El Mollete Literario #1

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de cómo vino rené y cómo aún no se ha ido

por carlos ramírez

El Mollete Literario www.grupotransicion.com.mx

Director: Carlos Ramírez

molleteliterario@grupotransicion.com.mx

Número 1, Segunda Época

Noviembre 15, 2012


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El Mollete Literario

El Mollete Literario

Lectura que me sonroja,ja, ja... Por Luy

Mtro. Carlos Ramírez Presidente y director general (carlosramirezh@hotmail.com) Oscar Dávalos Coordinador de Producción (odavalos@grupotransicion.com.mx) Lic. José Luis Rojas Supervisor Editorial Consejo Editorial: Roberto Bravo, René Avilés Fabila. Violeta Cordero Zozaya Mesa de información (violeta.cordero@grupotransicion.com.mx) Roberto Eduardo Aguilar Malvaez Diseño Abigail Angelica Correa Cisneros Redacción acorrea@grupotransicion.com.mx Raúl Urbina Asistente de la dirección general El Mollete Literario es una publicación mensual editada por el Grupo de Editores del Estado de México, S. A., el Centro de Estudios Políticos y de Seguridad Nacional, S. C. y el Grupo Editorial Transición. Editor responsable: Carlos Javier Ramírez Hernández. Todos los artículos son de responsabilidad de sus autores. Oficinas: Durango 243, Col. Roma, Delegación Cuauhtémoc, C. P. 06700, México D.F. Certificado de licitud en trámite.

Un cenáculo irreverente Por Carlos Ramírez

Índice de cómo vino rené y cómo aún no se ha ido Por Carlos Ramírez

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La literatura mexicana actual o los hijos de la posmodernidad

En los confines de la onda: Parménides García Saldaña

Por Citlali Ferrer

Por Oscar Dávalos

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Un tratado de arte llamado el Retrato de Dorian Gray

El cuestionario bravo. Entrevista a Rosa Beltrán

Por Mauricio Leyva

Por Roberto Bravo

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Los malos libros provocan malas costumbres y las malas costumbres provocan buenos libros. René Descartes (1596-1650)


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o se trató de un grupo propiamente dicho. Éramos varios reporteros de la revista Proceso que todos los jueves teníamos que quedarnos en la redacción al cierre de la edición semanal. Como a eso de las diez de la noche nos íbamos a cenar molletes y café --algunos pedían una cerveza-al Vips que estaba en la esquina de Insurgentes y San Francisco, cerca de la ciudad deportiva. Ahí platicábamos de todo, pero sobre todo de literatura, hasta las dos de la mañana. Aunque nunca fungió como jefe del grupo, la figura mayor era Vicente Leñero, entonces subdirector de Proceso. Vicente iba en las tardes a la revista. La mañana la dedicada a sus menesteres intelectuales: escribir y leer. Las noches de los jueves, luego del cierre, comenzábamos hablando de política pero de pronto los temas iban a la literatura. El grupo era variado: el poeta David Huerta, el narrador Federico Campbell. Alguna vez cayó por ahí, creo, el poeta y narrador Marco Antonio Campos. Iba, indefectiblemente, Armando Ponce, entonces coordinador de la sección de cultura de Proceso. También Carlos Marín. Como periodistas no faltábamos Paco Ortiz Pinchetti y yo. Las sesiones eran informales. Pero nutritivas para quienes andábamos en busca de lecturas. Ahí Campbell llegó a

Vicente Leñero Foto: Octavio Gómez

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Un cenáculo irreverente Por Carlos Ramírez fascinarnos con Harold Pinter, también admirado como dramaturgo por el dramaturgo Leñero. Vicente nos contaba anécdotas picantes de escritores, algunas de ellas que nunca repetiría si no fueran convidados de confianza. Nos platicó sus tiempos de becario en el Centro Mexicano de Escritores y la forma de funcionar de un taller que era más una pista de esgrima mortal, literariamente hablando. Campbell nos alargaba la noche con sus anécdotas sobre Juan Rulfo, sobre todo allá en el café de El Ágora, la entonces librería de moda intelectual. Vicente era --y es-- un lector consumado. Y sabía introducir el apetito literario. Una vez nos contó un libro que estaba leyendo y que le había fascinado. Sobre todo por el comienzo, una derivación de La Odisea. Bueno, más bien, un pasaje interpretativo de esa obra magna que había sido tomada por un escritor que a comienzos de los ochenta era casi desconocido en México. Se trataba de un basquetbolista universitario en Estados Unidos que había sido estrella juvenil pero que se había frustrado. Al entrar a la madurez era apenas un empleado mal pagado, con hijos pequeños y una esposa alcohólica que le exigía demasiado. La novela que nos contó Vicente comenzaba con el protagonista regresando del trabajo a su casa. Antes de llegar se quedó mirando como bobo a unos jóvenes que jugaban basquetbol en una cancha de un suburbio de Estados Unidos. Como huracán, los pensamientos de su juventud deportista se le agolparon en el presente. Y de pronto el protagonista se dio la vuelta y comenzó a correr en sentido contrario de su casa. Corrió y corrió huyendo de su realidad. Se montó en su coche destartalado y tomó una dirección contraria a su casa y caminó varios cientos de millas. Una vez

El escritor Federico Campbell Foto: Miguel Dimayuga/Procesofoto/DF

tranquilizado, el protagonista regresó pero no a su casa. Se instaló en un cuarto cercano a su casa. Y desde se la pasaba mirando hacia su casa. La historia, contada, resultó fascinante. Vicente nos --más bien: me-- había presentado literariamente el arranque de la novela Corre conejo, del entonces poco conocido escritor norteamericano John Updike. El protagonista de la novela se llamaba Harry Conejo Angstrom. Obviamente me dediqué a buscar la novela y no me perdí la zaga: Conejo es rico, El regreso de Conejo y Conejo en paz. Hace poco me encontré con Conejo en el recuerdo y otras historias. Pero de todas, sin duda que el primero me dejó deslumbrado. Updike hasta entonces era desconocido en México. La historia anecdótica de Conejo me fascinó al grado de encontrar por ahí alguna línea argumental: la propuesta literaria de Ulises en La Odisea y su regreso siempre pospuesto para no enfrentarse a la realidad. Encontré una novela que se me perdió en mis cambios de casa. Era de Alberto Moravia. Y otro de Harthowne. La historia era casi la misma: un protagonista que huye de su realidad pero se instala físicamente frente a ella para vigilarla y seguir participando tangencialmente. Otro de los autores

que salió en las conversaciones con Leñero fue William Styron, cuya novela La decisión de Sophie la encontré en una librería del aeropuerto de la ciudad de México. Estrujante. La película la vi muchos años después y no me gustó tanto como el libro, a pesar de la sobresaliente actuación de Merryl Streep. Acuciado por la información en el grupo de Vips busqué luego las obras de Styron: Las confesiones de Natan Turner y La larga marcha. Las reuniones de los jueves fueron bautizadas, no recuerdo por quién --creo que por Armando Ponce-- como las de “El mollete literario”. No era un cenáculo intelectual, sino una charla de amigos y compañeros sobre literatura y política. Eran reuniones informales, sin cita ni hora formal. Comenzaban cuando Leñero aprobaba la portada de Proceso y recogía sus cosas. Poco a poco llegábamos a Vips. Cada quien pagaba su cuenta. En aquel grupo hubo muchas iniciativas. Una de ellas apenas cuajó. Campbell tenía muy buenas relaciones con los editores de una colección de plaquetes. Eran pequeñas ediciones pagadas por el autor, de tamaño un cuarto de carta, con apenas unas decenas de páginas, de portada color amarillo pálido. La colección se llamaba “La máquina de escribir”. Campbell y Huerta ya había publicado algo en esa colección. También creo que por iniciativa de Ponce, ahí saltó la idea de que todos nos cooperáramos con algo de dinero para utilizar el membrete de “La máquina de escribir” y publicar obra propia pero acreditada a “El Mollete Literario”. A todos nos pareció buena idea. Marín publicaría algunas crónicas, Paco Ortiz Pinchetti escogería algún reportajes que había publicado en Revista de Revistas de Excélsior de la que Vicente había sido director. Yo dijo que entregaría algunos cuentos. Como se trataba de un grupo irreverente, no habría control de calidad. Simplemente alguien --Campbell o Huerta-- harían la corrección mínima de estilo. Y ya. El dinero se puso en la mesa. No era mucho. Entonces la edición de autor era barata. De todos los enlistados sólo yo entregué tres cuentos. Y salió mi plaquette. Se llamó Fotos de Rebeca, con un cuento homónimo, una historia del despertar sexual de niños con un final obvio que luego corregí sobre la edición ya terminada tachando una palabra y sustituyéndola por otra y un cuento que después me publicó Marco Antonio Campos en una antología de jóvenes escritores porque tenía --intencionadamente-- un aire revueltiano. La edición era de unas decenas de ejemplares que luego distribuí personalmente en librerías. Eso sí, en una de las primeras páginas consigné que se trataba de una edición pagada por el grupo de “El Mollete Literario”. Sin quererlo, ahí nació una idea que tuvo su primer espacio en La Crisis, luego en Transición y hoy abre por sí mismo en El Mollete Literario. Y lo hace con la misma irreverencia de entonces y rindiendo homenaje a ese cenáculo irreverente de finales de los setenta y comienzos de los ochenta. Y desde luego, con un recuerdo muy grato de Vicente Leñero.

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de cómo vino rené y cómo aún no se ha ido antihomenaje por carlos ramírez

y

a mily

o tenía entre trece y diecinueve años y no permitiré que nadie diga que es la edad más hermosa de la vida, escribí escribiendo a paul nizan en un libro que me recomendó mucho tiempo después david huerta, bueno, tampoco era de lo peor, yo vivía en oaxaca y oaxaca era entonces una aldea de muchas casuchas distribuidas alrededor del zócalo de la ciudad, mi casa estaba a cuatro cuadras del zócalo y, sorpréndanse, no tenía pavimento; pero no vengo a hablar de mí sino de rené avilés fabila en uno más de sus tantos homenajes, y hablo porque yo lo conocí primero a través de la lectura de sus libros, cuentos y novelas, que disfruté cuando trabajaba en el heraldo de méxico como redactor de boletines para convertirlos en notas más o menos publicables pero sin dejar de reconocer que era, en aquellos comienzos de los setenta, un nivel bastante bajo del periodismo nacional que se había vestido de gloria en el reinado priísta de entonces, que entonces sí era reinado y no como ahora, porque era más o menos mil novecientos setenta y dos y el país entraba con euforia a la monarquía sexenal de Echeverría, y en la redacción estaba también mily, a quien conocí entonces, y ella aprovechaba los tiempos muertos entre boletín y boletín para leer cuentos, novelas y poesía y ahí me aferré a una parte de mi vocación con las letras, la literatura pegada al periodismo, aunque había leído pocos libros, poquísimos, casi ninguno, pero me había prometido con mi amigo fabiolo, de la prepa en Oaxaca, que yo sería algún día un escritor consumado, por eso me encantó esa relación porque mily me recomendaba libros y yo los leía con avidez, y ahí descubrí, por ejemplo, al boom latinoamericano, primero a garcía márquez, luego a vargas llosa y finalmente a cortázar, luego me desencantó el colombiano, el argentino se desvió ya de grande hacia la literatura política y me quedé al final con el vargas llosa que llegué a criticar, háganme ustedes el favor, por sus textos conservadores y, dios me libre ahora, su ruptura con cuba;

pero ese es otro cantar ahí comencé, pues, mi relación con la literatura; y les pido me perdonen porque aquí venimos a hablar de rené avilés fabila pero no coman an-

sias, pronto llegaré a ese punto, porque antes me encontré con la literatura mexicana en general, a carlos fuentes que me gustaba antes y hoy ya no y a otros, hasta que en una librería compré un libro que me metió de lleno a la literatura del tal avilés y amigos que entonces lo acompañaban, un librito de portada café titulado de los tres ninguno y que recopilaba cuentos e historias de rené, josé agustín y gerardo de la torre, y ahí me quedé plantado en aquellos años de mil novecientos setenta y dos y mil novecientos setenta y tres y no los volví a soltar, abrumado por su estilo y su temática, los he venido siguiendo ahora con mayor sentido crítico pero siempre con esa fidelidad de aquel entonces tan lejano año de nuestro descontento; y fue entonces, por cierto, una lectura más o menos a fondo porque casi todos los libros de los tres, más el gustavo sainz que se agregó años después, pasaron la prueba de los muchos cambios de casa y ahí están, ahí está, como la puerta de alcalá, el de los tres ninguno como puerta de entrada, aunque no sé si tenga algún valor pero varios de esos libros los tengo a la fecha en su primera edición y no los vendo, y algunos de ellos con anotaciones al margen, al principio y al final, algunos con tinta roja y otros con tinta sepia, frases a veces contundentes que quisieron indagar entonces algo que yo decía con voz de profeta desempleado al que nadie pelaba entonces

obvio, ¿no? pero que debía tener pues voz de profeta diciendo que esos muchachos iban a llegar más alto, aunque cuando publicaron sus primera obras yo tenía menos años que los de nizan y de todos modos no era feliz pero tampoco sufría demasiado, porque ellos publicaron sus primeras obras de mil novecientos sesenta y cuatro a mil novecientos sesenta y nueve yo los descubrí en mil novecientos setenta y dos, y me acuerdo que luego del libro de los tres me sacó de onda la tumba de agustín, releí dos veces gazapo, me encan-

El escritor, René Avilés Fabila


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El escritor Carlos Fuentes, su esposa Silvia Lemus, y su hija, Natasha Fuentes. Foto: Héptor Arjona/Procesofoto/Archivo

tó ensayo general de gerardo y a avilés fabila lo descubrí como novelista años después de todo, y no puedo explicar por qué entonces no lo busqué como a los demás; porque a avilés fabila realmente lo pulsé a fondo en mil novecientos setenta y cinco, cuando yo había dejado el heraldo de mexico y estaba trabajando en el periódico el día de enrique ramírez y ramírez, sin parentesco alguno, porque yo quería entrarle de lleno al periodismo político y en el heraldo me daban mucho espacio pero estaba de hueva cubriendo primero policía, luego las fuentes de salud y terminé, por el milagro de purgas relacionadas con la fundación frustrada de un sindicato, en la fuente de la presidencia de la república escribiendo crónicas echeverristas, y por eso me pasé a el día donde se hacía un periodismo más político, y era cierto porque ahí me relacioné con muchos asilados latinoamericanos de izquierda, y a través de ellos varié un poco el rumbo de mis lecturas y ahí me encontré, en los libros, obviamente, y no en la redacción, a andré malraux, primero con sus antimemorias y luego con toda su obra, sobre todo los conquistadores y la condición humana, y me puse a experimentar la literatura política de deveras pero no pude, y mejor volví a mis lecturas y en alguna conversación en la redacción de el día hablé de mis lecturas de la onda y mencioné a avilés fabila y fue como mentar la soga en casa del ahorcado

qué serio me puse

pero bien ahorcado porque resulta, y déjenme contarles, que en el día avilés fabila tenía tache, pero tache de a deveras, porque decían en los pasillos que ramírez y ramírez

le había comprado varios ejemplares a rené cuando promovía su novela antes de terminarla y luego en el libro le daba en toda la madre, y don enrique, como alarcón en el heraldo le llamábamos don ga, por aquello de el padrino, era de muchos resentimientos y decía que rené lo había traicionado porque lo presentaba en el libro como un político trapecista que había salido del partido comunista y se había pasado al pri por obra y gracia, y algo de dinero, de lópez mateos, para fundar un periódico de izquierda y para crear en el pri un espacio de izquierda, válgame dios, pero así eran las cosas entonces, y por eso don enrique estaba que echaba chispas contra rené porque ese libro, la primera novela que publicó, se llamaba los juegos y este año de dos mil siete cumple los cuarenta de edad, estas son las mañanitas, ni madres, así no es pero de todos modos cuarenta años son muchos y la novela ahí está todavía, disfrutable porque todos los protagonistas siguen vivos, bueno algunos algo tarados ya pero cuando menos respirando, y el ambiente es el mismo, el de las mafias y los clanes; y así fue como entré en contacto literario con rené y de ahí me seguí de frente, aunque debo de confesar que me gustaron más las novelas y los cuentos, y nunca quedé satisfecho con las viñetas o la línea fantástica, porque yo le exigía como lector literatura de la realidad, no las ficciones en el vacío, y de entre todas me quedé para siempre con tantadel, para mi gusto la mejor de sus novelas porque capta con precisión y profundidad

El escritor peruano Mario Vargas Llosa. Foto: Refugio Ruiz/procesofoto/Jal

los tres espacios de la creación, a saber, dos puntos y seguido, el ambiente, el lenguaje y los personajes, y me enamoré de tantadel, aunque cada vez que quiero hablar de ella con rené me manda por un tubo, no sé qué resentimientos tiene contra ella o contra la novela, pero me importa poco porque he comenzado a escribir una novela que se va a llamar la prima de tantadel y les juró que sí existió y que será una novela que va a dar qué decir aunque sea que le digan que no sirve pero será un homenaje a tantadel y a su época y ciertamente un reconocimiento a la capacidad literaria de rené, aunque a él le gusta hablar más de el gran solitario de palacio, que fue la novela de dictadores que le ganó en tiempo, espacio y temática a garcía márquez, alejo carpentier y augusto roa bastos y después vargas llosa y su chivo en cristalería, una novela, la de rené, completa, circular e irrepetible; y luego vinieron los cuentos y novelas cuya lista la pueden ustedes consultar en el diccionario bibliográfico de escritores de méxico de la unam, porque aquí sólo vengo a hablar de las obras que me gustan de rené y de la vida en méxico en el periodo presidencial de avilés fabila y su gabinete formado por el triunvirato de agustín, de la torre y sainz, aunque cada uno marchó por su lado y en aquellos años nizanianos los

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tres eran cuatro y se movían en manada en medio de la selva de asfalto

qué mamón me oí de la república de las letras, todos ellos presentados por sí mismos en la autobiografía de jóvenes autores que promovieron emmanuel carballo y empresas editoriales, y en donde se publicaron los textos de agustín y sainz y no sé por qué avilés y de la torre no, quizá porque ya se sentían viejos, aunque avilés escribió mucho después una larga autobiografía en tres partes memorias de un comunista (manuscrito encontrado en perisur), recordanzas y nuevas recordanzas, libros que, en efecto, aparecieron tarde, cuando las autobiografías carecen de frescura y casi siempre pontifican, aunque rené no ha perdido su sentido del humor, pero me hubiera gustado haber leído su autobiografía entonces, sobre todo su paso por el partido comunista, su amistad con revueltas y su encuentro con agustín y de la torre, aquéllos años en los que tenía poco más de veinte años y nizan no podría decir que habían sido los años más hermosos de su vida; porque rené comenzó a publicar ya grande, bueno es un decir, casi a los treinta años, por ejemplo, de los tres ninguno salió en 1974 y los otros dos ya estaban creciditos y rené tenía treinta y cuatro y agustín treinta y Gerardo era el más viejo con treinta y seis años y para esa edad ya sabían escribir mejor, mucho mejor, porque cuando truman capote publicó otras voces, otros ámbitos, dijeron en las primeras críticas que la novela no estaba mal y que destacaban sobre todo que el autor, tan joven como sus veintitrés años, sabía escribir, y capote luego los fustigo con el látigo de dios en su texto de presentación de música para camaleones diciendo que cómo diablos no sabría escribir si desde la adolescencia escribía todos los días con disciplina, como el vargas llosa de las ocho horas diarias de escritura para soltar el brazo y calentar la máquina antes de entrarle formalmente a la escritura de sus textos publicables

para que aprendan pero en el fondo quiero hablar de los contextos, porque los estilos literarios ahí están, englobados formalmente en lo que se llamó literatura de la

Gerardo de la Torre, escritor. Foto: Juan Miranda/Archivo Proceso

onda, pero no por formalidad literaria sino por hueva y a veces por fastidiar al prójimo porque si se revisan los dos libros antológicos que lanzaron a los jóvenes ahí no hay una caracterización formal, los dos presentados por margo glantz, el primero, narrativa joven de méxico, en mil novecientos sesenta y nueve, y el segundo, onda y literatura en México: jóvenes de 20 a 33, de mil novecientos setenta y uno, y en ambos destacando dos cosas, primero, que no hubo realmente una generación de la onda, si acaso, hubo una generación de jóvenes que irrumpió con temas diversos, entre ellos el del ambiente de los jóvenes, y segundo, que hubo por ahí una temática que quiso rescatar el ambiente de ruptura del sesenta y ocho, sobre todo en algunas páginas de gerardo de la torre sobre el ambiente obrero, al fin de cuentas que él había sido obrero en el sindicato petrolero;

¡un hijo de fidel velásquez! y que los únicos que realmente crearon un estilo de la onda fueron agustín y sainz y que sus obras resultaron tan fuertes que confundieron a los analistas huevones que ahora hablan de la literatura de la onda lo que en realidad fue literatura de jóvenes, porque ahí estaban la seriedad de juan tovar, aguilar mora, manuel echeverría, carlos montemayor, josé emilio pacheco, y algunos otros que nada tenían que ver con la onda y, eso sí, con suficiente calidad literaria en lo que llamaríamos la literatura formal pero escrita por jóvenes, y al final contribuyó el libro de los tres ninguno para dejar una lectura más o menos homogénea de los tres, más sainz después, de un grupo de escritores con fuerza suficiente para romper la tradición literaria del respeto a los mayores, y a ello contribuyó, sin duda, rené, con los juegos, esa parodia del mundo intelectual dominado por los mandarines sartreanos de la cultura y que fue leída como una severa crítica contra el esnobismo intelectual y sobre todo contra el jefe de la mafia de entonces, carlos fuentes, y su escudero monsiváis; y esa literatura, más que de la onda, debió haber sido asumida como de ruptura, en donde se mezclaban la juventud de sus autores, la temática de la adolescencia, el desmoronamiento del mundo feliz del priísmo

el no sabíamos de compadre lobo atacado fieramente no desde la izquierda sino desde la literatura, el lenguaje rupturista que copiaba el caló

Julio Cortázar, escritor argentino, nacionalizado francés. Foto: Rogelio Cuéllar/Archivo Proceso


15.11.2012 de la clase media dominante, el manejo arbitrario de las estructuras narrativas convencionales, yendo aún más allá de joyce y mostrando una lectura libre de shandy, todo ello con perfiles del ambiente político y social de entonces, porque la tumba puede leerse como el aviso de lo que ocurría en el sesenta y ocho, la depresión juvenil algo sartreana, y no sé si ya se sabía pero en la novela de agustín huelo mucho a sartre, al mandarín de la rivera izquierda del sena, y en los juegos leí una bofetada a la burguesía intelectual de quienes se decían revolucionarios, el tal fuentes, y escribían a favor de cuba y de la revolución cubana y adoraban a fidel castro y se codeaban con el socialismo, pero a la hora de la verdad no eran más que unos cochinos burgueses priístas ajenos a la realidad de la clase obrera, y eso lo sabía rené por su militancia entonces en el partido comunista mexicano y sus lecturas de marx y su troskismo muy al estilo del kundera de hoy, y todo eso lo volcaba en sus textos, mientras los demás se burlaban del mundo sin encontrar un espacio a gusto;

El Mollete Literario gustavito de lópez mateos, el díaz ordaz que canalizó su odio a sí mismo en represión sistémica,

nuestros conformismos, que la generación nacida en el decenio treinta y ochocuarenta y ocho se nota hoy muy complaciente, que creo que nadie como ellos podría darnos la gran novela del colapso del sistema, ellos que vivieron la crisis, que dónde está la literatura de la alternancia partidista,

órale… el chango de la política que destruyó la estabilidad para fortalecer su poder, no el poder, sino el poder, en ese sesenta y cuatro de nuestro descontento comenzó esa generación de jóvenes que sigue hoy dando lata y que en su momento fijó una ruptura generacional y creativa, y cuyas obras se siguen leyendo con deleite por su frescura, aunque la clase media de ayer ya no exista hoy y todos están jodidos, sumidos en sus crisis, ajenos al país de hace cuarenta años cuyo colapso social fue retratado, sin duda, con mayor precisión por parménides garcía saldaña, el más reventado de todos, el que asumió sin pudor el escenario de la onda en su ensayo por la ruta de la onda, que se definió a sí

cristóbal nonato fue de hueva la novela del foxismo, el cuento del plantón, la gran obra maestra de la crisis económica, la historia literaria del asesinato de colosio, por qué no le han entrado al desafío de escribir la novela del salinismo, dónde están nuestros escritores de la realidad, el méxico lopezobradorista los espera, si alguien los ve díganle que los extrañamos, porque lo peor de la crisis de méxico es la miseria de su literatura, y leo obras de escritores de aquella generación y los noto cansados, olvidándose a sí mismos, sin la frescura de la pasión rupturista de sus tiempos jóvenes, en muchos hasta su lenguaje se percibe convencional, por eso creo que seguimos anclados en el pasado; pero ese pasado se nos convierte en presente y ahí es donde percibo todavía el desafío de rené y su pasión por seguir escribiendo con la misma fiereza que antes, pero, y va de crítica, me gusta más cuando platica la realidad o cuando escribe su entorno en textos periodísticos, como que es necesario desperezarse, porque sería de buena onda que los escritores maduros, hoy en la tercera edad de sus posibilidades

¿y parménides? y los lectores éramos también jóvenes entonces, como nizan, pero nizan murió joven y ya no le dio tiempo revisar sus posturas de la juventud, y nosotros aquí estamos viendo hacia atrás, cuando éramos felices e indocumentados, cuando el mundo nos pelaba los dientes y todos queríamos hacer la revolución socialista porque parecía la moda de entonces o porque era la fuga a la izquierda del mundo priísta que nos agobiaba, porque entonces, diría después luis javier garrido, todos éramos priístas hasta demostrar lo contrario, y porque el sesenta y ocho no influyó por aquellos días a los autores pero de alguna manera se colaba el ambiente de depresión política en los ambientes o en el repudio al stablishment, comenzando por el ambiente familiar, pero en el caso de rené había una especie de sendero previsible mezclando la literatura de escenarios políticos con la fantástica como una forma de crítica de la realidad y también su línea clasemediera, humor, crítica y rebeldía, todo mezclado en una capacidad creativa impresionante por su número y diversidad, y ahora que lo pienso veo hacia atrás líneas literarias diferentes, rené con sentido de crítica al sistema, agustín con la temática de una clase media en descomposición y a punto de reventar hacia dentro y de la torre con el ambiente obrero visto desde una literatura de un autor con formación marxista aunque sin la militancia de rené, tres realidades distintas sin ningún dios verdadero, pero a la vez aprehensibles en una posible misma lectura; y aquí estamos, a más de cuarenta años de la primera obra de esa generación, la tumba, publicada en mil novecientos sesenta y cuatro, cuando el reinado priísta cambiaba de presidente, de uno que se dijo de extrema izquierda dentro de la constitución pero resultó de la peor derecha represiva, al arribo del personaje sublime del sesenta y ocho, el

viejos, los cerros

Ex presidente Luis Echeverría Foto: Archivo Procesofoto / DF

mismo como producto de la literatura de la onda que los demás rechazaron, que murió antes de tiempo, ya cuarentón, viviendo su mundo particular y aparte con un consumo casi religioso de la droga, pero que dejó dos obras maestras: su novela pasto verde con referencias a lo que ustedes ya saben, y el cuento el rey criollo un homenaje igualmente criollo al rey del rock, al dios de la música rockera, textos que comenzaban poniendo juego y luego se dejaban ir como en un viaje de aquéllos que ustedes también ya saben; y por eso nos encontramos aquí, para revisar la obra de rené y para exigirle que ya deje de huevonear y que regrese a la literatura de desafío, de las bofetadas al por mayor, que el ambiente literario de hoy está de dar pena, que hacen falta, diría stendhal,

¿cómo la ven? El escritor colombiano Gabriel García Márquez. Foto: José Manuel Jiménez/ Procesofoto/Jal

novelas y cuentos que suenen como pistoletazos en un teatro, en el teatro de

pueden ser nuevamente los jóvenes que sacudan la modorra a los jóvenes de hoy que escriben como viejos aspirantes a nuevos mandarines de clanes, y que despabilen la literatura como antes lo hicieron, sobre todo cuando algunos conservan el ánimo, el estilo y las ganas, pero parece que quieren ser hoy los doctos que en los sesenta representaban los viejos de entonces, a los que ellos criticaban sin piedad, como si el mundo fuera circular y se cumpliera la maldición de que como me ves te verás, total, que nada pierden con regresar a sus orígenes y convertir su literatura en cargas de profundidad para golpear debajo de la línea de flotación de la república literaria de hoy que refleja en su seno, como corresponde, la crisis de la república priísta en proceso de desmoronamiento, y a ellos los veo muy campantes, ajenos a esa realidad, a pesar de que pueden contribuir, maoísmo puro, a acelerar las contradicciones, y que esperamos los juegos ii y el gran payaso de palacio o cosas por el estilo, porque existe la garantía de que rené sigue vigente en su rebeldía contra el mundo y el stablishment y por tanto su capacidad creadora aún tiene para dar de sí, sólo es cuestión que se decida a escribir la gran novela de la realidad transmilenaria y el cuento de la segunda ruptura generacional, total, que tanto es tantito…

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ivimos en una época donde reina la vorágine y los medios masivos de comunicación han contribuido en la construcción del paraíso del capitalismo y su globalización. Sin duda, capitalismo y moda se retroalimentan. Expresando, de formas varias, el deseo que ofrece consumir. La atracción por el lujo, por el exceso y la seducción, son algunos de los ingredientes del ambiente actual. En el siglo XIX el arte y la moda estaban relacionados. En Inglaterra cuando las máquinas y el progreso comenzaron a invadir el medio, aparecieron los sombreros de copa, imitando las chimeneas de las fábricas y a su vez, compensando este ambiente, los artistas se encargaron de llevar la naturaleza a lienzos, tapices y mobiliario. Hoy es diferente, todo es desechable, aparenta un no progreso. En palabras de J. Baudrillard: “No hay un progreso continuo en esos ámbitos: la moda es arbitraria, pasajera, cíclica y no añade nada a las cualidades intrínsecas del individuo”. Del mismo modo, es para él, el consumo un proceso social no racional. La voluntad se ejerce solamente con deseo; haciendo de lado: la creación, la aceptación y la contemplación. Tanto la moda como el capitalismo producen un ser humano excitado, aspecto característico del diseño de la personalidad en la sociedad del espectáculo. La sociedad de consumo supone la programación de lo cotidiano; manipula y determina la vida individual y social en todos sus intersticios; todo se transforma en artificio e ilusión al servicio del imaginario capitalista y de los intereses de las clases dominantes. La sociedad del espectáculo se vale de las imágenes para lograr una alienación generalizada y tanulación de la individualidad. El resultado: una sociedad anestesiada, donde lo importante no es lo que se ve sino lo que se

La literatura mexicana actual o los hijos de la posmodernidad Por Citlali Ferrer Escribir es mantener un diálogo con uno mismo frente a un espejo estrellado y a oscuras. C.F.

Juan Jose Arreola

oculta. Pero, ¿qué está ocurriendo con la literatura mexicana contemporánea? En los últimos años, la producción ha sido bastante dispar y tengo la impresión de que la globalización también está apropiándose de ésta. Basta con echar una ojeada en las mesas de novedades editoriales, donde abunda basura: trilogías de vampiros vegetarianos o de sexo explicito sin profundidad o libracos de hermosas pastas con pretendida filosofía light. Si echamos una mirada al pasado literario mexicano, forzosamente tenemos que partir de dos troncos generadores de escritores en nuestra patria: Juan Rulfo, (la razón) quien con su Pedro Páramo, sin duda, una obra de gran calibre, no sólo por el fondo y la forma, sino por recoger en ella la condición humana. Libro con el que podemos establecer un parangón con La divina comedia de Dante Alighieri, ya que Comala es el infierno Rulfiano. Y Juan José Arreola, (la imaginería).Quien encontró en lo lúdico una forma de mirar el mundo. Cuando niña escuché varias veces una anécdota que mi padre contaba sobre su Maestro Arreola, al respecto de cómo le había dado el orden a “La feria”. “El maestro Arreola tomó su original y lo aventó hacia arriba, luego así, revuelto, como calló lo acomodó dejando que el azar hiciera su parte”. Cierto o no, eso es lo que menos debería interesarnos; cualquier tipo de fanfarronería sale sobrando ante un buen texto. Muchos son los autores mexicanos ocupados en hablar de naderías o en escribir empeñados en esconder su verdadera identidad, incluso algunos de ellos premiados internacionalmente. Pero, sin duda y para fortuna de los amantes de la literatura, hay escritores que siguen perpetuando la tradición de contar historias; de perpetuar el valor de la palabra, capaces de registrar lo que sus ojos ven, lejos de las efímeras modas y sin mayor pretensión que la de contar. Dice Connolly: “Cumplidos los treinta y cinco, no vale la pena


15.11.2012 conocer a nadie que no tenga algo que enseñarnos: algo más de lo que podríamos aprender por nosotros mismos en un libro”. Comparto esta visión. También vale recordar cómo algunos jóvenes escritores, hoy ya canosos, decían estar hasta la coronilla de Arreola y Rulfo. Cuánta arrogancia y desdén, no se puede renegar de la historia ni de la obra que guarda secretos y revelaciones. En resumen, el destino de Arreola no terminó con su muerte y en cada lectura que se haga de sus textos siempre habrá una luz cegadora, una verdad lúcida que nos abrirá la puerta de lo exultante. Porque sin duda, hay obras que son extensión de la propia vida de su autor. En crítica literaria cuando se raspa demasiado sobre la piedra, y con esto quiero decir, cuando se abunda reiteradamente en un análisis, se corre el riesgo de perder la pieza. Del maestro y su obra se seguirá hablando, de eso no cabe la menor duda.La literatura mexicana a través de los tiempos ha ido tomando distintas rutas, valiéndose de diversas herramientas, fondos y formas. Si bien en un inicio puso particular interés en el registro de la realidad, estaba llena de verdad y muchas veces era una extensión de la vida de sus autores y tenía la finalidad de conformar una identidad nacional. Existe un registro en los últimos tiempos de una literatura de la violencia de particular perspectiva, la del mirón que observa atento la realidad que le rodea, por esto su contenido es crudo y transgresor; vinculada a autores como José Revueltas, Guillermo Fadanelli, Julián Herbert, Elmer Mendoza, Jesús Pacheco, Emiliano Pérez Cruz y Eduardo Villegas, por mencionar algunos. Sus prosas presentan muchas particularidades, ya que ocasiona la disolución de las formas previas que la propia literatura había establecido para representar la violencia. La literatura de la violencia plantea sus universos sin conmiseración, desciende a un lector hombre común lejos de cualquier culteranismo, de tal forma que le da una oportunidad de reconocerse, y, cuando digo reconocerse me refiero a ese choque brutal al que enfrenta al lector con sus prosas, que son registros de un tiempo devastado, el nuestro. Quizá los antecedentes de la literatura violenta los tenemos desde la novela de la Revolución Mexicana. Y es probable que la influencia de autores plenamente europeizados como Carlos Fuentes hiciera que bajara el interés por continuar explorando este género. Después de Rulfo la narrativa mexicana se tornó más intimista y poco a poco algunos autores se fueron alejando de la realidad inmediata. Sin olvidarnos por supuesto de la Novela del 68. Después se abrió una brecha de silencio estrechamente ligado al miedo y al dolor; pero actualmente y quizá sea porque todo es cíclico y ya no hay nada nuevo bajo el sol, existen algunos autores que siguen abordando la violencia pero sobre todo concentrados en desengranar la problemática de la droga y los sicarios. Quizá la idea de que la literatura deba estar más cerca de lo bello que de lo terrible, provoque que algunos autores se encuentren fuera de esta categoría y permanezcan

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Juan Rulfo

ajenos a la violencia, o tal vez, la evasión estribe en hablar de cosas distintas para olvidar la sangre derramada a diario en nuestras calles, y, así no correr ningún tipo de riesgo. Me parece importante señalar que en la novela de la Revolución Mexicana, la violencia estaba ligada al cambio, a la transformación, hoy la literatura violenta no propone nada más que enfrentarnos a lo que nos rodea, incomodarnos y por ende nos crea más incertidumbre. Nos confirma lo existente, el estado de cosas actuales y el oscuro deseo de mantener en pie la manoseada paz social. La violencia es puro presente, arrasa con cualquier sueño y no nos ofrece soluciones, sino al contrario, genera aún más interrogantes a la hora de tomarle el pulso a esta época tan compleja. Nos manda a diversos momentos pero siempre utilizando a la violencia como ge-

neradora de sentido. René Girard, plantea que: “La violencia derivada de la mimesis no se queda en las relaciones interpersonales, sino también se puede presentar en la sociedad”. Por otra parte me parece importante mencionar que al hablar del camino que han tomado las letras mexicanas también es importante que nos detengamos en autores que son inclasificables dentro de la categorización que suele hacer la academia. Me refiero a Francisco Tario, Salvador Elizondo y Humberto Guzmán, Daniel Sada y Luis Zapata que parecen atemporales y que muestran una clara e individual forma de concebir su estética. También aquellos que siguen incomodando a sus lectores como José Revueltas, Ricardo Garibay, Inés Arredondo y Eve Gil. Y claro, por supuesto que son muchos

Carlos Fuentes y José Saramago. Foto: Marco Antonio Cruz / Procesofoto / DF

los autores a los que al menos yo, les debo luz en mi camino. René Avilés Fabila, Roberto Bravo, Agustín Cadena, Mario González Suárez, Raúl Rodríguez Cetina, René Roquet, Ignacio Trejo Fuentes. Otros han cultivado el gusto por la minificción y que la brevedad les resulta un atractivo reto. Armando Alanis, Oscar de la Borbolla, Alberto Chimal, Rogelio Guedea, Leticia Herrera, Jorge Ibargüengoitia, Hernán Lara Zavala, Agustín Monsreal, Jorge Arturo Ojeda, Roberto Reyes y Armando Vega Gil. Otros han sido los eternos viajeros como: Alvaro Uribe, Sergio Pitol a quien le debemos muchas traducciones al igual que a Juan García Ponce. En fin, la lista podría ser larga, pero por cuestión de espacio hasta aquí me quedaré. No sin antes mencionar que de cualquier forma para el que escribe en un país donde casi nadie lee, la vida no es fácil; en donde es difícil publicar, en donde los premios se discuten en grandes comilonas entre los agentes literarios, en donde no todo lo que brilla es oro y valga el lugar común. En un país donde la posmodernidad se adueña hasta de las neuronas de sus escribientes que se muestran cada vez más superficiales o donde se atiende y festeja al más obsceno. Quisiera encontrar en las nuevas obras, aquel sentido como el de Clarice Lispector, quien decía: “Escribo porque no encuentro nada mejor qué hacer en este mundo”. Pero, confieso: parece que vive en mí Segismundo. ¿Será posible recuperar el rumbo o termináremos todos escribiendo para El Extra? Si en diciembre del 2012 no se acaba el mundo, quizá se recuperará el brío, o resignados leeremos una nueva antología de narrativa de “Los hijos de la posmodernidad”.

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En los confines de la onda:Parménides García Saldaña Por Oscar Dávalos

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n buen día Parménides García Saldaña (19441982) decidió sumergirse en lo profundo de la onda. Sin amarras y de mano de la escritura, el narrador maldito de las letras nacionales tomó la vía corta al mito y puso punto final a una obra intensa, escrita desde la vivencia; siempre en busca de comprobar en carne propia las teorías inmersas en cada cuartillas. La idea era plasmar toda su locura personal en esas páginas cargadas de alcohol, drogas y buen rock esta noche. Atado a una generación, la del 68, que le tocó arremeter contra el stablisment, Parménides se encargó de dar sentido –o sin sentido—a la llamada generación de la onda. El término acuñado por Margo Glantz, edulcoraba la obra de los jóvenes escritores que empezaron a publicar a mediados de los sesenta. La crítica literaria, en su afán por aglutinar el desenfado y búsqueda de un lenguaje propio, arrinconó a todo un grupo de escritores en un ring donde era fácil tacharlos de superficiales, por retratar el lenguaje coloquial de una juventud que rompía con la momiza del desarrollo estabilizador. En este mismo grupo estaban escritores como José Agustín, amigo cercano de Parménides, Juan Tovar, Gustavo Sainz, René Avilés, Gerardo de la Torre, entre otros. Todos rechazaron el epíteto de la Onda, que les endilgó Glantz, porque reducía un movimiento intelectual contracultural a mera ocurrencia juvenil. Sólo Parménides se apropió del adjetivo y llegó a decir “la onda soy yo”. Sin embargo, el termino caló “ondo” y ya no hubo manera de deshacerse de él. El Parme, como le decían sus cuates, se acercó a la literatura a instancias de Emmanuel Carballo, quien veía en aquel

joven descocado un poco de la frescura que hacía falta a la narrativa nacional. Carballo, a través de la naciente editorial Diógenes, hizo un concurso de primera novela, donde Parménides participó. No ganó, pero la novela que propuso, Pasto verde, se convirtió en el icono de su generación. Autor de tan solo cuatro libros, Parménides García Saldaña se ha convertido con el tiempo en el escritor maldito del pancracio literario. A las vivencias que llevaba a la página en blanco se suma el aderezo de la música, principalmente el rock, aunque no faltan en su literatura referencias a la música clásica, el mambo y la rumba. José Agustín cuenta en el epílogo de El Rey Criollo, volumen de cuentos, que Parménides empezó a escribir en la adolescencia, cuando regresó de Estados Unidos y se metió a estudiar economía, “seducido por los aires de la revolución marxista que le pegaron duro a muchos jóvenes de clase media a principios de los sesenta.” También describe el autor de La Tumba los asuntos que le rondaban la cabeza al Parme; dice Agustín que por aquella época “ya no solo rolaba en plan gruesísimo con sus truculentos amigotes de la Narvarte, como Manuel y el Chino Campos o Fito de la Parra (quien después fue el baterista del grupo californiano Canned Heat), sino que también estableció contacto con el cacique poblano Juan Tovar y durante un tiempo vivieron en el mismo depto (de Juan, claro)”. Esto refleja por lo menos dos de las inquietudes de Parménides y que llevó a los extremos, de conocimiento y vivencia. Era un experto en el Rocanrol; podía pasar horas hablando de los Rolling Stones, Bob Dylan o los Beatles. En los relatos que componen El Rey Criollo, un eje de la trama lo marcan rolas románticas de los Stones, que él mismo traduce y cuyas letras abren los textos. Y en toda su obra resalta la música como eslabón y telón de fondo. En PastoVerde, la delirante narrativa se entremezcla con toda clase de referencias a las rolas que marcaron la época. Incluso, en las peripecias del protagonista, alter ego del autor, Epicuro suelta todas sus alusiones literarias, sobre todo de los santones que inspiran obra, pero también en actitud ante la vida, como Alen Ginsberg, Burrogs y toda la Beat Generation; la novela de Parménides rebosa en referencias a una juventud clasemediera eminentemente fresa y superflua. Contra este estado de cosas se enfrenta Epicuro. Con fragmentos francamente inaccesibles, en un inglés barriobajero mezclado con español de la Del Valle, se desliza una mordaz crítica que se lava con alcohol y duerme con drogas. En un fragmento de Pasto..., Parménides esboza lo que piensa de la banda con la que convive, pero con la que nunca se identifica y, al contrario, pone en evidencia. Este acto de quemar a mansalva a sus congéneres le generó una horda de enemistades que al final de su corta existencia le cobraron factura. “La gente fresa, para comer pollo y pescado usa guantes blancos, para sacar del Martini seco las aceitunas utiliza palillos de plástico y para abrir portezuelas de sus lujosos extranjeros carros usa el meñique dedo y si te ve caminando, pero sin andar trajeado, te dice ¡ay Dios qué cosas se ven por estos suelos¡ La Juan Tovar, escritor poblano. Foto: Juan Miranda / Archivo Proceso


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El escritor e historiador Emmanuel Carballo. Foto: Germán Canseco

gente fresa cuando platica lo quiere hacer de mucho estilo pero en nada le quita que sea pura pinche gente analfabeta…” Su rápido paso por las letras creó el mito de un Parménides desenfrenado, que vivía con intensidad, sumido en la mota y el bacardí. Pero también era un escritor de tiempo completo que asumía su papel todos los días con rigor. Llegó a mencionar que si no escribía todos los días ya hubiera muerto. Su pasión por el rock lo convirtió en uno de los primeros críticos serios del género en el país. Lo mismo escribía y traducía rolas de Dylan, Doors, Janis Joplin, Kinks y, sobre todo, los Rolling Stones. En uno de sus momentos más lúcidos, Parménides escribió una crónica que retrata los usos de la comunidad rockera del barrio, de la clase joven trabajadora. En el libro Crines, otras lecturas de Rock (Era), compilado por Carlos Chimal, se mete en esos refugios del arrabal donde tanto le gustaba escarbar historias. El texto Los hoyos funkis rescata todo el lenguaje de la onda, con el acento cargado al rock nacional, que en esa época se topaba con las guitarras, voces y baterías de Fito de la Parra –gran amigo y cómplice de reventón del Par, Peace and love, Dugs Dugs, Three souls in my mind y el legendario Javier Batiz. Estos grupos alimentaban los hoyos de las colonias populares en contraparte a los cafés cantantes que pululaban decentemente en la Del Valle y la Roma. Por cierto que de estos recorridos Parménides también se hizo de la amistad de Alex Lora, vocalista del Tri que después sería el grupo más influyente del rock nativo. Pero la locura se fue comiendo de a poco a Parménides. Entre los atracones de LSD, anfetaminas, a las que se hizo aficionado en Estados Unidos, y grandes cantidades de alcohol, el genio creativo se fue minando. En 1975 publicó el poemario Mediodía (Joaquín Mortiz) que pasó sin pena ni gloria con la crítica, pero que acrecentó la fama del enfant terrible de las letras mexicanas. Con el tiempo, Parménides se convirtió en un insufrible actor del ambiente literario. Si bien es cierto tenía amigos que soportaban sus brotes coléricos –como Elena Poniatowska, a quien le decía hada madrina—poco a poco se fue quedando solo. Sus estancias en el manicomio no hicieron más que acrecentar su locura. Y más aún la temporada que pasó en la cárcel por el intento de asesinato de su madre.

Cuenta José Agustín en La contracultura en México, que una de las cosas que más afectaban al escritor veracruzano era su mala relación con las mujeres. Afecto a las relaciones destructivas, nunca supo llevar sus acercamientos con las chavas. “Solo le fallaban las chavas – escribe José Agustín--, a las que idolatraba y detestaba al mismo tiempo. Pero nunca encontró la manera de abordarlas. Supongo que era tan fuerte su instinto creativo que el amoroso se debilitó. Tenía la pésima costumbre de enamorarse de las mujeres de los cuates: se clavó con la esposa de Juan Tovar, la de Arsenio Campos, la de Valentín Galas y la mía, pero especialmente de Tania Zelaya, entonces casada con Ricardo Vinós, y le dedicó un largo y prescindible poema en Pasto verde. Sólo ella le hizo caso un tiempo y el amor estuvo a punto de ahorrarle la locura, en la que Parménides se iba despeñando porque, entre otras cosas, le gustaba.” Al final de su camino a la locura, Parménides protagonizó sonados escándalos que se que-

La escritora Margo Glantz. Foto: Miguel Dimayuga/Procesofoto/DF

daron en el imaginario colectivo con simpatía. Pero que para el autor era síntoma de su desconecte con la realidad. En una ocasión, cuando Octavio Paz era director de la revista Plural, encargó una antología de narrativa joven, en la que Parménides no estaba incluido. El Par montó en cólera y se apersonó en la redacción de la publicación buscando al poeta para “romperle la madre”. Ignacio Solares lo detuvo mientras Paz se escondía en las oficinas. Varias ocasiones rompió puertas y ventanas de las casas de sus amigos. Lo mismo hizo con las de la casa de sus papás. Intentó asesinar dos veces a su mamá y su padre lo mandó a la cárcel. Cuando salió, la realidad se le había escapado y ya nunca regresó. Aunque trató de recomponer el camino publicando en revistas culturales y suplementos, el genio ya se le había fugado. Vivía en un cuarto de azotea, peleando con sus fantasmas, cuando murió a los 38 años de edad, el 19 de septiembre de 1982. Lo encontraron diez días después de muerto. Además de El Rey Criollo, Pasto Verde y Mediodía, Parménides García Saldaña escribió En la ruta de la onda, un ensayo que teoriza y describe la contracultura de los sesenta. Tiempo después se publicó un texto con algunos cuentos, recopilaciones periodísticas y artículos que se llamó En algún lugar del rock. José Agustín, en la Contracultrua en México, se refiere a este texto: “Escribió un excelente volumen de cuentos, El callejón del blues, que Joaquín Mortiz le contrató. Sin embargo, Parménides enfureció, en uno de sus ataques pasones, porque se tardaban mucho en editarlo y retiró el texto de la editorial. Finalmente en 1976 lo vendió por diecisiete mil pesos a Víctor Juárez, un editor de revistas caras, que inexplicablemente retuvo el manuscrito durante casi veinte años y cuando lo publicó le cambió el título por En algún lugar del rock y mezcló los cuentos que Par había elegido con artículos periodísticos de la última etapa, cuando estaba más loco que nunca; algunos eran francamente incoherentes o la locura estaba detrás de la fachada, como en sus apologías de Stalin.” Parménides García Saldaña encarnó en todo su sentido a la Literatura de la Onda. Vivió la onda en la sicodelia, las drogas y el rocanrol. Se perdió en el caminó porque, como el mismo decía: “Yo en este país soy un elemento folk.”


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Un tratado de arte llamado el Retrato de Dorian Gray Por Mauricio Leyva

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scar Wilde incursionó con brillantez en casi todos los géneros literarios y supo mantener una voz propia y exquisita. Precursor del esteticismo, la elegancia y la belleza eran elementos del carácter intrínseco de su creación. Si a esto agregamos su genio para sacar a flote la doble moral de una aristocracia inglesa, con impecable agudeza intelectual y un tono sarcástico y seductor, encontramos un sello imborrable del autor el cual es palpable, en La importancia de llamarse Ernesto, El abanico de lady Windermere, Una mujer sin importancia, entre otras. Pero es El Retrato de Dorian Gray la única novela del irlandés con mayor profundidad debido a lo complejo de los temas que aborda, respecto del ser, lo mismo que su tendencia a caer en el pecado y la vulgaridad de las cosas mundanas. Esta obra nos revela nuestra inmensa capacidad para deformar el fin más noble del hombre: el arte. Nos presenta también, un tratado sobre el arte y la estética, y el eterno debate entre estos dos. La trama de El retrato de Dorian Gray inicia cuando Basil, un pintor, está en su estudio con Lord Henry conversando acerca de la definición de la belleza por el aspecto físico; en un momento del diálogo, Basil muestra a Lord Henry un hermoso cuadro del joven Dorian Gray a quien define como “hecho de marfil y de pétalos de rosas”, apropiado para adornar reuniones sin importar su inteligencia porque “el intelecto es en sí mismo un modo de exageración y destruye la armonía de cualquier rostro”, la base de la hermosura es su atractivo natural determinado por su juventud, su ignorancia, su inocencia y la pureza de su alma.

En este punto del diálogo el sentido cambia, Lord Henry asume el papel de crítico y Basil el del artista que defiende su obra. Inicia con un debate sobre si la obra muestra las cualidades del objeto a pintar o las del artista. Si la pintura se presenta como verdadera revelación del alma del creador. Aquí Basil asume ese espíritu paternal del creador con su obra y se coloca en una posición de protector de la intimidad de la misma, negándose a que esta se exhiba, ya que sostiene que todo retrato refleja la sensibilidad del artista, que la sensibilidad del objeto del arte y a éste último lo clasifica como “un mero accidente”, una consecuencia de una circunstancia determinada. Manifiesta tanta adoración por su pintura que se percibe cierto erotismo hacia su homólogo de género Dorian Gray. Por ello Basil abraza su creación y cree que al dar a conocer esa imagen abrirá los demás secretos que lleva en el alma, lo cual lo conduciría a una condena inevitable por parte de una sociedad que enjuiciaba y penalizaba la homosexualidad. Basil se declara incompetente para expresar en el retrato la belleza de Dorian Gray. Se enfrenta a un conflicto interno al no poder separar la admiración por el joven y la objetividad del objeto del arte por lo cual se muestra imposibilitado para definir su obra. Cree que con el retrato logró un equilibrio perfecto entre el cuerpo y el alma, cosa que transforma su percepción del arte y se contradice al sostener que la creación debe hacerse de ese modo. Sostiene la tesis de que el reflejo de la pintura debe mostrar una armonía en el cuerpo y en el alma; señala con vigor que cualquier otro elemento el cual intente separarlos es vulgar porque le arrebata su identidad al cuadro, negándose a admitir el haber demasiado de sí mismo en la pintura. Después Basil le enseña a Dorian Gray el retrato, es tal la belleza de éste que Dorian con toda la inocencia, la pureza y la más natural de las vanidades admira la pieza. Se inicia una conversación sobre las consecuencias que el paso del tiempo dejará en su cuerpo. De esta charla surge en el muchacho la terrible dualidad del hombre frente al arte; el reflexionar sobre si el primero debe disfrutar de las cosas bellas hasta donde sus

Óscar Wilde


15.11.2012 sentidos se lo permiten, o debe buscar la trascendencia de la belleza a cualquier costo. En sus adentros el joven desea no envejecer nunca, lo hace con tanto fervor que el cuadro atrapa el alma de Dorian Gray. La obra se convierte en objeto sensible y el hombre adquiere el alma trascendente e impecable de la obra. Esto se muestra en el desarrollo de la novela cuando la pintura comienza a deformarse por las crueldades del hombre producto de la seducción y el hedonismo de Lord Henry, y su facilidad para impresionarse mientras él permanece intacto. Dichas deformaciones se acentúan cuando es arrastrado por un estilo de vida en el que quiere saciar sus deseos y perversiones. Para Gray la belleza rebasa cualquier aspecto y no admite cuestionamiento alguno, ni necesita explicación; por lo cual se convierte en el único medio capaz de alcanzar la trascendencia, poco a poco le aterra la idea de perderla por lo que oculta el cuadro. Con este último acontecimiento, la novela marca una ruptura con la filosofía estética que el autor sostenía y en el que, aunque la belleza alcanzaba por su misma naturaleza una trascendencia, esta era efímera. Aquí de nuevo el contraste ya que la sociedad de aquel entonces, rendía culto al cuerpo y batallaba por conservar la belleza porque nos hacía atractivos para los demás. Las acciones de Dorian comienzan afectar moralmente a Basil, motivo por el cual se halla en una lucha fuerte lucha interna porque mientras por un lado quiere destruir su obra para frenar la crueldad de Gray, por el otro habita el inmenso amor por su creación, un amor que rebasa el plano físico. Es por ese sentimiento que se ve impedido para tomar una acción definitiva; en esto Lord Henry es la conciencia de Gray, la vida para él es un objeto de observancia filosófica y mantiene en alto el nihilismo, que no es otra cosa sino la “negación de lo valores, conocimientos y órdenes sociales de carácter universal”. Para mostrarle a Gray como se debe disfrutar de la vida le dice que ésta es un arte “tus días son sonetos”; para apoyar su teoría le proporciona “El libro amarillo”. Gray se proyecta en ese libro, siente que es el libro de su vida, escrita aún antes de comenzar a vivirla y termina mentalmente encerrado en esa visión. Se interna en los barrios de Londres, en los círculos sociales de la aristocracia se comienza rumorar acerca de su conducta inapropiada. Los rumores llegan a oídos de Basil y de nuevo da un vuelco su sentido se apreciación del arte ya que en la novela, como en la realidad de la época, se creía que el arte era moral en tanto que educaba, y él creía que su obra por ser bella era moral. Al contrario, Dorian Gray en ese sentido comenzaba a dejar de ser bello y Basil asume un rol que lo llevará a la ruina, el rol de la conciencia de objeto del arte, lo que hace que le reclame a Gray su conducta. En sus andanzas por los barrios bajos, Dorian asiste a una obra de teatro en la que actúa una joven hermosa llamada Sybil Vane. Su actuación conmueve tanto a Gray quien empieza a cortejarla hasta conseguir su amor. Una noche invita a sus amigos a presenciar su actuación pero Sybil no cumple con las expectativas que él y sus amigos se habían creado; influyendo este hecho en Basil quien desde su posición elitista considera al vulgo seres inferiores que no en-

El Mollete Literario ta se horroriza y avergüenza de la frialdad de Gray, comienza a notar un cambio en su persona. Mal pagaría Basil su hallazgo porque al verse descubierto Dorian lo asesina. Después platica con Lord Henry éste le hace ver que lo bello no es sublime, que la belleza servía para apreciarse, para adornar salones de fiestas pero que la belleza no enseñaba el brillo del alma la cual estaba en un plano más trascendente del hombre. A Dorian lo invade un sentimiento de culpa lo cual a Lord Henry le parece un asunto menor, pero le advierte que todo tiene un precio el cual debe estar preparado a pagar; ingenuamente Gray le pregunta si ese precio hay que pagarlo con dinero, tal es su sorpresa cuando Lord Henry, asumiendo que un muchacho así de hermoso no tendría deudas que pagar porque su belleza lo exentaba de todo, le dice que ese precio se pagaba con dolor y el remordimiento de una conciencia degradada. Gray comienza a recolectar cualquier tipo de objeto que le parezca agradable a la vista para evitar el peso de su conciencia pero sólo consigue hundirse más en su lucha interior. Siente temor de que alguien pueda encontrar el cuadro y en un lapso de desesperación recurre a Lord Henry, quien reprocha haberlo envenenado con el “Libro amari-

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llo”, a lo que Lord Henry responde que ningún libro puede envenenar la vida de alguien. Dorian Gray se da cuenta de que su afición desmedida por los placeres del mundo solamente le dieron una existencia vacía y se enfrenta a la situación de reconocer que su alma está muerta. Va a su casa con el empeño de negarse a afrontar la consecuencia de sus acciones, culpa al cuadro de lo ocurrido. Sube al lugar donde tenía escondido el cuadro, le quita la tela que lo cubría y se horroriza ante lo que ve. De pronto un pensamiento se agolpa sobre su mente, piensa que si destruye el cuadro podrá expiar sus culpas, coge una daga y sin tomar en cuenta las consecuencias, la entierra en la pintura provocando su muerte. Por este fantástico entramado El retrato de Dorian Gray, es contundente a la hora de enseñarnos a comprender el sentido del artista y de su obra, la apreciación del arte y su importancia en la vida de los hombres. Resulta además, un excelente tratado sobre la naturaleza del ser y de la creación artística.

Tumba de Óscar Wilde en Père Lachaise, París. Foto: Violeta Cordero Zozaya

tienden su percepción del arte porque “el arte no está hecho para las masas porque su gusto es menos estético”, revela el artista. Por lo que cree que la inferioridad de la muchacha puede arruinar el intelecto de Dorian. “Ella es muy linda pero no puede actuar”, “No es bueno para la moral ver una mala actuación”, le dicen a Gray, esas palabras lo marcan profundamente. Decepcionado de Sybil por no haber cumplido con la finalidad del arte, al terminar la función la busca para recriminarle. Ella se disculpa, le dice que todo es producto del inmenso amor y devoción que le tiene porque desde que le conoció se adueñó de su alma y de su memoria. Dorian no concibe la idea de que por él no se cumpla con el fin del arte lo cual propicia su ira. Es tal su obsesión que por verla en la esfera del arte él mismo la asesina y la ve morir, con lo cual queda satisfecho con esto porque así protagonizó su propia muerte. Para evadir a sus demonios internos, Gray evade su responsabilidad con el cuadro hasta que lo mira de nuevo y asume el papel de la obra de arte porque el retrato se ha vuelto horrible y él sigue impecable. En una conversación que sostiene con Basil revela lo ocurrido con Sybil; el artis-

Tumba de Óscar Wilde en Père Lachaise, París. Foto: Violeta Cordero Zozaya


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El cuestionario Bravo

Rosa Beltrán

Por Roberto Bravo

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u novela más reciente es Efectos secundarios (Mondadori 2011), de próxima aparición en España. Es también autora de las novelas: La corte de los ilusos (Premio Planeta 1995), El paraíso que fuimos (Seix Barral 2002), Alta infidelidad (Alfaguara 2006) y de los volúmenes de cuentos: Optimistas, Aldus (2006), Amores que matan, Joaquín Mortiz (1996) y de los libros de ensayos Mantis: sentido y verdad en la cultura literaria posmoderna (UAM 2010) y América sin americanismos (UNAM 1997). En 1994 recibió un reconocimiento de la American Association of University Women. En 1998 obtuvo el Premio Universidad Nacional para Jóvenes Académicos en el área de creación y en 2011 el reconocimiento Sor Juana Inés de la Cruz por la UNAM. Parte de su obra ha sido traducida al inglés, italiano, francés, holandés y esloveno, y sus cuentos aparecen en antologías publicadas en distintos países. Ha sido calificada como “una voz original cuya ironía punzante y mirada aguda inciden sobre la tradición para subvertirla”.

1.- ¿Cuando has sido más feliz? Cuando me he enamorado, cuando he nadado, cuando he escrito. Cuando tuve a mi hija. Y soy feliz siempre cuando leo. 2.- ¿A qué sientes más miedo? A perder la ilusión de vivir. 3.- ¿Cuál es tu primer recuerdo? Un olor, el olor a mamá. Y el tacto. Ése fue mi primer relato sobre el mundo. 4.- ¿Quién es la persona viva que admiras más y por qué? Soy poco dada a admirar a personas. Admiro sus obras, sus actos. Por ejemplo, Gandhi fue admirable por ciertos actos y deleznable en el trato a su mujer. Lo mismo me ocurre con personas vivas: no puedo evitar ver los dos polos. 5.- ¿Qué rasgo de ti deploras más? El desánimo, la tendencia a la melancolía. 6.- ¿Cuál es el rasgo que más deploras en otras personas? La mezquindad. 7.- ¿Cuál ha sido tu momento más embarazoso? Son muchísimos. Soy culpígena. 8.- ¿Cuál de tus cosas aprecias más poseer? Mis libros. 9.- ¿Qué gran poder quisieras tener? El de la visión supranormal, el de la escritura perfecta. 10.- ¿Qué te hace infeliz? Estar enojada con las personas que quiero; vivir en un país y un mundo violentos en extremo. 11.- ¿Cuál es tu aroma favorito? El de un bosque húmedo. 12.- ¿Cuál es tu libro favorito? Madame Bovary, de Gustave Flaubert; La metamorfosis, de Kafka. 13.- ¿Qué disfraz elegirías en caso de necesitar uno? El de Alfred Hitchkok; la gente sentiría por mí una mezcla de terror y sim-

patía a la vez. 14.- ¿Qué es lo peor que han dicho de ti? Que tengo un genio de la patada. 15.- ¿Perro, loro, gato, canario? Perro, aunque los loros me hacen reír. 16.- ¿Es mejor dar que recibir? Depende de qué. Dar lata es mejor que recibirla. 17.- ¿A quién invitarías a la fiesta que has soñado hacer? Me invitaría a mí, que soy malísima para dar fiestas. 18.- ¿Qué palabras, frases, muleta, usas frecuentemente? Este… no recuerdo. 19.- ¿Que trabajo te ha resultado más pesado hacer? El que estoy haciendo cuando tengo conciencia de que lo estoy haciendo. 20.- ¿Cuándo lloraste por última vez y por qué? Lloro a cada rato. Generalmente por impotencia. 21.- ¿Cuál ha sido tu mayor logro? Ser quien he querido ser. 22.- ¿Qué te provoca insomnio? Casi todo. 23.- ¿Qué palabras te gustaría dijeran en tu funeral? Que soy insustituible, como decimos de todos los que se van, aunque no sea cierto. 24.- ¿Cómo te gustaría ser recordada? Como una autora que pudo ver cosas que nadie más vio ni dijo de ese modo. 25.- ¿Cuál ha sido la lección más grande que la vida te ha dado? Que la vida se va. 26.- ¿Dónde te gustaría estar en este momento? Donde estoy, ni más ni menos. Escritora Rosa Beltrán


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Pasarela editorial Nuestra señora de la soledad Marcela Serrano Alfaguara Una novela policial que excede el género negro para dar paso a una verdadera novela de aprendizaje.

BAILA, BAILA, BAILA Tusquets

Haruki Murakami

Asesinatos, viajes a Hawái, pasajes a otros mundos y fiestas que se suceden al ritmo de la música, son los ingredientes de esta novela, antecedente de la monumental IQ84.

Mis mujeres muertas Guillermo Fadanelli

Nombre de perro

El lenguaje del juego

Elmer Mendoza

Daniel Sada

Grijalbo Mondadori

Anagrama

Tusquets

Una novela sobre la melancolía y la soledad humana, enfrentadas por un hombre cuya ebriedad lo convierte en un experto de los estados del alma.

Novela póstuma que trata de la supervivencia en un país, Mágico-México, donde la violencia transforma todo lo que toca.

En esta nueva entrega, el detective Edgar -El ZurdoMendieta, tendrá que sumergirse de nuevo en las redes del narcotráfico.

Federico en su balcón

El último tango de Allende

Fallas de origen

Carlos Fuentes

Roberto Ampuero

Daniel Krauze Turrent

Alfaguara

Plaza & Janes

Joaquín Mortíz

Un peculiar interlocutor entabla un diálogo con Nietzsche, donde conversan sobre el poder, el amor, la justicia…

Una novela sobre la lealtad y la traición, el amor y el desamor, el bien y el mal que se cuelan en el alma y la historia de los hombres.

La historia de Matías, quien tras una larga estancia en Nueva York vuelve al DF, no regresa por gusto ni nostalgia: lo ha sorprendido la muerte de su padre.

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