El Mollete Literario www.grupotransicion.com.mx
Director: Carlos Ramírez
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Número 2, Segunda Época
Diciembre 15, 2012
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El Mollete Literario
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Libro: el mejor amigo del hombre Por Luy
Mtro. Carlos Ramírez Presidente y director general (carlosramirezh@hotmail.com) Oscar Dávalos Coordinador de Producción (odavalos@grupotransicion.com.mx) Lic. José Luis Rojas Supervisor Editorial Consejo Editorial: Roberto Bravo, René Avilés Fabila. Violeta Cordero Zozaya Mesa de información (violeta.cordero@grupotransicion.com.mx) María Eugenia Briones Diseño (mbriones@grupotransicion.com.mx) Roberto Eduardo Aguilar Malvaez Formación Abigail Angélica Correa Cisneros Redacción acorrea@grupotransicion.com.mx Raúl Urbina Asistente de la dirección general El Mollete Literario es una publicación mensual editada por el Grupo de Editores del Estado de México, S. A., el Centro de Estudios Políticos y de Seguridad Nacional, S. C. y el Grupo Editorial Transición. Editor responsable: Carlos Javier Ramírez Hernández. Todos los artículos son de responsabilidad de sus autores. Oficinas: Durango 243, Col. Roma, Delegación Cuauhtémoc, C. P. 06700, México D.F. Certificado de licitud en trámite.
Índice Lo real horroroso de nuestra historia
Alejo Carpentier, un cubano nacido en Suiza
Mis mujeres muertas
Por Porfirio Romo
Por Guillermo Fadanelli
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El cuestionario bravo. Entrevista a Mónica Lavín
Literatura a la carta
Por Roberto Bravo
Vargas Llosa, Cortázar, García Márquez y Fuentes
Por Roberto Bravo
Oferta literaria mexicana
(Fragmento)
Pasarela editorial
Por Mauricio Leyva
Por Carlos Ramírez
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¿Qué es la historia de América Latina sino una crónica de lo maravilloso en lo real? Alejo Carpentier
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Vargas Llosa, Cortázar, García Márquez y Fuentes El boom latinoamericano, Cuba y el caso Padilla Por Carlos Ramírez
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n sus memorias amargas sobre el boom latinoamericano de los años sesenta, el escritor chileno José Donoso cuenta una anécdota que resume a la perfección el detonador cubano en la irrupción de escritores en el mercado editorial español: rumbo a un congreso literario en Chile en 1962, Carlos Fuentes le dijo, con entusiasmo, a José Donoso: “después de la Revolución Cubana él (Fuentes) ya no consentía hablar en público más que de política, jamás de literatura; que en Latinoamérica ambas eran inseparables y que ahora Latinoamérica solo podía mirar hacia Cuba”. Los dos se comunicaron con Alejo Carpentier para que el congreso de literatura se convirtiera en un foro de revisión de lo hecho en educación y cultura por la Revolución Cubana. El boom había tenido dos tiempos: el primero fue determinado por la irrupción del género de lo real-maravilloso de Carpentier, sobre todo la novela El reino de este mundo de 1949; y el segundo inició con el premio Biblioteca Breve a la novela La ciudad y los perros, de Mario Vargas Llosa, siguió con Rayuela de Cortázar en 1963 y terminó en 1967 con Cien años de soledad de Gabriel García Márquez. Cambio de piel, de Carlos Fuentes, también se publicó en 1967 pero no causó las repercusiones ni marcó un nuevo estilo literario. La relación del boom con la Revolución Cubana arrancó con el congreso literario en Chile y terminó en 1971 con el caso de represión cubana al poeta Heberto Padilla que alineó a los principales intelectuales de la época, entre ellos destacadamente a los del boom latinoamericano contra Fidel Castro y el autoritarismo cubano. Sin embargo, esos mismos escritores parecieron ignorar la primera fase del caso Padilla en 1968 cuando comenzaron las presiones contra el poeta;
Heberto Padilla
y más aun, los intelectuales del boom pasaron por alto lo que pudo haber sido el huevo de la serpiente de la relación autoritaria de Cuba con los escritores: el caso del documental P.M. en 1961 que provocó la ira de Fidel y el famoso discurso de fijación de límites políticos a la creación intelectual y el apotegma: “con la Revolución, todo; contra la Revolución, ningún derecho”.
II El caso Padilla fue paradigmático de la relación de la Revolución Cubana con los intelectuales. Heberto Padilla, nacido en 1932, no había participado directamente en
Eso sí, los escritores oficiales se lavaron las manos: “la Revolución Cubana no se propone eliminar la crítica ni exige que se le hagan loas ni cantos apologéticos. la guerrilla. En 1959 fue designado corresponsal de la agencia oficial cubana Prensa Latina en Nueva York. Ese mismo año regresó a La Habana y formó parte del periódico Revolución que dirigía Carlos Franqui, uno
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de los intelectuales protagonistas de la Revolución y autor del Libro de los Doce que narra la lucha guerrillera desde el Granma hasta la toma de La Habana. El suplemento Lunes de Revolución le publicó a Padilla fragmentos de su novela Buscavidas y recibió una mención honorífica del premio Casa de las Américas por su poemario El justo tiempo. Asimismo, Padilla fue fundador de la Unión Nacional de Artistas y Escritores Cubanos --la misma que luego lo condenó-- y trabajó en el Ministerio de Comercio Exterior. En 1962 se fue a Moscú como corresponsal de la agencia Prensa Latina y Revolución. A partir de 1966 Padilla se convirtió en un factor de crisis intelectual en Cuba, hasta su aprehensión en marzo de 1971 y su exilio definitivo en 1980. En 1966 Padilla se enfrascó en una dura polémica ideológica en el periódico Juventud Rebelde, de la Unión de Jóvenes Comunistas. Padilla era ya un disidente y defensor de la libertad de escribir, mientras que la burocracia castrista comenzaba a acotar los espacios de los escritores. La revista Verde Olivo lo atacó con el texto “Las provocaciones de Heberto Padilla” en 1968, pero ese mismo año recibió el premio por su polémico poemario Fuera de juego. Así, el problema con Padilla no era su libro de poemas sino su conducta disidente. Por la polémica que despertó el premio, la Unión de Escritores y Artistas decidió publicarlo pero sorprendentemente fue prologado por un texto de la propia UNEAC criticando el premio y la publicación. Más que un ejemplo de democracia, se trató de un abuso de poder. El prólogo criticaba severamente el libro y alentaba su inmolación. En el texto, los dirigentes de la Unión se comportaron como verdaderos “policías del pensamiento” de Orwell de 1984, “la dirección de la UNEAC no renuncia al derecho ni al deber de velar por el mantenimiento de los principios que forman nuestra Revolución, uno de los cuales es sin duda la defensa de ésta, así de los enemigos declarados y abiertos como --y son los más peligrosos-- de aquéllos otros que utilizan medios más arteros y sutiles para actuar”. El texto de la Unión revelaba el acotamiento de las libertades. Al fundamentar la publicación de libros no gratos a la Revolución Cubana, la Unión expresaba “la decisión de respetar la libertad de expresión hasta el mismo límite en que ésta comienza a ser libertad de expresión contrarrevolucionaria”, aunque con la circunstancia agravante de que esa libertad absoluta de expresión “estaba siendo considerada como el surgimiento de un clima de liberalismo sin orillas, producto siempre del abandono de los principios”. La Unión señaló en el prólogo que los premios a los géneros de poesía y teatro “habían recaído sobre elementos ideológicos francamente opuestos al pensamiento de la Revolución”. Así, el primer límite estaba definido por la vigencia, por encima de todas las cosas, del “pensamiento de la Revolución”. Lo inusitado del prólogo de la Unión radicaba en el esfuerzo de fundamentación política e ideológica de los poemas de Padilla. Como policías del pensamiento, los dirigentes de la Unión diseccionaron los poemas de Padilla y los caracterizaron como contrarrevolucionarios. El problema, sin embargo, fue de matiz. De haberse publicado
Heberto Padilla y José Triana
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sin problemas, el libro de Padilla hubiera pasado desapercibido. Al meterlo en un conflicto de ideas y de personalidades, las autoridades políticas e intelectuales cubanas sobredimensionaron el poemario y lo colocaron en el centro del interés mundial. Y lo peor fue que el manotazo autoritario organizado por Fidel Castro convirtió a un humilde poeta en un personaje famoso. El análisis de los directivos de la Unión de los poemas de Padilla fue un verdadero reporte policiaco sobre el pensamiento. Su título Fuera de juego, decía la Unión, “deja explícita la autoexclusión del autor de la vida cubana”. Al eludir la situación geográfica de la realidad, Padilla “puede lanzarse a atacar a la Revolución Cubana amparado en una referencia geográfica”. Por tanto, Padilla mantenía en su libro dos “actitudes básicas: una criticista y otra ahistórica”. La primera le permitía un distanciamiento “que no es el compromiso que caracteriza a los revolucionarios” y por lo tanto era contrarrevolucionario. Su ahistoricismo se expresaba por medio “de la exaltación del individualismo frente a las demandas colectivas del pueblo en desarrollo histórico y manifestando su idea del tiempo como un círculo que se repite y no como una línea ascendente. Ambas actitudes han sido siempre típicas del pensamiento de derecha y han servido tradicionalmente de instrumento de la contrarrevolución”.
Sin control, Fidel Castro lanzó el libro contra la pared y gritó que era un desperdicio gastar papel en esas obras que en nada ayudaban a concienciar a la gente.
La lectura ideológica y marxista de los poemas convirtió a Fuera de juego en un documento a la altura de las obras de Marx y Lenin, como si unos poemas pudieran cambiar el rumbo de la historia y del desarrollo dialéctico de la realidad. Pero los redactores del prólogo de la Unión no tuvieron pudor. Y escribieron que “cuando Padilla expresa que le arrancan los órganos vitales y se le demanda que eche a andar, es la Revolución, exigente en los deberes colectivos, quien desmembra al individuo y le pide que funcione socialmente. En la realidad cubana de hoy (1968), el despegue económico que nos extraerá del subdesarrollo exige sacrificios personales y una contribución cotidiana de tareas para la sociedad”. La disección ideológica de la Unión sobre los poemas de Padilla fue verdaderamente sorprendente por su sensibilidad para interpretar lo que el poeta dibujó con palabras, como si los redactores de la Unión hubieran descubierto una conspiración para derrocar a Castro y minar las bases de la Revolución Cubana en un poemario que hubiera tenido una circulación de no más de 2 mil ejemplares. Pero el fondo político fue también policiaco. Castro aprovechó el incidente para aplicar su modelo de operación política: adelantar las vísperas y reventar conflictos antes de que pudieran estallar por sí mismos para tomar ventaja y quitársela al adversario. De ahí que el prólogo de la UNEAC haya sido parte de la estrategia de Castro de arrinconar no solo al poeta Padilla, sino también a los jurados y simpatizantes. Se trataba de obligarlos a dar explicaciones sobre sus comportamientos políticos y, de paso, conducirlos a actos de fe revolucionarios. Ciertamente que los poemas de Padilla llevaban implícitas algunas metáforas de crítica hacia la Revolución Cubana, pero en el fondo su efecto iba a ser menor, casi de capilla. En cambio, Castro obligó a Padilla a salir al despoblado y debatir nada menos que con la cúpula revolucionaria que había hecho la guerrilla para derrocar a Batista. La tesis policiaca de los colegas narra-
Carlos Fuentes le dijo, con entusiasmo, a José Donoso: “después de la Revolución Cubana él (Fuentes) ya no consentía hablar en público más que de política, jamás de literatura dores y poetas de Padilla se basaba en la caracterización del poemario Fuera del juego tenía que ver más con la ideología que con la creación. En los textos de Padilla “se realiza”, decía la UNEAC, “una defensa del individualismo frente a las necesidades de una sociedad que construye el futuro y significan una resistencia del hombre a convertirse en combustible social”. La argumentación de los sargentos de la policía del pensamiento castrista estaba basada en una incomprensión de las tareas del creador: como escritor y como intelectual. Cortázar se lo dijo a Collazos en 1969 en la revista Marcha: “un novelista semejante (refiriéndose a Mario Vargas Llosa) no se fabrica de buenas intenciones y de ninguna militancia política; un novelista es un intelectual creador, es decir, un hombre cuya obra es fruto de una larga, obstinada confrontación con el lenguaje que es su realidad profunda, la realidad verbal que su don narrador utilizará para aprehender la realidad total en todos sus múltiples contextos”. A partir de la exigencia para practicar solamente una literatura que se apartara de la defensa del individualismo y se pusiera del lado de la sociedad que construye el futuro, los redactores del prólogo de la UNEAC concluyeron que el mensaje de Padilla en sus poemas trataba de fijar el criterio de que “el que acepta la sociedad revolucionaria es el conformista, el obediente. El desobediente, el que se abstiene, es el visionario que asume una actitud digna”. Así, seguía el prólogo oficial, Padilla “realiza un trasplante
mecánico de la actitud típica del intelectual liberal dentro del capitalismo, sea ésta por escepticismo o de rechazo crítico”. Eso sí, los escritores oficiales se lavaron las manos: “la Revolución Cubana no se propone eliminar la crítica ni exige que se le hagan loas ni cantos apologéticos. No pretende que los intelectuales sean corifeos sin criterio”. Sin embargo, el prólogo estaba redactado de tal manera que se condenaba al intelectual que ejercía la libertad de criterio y de pensamiento con su poesía, pero era condenado por no privilegiar las tareas ideológicas de la Revolución Cubana en la cultura. Los ataques contra Padilla fueron justamente por no cantarle loas ni cantos apologéticos a los revolucionarios y a la Revolución. La presión oficial contra el jurado para evitar la asignación del premio ocurrió justamente porque el poemario de Padilla se apartaba de los cánones del arte oficial. La preocupación de los policías de la cultura y del pensamiento castrista se basó en la interpretación ideológica de algunos versos. El prólogo señaló: “al hablar de la historia como el golpe que debes aprender a resistir, al afirmar que ya tengo el horror / y hasta el remordimiento de pasado mañana y en otro texto decir sabemos que en el día de hoy está el error / que alguien habrá de condenar mañana, Padilla ve la historia como un enemigo, como un juez que va a castigar. Un revolucionario no teme a la historia, la ve, por el contrario, como la confirmación de su confianza en la transformación de la vida”. Este párrafo del prólogo confirmó la percepción de que estaban criticando en Padilla la interpretación ideológica de un poema. Padilla era asumido como un evasor político. La UNEAC señaló en el inusitado prólogo del poemario premiado que “Padilla trata de justificar, en un ejercicio de ficción y de enmascaramiento, su notorio ausentismo de su patria en momentos difíciles en que ésta se ha enfrentado al imperialismo; y su inexistente militancia personal”, aunque los datos de la biografía de Padilla señalan que de 1959 a 1966 trabajó como funcionario en ministerios de la Revolución y además había sido corresponsal de la agencia oficial Prensa Latina, aunque el tema era la evasión de la realidad revolucionaria. Apenas de 1966 a 1968 Padilla había entrado en polémicas con otros intelectuales por la libertad de creación. Los redactores del prólogo no midieron la dimensión de sus acusaciones ni el tamaño de sus razonamientos. Se metieron sin pudor con la vida privada del poeta --“convierte la dialéctica de la lucha de clases en lucha de sexos”--, lo acusan de imaginar “persecuciones y climas represivos” --el prólogo era la evidencia de los temores del poeta--, le recuerdan que la Revolución “se ha caracterizado por la generosidad y la apertura” --aunque sea un condenado político--. Pero los redactores de la UNEAC estaban realmente indignados por algunos versos de Padilla: “resulta igualmente hiriente para nuestra sensibilidad que la Revolución de Octubre (de la URSS, de la que después los castristas abjuraron por lo que llamaron la “traición” de Mijail Gorbachov) sea encasillada en acusaciones como el puñetazo en plena cara y el empujón a medianoche, el terror que no puede ocultarse en el viento de
15.12.2012 la torre de Spaskaya, las fronteras llenas de cárceles, el poeta culto en los más oscuros crímenes de Stalin, los 50 años que constituyen un círculo vicioso de lucha y de terror, el millón de cabezas cada noche, el verdugo con tareas de poeta, los viejos maestros duchos en el terror de nuestra época, etcétera”. La UNEAC no dejó pasar la oportunidad de ajustar cuentas con Padilla y pasarle facturas pendientes; las acusaciones de Padilla a la Unión “con calificativos denigrantes y que en breve lapso y sin que mediara una rectificación” participara en un concurso de la Unión. Y “también entendemos como una adhesión al enemigo la defensa pública que el autor hizo del tránsfuga Guillermo Cabrera Infante, quien se declaró públicamente traidor a la Revolución”. En fin, concluyó el prólogo, “se trata de una batalla ideológica, un enfrentamiento político en medio de una Revolución en marcha a la que nadie podrá detener. En ella tomarán parte no solo los creadores ya conocidos por su oficio, sino también los jóvenes talentos que surgen en nuestra isla y sin duda los que trabajan en otros campos de la producción y cuyo juicio es imprescindible en una sociedad integral”. “En resumen, la dirección de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba rechaza el contenido ideológico del libro de poemas y de la obra teatral premiados. Es posible que tal medida pueda señalarse por nuestros enemigos declarados o encubiertos y por nuestros amigos confundidos como un signo de endurecimiento. Por el contrario, entendemos que ella será altamente saludable para la Revolución porque significa su profundización y su fortalecimiento al plantear abiertamente la lucha ideológica”. Sin embargo, el caso Padilla no había comenzado con el concurso, el premio y la publicación a regañadientes. Tenía antecedentes que los cubanos no conocieron y que algunos pocos supieron: la lucha burocrática y las presiones para evitar el premio a Padilla. La historia la contó el poeta Manuel Díaz Martínez, quien había sido uno de los jurados del premio de Padilla y que había ganado el mismo premio de la UNEAC en 1967. El antecedente del conflicto había apuntado ya una dura polémica entre Padilla y Lisandro Otero, uno de los intelectuales oficiales de Castro. Padilla se había quejado por escrito que en la difusión de novelas que compitieron por el premio Biblioteca Breve de Seix Barral le hubieran dado espacio en el suplemento El Caimán Barbudo a una novela de Otero --Pasión de Urbino-- que no había ganado y no a Tres tristes tigres de Cabrera Infante que sí había ganado el premio. Padilla se había referido entonces a las nefastas consecuencias de la estalinización de la cultura en Cuba. Con ese antecedente y la polémica alrededor de la política cultural del socialismo cubano, Padilla había enviado su libro Fuera del juego al concurso de la UNEAC. Con algunos versos críticos al estalinismo, sin duda que Padilla había previsto la dimensión del conflicto. Díaz Martínez no lo escribió en su texto pero dejó entrever que Padilla había llegado al concurso envuelto en el escándalo cultural con los redactores de El Caimán Barbudo. Poco a poco, Díaz Martínez fue sintiendo las presiones para evitar que el poemario de Padilla, que se perfilaba como
El Mollete Literario favorito, fuera el ganador. Díaz Martínez, por cierto, formaba parte de la estructura cultural del gobierno cubano: era en ese entonces redactor jefe de La Gaceta de Cuba de la UNEAC. Díaz Martínez contó en su versión del caso Padilla que él mismo acumulaba ya problemas culturales. Durante el proceso de la llamada “microfracción”, Díaz Martínez había sido castigado. Ese proceso fue una dura lucha por posiciones políticas entre grupos del viejo Partido Socialista Popular y el nuevo Partido Comunista de Cuba. Juzgado militarmente por delitos de opinión y de pensamiento, Díaz Martínez recordó que había sido encontrado “culpable de debilidad política” por no haber denunciado a otro microfraccionario estalinófilo y prosoviético que intentó reclutarlo. Asimismo, Díaz Martínez había manifestado su apoyo al grupo democratizador de Praga, dirigido por Alexander Dubcek, pero luego de que Castro apoyó la invasión a Checoslovaquia
El caso Padilla fue paradigmático de la relación de la Revolución Cubana con los intelectuales.
Fidel y Raúl Castro. Foto: Procesofoto
de los tanques soviéticos. A Díaz Martínez lo castigaron con la prohibición de ocupar cargos ejecutivos, administrativos, políticos o militares durante tres años y lo condenaron a “pasar a la producción” como obrero. Con esos antecedentes, Díaz Martínez fue jurado junto con otra figura polémica de la cultura cubana: José Lezama Lima, uno de los más grandes poetas y narradores. Lezama había sido jurado del premio Casa de las Américas, pero su falta de involucramiento con la Revolución Cubana y su homosexualidad había sido colocado en el cajón de los disidentes peligrosos. Sin embargo, el peso internacional de Lezama impedía cualquier agresión, aunque durante años había sido marginado de la vida cultural oficial. Los intelectuales oficiales por excelencia de Cuba eran Alejo Carpentier, Nicolás Guillén y Roberto Fernández Retamar. Como el poemario de Padilla se perfilaba como el posible ganador, las presiones oficiales sobre el jurado comenzaron a crecer para evitar el dictamen final. Díaz Martínez reveló entonces que un día recibió la visita del poeta Roberto Branly, quien acababa de verse con el teniente Luis Pavón, director de la revista Verde Olivo, órgano oficial de las fuerzas armadas y por tanto terreno exclusivo de Raúl Castro, hermano de Fidel. “Confi-
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dencialmente” le habían dicho a Branly que el premio a Padilla sería considerado “contrarrevolucionario” e iba a provocar graves problemas. “No me di por enterado”, escribió Díaz Martínez, “y en la reunión del jurado sostuve que Fuera del juego era crítico pero no contrarrevolucionario, más bien revolucionario por crítico, y que merecía el premio por su sobresaliente calidad literaria”. Los otros miembros del jurado coincidieron con este criterio. “No hubo cabildeo, nadie tuvo que convencer a nadie de nada”. Pero sí hubo presiones del lado contrario: “sí hubo cabildeo, en cambio, por parte de la UNEAC para que no le diéramos el premio a Padilla. Nicolás Guillén visitó a Lezama e intentó disuadirlo”. Los intentos por evitar la premiación a Padilla llegaron al punto de que Guillén --el poeta cubano del songorocosongo y candidato oficial a todos los premios nacionales e internacionales-- envió a David Chericián, cuyo libro competía con el de Padilla, a casa del jurado José Zacarías para “que persuadiese al viejo poeta izquierdista de lo negativo que sería para la revolución que se premiara Fuera del juego”. Zacarías se indignó, corrió a Chericián de su casa y le llamó a Guillén por teléfono para increparlo por pretender coaccionarlo. Asimismo, el poeta y cuentista Félix Pita Rodríguez, presidente de la sección literatura de la UNEAC “me aconsejó que desistiera de votar por Padilla”, contó Díaz Martínez. Los intentos por quebrar al jurado llegaron al grado de extender el castigo a Díaz Martínez por su juicio ideológico al terreno de las sanciones “ideológico-educativas” para sacarlo del jurado. El poeta contó cómo llevó el asunto hasta el comité central del Partido Comunista, con el enojo de Guillén. Los burócratas lograron su cometido…, pero solo por unas horas. Díaz Martínez salió del jurado del premio de poesía de la UNEAC. Al final de una noche de sábado, Lezama Lima le llamó por teléfono a Díaz Martínez para decirle: “joven, campanas de gloria suenan, usted ha sido repuesto en el jurado”. La intervención de Carlos Rafael Rodríguez, comunista y tercer hombre en la jerarquía de Cuba, había sido decisiva. El costo iba a ser alto. Díaz Martínez fue de todos modos castigado y destituido de su cargo de jefe de redacción de La Gaceta de Cuba, lo acusaron de conspirar contra Cuba por cartas que le había escrito a Severo Sarduy y lo espiaron hasta quitarle la privacidad. Ya publicitado el premio a favor de Padilla, la UNESA hizo de todos modos un foro a modo de juicio contra el libro Fuera del juego y contra el jurado que lo premió. Pita Rodríguez, narrador pero burócrata de la cultura castrista, dijo que “el problema, compañeros y compañeras, es que existe una conspiración de intelectuales contra la Revolución”. Como castigo, la UNEAC no le entregó a Padilla y al dramaturgo Antón
Para Castro, la función del intelectual y del escritor era la de producir obras para apoyar al proceso revolucionario.
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Arrufat el premio en metálico de mil pesos cubanos ni el viaje prometido a Moscú. El criterio oficial, incluido en el inusual y sorprendente prólogo de la UNEAC para desprestigiar y limitar la lectura del libro publicado, rayaba en la politización de un asunto cultural: “nuestra convicción revolucionaria”, decían los redactores de la Unión, “nos permite señalar que esa poesía y ese teatro sirven a nuestros enemigos y sus autores son los artistas que ellos necesitan para alimentar el caballo de Troya a la hora en que el imperialismo se decida a poner en práctica su política de agresión bélica frontal contra Cuba”. El criterio policiaco también operó con eficacia: la oficina de Díaz Martínez fue saqueada y dispersados sus papeles como un aviso de que la Revolución iba a confrontarlo con todas las armas. La persecución no cesó. Díaz Martínez reveló en su texto del caso Padilla que en noviembre de 1968 apareció un texto difamatorio en las páginas de Verde Olivo firmado por un tal Leopoldo Avila para atacar sin piedad a Padilla, a Virgilio Piñera, a Antón Arrufat, a Rodríguez Llois, a Cabrera Infante y a muchos otros tachados de enemigos de la Revolución. El texto era rabioso y hacia acusaciones de homosexualidad y acusaba a Cabrera Infante de ser agente de la CIA.
III La segunda fase del caso Padilla estalló en abril de 1971, casi tres años después del affaire del premio de poesía. Padilla fue arrestado por razones políticas, encarcelado dos semanas y liberado a cambio de una confesión de errores revolucionarios para delatar a los cómplices de la conspiración. Esta segunda parte de la historia tenía un antecedente. El escritor y diplomático chileno Jorge Edwards había sido designado encargado de negocios de Chile en Cuba y enviado a La Habana a instalar la embajada formal. Gobernado por el socialista Salvador Allende, Chile había sido el primer país en restaurar relaciones diplomáticas con Cuba desde la ruptura de 1962, organizada por Estados Unidos a través de la OEA. A excepción de México, todos los países del área rompieron relaciones diplomáticas con Cuba. La designación de Edwards no había sido bien recibida por Cuba, pero nada hicieron para impedirla. Edwards llegaba no solo con trabajo diplomático de carrera sino por su excelente relación personal y literaria con el poeta Pablo Neruda, candidato presidencial del Partido Comunista Chileno, que había renunciado a favor de la nominación de Allende como candidato único de la Unidad Popular. Edwards debía de abrir la embajada, entregarla al que sería nuevo embajador e incorporarse a la embajada de Chile en París con Neruda.
Castro perdió la medida del tema y habló de los intelectuales que estaban “locos de remate”, “adormecidos hasta el infinito”, “marginados de la realidad del mundo”
En resumen, la dirección de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba rechazó el contenido ideológico del libro de poemas y de la obra teatral premiados Edwards había trabado una buena relación con Cuba. En 1968 había sido jurado del género cuento del premio Casa de las Américas, en la que había sido galardonado Norberto Fuentes por su libro Condenados de Condado. Entre otros, un compañero de jurado de Edwards había sido Rodolfo Walsh, un extraordinario escritor y militante político que sería asesinado años después por la dictadura argentina. En un prólogo a una edición posterior de esos cuentos, Fuentes narró la irritación de Castro por la premiación a un libro que hablaba de algunas de las víctimas campesinas de la Revolución Cubana. Sin control, Fidel Castro lanzó el libro contra la pared y gritó que era un desperdicio gastar papel en esas obras que en nada ayudaban a concienciar a la gente. El jurado y el libro premiado de Fuentes --como preludio a lo que vendría después con Fuera del juego-- fueron destrozados en la revista Verde Olivo de Raúl Castro. En su libro de memorias sobre su estancia habanera, Edwards escribió que “los cuentos de Norberto Fuentes transcurren en los parajes de Escambray, donde la huella de las balas da testimonio de la violencia y el dramatismo de la lucha. Pero Fuentes, que lo había hecho como cronista, no quiso como narrador dividir el mundo en blanco y negro, con lo cual tocó el dogma de la inmaculada pureza del ejército revolucionario, de su disciplina, una de las divinidades intocables en el altar de la Salud Pública. Todo está dicho en las viejas páginas de Michelet sobre el Comité, sobre Robespierre, sobre la Revolución y sobre la guillotina”. Edwards narró los incidentes de su corta estancia de casi cuatro meses en Cuba en su libro Persona non grata, que fue editado con censuras y autocensuras en 1973 antes de la caída de Allende y que después apareció ya sin ningún recorte. Durante esos meses, Edwards tuvo muchas reuniones con intelectuales disidentes, sobre todo con Lezama Lima y con Heberto Padilla. Las reuniones, realizadas en el
hotel Habana Libre, fueron grabadas por la policía política de Castro. Con el contenido de las grabaciones, Castro le pidió a Allende que sacara a Edwards de Cuba porque se había convertido en un enemigo de la Revolución. Edwards abandonó Cuba echado por Castro y se incorporó a la embajada de París con Pablo Neruda. La salida de Edwards de La Habana ocurrió horas después de haberse dado el arresto de Padilla. Con Padilla en la cárcel y a punto de tomar el avión para salir de Cuba, Edwards fue llevado ante Castro para una ácida conversación de despedida que narra en su libro. Pero nada hizo Fidel para dar marcha atrás a las ruedas del molino del socialismo cubano. Padilla se quedó en la cárcel, fue obligado a delatar a amigos escritores que conspiraban --en el lenguaje de las autoridades cubanas-- contra la Revolución. Luego fue despedido de sus trabajos y enviado a hacer traducciones. Enfermo, tuvo que recluirse mucho tiempo. En 1980, por una campaña internacional, salió de La Habana exiliado rumbo a Estados Unidos. Pero el desgarramiento interno de Padilla no fue comprendido por la Revolución. Días antes de su arresto, Padilla fue entrevistado por Cristián Huneeus y ahí habló de
sus contradicciones internas. Contó que los escritores latinoamericanos que vivían en regímenes no socialistas hablaban del socialismo como de una esperanza. “Los latinoamericanos viven todavía una fase épica en su literatura, es decir, que el socialismo es para ellos un propósito a cumplir, pero que en modo alguno exigiría una reflexión sobre su práctica, sobre su existencia. Pero nosotros, a 13 o 10 años, de haberse creado en Cuba una sociedad socialista, no podemos escribir ya en la misma forma. A tal punto la experiencia histórica nos ha marcado”. La aprehensión de Padilla detonó un escándalo cultural internacional. Si el argumento de las autoridades cubana insistió en el hecho de que Padilla realizaba actividades personales contrarrevolucionarias --que en realidad eran de crítica al sistema socialista--, los intelectuales llevaron el asunto al tema de la libertad de creación. Una carta apareció en el diario Le Monde de Francia firmada por Jean Paul Sartre, Simone de Beauvoir, Susan Sontag, Julio Cortázar, Mario Vargas Llosa, Juan Goytisolo. Después, en 1972, Cortázar trataría de matizar su adhesión en contra del encarcelamiento de Padilla en una carta enviada a Haydée Santamaría, directora de la Casa de las América, acreditando la dureza de la misiva de los 50 intelectuales a la ausencia de información. Pero ocurrió que nadie en Cuba se atrevió a dar más información que la policía. Y luego Santamaría acusó a Vargas Llosa de “escritor colonizado, despreciador de nuestros pueblos, vanidoso, confiado en que escribir bien no solo hace a la persona actuar mal, sino que permite enjuiciar a todo un proceso grandioso como la Revolución Cubana. Que a pesar de sus errores humanos, es el más gigantesco esfuerzo hecho hasta el presente por instaurar en nuestras tierras un
15.12.2012 régimen de justicia”. Años después Haydée Santamaría se suicidaría decepcionada por el socialismo cubano. La carta de autocrítica de Padilla no causó gran conmoción porque todos vieron detrás la mano autoritaria del régimen cubano. Inusitadamente, Padilla elogiaba a los organismos de seguridad de Cuba y a sus anteriores enemigos literarios, censuró a sus amigos y hasta a su propia esposa y a los intelectuales que lo defendieron. No era el Padilla que conocía, el Padilla que había polemizado en 1968 con Lisandro Otero y a propósito del cual había escrito Padilla: “ciertos marxistas religiosos asegurar por ahí que el revolucionario verdadero es el que más humillaciones soporta; no el más disciplinado, sino el más obediente; no el más digno, sino el más manso. Allá ellos. Yo admiraré siempre al revolucionario que no acepta humillaciones de nadie, y menos a nombre de la revolución que rechaza tales procedimientos”. La carta de los intelectuales a Fidel Castro del 9 de abril de 1971 contenía un acto de fe en Cuba pero también una severa crítica a la perversión autoritaria de la Revolución: “los abajo firmantes, solidarios con los principios y objetivos de la Revolución Cubana, se dirigen a usted para expresar su preocupación ante el arresto del poeta y escritor Heberto Padilla y para solicitar a usted se tenga a bien examinar la situación creada por dicho arresto. Considerando que el gobierno cubano no ha evacuado hasta el momento ninguna información sobre la materia, empezamos a temer el resurgimiento de un proceso de sectarismo más fuerte y más peligroso que aquel denunciado por usted en marzo de 1962 y al que el comandante Che Guevara hiciera alusión muchas veces cuando denunciaba la supresión del derecho de crítica en el seno de la revolución. “En momento en que se instaura un gobierno socialista en Chile y en que la nueva situación creada en Perú y Bolivia (golpes militares de generales de izquierda) facilita la ruptura del bloqueo criminal contra Cuba por el imperialismo norteamericano, el recurso a los métodos represivos contra los intelectuales y artistas que han ejercido el derecho a la crítica en la revolución no puede tener sino una repercusión profundamente negativa entre las fuerzas antiimperialistas del mundo entero, y más especialmente de la América Latina, donde la Revolución Cubana es un símbolo y una bandera. Agradeciendo de antemano la atención que usted se sirva dispensar a esta solicitud, reafirmamos nuestra solidaridad con los principios que guiaron la lucha en la Sierra Maestra y que el gobierno revolucionario ha expresado tantas veces a través de la palabra y la acción de su primer ministro, del comandante Che Guevara y de otros tantos dirigentes revolucionarios”. Las firmas fueron muchas: Carlos Barral (editor de la editorial Seix Barral), Simone De Beauvoir, Italo Calvino, Fernando Claudín (comunista español), Julio Cortázar, Jean Daniel (director de Le Nouvel Observateur), Marguerite Duras, Hans Magnus Enzensberger, Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez, Juan Goytisolo, Alberto Moravia, Maurice Nadeau, Octavio Paz, Rossana Rossanda, Claude Roy, Jan Paul Sartre, Jorge Semprún (ex jurado del premio Casa de las Américas y luego comunista echado del PC
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Gabriel García Márquez y Carlos Fuentes. Foto: Octavio Gómez / Procesofoto / DF
El criterio policiaco también operó con eficacia: la oficina de Díaz Martínez fue saqueada y dispersados sus papeles como un aviso de que la Revolución iba a confrontarlo con todas las armas. español por demócrata) y Mario Vargas Llosa, entre otros. La respuesta del gobierno nunca llegó directa pero sí indirecta. El gobierno preparaba la realización del primer gran encuentro de intelectuales y artistas en mayo. Por tanto, el arresto de Padilla parecía parte del escenario preparado por Fidel Castro para darle sentido, orientación y contenido a ese congreso cultural. En el discurso oficial, Castro se refirió con desprecio a los intelectuales que asumen actitudes críticas contra la Revolución. Se trataba de un discurso que seguía la línea del de 1961 a propósito del documental P.M. y del papel de Cabrera Infante en la apertura crítica de los medios del gobierno y en donde fijó el criterio autoritario de que “con la Revolución, todo; contra la Revolución, nada, ningún derecho”. En 1971, Castro afirmó: “algunos (intelectuales) retratados aquí con lúcidos y nítidos colores hasta trataron de presentarse como simpatizantes de la Revolución”. Pero había entre ellos más de un “pájaro de cuenta”. Castro perdió la medida del tema y habló de los intelectuales que estaban “locos de remate”, “adormecidos hasta el infinito”, “marginados de la realidad del mundo”, de los que ven problemas en Cuba cuando se trata de “dos o tres ovejas descarriadas”, los intelectuales que “no tienen derecho de seguir sembrando el veneno y la insidia dentro de la Revolución, los que “no ven que los problemas reales de Cuba son los de un país amenazado por el bloqueo, por las armas de
todo tipo, hasta bacteriológicas”. Dogmático, Castró sacó la Revolución Cubana del debate y dijo que el socialismo “no puede servir de pretexto a los semi izquierdistas descarados que pretenden ganar laureles en París, Londres, Roma”. Acusó a los intelectuales que “en vez de estar en las trincheras del combate, viven en los salones burgueses a diez mil millas de los problemas, usufructuando un poquito las platas que ganaron cuando pudieron ganar algo”. Se refirió a “estos señores intelectuales burgueses y liberalistas burgueses y agentes de la CIA ya no vendrán a hacer el papel de jueces de concursos, ya no tendrán entrada a Cuba. Cerrada la entrada indefinidamente, por tiempo indefinido, y por tiempo infinito”. Para Castro, la función del intelectual y del escritor era la de producir obras para apoyar al proceso revolucionario. “Es ilógico que falten libros de formación infantil mientras la minoría privilegiada continúa escribiendo cuestiones de las que no deriva ninguna utilidad, que son expresiones de decadencia”. Para Castro, los intelectuales se consideraban “un grupito que ha monopolizado el título de trabajador intelectual”. “Esos intelectuales aquí han estado recibiendo premios señorones escritores de basura”. La tesis no pudo dejar de emitirse: “nosotros, en un proceso revolucionario, valoramos las actividades culturales y artísticas en función del valor que le entreguen al pueblo, de lo que aporten a la felicidad del pueblo. Nuestra valoración es política”.
Ciertos marxistas religiosos aseguran por ahí, que el revolucionario verdadero es el que más humillaciones soporta; no el más disciplinado, sino el más obediente
Los desplegados de los intelectuales en realidad no le preocupaban a Castro. Se lo dijo a Edwards en su conversación de marzo de 1971: “ya sabemos que ahora se ha puesto de moda en Europa atacarnos entre los que se llaman intelectuales de izquierda. ¡Eso no nos importa! ¡Esos ataques nos tienen absolutamente sin cuidado!” El caso Padilla de 1971 había llevado a Cuba al endurecimiento político, ideológico y cultural y muchos intelectuales solidarios con el proceso revolucionario estaban siendo dejados a la vera del camino. La Revolución Cubana no admitía sino lealtades a ciegas, acríticas. El enfriamiento sentimental de la izquierda hacia Cuba dejó aislado a Castro. Paz rompió definitivamente con el autoritarismo cubano. Carlos Fuentes mantuvo la distancia crítica. Regis Debray se desencantó de la vía armada y luego corrigió su ensayo Revolución en la Revolución con dos libros sobre el fin de la vía armada y terminó su ruptura en Alabados sean nuestros señores. García Márquez prefirió la amistad con Castro y ayudar a salir de Cuba a escritores malditos. Semprún, también jurado del premio Casa de las Américas, luchó contra el autoritarismo del comunismo español y fue echado junto con Claudín, como lo narra en su libro Autobiografía de Federico Sánchez. Cortázar siguió fiel pero siempre mal comprendido y sufrió mucho las críticas cubanas hacia su literatura fantástica, aunque se alejó sentimentalmente de Cuba y prefirió el sandinismo de Nicaragua, aunque no pudo ver su decadencia también autoritaria y corrupta. De todos ellos, Vargas Llosa fue no solo el más coherente sino el más lúcido en sus argumentaciones en contra del autoritarismo de Castro y de la Revolución Cubana. Pero el caso Padilla había llevado a la ruptura de los intelectuales latinoamericanos con la Revolución Cubana, cuando esa relación había fijado el tiempo político del boom literario latinoamericano.
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Lo real horroroso de nuestra historia • El reino de este mundo de Alejo Carpentier • El boom latinoamericano Por Roberto Bravo
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espués de un viaje por Haití, Alejo Carpentier escribió El reino de este mundo impresionado por la naturaleza y las reliquias que observó en la isla. En 1948, al terminar el volumen lo llevó al Fondo de Cultura Económica que había publicado antes su libro La música en Cuba (1945), y El reino de este mundo fue rechazado con el argumento usado cuando no se quiere publicar una obra de que la industria editorial se encuentra en crisis (desde entonces). La carta de impugnación la firmó don Joaquín Diez Canedo, gerente de producción de la empresa y posteriormente creador de la editorial Joaquín Mortiz.. Fue don Rafael Gíménez Siles, fundador de la editorial EDIAPSA, que posteriormente se transformaría en la Compañía General de Ediciones y también en las Librerías de Cristal, quien acogió El reino de este mundo e hizo la primera edición en 1949. Desde esta vez Carpentier, quien marcaría con su narrativa un rumbo distinto en las letras latinoamericanas, eligió esa compañía mexicana para la publicación de sus obras, después a Siglo XXI editores, y ahora sus herederos a Lectorum.
Cuadro al óleo, fuente naifhaitiano.blogspot.mx
Aunque los cubanos lo aseguran y él mismo dijo que nació en la Habana el 26 de septiembre de 1904, esto es discutible porque durante cierto tiempo, Carpentier fue considerado extranjero en Cuba, y en Venezuela lo asumieron como un francés recién desembarcado. Guillermo Cabrera Infante afirmó que nació en Lausana, Suiza. Supo por otra escritora cubana, Lydia Cabrera, que el nombre de pila original era Alexis y no Alejo y así lo demuestra una copia del acta de nacimiento, que de forma misteriosa recibió Cabrera Infante cuando residía en Londres. Acerca de la veracidad de esa partida de nacimiento no hubo una pronunciación de parte de la viuda de Alejo Carpentier, Lilia Esteban Hierro. No obstante, la primera esposa de Carpentier, Eva Frejaville, insistía en que la madre de Alejo le había dicho que el día que nació su hijo, “nevaba de manera notable”, cosa que en la Habana no ha sucedido al menos en los últimos dos siglos. Al hablar de sus padres, el autor de El reino de este mundo cuando le preguntaron si su madre era rusa respondió:
-Sí, rusa, pero de formación francesa. Su padre ruso también, se había metido en negocios de petróleos en Bakú. Ella había conocido a mi padre en Ginebra y pronto se casaron.[…] Mi abuela era una excelente pianista, alumna de Cesar Franck de quien conservo algunas cartas inéditas, dirigidas a ella. Mi madre lo era también, y bastante buena. Mi padre, que quiso ser músico antes que arquitecto, empezó a trabajar el violoncello con Pablo Casals. Carpentier pronunció siempre la (erre) de forma afrancesada (egre). Con largas estancias en Francia y en América del Sur Alejo Carpentier fue un escritor de novelas históricas, donde la evocación del pasado, lejano y exótico se vuelve un decantado tratado erudito y minucioso de costumbres y de la mentalidad de esos tiempos. Sin embargo, todo este saber que arroja su investigación lo presenta al lector en una elaborada y rica descripción abundante de recursos artísticos que por momentos asombran por su maestría. Cuando habla de su personaje Ti Noel en El reino de este mundo dice por ejemplo:
15.12.2012 “Vivió, en el espacio de un pálpito los momentos capitales de su vida; volvió a ver a los héroes que le habían revelado la fuerza y la abundancia de sus lejanos antepasados del África, haciéndole creer en las posibles germinaciones del porvenir. Se sintió viejo de siglos incontables. Un cansancio cósmico, de planeta cargado de piedras, caía sobre sus hombros descarnados por tantos golpes, sudores y rebeldías. Ti Noel había gastado su herencia y a pesar de haber llegado a la última miseria, dejaba la misma herencia recibida. Era un cuerpo de carne transcurrida. “Y comprendía ahora, que el hombre nunca sabe para quién padece y espera. Padece y espera y trabaja para gente que nunca conocerá, y que a su vez padecerán y esperarán y trabajarán para otros que tampoco serán felices, pues el hombre ansía siempre una felicidad situada más allá de la porción que le es otorgada”. El reino de este mundo es una obra maestra de la literatura, es una de las más importantes novelas sobre la descolonización. La historia inicia con el esclavo negro Ti Noel, quien igual que el resto del pueblo cambia
de dueño continuamente una vez que se desencadenan los acontecimientos: la rebelión de los esclavos dominicanos durante el siglo XVIII, el exilio de los colonos a Santiago de Cuba, el gobierno haitiano del general Leclerc, cuñado de Napoleón, y finalmente la presuntuosa y precipitada tiranía de Henry Christophe. Parecería que la tesis de Carpentier en la novela es que las revoluciones resultan siempre fracasos a corto plazo, en ellas la suerte de los ciudadanos es arrasada por los acontecimientos, sacrificada ciegamente a la marcha del progreso histórico. “Las cosas tienen que cambiar para que todo siga igual”, decía El Gatopardo en la novela homónima del Giuseppe de Lampedusa, y esta máxima cabalmente se cumple en El reino de este mundo. En el prólogo de la primera edición de El reino de este mundo definió Carpentier lo real maravilloso inherente a lo latinoa-
El Mollete Literario mericano: Los diccionarios nos dicen que lo maravilloso es lo que causa admiración por ser extraordinario, excelente, admirable. Y a ello se une en el acto la noción de que todo lo maravilloso ha de ser bello, hermoso y amable, cuando lo único que debiera ser recordado de la definición de los diccionarios es lo que se refiere a lo extraordinario. Lo extraordinario no es bello ni hermoso por fuerza. No es bello ni feo; es más que nada, asombroso por lo insólito. Todo lo insólito, todo lo asombroso, todo lo que sale de las normas establecidas es maravilloso. […] Ahora bien, yo hablo de lo real maravilloso al referirme a ciertos hechos ocurridos en América. A ciertas características del paisaje, a ciertos elementos que han nutrido mi obra. Años después, en entrevista con Ramón Chao sobre La consagración de la primavera, dijo que las descripciones del campo cubano y las indicaciones sobre su cocina habían sido mencionadas como aspectos de lo real maravilloso de Latinoamérica, y el resto de lo que aparece en la novela como una pelea a brazo partido contra lo real horroroso de nuestra historia. Lo maravilloso y lo horroroso son parte de lo insólito, y por lo tanto de lo real, pero qué pueden revelarnos estas palabras sino fórmulas analíticas apriorísticas o prefabricadas por el escritor o un crítico. En una novela quien habla es el lenguaje. A Carpentier le gustaban los “grandes temas”, esos que confieren mayor riqueza a los personajes y a la trama de la novela, y para describir sus escenarios y hacer actuar a sus personajes no acude a un lenguaje intuitivo si no a palabras surgidas de diccionarios y bibliotecas, su lenguaje es el de la erudición, el de un investigador, el de un conocedor. Encuentra y hace uso de la belleza del conocimiento en el lenguaje para describir lo real maravilloso que sucede en la historia, en contraparte de Hernán Cortés que en sus Cartas de relación al rey de España, se declaraba impotente: “ Y quisiera hablarle de otras cosas de América, pero no teniendo la palabra que las define ni el vocabulario necesario, no puedo contárselas.” En la maleza de la historia, no hay ninguna realización de un plan sin interrupciones. La historia es un resultado que nadie ha pretendido que sea tal como es, y que procede de numerosas intenciones particulares, las cuales se entrecruzan, enlazan y desvían. De ahí que surjan conflictos con escasas esperanzas de solución, pues solo tenemos una mezcla de casualidades, compromisos, locuras, prudencia y costumbre. El hombre, en lugar de hacer historia, está enredado en
Con largas estancias en Francia y en América del Sur Alejo Carpentier fue un escritor de novelas históricas, donde la evocación del pasado, lejano y exótico se vuelve un decantado tratado erudito
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historias; reacciona ante ellas y así surgen nuevas historias. La historia es, como en El reino de este mundo, un hormigueo de historias, por lo cual, evidentemente, no podemos ver la historia en su conjunto, pero sí una obra maestra de la literatura como lo es la novela de Alejo Carpentier: “La grandeza del hombre está precisamente en querer mejorar lo que es. En imponerse Tareas. En el Reino de los Cielos no hay grandeza que conquistar, puesto que allá todo es jerarquía establecida, incógnita despejada, existir sin término, imposibilidad sin sacrificio, reposo y deleite. Por ello, agobiado de penas y de Tareas, hermoso dentro de su miseria, capaz de amar en medio de las plagas, el hombre sólo puede hallar su grandeza, su máxima medida en el Reino de este Mundo.”
Alejo Carpentier
Bibliografía Carpentier, Alejo (Prólogo de Guillermo Samperio); El reino de este mundo, Editorial Lectorum, México, 2010. Romo Lizárraga, Porfirio; Alejo Carpentier, un cubano nacido en Suiza, ensayo, 2008. Harss, Luis; Los Nuestros, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1971. Lazo, Raymundo; Historia de la literatura cubana, UNAM, México, 1974. Chao, Ramón; Palabras en el tiempo de Alejo Carpentier, Editorial Arte y Literatura, La Habana, 1985. Arias, Salvador (Recopilador); Recopilación de textos sobre Alejo Carpentier, Casa de las Américas, serie Valoración Múltiple, La Habana, 1977. Safranski, Rudiguer; ¿Cuánta globalización podemos soportar?, Tusquets Editores, Ensayo; Barcelona 2004. Steiner, George; Heidegger, Fondo de Cultura Económica, Breviarios; México, 1999.
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El Mollete Literario
Alejo Carpentier, un cubano nacido en Suiza El boom latinoamericano Por Porfirio Romo
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lejo Carpentier fue uno de los escritores más representativos del boom latinoamericano, creador de lo real maravilloso americano y que al tiempo habría de considerarse como parte del realismo mágico, del que participaron escritores como García Márquez y Juan Rulfo. El peso de su obra lo hizo estar muy cerca de ganar el premio Nobel de literatura, y tal vez lo hubiera ganado, si es que su muerte acaecida en 1980 no truncara ese anhelo que efectivamente tuvo el autor. Tanto así, que se dice que cuando supo de los rumores respecto a ser nominado, acudió en visita insospechada a Suecia en donde se entrevistó con algunos miembros de la Academia. Independientemente de que no faltaron críticas al respecto, esto en realidad correspondía con el espíritu de Carpentier, que no aceptaba una negativa con docilidad. En México publicó, en 1945 y bajo el sello del Fondo de Cultura Económica, su célebre ensayo La música en Cuba. No obstante, transformado por un viaje que lo marcó en vida y obra de manera definitiva a Ciudad del Cabo, en Haití, su obra la fue conformando principalmente de narrativa de ficción, lo que explica de forma detallada y sustentada en el prólogo de su segunda novela, El reino de este mundo (en realidad, su primera novela fue ¡Ecué-Yamba-O!, que no tenía estas características de lo real maravilloso). Cuando estuvo lista, la mandó para ser evaluada nuevamente al Fondo de Cultura Económica, dirigida entonces por su fundador Don Daniel Cosío Villegas. En una carta adjunta, Carpentier hacía especial hincapié en el aspecto teórico de su novela, que detallaba ampliamente en el prólogo, pero que nuevamente destacaba diciendo que en América, la realidad se confundía con el prodigio como algo natural. De todas maneras los argumentos
no fueron suficientes y la novela fue rechazada, en una carta en la que explicaban, en abril de 1948, que la industria del libro se encontraba en crisis, lo que da cuenta del por qué esta industria no ha podido desarrollarse sesenta años después, pues en la actualidad esos son los mismos razonamientos de un editor para rechazar obras que no desea publicar. No la firmaba el director de la editorial, sino su gerente de producción, Don Joaquín Díez Canedo (el padre, ya que el hijo del mismo nombre es actualmente el director del Fondo de Cultura Económica), otro hombre célebre en México en la segunda mitad del siglo pasado, pues fue el fundador de la editorial Joaquín Mortiz. El espíritu de Alejo Carpentier no se doblegaba fácilmente y recurrió a otro editor mexicano (aquí desarrolló su profesión, pues en realidad había nacido en España), Don Rafael Giménez Siles, quien había fundado la edi-
torial EDIAPSA, que se transformaría con el tiempo en la Compañía General de Ediciones y también en las famosas Librerías de Cristal. Así consiguió nuestro autor la publicación de una serie que marcaría el rumbo de las letras latinoamericanas, dejando como una costumbre la publicación en primera instancia en México de cada una de sus obras, la mayoría bajo el sello de la Compañía General de Ediciones. Nadie es profeta en su tierra, y Carpentier no fue la excepción sino hasta el triunfo de la revolución de 1959 en Cuba, pues desde su primera juventud se trasladó a París en donde vivió largos años. Hijo de una pianista rusa y de un arquitecto francés (pocos datos hay al respecto del origen, pero sobre todo del destino de su padre), tuvo una formación más bien europea y cercana al entonces vivo surrealismo de André Bretón. Hay un cuento inconcluso, llamado El estudiante, en el que
alude a muchos símbolos del surrealismo, como el paraguas y la mesa de disección, que pudo ser publicado por decisión de su viuda Lilia Carpentier, pues nuestro autor no lo consideraba una verdadera obra. Luego se trasladó nuevamente a La Habana y de allí, en 1945 a Caracas, en donde vivió por más de una década bajo la sombra de la agencia de publicidad Ars, de la que fue socio y creativo. Desde allá envió sus obras para ser publicadas en México, pero el ambiente de la siguiente novela tenía, por supuesto, el sabor de Venezuela y especialmente de la selva del Orinoco, protagonista de Los pasos perdidos, cuya historia es, de alguna forma, una autobiografía del europeo que deja la vieja y decadente Francia para venir a reconocer los ideales de la humanidad entre los americanos. Una obsesión está presente en este autor en diversas obras, que es la del tiempo marchando hacia atrás. El cuento Viaje a la semilla, es justamente la historia de un hombre contada a partir de la fecha de su muerte y que concluye con su nacimiento. El manejo del tiempo es magistral, y en Los pasos perdidos vuelve a jugar con esa inversión pero no en la historia de un solo hombre, sino de la humanidad misma. Adentrarse primero a un país, jamás mencionado pero que apunta a Venezuela, y luego a diversos paisajes que concluyen en la selva del Orinoco, fue una forma de darle reversa al tiempo para encontrarse con los orígenes del mito y particularmente con el origen ritual de la música, que era lo que el personaje anónimo (nunca le da nombre) de la novela estaba buscando. Hay en esta narración muchos signos que denotan la personalidad misma de su autor, pues si bien él se dice cubano, la educación y el regreso de Carpentier a América, deslumbrado de los prodigios que encontró primero en Haití y luego en Venezuela, son hechos paralelos entre personaje y autor. Las dos obras que más peso le dieron a la narrativa de Carpentier fueron El reino de este mundo y El siglo de las luces. Esta novela, escrita en un estilo neobarroco como toda la narrativa carpenteriana, cuenta la asimilación de las ideas de libertad e independencia, que llegaron de Francia a América en el mismo barco en donde llegaba paradójicamente la guillotina. Ambientada en el Caribe, en viajes de un puerto a otro y con personajes históricos, como el caso de Víctor Huges, tiene en La Habana un singular tópico, pues la casa de la familia protagonista es hoy precisamente la misma que alberga a
¿Qué opina Mónica Lavín sobre el boom latinoamericano? El boom latinoamericano es donde nos formamos como escritores. Libros fresquecitos, recién salidos, Vargas Llosa, García Márquez, Cortázar, Borges. Fuimos siguiendo de cerca a los escritores que iban produciendo sus obras, creo que eso daba una emoción de la cual es ya muy difícil ser testigo ahora, porque además había una hermandad latinoamericana que ya no se ha repetido, el mundo era más chico, desde luego, pero había un mirarnos a través de las obras y de los españoles que se hablaban y que tenían una mirada común americana que ya no ocurre. Creo que es nuestra herencia literaria más inmediata.
15.12.2012 ¿Qué opina David Martín del Campo sobre el boom latinoamericano? De pronto el mundo descubrió que existían las Indias para la literatura, o sea América Latina, que ofrecían un escenario, algunas escenografías distintas a las que tenían en Europa, que eran decadentes, bohemias, claustrofóbicas, dañadas por la guerra, y que existía el paraíso. De pronto descubrieron que eran pueblos inscritos en el paraíso bíblico, donde su relación con la naturaleza, con los bosques, con las selvas era directa y eran visiones no urbanas, estoy pensando sobre todo en García Márquez. Entonces se maravillaron y dieron en llamar incluso alguna de sus facetas que era la literatura mágica y maravillosa que estaban descubriendo los autores latinoamericanos y también que era una visión fresca muy vinculada con la Revolución Cubana, era una revolución que venía a darle frescura a los movimientos proletarios obreros que supuestamente habrían movido las revoluciones en Europa, estoy hablando de la Revolución Soviética y todo los países de Europa del este que estaban dominados por esa hegemonía. De pronto descubren que hay una revolución fresca, una guerrilla en la sierra que tiene éxito y producto de ese movimiento es que le hacen caso a los escritores latinoamericanos que están en ese contexto.
la Fundación Alejo Carpentier, en la calle de Empedrado, a una finca nada más del famoso restaurante La Bodeguita del Medio, en donde Hemingway acostumbraba beber sus mojitos acompañado de la música de Carlos Puebla. Allí sigue la casa, con su patio central y sus pasillos laterales de columnas. De la barraca de los esclavos solo puede verse el espacio, pues éstos han desaparecido. Pero una obra notable, breve en su extensión y muy sustanciosa en contenido, es la novela El concierto barroco, en donde un rico indiano (así se les llamaba a aquellos españoles que luego de hacer fortuna en América regresaban a disfrutarla a Europa) va tras la pista de una ópera compuesta por Vivaldi, cuya trama es la del emperador Moctezuma. En esta novela puede apreciarse el lenguaje abundante como un
El Mollete Literario torrente y profusamente adornado, propio del barroco del siglo XVII, o mejor dicho, del neobarroco que inauguró Carpentier. En otras narraciones, contenidas en ediciones que se agruparon posteriormente bajo el nombre de Guerra del tiempo, el tema de los indianos que vuelven, con o sin fortuna a España, aparece igualmente para ilustrarnos el choque cultural de Europa y América. Historia de lunas, es una bellísima narración de este encuentro de diversidad cultural, en donde el protagonista es un hombre embrujado, conocido como “el escurridizo”, que tiene la facultad de transformarse en árbol o piedra, para confundir a sus perseguidores, siempre iracundos porque el hechizado tiene la manía de violar a las mujeres con tanto arte que hasta a las frígidas les provoca un terrible y pecaminoso gusto. Cuando el pueblo está en lo más solemne de la misa que el cura está oficiando para disipar la presencia del maligno, los tambores invitan a una ceremonia yoruba, que hace que los feligreses vayan abandonando la iglesia para internarse en el monte, donde habrán de dar con el origen del “escurridizo”, con un final trágico para todo el pueblo. Más adelante nuestro autor nos sorprendería con la edición de El recurso del método (1974), una novela que retrata al típico dictador latinoamericano, para el que Carpentier toma como modelo la figura del presidente mexicano Porfirio Díaz. Tiene la chispa incluso, de declarar como gran amigo en París del dictador protagonista a José Ives Limantour, quien fuera el ministro de Hacienda en el largo periodo en el poder del porfiriato. Una novela escrita y publicada por Carpentier ya estando en Cuba, o mejor dicho, participando del gobierno revolucionario, fue La consagración de la primavera,
jo! y no un esperado ¡cagrajo! Durante un tiempo, Alejo fue considerado extranjero en Cuba, y en Venezuela lo asumieron como un francés recién desembarcado en la América. También es cierto que su lugar de nacimiento ha sido puesto en duda, pues hay quienes afirman que no nació en La Habana, sino en Lausana, Suiza. Esto último lo sostuvo Guillermo Cabrera Infante, quien supo por otra escritora cubana, Lydia Cabrera, que el nombre de pila original era Alexis y no Alejo y así lo demuestra una copia del acta de nacimiento que de forma por demás misteriosa recibió Cabrera Infante cuando residía en Londres, por medio de ese aparato que rápido fascinó y rápido se fue: el fax. Acerca de la veracidad de esa partida de nacimiento nunca hubo una pronunciación de parte de la viuda de Alejo Carpentier, Lilia Esteban Hierro. No obstante, La primera esposa de Carpentier, Eva Frejaville, insistía en que la madre de Alejo le había dicho que el día que nació su hijo, nevaba de una forma notable, cosa que en La Habana no ha sucedido al menos en los últimos dos siglos.
Las dos obras que más peso le dieron a la narrativa de Carpentier fueron El reino de este mundo y El siglo de las luces. Como fuera, la obra de Carpentier es definitivamente un punto de partida para las letras latinoamericanas, tanto que en 1977 nuestro autor fue honrado con el premio Cervantes, el máximo reconocimiento para un autor de literatura en lengua española. Por cierto que en su discurso, ante las autoridades españolas y el Rey Juan Carlos, Carpentier insistió en que había nacido en La Habana y se había criado entre campesinos cubanos. Como haya sido, la verdadera controversia sobre su obra radica en la visión del mundo que propone, que para Carpentier era una visión americana, derivada de las creencias y la mitología de los negros llevados como esclavos y de los indios de la
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América precolombina, como nos lo explica el Popol Vuh en una suerte de génesis ajena a la creación según la Biblia. Algunos de sus críticos, afirman que la visión de Carpentier nunca dejó de ser la visión europea vista tras los anteojos de los americanos, una reencarnación del buen salvaje de Rousseau, que efectivamente mezcla por ignorancia la magia con la realidad. Cualquier resultado no merma los alcances literarios de una obra amplia y sólida, con un lenguaje que creó escuela posterior en los escritores neobarrocos cubanos, como Severo Sarduy. En esta visión americana del mundo, como insiste Carpentier en orientar su obra, aparece en 1960 la novela El arpa y la sombra, cuyo eje gira en torno a la personalidad del mismísimo Cristóbal Colón, a quien el papa Pío IX quiso santificar. Ya como personaje, el Almirante reconoce al final de su vida los excesos en los que incurrió en sus Cartas de navegación, en las mentiras que se inventó como una forma de agradar a los Reyes Católicos y de hacer pasar como exitosos sus viajes. Un crítico importante de la obra carpenteriana, Roberto González Echevarría, considera que es una especie de mea culpa de las mentiras de su autor, una especie de expiación de sus propios pecados a lo largo de toda una obra que bien puede calificarse como genial. Con o sin su visita a Suecia, Carpentier bien pudo ganar el premio Nobel. Habían transcurrido casi 20 años desde que un latinoamericano lo obtuviera y la resonancia del boom era, a finales de los setentas, de gran repercusión en Europa y el mundo. Carpentier falleció en París cuando se desempeñaba como funcionario de la embajada de Cuba en Francia, en 1980. Al poco tiempo y dándole continuidad a los latinoamericanos (Gabriela Mistral 1945, Miguel Ángel Asturias 1967 y Pablo Neruda 1971), Gabriel García Márquez, escritor colombiano perteneciente al boom, recibió el galardón en 1982. Ocho años después, en 1990, lo recibió el poeta y ensayista mexicano Octavio Paz.
¿Qué opina Ana García Bergua sobre el boom latinoamericano?
que versa sobre el triunfo de la revolución cubana y a la que la crítica no le ha dado el mejor lugar, pues algunos especialistas en la obra carpenteriana detallan como la de menores logros. Decíamos que nadie es profeta en su tierra al principio y es porque Alejo Carpentier siempre fue visto con cierta desconfianza dentro del círculo intelectual de La Habana precastrista, porque invariablemente recurría a modelos literarios europeos, especialmente franceses, o incluso por su insistencia en la pronunciación de la erre de forma afrancesada (egre). Cuentan que en cierta ocasión, durante la filmación de una película, una mampara cayó estrepitosamente a un lado de Carpentier y compañía, por lo que nuestro autor soltó un criollísimo ¡cara-
El boom latinoamericano fue un fenómeno editorial que ayudó a los europeos a evitar tener que distinguir entre Argentina, Colombia, Perú, México, como que de repente fue fácil encontrar a unos cuantos autores representativos y englobarlos en esta cosa llamada Latinoamérica. Es como un fenómeno muy de su época, muy entreverado con las luchas políticas, que fue muy deslumbrante. Muchos de esos autores son deslumbrantes, que todos leímos y a todos nos marcaron, que también produjeron la desgracia de que muchas generaciones de imitadores, muchos escritores que escriben como García Márquez, se quedó eso como una especie de marca, de prestigio o de buena onda y cursilería mezcladas. Fue una especie de fenómeno editorial que se rompió cuando las editoriales españolas separaron el mercado de cada país latinoamericano y dejó de haber esta comunicación entre países del continente. Un poco se rompió el encanto del boom, porque no dudo que ha seguido habiendo grandes escritores latinoamericanos pero ya no existe esta cosa de representar a Latinoamérica, esta cosa política, diría yo.
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El Mollete Literario 1
Para cierta clase de hombres cumplir una misión resulta completamente imposible. Y qué va a importar si la misión es sencilla o no requiere más que de unas cuantas horas para llevarse a cabo; el solo hecho de asumir una responsabilidad los paraliza y vuelve su vida un constante lamento. Éste es el caso de Domingo J. Mancini, a quien sus hermanos le habían asignado una misión de importancia capital: colocar una lápida en la tumba de la madre recién fallecida. ¿Por qué se tiene que trastornar la vida de un hombre bueno, ebrio e indefenso asignándole una misión?, se preguntaba Domingo, y él mismo se respondía: porque los seres humanos no descansarán hasta hacer que todas las personas de quienes se rodean sean infelices. Le sería difícil calcular el número de días transcurridos desde que el escultor le entregara la lápida, aunque estaba seguro de que no habían sido pocos. “Tengo esa lápida guardada en la cajuela hace ya muchos días; no puede ser, es imperdonable, y el tiempo siempre mostrando su misma cara, y las dos Saras muertas, y mis hermanos que no cesan de joder…”, se lamentaba Domingo y agitaba la cabeza en señal de penuria, como si de pronto el cuello le transmitiera una descarga de calambres eléctricos. Tenía los ojos invadidos de espontánea preocupación, los labios secos y deprimidos. Entonces, con el propósito de evitar que los escasos sentimientos sobre los que mantenía algo de control entraran en crisis, buscaba la botella de alcohol más próxima —a toda hora existía una botella de alcohol más próxima— y bebía de su contenido hasta sentir que la sangre ausente en la cabeza ascendía de nuevo partiendo de sus pies: tenía derecho a sentirse bien aunque fuera sólo por breves instantes. ¡Vamos, si tenía derecho a sentirse bien durante un momento! Desde la cima de ese momento feliz y pasajero podía gritar e insultar: una mentada a tanto hijo de puta que se las da de ser humano; sí, claro que podía hacerlo, pero él no lo acostumbraba, no había sido hecho para causar daño a las personas, ni para martirizarlas con recriminaciones. A lo mucho se conformaría con mirar en dirección a un horizonte imaginario y diría algo tan incomprensible como: “Los pulpos son hermosos, son felices; quiero abrazarlos, decirles que pueden confiar en mí”. Una vez expresada la frase con tanta propiedad se arrepentiría de su cursilería. Y lo olvidaría de inmediato. No era un condenado a muerte, ni tampoco un cobrador de deudas, ni un usurero, ni un político, ni un abogado; por lo tanto ¡tenía derecho a sentirse extremadamente bien! ¡Carajo si no! Pocas cosas le reconfortaban tanto como no ser un abogado o no verse en la necesidad de tocar a una puerta para cobrar deudas. “El dinero no se presta, se regala. Y si tienes suerte, alguien, o ese mismo a quien le diste el dinero, te regalará la misma cantidad, o una mucho mayor.” Eso pensaba él. Los borrachos no son fieles a ninguna bebida. ¿Cómo podrían serlo? Se había convencido de esta verdad cuando pasaba de beber un ron caribeño a tomar mezcal o un licor dulce. En su magra opinión la pureza sólo existía en la imagi-
Mis mujeres muertas Guillermo Fadanelli Premio Grijalbo de Novela nación. ¿Cómo expulsarla de allí adentro? ¿Aniquilando todo residuo de imaginación, acaso? En cambio, el placer de la vida real y corriente consistía para él en combinar toda clase de licores, realizar orgías en su esófago, equivocarse en las cantidades. No tenía, Domingo, preguntas urgentes ni extravagantes que hacerse, y las respuestas que daba a sus modestas preguntas eran comunes y ordinarias a más no poder. Evitaba darse sermones, aunque una que otra vez se ponía
¿Por qué se tiene que trastornar la vida de un hombre bueno, ebrio e indefenso asignándole una misión? solemne y dubitativo. El ebrio no tiene una bebida favorita; creer lo contrario resultaba, desde su punto de vista, otra seca patraña probablemente inventada por el mismo borracho para hacerse el interesante y para ver a quién atrapaba con su conversación. Los borrachos están al acecho tratando de que un inocente caiga en las redes de sus palabras, y si vienen las palabras entonces viene otra copa, y así. Las mentiras destapan más botellas que las verdades. Es cierto que, en casos fuera de lo normal, los bebedores de alcurnia se ven impelidos a hacerse los conocedores, poner motes e inventarse historias acerca de los orígenes del brandy, el whisky o la cerveza, y la absurda sutileza de distinguir entre una bebida y otra es lo que suele incomodarlos más: ellos saben que a las orillas de una ciudad lejana, supongamos Riga, existe un hombre que no tiene nada que beber, ni siquiera un licor de yerbas, y comprenden su sufrimiento y un amargo dolor se apodera de su alma cuando se imaginan viviendo en una situación semejante; es entonces, y de un modo muy preciso, cuando conocen el sentimiento de solidaridad más de cerca; es entonces que el pescador de Riga y el obrero de la construcción en Varsovia se hacen hermanos de todos los borrachos del mundo. ¿Qué política ha despertado una solidaridad tan profunda como la que se da entre los ebrios? Mirando las cosas desde el punto de vista de Domingo, las diferencias entre el coñac o el alcohol de una enfermería eran tonterías. “La escasez es el mal —rezaba él—, y de lo bueno nada sobra, y si sobra hay un poco de felicidad, allí sobre todo, encima de la madera y la alfombra y el piso, un poco de felicidad…” Domingo no tendría que estar divagando en idioteces. ¿Acaso había olvidado que había sido comisionado para cumplir con una misión? ¡Otra vez la jodida misión! Había que concentrarse en ella, luego despabilarse y poner manos a la obra. Así que volvió a la misma insípida y desangelada promesa: “La semana que viene iré al cementerio, mamá; es
una promesa y no se discuta más, no soporto las caras agrias; maldita sea, me imagino su martirio y mi estómago me duele, como si fuera el ombligo de un excusado, y tanta mierda y estertores allí adentro…” Sus dos hermanos, uno de ellos abogado, el otro médico, le habían exigido rescatar la tumba del estúpido anonimato causado por su displicencia y la mala suerte, y Domingo no tenía ya más excusas para seguir paseando una lápida dentro de la cajuela de su automóvil. Qué espectáculo estaba dando. Los hermanos le hacían rudas y constantes exigencias, le encomendaban cumplir la misión, ¡a él que no les pedía nada! ¡A él que nunca vomitó a sus pies! “La familia es la primera en mordisquearte el alma; está bien, querida madre, lo haré, llevaré la piedra al cementerio, aunque hay que tomar en cuenta que bajo esa lápida te sentirás menos ligera. ¿Una caja? Qué chambonada, una estupidez absoluta. La tierra cruda es mejor, sin envoltura; la tierra húmeda o seca, suave, granulada, tierra que penetra los oídos y oprime los párpados. Y luego esa piedra sobre de ti una eternidad, una eternidad antes de que el panteón sea convertido en campo de golf. Yo no la soportaría. ¿Cuántas veces te vi desnuda siendo un niño? Muchas; eras bella. Más que bella; en definitiva no mereces ninguna caja; eso es una tacañería.” Dos tragos deslizándose en su sangre bastaban para animar la charla con la madre muerta; ella tamizada por un cúmulo de sombras imaginarias, y él avergonzado, sólo hasta cierto punto, de su constante desidia, pero más apesadumbrado porque algún día los pretextos no serían suficientes y tendría que tomar camino rumbo a Jardines del Recuerdo, el extenso panteón en el norte de la ciudad. ¡El punto final de su misión! ¡La catedral añorada! Ninguno de sus hermanos había sido tan atrevido como para tomar la decisión de incinerar los restos de la madre. Los huesos al menos son algo y tenerla muerta dentro de una caja mantenía vivo el sentido de propiedad de los hijos: sobre los huesos es posible construir una casa, exhibir en una vitrina, vender, ¿pero construir sobre las cenizas? De ninguna manera. Enterrada contra su voluntad, gracias a un médico y a un abogado: sus hijos. —Me queman; quiero que cuando esté bien muerta me incineren y lancen mis cenizas a donde les dé la gana. El aire sabrá a donde las lleva. Y creo que entonces podré descansar. —No, Sara, habíamos convenido en que serías enterrada junto a tu esposo —Alfredo, el hermano mayor, el abogado, se negaba a incinerar los restos de su madre y buscaba en su mente argumentos que reforzaran su postura—. Él ya te espera, y sería una traición si tú no lo acompañas; pensará que no exististe. —No va a pensar nada; a él no le interesaba pensar. Aceptará, aceptará. Se lo pediré a Domingo, él va a comprenderme —rogaba la madre semanas antes de morir. —Ese des-
graciado, apenas si logra encontrar los zapatos debajo de la cama. Un día lo veremos andar descalzo. ¿Cómo puedes confiar en él? Tal como puede verse, la opinión de Domingo carecía entonces de autoridad. Su aspecto no causaba suficiente confianza en sus hermanos; tenía su mirada esa afectación melancólica que irradiaba malos presagios, aunque en las mujeres solía despertar cierta ternura y deseo de protección. Y que las mujeres deseen protegerte no es una buena noticia, pensaba Domingo, “no es una buena noticia, no la es”. En palabras claras y sencillas, Domingo era un hombre pobre. ¿Tenía que lamentarse de eso? La pobreza da seguridad; ¿a qué más puede temérsele cuando se vive con tanta pobreza y tan buena y nutritiva amargura? Había sido un sacrificio colosal para Domingo reunir un dinero extra y cubrir así los honorarios del escultor, pues la cantidad que había heredado de su mujer apenas si le permitiría mal vivir por unos meses. Muerta la madre y también muerta su mujer, ¿faltaba una desgracia más para convertirse en un hombre prudente? Domingo gruñía, y sus quejas eran más bien estertores: “Los ahorros, qué vanidad, qué absurdo deseo de alargar la vida más allá de lo necesario; cobardía, ausencia de piedad; pero no tengo más remedio, se almacena el whisky, se almacenan también las monedas, de algo servirá”. Nada de eso: Domingo era el primero en traicionar sus convicciones. Las convicciones, vaya con eso, las famosas convicciones. ¡Cómo gozaba él de su moral incompleta! La estrategia más conveniente para un hombre ebrio, como se consideraba a sí mismo, pasaba por no tocar un solo centavo de esa veta simbólica. “Unos miles de pesos bien guardados son tan buenos como una dentadura completa, un pito sin prepucio, unos pies aguantadores, con alillas en los ostados, como Mercurio.” Lo había sopesado, el tatuarse las alas, acudir a ese pequeño taller en Insurgentes y tatuarse, pero había sido sólo una ocurrencia nada más. ¿Y un tatuaje en la planta del pie? No era un santo. Tampoco tenía ánimos para reclamar a sus hermanos el dinero que, suponía, su madre le habría dejado para vivir con un poco de dignidad. Enfrentar a sus hermanos por unas cuantas monedas, “¡qué despreciable!, ¡qué manera de asesinar las últimas migajas del espíritu!” ¿Pero en realidad existiría dicha herencia, la famosa y extraordinaria veta simbólica? “Ni madres, puro cuento, me lo he inventado yo; qué carajos, mi madre no me ha dejado nada.” La duda lo ponía en entredicho y calculaba, y a mitad de los cálculos se arrepentía. Lo más adecuado a su condición era olvidarse de especulaciones idiotas y asumir que sería miserable toda su vida: para un hombre como él toda la vida significaba lo mismo que este momento, o martes en la mañana, o cuando se muera el perro. ¿Cuántas botellas de Bacardí Blanco y de Cardenal de Mendoza podrían comprarse explotando esa veta simbólica? Nada. Se conformaría con el dinero que le había heredado su esposa, dinero real, venido de las manos de su querida mujer muerta. Lo iría mordisqueando como si fuera un pan frío y duro. * Fragmento de Mis muejeres muertas de Guillermo Fadanelli publicado con autorizacion de Random House Mondadori
15.12.2012
El Mollete Literario
El cuestionario Bravo
Mónica Lavín
Por Roberto Bravo Mónica Lavín, curiosa de nacimiento, chilanga para más señas, estudió biología, pero las preguntas que tenía encontraron mejor campo en la narrativa y el periodismo. Creyó que siempre iba a ser cuentista porque el Premio Nacional de Literatura Gilberto Owen, que ganó en 1997 por Ruby Tuesday no ha muerto, pareció subrayarlo, pero un manojo de preguntas la llevó a la novela. En 2001 recibió el premio Narrativa de Colima por su obra Café cortado y en 2010 el Premio Iberoamericano de Novela Elena Poniatowska por Yo, la peor. De los Rolling
Stones a Sor Juana, del mundo del café en el Soconusco a las enfermeras de la Revolución Mexicana, ha vuelto al cuento este año y al tema del desencuentro (y el encuentro) con el que empezó a publicar en 1986. Ahora es Manual para enamorarse, en el sello Grijalbo en México por aparecer con Menoscuarto en España. Colocado en la estantería de autoayuda en algunos espacios, el lector no sabe cuán desencaminada será su lectura. Aunque ella sostiene que el cuento y la novela son lupas para mirarse.
1.- ¿Cuándo has sido más feliz? Comiendo ostras. 2.- ¿A qué sientes más miedo? Al aburrimiento 3.- ¿Cuál es tu primer recuerdo? Mi hermana y yo en la tina, yo mordiéndole la espalda 4.- ¿Quién es la persona viva que admiras más y por qué? Mi madre, porque no pierde el sentido del humor 5.- ¿Qué rasgo de ti deploras más? Siempre querer quedar bien… y no poder 6.- ¿Cuál es el rasgo que más deploras en otras personas? La falsedad 7.- ¿Cuál ha sido tu momento más embarazoso? Cuando a un ex novio le pregunté cuál de todos los hermanos era él de aquella familia que yo recordaba 8.- ¿Cuál de tus cosas aprecias más poseer? Mi reloj Mondaine (de estación de tren) con correa roja. 9.- ¿Qué gran poder quisieras tener? Desaparecer cuando me plazca. 10.- ¿Qué te hace infeliz? La falta de tiempo para no hacer nada. 11.- ¿Cuál es tu aroma favorito? El de la piel (de las peleterías). 12.- ¿Cuál es tu libro favorito? Dublineses de James Joyce. 13.- ¿Qué disfraz elegirías en caso de necesitar uno? Gatúbela 14.- ¿Qué es lo peor que han dicho de ti? Quisiera saberlo… mejor no.
Mónica Lavín
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15.- ¿Perro, loro, gato, canario? Canario (cantando) 16.- ¿Es mejor dar que recibir? Es preferible, pero mejor mejor, no. 17.- ¿A quién invitarías a la fiesta que has soñado hacer? A quienes he amado. 18.- ¿Qué palabras, frases, muleta, usas frecuentemente? En privado… coño. 19.- ¿Que trabajo te ha resultado más pesado hacer? El libro de Ciencias naturales de cuarto año de primaria. No lo vuelvo a hacer. 20.- ¿Cuándo lloraste por última vez y por qué? Seguramente ayer, por un abrazo, por un olvido o alguna canción. 21.- ¿Cuál ha sido tu mayor logro? Que mis hijas disfruten la conversación y la sobremesa. 22.- ¿Qué te provoca insomnio? Las deudas. 23.- ¿Qué palabras te gustaría dijeran en tu funeral? Ya era hora. 24.- ¿Cómo te gustaría ser recordada? Como la más faulera 25.- ¿Cuál ha sido la lección más grande que la vida te ha dado? No hay que parar nunca de nadar a brazo partido, puede que lleguen buenas cosas. La amistad es un privilegio. 26.- ¿Dónde te gustaría estar en este momento? En la estación de tren de Nueva York comiendo ostras y bebiendo champán.
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15.12.2012
El Mollete Literario
Literatura a la carta
Oferta literaria mexicana Por Mauricio Leyva
U
n buen lector sabe que no se lee dos veces el mismo libro. Bajo esa premisa uno procura revisar su biblioteca, por modesta que esta sea, para valorar la opción de elegir uno de ellos; pero tarde o temprano sucumbimos ante la idea de salir a las calles a caminar y nos sumergimos en las librerías a ver las novedades que hay, y hojear un libro nuevo para disfrutar de su aroma. En esa travesía son muchas las corrientes que nos arrastran; la actual oferta literaria mexicana es sólida y de las más ricas, y aunque algunos de los literatos actuales de este modesto muestrario no coinciden generacionalmente, juntos constituyen una contundente realidad del grueso calibre del que los lectores podemos gozar. Como el orden de los factores no altera el producto, iniciamos con Álvaro Uribe y sus obras Morir más de una vez, Expediente del atentado, El taller del tiempo; Juan Villoro, El testigo y Dios es redondo hasta Cuentos violentos y Tiempo transcurrido: Crónicas imaginarias; en el caso del guanajuatense Eduardo Antonio Parra, Tierra de nadie, Sombras detrás de la ventana, Parábolas del silencio, Nadie los vio salir, Los límites de la noche y Juárez el rostro de Piedra; de Monterrey, David Toscana con Los puentes de Konigsberg, La ciudad que el diablo se llevó, El último lector, El ejército iluminado; de Guaymas, Sonora, Cesar Gándara, Es el viento y El Reyno. Con su recién editada novela El tigre de la luna y el más reciente de sus premios, el Premio Malcom Lowry 2011, con Un rayo en la oscuridad, Mauricio Carrera sobre sale en esta lista.
A él también se le suman Gerardo de la Torre con la reciente obra Morderán el polvo; Roberto Bravo con La sociedad de los moribundos y Myriam Moscona con Tela de Seboya; el sinaloense Elmer Mendoza Nombre de Perro, La prueba del ácido, Historias en la piel, Firmado con un Klinex, El amante de Janis Joplin, Efecto Tequila, Balas de plata y Cóbraselo caro; Mario González, La sombra del sol, El libro de las pasiones, Paisajes del limbo, De la infancia, Marcianos Leninistas y A wevo padrino. Elogiada por Carlos Fuentes, poseedora de una técnica literaria innovadora está Cristina Rivera Garza originaria de Matamoros, Tamaulipas, con una obra tan prolífica como laureada que van desde el ensayo, cuento, novela, poesía y libros especializados acerca de temas específicos. Una aproximación a su novela para un primer lector bien puede ser Lo anterior, Verde Shanghai, Nadie me verá llorar y La frontera más distante. En el mismo género femenino figura Rosina Conde de Mexcali, Baja California, con una oferta interesante en cuento, dramaturgia, ensayo, novela y poesía, además de haber grabado varios discos de blues. La Genara, En la tarima, En esta esquina y Como cashora al sol son algunos de sus libros. Mónica Lavín, Yo la peor, Pasarse de la Raya, Las rebeldes, La casa chica y Café cortado entre otros. Valeria Luis Eli con Los ingrávidos; Sandra Lorenzano, Fuga en mi menor y Lo escrito mañana: narradores mexicanos nacidos en los 60; Claudia Guillén, La insospechada María y otras mujeres; Silvia Molina La mañana debe de seguir gris, La familia vino del norte, El amor que me juraste, El abuelo ya no duerme en el armario y Matamoros: el resplandor de la batalla; y Mónica Brozón con Memorias de un amigo casi verdadero, por citar uno de los muchos que forman parte de su producción literaria. Yuri Herrera, Trabajos del reino y Señales que precederán al fin del mundo; Julián Herber, Canción de tumba y Cocaína: manual del usuario; Javier García Galeano, Confesiones de Benito Souza, vendedor de muñecas y otros relatos (cuentos, 1994 y 2003) y Armería, un libro vaquero (novela, 2003); Hernán Lara Zavala con Península, Penísula, Charras, El guante negro y otros cuentos, y El mismo cielo; Álvaro Enrigue, Vidas perpendiculares, Hipotermia, Decencia y Retorno a la ciudad del
ligue; Ernesto Murguía y sus cuentos Los ojos de jaguar disparan media noche; Leonardo Da Jandra y Los Huatulqueños; Carlos Velázques y La biblia vaquera; Álvaro Uribe, Morir más de una vez, Expediente del atentado y El taller del tiempo. Con una obra igualmente importante descuellan: Jorge Volpi, Alberto Chimal, Guillermo Fadanelli, Mario Bellatin, Luis Jorge Boone, Mauricio Montiel, Héctor Manjarrez, Enrique Serna, David Martín del Campo, Luis Felipe Nomelí, Daniela Tarazona, Tryno Maldonado, Sergio Pitol, Felipe Garrido, Ignacio Solares, Gonzalo Celorio, Daniel Sada y Carlos Montemayor. El lector atento se dará cuenta de que hay
literatos cuyas publicaciones datan de por lo menos la última parte del siglo pasado, esto es porque siguen teniendo vigencia en el mercado y muchas de ellas son referencia en talleres literarios como lo es el caso de Salón de Belleza de Mario Bellatin (tan solo por citar alguno). En el vasto continente que es el ensayo y la poesía, he decidido poner el punto y aparte, su enlistado es motivo de otro tratamiento. Antes de concluir es necesario precisar que por tratarse de clásicos imprescindibles no se incluye a Carlos Fuentes, Monsiváis, Arreola, José Agustín, Juan Rulfo, Francisco Tario, entre otros grandes cuya especulación siquiera de su valiosa oferta, resultaría por demás ociosa.
15.12.2012
El Mollete Literario
Pasarela editorial El tango de la Guardia Vieja
La casa chica
Distancia
Arturo Pérez Reverte Alfaguara
Beatriz Rivas Planeta Si el tiempo es relativo, ¿también lo es la distancia? Algo tan inevitable como el amor le ocurre a Armando ¿pianista y heredero? y a Margarita ¿camarera de un hotel? en un escenario tan complicado como el México de José López Portillo.
Narra con pulso admirable una turbia y apasionada historia de amor, traiciones e intrigas, que se prolonga durante cuatro décadas a través de un siglo convulso y fascinante, entre la luz crepuscular de una época que se extingue.
El amor que me juraste
Novela que no es solo la realidad paralela de una vida amorosa, es también una metáfora acerca de la ambigüedad de la pasión.
La ciudad que el diablo se llevó
Silvia Molina Joaquín Mortiz
Si viviéramos en un lugar normal
David Toscana Alfaguara
Emotiva novela sobre el deseo y el dolor, la pasión y la culpa; sobre las elecciones que hacemos a lo largo de la vida.
David Toscana reinventa una ciudad herida donde la realidad se vence con imaginación, nostalgia, rebeldía y una buena dosis de alcohol.
Teoría de las catástrofes
Conocer a una mujer
Tryno Maldonado Alfaguara Ésta es la historia de una catástrofe entre dos personas. Es también la historia de la catástrofe de un pueblo. Ambientada en Oaxaca, durante los acontecimiento violentos del magisterio.
Mónica Lavín Planeta
Juan Pablo Villalobos Anagrama Todo cabe y todo vale en horno del disparate: vacas inseminadas, toros coleados, inmigrantes polacos, peregrinos sanjuaneros, naves espaciales, botoncitos milagrosos, sandías psicodélicas y muchas, muchas mentadas de madre.
De repente un toquido en la puerta Amoz Oz Suruela
Hilvana un cúmulo de historias, personajes entrañables y situaciones hilarantes y al mismo tiempo desconcertantes que caracterizan a los breves pero contundentes relatos de Etgar Keret.
Etgar Keret Ediciones Sexto Piso Yoel Raviv, agente del Mossad, acaba de enviudar y decide abandonar su profesión y alquilar una casa en las afueras de Tel Aviv, en donde poder empezar una nueva vida junto a su hija, su madre y su suegra
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