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PROCESOS DE TRABAJO. La libertad en el proceso creativo. Javier Zabala

MESTIZAJE En el ámbito del álbum ilustrado, los mundos gráficos se han mezclado mucho en estos últimos años. Hemos incorporado infinidad de lenguajes y propuestas gráficas de otras disciplinas, creando soluciones mestizas, nuevas, hemos ido más allá de las barreras existentes en cada momento, hemos evolucionado mucho. Pero muchas veces un proceso que a priori debería de ser natural y sumamente enriquecedor no se desarrolla de una manera fácil. Nos encontramos con muros que bloquean el camino. Desde mi punto de vista, la tarea más importante de un artista es sortearlos e ir más allá. Así, uno de los problemas con el que siempre se habrá de enfrentar un creador en algún momento del proceso es ser capaz de conquistar las necesarias cotas de libertad para conseguir transmitir o incorporar lo que cree que debe aparecer en su trabajo, sin más censuras que las que su lógica personal imponga. Estas barreras, pueden deberse a infinidad de factores. Muchas veces nos topamos con arquetipos, clichés, las perennes etiquetas previas y prejuicios sobre lo que debe ser o lo que no es posible, por parte de algunos editores, que obviamente tienen un punto de vista más comercial sobre el libro del que tú mismo tienes. Después, todavía encontraremos a maestros, bibliotecarios, madres, padres, abuelas… etc. En definitiva, el niño, al que está dirigido el libro, rara vez elige. Yo personalmente, en mi vida profesional, me he topado con tabús de los más diversos tipos: un color prohibido, un estilo demasiado atrevido que todavía no está testado en el mercado… Según vas avanzando y pudiendo elegir mejor tus compañeros de viaje y a la vez ganando su confianza, las trabas a la libertad creativa van difuminándose y desaparecen gradualmente. Pero si algo siempre he tenido claro, es que


para que esto suceda uno tiene que ocuparse de ello desde el principio y nunca bajar la guardia. Tener libertad para crear es algo que nos debería influir, y mucho, a la hora de aceptar un trabajo. Más importante, quizás, que elegir un buen texto con el cual tengas sintonía, una gama de colores, un estilo. De ello depende tu evolución personal y la evolución gráfica y narrativa del género, la posibilidad de contribuir entre todos a que en el mercado existan el mayor número de propuestas de calidad, que más allá de los clichés al uso, den al lector las máximas posibilidades de elección. Cuando uno analiza lo que sucedía hace diez años en la ilustración internacional, no puede evitar las comparaciones con nuestros días. Hemos avanzado, sin duda, aportando nuevas soluciones gráficas y narrativas, hemos sorteado reglas no escritas, y esto lo han hecho personas valientes que han defendido cada día sus posiciones, a veces muy complicadas. También los análisis y las a menudo excesivas deconstrucciones de los estudiosos del libro ilustrado son frecuentemente demasiado teóricas, académicas o ancladas en supuestos y reglas que, si bien ayudaron en su día a definir lo que hoy llamamos libro álbum, no pueden perpetuarse en el tiempo y deben poder superarse. Conozco muchas reglas no escritas para el libro álbum, pero se han desarrollado solo y exclusivamente para ayudar a los creadores en su proceso, para no perder el rumbo. Pero esto, desde mi punto de vista, no quiere decir que todos los álbumes ilustrados deban responder a esas reglas. Las reglas hay que conocerlas y después olvidarlas en cualquier tipo de arte y, por supuesto, también en un medio en constante evolución como es el libro ilustrado. Uno de los primeros libros de gran formato en los que yo sentí total libertad creativa fue Santiago, con texto de Federico García Lorca. Sin el problema de la falta de libertad, todavía un ilustrador se enfrentará a innumerables retos y decisiones, que son las que conforman la parte más apasionante de nuestro trabajo.


Conseguir la tensión entre todos los elementos del libro es una tarea que yo suelo hacer de forma bastante intuitiva. Sólo después de acabarlo, me siento con capacidad para analizar lo que ha sucedido. A continuación, intentaré explicaros la construcción de uno de mis libros. EL PROCESO CREATIVO. El día a día. Santiago En este libro, decía, la libertad nunca se me negó. No tuve ese problema. La complicidad con el editor fue total desde el primer momento. Un libro debe ser siempre un trabajo en equipo y si esto ocurre, el resultado final suele agradecerlo. Lorca en España es “nuestro poeta” y Santiago un símbolo muy arraigado, con muchas referencias iconográficas que pertenecen ya al subconsciente colectivo. Existen incluso códigos de color que se asocian con la representación de Santiago desde siempre, el blanco. ¿De qué color es el caballo blanco de Santiago? Se pregunta a los niños españoles en broma. Me parecía demasiado fácil caer en “lugares comunes” y estereotipos. Todo esto tenía en la cabeza antes de empezar. ¿Cómo pasar del lenguaje literario al gráfico sin desvirtuar el primero y aportando cosas que lo enriquezcan, que hagan el papel de los bajos en la música, que sean aportaciones importantes pero que no se impongan…? Esta es siempre la cuestión. De todos los libros en los que he trabajado, creo que Santiago es del que tengo más claro el proceso. Recuerdo que me resultó difícil al principio encontrar un punto de encuentro


con Lorca desde donde empezar a trabajar. Ese lugar necesario en todos los proyectos donde yo me sintiese a gusto, con la capacidad para poder expresar mi mundo emocional. En otras palabras, encontrar ese espacio en el que los dos nos sintiéramos cómodos. Trabajar con la poesía es un reto distinto. Personalmente me siento muy a gusto en este tipo de proyectos porque te permiten mucha libertad y porque la intuición y la sugerencia son, creo, cualidades cercanas a mi trabajo y también una de las mejores maneras de afrontar un texto poético. Pero insisto, sin un lugar común donde el ilustrador pueda expresarse sin traicionar el espíritu del escritor, no creo posible hacer un trabajo sincero.

En mi primer acercamiento serio a la representación gráfica de Santiago me fui a la Granada de Lorca, la tierra donde el poeta nació. Quizás allí estaría la clave. Pero descubrí que Granada y León (lugar de mi infancia) comparten pocas cosas


estéticamente hablando, aunque sean del mismo país, y todo lo que conseguí fueron resultados cercanos al cliché. Personajes muy visitados ya por la cultura popular del Sur. No insistí mucho. En mi segundo intento me acerqué al mundo intelectual de Lorca. Aún teniendo en cuenta que este poema corresponde a la etapa juvenil del poeta y no creo que represente suficientemente lo que llegó a ser más adelante, yo quería entonces recoger la imagen más madura de Lorca. Visité emocionalmente la Residencia de Estudiantes de Madrid, donde Lorca estudió compartiendo habitación con Dalí, juergas con Buñuel y tantos otros intelectuales y artistas de la época. Revisé una gran cantidad de dibujos de nuestro autor pero al final, tampoco encontré una conexión suficiente. Solo rescaté de esta aventura un dibujo de una pequeña luna, bellísima, realizada por el propio Lorca que incorporé en una versión personal en las últimas páginas del libro.

Finalmente, solo en mi tercera y definitiva búsqueda conseguí encontrar un paisaje común. Como tantas veces sucede, la solución estaba delante de mis ojos y tan a la vista que no fui


capaz de verla hasta el final del largo proceso de búsqueda que os he narrado. El encuentro final con el texto no estaba ya tan relacionado con la figura y vivencias del poeta, ni siquiera con el apóstol, sino con el propio Camino de Santiago, escenario donde se desarrollaría toda la historia. Ahora esta elección me parece natural y lógica, incluso fácil, y sobre todo muy cercana a mi mundo. Yo nací en una ciudad en la mitad de ese Camino de las Estrellas. Sólo el nombre, Campus Stellae, Campo de Estrellas, me ha sugerido siempre tanto. Nací, además, en una de las calles que forman parte del Camino cuando atraviesa la ciudad, y viví en esa misma calle durante mi adolescencia. Desde entonces, he visto continuamente pasar peregrinos, como los del poema, hacia Santiago de Compostela.

Después, hace ya muchos años, de una manera casi instintiva, yo mismo fui desde León a Santiago, en un viaje lleno de peripecias emocionales. Muchas de ellas, en clave personal,


están en las ilustraciones del libro. El hecho de que el código de lectura en ciertas imágenes sea tan privado y, por tanto, difícil de interpretar correctamente por el lector, ajeno obviamente a mi historia personal, me lleva ahora a lo que Gabriel Pacheco suele llamar conceptualización emocional : trabajar desde el recuerdo, desde lo que hemos vivido, desde lo que nos es cercano, esperando que el corazón del lector sea capaz de decodificarlas. Además, en un libro álbum no creo que existan, incluso diría no deberían existir, claves de interpretación fijas, únicas. La grandeza del género está en que cada lector puede imponer sus criterios o compartir los nuestros, dejar en definitiva su marchamo. Hace unos meses una amiga de la Universidad Autónoma de Madrid hizo un análisis sobre este libro y me regaló la más bonita interpretación que yo hubiese podido imaginar sobre la ilustración final donde unos cisnes blancos emigraban mientras Santiago (el cisne negro) miraba. Según ella, los cisnes representarían las estrellas de la Vía Láctea que recorre todo el Camino. En realidad, sin acertar con mi propia intención, consiguió un poder de evocación mayor del que yo había imaginado cuando trabajaba en el libro. Por supuesto, no os contaré mi versión… ¡Sería como contaros el final de una película!


Faltaba también solucionar el comienzo del libro y sus personajes. La primera parte. Caballeros en el cielo con guirnaldas y luces… y la viejecita.

Siempre tuve claro que quería un libro laico, aunque el poema estuviese basado en algo que forma parte de la cultura tradicional religiosa española y europea, por lo cual no quise representar la versión literal del texto donde una vieja mira al cielo y ve caballeros volando. La desestimé rápidamente. Los caballeros guerreros serían lo más neutros posible. Ni religión, ni cruzada, ni luces, ni guirnaldas. Sólo caballeros medievales. Entonces, sin la fe de por medio, ¿sólo quedaba una anciana que veía alucinaciones?. Tampoco esta opción me parecía posible, así que encontré la solución utilizando un símbolo. Santiago sería un cisne negro, en vez de blanco.


No negaré que entonces esta elección me pareció un poco arriesgada, porque no sabía si se comprendería bien siendo Santiago un icono tan cercano a la cultura popular. La asociación del color blanco con el apóstol, como ya dije antes, podía ser otra línea roja, pero siempre he creído que en un trabajo creativo se debe ir más allá de los límites y, además, la sugerencia propia de la poesía lo permite. Así, decidí utilizar en vez de la luz, la sombra. Por otra parte, y quizás lo más importante en esta decisión, el negro era un color muy cercano a mi mundo plástico de entonces e hizo que me identificase rápidamente con el personaje/símbolo. Aquí lo dejamos. Claro, quedan muchas cosas sin explicar…pero tampoco serían mejores que vuestras propias interpretaciones.

Javier Zabala


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