Editorial
LA HOSPITALIDAD NO SE NEGOCIA
¿
Cómo hemos podido llegar hasta aquí? Hace apenas ocho meses los gobiernos europeos estaban negociando la hospitalidad, como respuesta a la crisis de personas refugiadas que arribaban a Grecia desde Turquía. Considerábamos que era una respuesta minimalista, brindada a una parte muy reducida de quienes tenían derecho a la protección internacional. Pero las cosas han ido a peor. En el lapso de estos meses, hemos pasado de negociar la mínima hospitalidad a establecer medidas de clara hostilidad frente a personas que huyen de las guerras y de entornos invisibles. La hostilidad ha cobrado cuerpo en muchas medidas que los gobiernos han ido adoptando. Desde ignorar los compromisos adoptados (España ha reasentado a 18 personas, de las 17.000 comprometidas), hasta cambiar legislaciones para confiscar los bienes de los refugiados y así forzar el «copago» de su acogida (Dinamarca), pasando por dificultar la reagrupación familiar (Austria). Por no hablar de los siete países europeos que han reestablecido los controLa ciudadanía ha dado la talla. les fronterizos abolidos por Schengen. Pero si en algún momento y lugar la Nos queda mantener la tensión. hostilidad ha ganado por goleada ha sido en y con el vergonzante acuerdo firmado con Turquía. A cambio de 6.000 millones de euros, Turquía acepta readmitir a todas las personas que hayan partido de su suelo para entrar de forma irregular en territorio comunitario (a través de Grecia). Un acuerdo cuya legalidad está completamente en entredicho, a pesar del intento de retorcer el lenguaje. Suavizando este en su última versión, no por ello las medidas propuestas dejan de asimilarse a las expulsiones colectivas (prohibidas en la legislación europea). Por no mencionar que la consideración de Turquía como país seguro (condición exigida por el derecho internacional para poder devolver a un solicitante de asilo) pide hacer unas cuantas piruetas mentales e ignorar precedentes muy recientes de dicho país. En efecto, Turquía no ofrece protección plena a las personas de origen sirio, y se han documentado casos de devoluciones a Siria de personas huyendo de dicho país, algo terminantemente prohibido por la legislación que protege a los huidos de la guerra. Por otro lado, desde una vertiente meramente práctica, muchos análisis han alertado sobre su inviabilidad. ¿De dónde se va a sacar ahora una capacidad operativa que ha brillado por su ausencia en los meses precedentes? Entonces, ¿por qué hacemos algo que probablemente es ilegal, que dudosamente va a funcionar y que, en ningún caso, va a detener la huida y llegada de personas (solo la va a hacer más larga, dura, arriesgada, peligrosa y cara)? Quizá no sea descabellado pensar que queremos alejar los problemas de nuestra vista. Como si alejando el sufrimiento de nuestros hermanos pudiéramos eludir nuestra responsabilidad. «Ojos que no ven, corazón que no siente». ¿Somos tan obtusos como para utilizar una treta tan ruin, arrojando en el camino los valores europeos al vertedero de la historia? La ciudadanía ha dado la talla. Se ha manifestado en reiteradas ocasiones. Ha dejado claro en encuestas de opinión que quiere acoger a la gente refugiada. Ha estampado su firma contra un acuerdo indigno. Ha presionado a los partidos políticos, que en el Congreso han rechazado mayoritariamente el «negocio» con Turquía. Nos queda mantener la tensión. Ejercer de ciudadanos, cuyos corazones sienten y se estremecen, aunque nos quieran poner fuera de la vista tanto dolor y sufrimiento humano.
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