El Mollete Literario #3

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El Mollete Literario www.grupotransicion.com.mx

Director: Carlos Ramírez

molleteliterario@grupotransicion.com.mx

Enero 15, 2013 , Número 3, Segunda Época

$10.00 pesos

a l e v o n a n u r r i e l l b i e r s c t s s e e o b ) s m n o i u g a Có l n p e e a l a d l i r b i o a t t F i r s s é e l i ó v v p A n é o o n r e p R r a yc o ( P


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El Mollete Literario

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El Mollete Literario

En la mira Por Luy

Mtro. Carlos Ramírez Presidente y Director General (carlosramirezh@hotmail.com) Oscar Dávalos Coordinador de Producción (odavalos@grupotransicion.com.mx) Lic. José Luis Rojas Supervisor Editorial Consejo Editorial: Roberto Bravo, René Avilés Fabila. Violeta Cordero Zozaya Mesa de información (violeta.cordero@grupotransicion.com.mx) María Eugenia Briones J. Diseño (mbriones@grupotransicion.com.mx) Roberto Eduardo Aguilar Malvaez Formación Abigail Angelica Correa Cisneros Redacción acorrea@grupotransicion.com.mx Raúl Urbina Asistente de la dirección general El Mollete Literario es una publicación mensual editada por el Grupo de Editores del Estado de México, S. A., el Centro de Estudios Políticos y de Seguridad Nacional, S. C. y el Grupo Editorial Transición. Editor responsable: Carlos Javier Ramírez Hernández. Todos los artículos son de responsabilidad de sus autores. Oficinas: Durango 243, Col. Roma, Delegación Cuauhtémoc, C. P. 06700, México D.F. Certificado de licitud en trámite.

Índice Cómo escribir una novela y convertirla en un best seller

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Por René Avilés Fabila

Fragmento El suicidio de una mariposa

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Por Isaí Moreno

El cuestionario Bravo Entrevista por David Martín del Campo

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Por Roberto Bravo

De periodista a escritor sin pasar por el Boom Manuel Becerra Acosta (1881-1968)

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Por Raúl Urbina

A contracorriente Breve recuento histórico de la lírica

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Por Óscar Wong

Libros-Libros El sueño del celta y la obsesión por el conflicto moral

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Por Porfirio Romo L.

Cosecha Roja Una visita a los rincones oscuros de James Ellroy

8

Por Mauricio Leyva

Y las mujeres ¿qué?

9

Por Margarita Ruiz de V.

Pico de Gallo Morir más de una vez, novela de Álvaro Uribe o de cómo no naufragar en la memoria

10

Por Citlali Ferrer

Diccionario Noche

Arte ahora Una cosa entre las cosas Por Mónica Contreras

14

Teleras Prime Suspect Por Elsie Méndez B.

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Por Mauricio Carrera

No existen más que dos reglas para escribir: tener algo que decir y decirlo Oscar Wilde (1854-1900)


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Cómo escribir una novela y convertirla en best seller por René Avilés Fabila

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a persona que desee convertirse en novelista deberá buscar papel y pluma o máquina de escribir, según sus posibilidades

económicas. En seguida elaborará un guión de autores que serán utilizados como

influencias. Para no equivocarse, las de rigor: Joyce y Proust y Dos Passos y Faulkner y las infaltables glorias del fenecido boom latinoamericano (que a su vez han asimilado influencias europeas y estadunidenses). Esta primera acción colocará al joven narrador en inmejorable postura, o, para decirlo en jerga moderna, estará in y alejado de lo out.

Una vez seleccionadas las influencias, se irá capturando el material de la obra. Puede y debe hacerse un esquema. Veamos, tema de la novela: problemas psicológicos de una joven pareja, el regreso a la naturaleza, la nostalgia por el paraíso perdido (la temática política crea problemas serios, así que es desechada); extensión: doscientas cuartillas; material: quince poemas de Saint-John Perse, estratégicamente distribuidos a lo largo de la obra con un total de treinta cuartillas; unos cuatro o cinco ensayos sobre problemas de actualidad. Hay que citar cineastas (Bergman, Fellini, Godard, Buñuel, Visconti): es elegante y muestra no solo que el cine es una manifestación de la cultura del siglo XX, sino que el autor es experto en la materia. Para darle el toque histórico, son indispensables las citas de Bernal Díaz del Castillo y Hernán Cortés; además del juego o la relación de lo viejo y lo nuevo, lo prehispánico y lo actual: Xicoténcatl-De Gaulle, Malinche-Jackie Onassis, Moctezuma-Ford... Y para lo filosófico, estudiar a Octavio Paz, quien sabe cómo incorporar pensadores a su obra sin citarlos. Parrafadas de William Faulkner llenarán espacio, quizás unas cincuenta cuartillas; depende de la habilidad para manejarlas. Ejemplifiquemos: Yony leía un libro de Faulkner, sentado en un cómodo sillón forrado de misteriosa tela negra, negra como una perla oriental de esos cuentos que cuando niños escuchamos de labios maternos que en vano arrullaron inquietos sueños telúricos provenientes del más oscuro fondo de la historia donde la cultura indígena aparece grandiosa en el espacio –tiempo gestador–, nada más unos cuantos siglos antes de su choque con la recia civilización europea. Frente a él, recargada en un inmenso san Bernardo con una garrafa de coñac al cuello, lo contemplaba desde sus ojos azules Yeny, la bella Yeny que lo amaba desde

largo rato y que por ese amor sin límites comprometido con el Parnaso, había renunciado a las frivolidades del mundanal ruido instalándose en el paupérrimo departamento de Yony.

La cosa debe quedar más o menos así: con tipos de distintos tamaños la palabra amor debe llenar diez páginas.

–Escucha esto –le pidió Yony a Yeny–, escucha esta maravilla: “Así pues, cuando una voz desconocida me despertó y la madre de Licurgo volvió a colocarme el calcetín de montar en mi mano herida, tal y como lo tenía antes de caer dormido sobre mi plato, y salí al patio, estaban ya todos allí. Distinguí un birloche junto a la puerta…” (después de largo espacio de lectura, el novelista retorna a sus personajes). Ya la maravillosa Yeny, con sus grandes ojos inmensos de noche azulosa y absoluta con brillos de Minerva boquiabierta y ..blanca... blanca... blanca... blanca, escuchaba embobada las palabras telepáticas e insinuantes, de cadencias sonoras que envuelven los sentidos. Yony piensa mientras lee o mientras lee piensa: no debo interrumpir la lectura. (Y otra vez páginas y páginas del norteamericano.)

Si la larga cita está en el idioma original, la novela gana: Los lectores quedarán altamente impresionados por la capacidad políglota del joven narrador y se sentirán avergonzados por no comprender nada. Antes de seguir adelante, hay que dejar en claro algo: el principio de la novela sí debe ser producto del novelista, aunque luego siga armando el collage con piezas de otros rompecabezas. He aquí un modelo: Yeny tardó mucho en seleccionar un hombre, pero cuando lo supo escoger con inteligencia elaborada de mujer occidental sin yugo, Yony fue el afortunado y recibió la herencia de generaciones. Todos los hombres al encontrarse con ella por vez primera le veían las piernas, el busto, las caderas. Yony fue distinto: simplemente le miró el rostro, larga y amorosamente el rostro. Sin pensar en el sexo. Después, en silencio, se tomaron de la mano y dirigieron sus titubeantes pasos en duro asfalto de ciudad rígida y deshumanizada al departamento de Yony, que la soledad mostraba desnudo como cuchillo sin funda; allí Yony tomó la virginidad que Yeny – princesa azteca, todas las diosas del Anáhuac– le ofreció a modo de sacrificio precortesiano. La tarde llegaba con lentitud implacable. Desconcertante. Las notas de Tannhäuser salían del estéreo de Yony; La poesía estaba en el aire, en sucesivas ráfagas de luz tenue, y casi podía oírse la voz de Pound: Y bajamos a la nave, Enfilamos quilla a los cachones, nos desliza­mos en el mar divino e Izamos mástil y vela sobre aquella nave oscura. Ovejas llevamos a bordo y también nuestros /cuerpos. Desechos en llanto, y los vientos soplaban de /popa. Impulsándonos con hinchadas velas De Circe esta nave, la diosa bien peinada. Yony dejó de escuchar a Pound y en el recinto de paredes verdes resonó la poesía de Saint-John Perse. (A continuación vienen los poemas de este autor y acto seguido se sigue mostrando la enajenación de Yony, su conflicto con la sociedad.) –Oh, Yeny, ah. Dime que me seguirás amando hasta el fin del mundo. La humanidad es imbécil –Simón, Yony, te seguiré amando.


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Yony se dirige al estéreo y cambia de Wagner a los Rolling Stones con la misma frialdad que un asesino mata a sus semejantes. Tampoco deben faltar las innovaciones tipográficas, que le dan a la novela el toque moderno y convencen al lector del talento y la originalidad del escritor. La cosa debe quedar más o menos así: con tipos de distintos tamaños la palabra amor debe llenar diez páginas. En otros casos habrá que usar coma y aparte, punto y coma y aparte (como Vargas Vila), sangrar a distancias siempre cambiantes y poner algunos renglones al revés para evidenciar profundidad; suprimir la puntuación una frase invertida en toda una página y varias palabras juntas, sin dejar espacios, son cuestiones fundamentales. Ejemplo: Yenydebesdejarestafalsasociedadaburridaysolemnequenadateproduceylanzartedellenoalaculturaqueeslaverdaderavida. Jardiel Poncela utilizó el recurso de dejar páginas en blanco, o ponerlas negras en caso de que el tren donde viaja el personaje central cruzara un largo túnel. Esto sigue vigente y es eficaz para ganarle terreno al mar, como dicen los holandeses, para alcanzar las doscientas cuartillas previstas. El sexo importa. Por lo tanto, Yeny y Yony pasarán por cuatro o cinco escenas sexuales muy fuertes, que atraigan la atención de los morbosos y, además, le den argumentos a la censura para que hostilice a la novela. Yeny y Yony harán el amor entre recursos tipográficos, innovaciones técnicas, párrafos de Faulkner, poemas de Pound, citas de Susan Sontag y ladridos del san Bernardo. La estructura de la novela tiene que ser sumamente compleja: dislocación temporal (es fácil: los capítulos son numerosos y luego el orden es sorteado, o se pone la historia al revés), flashbacks, secuencias cinematográficas, es decir, la técnica del montaje, recursos dramáticos, diálogos en contrapunto mezclados caóticamente con líneas de Joyce; el lenguaje moderno es utilizado y encoctelado con palabras inventadas, frases en latín, en francés, en inglés, en alemán. El empleo de las distintas personas gramaticales, todas revueltas, le dan a la novela un toque de erudición lingüística; por supuesto, el largo monólogo interno no puede faltar... El título es fundamental. Se recomienda algo rebuscado, que impresione a primera vista. Modelos: Desdoblamientos intempora-

…se tomaron de la mano y dirigieron sus titubeantes pasos en duro asfalto de ciudad rígida y deshumanizada al departamento de Yony, que la soledad mostraba desnudo como cuchillo sin funda… les en el espacio, o: Largas sucesiones agotantes, o: Rumores entre el viento y la piel, o: La muerte del sol, ámame en el cañaveral. Tanto el título como la temática de la novela deben ser, como decía Hegel, oscuros por razones de claridad, así el público y la crítica hablarán de la profundidad y la seriedad de la obra que nunca entendieron. Mientras el autor va tomando de aquí y de allá sus materiales; es decir, va plagiando (no se emplea el término en sentido peyorativo: Cfr. “En defensa del plagio”, Cuentos y descuentos), hay que discurrir dos cosas: un epígrafe y una dedicatoria que, como sea, significan, en el reino inobjetable de los números, dos hojas más. La dedicatoria “a mis amados padres” queda descartada: es obvio y vulgar y está en todas las tesis que circulan impunemente por el mundo. O la novela es dedicada a un personaje de talla internacional o a la familia (esposa, hijos, padres), pero de manera antisolemne, ruda, violenta: “A mis hijos, quienes jamás comprenderán esta obra de arte”, u: “Ofrezco este libro a la memoria de mis padres, afortunadamente muertos”. Tales dedicatorias introducirán al lector en el mundo de la lucha generacional: en el conflicto entre padres e hijos, entre adultos y jóvenes, tan de moda en nuestros días. Por lo que atañe a epígrafes, las lecturas de los clásicos pueden proporcionar un buen número de ellos. Si el autor inventa

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una frase adjudicándosela a una falsa celebridad, mejor que mejor. Quizás alguna variante de algo familiar: “no te preguntes qué puede darte la literatura, pregunta qué puedes darle tú a la literatura”, Felipe Jones: Estética Profunda. Ahora bien, en definitiva habrá que dedicarle la novela a tres, cuatro o cinco personalidades. A la larga tal hecho beneficiará al escritor, quizás en notas críticas, quizás en becas o en empleos bien remunerados. Entre los mencionados uno puede corresponder. La ley de probabilidades. Antes de llevar el original de la novela al editor, no debe olvidarse estampar la firma: sería un error costoso no hacerlo. A estas alturas, muchos podrían pensar lo fácil que resulta escribir una novela. No hay que irse con el engaño: se requieren cultura y preparación, conocimientos idiomáticos capaces de “revitalizar el lenguaje y dinamizar las estructuras convencionales” se requiere una buena dosis de originalidad para acomodar el material recopilado; saber en qué momento funcionan los recursos tipográficos; dónde entran las citas, dónde quedan las páginas en blanco, etcétera, etcétera. Uff. Una labor titánica.

Cómo obtener editor Desde luego, cuando principia la elaboración de la novela, el escritor debe lanzar rumores y permitirles crecer, ensancharse. Está escribiendo una novela sensacional, como nadie lo ha hecho en español. Los periodistas amigos comienzan a pagar favores Y así el rumor se generaliza, adquiere proporciones mayúsculas. El escándalo no será previo a la aparición de la novela, sino posterior, para que el momento en que aparezca en escena, las librerías estén colmadas de ejemplares. Como el editor es hombre ansioso de nuevos valores, de sensacionales descubrimientos en el campo de las letras, el problema del novel escritor se reduce a mínimas expresiones. De cualquier manera es recomendable la amistad con varios dueños de editoriales o con escritores muy importantes y muy publicados que puedan influir en los primeros en caso de negativa. Si el editor presenta ciertas objeciones –falta presupuesto, necesita dictamen, cerrado el programa de este año–, el novelista tiene que aceptar, sumiso, y tratar de aligerar las dificultades. Falta presupuesto, da dinero; falta tiempo, espera. Lo importante es publicar. Pero casi es seguro que el editor, gracias al rumor sobre la genialidad de la novela, aceptará publicarla. Entonces la tarea del escritor consiste en ayudar a seleccionar la portada: algo atrevido, incluso audaz. Que el lector se enamore del libro a pri-

mera vista. Una portada que haga pensar en sexo, en conflictos sociales, en choque emocional... Para salvar esta barrera es importante acudir a pintores renombrados: ellos conseguirán que la portada vaya acorde con la importancia del texto. ¿La solapa? Quién mejor que el propio autor de la novela para redactarla: ¿alguien pondrá en duda su capacidad para autoelogiarse inmisericordemente?

Otra manera menos arriesgada para darle publicidad a la novela, es enviar cartas firmadas con seudónimos a todos los periódicos insultando al libro, acusándolo de subversivo, pornográfico, inmoral, ateo…

Formas de publicitar una novela Aquí aparece el verdadero trabajo, el que hará padecer al novelista y pondrá a prueba su talento y su capacidad de negociación. Formas de publicitar una novela. Realizar dos o tres escándalos (ya sugeridos con anterioridad) convenientemente organizados con fines publicitarios. Verbi gratia: un maestro de primaria recomienda la novela a sus alumnos, niños entre los siete y los ocho años de edad (el profesor, desde luego, es amigo del novelista y en caso de éxito recibirá recompensa); como el libro está inscrito en una lista de obras prohibidas por la Sagrada Mitra, la Sociedad de Padres de Familia, formada por responsables e imbéciles ciudadanos cuyas ocupaciones son fáciles de adivinar, protestan ante las autoridades correspondientes, y éstas, para evitar problemas, cesan al maestro. Ávidos de material amarillista, los periódicos recogen la noticia a paletadas, obviamente alertados por el autor de la novela. Las ventas aumentan y también el número de profesores sin empleo. Otro ejemplo: quemar varios ejemplares de la novela en la Alameda Central, en forma un tanto inquisitoria (Cfr. Los juegos, p. 87, novela donde el autor de estas lecciones convirtió en realidad sus teorías, producto de concienzudas observaciones del medio intelectual mexicano con encapuchados y discursos sobre la salvación del alma). Los inquisidores pueden ser contratados a bajo costo, pues es evidente el desempleo que priva en la popu-


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No hay que pensar que las críticas favorables son las únicas convenientes al éxito de la novela. No, también la publicidad negativa hace que el lector – permanentemente despistado– se fije en la obra.

losa capital mexicana. Y los ejemplares no deben ser demasiados para evitar pérdidas totales, o mejor dicho, solo basta con incinerar las pastas. Si los amigos del novelista tienen motocicletas, recorrerán las principales calles capitalinas haciendo un ruido infernal con las máquinas de 650 cc portando pancartas con el nombre de la novela. Es casi un hecho que los periodistas y la policía, atraídos por ciudadanos honorables, llegarán al lugar donde los émulos de los Hells Angels corren sus máquinas aterrorizando personas. Los periodistas tienen que llegar después, para presenciar el arresto y notificar al mundo del suceso asaz violento contra la libertad de expresión y contra la novela de una futura gloria nacional. Otra manera menos arriesgada para darle publicidad a la novela, es enviar cartas firmadas con seudónimos a todos los periódicos insultando al libro, acusándolo de subversivo, pornográfico, inmoral, ateo, de envenenar las mentes limpias y en blanco de los jóvenes nacionales (los más sanos del mundo, según la propaganda oficial), de tergiversar los valores patrios, de socavar la nacionalidad, de oscurecer los méritos de los héroes, de importar doctrinas exóticas y de todas esas cosas que preocupan tanto al mexicano elemental (mayoría absoluta) que, en vista de su ignorancia, de alguna manera despiertan cierta curiosidad. Inmediatamente publicada la primera serie de cartas, es preciso enviar otra andanada replicando, diciendo justamente lo contrario: que la novela exalta a la patria, etcétera. Luego más cartas, hasta que el libro comience a desaparecer de las bodegas. Tampoco se corren riesgos de la siguiente forma: sale la novela y el autor va a todos los antros donde se reúnen intelectuales, estudiantes, especímenes similares, y les dice a cada uno: ¿Ya compraste mi novela? Pues hazlo enseguida, te menciono varias veces. De utilizarse este método, los personajes del libro deben llevar nombres comunes. Tómese el camino que sea, siempre hay que enviar a los familiares y amigos a las librerías a preguntar por la novela. En caso de que la tengan, excusarse de la compra por falta de dinero. Pero si no la tienen hay que gritar, exaltarse, insultar a los pobres libreros por carecer de la obra maestra. Y al final de este número teatral, dejar encargados unos veinte ejemplares.

Críticos La amistad con críticos es fundamental, de vida o muerte. De vez en cuando es conveniente visitarlos; en navidad, enviarles una cariñosa tarjeta y un regalo (botella de coñac). Y si el escritor cuenta con monedas de sobra, invitarlos a comer, procurando tener a la mano una excelente cocinera (ha trascendido que un escritor ganó la animadversión de un crítico debido a los chiles rellenos que la esposa del primero preparó para agasajar al segundo; como el crítico se intoxicó gravemente, pensó que trataron de envenenarlo e impidió con su voto que el novelista obtuviera un premio literario: el Zempasúchil de plata y cinco mil pesos en bonos del abono escolar). El libro, de preferencia, no debe ser enviado por correo, sino que debe entregarlo personalmente, sin olvidar una cálida dedicatoria en forma de corazón. Pelearse con los críticos no trae consigo más que calamidades: el silencio o la agresión. Lo sano, lo mexicano, es ser amigo de la crítica y procurar que funcione el clásico cuatachismo. En algunos casos es pertinente hacer creer al crítico que se le obedece, que se le escucha; dejarlo suponer que el novelista es su descubrimiento. Todo valor mexicano que no es lanzado por este tipo de críticos no puede existir en sus artículos, en sus suplementos literarios, en sus revistas culturales: es una mera ficción. Así que es aconsejable que el joven novelista finja estar en sus manos, pero a la vez el novel autor tiene que ponerse simpático con las docenas de enemigos que el falso crítico ha acumulado con paciencia religiosa a lo largo de su vida. Tarea difícil que muestra, en caso de triunfo, la capacidad literaria del nuevo valor. No hay que pensar que las críticas favorables son las únicas convenientes al éxito de la novela. No, también la publicidad negativa hace que el lector –permanentemente despistado– se fije en la obra. (Recuérdese el escándalo que originó una actitud ramplona contra Los hijos de Sánchez y que provocó ventas increíbles para un libro cuyos valores literarios y sociológicos no están claros, aun a distancia.) Ahora, y retomando la segunda lección, nadie debe ser áspero con un editor: hay que ser humildes, rehacer la novela si él lo

pide. ¿La causa? Muchos editores pasan por críticos, y si el joven escritor gana un editor, consecuentemente obtiene un críticoeditor, o viceversa, que le solicita cambios en la novela y supone que algunos capítulos están flojos, débiles. Entonces el novelista dice que sí, le llama benefactor de las letras y solo modifica unas cuantas palabras al principio de cada capítulo. Sin mayores trámites, la novela entra en prensa. Cuando el libro está por ver la luz, el autor selecciona varios capítulos, los más atrevidos, digamos donde Yony le hace el amor a Yeny sobre el perro san Bernardo; el dibujante de moda hace las ilustraciones más eróticas posibles, aunque sin llegar a excesos. Estos capítulos deben ser entregados a los suplementos y revistas culturales más prestigiados para crearle un clima favorable a la novela. Aquí es donde aparecen entrevistas y fotografías del autor: preguntas sobre su vida, su formación, sus aficiones, sus ideas; fotos delante de un librero colmado de volúmenes, con un cigarro entre los labios, la mirada perdida, el aspecto descuidadamente literario. Claro que las respuestas deben ser falsas (la típica historia del hombre que se hace a sí mismo, que de niño fue muy pobre), no importa, lo que cuenta es el resultado: el triunfo. Asimismo es recomendable la amistad de los libreros. En el preciso momento en que salga la novela, ellos la pondrán por docenas a la vista del público en la mesa de Novedades Formidables. Por último, llegan las traducciones y las siguientes ediciones, también auspiciadas por el novelista, que de tal suerte buscará la inmortalidad. El modo de promover una segunda edición o una traducción es anunciándola aunque ninguna esté en puerta. Pero realizadas con éxito las primeras lecciones, esto ya es automático. Y el joven novelista queda transformado en un clásico de la literatura mexicana. P.D.: Al concluir el cursillo, el profesor Avilés Fabila hizo entrega de bonitos diplomas a los alumnos más destacados y concluyó exhortándolos a escribir muchas novelas exitosas por el bien de México. *Publicado en Material de lo inmediato. René Avilés Fabila. Obras completas. Nueva Imagen, 2005


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El cuestionario Bravo

Entrevista con David Martín del Campo por Roberto Bravo

David Martín del Campo nació en la ciudad de México en 1952. Es egresado de la carrera de Periodismo y Comunicación en la UNAM. Cursó estudios de cinematografía en el Centro Universitario de Estudios Cinematográicos (CUEC). Ha ejercido el periodismo en distintos

medios (unomásuno, La Jornada, Reforma) y ha colaborado igualmente en la radio y la televisión culturales (Radio–UNAM y Canal Once). Fue corresponsal en Madrid durante dos años. Ha

David Martín del Campo

obtenido diversos galardones, entre ellos el Premio “José Rubén Romero” de Novela 1987, el Premio Internacional Diana de Novela (1990), el Premio Nacional de Literatura Monterrey, 1996, y el Premio Mazatlán de Literatura 2012. Ha publicado más de 20 libros, en su mayoría novelas. Entre ellas cabe destacar: Las rojas son las carreteras, (1976); Isla de lobos, 1987; Dama de noche, 1990, Alas de Ángel, Novela, 1990, Las viudas de Blanco, 1991; El Año del Fuego, 1996; Cielito lindo, 2000; Después de muertos, 2003; La noche que murió Freud, 2010; Las siete heridas del mar (Premio Mazatlán de Literatura 2012) y No desearás (2012). También ha incursionado en la literatura infantil, en la biografía y en el género de la crónica, como es el caso de su volumen Los mares de México / Crónicas de la tercera frontera), ed. ERA, 1989. Esta por concluir una novela que inició en octubre de 2011 y que lo tiene viviendo, como viajero esquizoide, la mitad del tiempo en Orizaba, Veracruz.

1.- ¿Cuando has sido más feliz? Cuando aprendí a nadar, en el Casino de la Selva, un sábado de 1959 en el que, en otra mesa del hotel, estaba sentada María Félix. Mi padre, con toda discreción, me la señaló. Yo dejé todo y regresé a la piscina con mi visor. “¿María qué?” 2.- ¿A qué sientes más miedo? A no ser capaz de escribir. Entonces, ¿qué sentido tendría todo? 3.- ¿Cuál es tu primer recuerdo? La melodía “Ai Lili” tocada por el radio. Una canción alemana, supongo. Debo haber tenido cuatro cinco años. La canturreaba mi madre, y mis primas. 4.- ¿Quién es la persona viva que admiras más y por qué? Mario Vargas Llosa (y no es rollo), porque superó sus traumas infantiles y se construyó como el mejor escritor vivo de nuestra lengua. Sus caprichos son novelas, y siempre dice lo que piensa. 5.- ¿Qué rasgo de ti deploras más? La flojera de pensar en un viaje. Se me complica todo. Boletos, pasaportes, divisas, ¿cerraste el gas? 6.- ¿Cuál es el rasgo que más deploras en otras personas? La introspección en las reuniones. Digo, si vas a convivir en una mesa, ¿por qué permanecer alicaído y con cara de pendejo? 7.- ¿Cuál ha sido tu momento más embarazoso? Cuando fui sorprendido en la calle del brazo de una mujer ajena. 8.- ¿Cuál de tus cosas aprecias más poseer? Mi coche. Un sedán automático de 1997 que no circula los lunes (y que no se entere mi MacBook, que es muy celoso).

9.- ¿Qué gran poder quisieras tener? Que desapareciera ese 7% de la población que participa en los actos de criminalidad y corrupción. Como por arte de magia, “Campanita” (la de Peter Pan) al servicio de la PFP. 10.- ¿Qué te hace infeliz? Retornar a sitios que fueron de alborozo y que hoy no son ni sombra de aquel gozo. Parques invadidos por los vendedores ambulantes, cafeterías transformadas en salones unisex de belleza, playas tragadas por el crecimiento urbano. 11.- ¿Cuál es tu aroma favorito? El de una mandarina recién mondada. Una mujer que quise mucho, bastante mayor, contaba que durante la ocupación de París los nazis solo permitían en Navidad la entrada de esas frutas a la ciudad. “Las mandarinas me recuerdan la Navidad de mi infancia”, decía, y a mí me recuerdan la nariz de ella, que se llamaba (o se llama) Eleine. 12.- ¿Cuál es tu libro favorito? “Huckleberry Finn”, de Mark Twain. 13.- ¿Qué disfraz elegirías en caso de necesitar uno? De El Santo, el luchador. Por lo menos la máscara, y entrar así al banco. ¿Me cambiarán el cheque? 14.- ¿Qué es lo peor que han dicho de ti? Que no sé conversar, que yo solo “entrevisto” a las personas. 15.- ¿Perro, loro, gato, canario? Perro, indudablemente, porque nos acompañan desde hace 25 mil años (o al revés).

16.- ¿Es mejor dar que recibir? Me das pena con tu pregunta; ¿recibiste el mensaje? 17.- ¿A quién invitarías a la fiesta que has soñado hacer? No he soñado hacer una fiesta. La última que hice, realmente divertida, fue cuando cumplí 21 años. Alguien llevó a unas primas, las Castilla, que merecerían otra pregunta más precisa. 18.- ¿Qué palabras, frases, muleta, usas frecuentemente? “Tú, qué piensas”. Cualquier cosa por adentrarme en el pensamiento y la vida de los demás. Soy un sicoanalista frustrado. 19.- ¿Qué trabajo te ha resultado más pesado hacer? Talar un árbol de yuca que había en el patiecito posterior de la casa donde nos mudamos. Le quitaba mucho sol y se me hizo fácil cortarlo yo mismo, con serrote y machete. Tardé todo un día, el tronco y las ramas debían pesar una tonelada. Sudé y sudé y en algún momento creí desistir. Imaginé, en un momento, que me venía el infarto. Pero no. 20.- ¿Cuándo lloraste por última vez y por qué? En el aeropuerto de Santiago de Chile. Mi hija volaba hacia Buenos Aires, donde cursaba un semestre de la carrera, y nosotros hacia México, luego de la vacación. La imagen de verla subiendo la escalera eléctrica, hacia su puerta de migración, toda seriecita, me quebró. 21.- ¿Cuál ha sido tu mayor logro? Después de contestar este cuestionario, supongo que hacer el amor con tres mujeres distintas en un solo día. Tenía yo 23 años y ninguna responsabilidad. 22.- ¿Qué te provoca insomnio? El café después de las cinco de la tarde. También el futuro de la Patria. Y la posible extinción del sol en un futuro insondable. 23.- ¿Qué palabras te gustaría dijeran en tu funeral? “¿Nos vemos en el bar del Sanborns al rato, para echarnos unos drinks?” 24.- ¿Cómo te gustaría ser recordado? Como el escritor que una tarde de septiembre de 2012 dedicó 15 minutos a responder esta encuesta, y como un hombre que rascaba la espalda muy sabroso. 25.- ¿Cuál ha sido la lección más grande que la vida te ha dado? Mi padre, trabajando de sol a sol, para sostener el nivel de la familia. Tanto que no supo darse los premios que habría merecido. No conoció Europa, pero se leyó de cabo a rabo las novelas de Dashiell Hammet. 26.- ¿Dónde te gustaría estar en este momento? En el Hipódromo de las Américas, apostándole a primer lugar al caballo que esté marcado como “segundo”. A veces paga tres a uno.


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A Contracorriente

Breve recuento histórico de la lírica por Óscar Wong

C

omo expresión estética y comunicativa, la poesía constituye un espacio, un territorio donde las palabras y las frases se transforman en sentimientos y

emociones. Se penetra a un universo, a otra dimensión,

“Y, no queriendo Amor que libre fuera, dejó otro lazo entre la flor tendido, y otro cebado fuego así encendido que arduo y difícil evitarlo era” Fragmento CCLXXI, Cancionero de Francesco Petrarca

donde el poeta, de acuerdo con la antigua tradición, metamorfoseado

en mago o hechicero –puesto que nace con ese don– extrae la realidad y la modifica. Al igual que la civilización, la poesía tiene su origen en los pueblos de levante. Puede destacarse que en general, las literaturas orientales son muy ricas en dicho género literario. Es rica la historia de la Poesía. En el ámbito grecolatino, autores como Homero, Ovidio, Virgilio y sobre todo Horacio, dotaron de contenidos míticos la manera de entender a la poesía. Siempre desde la perspectiva ritualista, éste fue asumiendo diversidad de expresiones, exaltando la belicosidad y heroísmo de los dioses y guerreros; de manera que la poesía fue clasificada en épica, dramática y lírica.

Como expresión estética y comunicativa, la poesía constituye un espacio, un territorio donde las palabras y las frases se transforman en sentimientos y emociones. Se penetra a un universo, a otra dimensión, donde el poeta, de acuerdo con la antigua tradición, metamorfoseado en mago o hechicero –puesto que nace con ese don– extrae la realidad y la modifica. Al igual que la civilización, la poesía tiene su origen en los pueblos de levante. Puede destacarse que en general, las literaturas orientales son muy ricas en dicho género literario. Es rica la historia de la Poesía. En el ámbito grecolatino, autores como Homero, Ovidio, Virgilio y sobre todo Horacio, dotaron de contenidos míticos la manera de entender a la poesía. Siempre desde la perspectiva ritualista, éste fue asumiendo diversidad de expresiones, exaltando la belicosidad y heroísmo de los dioses y guerreros; de manera que la poesía fue clasificada en épica, dramática y lírica. Los primeros temas y composiciones de la lírica grecolatina fueron himnos, banquetes, eróticos, muerte, conducta humana... en Roma la poesía lírica contó con brillantes cultivadores, si bien se halló restringida a círculos eruditos. Catulo (82 a. C.–52 a. C.), por ejemplo, mostró gran variedad temática en epigramas y cartas;

fue el máximo representante. Sus fuentes fueron helenísticas. Arte nuevo y docto, abunda el tema erótico y refleja la realidad, de la que surgen los sentimientos. Su expresión es culta, pero su lenguaje es cotidiano. Fue el fundador del género autobiográfico, que distingue la elegía romana de la griega. En la Edad media, los reinos cristianos europeos dan a luz sus propias líricas y epopeyas, sobre todo en el Mediodía francés, en la zona conocida como Occitania y Galia Narbonense, donde se desarrolló una lengua románica, conocida como “provenzal” o “lengua de oc”, que pronto fue apta para la expresión poética. El infaltable Robert Graves, en La diosa blanca nos habla del Alfabeto de los árboles, la lengua inventada por el dios Ogma, u Oc, de donde viene esta relación con los trovadores provenzales, quienes inventaron el fine amour, conocido en la historia como amor cortés –aunque la traducción correcta debería ser amor cortesano o, según la expresión de los cantores, el amor de caballero–. Denis de Rougemont, en Amor y Occidente (1938) establece la relación entre los cátaros y trovadores y su repercusión en las cortes medievales del sur de Francia, donde se genera el con-

cepto cultural del amor. Se manifiesta entonces una poesía popular cantada por juglares y una lírica caballeresca. Es capital esta época porque aquí se gesta la lírica europea y, desde luego, la castellana, que es la que nos corresponde. Conviene distinguir la figura del “trobador”, el poeta, de la del “joglar”, quien cantaba la poesía, aunque la línea no aparezca siempre clara. A partir del siglo XI y sobre todo en los siglos XII y XIII los trovadores aparecen protegidos en castillos y palacios, componiendo canciones sujetas a férreos esquemas estróficos sin ningún tipo de libertad, de temas muy variados. Entre los numerosos trovadores de los que se tienen constancia cabe destacar a Ghilhen de Peitieu, Bernart de Ventadorn, Bertran de Born, Giraut de Bornelh, Raimon de Miravalh, y de manera especial a Arnaut Daniel (S. XII) máximo exponente del “trobar clus”, una poesía hermética dirigida a un público muy selecto. La figura de Eleanor de Aquitania y la de Guillaume de Portier son capitales. Este último delimita: “La mujer que inspira amor es una diosa y merece culto como tal”. Graves concilia esta tradición bárdica precisando: el poeta le sirve a la musa y el hombre a la mujer. Más tarde, Dante y Petrarca revolucionan la poesía europea durante el renacimiento. Las nuevas formas clásicas perduran hasta derivar en el manierismo del XVI. Posteriormente viene la etapa del barroco y a finales del siglo XVI y en el siglo XVII la lírica alcanza cumbres literarias en los reinos más poderosos, como España, Inglaterra o Francia. En el Neoclasicismo la lírica recurre al formalismo y contención de los clásicos greco-latinos, renunciando al barroquismo en que derivó el siglo XVII y “racionalizándose” en el siglo XVIII. En la primera mitad del siglo XIX se apuesta por el subjetivismo y la espontaneidad del romanticismo. Desde Alemania se extiende con diferentes matices por toda Europa. A finales del siglo XIX se genera el simbolismo y la poesía se preocupa fundamentalmente por innovar y los poetas por ser originales. Ya en el inicio del siglo XX pesan poetas orientales como Tagore, o la activa literatura americana, añadiéndose a las tradicionales “canteras” europeas. En la primera mitad del siglo XX, un periodo marcado por dos guerras mundiales, surgen movimientos de vanguardia, presentándose múltiples formas en

el arte, y por supuesto en la poesía, floreciendo así una renovación que rompe con los esquemas conocidos. Es evidente que la literatura hispanoamericana tuvo periodos muy marcados que generaron cambios relevantes en la poesía: Es en la época colonial, cuando se escribe la primera poesía en castellano en América, después de la ocupación española. Del siglo XVI al XVIII alejados de Europa, los poetas mantienen las corrientes del Renacimiento y el Barroco con particularidades. En el siglo XIX durante el Romanticismo surgieron muchos autores sudamericanos formando varias generaciones de poetas. El modernismo es la versión hispana del decadentismo europeo. Los grandes promotores del modernismo fueron: Martí y sobre todo Rubén Darío. En el siglo XX surgen otras tendencias con el posmodernismo, nuevas voces reaccionan contra el modernismo apostando por una poesía intimista y personal; del mismo modo se inician otros estilos como la poesía pura y la poesía negra. Además de numerosas resonancias surrealistas en Neruda, Octavio Paz o César Vallejo, los poetas hispanoamericanos crearon sus propios “ismos” como el creacionismo de Vicente Huidobro o el ultraísmo (importado de España) de Borges. En la segunda mitad del siglo XX poetas ciertamente transcendentes en la poesía en español se dan a conocer como Juan Gelman o Mario Benedetti. En la actualidad, en pleno siglo XXI, la poesía se encuentra ligada a las innovaciones, van surgiendo nuevas corrientes literarias y nuevas formas de manifestación. Es notorio que en la poesía actual hay una diversidad de líneas poéticas o estéticas que se van afianzando unas más fuertes que otras. No hay que dejar de destacar que la rica y extensa poesía mexicana contemporánea cuenta con una buena lista de autores como: Ramón López Velarde (1881-1921), Carlos Pellicer (1899-1977), Jaime Torres Bodet (1902-1974), José Gorostiza (1901-1973), Octavio Paz (1914-1998), Margarita Michelena (1917- 1998), Alí Chumacero (1918–2010), Rosario Castellanos (1925-1974), Jaime Sabines (1926-1999), Eduardo Lizalde (1939), José Emilio Pacheco (1939), Orlando Guillén (1946), Coral Bracho (1950), entre otros. http://poesiadewong.blogspot.com


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Cosecha Roja

Una visita a los rincones oscuros de James Ellroy por Mauricio Leyva

J

ames Ellroy es un escritor quirúrgico. Cada palabra la coloca de manera exacta, con precisión y limpieza. Cuando uno lo lee como lo es el

caso de la novela Mis rincones oscuros, tiene la impresión de estar viendo una cirugía de cortes impecables, como los que realiza el

forense en el cuerpo de la pelirroja Jean Ellroy en esta pieza literaria.

En ella, los Ángeles California son el escenario real de la muerte de la madre del propio escritor, y James Ellroy nos revela la manera en la que, años después de que su madre apareciera asesinada en una carretera en 1958, develó el misterio de su asesinato. Pero su revelación es pura, pertenece a la más aguda de las observaciones y a la sensibilidad de una persona acostumbrada a carearse consigo misma. Lo que James Ellroy tiene en sus manos es la historia de su propia historia, el preámbulo de su adolescencia y el borrascoso camino de su formación. Aritmética compleja, difícil de explicar; la madre del autor fue la duodécima víctima cuando él tenía diez años de edad y, en su narrativa no necesita echar mano de ningún artificio porque la realidad está allí, amoratada, tendida sobre el asfalto, con un cordón anudado en el cuello, con las piernas extendidas y abiertas, tan jodida como hermosa.

Tú huida a la seguridad fue un breve respiro. Me llevaste a tu escondite como un amuleto de la buena suerte. Te fallé como talismán… Cada frase acompaña a la siguiente con naturalidad, lo mismo que el lector acompaña las pesquisas de la investigación desde el Desert Inn pasando por El Monte hasta el corazón mismo de Los Ángeles. Los cambios de voz narrativa, de tercera a primera persona sorprenden, tanto por su agilidad como por la capacidad de mantener la tensión y el ritmo. La situación que en la trama se presenta es realmente escalofríate para cualquiera ya que es el mismo James Ellroy quien años más tarde retoma el caso de su madre ultimada. En esta escabrosa retrospectiva, Ellroy no solo no hurga y expurga los expedientes al respecto, sino que viaja a sus propias cavernas y de allí, desde el estómago mismo de sus miedos y de sus odios, saca las vísceras a sus demonios. Para esta catarsis Ellroy utiliza el filo del lenguaje y cada frase contiene un golpe dramático que conmociona: Angela Rojas tenía

James Ellroy

cara de desconcierto. El fondo desértico de sus fotografías estaba bellamente iluminado. Shirley Ann Bridgeford era consciente de que había llegado al final de su vida. La cámara de Glatman recogía sus lágrimas y sus contorsiones, así como el grito que la amordazaba le impedía emitir. Esto nos dice cuando nos habla asesino Glatman y en el curso, el padre de la novela negra usa recursos tales como el cuestionario o el testimonio de las cartas, recurso bastante literario por cierto y que aquí se muestra en un manejo impecable. Sin embargo, Mis rincones oscuros no es nada más auto referencial, en él se perciben los rincones sin luz, del alma de su pelirroja atractiva, por quien llega a sentir una atracción malsana; lo mismo ocurre con su viejo e inútil padre; y una ciudad vuelta excitante y salvaje: Los Ángeles. Una ciudad que, además respira, huele y se aprecia como una gran tipa. Burlesca a veces igual que las putas de las que habla Ellroy, pero otras aguda y extraordinaria ajustándose al modelo de la prosa negra de James. En el transcurso de su obra Ellroy nos presenta a Bill, un agente dispuesto a ayudarlo y a promoverse resolviendo el caso de su madre. La investigación durante la obra es cambiante, plástica. Se complica y gira, se enreda, se nubla, se opaca. La densidad de sus influencias policiacas, sus absurdas conductas de racismo y su peculiar modo de fastidiar a la gente, ponen en evidencia el lado débil de su ser, ese lado que, luego de descubrir la verdadera

identidad de su madre cambiará por completo. Esto último ocurre porque Ellroy tiene un arco de transformación a la inversa, en vez de quedarse con el coraje contenido –al que se refiere siempre cambia por completo la visión de la madre y de su padre. Después de tanto tiempo de rechazarla, Ellroy confiesa: Te he robado la tumba. Te he revelado, Te he mostrado en momentos vergonzosos. He aprendido cosas de ti. Todo lo que he aprendido ha hecho que te ame más profundamente. Con estas palabras el autor cierra el círculo que abrió al principio: Tú huida a la seguridad fue un breve respiro. Me llevaste a tu escondite como un amuleto de la buena suerte. Te fallé como talismán; por eso ahora me presento como tu testigo. Tu muerte define mi vida. Y James tiene razón, es un escritor intenso, fuerte, duro; contundente como un derechazo a la mandíbula o un gancho al hígado, entiende qué es la muerte de la madre y el periplo que ésta le impone desde la ida con el padre, lo que al final viene a moldearlo y también a redimirlo. Para concluir es necesario señalar que esta pieza de la literatura negra, con luz para los escritores, tiene mucho que enseñarles a los aspirantes a literatos ya que todo está allí y a veces, solo a veces, el arte mayor que significa la vida, se inspira demasiado y termina revelándonos lo maravillosa y escalofriante que es a veces, solo a veces, el arte mayor que significa la vida, se inspira demasiado y termina revelándonos lo maravillosa y escalofriante que es.


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Y las mujeres ¿qué? por Margarita Ruiz de Velasco

H

ablar de Literatura, en cualquiera de sus géneros, ya de entrada es difícil, pero, hablar de las mujeres en Literatura es una cosa bastante más difícil. Se te puede tachar de feminista y con eso pasas a un plano no muy

fácil de superar. Se te puede tachar de vieja conservadora, amante de la cocina o de los trastos, porque ahora ser cocinera es un plus. También te pueden decir desubicada y, eso sí esta horrible porque ¿dónde me

ubico? Seguro, seguro, no voy a dar una pero voy a hablar de las mujeres en Literatura porque a mí me gusta, porque me parece, siempre me ha parecido que las mujeres se han tenido que partir el lomo para buscar un

… pero, también, representa un mundo que no ha desaparecido del todo, que está ahí y que no sabemos qué hacer con él.

lugar en el espacio literario y que, muy pocas veces, lo han logrado. Y sí, me parece que hablar de las mujeres, digan lo que digan, es importante.

En un momento en que España vivía una de las sociedades más conservadoras y puritanas que se recuerdan, tocar este tema fue muy valiente. El siglo pasado, el XX, fue propicio para la aparición de las mujeres en la novela española e iberoamericana. En el caso de España, la guerra civil y la posguerra franquista fueron caldo propicio, sobre todo la posguerra, para la aparición de escritoras, jóvenes, educadas y ambiciosas. La mayoría fueron hijas de familias acomodadas, mucho más que burguesas, con una buena formación académica y muy buenas relaciones. Ni hablar, chicas con suerte. De esa generación, ahora llamada de los 50s, de la que forman parte Carmen Laforet, Elena Quiroga; Dolores Medio, Carmen Martín Gaite, Ana María Matute, quien da la salida es Carmen Laforet (1921-2004) con su novela Nada que obtiene el primer Premio Nadal. La novela fue un verdadero éxito, de veras causó conmoción que una muchacha de 22 años pudiera escribir así y, sobre todo eso. Una muchacha canaria que llega a casa de su abuela y tíos en Barcelona porque va a estudiar en la Universidad y se encuentra una casa de locos y luego, se hace amiga de una burguesita que

se enamora del tío. Bueno la cosa está fatal, no tiene ni para dónde hacerse la pobre. Parece de risa, pero la novela es buena, de veras buena. Ágil. Muy bien estructurada y fresca. Aún hoy, sesenta años después es fresca. Y sí, Nada abrió el camino a otras escritoras igualmente jóvenes, no todas exitosas, pero muy ambiciosas. ¿Qué pasó con Carmen Laforet? El éxito de Nada la perdió. Le pasó algo así como a Francois Sagan con Buenos días tristeza. Fue tal el impacto de la primera novela que hiciera lo que hiciera nunca iba a superarla. Eso dijeron los críticos, esos señores de sombrero, esos que elevan o hunden. En ese mundo del franquismo que siempre, digan lo que digan fue horrible, surgieron esas mujeres valientes. De sus personajes, a veces acartonados, muy sensibleros (no sé por qué razón han dado por decir que femenino es “sentir”) sobresalen las protagonistas rebeldes, inconformes, solas y, claro, desubicadas. Me gustaría rescatar Entre visillos de Carmen Martin Gaite (1925-2000). La novela transcurre en un pueblo español con ínfulas de ciudad en donde se dan las cosas normales. Muertes, aburrimiento, snobismos, costumbres estúpidas, incomprensión y unas ganas horribles de huir de todo eso como si así, huyendo, se solucionaran las cosas. La novela es espléndida, el tiempo le ha hecho el favor de rejuvenecerla, de darle su verdadera importancia. Carmen Martín Gaite obtuvo el premio Nadal, el Premio Nacional de Literatura, el Prín-

cipe de Asturias. Fue reconocida como una de las grandes escritoras de la lengua española. Escribió mucho, trabajos académicos, novelas, cuentos y siempre bien. Elena Quiroga (1921-1995) es una escritora al que el tiempo tiene que darle su lugar, no importa que haya sido miembro de la Real Academia de la Lengua y obtenido premios. Elena Quiroga tiene que ser reconocida como una escritora de la mesura, de lo quieto, de lo que no hace ruido y que perdura. Dueña de una de las plumas más poéticas de la lengua española contemporánea y con mucho oficio, Quiroga no ha sido valorada en todo su tamaño. En su novela Lo que pasa en la calle enfrenta el tema de las dos familias. En un momento en que España vivía una de las sociedades más conservadoras y puritanas que se recuerdan, tocar este tema fue muy valiente. Es muy posible que ahora nos parezca tocado muy superficialmente, a lo mejor sí. Pero no hemos vivido una sociedad semejante ni una censura como la del franquismo. Para su época fue una novela tres x y, a pesar

…hiciera lo que hiciera nunca iba a superarla. Eso dijeron los críticos, esos señores de sombrero, esos que elevan o hunden.

de todo, es una novela muy buena. Ese tono, mesurado, quieto diría yo, será el tono Quiroga. A Dolores Medio (1911-1995) no le fue tan bien. De familia de pocos recursos, de los perdedores, tuvo que luchar siempre para hacerse un lugar. Premio Nadal con Nosotros, los Rivero, novela costumbrista, muy del siglo XIX, con personajes estereotipados llenos de sensibilidad pegajosa, es una digna representante de una particular forma de ver el mundo. Es verdad que no tuvo la formación de sus contemporáneas, ni sus posibilidades, pero, también, representa un mundo que no ha desaparecido del todo, que está ahí y que no sabemos qué hacer con él. Le toca el turno a Ana María Matute, la única viva de su generación. Premio Cervantes 2011 y toda una diosa y, ustedes me perdonarán, con una producción muy desigual. Ana María Matute es capaz de lo más cursi y lo más metafísico en una página. No tiene el sentido de la proporción y la mesura de Elena Quiroga, ni de lo atingente y fugaz de Martín Gaite pero tiene páginas bellísimas y ha sido muy valiente. Ha sido la única capaz de no soslayar lo personal en la literatura y si su obra es así es porque así le ha ido en la vida y, para eso, se necesita mucho coraje. Escritoras como la ahora revisadas muy lateralmente hicieron posible que generaciones posteriores existieran, sin ellas, Carmen Riera, Nuria Amat, Ana María Moix, Montserrat Roig, Maruja Torres, Rosa Montero, Lucía Etxebarria tendrían que hacer lo que ellas y todo se atrasaría una vez más.


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Pico de Gallo

Morir más de una vez, novela de Álvaro Uribe o de cómo no naufragar en la memoria por Citlali Ferrer

C

uando hablamos de memoria aparece junto a ella el tiempo. La literatura parece navegar entre la memoria y el tiempo.

En la obra de Borges, es posible observar su

interés por abordarlas desde distintos ángulos: rencor, miedo, dolor y esplendor: pero siempre sitiando a sus personajes en un laberinto

Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos. Jorge Luis Borges

del que difícilmente podrán salir. Sin duda, la memoria ha sido tema de interés desde la antigüedad; ya San Agustín sabía que no se podía hablar de memoria sin hablar de tiempo. En su obra, retoma y repiensa concepciones anteriores de la filosofía antigua de una manera tan original que su pensamiento aún sigue vivo, ya que los filósofos vuelven a las Confesiones cuando reflexionan sobre tiempo y memoria. Quizá por eso resulte imprescindible hablar del tiempo antes que de memoria y de memoria para urdir la historia.

Los hombres hemos vivido atrapados en el tiempo y a su vez la memoria siempre se reduce a un determinado instante; pero la sociedad actual parece tan preocupada en evadirse a partir de toda clase de excesos, como si de esta manera pudiese librase de la temporalidad que le atañe. El tiempo para Platón es la imagen móvil de lo eterno, la cual está en perfecta consonancia con la estructura de su pensamiento: el tiempo es una idea, un original, que tendrá su reflejo en el mundo sensible. Mientras que para Aristóteles es la sucesión temporal donde se hallan incluidos los conceptos del ahora, antes y después. Pero en la posmodernidad donde ya no hay casi creencia en un mundo mejor, es obsoleto pensar en futuro y mucho menos en el pasado.

Recordemos por un momento que en la posmodernidad lo exterior ha dejado de ser representable, debido a la supeditación real del mundo. Si trasladamos esa carencia a la representación del tiempo, nos encontramos con que el futuro moderno, entendido como un exterior trascendente, ha perdido toda su densidad. Parece que la obsesión por la memoria solo pretende atrapar el sentido de la historia, dicho de otra manera, la pérdida de nuestra conciencia de esta estriba en nuestra incapacidad de representar históricamente nuestro presente. Si analizamos las relaciones entre literatura y memoria desde la perspectiva de los escritores, llama la atención que la noción de memoria no se restringe al pasado, sino que se abre hacia el presente e incluso hacia el futuro. Desde la Antigüedad hasta el Renacimiento, los escritores estaban convencidos de que sus obras eran para el futuro; para que hubiera memoria de sus obras y memoria de las cosas que relataban. Una de las herramientas portentosas de los escritores es, sin duda; la memoria. Todo yace en la infancia, ahí es de donde parten sus obsesiones, sus miedos y su grandes pasiones. De esa memoria que guardan en retazos y que van reconstruyendo en cada una de sus obras. Por eso, cuando un autor dice que su obra no tiene nada de autobiográfico: miente. Aunque cabe decir que la autobiografía tiene que valerse de la ficción. Ya que si la memoria aparece fragmentada siempre habrá de reconstruirse y solo es posible hacerlo a partir de la invención. De tal suerte que la memoria para un escritor brinda la posibilidad de imaginar. El escritor mexicano Álvaro Uribe, con su novela: Morir más de una vez, publicada en 2011 por Tusquets, quizá la más personal, escribe con una prosa puntual que atrapa al lector de principio a fin. Ubicada en el legendario París de los años setenta. Entretejiendo historias, permite que afloren vidas, amores, envidias y amistades; donde el personaje principal es precisamente la memoria y la fragmentación del yo. Se trata de un texto que transita por el tiempo sin tropiezos. Es la mirada atenta a un grupo de jóvenes que iban tras sus sueños, en una época donde los latinoamericanos pensaban que solo en la Ciudad Luz encontrarían sentido para sus quehaceres. Tras su lectura vinieron a mi memoria dos novelas en donde París es importante, Paris no se acaba nunca de Enrique Vila-Matas y Travesuras de la niña mala de Mario Vargas Llosa, las dos autobiográficas, pero a diferencia de estas, Morir más de una vez, no solo explora el género autobiográfico sino que va más allá; ya que brinda la posibilidad de postrarse muchas veces ante la muerte que termina por cambiar la vida.

Álvaro Uribe plantea que solo existen tres vías para conocer a la gente: lo que captamos de ellos, lo que nos dicen de ellos y lo que otros nos cuentan de ellos. Así, el autor construye su novela, a partir de distintos puntos de vista, de tal suerte que es el lector quien habrá de ir completando lo que haga falta. Morir más de una vez, tiene que ver con la reflexión filosófica de que todo pasado es inexistente igual que el futuro es incierto. Ya desde el título se anuncia esa posibilidad, de multiplicidad de realidades. Morir más de una vez, qué gran paradoja, aunque solo en la Literatura es posible morir más de una vez. ¿Qué queda entonces? En el diccionario de María Moliner las acepciones que da al término memoria son: facultad de recordar; narración autobiográfica de acontecimientos e impresiones vividas; y rememoración del pasado; y es probable que para Álvaro Uribe sea la más importante la que se refiere a la rememoración del pasado; es decir, la memoria de acontecimientos pasados que definen el significado del presente. Pero, cómo no naufragar en la memoria si estamos hechos de fragmentos de tiempo; hay timón pero la barcaza se va hundiendo; somos intervalos de la identidad como fusión temporal. Mezcla de tiempos en un sólo cuerpo. El carácter convulso de la identidad: como construcción en un tiempo de metamorfosis. Si el único asidero con el que podríamos contar es la memoria, por qué nos empeñamos en dividir el espacio en tiempos para agruparlos en un único lugar donde inexorablemente habrán de convivir. Pero cómo no naufragar en la memoria si a veces parece que hemos perdido interés en ella. Dice Juan Villoro que sólo es real lo que se siente. Y en Morir más de un vez, vaya que se siente. Si hemos de construir la realidad, debemos llenar el pozo para contar con un buen acervo que nos permita sentir y dialogar con el arte. Dice Borges que no hay nada nuevo bajo el sol y que lo que puede hacer que una obra sea única e irrepetible es la perspectiva desde la que se mira. Pero, ¿qué es la mirada? Una forma de lenguaje no verbal que puede estar cargado de burla, enigma, enojo, amor, etc. Pero a partir de distintas perspectivas ineludibles. Lo que propone Álvaro Uribe en Morir más de una vez, es que terminemos de armar la historia que nos cuenta, que no permanezcamos indiferentes ante el corpus mientras nos aproxima a la fantasía del futuro o la de él mismo, capaz de contener la vida en una novela lo que resulta sorprendente y entrañable ya que como un sueño antiguo habrá de sobrevivirle. Porque además seguramente una manera de retomar el rumbo estético es a partir de la propia memoria.


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Fragmento

El suicidio de una mariposa por Isaí Moreno

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ada vez que Antonino visitaba el departamento de su tío, corría adonde aquél guardaba sus ejemplares del Alerta!

Movido por el asedio de morbo, un escozor

que no cedía hasta dejar saciada su curiosidad, contaba ansioso los días faltantes para, acompañado de su madre sus hermanas, tocar

Tras liquidarlo, los gendarmes se ufanaron, celebraron

a la puerta del tío. En el cuarto de trebejos,

mirando a la bestia vencida como trofeo y se

el asunto se reducía a buscar entre cajas de

marcharon a beber cervezas.

cartón el sitio de los impresos apilados. Luego de acomodarse en un sofá raído y sucio, hojeaba los periódicos, cuidando que su madre no se percatara.

Resultaba impresionante que la publicación hiciera hincapié en la exhibición de la tragedia, que sus encabezados fuesen del tipo: Oh, Dios! (notificando el asesinato de una mujer cuyo cuerpo había aparecido, mas no su cabeza), u: Horror! (al hablar de una extorsión a mano armada), o: Que Dios los perdone! (en referencia a los individuos horrorosos que, tras violar a una jovencita, la habían estrangulado). Tanto los titulares como el nombre de la publicación empleaban un único signo de admiración, hecho que intrigaba a Antonino al contravenir las reglas de sintaxis del colegio. Lo más llamativo no eran los retratos de los criminales capturados, blandiendo sus armas con sonrisas cínicas, sino las fotos en primer plano de las víctimas de tanta atrocidad. ¡Siempre había cadáveres entre las páginas!, resultado de lo que fuera: disputas familiares, asaltos bancarios o aparatosos accidentes aéreos o automovilísticos. ¿Debía ser la muerte tan trágica y violenta? ¿Tenía que infiltrarse en todas partes y a cualquier hora? Al parecer, sí. Luego llegaba la narración detallada de los hechos y Antonino solía repetir su lectura una y otra vez, pasmado. Con los ojos fijos en los retratos de cuerpos incrustados entre hierro retorcido, era capaz de sentirse al lado de los autobuses volcados en las autopistas, contemplando las caras ensangrentadas y, a veces, sus ojos entreabiertos, tal como si los cadáveres estuviesen echando un vistazo desde el más allá para reafirmar el testimonio de la sorpresa fatal, o el fotógrafo hubiese buscado el mejor ángulo antes del disparo de la cámara. ¿Cómo era posible todo aquello? A lo largo de la semana, Antonino dormía con aquellas imágenes que se mezclaban con la sustancia inasible de sus sueños, haciéndolo sentir impresionado, sucio por dentro. Muchas veces se figuró cómplice de esas muertes por el hecho de mirarlas con tal avidez. A veces se despertaba agitado, sudoroso,

y percibía los latidos de su corazón palpitándole en las sienes. Según dice recordar ahora, la primera vez que se sintió atraído por tales horrores fue unos años atrás, cuando, al pasar por el puesto de periódicos, tomado de la mano de su madre, alcanzó a distinguir en la portada del Alerta! un auto volcado en la autopista. Creyó que se trataba de un juego, un divertimiento de adultos a los que también les gustaba destrozar sus coches, como él y sus compañeros de escuela hacían con sus carros de juguete. Quizá por la lectura de los periódicos —que con el tiempo poblaron su cabeza con multitud de imágenes de lo trágico—, quizá por el sitio al que se mudó la familia entera, en el que abundaban hechos violentos y las madres resguardaban a sus hijos apenas llegado el crepúsculo, el de la muerte fue un tema que empezó a nublar la cabeza de Antonino. Juró muchas veces que en las próximas visitas al tío ya no volvería a tomar los periódicos. No pudo cumplir sus votos y promesas; sólo ocurrió así hasta que en el Alerta! apareció narrado, con abundancia en los pormenores, una tragedia de la que Antonino fue, en parte, responsable. Se trataba de la muerte de Saúl Castellán. Todo mundo sabe que las tragedias son precedidas por signos rara vez interpretados. Entre los incidentes que con mayor nitidez rememora Antonino de esa época, está la aparición de un perro sucio y fiero que caminó por las calles de Ciudad del Valle. Fue digno de atención que ocurriese cuando su padre salió de casa sin avisar, como a veces acostumbraba, tardando semanas en volver de nadie sabía dónde. Aquello obligó a su madre a recurrir a los ahorros para no hacer pasar hambre a la familia. El padre se fue. El can apareció. Igual que los lugareños de Ciudad del Valle, Antonino se apartó del animal, temeroso de ser mordido. Con la mirada enrojecida, contempló aquél a los habitantes que a su vez lo escrutaban; llevaba el hocico lleno de espuma y nadie lo reconoció. No era extraño que en las fechas de canícula pasasen por la ciudad multitud de canes con el hocico espumeante, los ojos fijos en ninguna parte, pareciendo dirigirse al galope, ensimismados, al sitio definitivo de su muerte. Ciudad del Valle no les interesaba para morirse. Ese perro permaneció en el sitio y se introdujo en negocios del mercado, haciendo que la gente trepa-

ra a las sillas tras los escaparates. Asomó también por las puertas abiertas de las casas. De calle en calle iba. Se le vio intentar beber infructuosamente del agua de un charco. No poder hacerlo, estar muriéndose de sed lo hizo enfurecerse y arremeter contra otros perros, animales que después, por orden de la municipalidad, serían sacrificados. Los policías de la ciudad fueron llamados para auxiliar. Dispararon. Volvieron a disparar y Antonino se estremeció al mirar los estertores del animal abatido, sufriendo en sus intentos por dar los últimos aullidos. Tras liquidarlo, los gendarmes se ufanaron, celebraron mirando a la bestia vencida como trofeo y se marcharon a beber cervezas. A los pocos días aparecieron en el diario del lugar como ídolos, con el can inerte a sus pies, bajo el encabezado de la publicación que resaltaba: Valientes policías ultiman animal rabioso. Eran los héroes del ridículo. A Ciudad del Valle no le importa el ridículo, lo olvida con facilidad. Sin embargo, la ciudadanía aún recuerda que tanto en el periódico local como en el amarillista Alerta!, de circulación nacional, apareció la foto trágica de Castellán, amigo de Antonino, a quien éste vio morir a manos de terceros. Él tampoco lo olvida. En una anotación reciente, Antonino admite que pudo haber evitado la ruina de Castellán. Aún se bate en duelo contra el silencio que guardó ese día. Silencio cómplice, escribe. Lo cierto es que desde aquella ocasión se volvió tan callado que hay quienes lo consideran mudo. Dado que nunca conoció con precisión quién fue ese personaje misterioso, en la actualidad intenta representarlo con dibujos de su bolígrafo, en su mayoría burdos, donde aparece la mayoría de las veces con una chaqueta al hombro. Ciudad del Valle ha hecho circular múltiples versiones acerca de Castellán, todas contradictorias, y que él no pudiese redondear una propia se debió en parte a esas intermitencias (también de silencio) que surgieron en sus últimos encuentros. Silencio y sangre, se lamenta Antonino al recordar el suceso que amenaza con perderse en la bruma de lo pretérito y despedir a su vez raudales de claridad cegadora. *Fragmento de El suicidio de una mariposa de Isaí Moreno, Ediciones Terracota


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De periodista a escritor sin pasar por el Boom

Manuel Becerra Acosta (1881-1968) por Raúl Urbina

A

ntes de que apareciera la generación del boom en los años sesenta, y de la cual Gabriel García Márquez ha

sido uno de los exponentes más connotados, al que se le reconoce su excelente trabajo

periodístico, que le dio la base de inspiración en la narrativa plasmada en su obra en las que cuenta las historias de sus vivencia de juventud, aparecieron en Mexico periodistas que también bordaron en la narrativa y dieron obras que merece la pena rescatar.

…de ahí que deduzco que también se debió a su pasión de llegar a ser un periodista completo, la cual cumplió siendo director del viejo Excelsior… Desde hace unas semanas se han hecho referencias al libro Gabo periodista en el que se rescata parte de las crónicas, reportajes y columnas publicadas en los periódicos, El Universal de Cartagena, El Espectador, El Heraldo de Barranquilla y la revista de Cambio, hoy desaparecida; libro que por cierto no se encuentra en ningún lado, pese a que con bombos y platillos lo dieran a conocer en la 26 Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL). Desgraciadamente, como sucede a menudo, siempre hablamos de lo nuevo pero nunca del pasado, hablamos de otros pero nunca de los nuestros, y aquí es donde nos olvidamos de que antes del boom, en nuestro país hubo grandes periodistas que se dieron a la tarea de escribir y ofrecernos historias de la vida “corriente”, de personajes de la política, del espectáculo, empresarios y de la gente común. Estos periodistas, que iniciaron la transición del periodismo a la literatura –como lo hizo García Márquez–, escribieron historias que permitieron desarrollar nuestra concepción inicial de lo que era esa vida “corriente” de los personajes de nuestra ciudad, como los retrata en su libro “Los Mexicanos se pintan solos” don Ricardo Cortés Tamayo, de quien en próxima ocasión hablaremos de su obra Y estos periodistas-narradores, que escribieron las historias, no lo hicieron por imaginación desbordada o “cazaron” a personas comunes en circunstancias extraordinarias, sino que poseían un conocimiento profundo de los personajes de la calle, cuyo entorno compartían y nosotros los extraños lectores desconocíamos y seguimos desconociendo.

De este grupo de periodistas-escritores,se encuentra Don Manuel Becerra Acosta (padre) quien fuera director de Excélsior de 1962 a 1968, originario de la ciudad de Chihuahua, donde vio la primera luz en 1881, se inició en el periodismo dirigiendo los periódicos El Universo y El Norte, en su ciudad natal. Fue también director del Southern Magazine y después el Graham´s Magazine del cual en algunos meses subió su circulación de nueve mil a 40 mil ejemplares, cifra fabulosa para esa época; fue propietario del Broadway Journal de New York, en si Becerra Acosta fue un periodista de raza y genio como señalaran sus contemporáneos. Manuel Becerra Acosta “Fiodor” como le decían los periodistas Alberto Ramírez de Aguilar y Manuel Becerra Acosta Ramírez (hijo), hoy nos sería difícil investigar por qué llamarlo así; sin embargo en algo tiene que ver el libro Diario de un Escritor de Fiodor Dostoyevski, de ahí que deduzco que también se debió a su pasión de llegar a ser un periodista completo, la cual cumplió siendo director del viejo Excélsior cuna de grandes periodistas hasta el nefasto 8 de julio de 1976. Se le llegó a comparar con Edgar Alan Poe a raíz de la aparición de su libro Los Domadores y Otras Narraciones, excelente texto de 18 cuentos e ilustrado por Rafael Freyre. Refiere Luis Lara Pardo en un editorial publicado en Excélsior el 5 de diciembre de 1945: Cuando hube vuelto la última página del volumen, que hubiera yo querido fuera más grueso, sobre el episodio El Negro que se pintó de negro, lo consiguió mediante un tratamiento y después lamenta su loco error cantando: “Yo soy un insecto que en una noche pretendí llegar al cielo para bañarme en los rayos de la luna…”, mi pensamiento voló hasta Edgar Alan Poe, el de las maravillosas Historias Extraordinarias. “No porque piense yo que Manuel Becerra Acosta haya querido imitar ese género de narraciones, brotadas de la pluma de

aquel bardo genial y desventurado. No: Becerra Acosta no ha querido seguir los vuelos fantásticos del norteamericano ni copiar su estilo ni marchar detrás de sus pasos. Hay diferencias fundamentales que los separan y marcan de una manera inequívoca la originalidad completa del cuentista mexicano que acaba de revelársenos en este volumen. Más hay entre ambos, puntos de contacto interesante. Poe, como Becerra Acosta, fue periodista”. Los cuentos de Becerra Acosta esbozan, plantean problemas morales y espirituales. Podrían ser parábolas, apólogos griegos o alegorías. Su ironía es volteriana: aguda y sabrosa a la vez. Palpitan allí ansiedades hondas que el hombre moderno siente y lo atormentan porque las sabe fatales y no encuentra para ellas alivio fuera del espíritu mismo. El hombre lleva en sí mismo la fuente de la dicha y el bálsamo de sus ansias. El dramatismo de las narraciones está en los asuntos mismos. Son problemas hondos, crueles, torturantes. Son hojas de la época. Reflejan las angustias de los hombres y las sociedades modernas, sacudidas por convulsiones tremendas. O bien incidentes que revelan, de un golpe horizontes nuevos, dulzuras insospechadas para la generalidad, resortes íntimos de emotividad profunda. El estilo es breve, punzante, robusto. Nada de divagaciones, nada de oropeles. Golpes de cincel que labran figuras. Soplos de pasión que animan las situaciones. Estilo periodístico, dirán algunos. Pero ¡ay!, en el periodismo caben todos los estilos, y lo que abunda es precisamente la falta de estilo; Becerra Acosta lo tiene –como lo tendría su hijo años después– muy personal y definido. El famoso cuento de El Negro que se pintó de Negro, texto que siempre recordaba Manuel Becerra Acosta (hijo), y al contarlo en su oficina del viejo UnomásUno, volteaba hacia el cuadro con la fotografía de “Fiodor”, colgado en una de las paredes, y discretamente ocultaba las lagrimas que le brotaban de sus ojos, pocos las vimos en aquellos brindis de aniversario del Uno.


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Libros-Libros

El sueño del celta y la obsesión por el conflicto moral por Porfirio Romo L.

S

in duda que hubo justicia cuando en 2010 le fue otorgado el premio Nobel a Mario Vargas Llosa, peruano de nacimiento

y español por decisión. Con una basta

obra publicada, que abarca principalmente narrativa con novelas y cuentos, este autor igualmente ha incursionado en el teatro y el ensayo literario. Su primera novela fue La ciudad y los perros, obra con la que ganó el premio Biblioteca Breve, publicada originalmente por Seix Barral en España, en 1962, cuando apenas contaba con 26 años de edad.

Este fue el punto de partida de una exitosa carrera como escritor, pues al poco tiempo llegó La casa verde y a esta le siguió una obra monumental de la narrativa hispanoamericana: Conversación en La Catedral. Prolijo y constante, Vargas Llosa ha publicado más de treinta libros, de los cuales 16 son novelas de una amplitud considerable. Los temas que ha abordado son diversos, como la violencia juvenil en el caso de La ciudad y los perros, cuyo centro de acción es la escuela militar Leoncio Prado, de Lima, donde los jóvenes de reciente ingreso, llamados perros por los alumnos que los reciben, tienen que hacer valer su respeto a base de astucia y fuerza física para ganarse el nombre de cadetes. Vargas Llosa afirmaba que no era sino la recreación de un microcosmos que en realidad refleja las relaciones humanas en todos los niveles, plagadas de violencia, principalmente en países de escaso desarrollo como el Perú. Una lectura actual nos deja claro que esta violencia escolar que ahora tanto alarma a las autoridades educativas y a los padres de familia, conocida como bullying, no es sino una un viejo fenómeno que ha existido siempre, acaso con ciertas variaciones propias de la época y con un nuevo nombre. En muchos casos, las novelas de este autor ponen a sus protagonistas en una encrucijada moral, como fue el caso de esta primera novela, donde Alberto, cadete más ubicado que el resto de sus compañeros, es testigo de cómo uno de ellos dispara en una práctica de tiro a otro alumno, dándole muerte. El dilema entre denunciar y sufrir por una serie de trámites engorrosos, presionado por condiscípulos y autoridades o simplemente dejar pasar las cosas como son, está en el centro de la narración como el punto neurálgico. Finalmente el personaje se retracta cuando las autoridades escolares descubren que era el autor de textos pornográficos, los mismos que escribía para venderlos entre sus compañeros del Leoncio Prado.

Luego habría de abordar, en su siguiente obra, el salvajismo vigente en las comunidades caucheras del Perú, en donde emerge La casa verde, prostíbulo protagónico por donde pasan las historias de personajes increíbles, tanto por sus historias de tragedia y dolor, como por la audacia con la que consiguen hacerse de un poder enorme. Nuevamente, en todo ese complejo entramado que nuestro autor construye en la extensa narración, el conflicto moral vuelve a aparecer en el caso del práctico Nieves, que huye de un pasado violento del que tiene que dar cuentas a la justicia. Está también la historia de las monjas que rescatan niñas de las prácticas tribales de las profundas selvas peruanas, entre los indios Aguarunas y Huambisas, que las someten a prácticas sexuales y servidumbre obligatorias entre los caciques; sin embargo, cuando las niñas han crecido con las monjas, instruidas y bien educadas, no tienen ningún futuro en la sociedad esclavista de los caucheros, por lo que terminan regalándolas a las familias para que se conviertan en sirvientas o terminen, como fue el caso, en el prostíbulo de la casa verde. Hay más situaciones comprometidas entre los personajes de la novela, como el caso del aborrecible Fushía o el sargento Lituma, solo que en su afán de hacer un rompecabezas con las historias de sus personajes, Vargas Llosa le resta impacto a cada uno de esos conflictos. Más adelante, en la prolífica obra de Vargas Llosa, nos habremos de encontrar con Zavalita, ese personaje de Conversación en La Catedral, que al escuchar el relato de las tropelías de su padre, un político poderoso que participa en el gobierno corrupto en turno, se hace aquella pregunta que nos identifica a todos los latinoamericanos cuando tratamos de explicar el presente a través de la historia reciente: “¿cuándo se jodió el Perú”? Es evidente que en esta novela la política aparece como tema protagónico, no solo en el caso de la oficial y corrompida, sino en los movimientos clandestinos de orientación comunista, que en la década del 70 se creía que eran la única salida posible a un poder opresivo, que con algunos matices, se repetía de forma similar en toda la América Latina. Sin embargo, Zavalita encuentra su verdadero conflicto cuando se entera, conversando con el antiguo guardaespaldas de su padre, que también fue un político que participó de la corrupción y además gustaba de tener prácticas sexuales aberrantes. De las tres primeras novelas de Mario Vargas Llosa nos vamos a la más recientemente publicada, El sueño del celta (2010). Aparece publicada el mismo año en que su autor es reconocido con el premio Nobel, solo con unos meses de antelación. Es una obra espléndida sobre la historia de un personaje complejo y contradictorio, Roger Casement, irlandés que divide su juventud entre la sólida estructura del progreso británico y el sentimiento nacionalista por otro. No obstante, es la primera, y la admiración que siente hacia los imperialistas ingleses, lo que le va dando sentido a su propia vida. Trabaja como empleado de una naviera en la misma Inglaterra, hacia finales del siglo XIX, cuando la explotación del caucho y su comercialización movieron de manera importante la economía de la Europa finisecular. Justo en la época en que el rey Leopoldo II de Bélgica, aquel que fuera hermano de nuestra recordada emperatriz Carlota, consiguió la creación de un territorio dominado por su corona en África, el Congo, que luego explotó con rapacidad, sin necesidad de tener que poner un pie en aquella lejana tierra. Casement se traslada justo a Leopoldville, ciudad fundada por los caucheros franceses que primero admira y luego detesta, cuando ve las atrocidades que cometen con los naturales de la región, a quienes esclavizan y, sin ningún remordimiento, masacran cuando ya no les son útiles. Entonces el dilema moral transforma al personaje en un defensor a ultranza de los derechos de estos hombres, que

primero son despojados de sus tierras y luego de su propia libertad, y lo hace con tanta notoriedad que la corona británica le encomienda hacer una investigación a fondo. El resultado fue un reporte que alcanzó celebridad en Londres, pero nulos efectos en el Congo, donde las atrocidades continuaron igual. Roger Casement pasa luego a hacer una inspección a Sudamérica, concretamente a las caucheras del Putumayo, en las selvas de Perú y Colombia. Encuentra un cuadro similar y lo denuncia, provocando la caída de la poderosa compañía de Julio Arana, un peruano encumbrado radicado entonces en Londres. El conflicto aparece cuando al personaje le resurge el nacionalismo irlandés, cuya principal característica es el odio visceral a los británicos, justo los que habían reconocido su trabajo como defensor de los derechos humanos nombrándolo Sir. No obstante, considera que sus esfuerzos deben ser reorientados a la causa independentista y en automático se convierte en traidor. Justo con esto arranca la novela, con un Casement encarcelado y filosófico, seguidor de Kempis, el autor de La imitación de Cristo, y esperando el veredicto de la justicia inglesa. Pero si faltara poco para hacer de este un personaje abrasado por el conflicto moral, también está el antecedente de su homosexualidad, que carga como una daga de dos filos, pues el placer lo arrebata siempre fuera de Inglaterra o Irlanda, pero igualmente lo condena y lo hace sentir humillado frente a los despiadados ingleses, que si antes lo premiaron, como traidor será despojado del más mínimo sentido del honor: su propia hombría. Mario Vargas Llosa es un extraordinario narrador, aunque persiste en su técnica de confundir a sus lectores, que deben cultivar la vena de la paciencia para ir descubriendo el perfil de sus personajes, mucho más oscuros en esta última novela fuera del personaje principal. Las perversiones o diversidades sexuales tienen cabida en muchas de sus obras, y en las cuatro comentadas juegan un rol importante, pues hacen caer a Alberto de La ciudad y los perros por ser escritor pornográfico, en La casa verde es el prostíbulo el motivo central, el padre de Zavalita es bisexual y en Roger Casement hay este estigma de la homosexualidad cargado como un pecado inconfesable para él. Algunos elementos no dejan de repetirse, como el caso de las monjas que rescatan a las niñas indias de la tiranía caciquil, para entregarlas al sometimiento del hombre “civilizado”, que igual aparece en El sueño del celta, cuando Casement pasa por Sudamérica. Pero sobre todo, el autor reserva una importancia preponderante en el conflicto moral, no es casual que aparezcan de manera recurrente estos dilemas que sus personajes tienen que resolver, a veces en forma fatídica, como en el caso de su última novela. Tal vez la sexualidad fue en décadas pasadas el detonador más fuerte para llegar a la médula de un conflicto moral (recuérdese Lluvia, de Somerset Maugham); sin embargo, los tiempos han evolucionado. Hoy es políticamente incorrecto criticar la homosexualidad, con lo que este elemento escandaloso para el Roger Casement ejecutado en 1916, ya no tiene la misma fuerza humillante que los ingleses explotaron al examinar el ano del cadáver del traidor para demostrar su dilatación anormal. Como tampoco es la virginidad el terrible tabú que desarrolla Vargas Llosa en La señorita de Tacna (pieza teatral). Tal vez por eso, el celta de Vargas Llosa centra más el conflicto en el patriotismo, el valor y la traición, pero no por ello deja de ser una obra impregnada de la obsesión evidente del escritor.

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Arte ahora

Teleras en serie

Una cosa entre Prime Suspect las cosas Por Elsie Méndez Baillet

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por Mónica Contreras

edico este espacio a la series de televisión debido a la gran calidad con que hoy se producen. Por otro lado, es posible verlas fácilmente gracias a las múltiples opciones

que en casa se tienen sin importar su fecha de exhibición.

D

esde un punto de vista pragmático el arte siempre ha tenido un desarrollo de indiscutible servicio social al hombre, ya sea como en la edad media un instrumento pedagógico para la instrucción religiosa, como un

gran amasijo de la riqueza cultural de un país, como instrumento

ideológico, como un objeto de culto y portador de estatus, botín de guerra e inclusive como gran emancipador de preocupaciones utópicas de diversa índole; incluidas las espirituales, es sin duda sujeto y objeto de manipulaciones de la más diversa índole, pero en realidad el objeto artístico es solo una cosa entre las cosas y por este solo hecho responde a la mecánica más elemental de las mismas, son en realidad las intenciones las que definen sus funciones, aunque en éste aspecto también hay distinciones, ya que, una cosa son las intenciones que un creador tiene cuando hace una obra y otra muy distinta para lo que es arte en general es utilizado.

El arte tiene una función en nuestro mundo contemporáneo y debe estar inscrita en las cualidades primigenias del hombre que están ligadas a su sensibilidad y a su capacidad de asombro, creo que el arte y su diferenciación con otras disciplinas radica en que a que a pesar de que el hombre vive entre las cosas y se ha saturado de ellas y tiene mil nuevos caminos para aproximarse al entendimiento de las mismas no existe ninguna relación que tenga una capacidad para generar conocimiento como el arte, en él la capacidad creativa (incluídas en ella la intuición y el pensamiento mágico), la razón lógica y el conocimiento racional y científico pueden entremezclarse y generar una capacidad que pueda recrear en las facultades del ser humano su realidad desde un punto de vista que de otra forma le sería completamente inaccesible, crear otro mundo posible, a éste respecto, lo que a mi parecer cabría destacar

es que, como una rama del conocimiento humano que requiere una preparación y destrezas específicas para su ejecución también requiere a diferencia de lo que muchas corrientes políticas quisieran una instrucción para poder ser entendido, especialmente el arte contemporáneo, por supuesto que es inaccesible entre más complejo, el hecho de que requiera de la sensibilidad para ser aprehendido no exime a los espectadores de más herramientas para acercarse a él, la sensibilidad debe ser educada y el arte también es un asunto de la mente compleja. Creo que el si el arte sigue teniendo una función más allá de todos los pragmatismos posibles puede estar ahí donde radica el compromiso y la diferencia que marca el trabajo del artista: que es básicamente crear la conciencia sobre la existencia de un objeto o de una acción, donde el espectador se encuentra una vez más con las cosas más allá de la simple relación de uso.

El televisor se ha convertido en una pantalla más porque también se cuenta con la computadora y puede verse material audiovisual a través de la internet o los canales de paga. Sitios como www.cuevana.tv y www.cuevana2.tv, –por mencionar los de más fácil entrada–, no cobran y no es necesario “bajar” el material y llenar de datos la memoria del cepeu. También, las series pueden comprarse y su costo es ya muy asequible. La competencia de las televisoras por el auditorio, las ha comprometido a invertir mejor calidad en la producción de sus series. Por eso han apostado a la contratación de buenos escritores pues es la garantía de obtener los mejores resultados. A diferencia de algunos años atrás, son los escritores quienes tienen el crédito principal. Después, la productora deberá buscar la venta de su producto a partir del cartel de los actores y, sin duda alguna, del oficio de los directores. Del resultado hemos visto: historias maravillosas, atractivos personajes de múltiples dimensiones y magníficos diseños de arte, sonido, edición y producción. Por estas razones, quiero hablar de Granada Television y su diseño de producción de la soberbia Prime Suspect –Primer sospechoso, aunque no se le conoció por su nombre en español–. Obra no comercial de bajo presupuesto dirigida por Christopher Menaul y escrita por Lynda La Plante. Lynda es una escritora de trayectoria únicamente televisiva. Obtuvo por este trabajo el prestigioso Edgar Awards de los Mystery Writers of America que honra a los mejores escritores de novela, obra teatral, televisión y cine con género de misterio, crimen, suspenso e intriga. En años anteriores, el premio fue otorgado a grandes personalidades como Agatha Christie, Alfred Hitchcock, Raymond Chandler, Mary Higgins Clark, y Michael Connelly, entre otros. La calidad de Prime Suspect se debe sin duda a la calidad de los guiones. Lynda tiene una gran experiencia en historias policiacas pero también en la construcción de personajes femeninos. Prime Suspect fue producida durante siete años. De esta manera, los involucrados tuvieron suficiente tiempo para diseñar, escribir y producir cada uno de los guiones que conformaron la serie. Generalmente, ocurre lo contrario, los escritores de televisión son prácticamente perseguidos por los tiempos de rodaje al encontrarse muy cerca, quizá a dos semanas de distancia o, en la mayoría de los casos como sucede en México, a dos o tres días del rodaje del capítulo que escriben. Esta premura los obliga a rasguear los

guiones con apresuramiento como puede comprobarse constantemente en la tele mexicana y en algunas series gringas. Granada Television hizo todo lo contrario, produjo trece capítulos a lo largo de siete años. Es probable que desde un inicio se tomara la decisión de asignar a la serie la calidad de cine para televisión para apoyar a la actriz Helen Mirren porque la historia se basa en un personaje femenino sumamente fuerte. El director, Christopher Menaul, logra crear una atmósfera aparentemente apacible, de grave quietud. Sus planos, de tiros largos, son prácticamente contemplativos, construyendo así un ambiente sórdido, desabrigado, que mantiene el suspenso, pero al mismo tiempo transmite el carácter del Jane Tennison, la teniente policiaca que interpreta Helen. La fotografía de Ken Morgan es de una pureza desnuda sin concesiones, está despojada de artilugios, parece simple, sencilla, sus claras imágenes son limpias, sin embargo, se aprietan dramáticamente en función de Tennison, de sus inseguridades y certezas, y sin que luzcan como un alarde, el fotógrafo edifica imágenes sorprendentes. Todos los creadores de la serie fueron ampliamente reconocidos con nominaciones y premios: la edición de Edward Mansell, la música de Stephen Warbeck y la construcción escénica, sin contar la dirección, el guión y las actuaciones. La historia, centrada en la detective, es una mujer madura con ambiciones y se le acusa de obtener su ascenso debido al romance que mantiene con uno de sus superiores. Jane se encuentra no solamente luchando contra los criminales sino también con sus subalternos y compañeros de trabajo en un ambiente dominado por los hombres en el Departamento de Policía de Crímenes de Londres. Este espacio desconocido, cerrado como una familia, sofocante como su alcoholismo, es un sitio al que realmente no desea pertenecer. Es un lugar masculino hasta extremos indecibles. Sufre humillaciones y denostaciones constantes a los que responde con inteligencia y destemplanza. De esta manera, la solución de los crímenes se encuentra equilibrada a las oposiciones que la teniente encuentra entre sus colaboradores. La tensión dramática se estira así de forma sigilosa e imprudente. Los errores cometidos por Jane, aunados a su ansiedad por superarlos y por demostrar su capacidad, son el núcleo de la historia. La narración a través del personaje, produce en el espectador una gran simpatía e interés.


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Diccionario

Noche Por Mauricio Carrera

L

a oscuridad es su aliada. Por eso la noche es propicia para el robo, el miedo y lo clandestino. De entre sus sombras aparece el

embozado asaltante, el caco hijo de su, que nos conmina a entregar la bolsa o la vida armado de una fusta o una navaja.

De su penumbra nacen, en nuestra imaginación, los monstruos, y sus primos, los brujos, el coco y los fantasmas. De sus recovecos nocturnos surge el entramado de la trampa, lo ruin de la celada, los políticos que pactan la corruptela, los amores piratas y los no tanto. La noche es también el sueño, y para los que sufren, la vigilia. La noche es inspiración de poetas y suspiro a la luna de los enamorados. Su sino es lo oculto, la negritud, la posibilidad de los amores que no se atreven a decir su nombre, sitio de espanto y de alegría. Noche de panteón y de discoteca. Noche joven que aún empieza y noche vieja, la que termina el año o la que ha pasado inmisericorde sin apenas darnos cuenta. Hay noches blancas, donde la oscuridad se ausenta por meses en ciertas latitudes más frías y nevadas, y noches oscuras como boca de lobo, como tumba sin sosiego, como la noche de los tiempos en que todo es confuso y todo se pierde. Hay noches de Veracruz, a ritmo del músico poeta, y noches de Cabiria, a la manera de Fellini y Giulietta Massina. Las noches son para el asombro de las estrellas. Es para preguntarse cosas del alma y para sentirse diminuto al mirar a la magnífica y oscura bóveda y perderse en lo infinito e intimidador del universo.

La noche es para contemplar mejor el fuego, el de las estufas, el de las teas ardientes, el de las fogatas y las hogueras. La noche es para vernos en otros espejos, aún más profundos y primitivos. Lo dijo George Brassai: “La noche sugiere, no enseña. La noche nos encuentra y nos sorprende por su extrañeza; ella libera en nosotros las fuerzas que, durante el día, son dominadas por la razón”. En su libro La silla de Karpov, Javier García Galiano nos ofrece un certero retrato del principio de la noche: “es algo que se ignora porque, como su final, ocurre subrepticiamente y sólo se reconoce cuando ya ha sucedido. Puede sobrevenir durante una conversación o como un eco artificioso procedente de un programa de televisión o acaso de una telenovela de bajo presupuesto. No depende del sol, aunque su ocaso puede suponer un presagio. Algunos rezos suelen anunciarla y el estruendo de los pájaros y los faros de los automóviles y las farolas de la calle parecen un indicio de que ha llegado. Se dice, sin embargo, que un silencio siempre la precede”. Hay, por supuesto, otras formas en que la noche se anuncia. Lo hace como sueño, aunque no necesariamente el sueño de los justos, y como pesadilla. Sufrir de noche es lo peor. Pregúntenselo a los niños, a los celosos o a los que tienen deudas con su conciencia o con los bancos. Uno parece más solo que nunca. Las enfermedades son más terribles de noche, así como el llanto de los recién nacidos. Lo decía Ovidio, y no sin razón: “La noche es más triste que el día”. Es un aullido, una queja. La noche es vampírica, apta para ritos macabros y para esa otra manera de lo zombi que es el sonambulismo. La noche, además, aunque se vista de oscuridad y luna, no es la misma siempre. Los viernes, por ejemplo, es por completo diferente. Esa noche las adolescentes se pintan los labios y se ajustan la minifalda para salir al encuentro de su educación sentimental y de las candilejas de la vida. Los hombres, por su parte, se acicalan con lociones y camisas recién planchadas para salir en busca de copas y de aventuras momentáneas. La noche es perdición, es pecado, es baile. Por eso los antros son oscuros, porque son un remedo chispeante de la noche que todo lo abarca en sus pasiones. Las serenatas son eso: cantar nuestro amor al cobijo de la ausencia de luces que nos intimiden. Y por eso se reza antes de irnos a la cama: porque en el sigilo de la noche los ángeles de la guarda nos escuchan mejor; como la noche es peligrosa, pedimos protección y cobijo celestial. Fue Lord Byron el que dijo: “la noche muestra a las estrellas y a las mujeres bajo una luz mejor”. Es cierto, porque de noche todos los gatos son pardos. “Todo en la noche”, como decía Xavier Villaurrutia, “vive una duda secreta”.

Por eso la noche es también calentura, deseo. Es el gato sobre el tejado caliente de zinc, a la manera de Tenessee Williams, y las camas deshechas de los amantes, el resguardo del amor que no puede decir su nombre y la pasión de la piel y las hormonas, que en las sombras es por fuerza más incontenible, más desatada. “Noche, no te vayas”, como dice la canción. Porque la noche es el gozo y la posibilidad del feliz encuentro de los besos o de las pieles bajo las sábanas, como en este verso de Jorge Guillén: “Noche mucho más noche: el amor ya es un hecho”. La noche es asimismo el reposo de quienes trabajan, ese asidero de mínima esperanza ante las tiranías de la vida. Otra vez, Javier García Galiano: “Con la noche también llegan los trabajadores que salen de las fábricas. Con desidia y la corbata desanudada, los oficinistas regresan a su casa, donde suele esperarlos la merienda de los niños y una esposa abúlica, a la que se le han podrido las ilusiones”. Con excepción de los veladores, las prostitutas y los bohemios, la noche es nuestro descanso, el premio a nuestros avatares de guerreros de la vida. Será nuestro descanso, pero la noche, como es tentación y pretexto para gozar de la vida, hace que muchos lleven una larga noche cargando a cuestas. Salvador Elizondo se preguntaba: “¿Quién es ese hombre que lleva la noche consigo donde quiera que va?”. Ese hombre, esa mujer, son los miembros de una delicada y digna estirpe: la de los noctámbulos. Bonita palabra. “Los noctámbulos”, decía Danikaze, “son aquellos que viven de noche porque no se sienten satisfechos con lo que hicieron durante el día”. Son los caminantes de la noche. Sus exploradores. Se les encuentra detrás de una copa, detrás de un maquillaje corrido, detrás de un vestido de lentejuelas, detrás de un cigarro a medio consumir, detrás de una honda pena que no puede apagarse, detrás de la vida fácil (que es la más difícil), detrás de un pasito de baile, detrás de la puerta de un cuarto de hotel, detrás de quien sólo admira a la luna, detrás de quien se considera romántico y bohemio, detrás de una angustia que no puede apagarse, detrás de una borrachera que augura una magnífica cruda. Los noctámbulos son felices hasta que llega el día. Y es que la noche cobija, oculta, pone en penumbra nuestras miserias. Por eso la noche es noche, porque es la posibilidad de un sueño y de una vida no saciada que busca en su oscuridad quimeras más inmediatas. Johann Wolgang Goethe, que por enamorado fue otro gran noctámbulo, dijo lo siguiente, que sin duda es cierto: “La noche es la mitad de la vida y la mejor mitad”.



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