Yvan Pommaux Escrito por Banco del Libro (Vichy, Francia, 1946) Este autor-ilustrador francés tiene una amplia trayectoria en el mundo de los libros para niños. A lo largo de más de 25 años, ha publicado unos 60 libros para niños y jóvenes, muchos de los cuales han sido traducidos a otros idiomas. Estudió Artes Plásticas en Clermon Ferrand y Bourges. En 1970 comenzó su trabajo como diseñador para la editorial L’École des Loisirs, donde descubrió el trabajo de Sendak, Lobel y Ungerer. Así nació su interés por los libros para niños y su preocupación por desarrollar un estilo propio. En 1972 se instaló en Touraine, donde, junto a su esposa Nicole, empezó a trabajar como autor e ilustrador independiente: Yvan escribe, diseña y dibuja y Nicole añade el color. Por el conjunto de su obra recibió en 1985 el “Gran Premio de la Literatura Infantil” del Ayuntamiento de París. En 1995 publicó el primer cuento de la serie detectivesca protagonizada por John Chatterton, por el que obtuvo el “Premio Alemán al Mejor Libro Infantil” y el premio “Max und Moritz”. Sus personajes suelen ser animales-hombres cuyas historias transcurren en escenarios que remiten a los años cuarenta y cincuenta y que recuerdan las inmortales locaciones de Hollywood en su época dorada. Los que conocimos a Pommaux en el III Seminario Internacional del Banco del Libro “ El mundo del libro-álbum para niños”, pudimos confirmar que tiene un aspecto bastante felino —que bien recuerda a Chatterton— personaje de su serie detectivesca.
La ruta de un artesano Escrito por Yvan Pommaux (Publicado en: Enlaces con la Crítica, N° 4 junio-septiembre, Caracas: Banco del Libro, 2001) Hace más de 25 años que ilustro y escribo libros, álbumes y cómics para niños. En realidad, es más lo que dibujo y escribo que lo que escribo y dibujo, porque el dibujo es, sin lugar a dudas, mi principal medio de expresión. La ilustración ocupa un lugar protagónico en mi obra y se ha convertido en el instrumento ideal para expresar la esencia de mis libros. A los 20 años no imaginaba que un día llegaría a crear historias o escribir diálogos... Sin embargo, siempre tuve clara mi pasión por el dibujo, la cual se hizo presente desde mi más tierna infancia. Desde entonces, mi vocación ha sido inequívoca y evidente: quería ser ilustrador. Sabía que iba a ilustrar los textos de otros, no me importaban qué clase de textos, lo fundamental para mí era poder dibujar.
Descubrí el libro-álbum para niños casi al azar, en 1970 o 1971, en un momento en el cual la edición del libro infantil en Francia era poco frecuente. Yo buscaba trabajo y respondía a los pequeños avisos, en particular aquellos que provenían de la prensa o la edición. Gracias a esto y a varios encuentros fortuitos, comencé como diagramador en las ediciones de L'ecole de loisirs. Ciertamente era una época privilegiada en la que se podía ser diagramador sin haber estudiado el oficio; donde quizás las relaciones humanas contaban más que la exigencia de un rendimiento profesional inmediato. En ese entonces uno no aprendía a nadar antes de lanzarse al agua, lo cual resultaba peligroso, pero sin duda, más emocionante porque despertaba en uno ese espíritu pionero, inventivo, semejante a aquel de los primeros directores de cine quienes —a pesar de provenir de los más diversos horizontes y oficios— creaban, con urgencia e instinto, lo esencial del lenguaje del séptimo arte. Este espíritu pionero era parte de L'Ecole des Loisirs,y creo que aún lo es. Fue en esta editorial donde vi por vez primera los libros de Maurice Sendak, Arnold Lobel, Tomi Ungerer, y a la que le propuse mis primeros proyectos. En L'Ecole des Loisirs me apoyaron y me convencieron de que sería capaz de desempeñarme al mismo tiempo como autor e ilustrador. Bajo ese sello editorial ha aparecido la mayoría de mis libros desde 1972 hasta hoy. Hablemos ahora del presente, específicamente de ese día de noviembre de 1998 en el cual recibí una carta en que me invitaban a un seminario, justamente a éste que nos reúne ahora en Caracas. Me apresuré a aceptar la invitación, pues me sentía honrado y orgulloso, y me ofrecía la agradable perspectiva de un viaje. No presté mucha atención a una frase de la carta que decía: Necesitamos una conferencia sobre su concepción del libro-álbum. No me preocupé al principio, ¿no he hecho yo más de sesenta libros? Debe ser fácil explicar el proceso. Tomé una hoja, una pluma, y me di cuenta de una triste realidad: yo ejercía desde hace más de 25 años un oficio sin tener una concepción precisa sobre ella; había trabajado sin la más mínima lógica, sin método o principios. ¡No! No podía admitirlo, ¡era imposible! Comencé a buscar compulsivamente algunos de mis libros, no tenía por qué avergonzarme. Había trabajado concienzudamente, había progresado a lo largo de los años y había llegado a obtener, en conjunto, cierta coherencia en forma y contenido. Tenía un punto de vista, ideas sobre mi oficio, principios, convicciones... Pero simplemente, no me había detenido a pensar o
reflexionar sobre ello. Eso formaba parte, sin duda, de ese espíritu pionero: uno se lanza al agua, no te imaginas nadando, pero nadas. Hoy, gracias a ustedes, gracias a la solicitud del 20 de noviembre de 1998, me encuentro de alguna manera en la otra orilla... Me siento sobre la hierba e intento reflexionar, de retroceder. Ésta será una conferencia curiosa sobre mi recorrido, que me enseñará tanto a mí como a ustedes. Trataré, por una vez, de ser ordenado. El contenido, la forma... Primero, el contenido. ¿Tengo ideas, temas predilectos, mensajes que comunicar? ¿Será que deseo, como lo dice una expresión de moda, producir un sentido? Una sola cosa me importa y es la que moviliza toda mi energía: contar una historia cautivadora que tenga en escena personajes interesantes. La creación de esos personajes es lo que me interesa por entero. Apenas tengo en mente un vestigio de historia, a punto de evaporarse como bruma, tomo de inmediato un creyón y comienzo a dibujar. En ese momento dibujo rápido y por todas partes, sin cesar. Sobre el papel veo desfilar mis personajes, de la misma forma que un director de cine convoca en un casting a decenas de individuos y los hace ensayar una escena para buscar, entre ellos, los mejores intérpretes posibles para su película. Sólo que, a diferencia del director de cine —quien tiene la mayoría de las veces un guión escrito construido para este momento—, yo les exijo a los personajes que aparecen debajo de la mina de mi creyón, que inventen la historia. Tomemos el ejemplo de mi personaje, John Chatterton, pues se trata del héroe de mis dos libros traducidos en Venezuela*. Primero, la idea del comienzo... Como muchos autores e ilustradores de libros para niños, me intereso en los cuentos de hadas tradicionales. Tienen de todo, y muchísimas cualidades: fuerza, fantasía, poesía... Han sido transmitidos de generación en generación, de padres a hijos, bien sea porque éstos sienten el deber o la necesidad de hacerlo. Es por ello que cualquier autor que desee abordar el género se enfrenta a un compromiso. Los hermanos Grimm son, de alguna manera, los autores de la versión casi oficial y definitiva de los cuentos de hadas. El resto es un pastiche: los lobos, tontos o gentiles, las caperucitas amarillas o verdes, los príncipes que se convierten en ranas. Un pastiche brillante y divertido, pero inferior al cuento original que, a menudo, ni siquiera logra competir en el terreno de la fantasía. Para un ilustrador las cosas se presentan un poco mejor, puede dar su versión, su visión del cuento. Pero, ¿acaso esto no limita la trascendencia del cuento? Para disfrutar plenamente todas las riquezas que el texto brinda, el niño que lee o escucha, ¿no debería tener la oportunidad de aportar sus propias imágenes, aunque resulten imprecisas? ¿Su caperucita roja no será mil veces superior que la mejor ilustrada de todas las caperucitas que pueblan los libros de cuentos? Sin hablar de las imágenes imposibles: ¿cómo representar al ogro devorándose a sus hijas en Pulgarcita, sin traumatizar al lector, ni disminuir el poder de tal escena?
Como autor nunca me he sentí tentado por el pastiche. Como ilustrador, no me parecía excitante ilustrar, una vez más, los cuentos de Grimm o Perrault, habiendo tantos otros que lo han hecho antes, incluso, mejor que yo. ¿Qué le queda a uno por representar después de lo representado por Gustave Doré? Éstas eran la clase de reflexiones que me venían a la mente, mientras garabateaba improbables caperucitas rojas, hipotéticos príncipes encantados que no me liberaban, ni venían en mi auxilio. Hice bocetos durante veinte años (siempre trabajando en otros libros, por supuesto). Mis pensamientos evolucionaban poco. No quería un pastiche, ni ilustraciones en el sentido clásico del término... Pero quizás tenía la posibilidad de hacer una versión distinta, me dije un día. Una versión respetuosa, se entiende. Voy al cine. Veo Laura de Otto Preminger. Gene Tierney es tan bella como el día. Veo su retrato. Nos dicen que está muerta. Ella resucita en la mitad de la película. Dana Andrews, el valiente policía, la salva, la toma en sus brazos. Y entonces pensé: las películas policíacas, el cine negro ¿son cuentos de hadas? Entro a mi casa, dibujo un gato negro en impermeable. ¿Una versión noire y policíaca del Gato con Botas? Allí está John Chatterton con los pies sobre el escritorio, como si fuera un detective. Así, de pronto y con gran naturalidad surge en sus manos el recuento completo de las historias criminales más célebres, llenas de ogros, de muertes, de bosques sombríos, de asesinos... Después de John, comienzan a aparecer otros personajes y otros objetos. La madre de la caperucita roja, el lobo en elegante traje cruzado y con esa boina negra tan inquietante como él. Toda una lógica se encadena. ¿La época? La de los años 50, la de Laura, lo cual es importante para que exista una distancia con la nuestra ¿Los castillos? Hoteles particulares, diseñados por prestigiosos arquitectos ¿Los reyes? Poderosos jefes de empresas ¿Los bosques sombríos? Los parques de las ciudades, de noche. Y así de repente... Por supuesto, no ha quedado a la altura del cuento original. No pude transponer, en la adaptación de la caperucita roja, la famosa e importante escena de la cama: ¡Abuelita, qué dientes tan grandes tienes!.... Pero creo haber obtenido un buen resultado. Más o menos con cierta consciencia y siguiendo algunas intuiciones, dejándome guiar por mis personajes de papel, construyéndoles el escenario que reclamaban, pude lograr la esencia del cuento a través del dibujo. He hecho una transferencia del texto a la imagen. Hay diálogos cortos en las aventuras de John Chatterton, pero también nos encontramos ante imágenes sin texto. Sin la ilustración, cuadros enteros de la historia se vuelven incomprensibles. La imagen se hace indispensable para la pertinencia del texto (sea reductora o no), eso no se cuestiona. En el fondo creo que es importante tener en cuenta la idea de que un niño que todavía no sabe leer, pueda comprender por sí mismo un libro que cuenta una historia actualizada, densa o compleja. Por más que uno le haya leído los diálogos sólo una vez, él los ha retenido casi todos. Puede sumergirse por sí mismo en las imágenes, por lo tanto en la historia e incluso seguirla de principio a fin, a su ritmo, entreteniéndose. Y
quiero decirlo con toda libertad: mi objetivo es que ese niño sepa que es posible tener con un libro relaciones emocionantes y de gran intimidad, aún antes de que aprenda a leer. Por eso imagino a los padres de mi joven lector como rivales y trato de hacer todo lo posible por eliminar a esos rivales, (aun sabiendo que nada reemplazará jamás la lectura que de un cuento hace la madre o el padre a su hijo) porque, si a ver vamos ¡los padres no lo son todo en la vida! En general necesitamos también compañeros, amigos... y, en ese sentido, espero que mis libros puedan ser buenos compañeros: compañeros de fuga, de volteretas, de aventuras terribles a la vuelta de la esquina... Ahora me vuelvo sentimental, todavía sentado agradablemente sobre la hierba, al borde del río donde veo pasar mis libros. Pesco dos o tres y me doy cuenta de que, aunque me dirijo a niños que saben leer, mi ilustración permanece obstinadamente narrativa y no en papel subordinado al texto, sino como portadora de la historia en sí misma. Ella toma algo tanto del cine, del teatro, del cómic y también de las artes plásticas. Cuando realizo el texto y la imagen no trabajo uno primero y otro después, sino juntos, simultáneamente, buscando sacarle siempre todo el partido posible a la imagen. Le exijo bastante, cuento con ella para dar el sentido, expresar matices, variar las expresiones. Todo lo que surge de la descripción se encuentra en la imagen, casi todo el carácter de los personajes también. La imagen me ayuda a resolver los problemas de una manera simple e inmediata: mostrar a alguien que piensa lo contrario de lo que dice, por ejemplo; o bien, hacerlo desaparecer, para resurgir en el relato, sin que el lector lo haya olvidado. Pero una vez más, este uso de la ilustración lo he cultivado instintivamente de libro en libro, y he llegado a la conclusión de que cualquier aprendiz de lector, si bien no puede leer a Marcel Proust, puede "leer" cualquier imagen tan bien como un adulto. Gracias a la ilustración —vista no como decoración, ni como un apéndice del texto, sino como un medio de narración en sí mismo— puedo lograr relatar a mi aprendiz de lector una historia relativamente ambiciosa, que él leerá por sí solo en un libro que hará suyo, y que quizás adorará, ¿quién sabe? Un autor que sólo escribe el texto de un libro para niños no mide exactamente las posibilidades de la ilustración. Por eso uno comprende el deseo de L'ecole de Loisirs de apoyar y respaldar a los autores-ilustradores, posteriores a Sendak, Lobel, Ungerer... Un pez salta fuera del agua. Me pongo pensativo. Presiento que no tomo el hilo de mi razonamiento de una manera rigurosa. He olvidado mi punto de partida: intenté hablar del contenido. Me pregunto: ¿antes de lanzarme a hacer un libro, tengo algún mensaje que transmitir? Me respondo: no. Mi cacería de ideas se asemeja a la de mariposas. Especies comunes, especies raras, especies en vías de extinción... Cuando tengo una idea, trato de no arruinarla y como ya lo expliqué, comienzo a bocetear personajes que podrían ayudarme a desarrollarla. Lejos de mí está la idea de llevar tal o cual mensaje, de criticar el mundo donde vivimos, ¿qué sé yo? y sin embargo, tomo, por ejemplo, el libro titulado Lilia —una aventura de John Chatterton—, una transposición de Blanca Nieves. El padre de Lilia no es un rey, sino un tigre en traje y sombrero, que uno adivina como un poderoso hombre de negocios. Su casa ha sido posiblemente diseñada por Robert Mallet-Stevens y posee un cuadro de Mondrian. El príncipe encantado es
Luc Leprince, un buen perro valiente y fiel; lleva una braga de mecánico y trabaja en un taller. Este álbum, no es un tratado de la lucha de clases, pero la intención de colorear socialmente la historia es evidente. Otro título al azar: La fuga. Aquí, mi único propósito era mostrar que un pequeño ser (se me ocurrió un gatico), aunque ha vivido muy poco, puede guardar dentro de él un recuerdo muy fuerte. Él es infeliz en una familia que no ama, y ese recuerdo lo ayuda a vivir. Al final, reencuentra al amigo que vive en su memoria: Happy Ending. Si abro este libro hoy, descubro para mi sorpresa que he dibujado el feroz retrato de una familia francesa clase media, consumista y estresada. Otro ejemplo: he consagrado seis álbumes para contar la vida cotidiana, y sobre todo las disputas de una familia de cuervos. Todos estos libros funcionan de la misma manera: un malentendido insignificante engendra otros malentendidos cada vez más graves, según el principio de la célebre canción: Tout va trés bien, Madame la Marquise (Todo está bien señora Marquesa). Estas historias son rimadas por las rabietas del cuervo macho. Lo cómico está en la repetición que nace de la espera y de la explosión de sus grandes furias. Eso es todo. Quería divertir y distraer a los niños. Muchos adultos compran esos libros, sobre todo el último, Disputas y sombreros. Pareciera que encuentran, según me han dicho, ecos de las crisis que sacuden a las parejas de hoy. Entonces, ¿tengo ideas, impresiones, convicciones, emociones, indignaciones? Sí, tengo muchísimas. Me persiguen a todos lados. Me inclino ante la cantidad; no sé a cuál hacerle caso, pues no tengo el espíritu filosófico ni analítico. Ahora las grandes ideas, las mantengo distantes. Si ataco una idea de frente, pierdo la partida y me convierto en su prisionero. Si llegara a imponerse, me olvidaría de contar la historia y perdería toda fantasía, toda libertad. De cualquier modo, como ya lo intenté explicar, esas ideas o mensajes, llamémosles como queramos, terminan por pasar de contrabando en mis historias, bajo mi responsabilidad. Y está bien así. Punto culminante: mientras me esfuerzo en encontrar a los maleantes más innobles, de localizar los conflictos sin los cuales una historia nunca es buena, muchos de mis libros estarían, al parecer, llenos de ternura. Existen, probablemente, dos categorías de autores o ilustradores, de creadores en general: aquellos que dominan la situación, y aquellos que son dominados por ella. Yo soy indiscutiblemente parte de la segunda categoría. Pero estoy en buena compañía. Picasso decía: La pintura hace de mí lo que quiere. No pretendo compararme con Picasso, sería ridículo. Pero eso no impide que, a mi modesto nivel y en el ejercicio de un trabajo más artesanal que artístico, reconozca algo de mi práctica en la frase del pintor. Siempre he tenido la impresión de estar al servicio de una historia que no me pertenece, que existe fuera de mí. Y cuando veo algunos de mis primeros libros, siempre tengo la impresión de que algún otro fue el autor, y que yo sólo soy un lector ocasional. Pregunta aguda: ¿podemos hablar de todo en una publicación destinada a los niños? En cuanto a este tema sé que comparto el punto de vista de algunos especialistas, es decir, que uno puede hablar de todo, pero lo más importante es cómo se hace. El mejor ejemplo lo constituye de nuevo el cuento de hadas. Los psicoanalistas han demostrado que los cuentos de hadas abordan los problemas más graves, más íntimos. Hablan de
muerte, de celos, de violencia, de sexo, sin traumatizar jamás al niño, sino por el contrario reafirmándolo y formándolo. Los personajes son apasionantes y la historia siempre se desarrolla en otro tiempo. El cuento de hadas resulta cautivante, mágico, maravilloso, poético (salvo en las versiones de Charles Perrault que echó todo a perder por las frases moralizantes) y, como si fuera poco, además termina bien. En consecuencia, no importa el tipo de álbum que yo haga, desde que me siento delante de mi mesa de dibujo dejo que me invada una especie de bruma ingrávida, o perfume primaveral, que es, por decirlo de algún modo, "el espíritu del cuento". Si me detengo, si siento que me estoy volviendo un poco didáctico y moralizante, respiro profundo y trato de mejorar. Esto me lleva a pensar en ciertos libros que no me gustan, y que se pueden calificar de psicopedagógicos. Se presentan bajo la apariencia de una historia ficticia, pero no hay otro sujeto que el lector mismo. Un lector acosado en el más mínimo rincón de su ser, donde los secretos son develados, y que una vez más, queremos instruir y sermonear. Es tentador para un autor realizar este tipo de obra, de enseñar o convertirse en un padre universal. Nada de aventuras en esos libros, ni de embarque inmediato o de héroes con el cual el niño se pueda identificar. No hablamos de un Pinocho sino de un personaje que señala con el dedo. En muchos de esos libros se le dice al niño que nosotros los adultos sabemos que él hace cosas escondidas, que está celoso de su hermana mayor, que come lo que quiere, que le encanta decir malas palabras. En otros de esos libros, que considero peores por lo demagógico, los adultos son presentados como idiotas cuando podemos ver niños de cinco años dando un curso de educación sexual a sus progenitores, que creen descubrir la luna. El crepúsculo cae al borde de mi río. Y yo, en todo esto, ¿dónde me sitúo exactamente? No tendré jamás la gracia de los cuentos de hadas, pero quién puede tenerla. Un niño pasa por la otra orilla. Los niños, a veces, nos miran con extrañeza. Nos ven largamente con una mirada seria, como si nos juzgaran, como si supieran. Pareciera que pensaran: ¿esto es entonces en lo que me voy a convertir? Yo no voy a ser malicioso con los niños. Voy ha realizar honestamente mi oficio. Trataré de construir, en la medida de mis posibilidades, historias cautivantes, divertidas, conmovedoras y, si utilizo la psicología, será sólo para elaborar la de mis personajes, no la del lector. ¿Pero esto no es válido también para la novela, y el libro en general, y no solamente para el libro-álbum? Volvamos a la forma. A un escritor, creo, se le dificulta diferenciar el contenido de la forma. Como soy primero que todo ilustrador, es más fácil. Hablaré de técnicas: creyón, tinta, pastel, difuminador, guache, acuarela, etc. Pero no vayamos tan rápido, estoy lejos de escoger todavía tal o cual creyón...Tengo sobre mi mesa pedazos de papel llenos de bocetos, secuencias hechas rápidamente, algunas cortadas y pegadas en otro orden, otras imágenes ampliadas, forman guirnaldas que se mecen delante de mí. Yo recorto, elimino, pego, engomo, redibujo por encima del guache y del scotch... (cinta plástica). Los lugares aparecen, los objetos, la vegetación... Pronto se añaden libros abiertos, fotografías, revistas... Pero en medio de todo este desorden, siento que hay una historia. Y termino por encontrarla, con la extraña impresión de ser ayudado por estos personajes que mi creyón, a veces traza adelantándose a mi pensamiento. Dibujo ahora más rápido que mi sombra. Y más tarde, cuando ejecute los dibujos finales, tendré siempre el sentimiento de perder alguna cosa del primer impulso. Ya no encontraré el encanto del boceto, tendré cierto pesar. Pero,
por ahora, estoy sobrecogido pues la historia esta ahí: desarreglada, desvestida, remendada, llena de goma y de teipe, hecha de dibujos poco legibles rodeada de notas y de signos, que sólo yo puedo descifrar. Y tal cual como está, me agrada. Por poco me quedo ahí. Sin embargo no olvido que debo hacer un libro digno de ese nombre, es decir, que debo profundizar, enriquecer mis personajes, volverlos legibles, reconocibles de frente, de perfil, de tres cuartos, y hasta de espaldas. De todas formas siento una gran emoción al ejercer mi oficio de artesano, aún en los momentos más monótonos y repetitivos. Si la maqueta tiene su atractivo, el dibujo final también. Amo el trazo, los rayones, el creyón que produce texturas en el papel, el creyón graso que difumino con mi dedo o con el algodón, diluir la acuarela en el agua, la opacidad del guache. Pero todavía no he llegado, no todavía. Anteriormente, había realizado una maqueta que daba la idea precisa de lo que sería el libro. El formato, el número de páginas definido y el modo de la narración: presentación clásica texto-imagen, cómics, una mezcla de los dos, una o varias imágenes por página. Varias opciones son posibles. Ya busco los planos, los encuadres, las perspectivas, las fisonomías, las expresiones de los personajes comienzan a afirmarse. Durante la elaboración de esta maqueta, alguien se acerca para hacerme algunas críticas, darme útiles consejos: mi esposa Nicole. Ella tendrá más tarde un rol muy importante, porque coloreará los dibujos, debería decir nuestros dibujos. Ella trabaja el color, oficio más ligado a los cómics y que, en nuestro caso, lo aplicamos al álbum. Una vez terminada la maqueta la presento a mi editor y es a partir de ella que discutimos, que afinamos el proyecto si es necesario. Me dedico entonces a la ejecución de los originales. Dibujo en negro, con o sin valor de gris, con fondo gris, sobre un documento exento de color o en el lenguaje del fotograbador, negro tramado. El color vendrá después, siguiendo técnicas más o menos complicadas, gracias a la computadora. Borremos la pregunta sobre el estilo. Para mí, no se formula. Si tener un estilo significa que uno posee un trazo, un dibujo inmediatamente identificable, estoy obligado a admitir que lo tengo, pues siempre me lo afirman, pero no hice nada por obtenerlo. Mi logro es contar bien la historia, estar en ósmosis con ella, lo que me lleva a cambiar de técnica o de modo de narrar de un libro a otro. Tomemos de nuevo el ejemplo de John Chatterton, ya que comenzamos con él. El cuento, sumergirse en el cuento, en las grandes imágenes, imágenes-piscinas. En el cuento, pero también en la novela policial, el cine negro (film noir). La historia se desarrollará como una película, las imágenes casi se tocarán. El decorado, la iluminación, las perspectivas serán un poco artificiales como en la época del cine de estudio. Los personajes femeninos vestirán alta costura, como Gene Tierney, Lauren Bacall o Rita Hayworth... Todos esos acercamientos conscientes o inconscientes me han llevado a una técnica particular: el empleo del creyón graso, que desde que uno lo difumina con el algodón, puede reducir la luz, pero también, en todo momento, envolver el dibujo en sus tinieblas, en el misterio del cuento. Además del creyón, en estos libros he empleado la tinta, el guache, la acuarela, el collage y en algunos vestidos, las tramas se convierten en mecánicas transferibles para evocar las texturas de las telas de lujo: tweed, espina de pescado. Sin embargo, para otros libros, no utilizo sino la tinta y la pluma. Creo que he dicho todo. Puedo dejar que anochezca en mi rincón de río. Sólo necesito
un pincel grueso lleno de guache negro bien opaco y en tres pinceladas estaría listo. Negro noche. Noche sin luna. Monocroma. Pero antes, quisiera aprovechar los últimos rayos del atardecer para emitir una crítica sobre la forma, como lo hice antes, con respecto al contenido. En efecto, estoy en desacuerdo con algunos ilustradores, felizmente escasos, que ultilizan el álbum para hacer arte. Olvidan que hacen un libro y conciben cada imagen como si su razón de ser fuese encontrarse enmarcada, colgada en las paredes de una galería, en vez de seguir el curso del relato. Habiendo encontrado un soporte de gran difusión, se dejan llevar por sus experiencias gráficas, que al fin y al cabo no son ni arte, ni ilustración. Un animal totalmente inexpresivo, constituido por dos pedazos de papel rasgado y pegado, ocupando toda una doble página en un gran libro, me irrita. Quizás esté equivocado. En todo caso, me satisface que mis dibujos, que a veces se muestran en alguna biblioteca en exposiciones sobre el libro, parecen siempre seguir el curso del relato. Uno siempre necesita del dibujo precedente o del que le sigue para comprender lo que pasa. Esta vez la noche cae, hay que apresurarse. Yo hago álbumes para niños, pequeñas novelas en imágenes, de la misma forma en que se dice petites formes en música. Este es mi registro, y he intentado explicarlo. Es la primera vez que me dedico a este ejercicio. No estoy seguro de haber sido muy claro. De hecho ¿habré mentido? He pretendido, por ejemplo, descubrir el contenido de mis libros después de su aparición. Esto es sin duda exagerado, pero para poder expresar mejor la realidad de un fenómeno, uno debe hacer un poco de trampa. De la misma forma que ustedes, a veces, dicen mentiras blancas. ¡Es para que creas, mi niño! Mentir para decir la verdad, es una paradoja conocida, probablemente esencial, indispensable para todo aquel que inventa historias. Entonces he dicho la verdad en este discurso, o esta historia que llega a su fin. ¿Habré aprendido sobre mí mismo? No lo sé. No lo creo. Esta historia la he olvidado para pasar a otra. Estoy de viaje. Pronto abordaré mi próximo libro en la orilla de una isla desierta. Rico de experiencia, pero sin la menor certeza, tendré que descubrir todo de nuevo, e inventarlo todo. ¡Qué feliz era...! Escrito por Yvan Pommaux Qué feliz era cuando nadie me pedía que hablara de mi, ni de mi trabajo, ni de mi concepción del libro para niños, ni de mis métodos... Tomaba lápices, plumas y tinta, pasteles, gouaches, acuarelas y lo mezclaba todo sin vergüenza, sin pensar, irresponsable, como de hecho lo hacía desde la infancia. Siempre he tenido la pasión del dibujo. Encuentros casuales, y no precisamente un proyecto de carrera, me condujeron hasta el libro, a la edición infantil. Y encajaba bien porque el libro para niños está ávido de dibujos. Mi editor me animó a convertirme también autor, función que no entraba para nada en mis proyectos. Me había convertido en un autor-ilustrador casi a pesar mío. Ilustrador por vocación, autor por accidente. En la actualidad, y desde hace tiempo, solo permanecen sobre mi mesa la regla con la que trazo bien rectas las casillas de tebeos, un lápiz HB, una goma, un rapidographe n° 05, un rapidographe n°03. ¿Cómo llegué a esta admirable economía de medios? ¿Dónde y cuándo abandoné las otras técnicas? Ni lo sé. Sí... Como que Nicole, mi
esposa, me encontraba sin duda un mal ilustrador, me acuerdo que un día decidió colorear mis dibujos. "Delimita bien las formas, que sea algo muy legible", me dijo. ¡Si hubiera tenido un método, un estilo, una opinión sobre mi oficio, quizás me hubiera revelado: "¡Cómo! Qué injerencia inaceptable en mi vida, en mi obra, el fondo, la forma y todo eso..." Pero no tenía método, y dije: "¡Buena idea!" "Esta nueva manera de trabajar influyó y transformó tanto mi dibujo que un buen día, me dí cuenta que hacía tebeos.
Así es. Hago libros, álbumes que se asemejan a tebeos, tebeos que se asemejan a álbumes, pero no siempre sé decir por qué ni cómo. Sin embargo, son muchos los lectores que no se cansan de plantearse estas dos preguntas. Tengo la sensación de que ninguna respuesta los podrá satisfacer nunca. Quizás no hay respuesta. Quizás hay algún misterio, y es precisamente este misterio que conserva intacto el deseo de leer, y por tanto el deseo de saber por qué y cómo se hace un libro cautivador. Creo que existen dos clases de autores, de creadores en general: los que saben y los que no saben lo que hacen. Formo parte de la segunda categoría. Y estoy bien acompañado. Prestigiosos escritores o artistas ya explicaron que estaban influenciados por lo que creaban y no a la inversa. Todo sucede en un mundo sensible, instintivo, intuitivo, hecho de hazar, reminiscencias, plagios (mejor dicho, préstamos u homenajes) voluntarios o no. Se puede añadir a eso el deseo de abordar tal o cual tema, pero sin quererlo demasiado, de lado, nunca de frente, si no es una pesadez, una lata, y se fracasa allí donde triunfan los autores que saben lo que se hacen. No saber exactamente lo que se hace, ni hacia dónde se va es el encanto de mi oficio. Dibujar, garabatear, apuntar montones de ideas, y recibir los regalos de la casualidad que, como un milagro, vienen a enriquecer la hipotética historia que parece querer salir de todo este galimatías... Esta actitud puede parecer desenvuelta, carecer de respeto hacia el lector. Pero atención, está el oficio. Si bien no sé por qué ni cómo invento una historia, una vez que está allí, en estado embrionario, me transformo en artesano concienzudo, y pongo todos los conocimientos técnicos de los que soy capaz al servicio del libro en construcción. Aunque en estos momentos también es más por instinto que por reflexión que elijo emplear la tinta o el lápiz, o los dos, dibujar de manera más o menos realista, en tal o cual formato, con o sin fondo, etc... etc... Para mi, un ilustrador es un artesano, y la ilustración, un arte aplicado al servicio de una historia. Desde mis inicios, intuí que había “arte por hacer" en los álbumes. El arte contemporáneo se hace en otra parte. El oficio de ilustrador no tiene nada que ver con la búsqueda de un artista, la voluntad de sobrepasar lo que ya se hizo. No es vergonzoso que un ilustrador pretenda igualar a Gustave Doré o Winsor Mac Cay. Un artista que
hoy tuviera la pretensión de pintar como Monet no tendría ningún interés. Dicho esto, si se concede dimensión artística a una ilustración, como, por ejemplo, se le puede conceder a un mueble, mucho mejor. También és un oficio ser un autor para la juventud. Muchos de esos autores afirman que no hay dos clases de literatura (la del adulto y la infantil), sino una sola, la Literatura con una gran L. Yo no estoy muy de acuerdo. Hay diferencias. Mientras que un escritor para adultos tiene toda la libertad para escribir lo que quiera, sin preocuparse de sus posibles lectores, un autor de libros para niños o adolescentes no puede ignorar al público al cual se dirige. Debe evidentemente tener en cuenta la edad de su lector, su conocimiento del lenguaje. ¿Puede hablarle de todo? ¿Realmente todo? Quizás sí, pero en algunos casos, con infinitas precauciones. Tiene responsabilidad. Dicho esto, no subestimemos al joven lector. Hay que contarle una historia ambiciosa. Y aquí también hace falta oficio. ¿Un lector de seis años aceptará una vuelta hacia atrás, o la irrupción de un personaje a quien se perdió de vista durante varias páginas? ¿Cuántos personajes se pueden poner en escena sin que se pierda? El hecho de ser a la vez el autor y el ilustrador de la historia ayuda considerablemente a solucionar tods este tipo de problemas, así como la ausencia de método o concepción bien definida: se puede estar abierto a todas las posibilidades. A fin de cuentas, y con sorpresa por mi parte, mis errores, mis tanteos, mis cambios de opciones (tinta o lápiz), de formatos, de formas narrativas (tebeo, no tebeo, híbridos...) no impiden que mis libros tengan un aire familiar. Es a partir de un hilo frágil que sale bien un libro para niños. Un grano de locura, imaginación, instinto, placer, ligereza, libertad… no pueden prescindir del equilibrio y sus virtudes a pesar de parecer un poco aburrido: oficio, rigor, conciencia profesional, responsabilidad...
Bibliografía (Yvan Pommaux) Escrito por Banco del Libro COLECCIÓN INFANTIL. CENTRO DE DOCUMENTACIÓN - BANCO DEL LIBRO EN LA RIBERA / Yvan Pommaux; Ilust: Yvan Pommaux; Trad: Mauro Armiño .-1ra. ed .-- Madrid (España): Altea, 1983.-- [32] p. IL; Color; t; Español.-- (Altea benjamín, 62) ISBN 84-372-1782-2 Reseña: Ha llegado el momento de que Lola aprenda a nadar. Su padre la lleva al río, donde encuentran una rana amable, un enorme salmón saltarín y una garza bastante sorprendente... Los mejores libros para niños y jóvenes 1985: Cuadro de Honor ¿A DÓNDE VAN LOS VILANOS? / Yvan Pommaux; Ilust: Yvan Pommaux; Trad: Mauro Armiño .-- 1ra. ed .-- Madrid (España): Altea, 1983.-- [30] p. IL; Color; 18 cm; t; Español.-- (Altea benjamín, 61)
ISBN 84-372-1781-4 EL MUNDO ES COMO UNA NARANJA, LOLA / Yvan Pommaux; Ilust: Yvan Pommaux; Trad: María Puncel .-- 1ra. ed .-- Madrid (España): Altea, 1987.-- 31 p. Il; Color; 17 cm; t; Español.-- (Altea benjamín, 155) ISBN 84-372-4008-5 LA FUGA / Yvan Pommaux; Ilust: Yvan Pommaux; Trad: Anna Coll-Vinent .-- 1ra. ed .-- Barcelona (España): Corimbo, 1998.-- [30] p. Il; Color; Traducción; Español ISBN 84-95150-09-3 Reseña: Julio decide escapar de los maltratos de una casa de insensatos. Imágenes dispuestas con originalidad y dinamismo descubren las aventuras de este garo hasta llegar a los brazos de su nuevo salvador. P.C. Postulado en Los mejores libros para niños y jóvenes 2000 DETECTIVE JOHN CHATTERTON / Yvan Pommaux; Ilust: Yvan Pommaux; Trad: Leopoldo Iribarren .-- 1ra. ed .-- Caracas (Venezuela): Ekaré, 2000.-- [30] p. 21.5 cm; il, color; traducción; Español ISBN 980-257-236-5 Reseña: Los libros de Pommaux rinden homenaje a las películas de detectives de los 40 y 50, a los cómics clásicos de los años treinta , los cartoons animados y a los cuentos tradicionales. Este libro es una divertidísima versión noir del archiconocido cuento de La Caperucita roja, pero esta vez la historia se centra en el humor y el suspenso. Una metrópolis al más puro estilo neoyorkino sirve de telón de fondo. El lobo parece sacado de los cortos animados de Tex Avery, la niña- aunque está vestida de rojo-no lleva caperuza, y el leñador es, en este caso, un perspicaz gato detective. Este extraordinario libro-álbum es un manjar visual lleno de guiños que entretienen a grandes y a chicos. B.B. Ganador en Los mejores libros para niños y jóvenes 2001 LILIA: UN CASO PARA JOHN CHATTERTON / Yvan Pommaux; Ilust: Yvan Pommaux; Trad: Leopoldo Iribarren .-- 1ra. ed .-- Caracas (Venezuela): Ekaré, 1999.-[32] p. 21.5 cm; il, color; traducción; Español ISBN 980-257-237-3 Reseña: El astuto detective Chatterton debe enfrentar un caso difícil: rescatar a Lilia. Las ilustraciones, influenciadas por el cómic, complementan magistralmente el texto y convierten a este libro en un álbum singular. M.F.P.C. Postulado en Los mejores libros para niños y jóvenes 2000 EL SUEÑO INTERMINABLE / Yvan Pommaux; Ilust: Yvan Pommaux; Trad: Leopoldo Iribarren .-- 1ra. ed .-- Caracas (Venezuela): Ekaré, 2002.-- [40 p.] 21,5 cm; il, color; traducción; Español ISBN 980-257-271-3 Reseña: John Chatterton debe investigar un nuevo y singular caso: rescatar a la señorita Rosepín
de un sueño interminable. Excelente libro-álbum con ilustraciones tipo cómic y referencias al clásico La Bella Dusrmiente . O.G.L. Postulado en Los mejores libros para niños y jóvenes 2004
En Francés: LA PEUR DU LOUVRE / Claude Delafosse; Ilust: Yvan Pommaux .-- 1ra. ed .-- Paris (Francia): L'École des Loisirs, 1986.-- 71 p. Il; Color; O; Francés ISBN 2-211-027-51-2 UNE NUIT, UN CHAT... / Yvan Pommaux; Ilust: Yvan Pommaux .-- 1ra. ed .-- Paris (Francia): L'École des Loisirs, 1994.-- s/n Il; Color; O; Francés ISBN 2-211-027-74-1 LILAS / Yvan Pommaux; Ilust: Yvan Pommaux .-- 1ra. ed .-- Paris (Francia): L'École des Loisirs, 1995.-- s/n Il; Color; O; Francés ISBN 2-211-035-75-2 LE GRAND SOMMEIL / Yvan Pommaux; Ilust: Yvan Pommaux .-- 1ra. ed .-- Paris (Francia): L'École des Loisirs, 1998.-- s/n Il; Color; O; Francés ISBN 2-211-048-59-5 JOHN CHATTERTON DETECTIVE / Yvan Pommaux; Ilust: Yvan Pommaux .-1ra. ed .-- Paris (Francia): L'École des Loisirs, 1993.-- s/n Il; Color; O; Francés ISBN 2-211-032-45-1 ANGELOT DU LAC / Yvan Pommaux; Ilust: Yvan Pommaux .-- 3ra. ed .-- Paris (Francia): L'École des Loisirs, 1998.-- 165 p. Il; Color; O; Francés ISBN 2-211-047-99-8 DISPUTES ET CHAPEAUX / Yvan Pommaux; Ilust: Yvan Pommaux .-- 1ra. ed .-Paris (Francia): L'École des Loisirs, 1992.-- s/n Il; Color; O; Francés ISBN 2-211-066-77-1
Enlaces WEB (Yvan Pommaux) Escrito por Banco del Libro Página con información completa sobre el ilustrador Ivan Pommaux en francés:
http://jeunet.univ-lille3.fr/auteurs/pommaux01/sommaire.htm RESEÑAS DE LIBROS Detective John Chatterton http://www.imaginaria.com.ar/08/4/chatterton.htm El sueño interminable http://www.imaginaria.com.ar/10/5/suenointerminable.htm