Turcos en la niebla. Enrique Del Risco. Alianza Literaturas

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Dosier de prensa

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Entrevista a Turcos en la niebla parece ser una de las primeras novelas que usa el FaceTime como dispositivo narrativo central. En ese caso digamos que me adelanté a la tecnología. No porque sea un apasionado de los adelantos tecnológicos, sino por una necesidad narrativa. La novela comienza con Wonder en su taller de carpintería esperando batirse a tiros con la policía cuando venga a embargárselo. Mi personaje necesitaba un medio por el que hablarle al mundo, contarle su historia, despedirse de la gente que quiere. Y un medio como el FaceTime hace todo mucho más fluido que si, por ejemplo, se pusiera a escribir una carta. De manera que el FaceTime le da una credibilidad perfecta a su monólogo. ¿Acaso la gente no pasa horas hablando por FaceTime en circunstancias mucho menos dramáticas? El problema es que cuando empecé a escribir Turcos en la niebla el FaceTime no existía. Pero para mí era cuestión de tiempo que apareciera algo así: el narcisismo que inunda y le da sentido a Facebook ya lo venía anunciando. FaceTime puede ser un medio relativamente nuevo, pero para mí fue un recurso más para hacer literatura. De la de toda la vida. El título de la novela es sugerente, pero es una sugerencia que no se aclara hasta bien entrado el libro.

© Geandy Pavón Zayas

Enrique Del Risco Arrocha (La Habana, 1967) posee una licenciatura en Historia del Arte por la Universidad de La Habana y un doctorado de literatura latinoamericana por la Universidad de Nueva York, donde trabaja como profesor. Turcos en la niebla ha sido galardonada con el XX Premio Unicaja de Novela Fernando Quiñones.

Una novela sobre naufragios colectivos y personales y cómo sobrevivir (o no) a ellos. ENRIQUE A. DEL RISCO ARROCHA

TURCOS EN LA NIEBLA ALIANZA LITERATURAS 14,50 x 22,00 cm 464 páginas | Rústica 978-84-9181-446-7 3472707

€ 19,50

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Manejé varios títulos, entre ellos Los náufragos de Bergenline porque Bergenline es la calle más importante de la zona donde vivo, y veo el exilio como una especie de naufragio. Pero luego le escuché una frase a un amigo argentino: «está más perdido que turco en la niebla» que me encantó sin saber lo que significaba. Se refería, según me explicó, a los vendedores ambulantes que en cierta época en su país solían provenir del Medio Oriente (y que por esa manía simplificadora les llamaban «turcos» a todos pero que podían ser sirios o libaneses). Esos vendedores se iban al campo, a zonas que no conocían y al parecer solían perderse en aquellos caminos, más cuando había niebla. Y me pareció una imagen misteriosa y sugerente para representar el exilio, que es un tema central de mi novela: el exilio como un estado de continua incertidumbre. Incluso sin tocar temas como el desarraigo, la separación familiar o la pérdida de contacto con los amigos, el exilio es una tierra de nadie que no habita ni siquiera la gente que te rodea. Ni siquiera tú. El exilio supuestamente es temporal, un espacio permanente condicionado por acontecimientos pasados o futuros porque el presente prácticamente no te toca. Un exiliado necesita preguntarse a cada rato si lo sigue siendo, si al final el exilio no es más que una pose para distinguirse del resto de los inmigrantes. Si tiene sentido seguir siendo un exiliado, con los rituales que implica, con esa actitud de Astérix, el representante de la última aldea que resiste a los romanos. Solo que en este caso los romanos no aparecen nunca. Una experiencia muy particular la de ese exilio que describes… Sí, se trata de un exilio (el de los cubanos del norte de Estados Unidos) dentro de un exilio (el exilio cubano radicado mayoritariamente en Miami) dentro de otro más que son los Estados Unidos, un país de exiliados desde su fundación. La historia tiene lugar en Nueva Jersey, en la misma zona en que vivo, en el condado de Hudson, un condado que es mayoritariamente latino y cuya población en gran parte está compuesta por inmigraciones recientes: chinos, turcos, coreanos, rusos. Dentro de esos inmigrantes latinos me ocupo de un grupo de cubanos que insisten en verse a sí mismos como exiliados políticos. Y dentro de estos me ocupo de un grupo de amigos con intereses muy particulares, con una idiosincrasia muy específica. Entre ellos hay incluso una argentina que primero estuvo exiliada en Cuba como hija de guerrillero y que, por vueltas de la vida, ha terminado en medio de este núcleo cerradísimo de cubanos. Pero al mismo tiempo se siente como una experiencia muy universal. En algún momento de nuestras vidas todos estamos exiliados, interponiendo una barrera entre nosotros y la realidad. Queriendo que la realidad no nos toque, no nos corrompa. Encerrándonos al vacío. Pero es una falsa ilusión. Nadie puede permanecer ajeno al presente. La realidad no te va a permitir que la ignores: se va a vengar de ti, te va a dar caza. Y eso es lo que le pasa a mi protagonista, Wonder Recio. Se desentiende de la realidad para resolver sus problemas con el pasado, pero el presente viene y lo destroza: abandona el trabajo en su taller en pro de un plan para liberar su país —al menos eso es lo que le dicen— y terminan embargándole el taller por falta de pagos. De ahí este largo monólogo en el que trata de explicar qué hace allí.

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Enrique Del Risco sobre su novela Turcos en la niebla Pero las voces de sus amigos no son menos importantes… Cierto. Hay una decena de personajes entre amigos, examantes y familiares que forman parte de su círculo más cercano que son parte importante de esa vida que cuenta y de la novela. Tres de ellos tienen voz directa en la historia, hablando de sus propias vidas con sus propias voces. Está Eltico que es la voz de la memoria del barrio, hijo de preso político casi desde que nació y, al mismo tiempo, el primero del grupo de amigos en llegar al barrio. En la novela, Eltico se encarga —entre muchas cosas— de contar la historia de los cubanos que durante años se han establecido en la zona, las leyendas urbanas que le dan sentido a ese barrio… hasta que en algún momento cae presa de sus propias ficciones. Está Alejandra, la exiliada argentina, que ofrece una mirada más distante y equilibrada, pero a la que no dejan de perseguirla un montón de conflictos. Alejandra pone en contacto dos mundos: el de la vida cubana dentro y fuera de Cuba y el mundo de la Revolución Mundial con que soñaban muchos latinoamericanos en los sesenta y setenta, sueños que más tarde desembocaron en la realidad de cierto yupismo de izquierda. Y está el British, que es lo contrario de Alejandra, cubana vocacional, que incluso lucha por eliminar su acento argentino. El British es un cubano que siempre ha lamentado haber nacido en Cuba y su utopía no es la Revolución Mundial sino su idea fantasiosa de los Estados Unidos. Y como el British es historiador del arte envuelve la novela en el mundo de las artes visuales. Porque la novela también está llena de artistas, de referencias al arte, al contrabando y, por supuesto, a las falsificaciones. Pero debo advertir que esos personajes no son símbolos de nada, metáforas de nada. Traté de que estuvieran lo más vivos posibles porque si un personaje está vivo no se quedará tranquilo representando ningún símbolo, ninguna idea, sino tratando de mantenerse con vida. O no. Háblame de la estructura de Turcos en la niebla. Es una estructura muy sencilla. Cuatro monólogos de los cuatro personajes principales (Wonder, Eltico, el British y Alejandra) que se van entrelazando, pero sin dejar espacio a la confusión. Pude pasarme de experimental y borrar el nombre de los que intervenían pero preferí la cortesía mínima con el lector de indicarle quién estaba hablando en cada ocasión. También tuve el cuidado de crear voces lo bastante distintivas como para que no se confundieran entre sí, para que fueran reconocibles sin importar en qué página abrieran el libro. Por lo demás, es un libro muy narrativo, está lleno de historias tremendas. Y no es que no cediera al impulso de filosofar, pero un amigo que leyó el borrador me sugirió que eliminara los pasajes más reflexivos y creo que la novela ha ganado mucho con esas supresiones. En el libro se habla de cuestiones muy debatidas ahora: el terrorismo, la violencia policial, la tenencia de armas, el abuso sexual. Todos temas muy actuales… Buena parte de esta novela fue concebida y escrita antes de que algunos de esos temas estuvieran de moda como lo están ahora. Varios de ellos son parte del debate cotidiano en los Estados Unidos desde hace tiempo. Otros siempre me han preocupado en lo personal, como el abuso sexual, que está mucho más extendido de lo que nos atrevemos a reconocer. Y hablo de violaciones en toda regla, no de que alguien te agarre la mano por más de dos segundos. Aparecen un par de inclusiones oportunistas de última hora: la elección de Trump como presidente de los Estados Unidos y la muerte de Fidel Castro. Eran acontecimientos que por fuerza tenían que afectar al círculo de personas que había creado en Turcos en la niebla y los aproveché en el cierre de la novela. Sobre todo la muerte de Fidel, que aunque no tenía ninguna relevancia política sí tenía relevancia psicológica y sentimental para mis personajes, que es lo que importa en una novela. Además de que esa muerte marcaba el fin de ciclo. Pero más importante que los temas que mencioné es otro tema que vuelve a estar de moda: el de la verdad. Desde hace rato se cuestiona la relevancia de la Verdad, con mayúsculas, y se insiste en el relativismo, en la diversidad de los relatos. Varios de los personajes de Turcos en la niebla se han tomado lo del relativismo al pie de la letra y han decidido construirse o creerse historias que son esencialmente falsas, pero entonces deben sufrir sus consecuencias. Puedes creerte la historia que quieras pero luego, a la hora de compartirla con el resto del mundo, debería encajar con ese rompecabezas colectivo al que llamamos “realidad”. Por mucho que queramos relativizar los hechos, al final te emplazan preguntas que requieren respuestas claras: mi madre está viva o muerta, tuve sexo con tal persona o no, ese cuadro es verdadero o

falso, traicionaste o no a tus amigos. En ese sentido, Turcos en la niebla es una novela retrógrada, reaccionaria: trata temas tan anticuados como la verdad y las mentiras, la amistad y la traición. Pero por mucho que fabules algo tendrá que ver una novela que trata sobre un círculo de cubanos que viven a orillas del río Hudson con un escritor cubano que reside en el mismo sitio que sus personajes. Decidí escribir sobre un mundo que conozco bien. Ya Cuba empezaba a quedarme lejos como realidad inmediata así que si iba a escribir una historia americana debía ser la de la Norteamérica que mejor conozco. De pronto, cobraba sentido llevar años viviendo allí, empapándome de sus historias. Material tenía de sobra. Lo complicado fue darle forma, hacerlo inteligible. Pero tampoco pretendo identificar mi realidad con la ficción. El exilio que me ha tocado vivir casi se podría catalogar de feliz. Y esa cotidianidad he debido compactarla, dramatizarla: el drama está ahí acechándonos todo el tiempo, basta que tomes una mala decisión, te descuides o, simplemente, tengas mala suerte. Pero la novela, sin ser especialmente feliz, está llena también de esos momentos de alegría compartida que los exiliados, y los inmigrantes en general, valoramos tanto. Turcos en la niebla está llena de humor. Si no me gustara tanto, el humorismo sería mi profesión. Me he pasado la vida escribiendo textos humorísticos para teatro y para publicaciones periódicas bajo el heterónimo de Enrisco. Pero si escribía una historia tan compleja como la de Turcos en la niebla únicamente en clave de humor iba a terminar falseándola. Por eso mis referentes de siempre han sido El Quijote y una película de Emir Kusturica, Underground: un tono en el que puede caber todo, la comedia y la tragedia, y al final deja un poso de ironía, una amargura medio dulzona. En tu biografía aparece que te graduaste de Historia. ¿Ha tenido esa vocación algo que ver al concebir la novela? Sí, sobre todo si se ve Turcos en la niebla como parte de un proyecto que llamo Trilogía cubana del Hudson que intenta describir tres momentos de la larga historia que acumulan los cubanos en esta zona. Algo similar a lo que hace Hermann Broch con el mundo austro-alemán en su trilogía de Los Sonámbulos. Yo intento una reapropiación literaria de Nueva York y sus alrededores en clave cubana. Nueva York tiene una importancia decisiva en el imaginario político y cultural cubano en el siglo XIX. Y en el desarrollo musical en el siglo XX. Y ahora mismo la cantidad de músicos y artistas cubanos que hay en esta zona no se corresponde con la presencia demográfica que tenemos. Buena parte de los grandes poemarios cubanos y la novela más importante del siglo XIX se escribieron y publicaron en Nueva York. Hasta la bandera cubana se diseñó en Manhattan. A todo eso he querido darle sentido con esa Trilogía, lo que me permite hablar de la existencia de una identidad cubana nómada, más abierta, rica y flexible que la que proponen los nacionalismos al uso. ¿Qué crees que haga especial una literatura como la tuya para el resto del mundo? Quizás el hecho de ser una literatura escrita entre dos propuestas de futuro. El futuro ya esclerótico que representó alguna vez Cuba, pero que los profetas del siglo XXI te lo siguen vendiendo como si fuera nuevo: el supuesto reino de la igualdad y la justicia. Y el otro, el monumento futurista del capitalismo hipster y bajo en calorías que es Nueva York y alrededores. ¿Un espacio privilegiado para ver la realidad? Eso le gustaría pensar a uno. Que la historia nos ha puesto en una suerte de atalaya para mirar la realidad desde una posición privilegiada. Pero es mejor no hacerse ilusiones. Ahí está la Historia de la Humanidad para demostrar lo poco que nos han servido las experiencias anteriores. Ahora mismo, lo vemos con el ascenso de los populismos de izquierda y derecha que tanto recuerda al ascenso del comunismo y el fascismo hace un siglo. Un ascenso al que todos estamos contribuyendo con nuestro desprecio por las instituciones democráticas a las que vemos como meros formalismos para proteger a los corruptos. La mayor enseñanza que nos ofrece la Historia es esa antirrevelación a la que llega Eltico al final de la novela. ¿Cuál? La de que la gente no aprende.

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Turcos en la niebla

Creado en 1999 como fruto de la colaboración entre la Fundación Unicaja y Alianza Editorial para conmemorar la figura del escritor gaditano Fernando Quiñones, el Premio Unicaja de Novela Fernando Quiñones reafirma el compromiso de una de las editoriales de mayor prestigio del panorama cultural español con la literatura de creación y la promoción de autores en lengua castellana. El XX Premio Unicaja de Novela Fernando Quiñones está dotado con 30.000 euros en concepto de anticipo de derechos de autor, y la publicación de la novela por parte de Alianza Editorial. La presente edición del Premio Unicaja de Novela ha registrado una significativa participación a nivel internacional, con un total de 153 novelas presentadas. Se han recibido obras procedentes de toda la geografía española, y de distintos países tales como Portugal, Colombia, EE.UU., Cuba, Bolivia, Italia, Alemania, Argentina, México y Francia, entre otros.

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El jurado de esta edición ha estado compuesto por Nadia Consolani, viuda de Fernando Quiñones; Jorge Eduardo Benavides, ganador de la anterior edición; Antonio Rodríguez Almodóvar; Ernesto Pérez Zúñiga; Pedro Rivera, representante de la librería Quorum de Cádiz; Ana Cañellas, representante de la librería Cálamo de Zaragoza; Lluís Morral, representante de la librería Laie de Barcelona; Concepción Quirós, representante de la librería Cervantes de Oviedo; Lola Larumbe, representante de la librería Alberti de Madrid; Rafael Muñoz, responsable del Centro Fundación Unicaja Cádiz y Valeria Ciompi, directora de Alianza Editorial. Turcos en la niebla, de Enrique Del Risco ha resultado elegida ganadora de esta edición. El jurado ha querido reconocer igualmente la obra Ave, ciudadano, de José Rodríguez Plocia, otorgándole una mención especial.

Diseño de cubierta: Manuel Estrada. Foto: Joy van Tiedemann. Dosier: proyectos gráficos PGA

XX Premio Unicaja de Novela Fernando Quiñones

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Un cubano exiliado se atrinchera, armado hasta los dientes, en su taller de carpintería para impedir que éste le sea embargado. Mientras espera la llegada de la policía se dirige, a través de Facetime, a todo el que quiera escucharlo para explicar las razones por las que piensa enfrentarse a las autoridades. Su relato, un drama que no renuncia al humor, se entrelaza con el de tres de sus amigos (un crítico de arte, un buscavidas y una psicóloga argentina) para ofrecer un fresco de la reciente historia política y cultural del continente americano y de la vida contemporánea de una comunidad latina a orillas del río Hudson.

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