Aplica lo aprendido
La afrenta de Corpes Fuéronse de El Ansarera los infantes de Carrión. Ni de día ni de noche el caminar no cesó: Atienza, fuerte montaña, a la izquierda les quedó; por esa Sierra de Miedes la comitiva pasó; siguen por los Montes Claros aguijando1 el espolón, a la izquierda dejan Griza, Villa que Alamos pobló; (allí están aquellas cuevas en donde a la Elfa encerró). Lejos, a mano derecha, San Esteban les quedó; por el robledal de Corpes entran los de Carrión. Nubes y ramas se juntan ¡Cuán altos los montes son! Rondaban bestias muy fieras por el monte, alrededor. Cerca de una limpia fuente un vergel2 allí creció; mandaron alzar la tienda Infantes de Carrión. Con el bagaje3 que llevan, duermen en esta ocasión. En brazos de sus mujeres les demostraron su amor. ¡Qué mal luego lo cumplieron a la salida del sol! Cargan luego las acémilas4 con los dones del valor, y han recogido la tienda que de noche los guardó. Adelante a sus criados envían allí los dos. De este modo lo mandaron los Infantes de Carrión: que atrás ninguno quedase, fuese mujer o varón, a no ser sus dos esposas, doña Elvira y doña Sol, que querían recrearse con ellas a su sabor. Todos los demás se han ido, los cuatro solos ¡Por Dios! ¡Cuánto mal que imaginaron infantes de Carrión! —Tenedlo así por muy cierto, doña Elvira y doña Sol. Aquí os escarneceremos en este fiero rincón, y nosotros nos iremos; quedaréis aquí las dos. Ninguna parte tendréis de las tierras de Carrión. Estas noticias irán a ese Cid campeador. Ahora nos vengaremos por la afrenta del león. Allí las pieles y mantos quitáronles a las dos; solo camisas de seda sobre el cuerpo les quedó. Espuelas tienen calzadas los traidores de Carrión; en sus manos cogen cinchas, muy fuertes y duras son. Cuando esto vieron las dueñas, les hablaba doña Sol: —¡Ay don Diego y don Fernando! Esto os rogamos, [por Dios: ya que tenéis dos espadas, que tan cortadoras son, […] nuestras cabezas cortad; dadnos martirio a las dos. […]
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Comienzan a golpearlas Infantes de Carrión; con las cinchas corredizas las azotan con rigor; con las espuelas agudas les causan un gran dolor; les rasgaron las camisas y las carnes a las dos; allí las telas de seda limpia sangre las manchó; bien que lo sentían ellas en su mismo corazón. ¡Qué ventura sería esta, si así lo quisiera Dios, que apareciese allí entonces nuestro Cid Campeador! ¡Tanto allí las azotaron! Sin fuerzas quedan las dos. Sangre mancha las camisas y los mantos de primor. Cansados están de herirlas los Infantes de Carrión. Prueban una y otra vez quién las azota mejor. Ya no podían ni hablar doña Elvira y doña Sol. En el robledo de Corpes por muertas quedan las dos. Se les llevaron los mantos, las pieles de armiño ricas y afligidas las dejaron, vestidas con las camisas, a las aves de los montes y a las fieras más bravías. Por muertas, sabed, las dejan que a ninguna creen viva. ¡Sí que sería ventura que apareciese Ruy Díaz! Poema del Cid, Castalia. 1
Aguijar: avivar 2 Vergel: huerto de flores y árboles frutales. 3 Bagaje: equipaje. 4 Acémila: mula de carga.