tercera. Necesito representar sentimientos, emociones… y pienso que la mejor forma de hacerlo es a través de las personas. O también árboles, pájaros… Casi todo lo demás para mí es accesorio. Puede estar o no. Cuarta. Necesito que mis personajes sean o muy grandes o muy pequeños, siento que así tienen más fuerza. No me gusta el término medio. Quinta. Necesito que el tamaño del personaje se mantenga durante toda la historia. Además de que me da una estructura, también le da continuidad y unidad a la narración. Sexta. Necesito cortarlos, casi siempre por la parte inferior. Así son estables y no se caen. Esa estabilidad me da seguridad. Es curioso, cuando les hago pies estos son muy pequeños, pero aun así se mantienen firmes en pie. Séptima. Necesito que los cuellos sean largos y sobre todo anchos, que sujeten bien la cabeza. Sólidos. Puedo hacer personajes que no tengan cuello, porque así también tienen estabilidad y fuerza. Esto no siempre ha sido así, al principio los hacía muy delgados, pero se han ido ensanchando con el tiempo. A mucha gente le llama la atención mis cuellos, espero que este proceso haya terminado, ya no puede ir a más. Octava. Necesito que mis personajes sean mujeres. Bueno, no sé si es una necesidad, pero si el personaje no está definido casi siempre lo hago femenino. Es lo que soy y por lo tanto lo más cercano, lo que conozco. También tendrá que ver que en mi familia las mujeres seamos mayoría casi absoluta. Novena. Necesito que los volúmenes sean redondeados, me resultan confortables y no pinchan. Si me piden diseñar un libro, casi siempre trato de colarles los bordes redondeados. Aunque los reacios editores pocas veces lo acepten, yo sigo intentándolo. Me pregunto por qué no les gustará, pues cuando miro a mi alrededor, en mi casa y en mi vida, aparte de las puertas, ventanas y alguna cosa más, predominan los ángulos redondeados. Ellos son más acogedores, cálidos y cercanos que los punzantes ángulos rectos.
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Décima. Necesito definir el trazo, que todo esté en su sitio. No salirme de la raya. Me gustaría que esto no fuera así, pero lo es. Claro que mis bocetos son algo más sueltos, pero al pasarlos a limpio… Decimoprimera. Necesito utilizar los mínimos elementos. La mayoría de las veces me bastaría con un solo personaje sobre fondo blanco. Soy incapaz de hacer multitudes. Me cuesta muchísimo hacer dibujos sobrecargados, porque mi tendencia es eliminar, ir a menos. Este principio está en mi trabajo y no en mi vida. La carencia de decoración de una ilustración mía no se corresponde con mi casa. En ella hay muchos objetos. Pensando sobre esto me doy cuenta de que todos estos objetos significan algo para mí. De la misma manera, sólo incluyo alguna cosa en una de mis ilustraciones si ésta representa algo. Muy pocas veces añado cosas por una función únicamente decorativa. Decimosegunda. Necesito que la imagen y el texto sean un todo. Siempre que el diseño del libro me lo permite, la caja de texto es un elemento más de la ilustración. Decimotercera. Necesito hacer la ilustración a tamaño real: al mismo tamaño que va a salir editado. Los carteles algunas veces son una excepción. Decimocuarta. Necesito que la imagen continúe de una página a otra. Es por la misma razón que mantengo el tamaño del personaje. Decimoquinta. Necesito que la imagen sea frontal. Muy pocas veces utilizo la perspectiva. Creo que es porque a mi entender esto complica la imagen. Soy demasiado perfeccionista, muy a mi pesar, y si me pongo a hacer una perspectiva tiendo a que sea real y me complico la vida… para nada. Decimosexta. Necesito que la acción principal suceda fuera de la página. Mi punto de vista es la del observador: espero que las cosas sucedan. La mayoría de mis personajes no son activos y muchos están sentados, me
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gusta sentarlos. Incluidos los pájaros, casi ninguno vuela. La estabilidad una vez más. Decimoséptima. Y por último, necesito que los cambios vengan solos. Y estos son algunos cambios que han venido solos. 1. Desde el principio, y durante mucho tiempo, sólo he utilizado la acuarela, algo de acrílico, y tinta sepia. Luego fui comprando otras tintas chinas, y usándolas más y más… para cuando me di cuenta la caja de acuarelas estaba cerrada. Entonces empecé a utilizar algún color acrílico más… y ya han superado en su número a las tintas, que ya casi no utilizo. Y últimamente he hecho alguna ilustración en la que no utilizo ni acrílicos, he creado la imagen mediante la sombra que produce la superposición de capas de papel blanco crean. 2. Otro cambio que también ha venido solo ha sido el paso del pincel al dedo, y, entre uno y otro, las estampaciones (para vestidos, hojas… utilizando papeles y objetos con relieve). Empecé haciendo a dedo algunas hojas de árboles, algunas plumas… y para cuando me di cuenta lo estaba haciendo casi todo a dedo, mediante reserva en papel vegetal. Para los interesados: el método es muy sencillo, paso a papel vegetal la zona que quiero colorear, la pongo sobre el papel y la relleno a dedo (previo untado de dedo en el color). 3. El último cambio que ha venido solo tiene que ver con el tipo de papel que uso. Usé durante mucho tiempo papel de acuarela. Luego otros tipos de papel: Bristol (papel liso y grueso, tipo cartulina), papel de boceto (con acuarela y acrílicos), un cuaderno antiguo de mi padre que ya tenía las hojas amarillentas… hasta que pasé a utilizar uno que se llama sumi-‐e (japonés). A éste le estoy siendo bastante fiel. Es un papel fantástico, muy delicado. La tinta se corre mucho, pero yo lo utilizo sobre
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todo con acrílico, y últimamente también con rotulador pentel. Alguien dirá que no es el papel ideal para eso, pero a mí me gusta mucho cómo queda. Es una explicación un poco abstracta: el resultado me resulta cálido. Pero… el papel se ondula bastante. Supongo que el de la imprenta se acordará de toda mi familia cuando lo tenga que escanear, porque no lo he dicho, soy una inútil tecnológica y casi siempre mando el dibujo original. Ah, se me olvidaba, hay otras dos cosas que necesito hacer. Decimoctava. Necesito, mucho, disfrutar del trabajo. Decimonovena. Necesito no tener tantas necesidades. He nombrado 19 necesidades (o normas), pero estoy segura de que si le dedicara más tiempo a pensarlo la lista se engrosaría con unas cuantas más. No me planteé que éstas existían hasta que hace algún tiempo tuve que hacer una reflexión sobre mi trabajo. Algún día me dedicaré a revisar la lista y espero llevarme una grata sorpresa al comprobar que ya no soy esclava de algunas de ellas... o no tan grata al ver que he añadido alguna más. Qué más da, de todas formas son estas normas las que hacen que, para bien o para mal, mi trabajo sea como es.
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