Cuadernos de Indicador Político #2

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Las enseñanzas del papa

Por René Avilés Fabila / Pág. 18

Cuadernos de Director: Carlos Ramírez

indicadorpolitico.mx

1 de Abril de 2016

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Número 2

$10.00

La crucifixión del Estado laico

La iglesia católica quiere ser el cuarto poder Carlos Ramírez

El impasse nacional

Por Roberto Vizcaíno / Pág. 19

Religión y política

Por Armando Reyes Vigueras / Pág. 22


Atrás por Luy

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Presentación

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Iglesia Católica, cuarto poder autónomo, no poder subordinado al civil Por Carlos Ramírez

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Vaticano-México: del conflicto histórico a las complicidades del poder Por Carlos Ramírez

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De cómo Carlos Salinas desconoció a Juárez y al Estadio laico Por Carlos Ramírez Fox-PAN 2003 y 2006: Estado confesional; Reyes Heroles los afanes de Marta Sahagún Por Carlos Ramírez Francisco I: no al dell’aggiornamento; Paradoja Roma: fe y poder en Curia Por Carlos Ramírez

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Las enseñanzas del papa Por René Avilés Fabila

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El impasse nacional Por Roberto Vizcaíno

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Directorio

Índice

¿A quién le temen? Por Samuel Schmidt

Mtro. Carlos Ramírez Presidente y Director General carlosramirezh@hotmail.com Lic. Armando Reyes Vigueras Director editorial armando.reyesvigueras@gmail.com Lic. José Luis Rojas Coordinador General Editorial joselrojasr@hotmail.com Dr. Rafael Abascal y Macías Coordinador de Análisis Político Mtro. Carlos Loeza Manzanero Coordinador de Análisis Económico Ana Karina Sánchez Coordinadora Operativa anakarinasl08@gmail.com Raúl Urbina Asistente de la Dirección General Mathieu Domínguez Pérez Diseño Monserrat Méndez Redacción

Cuadernos de Indicador Político es una publicación mensual editada por el Grupo de Editores del Estado de México, S. A.©, y el Centro de Estudios Políticos y de Seguridad Nacional, S. C.© Editor responsable: Carlos Javier Ramírez Hernández. Todos los artículos son de responsabilidad de sus autores. Oficinas: Durango 223, Col. Roma, Delegación Cuauhtémoc, C. P. 06700, México D.F. Reserva 04-2012-052910232300-30. Certificado de Licitud de Título y Contenido No. 15670.

Religión y política Por Armando Reyes Vigueras

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Presentación

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rancisco ha sido el tercer papa que ha visitado México. En febrero pasado, Jorge Mario Bergoglio llevó a cabo un recorrido por cinco entidades del país, en donde recorrió cientos de kilómetros y ofició algunas misas, además de encuentros con diversas comunidades mexicanas. Con la distancia necesaria de este evento, es necesario ahora hacer un balance de lo que nos dejó la visita del líder religioso, en una república que tiene marcado en su Carta Magna la definición como entidad laica, lo cual no fue obstáculo para que la clase política mexicana se lanzara en pos de una selfie con el Sumo Pontífice, a la vez que se diseñó un excesivo dispositivo de seguridad para evitar lamentar algún incidente, pero que en realidad evitó que buena parte de los creyentes pudiera estar cerca del papa, pese a lo cual se han presumido cifras de las millones de personas que estuvieron en algún acto presidido por Francisco. Es por lo anterior que en esta edición de Cuadernos de Indicador Político deseamos agregar algunos temas al necesario balance que se debe hacer acerca de la visita papal a tierras mexicanas, considerando que desde la primera visita de Juan Pablo II en 1979, los sucesivos presidentes de la república han sido anfitriones en una gira como la que tuvimos a mediados de febrero pasado. Sin duda, este tipo de temas no pueden disociar el componente político de algo que fue presentado como religioso, ámbitos que en muchas ocasiones se han mezclado con resultados que nuestra historia se ha encargado de recordar en distintas etapas de la vida independiente de México. Es así que buscamos contribuir a una reflexión más profunda de una visita que dejó mucho en el tintero político, social y religioso del país. Los entramados de este tipo de asuntos, variados y profundos, dan para que las ideas y las consideraciones se prolonguen por varias semanas. Esperamos que para nuestros lectores sean de utilidad los textos que presentamos en esta ocasión.

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Iglesia Católica

cuarto poder autónomo, no poder subordinado al civil Por Carlos Ramírez @carlosramirezh

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errotada por el poder civil de las leyes de Reforma (18551865) a la reforma salinista de 1992, el objetivo del reciente activismo político de la iglesia católica mexicana ha sido la salvaguarda de su poder religioso y celestial por encima del poder civil. La lucha de la jerarquía eclesiástica a partir de 1992 y con la reforma al 24 constitucional del 2011 ha sido, en el largo plazo, no sólo la de recuperar privilegios sino la de convertirse en el verdadero cuarto poder, a la par del ejecutivo, el legislativo y el judicial. Poder dominante en las monarquías indígenas —en un funcionamiento similar al de las monarquías europeas hasta el colapso de Henry VIII—, brazo de poder durante los casi trescientos años de dominación española, fuente de legitimación en las constituciones de 1824 y 1857, generadoras de invasiones extranjeras a la mitad del siglo XIX para impedir la consolidación del Estado civil, provocadora de una cruel guerra civil en 1926-1929 no sólo para negarse a reconocer y acatar la Constitución sino para imponer de nuevo su reinado, la iglesia católica entró en una fase de entendimiento con el poder civil en el periodo 1929-2011. Sin embargo, el debilitamiento de la calidad política del sistema priísta, el poder de la fe como legitimadora del poder civil y el efecto natural que dejó latente la reforma salinista de 1992 llevó a una fase de tensión dinámica entre el poder civil y el poder religioso que condujo a la reforma del artículo 24 en el 2011 y su largo proceso de formalización que duró hasta 2013. Del “soy creyente” de Manuel Ávila Cama-

cho como presidente electo en 1940 a la reforma del 24 constitucional en el 2011 hubo un largo periodo de deslegitimación del poder político frente a una sociedad escéptica y crítica, y a la búsqueda de la complicidad del poder político con la jerarquía católica para fusionar intereses. El punto de quiebre ocurrió en 1974 cuando el presidente Luis Echeverría hizo a un lado el concepto histórico de laicidad de la política, el poder y el Estado y reconoció en los hechos a la iglesia católica cuando visitó en Roma al papa Paulo VI para pedirle su apoyo moral —la iglesia carecía de un lugar en la ONU— a la Carta de los Derechos y Deberes Económicos de los Estados. La aparición de Echeverría en el Palacio eclesiástico de Roma diluyó la herencia moral de Juárez y el Estado como supremacía sobre el poder religioso. Luego vino el interés de López Portillo por la visita de Juan Pablo II en 1978, las relaciones de Miguel de la Madrid con el Opus Dei, el pacto secreto de Carlos Salinas para liberar las leyes a favor de la iglesia a cambio de la asistencia de la jerarquía católica a su toma de posesión luego de las elecciones fraudulentas de 1988, la reforma al 130 abrió la puerta para el regreso de la iglesia a la política, más tarde la forma en que Vicente Fox postró al Estado y al poder civil ante la dominación religiosa con misas, comuniones y estandartes de la Virgen y terminó con el acercamiento del presidente Peña Nieto a la iglesia más por convicciones de fe que por utilidad política. La lucha entre el poder civil y el poder religioso ha sido por la supremacía. Porfirio Díaz y los regímenes

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de la revolución Mexicana llegaron a un entendimiento con la iglesia para llevar la fiesta en paz, con el corto periodo de la guerra cristera. Ávila Camacho con su “soy creyente” sólo formalizó la paz con la iglesia; el sistema político se fue acomodando a ese entendimiento con la iglesia: luego de la guerra cristera, la iglesia paulatinamente se fue incorporando al sistema político priísta como sector invisible, el cuarto sector después del campesino, el obrero y el popular. En la realidad la iglesia pasó formar parte de la estructura del poder del sistema político como parte de esas instancias de dominación conocidas como “las fuerzas vivas”, los sectores encargados de la funcionalidad sistémica. Pero una cosa era ser parte del sistema político y otra la intención de la jerarquía de ascender en los peldaños de poder hasta llegar a ser uno autónomo. En ese contexto se dio la reforma al artículo 24 constitucional para fijar las bases de abrir los espacios de dominación ideológica del sistema —la educación y los medios— a la iglesia. La sola existencia de escuelas bajo definición católica define la debilidad del Estado laico. Si en el pasado el Estado laico implicaba una definición de dominio civil obligatorio sobre la sociedad, el nuevo artículo 24 abrió la puerta a la religión con la aprobación del nuevo criterio: “el derecho a la libertad de


convicciones éticas, de conciencia y de religión”. La laicidad como obligación cívica fue horadada por la elevación a rango constitucional de las creencias religiosas. El Estado laico era la definición de un Estado al margen de la subordinación a la religión, como existió en México desde las monarquías teocráticas indígenas hasta las leyes de Reforma. El Estado laico de 1859-1863 marcó la supremacía de las leyes civiles sin aplastar a las creencias religiosas. La reforma al 24 constitucional del 2011 abrió resquicios para el regreso de la iglesia a espacios civiles. Lo paradójico fue que la reforma al 24 se dio con el candado o el contrapeso de la reforma al 40 Constitucional para reiterar lo retirado varias veces —valga el juego de palabras—: “Es voluntad del pueblo mexicano constituirse en una República representativa, democrática, laica, federal”. El problema ha radicado en la forma laxa de interpretar la ley. En la visita del papa Francisco a México en febrero de 2016 se aplicó con precisión el concepto de Estado laico, aunque los funcionarios del Estado se sometieron a los protocolos religiosos —comunión, beso al anillo, hincar a funcionarios del Estado ante representantes de la iglesia— diciendo que respetaban el Estado laico. El problema de fondo no se dio en esas imágenes del poder civil postrado ante el poder de dominación religiosa por la vía de la intimidación —el miedo al infierno si no se cumplen con los preceptos religiosos— sino en el hecho de contrarreformas exigidas por la jerarquía católica: frenar el aborto, los derechos homosexuales y la eutanasia, sino más grave es lo que viene: la presión de la iglesia como institución para definir espacios educativos exclusivos para el catolicismo y apertura para la propiedad de los medios de comunicación. El pensamiento, la ideología y la educación fueron las grandes victorias políticas del laicismo mexicano, además, obviamente, de definir documentos civiles como indispensables para trámi-

tes. El registro civil —la Ley Lafragua de 1857— le quitó a la iglesia el instrumento de control de la población. Si educación, medios e ideología se someten a lo religioso, entonces la iglesia retomará su poder con documentación por encima de los civiles. La nueva fase de lucha entre el poder civil y el clero nada tiene que ver con las convicciones religiosas y éticas de la sociedad sino que la disputa se da por el equilibrio entre poderes. Si la iglesia logra recuperar sus espacios ideológicos —el modelo de Jacobo Benigno Bossuet de interpretar el mundo a partir de la religión y de las sagradas escrituras, el siglo XVII de la lucha entre la oscuridad y las luces—. A lo largo de siglos la iglesia católica fue un poder al lado o debajo del poder civil, pero siempre como factor de legitimación de otros poderes; por eso ahora el conflicto radica en la intención de la iglesia católica de acceder al nivel de cuarto poder autónomo equilibrado con los otros tres poderes. Ahí se localizan las acciones de políticos y funcionarios que han debilitado el Estado laico. Si se cumple además con la intención de que religiosos como tales puedan competir en procesos electorales por cargos públicos, entonces México entraría en una fase de liquidación del Estado laico porque la religión dominante y la que ha tenido históricamente objetivos de poder ha sido la católica. Si la disputa por ideologías políticas ha fracturado y debilitado a las sociedades, la incorporación a la disputa por el poder de ideologías religiosas teocráticas y ante-

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riores a la modernización política y de gobierno que trajo la república no haría más que revivir las luchas civiles por la imposición de una religión oficial. El Estado laico —no la laicidad de la sociedad— fue una conquista de la inteligencia sobre las pasiones y sometimientos religiosos. El Estado laico no sólo puede contemporizar con las religiones —en plural— sino que debe ser el garante de la existencia de cualquier tipo de iglesias y creencias religiosas. La gran lección que dio el modelo de laicidad del Estado mexicano y de la separación del Estado y la iglesia —que viene de las monarquías indígenas y se extendió hasta 1929— fue la de exigir que el Estado no represente a ninguna religión y que la religión tenga su espacio familiar garantizado por el Estado; el Estado laico no implica el aplastamiento de la religión o de la fe, sino que establece el funcionamiento de la sociedad al margen de las religiones y la libertad de creencias religiosas. Exige, al mismo tiempo, que el Estado no convierta al laicismo en una ideología oficial ni en una doctrina fundamentalista porque el laicismo es simplemente la separación de los espacios de actuación de la fe y las religiones, y las funciones del Estado. La visita del papa Francisco en febrero de 2016 abrió de nueva cuenta viejas heridas y viejos debates pero puso las cartas sobre la mesa y reveló la magnitud de la lucha que viene: la reafirmación del Estado laico, la libertad de creencias en los ámbitos privados y familiar frente al objetivo de la jerarquía católica de convertirse en el cuarto poder mexicano. Pero los malos augurios para el Estado laico se vieron con políticos y funcionarios del Estado postrados públicamente ante el poder de sometimiento intimidatorio de la iglesia católica, sobre todo de los funcionarios y políticos encargados de velar por la autonomía del Estado laico. En este sentido, la visita del papa Francisco fue el principio de la batalla por el Estado mexicano.


Vaticano-México: del conflicto histórico a las complicidades del poder Por Carlos Ramírez @carlosramirezh

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n una de las muchas ironías de la vida, los políticos mexicanos de todas las corrientes metieron al país en una parafernalia de casi cuatro meses previos a la visita del papa católico Francisco. Y quiso otra ironía, que el alto prelado llegara a México días después de que los políticos mexicanos celebraron los 99 años de promulgación de la Constitución en su versión moderna, laica y republicana, pero también católica, apostólica y romana y guadalupana. Sin embargo, se trató, en esa vertiente hasta cínica de la política mexicana, de muchas imposturas: de la iglesia católica repartiendo bendiciones a políticos mexicanos que aprobaron leyes que afectaron muchas de las creencias religiosas —sobre todo el aborto, los derechos de minorías homosexuales y el divorcio a la italiana— y de políticos mexicanos que sólo buscaron la foto del recuerdo con el alto prelado para seguir sorprendiendo a incautos votantes de las clases bajas. Nada que ver, en los hechos, con los independentistas de 1810 luchando a sangre y fuego con la iglesia monárquica española, ni con los liberales de mediados del XIX quitándole a la iglesia el poder terrenal de legalizar uniones ni con los cristeros que se rebelaron contra la Constitución de 1917. Las relaciones del Estado mexicano con la iglesia —y en su versión práctica de los políticos con los sacerdotes— han sido de conveniencia: acomodarse a las circunstancias para evitar estallidos de violencia; los políticos buscando bautizos, primeras comuniones y matrimonios eclesiásticos, pero por su cuenta decidiendo en función de sus intereses terrenales, y los prelados apadrinando candidaturas al poder

terrenal. Sabedora que ya los temores al más allá son inexistentes o en muchos casos expresiones íntimas de sus propias angustias, la clase política ha buscado en los altos prelados sólo la complicidad en el poder mutuo. La lucha entre el poder civil y el clero en el horizonte histórico mexicano ha sido una lucha por el poder político terrenal, el poder como instrumento de coerción y dominación. Las luchas entre autoridad civil y clero provocaron debilitamientos mutuos que fueron capitalizados por jacobinismos decrecientes, oportunismos en ascenso y conquistas de la conciencia materialista. De las disputas de 1492 —cuando llegaron los curas a catequizar del brazo de la espada de los conquistadores— al final de la guerra cristera en 1929 el saldo es obvio: sólo generaron pérdidas; los acuerdos secretos de 1929 a la fecha han llevado el diálogo y la convivencia a situaciones de connivencia. En esos dos grandes periodos, los anhelos, fricciones y resultados han sido los mismos; por tanto, el pacto ha permitido que México sea, aún en una versión incomprensible, una república religiosa con una religión republicana. Ahora no hay los te deum del siglo XIX ni las Constituciones que acreditaban al catolicismo como la religión obligatoria ni los guerreros religiosos tratando de someter a la república; ahora bastan las fiestas de obispos, arzobispos y cardenales a las que no faltan, modestos, los políticos más poderosos, ni las fuerzas vivas municipales que tienen que consultar al cura del pueblo como si fuera la autoridad política y social de mayor jerarquía operativa. El resultado, luego de vueltas y revueltas facundianas, viene siendo el

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mismo: dos poderes que pueden anularse llegando a un acuerdo de conveniencias mutuas: a Dios lo que es del César, pero al César lo que es de Dios, una fusión de intereses. Por eso el gobernador priísta del Estado de México, el gobernador verde de Chiapas, el gobernador priísta de Chihuahua, el gobernante del ex Distrito Federal y los jefes políticos panistas en las dos cámaras legislativas se revolcaron en el espacio mediático para mostrar su beneplácito a Francisco y su esperanza en que la visita papal resuelva los problemas de violencia y sociales que los políticos no sólo no han podido atender —menos resolver— pero que con la visita del papa cuando menos se han podido deslindar un poco de ellos. El papa Francisco llega a México en una visita pastoral, pero él mismo, como desde tiempos de Juan Pablo II, también le entra al juego de los dobleces: afirmaciones que dejan entrever responsabilidades de gobierno en las crisis, dardos, puyas verbales, juegos de tensión dinámica muscular. Al final, el papa siempre ha quedado apabullado por la trituradora priísta de ideologías, el entusiasmo que esconde la declinación de una feligresía desorientada ante el realismo que se engulle todas las creencias. Los problemas son lo de menos aunque sean lo demás: baja de más de 10 puntos porcentuales en los creyentes, desplome de la convicción religiosa en seminarios, acusaciones crecientes de corrupción, de abusos sexuales de sacerdotes, derrota de la fe ante


el materialismo diabólico de la realidad. Como siempre, Dios y la Virgen siempre ayudarán al desvalido, aunque el desvalido no se ayude a sí mismo: de rodillas en la Villa pidiendo perdón y redención, pero regresando a su realidad inmediata a repetir los mismos pecados, total, pidiendo perdón también se cree. La ideología priísta que domina el pensamiento político de todas las organizaciones sociales —absolutamente todas, hasta la de los jacobinos por la gracia de Dios— supo entender la dinámica de la dominación: dejar que los fieles crean en los reinos superiores, que al fin y al cabo los poderes se resuelven en elecciones dominadas por el PRI. Y todos contentos. La historia los absolverá (y absorberá) México en su versión de Nueva España —finales de siglo XV— fue una hazaña de expansión geopolítica de uno de los líderes católicos más astutos en la historia de la iglesia: el cardenal Rodrigo Borja/Borgia y luego papa Alejandro VI prohijó a Isabel y Fernando, los introdujo en la weltpolitik o política-mundo, los estimuló para un expansionismo imperialista y religioso, y los coronó como reyes católicos para convertir a España en la espada colonial de Dios en la tierra. El descubrimiento de América no fue estimulado por nuevos caminos a las Indias o nuevos productos y especias, sino para conquistar nuevos creyentes y dominios expandidos de la religión. La religión católica se impuso a sangre y fuego o con buenos modos, pero aplastando al politeísmo religioso de la civilización indígena del México originario. A la iglesia católica y al PRI le ha beneficiado que México haya carecido de su siglo de las luces y que por aquí no hubiera pasado el siglo XVIII; las reformas borbónicas fueron procedimentales; si acaso, como escribió un historiador peruano, “la imprenta son las luces”, aunque la imprenta como instrumento condenado por la Santa Inquisición al final no fue destruida sino convertida a la fe dogmática de la dialéctica cielo-

infierno. Paradójicamente, el liberalismo juarista no alcanzó a convertirse en una Encyclopedia sino sólo en promotora de instrumentos procedimentales del ejercicio del poder: quitarle a la iglesia apenas unos cuantos instrumentos de dominación como los cementerios, la legalización religiosa de nacimientos, matrimonios y defunciones, la desamortización de los bienes de la iglesia no como expropiación de creencias sino tan sólo como parte de la edificación del capitalismo. Se trató de modos. Al asumir su primera gubernatura constitucional en Oaxaca, Benito Juárez endureció su relación con la iglesia católica y el obispo local no por fricciones jacobinas sino por el incumplimiento de la ley: el obispo tenía la obligación legal de presidir el te deum de toma de posesión del gobernador, pero se negó a cumplir ese requisito con Juárez; el indio oaxaqueño lo encarceló no por cura sino por violador de la ley. Ahora se sabe que la tozudez de la alta jerarquía católica a mediados del siglo XIX no le permitió ver políticamente su relación con el poder civil. En la actualidad, el alto clero no luchó contra las leyes a favor del aborto, de los matrimonios homosexuales o de restricciones políticas, porque al final de cuentas en su comodidad sigue teniendo poder ideológico sobre el sistema político: ahí están los políticos de todas las corrientes postrándose ante el poder del papa. Nada iba a ganar Plutarco Elías Calles con su ley religiosa impulsada por radicales jacobinos de la Revolución Mexicana, al grado de que el propio Elías Calles resolvió la guerra con un acuerdo de convivencia –connivencia— entre el poder civil y el clero: el Partido Nacional Revolucionario —y sus descendientes el PRM y el PRI— construyeron un sistema político de dominación terrenal, reconociendo los espacios de la dominación espiritual. De 1929 a la fecha, la jerarquía católica forma parte del sistema político priísta legitimándolo para legitimarse, aunque como sector invisible pero dinámico, cada vez más visible y determinante de ese

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Alejandro VI

sistema. Por eso fue fácil la reforma al 133 constitucional en la fase de la modernización neoliberal: la religión y el poder católico no sólo no le disputaban el poder terrenal al PRI, sino que vía su reconocimiento informal no hacía más que consolidarlo. El papa Juan Pablo II llegó a México en 1978 a reconquistar el poder de la religión y se encontró con un PRI a modo en el que la religión ya no era un adversario: el poder terrenal del PRI ha sido desde entonces superior al de la religión. En los hechos, el PRI logró colocar al poder eclesiástico en su verdadera dimensión: la piedad por el desvalido, no la disputa por el poder. Con habilidad, el PRI le quitó al PAN católico la relación con la iglesia mostrándose como —diría Octavio Paz— un ogro filantrópico; para qué pelear si la iglesia católica carecía de las divisiones militares que Stalin le exigió a Pío XII para poder sentarse en Yalta a repartirse el mundo. Aquí, sin Yalta, el PRI ganó la guerra religiosa cuatro y medio siglos después. De la guerra de dominación del pensamiento y la ideología se pasó a la victoria política de la estructura de poder por parte del PRI. Para qué pelear con las armas entonces, si al fin y al cabo se dio una necesidad mutua de apoyo, uno no podría sobrevivir sin la otra y la otra necesitaba del uno para legitimarse, y se consolidó el realismo metodológico: imposible una república religiosa en México, absurda una república jacobina, ¿para qué pelear, entonces? En los hechos se llegó a una forma política de cogobierno de legitimación mutua; allá la obstinación de Juárez y Elías Calles, y


de los obispos intolerantes. Al final, la disputa ha sido por la distribución de lugares en las fotos religiosas y la asistencia festiva de políticos a los saraos de celebración de cumpleaños de las élites del poder religioso. La solución a la mexicana La disputa entre el poder civil y el clero católico se agudizó en los terrenos de la supremacía: el poder de la religión católica, por cierto, fue una extensión del papel de la religión en el México politeísta indígena. El problema fue pasar de varios dioses a un solo dios, pero a partir del hecho de que el sector dominante en el sistema político y de gobierno de los indígenas era el sacerdote. Como toda religión impuesta, la católica se metió por la vía de la violencia, no de la fe. El indígena acosado por los curas españoles aceptó la nueva religión en el día, aunque en las noches celebrara sus rituales politeístas. La propuesta de los liberales fue de fondo aunque poco práctica en los hechos: la separación del Estado y de la iglesia; bien documentada en la teoría pero poco funcional en la práctica — en el lecho de muerte, Juárez pidió un sacerdote para confesar sus pecados y encaminar a su alma hacia el mundo superior, aunque había impedido con obstinación que el clero gobernara el poder político—. Y ahí se localizaba el fondo de la disputa: el Estado quería controlar los pensamientos y sentimientos de los ciudadanos alejándolos de los dogmas religiosos, y la iglesia quería ejercer directamente el poder como en cualquier monarquía europea, el Estado queriendo ser iglesia y la iglesia queriendo ser Estado. Lo grave fue el hecho de que

la alta jerarquía católica del siglo XIX en México no quiso entender el papel de los jerarcas religiosos en las monarquías europeas: no en el trono sino al lado, arriba, abajo, detrás. Imposible en Europa después de la Encyclopedia. El día en que el Estado dejó de pensar en estar por arriba de la iglesia y la iglesia de soñar con estar por arriba del Estado —más bien: el Estado ser iglesia y la iglesia ser Estado— se encontró la solución mexicana a la relación entre la religión y el poder civil. Al final de cuentas, el poder coercitivo del Estado siempre sería superior al poder de control de la fe de la iglesia. Muy tarde se aplicó la solución original: al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios, aunque a veces el César se crea Dios y Dios se asuma como César. En la real politik, el Estado nunca podría ser un acto de fe y la iglesia nunca podría conducir un Estado. La disputa duró de 1810 a 1929 y pasó por etapas sangrientas. La iglesia nunca entendió la dinámica del poder político: las constituciones de 1824 y 1857 se hicieron en nombre de Dios, pero sin entregarle el poder a la jerarquía católica. Ahí la iglesia no entendió que el Estado reconocía la católica como un ensamble ideológico y cultural. Cuando la relación pasó de la supremacía al entendimiento, el conflicto histórico Estado-iglesia quedó prácticamente resuelto. Eso sí, hubo de pasar por guerras, magnicidios y persecuciones absurdas como la decisión de Garrido Canabal en Tabasco de aplicar a sangre y fuego la ley Elías Calles para impedir las expresiones religiosas en las calles y por tanto el general revolucionario obligaba a los sacerdotes a casarse no para hacerlos humanos sino para humillar su religión. A esa persecución religiosa se refirió el

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papa Francisco en alguna entrevista preparatoria de su viaje a México. El sentimiento jacobino de 1924 a 1929 produjo una revolución religiosa y un magnicidio…, y nada resolvió en los hechos. El PRI institucionalizó las relaciones sociales, las relaciones políticas y las relaciones de poder y la alta jerarquía católica entendió los nuevos escenarios: imposible regresar a los tiempos de supremacía religiosa, imposible la contrarreforma de las leyes que crearon el poder civil en los espacios religiosos de la educación, los trámites de institucionalización de documentos civiles. Al final, el matrimonio civil no anuló el matrimonio religioso, y a la larga el divorcio anuló la obligación cuasilegal del matrimonio religioso y lo arrinconó en un espacio de formalidad moral. Al final, los espacios de la dominación religiosa se aflojaron en las clases medias y las clases altas y se quedaron con fuerza en las clases bajas: basta ver las peregrinaciones a la Villa en cuanto a perfil social y a peticiones. Paradójicamente, el Estado autoritario en materia religiosa persiguió a la iglesia y no hizo más que cohesionarla; en cambio, el Estado despreocupado por la iglesia y controlándola vía los espacios del PRI ayudó a distensionar las exigencias de la fe. Para el estado civil la religión dejó de ser un delito y para la iglesia el poder civil fue un aliado: un aggiornamiento mutuo. Por eso las visitas del papa Juan Pablo II se anunciaron tensas por su activismo político e ideológico, pero el dardo envenenado fue diluido en la sangre ligera de los políticos mexicanos: “México, siempre fiel”; en efecto, la fidelidad a la religión había dejado de ser perseguida desde los cuarenta con aquella vacuna que aplicó Manuel Ávila Camacho en su campaña presidencial: “soy creyente”, punto de inflexión de la paz blanca, sin vencedores ni vencidos. La derrota de Juan Pablo II Los mexicanos se pintan solos. Designado como parte de un juego geopolítico reaganiano de cara a la guerra fría Washington-Moscú, el cardenal Karol Wojtyla arribó al Vaticano sobre


la coyuntura del colapso de Polonia, la rebelión obrera de los trabajadores Solidaridad en una de las cunas del marxismo-leninismo y el paraíso proletario y la ofensiva de Ronald Reagan contra el oso soviético. Por alguna razón en especial el cardenal Wojtyla, ya como papa, arribó a México a escasos tres meses del inicio de su pontificado. Educado en la geopolítica de la guerra fría, su lenguaje fue tibiamente provocador, pero se encontró con un gobierno de López Portillo muy avezado en los conflictos de poder y sin ganas de encarar a la alta iglesia católica. El entusiasmo de la gente aplastó el viejo y destartalado jacobinismo de un PRI ya en la derecha. Y a México llegó el cardenal Karol Wojtyla y se fue el papa Juan Pablo II. Ya no había razones para pelear: Juan Pablo II sacó a los creyentes mexicanos a la calle y no hubo represión ni leyes coercitivas. Inclusive, el régimen sacrificó a uno de sus mejores alfiles: el secretario de Gobernación se había opuesto a esa visita pero acató la orden presidencial y después fue cesado por… jacobinista. El conservadurismo de Ávila Camacho, el priísmo de Alemán y el interés de Luis Echeverría de lograr el apoyo del Vaticano a su Carta de Derechos y Deberes Económicos de los Estados en 1974 fueron disolviendo los viejos rencores y tópicos de conflicto con la religión. López Portillo llegó a la Presidencia sin la carga histórica e ideológica del PRI, acaso con ciertos resabios académicos del Estado nacional. Y Miguel de la Madrid borró los límites estrictos del Estado y la iglesia por su propia práctica religiosa y su esposa muy cerca del Opus Dei. El gran salto cualitativo lo dio Carlos Salinas de Gortari: agobiado por la falta de credibilidad de las elecciones presidenciales de 1988, buscó la legitimación externa a través de la invitación formal a los jerarcas de la iglesia para que por primera vez asistieran a una ceremonia civil de toma de posesión, aunque con equilibrios más como guiños políticos al invitar también a Fidel Castro como el último de los comandantes del viejo marxismo-leninismo.

Pero Salinas fue más allá: en los espacios de la modernización económica reformó la Constitución en los artículos que acotaban a la iglesia católica y pasó al reconocimiento de la existencia jurídica de las iglesias, entre ellas la católica. Ahí se formalizó la separación institucional del Estado y la iglesia católica, y comenzó la fase de relaciones de convivencia. No hubo ni vencedores ni vencidos, un poco porque el Estado nunca iba a cristianizarse ni la iglesia podía secularizarse. En los hechos lo normal en la relación en las calles pasó a ser normal en las instituciones. En los acuerdos cupulares la iglesia católica apoyó el viraje económico de Salinas alejándose del estatismo y el Estado ayudó a la iglesia a salir de las catacumbas inquisitoriales. Lo demás vino por sí mismo: Zedillo no se preocupó por la iglesia católica, Fox tuvo desplantes religiosos con la investidura presidencial que causaron enojos pero sin ningún efecto en la distribución del poder social entre el Estado y la iglesia, aunque Fox más bien con el deseo de formalizar la disolución de su primer matrimonio para casarse en segundas y legales nupcias con Marta Sahagún. Calderón nunca se distinguió por su religiosidad y su sexenio transcurrió sin conflictos. Y Peña Nieto supo utilizar el poder y las relaciones de la iglesia católica para consolidar su poder político aunque sin ceder posiciones religiosas. El único punto de fricción entre el Estado y la iglesia fue el asesinato del cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo en mayo de 1993, con el que se inició el ciclo de inestabilidad nacional que tuvo su punto culminante con la devaluación de diciembre de 1994. Al asesinato se le dio un carpetazo judicial pero dejando muchas dudas sobre las relaciones tensas entre Posadas con Sa-

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linas. En el Vaticano hay sectores que siguen presionando a los papas para exigirle cuentas más claras a México. Por eso la visita del papa Francisco carecerá de puntos de conflicto, aunque hay sectores radicales religiosos que buscan un pronunciamiento severo contra la violencia criminal pero en una situación en la que el Estado aparece más como responsable por ineficacia que por responsabilidad directa. Lo malo para la iglesia es que los mexicanos no quieren escuchar de condenas sino renovar su fe y la iglesia católica en México ha perdido sus bases sociales por las reformas en los derechos de minorías sexuales y en temas como el aborto y el divorcio. Además, el papa Francisco carece de un discurso pastoral, padece de la frivolidad típica de los argentinos y la alta jerarquía católica mexicana vive pugnas internas por el control del aparato religioso de poder. En el fondo, las relaciones del Estado mexicano con la iglesia católica pasan por buenos tiempos y los dignatarios mexicanos quisieran evitar fricciones por temas coyunturales. Al final, el fervor de los creyentes actuará como sordina de cualquier condena papal contra la realidad mexicana. México seguirá siendo fiel al catolicismo y el PRI seguirá gobernando sin oposición de la jerarquía religiosa y todos felices hasta el final de los tiempos o la eternidad religiosa.


De cómo Carlos Salinas desconoció a Juárez y al Estadio laico1 Por Carlos Ramírez

@carlosramirezh

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ara el maestro Gastón García Cantú, la última conciencia liberal, la derrota real del PRI no se dará el 2 de julio próximo sino que se conocerá hoy domingo 21 de mayo. La canonización de los cristeros en Roma terminará definitivamente con el ciclo priista iniciado el 5 de febrero de 1917 con la promulgación de la Constitución de 1917 como una nueva correlación de fuerzas políticas y sociales. El papa Juan Pablo II va a santificar hoy domingo a los mexicanos que fueron empujados por la jerarquía católica en contra de la Constitución. El Siglo XX mexicano arrancó con el triunfo de la Revolución y terminará con su capitulación El papa le quitará a Francisco Labastida sus banderas políticas de campaña. El argumento político-ideológico del PRI en esta campaña presidencial radicaba precisamente en la defensa de los principios históricos de la Revolución Mexicana frente –teóricamente— al conservadurismo del PAN. Con la canonización de los cristeros con el silencio cómplice de los priistas —y hasta con su justificación—, el PRI habrá de aceptar, con circunspección, el fin de su ciclo histórico. Frente al avance del PAN y la pérdida de la brújula ideológica del PRD, el PRI tenía ante sí el gran reto histórico de regresar a sus orígenes: el programa de la Revolución Mexicana. Pero no quiso o no pudo. Frente a la abdicación de sus principios originales, el PRI carece ya de autoridad moral para acusar al PAN de representar los intereses conservadores. La preeminencia electoral del PAN es una consecuencia lógica de la decisión del PRI y de los priistas de arriar las banderas de sus principios históricos. Lo paradójico fue que el programa de la derecha histórica —el PAN— no fue

aplicado por los panistas en el poder sino por los gobiernos priistas de Miguel de la Madrid, Carlos Salinas y Ernesto Zedillo. La canonización de los cristeros sin una protesta política de largo alcance del PRI y de Labastida significará, de hecho, la aceptación del PRI de que terminó su existencia como partido político con un programa ideológico progresista. El PRI que nació de las fuerzas políticas y revolucionarias que aprobaron la Constitución y derrotaron la rebelión cristera es el mismo PRI que paulatinamente, en un periodo de tres sexenios, se encargó de las contrarreformas constitucionales que le fueron cediendo la razón a las fuerzas conservadoras. En los hechos, el PRI se empanizó. Y la forma en que el PRI asiste pasmado a la canonización de cristeros implica al mismo tiempo la aceptación de que el PRI como el partido de la Revolución Mexicana llegó a su fin. La derrota del PRI en las urnas será, así, de mero trámite. El PRI ya no es el partido de las reformas ideológicas, de las reformas sociales, de las reformas políticas. Como candidato presidencial priista, Labastida está más cerca del modelo de De la MadridSalinas-Zedillo que del PRI histórico. Más aún, Labastida fue designado candidato justamente por la corriente neoliberal del priismo, precisamente la misma que no entiende el significado político de la canonización de los cristeros. Lo malo, sin embargo, es que Labastida padecerá su propia derrota ideológica personal. Labastida deriva de una vena liberal del Siglo XIX. En su oficina guarda una bandera nacional aún manchada de sangre de uno de sus ancestros que combatió a los franceses en la Reforma. Y la invasión francesa representó uno de los tantos intentos del clero católico y los grupos conservadores por instaurar en

1 Análisis publicado en Indicador Político el domingo 21 de mayo de 2000.

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México una República clerical. Pero con todo y bandera, Labastida es ajeno al origen histórico del PRI. Con tal de no alejar el voto funcional de la jerarquía católica, Labastida ha guardado un penoso silencio —por su representatividad priista y por sus orígenes familiares— frente a la decisión política del Vaticano de canonizar a los cristeros que se levantaron en armas, azuzados por el clero de entonces, contra la Constitución liberal. La gran derrota del PRI se aprecia en un hecho inocultable: en lugar de hacer cumplir la Constitución en cuanto al alejamiento de la jerarquía católica de los intereses políticos e ideológicos terrenales, los gobiernos priistas del ciclo neoliberal ajustaron la Constitución a los intereses de la iglesia católica. Carlos Salinas, con el aval del PRI y el voto de los priistas, cambió la Constitución de la República que la jerarquía católica nunca reconoció. Con la canonización de los cristeros finalizó el ciclo histórico de la Revolución Mexicana. Por tanto, también se terminó el periodo de justificación histórica de la existencia del PRI. El PRI nació justamente para llevar a la realidad el programa histórico de la Revolución Mexicana. Al cambiar ese programa, el PRI perdió su razón de ser. Labastida ilustra estas paradojas: como descendiente de un diputado constituyente de 1917, Labastida estaba obligado a fijar una posición crítica frente a la decisión política del papa Juan Pablo II de canonizar a los cristeros que se rebelaron contra la Constitución. El drama de Labastida es el del PRI: un descendiente de un Constituyente asistirá este domingo al fin histórico de la Constitución y del PRI con la canonización cristera. Con su silencio histórico, el candidato presidencial del PRI le quitará al voto por el PRI su razón de ser.


Polonización de México El domingo 21 de mayo (del 2000) terminará también en Roma el ciclo político de Karol Wojtyla como el papa de la cruzada moderna conservadora. La designación de un polaco como jefe político de la iglesia católica tuvo el propósito fundamental de contribuir a la aceleración del fin del dominio soviético sobre Europa del Este. La caída del Muro de Berlín comenzó en Roma con el nombramiento de un papa originario de Polonia. Frente a la imposibilidad de una derrota militar o ideológica del comunismo soviético, la estrategia se sustentó en el poder político-ideológico de la religión. El papel de Wojtyla como papa en la guerra fría EU-URSS fue activo. Wojtyla utilizó con habilidad la lucha por la libertad religiosa como un instrumento de combate contra las bases ideológicas de la estructura de poder de los gobiernos socialistas. La lucha de Lech Walesa en Polonia estaba prácticamente perdida hasta que llegó Wojtyla a la jefatura política de Roma. Walesa fue protegido con un pasaporte diplomático del Vaticano, los militares polacos no se atrevieron a reprimir a la iglesia y el papa Wojtyla inclusive fue el que inventó el concepto de Solidaridad —por cierto copiado intencionadamente por Salinas para meterlo en el PRI— para caracterizar a los sindicatos polacos opuestos al gobierno. Así, la estrategia estuvo diseñada integralmente para minar las bases ideológicas del comunismo: el uso de las creencias religiosas, los sindicatos como instrumentos de rebelión contra un sistema comunista que tenía teóricamente al obrero como el eje de su engranaje y la alianza política del Vaticano con el gobierno anticomunista y conservador de Ronald Reagan en Estados Unidos. La caída del gobierno comunista de Polonia comenzó el efecto dominó sobre toda la estructura del campo soviético. El catolicismo se convirtió en el eje de la confrontación contra la ideología comunista. El mensaje que llevó Wojtyla a Polonia desde su primer viaje en 1979 fue precisamente

contrario a los principios del socialismo autoritario. Y la dirigencia comunista no se atrevió a combatir al papa. Los periodistas Gordon Thomas y Max Morgan-Witts cuentan en su libro El año del armagedón —Plaza Janés, 1985— las relaciones de poder del papa Juan Pablo II con el gobierno de Estados Unidos y con la CIA. Por ejemplo, la CIA le avisó anticipadamente al papa que el sindicato Solidaridad iba a ser declarado ilegal y que Walesa sería arrestado por los militares. “De forma creciente, sus decisiones (del papa Wojtyla), su política, sus discursos y pronunciamientos tuvieron en cuenta las instrucciones que iba recibiendo de la CIA”. La función política del papa Wojtyla estuvo determinada por un activismo en contra del comunismo. Por eso Roma eligió a un cardenal surgido del centro mismo del anticomunismo en un país comunista fundamental para la Unión Soviética. En este escenario definió Juan Pablo II su pontificado. “Dedicarse a estudiar y a actuar contra las fuerzas que reprimían la libertad”. Agregan Gordon y MorganWitts que “Juan Pablo no oculta sus sentimientos: el enemigo principal lo constituye el comunismo soviético”. Esta percepción la comparte Adalbert Krims, un católico crítico austriaco que escribió el libro Wojtyla: programa y política del Papa, editado en México por el periódico El Día: el papa vino de Polonia para destruir al comunismo desde dentro, desde la propia ideología comunista Por eso las encíclicas de Wojtyla defienden a los pobres pero prohíben y hasta condenan las luchas sociales

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contra la riqueza. Más que lucha de clases, el bienestar vendrá de “la transformación interior del hombre”. Pero el papa le expropió al comunismo sus bases sociales. La estrategia de la polonización dio resultado: la defensa de la fe como instrumento para destruir un sistema socialista. En esta lógica, una de las tareas menores del papado de Wojtyla —pero tarea al fin— fue la de polonizar México, quizá el país donde Roma tenía cuentas por cobrar: la lucha cristera. El primer viaje del papa Wojtyla a México en 1979 reactivó a los sectores locales conservadores. La frase de “México, siempre fiel” tuvo el doble cariz de religioso y político. En medio de un sistema priista resquebrajado por la corrupción pero sobre todo por las traiciones ideológicas priistas por el quiebre entre el final de la clase política y el ascenso al poder del grupo tecnocrático, la iglesia católica apoyada desde Roma comenzó a recuperar posiciones. Para el Vaticano, el sistema priista se identifica con la Constitución de 1917, con el priismo que persiguió curas y cerró templos y con el populismo como sinónimo de comunismo. Las visitas del papa provocaron, a mediados de los ochenta, una santa alianza del PAN, la jerarquía conservadora y la embajada de Estados Unidos con John Gavin, como se documenta en el libro Operación Gavin: México en la diplomacia de Reagan, escrito por el autor de Indicador Político y publicado por El Día. Los triunfos del PAN en el norte del país estuvieron bendecidos por la jerarquía católica reciclada por el papa Wojtyla, pero también tolerada por el gobierno conservador de Miguel de la Madrid y su secretario de Gobernación, Manuel Bartlett. La polonización se resume como la estrategia de fortalecer las luchas de los grupos conservadores de la iglesia en un país con regímenes progresistas —autoritarios o blandos— para provocar un relevo en las élites gobernantes. El fin del PRI se dará en la lógica de la polonización: la canonización de los cristeros.


La guerra cristera Aunque la guerra cristera comenzó en 1926 y llegó a su punto culminante con el asesinato del general Álvaro Obregón a manos de un fanático católico azuzado por una monja en 1928, el origen del conflicto se localizó el 24 de febrero de 1917 cuando un grupo de obispos protestó contra la Constitución porque atentaba “contra los derechos de la iglesia”. El 4 de febrero de 1926 comenzó prácticamente la guerra cristera con una declaración del arzobispo de México, José Mora y del Río: “el episcopado, clero y católicos no reconocemos y combatiremos los artículos 3 y 31 fracción I, 5, 27 y 123 de la Constitución vigente”. Durante ocho años, las relaciones de la iglesia con los gobiernos revolucionarios estuvieron marcadas por las fricciones. En su obra La Cristiada –Siglo XXI, tres tomos– Jean Meyer exhibe un panorama de intolerancia mutua. En 1924 la iglesia realizó, en desafío al gobierno, un congreso eucarístico. Pero los verdaderos conflictos comenzaron en 1925 durante el fin del gobierno del general Obregón y la campaña presidencial del general Elías Calles. El opositor a Elías Calles fue el general Ángel Flores, del Partido Nacional Republicano formado con los restos del Partido Católico Nacional. En el ámbito nacional, los radicales revolucionarios anticlericales gobernaban estados de la república. Dos destacaron: Guadalupe Zuno Hernández en Jalisco y Tomás Garrido Canabal. Ambos persiguieron a la iglesia católica. Garrido Canabal, inclusive, decretó el ma-

trimonio obligatorio para los sacerdotes católicos como una forma de exacerbar el enfrentamiento contra la iglesia. En ambos estados hubo toma de templos, cierre de iglesias y encarcelamiento de sacerdotes. En El poder y la gloria narra Graham Green, escritor católico aún vivo, una visita al Tabasco de Garrido Canabal. En febrero de 1925 se fundó, como reacción al fortalecimiento de la corriente revolucionaria anticlerical, la Liga Nacional de la Defensa Religiosa que fue asumida por Elías Calles como un desafío al Estado. El gobierno la calificó de “sediciosa y fuera de la ley” y con propósitos ilegales de reformar la Constitución. La respuesta oficial fue la de aplicar la Constitución y abandonar la tolerancia con la jerarquía. El cuadro estaba, pues, armado con los protagonistas: de un lado, la jerarquía radical, conservadora, contra la Constitución; de otro, los duros, Elías Calles, Obregón, Zuno, Garrido Canabal y la masonería como doctrina política oficial. En 1926 estalló el conflicto. Gastón García Cantú realiza, en el tomo II de El pensamiento de la reacción Mexicana 1860-1926 —UNAM, 1986— una cronología completa de ese año aciago. Todo comenzó con declaraciones del arzobispo de México contra la Constitución. Con los antecedentes del agudizamiento del conflicto en 1925, la iglesia convocó a la desobediencia del texto fundamental de la república. El arzobispo escogió la fecha precisa: 4 de febrero, un día antes del aniversario de la Constitución. El 5 de febrero, el secretario de Gobernación declaró que

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el Estado permitía el funcionamiento de la iglesia pero no toleraría la desobediencia. El 8 de febrero la iglesia católica publicó en México su carta de protesta que había difundido en Estados Unidos contra la Constitución. El gobierno de Elías Calles reaccionó vinculando el ataque de la iglesia mexicana con el gobierno de EU. Así, la estrategia del gobierno mexicano fue la de asumir a la iglesia mexicana como un instrumento de penetración del gobierno de Washington. En lugar de buscar un camino intermedio, las posiciones de la iglesia y el gobierno se polarizaron. Al final, el desafío de la jerarquía católica se enfiló contra la existencia misma del Estado mexicano. El 10 de febrero, el secretario de Industria y Comercio de Elías Calles reveló que el presidente de la república instruyó al consejo de ministros a aplicar estrictamente la Constitución contra aquellos que la desconocían. El 18 Gobernación aplicó las Leyes de Reforma y prohibió la actuación de sacerdotes extranjeros. Luego vino el reglamento de escuelas primarias para clausurar los colegios católicos. El 5 de marzo el presidente Elías Calles dijo que la iglesia quería “encender una guerra civil”. En julio, la Liga de la Defensa Religiosa convocó a la “paralización de la vida social y económica” de la república. En julio la iglesia decidió cerrar templo. El 6 de septiembre el Congreso rechazó la reforma a los artículos 3, 5, 24, 27 y 130 que quería la iglesia. El 29 de octubre de 1926 comenzó la guerra cristera con el alzamiento en armas de Rodolfo Gallegos en Guanajuato y Enrique Gorostieta en los Altos de Jalisco, los dos con la bendición de la iglesia. Tres años después, con la intervención de Roma y del gobierno de EU, se firmaron los acuerdos de paz. En junio de 1929, en la presidencia de Emilio Portes Gil por el asesinato de Obregón por un fanático religioso, se apresuró la negociación para no contaminar las elecciones. Fueron cuatro puntos aprobados en Roma: solución pacífica y laica, amnistía a sacerdotes y fieles, restitución


de propiedades a la iglesia y relaciones sin restricciones del Vaticano con la iglesia mexicana. Portes Gil agregó un quinto: exilio temporal a los obispos radicales. La paz se firmó contra la voluntad de los propios cristeros. El jefe cristero Aristeo Pedroza le escribió al arzobispo que no firmara la paz: “recordad que vosotros declarasteis hace tres años que era lícita la defensa armada contra la tiranía callista; no entreguéis a vuestras ovejas a la cuchilla del verdugo”. La iglesia que había azuzado la lucha armada prefirió pactar para ganar. Y ganó. Esos cristeros que sacrificó ante el “verdugo” en 1926 son ahora santos. CSG KO a Revolución A 74 años de iniciada la guerra cristera y a 71 años de firmada la paz –precisamente el año 1929 de la fundación del PRI como PNR–, los derrotados por la fuerza política del Estado de la Revolución Mexicana aparecieron como victoriosos ante la historia a través de la canonización. Pero el verdadero triunfo de los cristeros no ocurrirá abruptamente hoy domingo 21 de mayo en Roma, sino que se fraguó junto con la derrota histórica del Estado de la Revolución Mexicana en el periodo 1988-1991 con Carlos Salinas y el aval del PRI: el arzobispo primado y el nuncio vaticano asistieron a la toma de posesión de Salinas, en febrero de 1990 Salinas nombró a un representante personal ante el Vaticano, en mayo de 1990 vino a México el papa Wojtyla, en julio de 1992 Salinas fue al Vaticano. La cereza del pastel fue la reforma constitucional para reconocerle los derechos a la iglesia católica, la misma que desconoció la Constitución, provocó una guerra civil y llamó a la desobediencia contra el Estado. A diferencia de otras reformas constitucionales, Salinas utilizó la mano del gato para sacar las castañas del fuego: José Luis Lamadrid redactó la reforma constitucional del 130, la aprobó Joseph-Marie Córdoba y la presentó al Congreso Mariano Palacios Alcocer,

gobernador de Querétaro —donde se firmó la Constitución de 1917— y entonces presidente de la Fundación Cambio XXI del PRI. Ahí ocurrió el principio del fin del PRI. La reforma política de Carlos Salinas le cambió la esencia al PRI y al proyecto histórico de la Revolución Mexicana. En cuatro años, de 1989 a 1992, Salinas hizo dos grandes reformas que cerraron el ciclo del PRI como el Partido de la Revolución Mexicana: de un lado, promovió la reforma de la Constitución en los artículos que le daban sentido operativo a los objetivos de la Revolución Mexicana; de otro, reformó la ideología oficial. En marzo de 1992, ante el entusiasmo delirante de los priistas, Carlos Salinas decretó la muerte histórica de la Revolución Mexicana e introdujo al PRI como ideología oficial el liberalismo social funcional al modelo neoliberal de crecimiento económico. La reforma constitucional modificó tres aspectos esenciales que cambiaron el rostro del PRI: la privatización del ejido, las relaciones con la Iglesia y la propiedad del Estado. La reforma de la ideología oficial del priismo también registró sus tres reformas: la desaparición de la Revolución Mexicana, el final de la intervención social del Estado en el proceso económico y la reforma de la Constitución. A partir de 1992, el PRI quedó en la orfandad ideológica y arrió sus banderas históricas. Al final de cuentas, Salinas no hizo más que introducir en el PRI el programa político, económico e ideológico del PAN: la lucha contra la Revolución Mexicana, el principio de subsidiaridad para limitar al Estado y el solidarismo religioso para resolver la desigualdad social. Si la ruptura con la iglesia católica ocurrió con la radicalización ideológica del gobierno en el periodo Obregón-Elías Calles al inclinar al país hacia un socialismo a través de la lucha de clases —hubo otro conflicto en 1934 alrededor de la reforma constitucional para introducir la educación socialista, documentado en el libro La

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lucha entre el poder civil y el clero, editorial El Día—, la reconciliación vino de la mano con un proyecto de contrarreforma ideológica: Salinas canceló la vía de la Revolución Mexicana. Y ahí comenzó a gestarse la victoria histórica de la iglesia sobre el PRI La canonización de los cristeros hoy 21 de mayo (del 2000) en Roma debe verse en la lógica del fin histórico del PRI. El papado de Karol Wojtyla cerró su ciclo: comenzó con la lucha para derrotar al comunismo en Polonia para iniciar la debacle del socialismo soviético y terminará con la canonización de los cristeros para significar el triunfo a posteriori de la lucha religiosa contra el Estado mexicano. De todos los socialismos o estatismos tercermundistas, cuando menos dos le interesaron al papa: Nicaragua por los intereses norteamericanos y México por la guerra cristera. Y en los dos se derrotó a la izquierda. En este contexto, la canonización de los cristeros no es un acto de justicia histórica sino un hecho de simbolismo político de la iglesia para significar la derrota final del PRI. El silencio del PRI y de Labastida como candidato presidencial priista —descendiente de liberales y de un diputado constituyente— se explican en el escenario de la orfandad ideológica en que dejó Salinas al PRI. El PRI como el partido histórico de la Revolución Mexicana, de las reformas progresistas, del Estado social, del dique al Estado clerical y de la igualdad social ya no existe. Salinas lo enterró y hoy (mayo del 2000) el papa leerá su epitafio.


Fox-PAN 2003 y 2006: Estado confesional; Reyes Heroles los afanes de Marta Sahagún1 Por Carlos Ramírez @carlosramirezh

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ás que por tentaciones jacobinas, la severa crítica al comportamiento religioso del presidente de México ante el jefe del Estado Vaticano y de la religión católica tiene que ver con el conflicto histórico del Estado y la Iglesia en México. Más que simulaciones, el problema de fondo tiene que ver con la lucha por el poder político terrenal. Cuando la Unión Soviética estuvo a punto de invadir Polonia para contener la lucha de Lech Walesa, el papa Juan Pablo II le envió una carta secreta al líder soviético para advertirle que renunciaría al pontificado si Moscú concretaba la invasión y que se iría a luchar en las trincheras. Pero durante la Segunda Guerra Mundial, el papa Pío XII guardó silencio cómplice ante los crímenes de Hitler. El reino de la iglesia es el de la fe, no en la Tierra. El conflicto URSSPolonia era parte de la guerra fría. Y Juan Pablo II fue un instrumento político de las intenciones del gobierno conservador de Ronald Reagan para liquidar a la Unión Soviética. Los análisis que motivaron el comportamiento político e ideológico de Juan Pablo II no fueron ciertamente las enseñanzas de Jesucristo sino los reportes de la CIA, según revelaron los periodis-

tas Gordon Thomas y Max MorganWitts en su investigación El año del armagedeón (Plaza Janés, 1985). Un reporte secreto de la CIA le informó al papa, por ejemplo, que el sindicato Solidaridad, cuyo líder Lech Walesa viajaba con pasaporte diplomático del Vaticano, iba a ser declarado ilegal y su líder detenido. El mismo papel del papa funcional a los intereses conservadores de Reagan se mostró en Nicaragua, cuando Juan Pablo II regañó públicamente a los sacerdotes que habían combatido con los sandinistas contra la dictadura de Somoza, pero sin que hubiera habido alguna crítica en contra del intervencionismo de EU y el apoyo a la dictadura criminal de Somoza. El asunto de fondo no tiene que ver con resabios jacobinos sino con una lectura política de la historia de México. En un libro sobre Jesús Reyes Heroles, historiador de la Reforma e ideológico del civilismo priísta, la investigadora Laura Moya señaló el criterio reyesheroliano: la relación Iglesia-Estado se localiza en el espacio de la razón de Estado, “entendida ésta como el conjunto de intereses objetivos que permiten la conservación y ampliación del Estado bajo un ejercicio político plenamente secularizado”.

1 Columna Indicador Político publicada el viernes 2 de agosto de 2002.

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Reyes Heroles abordó el tema con mayor profundidad en un ensayo sobre las relaciones Iglesia-Estado que incluyó en su libro La historia y la acción (Hora H, editorial seminarios y ediciones, Madrid, 1972): “la iglesia o el Papado y la idea del imperio se oponen a la independencia estatal, son entidades que creen estar por encima del Estado y por consiguiente negadoras en su esencia de la independencia de éste”. Para Reyes Heroles, el objetivo del Estado civil tendía a superar las nociones de subordinación. Recordó Reyes Heroles que la comisión que redactó el 130 Constitucional en 1917 concluyó el criterio de que se tenía que superar el criterio de independencia del Estado respecto a la Iglesia como lo hicieron las Leyes de Reforma, sino que se buscó “establecer marcadamente la supremacía del poder civil sobre los elementos religiosos”. El gesto de sumisión de Fox ante el anillo papal anuló la supremacía del Estado sobre los elementos religiosos y puso a la Iglesia sobre el Estado. Reyes Heroles delineó lo que llamó la solución mexicana al conflicto Iglesia-Estado: “La solución mexicana al problema de las relaciones Estado-Iglesia, elaborado en el curso de un largo proceso histórico, con importantes perfiles ideológico-políticos, se basa fundamentalmente en la separación IglesiaEstado, en la secularización de la sociedad para convertirla en una sociedad libre, en la consignación de la libertad espiritual fundamental del hombre, que es la conciencia, y en la superación de antítesis de iglesia propietaria o iglesia asalariada del Estado”. “Junto a ello, la solución mexicana afirma la supremacía estatal y establece regulaciones en lo relativo a efectos sociales del culto religioso para impedir —consejo deducido de nuestra experiencia histórica— la acción política del clero. Lo que podríamos llamar la doctrina mexicana fue forjada en la lucha, pero estuvo orientada a obtener una paz firme para la sociedad mexicana. Se desterró la IglesiaEstado y un Estado-Iglesia. México


sustancialmente resolvió el problema como era debido en el Siglo XIX”. “Nuestros constituyentes de 1917 lo entendieron con claridad y por eso el texto que nos legaron fue preponderantemente social, dando normas para que el Estado pueda afirmar su supremacía frente a nuevas fuerzas, fundamentalmente económicas, y previendo simultáneamente que no resurjan las viejas fuerzas que mantuvieron fluctuante durante largo tiempo a la sociedad mexicana”. Iglesia contra el Estado El conflicto Estado-Iglesia en México ha estado marcado por la disputa por el poder terrenal. La iglesia conservadora combatió a Juárez cuando decretó la desamortización de los bienes religiosos —una riqueza acumulada y pasiva en un país lleno de pobres— y luego trajo a Maximiliano. En 1928, la iglesia católica estuvo detrás del asesinato de Álvaro Obregón, candidato presidencial triunfante. En ambos casos, la iglesia católica desafió la autoridad del Estado y buscó someterlo a los privilegios del poder religioso. En ambos casos, también, el conflicto Estado-Iglesia generó guerras civiles. Por tanto, la solución mexicana tuvo carácter no sólo constitucional sino histórico: la separación de los intereses de la Iglesia y los del Estado. El camino no fue fácil. En febrero de 1925 se fundó la Liga Nacional de la Defensa Religiosa para enfrentar la autoridad del Estado. El gobierno de Calles la calificó de “sediciosa y fuera de la ley”. Al mismo tiempo, el general Ángel Flores había sido designado candidato presidencial del Partido Nacional Republicano que se había formado con los restos del Partido Católico Nacional. El conflicto fue tan doloroso y sangriento que las leyes electorales mexicanas hasta la fecha prohíben la participación de clérigos en la política y la posibilidad de que los partidos aprovechen símbolos religiosos. El 4 de febrero de 1926, el arzobispo de México José Mora y del Río declaró que “el episcopado, el clero y los católicos no reconocemos y combatire-

mos los artículos 3, 31, 27 y 123 de la Constitución vigente”. La iglesia apoyó un alzamiento civil contra el gobierno para combatir la Constitución. En su lucha política, la iglesia católica mexicana buscó en apoyo de Estados Unidos en contra del gobierno mexicano, entonces caracterizado de socializante. El 5 de marzo de 1926, el presidente Calles dijo que la iglesia quería “encender una guerra civil”. En julio, la iglesia convocó a una paralización de la vida económica y social. En respuesta, el gobierno decretó el cierre de templos. En septiembre, el Congreso rechazó las reformas constitucionales que exigía la iglesia católica. El asesinato de Obregón por las balas criminales de un fanático religioso azuzado por una monja precipitó la búsqueda de un acuerdo de paz entre el Estado y la iglesia católica. El artífice de la paz fue el expresidente Emilio Portes Gil, entonces secretario de Gobernación de Calles. Los cristeros se sintieron traicionados. El jefe cristero Aristeo Pedroza conminó al arzobispo a rechazar la oferta de paz del gobierno: “recordad que vosotros declarasteis hace tres años que era lícita la defensa armada contra la tiranía callista; no entreguéis a vuestras ovejas a la cuchilla del verdugo”. La firma de la paz en la guerra cristera dejó abierta la herida de la disputa por el poder. Los gobiernos priístas se hicieron después conservadores. En su campaña presidencial, el candidato oficial Manuel Ávila Camacho hizo una declaración que tranquilizó a la iglesia: “soy creyente”. Mandatarios posteriores llegaron a una especie de entendimiento no escrito con la iglesia: permitirles a los sacerdotes el incumplimiento del 130 constitucional. La simulación de entonces implicó un acuerdo político: el Estado no permitía el activismo político de la iglesia y la iglesia podía cumplir con sus labores de evangelización religiosa. El acuerdo se trastocó en 1988 cuando Carlos Salinas pactó con la iglesia la reforma al 130 constitucional a cambio del apoyo de la jerarquía católica al polémico e incierto resultado de las elec-

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José Mora y del Río

ciones de julio. La iglesia católica —el entonces arzobispo Ernesto Corripio y el nuncio Girolamo Prigione— bendijeron la toma de posesión de Salinas. A cambio, Salinas reformó el 130 para reconocer la existencia jurídica y política de la iglesia. Ahí quedó marcada la gran derrota histórica del PRI. Los priístas —no los clérigos— salieron de las catacumbas políticas que les impedían declarar su religiosidad. La masonería apoyó la reforma al 130. En este contexto, la derrota política del Estado ahora que el presidente Fox se subordinó al Estado Vaticano tiene el antecedente priísta de la reforma constitucional de Carlos Salinas. En 1989, la jerarquía católica publicó un documento para solicitar la modificación de los artículos 3, 24, 27, 123 y 130 de la Constitución, a fin de terminar con la supremacía del Estado sobre la iglesia y el regreso de los fueros religiosos especiales. El 21 de mayo del 2000, pocos días antes de las elecciones presidenciales que le dieron la victoria a Fox, la iglesia de Juan Pablo II canonizó a dirigentes de la guerra cristera. Con ello, el papado de Karol Kojtyla prefiguró los perfiles de la polonización de México: la utilización de la fe religiosa para declarar la victoria tardía pero histórica de la iglesia en el conflicto religioso con el Estado. La jerarquía católica canonizó a los cristeros pero sin declarar su obediencia a la Constitución y al Estado. Así, la imagen del presidente de México postrado a los pies del jefe de la iglesia católica reabrió el expediente de la lucha Estado-Iglesia por el poder político terrenal. Y marcó, con ese sólo gesto, el carácter de las elecciones legislativas del 2003 y de las presidenciales


del 2006: el PAN como el partido que quiere regresar al Estado-Iglesia que le costó mucha sangre a la república. Los afanes de Sahagún La visita papal no fue de fe religiosa ni de simulaciones. El significado político de la visita del papa Juan Pablo II a México se localizó en el escenario de una definición política del presidente Fox: el regreso de la supremacía de la Iglesia sobre el Estado. Para el gobierno de Fox, el punto central fue el de utilizar los instrumentos del Estado para lograr que el papa Juan Pablo II aceptara su nueva condición matrimonial y meter por todos los medios a su esposa Marta Sahagún en las fotografías junto al papa. Los afanes de Vicente Fox han querido ocultar otra definición política del Estado: el desprecio a las leyes de Reforma de Benito Juárez. Como presidente de la república, Fox debe guiarse por las leyes civiles. Y específicamente, el Estado reconoce exclusivamente la institución civil del matrimonio. Los Fox cumplieron con los requisitos de divorcio de sus respectivos matrimonios para la celebración civil de sus nuevas nupcias. Sin embargo, a los Fox les interesa más la santificación religiosa. Por ello el presidente de la república ha utilizado su cargo al frente de las instituciones civiles para conseguir la bendición religiosa de su matrimonio civil. Fox convirtió el viaje pastoral del papa Juan

Marcial Maciel y Juan Pablo II

Pablo II en una visita de Estado y con ello envió un mensaje de prioridades: la bendición católica a su matrimonio como de mayor importancia que el valor de las leyes civiles del matrimonio. La obsesión de Fox por su matrimonio sigue causándole problemas políticos. El 2 de julio del 2001, cuando el país esperaba la primera celebración de la derrota presidencial del PRI, Fox contrajo matrimonio civil con la señora Sahagún y con ello le quitó importancia al fin de 71 años de reinado priísta. Cuando le preguntaron su primera prioridad en la vida, Fox contestó que era tener un matrimonio feliz con la “señora Marta”. Y la visita del papa se redujo a maniobras al estilo priísta para colar a su esposa junto al papa, a pesar de las prohibiciones religiosas sobre matrimonios no disueltos previamente. Así, Fox ha sido arrastrado por el protagonismo de su esposa, aunque él mismo ha tomado decisiones personales que han provocado conflictos políticos. Políticamente, el debate en México ha girado en torno a la forma en que la esposa del presidente de la república ha conducido al jefe de Estado a situaciones de debate innecesario. Al convertir la visita pastoral en visita de Estado, Fox logró que su esposa pudiera colocarse al lado del papa, aunque las imágenes oficiales excluyeron a la señora Sahagún casi toda la ceremonia. En el fondo, los Fox han disminuido la autoridad del Estado para conseguir el perdón a sus almas por el pecado del matrimonio civil sin la disolución previa de sus respectivos matrimonios religiosos. El columnista Joaquín López Dóriga narró el lunes —en El Heraldo de México— los entretelones de los afanes de la señora Sahagún para conseguir una foto —no estrictamente una audiencia— con el papa en Roma. Luego de que el Vaticano canceló una cita previa, la señora Sahagún logró la intervención del padre Marcial Maciel, jefe del grupo conservador de los Legionarios de Cristo, para que personalmente la llevara hasta la oficina del papa. Los afanes religiosos de la señora Sahagún han comprometido la auto-

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nomía política del Estado mexicano que encabeza su esposo. El padre Maciel ha sido reiteradamente exhibido como uno de los clérigos acusados de abuso sexual. Por tanto, la señora Sahagún, en su condición de esposa del presidente de la república, ha establecido alianzas políticas con grupos contrarios a los intereses del Estado y del gobierno mexicanos. Pero los afanes por la foto papal han llegado hasta la ignominia. La columnista Eva Makívar reveló el jueves 1 de agosto de 2002 en El financiero que la señora Sahagún no estuvo presente en la audiencia personal que el papa le concedió al presidente de México en la nunciatura y las imágenes de la televisión oficial mostraron nada más a Fox conversando brevemente con el papa. Sin embargo, la señora Sahagún no quiso desaprovechar la oportunidad de beneficiarse con los reflectores y dijo a El Universal que “estuvimos los tres (el papa, Fox y ella) hablando de México”. Asimismo, dijo que el papa les había dispensado un trato especial “como matrimonio”. Por segunda ocasión, la señora Sahagún manipuló los instantes para hacer creer que el papa no está preocupado por su matrimonio no religioso con Fox, cuando en realidad el Vaticano y el papa ya cancelaron audiencias justamente por la situación religiosa irregular del matrimonio presidencial mexicano. El papel de la señora Sahagún ha sido clave en el reposicionamiento del Estado confesional o en la sumisión del Estado mexicano a los intereses religiosos del Estado Vaticano. Y ha arrastrado al presidente Fox a una situación de ruptura del Estado de derecho porque violó la Constitución en cuanto a la separación de Estado e Iglesia y la ley de cultos que prohíbe la presencia de funcionarios en ceremonias religiosas. Pero por encima de todo, la visita papal confirmó la peor de las sospechas: el objetivo personal de Fox —como presidente y del PAN en el 2003 y el 2006— no es la transición a la democracia sino la consolidación nuevamente del Estado confesional. Pero la historia no debe tener caminos de regreso.


Francisco I: no al dell’aggiornamento;

Paradoja Roma: fe y poder en Curia1 Por Carlos Ramírez @carlosramirezh

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a decisión de los cardenales a favor del argentino Jorge Mario Bergoglio tiene, entre otras, varias lecturas que se resumen en una: la iglesia católica va a atrincherarse en el conservadurismo y cerrarse ante los cambios sociales en el mundo. El escenario del papa Francisco I quedó muy claro: 1.- La prioridad del tema de abusos sexuales y derechos sexuales de las minorías no será agenda de corto plazo. El cardenal argentino Bergoglio fue un activista contra los matrimonios gay y encabezó una marcha callejera en el 2010 contra la ley y ahí llamó a luchar contra la ley en una “guerra de Dios”. De ahí que pederastia y abusos tampoco van a ser tema del nuevo papado. 2.- La iglesia es víctima de lo que se puede llamar la paradoja Vaticana: un grupo de hombres terrenales, pecadores, designó al nuevo jefe de la iglesia como el representante de Dios en la tierra y el nuevo papa formó parte de la estructura de poder del colegio cardenalicio. Los papas logran votos vía negociaciones. 3.- La Curia romana es la estructura de poder y gobierno de la iglesia católica y por tanto su funcionamiento tiene que ver con el ejercicio del poder y de la política. 4.- El nuevo papa Francisco I viene del grupo dominante de cardenales que consolidó el papa Juan Pablo II que mantiene la hegemonía desde 1978, hace treinta y cinco años. Bergoglio compitió con Ratzinger en la elección papal de 2005. Su edad de 77 años le augura una vida funcional corta, el papa Ratzinger fue electo a los 78 años y renunció declarando su falta de fuerza para emprender las reformas. Por tanto, la elección de Francisco I reveló la consolidación de un grupo de poder

dominante en el Vaticano; su gestión será la de preservar y extender el conservadurismo religioso en la Curia. 5.- Pese a pertenecer a la Compañía de Jesús, Francisco I ha sido un conservador. Ciertamente que la iglesia se sostiene por dogmas, pero la liberación sexual de los últimos quince años encontró en la Curia la condena y no el diálogo. El conservadurismo de la Curia eludió cualquier razonamiento terrenal sobre el tema sexual. Queda el misterio de la profecía de Nostradamus de que la iglesia terminará cuando se designe a un papa negro, porque se ha creído que era por el color de la piel; sin embargo, los superiores de la Compañía de Jesús son conocidos como “papas negros” por sus sotanas. 6.- El origen latinoamericano del nuevo papa también es un mensaje. Una revisión de la historia de la segunda mitad del siglo XV refiere que el descubrimiento de América fue una hazaña operada por Alejandro Borgia —Borja por su apellido español—, luego papa Alessandro VI. Como vicecanciller del Vaticano, Borgia facilitó papeles falsos para la boda de Fernando e Isabel, luego como papa emitió Bulas para nombrarlos reyes católicos y luego escriturarles los descubrimientos en América. Así, la expansión del dominio de la fe a América se debió a la visión geopolítica de Alessandro VI. La comunidad de habla castellana es la más numerosa: la población de América es la más numerosa del mundo y el 60% es católica, más de mil 100 millones de personas, frente a otras zonas donde el catolicismo va en declinación, como España. Mientras casi el 20% de la población mundial es católica, apenas el 5% es protestante, la segunda

1 Columna Indicador Político publicada el jueves 14 de marzo de 2013.

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religión en el mundo. Este dato fue asumido por Juan Pablo II para conquistar América. 7.- El dominio de la iglesia católica ha ido disminuyendo por los escándalos, la apertura intelectual de los creyentes y el agnosticismo de las nuevas generaciones. El factor de dominación del catolicismo —los pecados que llevan a condenas— ya no asustan a los creyentes, además de que los propios creyentes han comenzado a dar mayor certeza a su evaluación de la fe que a los catecismos inflexibles. El divorcio, los anticonceptivos y la liberación sexual han dejado de ser pecados para convertirse en formas cotidianas de vida. 8.- La iglesia nunca entendió la relación oscurantismo-fe, sobre utilizó lo primero para mantener a los creyentes y se convirtió en una religión coercitiva. La relación dialéctica conciencia-miedo operó en contra de una religión cuya esencia no radica en la fe sino en el temor a lo desconocido. La población creyente ha ido disminuyendo, en tanto que la fe cristiana


puede seguir latente al margen de la iglesia. Una cosa es la fe en la Virgen y en Dios y otra cosa el vivir sin pecado. Ahí es donde la iglesia católica ha perdido seguidores de manera sorprendente. Más que por el amor, la iglesia amenaza con el castigo. 9.- La inflexibilidad de la iglesia parece ser el principal bache de la jerarquía católica: de un lado, se opone a los nuevos derechos sexuales de las minorías pero con argumentos condenatorios propios de la Inquisición, pero al mismo tiempo la Curia ha tendido un halo de protección a los sacerdotes envueltos en escándalos sexuales y, más grave aún, en casos de pederastia; a los gay los condenan a la hoguera fuera de la protección de la fe, en tanto que a los curas responsables de abusos sexuales los envías a rezar para expiar sus pecados. 10.- El punto clave en la viabilidad del papado de Francisco I radica en tres aspectos: su agenda de problemas terrenales que es negativa porque en el 2010 promovió una marcha y la encabezó contra los matrimonios gay legales en Argentina, la estructura de poder de la Curia romana que funciona casi como politburó soviético que impide la movilidad del Pontífice —como le ocurrió a Ratzinger— y la edad casi octogenaria de Bergoglio para una durísima tarea hercúlea que dio cuenta de Benedicto XVI y, antes, Juan Pablo I. Estos tres puntos hacer ver que el nuevo papa será transitorio. El desafío de la iglesia católica estaba en la necesidad de una “puesta al día”, como lo hizo en 1959 Juan XXIII ante la crisis de la fe que dejó como secuela la segunda guerra mundial, y más hoy con el nuevo escenario de pensamiento liberal, de guerras religiosas y de nuevos derechos sexuales. La edad, el grupo y sus ideas anuncian el cierre de las puertas de la iglesia a los nuevos tiempos y posponen cuando menos un quinquenio más la urgencia de la Curia romana de enfrentar el mundo liberal que domina occidente. La iglesia necesitaba un pastor más cerca de los fieles y no un cancerbero de los infiernos de la fe.

Las enseñanzas del papa Por René Avilés Fabila @reneavilesf

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l papa Francisco se ha ido y la ciudad vuelve a la atroz normalidad. Pero las huellas de su paso serán imborrables para creyentes y agnósticos. Pusieron en evidencia el nuevo México, el del neoliberalismo y el demencial dominio del sistema mexicano sobre la sociedad. Ya no hay Estado laico, los políticos carecen de valores y decencia, tampoco tienen ideología, únicamente los valores del pragmatismo que los lleva a seguir a cualquiera que les dé reconocimiento, dudosa fama y dinero. Los mexicanos se comportan como una sociedad ávida de emociones materiales, carente de espiritualidad. Su catolicismo es de selfies, gritos y ruegos personales. Finalmente, a falta de espacio, sólo podemos hacer notar que no avanza, retrocede y pierde valores por los que muchas generaciones de mexicanos brillantes dieron una lucha titánica. El papa entre los mexicanos es una suerte de objeto sagrado al que se le piden favores y bendiciones, y les regresan conductas sórdidas. Hasta políticos y narcotraficantes le pidieron una señal salvadora de Dios. Sus palabras estuvieron bien, es posible utilizarlas en cualquier mitin callejero. Los hipócritas están en cualquier partido, al fin quedó claro que son una falacia y que son uno solo. No hay ideologías, más bien nos domina una religiosidad que nunca ha impedido las mentiras, la falsedad, el robo, la corrupción. Todos los pecados se cometen a diario por millones de mexicanos y basta con la confesión y absolución para partir de cero nuevamente. El Papa no es experto en México, se formó en un país donde la población indígena no pudo florecer como en Mesoamérica y ya con los europeos la acabaron en una lucha que llamaron civilización contra barbarie. Pero en México hay una enorme bibliografía que arranca con obras hechas

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por los propios conquistadores y los misioneros que acompañaban a la ruda soldadesca. La destrucción no es necesario buscarla muy lejos: debajo de la Catedral, en el Centro Histórico están las tumbas y los espíritus de una enorme civilización: la azteca. ¿Cuántos quedan, dónde están? Desparecieron a causa de la cruz y la espada, las encomiendas, la esclavitud. En donde los europeos encontraron habitantes originarios, los masacraron, los pusieron en reservaciones, o bajo encomenderos salvajes. Acabaron con creencias, culturas magníficas, religiones politeístas. A cambio les dieron una religión de castigos severos, de milagros esperanzadores que no llegan y finalmente ahora son tratados como seres en zoológico, sin la dignidad y el respeto que merecen. Fue la Iglesia de Francisco la que contribuyó para que los indígenas fueran exterminados, sometidos y despojados. En lugar de escuelas los obligaron a construir templos. Es bueno pedirles perdón pero no en abstracto. Hay datos, hay cifras. El papa no es culpable de la conquista de América, es tan sólo un descendiente de los conquistadores, por eso quizás era necesario explicar el crimen. Existen culpables. La evangelización


fue brutal como la conquista armada. La Inquisición fue de una ferocidad sin límite. El daño está hecho. Nos quedamos con restos de esa antigua grandeza que ahora parecen apreciar más los extranjeros. La nueva religión, la que trajeron los conquistadores, ha sido fundamental en el sometimiento de una nación que ahora aplaude y llora cada vez que viene un papa. Lo peor está por venir, ya no hay Estado laico, se desmoronó en horas. A cambio tenemos políticos que vieron en la presencia de Francisco no al representante de Dios sino a un personaje capaz de atraer votos. Era vergonzoso ver a los actuales políticos arrodillarse o peor aún correr con un ayudante, cámara en mano, para que quedaran pruebas de su catolicismo inquebrantable y su fe en Dios, la que no se traduce más que en pillerías y pésimas gestiones administrativas. Pues sí, el papa es un hombre de buen corazón, no un Borgia, sus intenciones eran y son generosas, posiblemente espirituales. Pero la clase política y empresarial que lo recibió con júbilo pensaban más en sus arcas y fuentes de poder que en una nación atrasada y explotada. Antes decíamos Pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos. Ahora habrá que incluir al pequeño y sagrado Vaticano. Seguimos lejos de Dios, por más palabras santas que pronunciamos durante casi una semana, cuando reinó la hipocresía. El papa regresa a casa y recordará que hasta lo jalonearon y le pusieron ridículos sombreros de charro, que saludó y aceptó elogios ilimitados de políticos incapaces y pillos. Nosotros nos quedamos aquí, con nuestros explotadores, reunidos en partidos políticos que pueden tener siglas diversas pero sacados del mismo basurero de la historia. En miles de casas habrá fotos de Francisco y en las residencias de los políticos que nos mal gobiernan habrá altares religiosos con una nueva futura deidad: el papa Francisco. La gran lección papal fue la de mostrarnos cómo son los políticos y empresarios que dominan a la nación.

El impasse nacional Por Roberto Vizcaíno @_rvizcaino

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olcado el país en la visita del papa Francisco, los grandes temas nacionales entraron en un compás de espera social, mediático, judicial, económico y político para ser retomados cuando el país recupere su ritmo luego de la partida en los próximos días del Vicario de Cristo. Mientras tanto la visita papal ha servido para revolcarnos otra vez en nuestra propia podredumbre, al esgrimirnos nosotros mismos todos los pecados y miserias dándonos como sociedad y sectores el peor de los espectáculos. A cada frase del visitante, a cada condena, a cada señalamiento genérico volteamos a señalar con dedo flamígero a nuestros odiados ejemplos del mal para advertir que al fin alguien vino a estar de acuerdo con nosotros que nos cansamos aquí todos los días de voltear a ver a los corruptos, a los malos gobernantes, a quienes nos han sumido en la miseria, a quienes nos roban nuestro esfuerzo para convertirlo en su riqueza, a los miserables que a nuestro juicio no deberían ni siquiera vivir. Y es que el papa Francisco, como todos sus antecesores, es un maestro de la esgrima verbal, conceptual, intelectual, histórica para tocar todos los temas sin referirse específicamente a ninguno y dejar la percepción, sensación de que habló justamente de las preocupaciones de cada uno de los mexicanos. Maestro al fin también de

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la táctica y la estrategia, por lo tanto un extraordinario experto en el manejo político, el papa Francisco ha dominado cada uno de los escenarios en que ha estado hasta la fecha. Al llegar, en el aeropuerto, colocado su avión de Alitalia apenas iniciada la noche en la iluminada y extensa plataforma del Hangar Presidencial, cumplidos los honores de la bienvenida por parte del presidente Enrique Peña Nieto y por su hermosa y sencilla esposa Angélica Rivera (quien llegó vestida con un atuendo en color blanco sin portar ninguna joya), escuchó al estupendo al mariachi del Ejército y vio el baile del Ballet Folclórico. Luego se vería rodeado de niños a quienes saludó, abrazó y bendijo para ahí romper por primera vez el protocolo de esta visita y acercarse, acompañado por sus anfitriones, a las graderías donde unos 3 mil funcionarios, periodistas, miembros de congregaciones y alguno que otro colado, lo vitoreaban y pedían su bendición. La mañana siguiente, el sábado, temprano entró al patio central de Palacio Nacional donde lo esperaba toda la clase política sin distingo de ideologías, empresarios, banqueros, embajadores, legisladores y gobernadores quienes llegaron acompañados de sus familias, para ser recibido por el Presidente de México y su esposa. El papa Francisco cumplió estrictamente con el protocolo.


Esta ahí como Jefe del Estado Vaticano. Y como la esencia, origen de ese Estado es la Iglesia Católica, habló como líder religioso. Lo que dijo ahí no fue distinto a lo que ha dicho a otros grupos iguales en otros países. Aunque aquí los analistas y los medios hayan retomado para singularizar el mensaje en nombres específicos. Hubo incluso algunos dentro de Palacio Nacional que reclamaron a gritos que el papa les diera la bendición. Algunos medios informativos y sus sesudos editorialistas, columnistas y analistas dirían después que el papa se había negado a darles esa bendición en un claro rechazo a hacerle el juego con esa bendición a convalidar a corruptos, mafiosos, explotadores y malos gobernantes. La verdad es que no les dio la bendición no porque los quisiera castigar, sino porque estaba ahí no como líder religioso sino como Jefe de Estado. Así de simple. La otra verdad es que al estar con todos quienes asistieron a ese acto en Palacio Nacional, el papa estaba en los hechos dándoles una bendición que a juicio de muchos mexicanos no merecían. Hoy, gracias a esa visita y la salutación que hizo al final el papa, de cara a todos, tomando y estrechando sus manos, muchos de esos malos empresarios, gobernadores, políticos, líderes de partidos y sus familias, tienen una foto invaluable con el papa Francisco. Ya veremos que no pocas de esas fotos colgarán desde hoy lo mismo

en salas de espectaculares residencias, que en despachos oficiales, y servirán para ilustrar espectaculares en campañas electorales de los años siguientes. Quizá con el único grupo que el papa Francisco no fue tan retórico, ni tampoco el más breve, fue con los obispos reunidos en la Catedral. Ahí sí que fue claro. Si uno revisa lo dicho ahí, verá que el reclamo fue un “¡Ya Basta!”. En un tono y un lenguaje que entendieron todos, Francisco los acusó de ser comparsas y cómplices de todos los centros y jefes de los poderes políticos, económicos y del crimen organizado y narcotráfico en México. ¡Ups! Les reclamó ser unos liosos, peleoneros, envidiosos, arteros, traicioneros y cobardes. Les dijo algo así como: si se pelean sean hombres y díganse las cosas a la cara, de frente y luego dense un abrazo...Y sobre todo les exigió dejar atrás lujos y riquezas, ser más humildes y acercarse al pueblo. Quizá hasta aquí fue lo más emblemático de la visita del actual hijo de San Pedro. Todo lo demás es ya parte de sus encuentros con el pueblo. La gran concentración en Ecatepec, la visita a Morelia, y las que vienen a Chiapas y Chihuahua. Una vez que se cumpla el ritual y que México recupere su ritmo normal, volveremos a hablar de la masacre del penal de Topo Chico en Monterrey y del porqué los líderes de la delincuencia una vez capturados y recluidos en esas cárceles, se convierten en dueños de ellas. De cómo esos jefes del crimen convierten a esos penales en sus feudos y bunkers desde dónde continúan dominando la vida del crimen fuera de ellas. De cómo eso ha convertido a los penales del país en el lugar más

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seguro para esos jefes delincuenciales, que fuera de ellos corren más riesgos que dentro. Habría que recordar hoy lo ocurrido en Durango hace algunos años, en que un jefe de un cártel enviaba a presos a cometer asesinatos y quitarse mediante esta fórmula de en medio a sus competidores. Recuerdo que una mujer era directora de ese penal y que ella había llegado a un acuerdo con el jefe mafioso encarcelado, para dejar salir en la noche a sus cuadrillas de asesinos exterminadores bajo la promesa de que regresarían a pasar lista la mañana siguiente. Los crímenes cometidos por estas cuadrillas se convirtieron en un quebradero de cabeza para los investigadores policiacos, porque buscaban fuera a quienes estaban dentro de los penales. Cuando Francisco vuele a Roma, volveremos a voltear al desastre que es Veracruz bajo el gobierno (¿¿¿???) de Javier Duarte y a retomar el asunto de los 5 jóvenes levantados por policías estatales y entregados a un grupo del crimen organizado que al parecer —de acuerdo a un reporte policiaco que le fue entregado al columnista Francisco Garfias—, fueron ejecutados, incinerados en botes y sus restos triturados en moledoras de caña de azúcar, para luego ser tirados a un arroyo. ¿En Veracruz Duarte no renunciará? ¿Es cuestión de número... o de descaro y falta de vergüenza, o de presión mediática y social? Lo de los jóvenes de Tierra Blanca y los de IgualaAyotzinapa es lo mismo. Así, cuando se fue Francisco regresamos a nuestras vendetas políticas, mediáticas económicas, y a ser testigos de cómo Alejandro “Juanito” Murat sigue como Johnnie el del wisqui, tan campante, derecho a ganar la gubernatura de Oaxaca para que la ejerza su papi. En fin, un impasse a fechas fijas que no dejará con más ánimos y más argumentos para calificar y señalar fallos ajenos, nunca los propios, por supuesto.


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a doctrina de seguridad israelí, al parecer la más avanzada del planeta, sostiene que si alguien está dispuesto a cambiar su vida por la del otro, seguro lo mata y qué mejor prueba que el asesinato de Rabin. Las medidas de seguridad que se establecen tienen la función de desanimar los atentados, pero tal vez no de evitarlos, ahí están las torres gemelas de Nueva York y los muertos por terrorismo en Estados Unidos, aunque te quiten los zapatos en los aeropuertos. Un factor que debe limitar la acción de protección debe ser la molestia que se le genera a la sociedad, aunque este es un tema que se les da mal a los gobiernos. Las fuerzas de seguridad y de inteligencia, para cumplir su función con eficiencia, deben tener información sobre los interesados en atentar contra la vida de la persona protegida, de otra manera están dando palos de ciego y con frecuencia la liebre brinca donde menos la esperan. En el caso de jefes de Estado, a juzgar por las extremas medidas de seguridad para protegerlos, al parecer deben ser muchos los interesados en matarlos. Lo que es un verdadero enigma: ¿por qué tienen tantos enemigos aquellos que fueron escogidos para gobernar? Si son tan odiados, se confirma la tesis de que con frecuencia los malos fueron electos para evitar que lo fueran los peores. Y si son tan malos, no falta quien los odia. Pero ¿será hasta el grado de intercambiar vidas? Ahora que con las nuevas tecnologías de la muerte y el asesinato, no es difícil eliminar a alguien si se quiere hacer. En el caso de líderes religiosos, que se supone son los portadores de la verdad divina y llevan mensajes de paz, ¿quién querría matarlos? A menos que sigan con esa vieja historia de matarse entre ellos para ver quién es el poseedor de la única y definitiva verdad, la que después de una guerra sangrienta y despiadada, como son todas las guerras por la verdad, será reemplazada por una nueva verdad y así hasta el final de los días y de los dioses.

¿A quién le temen? Por Samuel Schmidt @shmil50

La visita del papa a México se ha cubierto con una seguridad desmedida, que no se le otorga a ningún jefe de Estado y eso que él aclaró que su visita es pastoral. Me pregunto si igual tratarán al Dalai Lama, al gran Rabino de Jerusalén, o a un Allamah islámico. Considerando que México es un estado laico, aunque muy desigual, lo menos que se podría hacer es tratar de la misma manera a los líderes de todas las religiones, ya ven los maltratos que le infligen al Dalai Lama, si se trata de una democracia. Todos deben tener la misma oportunidad para levantar las carretadas de dinero que se lleva el Vaticano. Aunque no viene mucho al caso, ¿cuándo se volverá la iglesia católica a Jerusalén, de dónde salió esa religión? Francisco Bergoglio llegó pastoralmente a México para acercarse a sus feligreses, sin embargo, ha estado inmerso en una burbuja de seguridad impresionante que lo aleja de éstos. ¿Qué sentirá al verse rodeado de militares? De esos que han desaparecido a miles de mexicanos. Aunque a él al parecer eso de la desaparición no le preocupa mucho; colaboró con la dictadura militar argentina, permitió que dos curas fueran torturados por los militares, a esos que honró con un doctorado honoris causa por una universidad que controlaba, y debido a esa alianza siniestra se opuso a la anulación

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de las leyes de impunidad, mientras llamaba a la “reconciliación nacional” con los genocidas de la dictadura. No hay que sorprenderse que se rehusara a reunirse con los familiares de los 43, porque en su credo se encuentra no censurar a militares, ni a los gobiernos. Es absolutamente irrelevante que soltara un par de palabrejas contra la corrupción, mientras se toma fotos con el (des)gobernador Duarte, cuyo gobierno ha visto bañarse de sangre Veracruz. Igual se cuidó muy bien de no reunirse con las víctimas de la pederastia de sus curas. Aunque haga alguna declaración sobre el tema, la iglesia sigue manejando el abuso sexual como “enfermedad”. Es recomendable la película de Pablo Larraín, El Club, que aborda el tema con mucha inteligencia. Francisco es un gran demagogo y personifica los muchos abusos que su iglesia y su verdad han cometido contra la humanidad. Podemos contar desde las cruzadas hasta esas conexiones perversas con las dictaduras —que incluye a los nazis—, pasando por la inquisición que masacró a “los infieles” para robarles sus posesiones, metodología que sería seguida por los nazis, al parecer estas mañas se aprenden pronto. Todo en nombre de la única y verdadera verdad. Pensándolo bien, ahí están los agravios a los que le teme.


Religión y política Por Armando Reyes Vigueras @AReyesVigueras

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uego de la visita del papa Francisco a nuestro país, conviene hacer una somera revisión de la forma en que la política y la religión se han relacionado en nuestro país, a través de unos cuantos episodios que demuestran tanto la tensión como la simulación de lo que debería ser. Así, ofrecemos unas cuantas estampas de lo que las dos principales fuerzas políticas del país han expresado acerca de la forma en que la religión ve a la política y cómo la política ve a la religión. Se trata de un ejercicio que no por breve deja de presentarnos algunos aspectos poco conocidos en este ámbito. Católicos en México En 1954, Efraín González Luna — fundador del PAN y su primer candidato presidencial en 1952— escribió el libro Los católicos y la política en México, mediante el cual buscó presentar e interpretar los hechos fundamentales de la condición política de los creyentes en esta fe en el país.

González Luna no sólo fue fundador de Acción Nacional, sino uno de los principales constructores de su doctrina, acuñando el término “humanismo político” para denominarla. Al momento de plantear lo que deberían ser los documentos básicos del nuevo partido, en 1939, González Luna se inspiró en la doctrina social de la Iglesia Católica para elaborar muchos de los planteamientos que siguen en el ideario blanquiazul hasta la fecha. En el libro comentado, quien fuera también primer candidato azul en busca de la Presidencia de la República, refiere repetidas veces el proceso inhibitorio que el pueblo mexicano venía sufriendo, debido a una serie de normas que en la práctica se convirtieron en sectarias y persecutorias bajo el disfraz de que se mantendrían ajenas a cualquier doctrina religiosa. Esta crítica la complementa con varias observaciones acerca de cómo el sistema —en referencia clara a lo que significaba el partido oficial y las formas en que retenía el poder—, mantenía

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su dominio a través de varias tácticas como por ejemplo el dato de que “sólo la facción en el poder puede, de hecho, asegurar el éxito de las organizaciones sindicales y dispensar los beneficios de la reforma agraria a los campesinos”. Asimismo, también revisa el papel de la Iglesia Católica en el sistema político mexicano, en palabras que mantienen una sorprendente vigencia: “parece no haberse encontrado la fórmula de traducción a normas concretas y prácticas de los principios que afirman que la Iglesia no es dueña ni administradora de los derechos políticos de los ciudadanos constituidos del más valioso patrimonio del pueblo; sino que sólo les toca respetarlos, iluminarlos y orientarlos para su recto ejemplo”. Efraín González Luna veía en los católicos mexicanos a una fuerza capaz de transformar el destino del país, pues consideraba que “si el pueblo católico no es despertado y orientado para que él mismo, en sus órganos propios y genuinos, bajo una dirección específica y apta, atienda el cumplimiento normal de la función política sin la cual no es posible una sociedad ordenada y libre, no se puede juiciosamente conjeturar el progreso, ni siquiera la subordinación, de aquellas fuerzas”. Por lo anterior, planteó la necesidad de participar más activamente en política —idea que tenía desde la guerra cristera—, para lograr el cambio que el país necesitaba. “La opción dura en México, pero al mismo tiempo la opción indiscutiblemente obligatoria para los católicos, es el esfuerzo de rehabilitación política de la nación mediante la instauración de un régimen representativo”. La visión que en los primeros años de vida del panismo, en particular en la década de los años 40, estaba marcada por un sentimiento de persecución. González Luna expresa bien


dicha idea al explicar que “en México, como en todo el mundo occidental, las estructuras espirituales de la sociedad, que necesitan consolidaciones y rectificaciones urgentísimas para que sea posible la instauración de un verdadero orden cristiano, son destructivamente atacadas, con pareja nocividad, por el capitalismo liberal, todavía tenazmente atrincherado en múltiples posiciones, y por la frenética conspiración comunista”. Como se aprecia, este tipo de visiones marcaron las primeras décadas de actividad del PAN, pero estas ideas se fueron mezclando con otras que dejaban ese concepto de que el enemigo era el capitalismo salvaje y el comunismo, gracias a la llegada de nuevos militantes con otras experiencias de vida, como veremos en la siguiente columna. Lo público contra lo religioso Un episodio poco conocido y menos recordado, tiene que ver con una norma legal que fue objeto de controversia entre el Gobierno Federal y la Iglesia Católica durante las décadas de los años 30 y 40. Se trata de la reforma que sufrió el artículo 3° de la Constitución. El PAN, en sus primeros años de vida, lo tomó como una bandera denunciando que afectaba los derechos de los padres de familia para determinar el tipo de educación que deseaban para sus hijos, en tanto en el bando contrario acusaban una feroz campaña para derribar lo que consideraban un avance para el Estado laico. A este respecto, cabe reseñar lo señalado en el libro La lucha entre el Poder civil y el clero, escrito a mediados de la década de los 30 por Emilio Portes Gil, quien hasta ese momento había tenido la experiencia de fungir como

Emilio Portes Gil

Presidente provisional en 1929 —bajo cuyo mandato se había acordado el fin del conflicto religioso armado— y Procurador General de la República, cargo en el que recibió del Presidente Abelardo L. Rodríguez una denuncia debido a que “el clero católico ha iniciado una franca campaña de sedición en la que revela claramente sus propósitos de llegar a la rebelión” en protesta por la aprobación de la reformas al artículo 3° de la Constitución. En el prólogo del libro, en una segunda edición de 1983 por el periódico El Día, Vicente Fuentes Díaz apunta que la denuncia que hizo el mandatario fue por “ciertos actos” del obispo de Huejutla, José de Jesús Manríquez y Zarate, y del arzobispo de Morelia, Leopoldo Ruiz y Flores. “Se deducía —añade Fuentes Díaz— que tales prelados eran responsables de graves violaciones a las disposiciones legales que rigen la actividad de los ministros de culto religioso y otras de carácter específicamente penal que prevén y sancionan conductas delictivas. Hacía notar el Primer Magistrado no sólo con base en la actitud de los prelados sino del clero católico en general que esta institución observaba una política abiertamente sediciosa que vulneraba el orden legal y lesionaba, concretamente, la autoridad del Estado”. De igual manera, el prologuista añade que tal acto “era la continuación directa, casi podría decirse que orgánica, de la campaña dirigida por las mismas fuerzas en contra de la llamada “educación sexual”, proyecto educativo que el secretario de Educación Pública, licenciado Narciso Bassols, había

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puesto a la consideración de una comisión especial que tenía como misión estudiar las posibilidades de insertarla en los planes pedagógicos del Estado”. Vicente Fuentes recuerda que “desde el inicio mismo de la guerra religiosa, en 1926, hubo en la vertiente del sector confesional una corriente que se propuso, a troche moche, la deposición violenta del gobierno constitucional. Fue la llamada Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa, cuyos líderes, encarnación de la más ruda intransigencia, no veían ni buscaban otra salida que el derrocamiento del régimen por medio de las armas”. Portes Gil, en sus consideraciones finales del libro, mencionó que “la acción del Poder Público encaminada a limitar, reprimir y disminuir las funciones temporales de la iglesia en México se explica y justifica por razones jurídicas y políticas, que se completan con razones de biología constitucional, de realidad social actual viviente, que permiten penetrar hasta la entrada misma del problema. “La lucha secular de la Iglesia contra el Estado en México obedece fundamentalmente a contradicciones radicales y profundas de sus respectivas funciones en la existencia social”. A la luz de lo actual, lejos quedaron las palabras que escribió Portes Gil al señalar que “siempre en la historia de México el mismo esfuerzo del poder civil encaminado a evitar la existencia de la Iglesia como poder temporal, es decir, el Estado impidiendo por razones de realidad social, casi de defensa biológica, la existencia de otro Estado”.


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