El Mollete Literario #4

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El Mollete Literario www.grupotransicion.com.mx

Director: Carlos Ramírez

molleteliterario@grupotransicion.com.mx

Febrero 15, 2013 , Número 4, Segunda Época

$10.00 pesos

La justa palabra


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15.02.2013

El Mollete Literario

Literatura infantil Por Luy

Mtro. Carlos Ramírez Presidente y Director General carlosramirezh@hotmail.com Oscar Dávalos Coordinador de Producción odavalos@grupotransicion.com.mx Lic. José Luis Rojas Supervisor Editorial Consejo Editorial: Roberto Bravo, René Avilés Fabila Abigail Angélica Correa Cisneros Redacción acorrea@grupotransicion.com.mx María Eugenia Briones J. Diseño mbriones@grupotransicion.com.mx Roberto Eduardo Aguilar Malvaez Formación Raúl Urbina Asistente de la dirección general El Mollete Literario es una publicación mensual editada por el Grupo de Editores del Estado de México, S. A., el Centro de Estudios Políticos y de Seguridad Nacional, S. C. y el Grupo Editorial Transición. Editor responsable: Carlos Javier Ramírez Hernández. Todos los artículos son de responsabilidad de sus autores. Oficinas: Durango 243, Col. Roma, Delegación Cuauhtémoc, C. P. 06700, México D.F. Certificado de licitud en trámite.

ir y decirlo

Índice

car Wilde (1854-1900)

La apuesta de Rubén Bonifaz Nuño

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Por Roberto Bravo

Diccionario Tartamudo

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Por Mauricio Carrera

El cuestionario Bravo La justa palabra Rubén Bonifaz Nuño (1923-2013)

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Por Roberto Bravo

A contracorriente La poesía, ¿territorio de lo femenino?

11

Por Óscar Wong

Cosecha Roja Algunas nubes

Libros-Libros De cómo hacer política con (la) justicia

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Por Porfirio Romo

Las sonatas de Beethoven

12

Por Amadeo Estrada

7

Por Mauricio Leyva

De periodista a escritor sin pasar por el Boom En el diván con Huberto Batis35 años después

8

Por Raúl Urbina

Pico de Gallo Otredad, literatura y una que otra utopía

Teleras Una historia pornográfica

Por Citlali Ferrer

Por Elsie Méndez

Arte ahora Pintura siniestra

Y las mujeres ¿qué? Las Olvidadas

14

Por Mónica Contreras

Fragmento La invencible Editorial Joaquín Mortiz

9

Vicente Quirarte

15

Por Margarita Ruiz de V.

La poesía no quiere adeptos, quiere amantes

Federico García Lorca (1898-1936)


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La apuesta de Rubén Bonifaz Nuño por Roberto Bravo

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ubén Bonifaz al introducirnos a su traducción de los Cármenes de Catulo, dice, refiriéndose a este poeta: “Toda juventud es sufrimiento. Asomado al mundo con la plenitud voraz de sus propias herramientas sensuales, el joven, como si hiciera uso de una prerrogativa indudable, pretende apoderarse de él, mediante un esfuerzo inútil de antemano; y fracasa. Y el mundo se le parece como un muro de poderes hostiles, y hasta el milagroso placer de un instante, por su brevedad misma, se le vuelve dolor: dolor sin esperanza. Y de nuevo, con acrecentada rabia, se tiende hacia lo que considera, acaso sin saberlo, el objeto último de la vida; y el placer, si no se le entrega, lo lleva a sufrir otra vez; y otra vez lo lleva a sufrir si se le entrega”. Nada mejor que las propias palabras de Bonifaz para describir el estado de ánimo del personaje de su libro Albur de amor. Rubén Bonifaz Nuño

Al ser primero correspondido y después abandonado, traicionado; el protagonista empieza a vivir distanciamiento, el desprecio, los ruegos infructuosos, el perdón, los celos, el odio, nuevos accesos de afecto, etc. Como una banda sin fin se repiten las emociones que concluyen en un solo producto, una razón por la cual seguir viviendo: el sufrimiento amoroso. El amor no es amor si no es desdichado. La amada es preservada por su ausencia. En su elaboración Albur de amor sigue conservando las características del verso habituales en Bonifaz Nuño: la precisión, la justa palabra que debe a los poetas latinos y lo que bien subrayan los antologadores de Poesía en movimiento: ha afinado la versificación hasta crearse sus propias modalidades estróficas y una sintaxis peculiar que debe tanto a la poesía escrita como al lenguaje coloquial. El asunto del poemario es un tema repetido en la poesía occidental desde Catulo hasta Eduardo Lizalde y Jaime Reyes. Sin embargo, Bonifaz echa mano de todo el acervo de la canción vernácula mexicana; en gran parte de los poemas identificamos la canción popular, con la maestría que va más allá de la sintaxis popular, elabora las alusiones del habla cotidiana integrándolas hábilmente con el instrumental del verso culto;

Yo derrotado y pobre, el alto regocijo soy de tu victoria; te doy placer con mis escombros, con mis despojos te celebro, a fuerza de hambre te desnudo.

Rubén Bonifaz Nuño surge en el movimiento poético que aparece en 1950, por ese entonces se da a conocer también el grupo de los “hiperiones” (Salvador Reyes Nevares, Jorge Portilla, Ramón Xirau, etc) quienes, seguidores de la corriente iniciada por Samuel Ramos y expuesta con originalidad y brillantez por Octavio Paz en El laberinto de la soledad, hablaron a la generación que asomaba sobre la necesidad de esclarecer la dinámica del ser del mexicano para que en éste pudiera operarse una transformación. Ese, quizá, podría ser uno de los orígenes del amor de Bonifaz Nuño por lo mexicano, que se declara en forma apasionada en Albur de amor no solo como homenaje a la canción vernácula sino a modelos femeninos de la cosmogonía náhuatl. Es clara la imagen de la madre de los dioses, la engendradora del todo, la Coatlicue en el poema 7:

Pulida la piel bajo tus rosas de escamas, fomenta la corriente lustral donde mis viejos años vencidos beben sin saciarse… Los caracoles en tus piernas deleite del ver y del oído, los cascabeles en tus piernas… Tú mi plumaje, mi serpiente; mi plena de garras de ojos dulces; mi madre del ala que se alumbra en el corazón encenizado.

Y a la Coyolxauhqui en el poema 15:

y un huerto de asombros te florece, regocijada te reúne: el penacho solar, la máscara en la joviales coyunturas; los lazos bicéfalos; de música, la cintilación de las mejillas… Arrumbada, la presencia hendida, los miembros en círculos dispersos; quedó el isleño tronco aparte de la cabeza boquiabierta; los cabos del muslo, reducidos entre flecos pálidos; la espiga descoyuntada de los hombros. En Albur de amor encontramos una noción preciada para Walter Muschg, el crítico alemán afirmaba que la poesía es dolor plasmado y no solo vivido; solo puede plasmársele aceptándolo y venciéndolo. Entonces se convierte –como la persecución política– en una fuerza positiva, en la palanca que mueve la victoria espiritual sobre los obstáculos. El poeta no odia ni esconde su dolor, lo necesita y lo busca en forma inaudita. Solamente cuando esto sucede nos encontramos frente al auténtico sufrimiento del artista. Rubén Bonifaz Nuño en Albur de amor se arriesga, apuesta a la poesía y gana, como él mismo define en el comienzo de esta reseña, juventud.

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El cuestionario Bravo

La justa palabra Rubén Bonifaz Nuño (1923-2013) por Roberto Bravo

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ubén Bonifaz Nuño cuya obra poética es una síntesis de la influencia que tuvo en su formación la tradición grecolatina, de su afán de acercarse al mundo prehispánico y de su inconformidad con la sociedad de su tiempo publicó un volumen sobre la iconografía olmeca: Hombres y serpientes. Como consecuencia de la edición de este libro me entrevisté con él, y el resultado de ello manifiesta una faceta del pensamiento del destacado humanista.

Hombres y serpientes (iconografía olmeca) Rubén Bonifaz Nuño

A mí modo de ver, lo único que los mexicanos tenemos como exclusivamente nuestro en la cultura, es el mundo prehispánico; todo lo demás o lo hemos tomado de otras partes o nos lo han impuesto “Se desprende de las creaciones plásticas que de ella conocemos, que la cultura olmeca se construyó alrededor de un particular concepto del hombre. La imagen de éste, con diversos grados de estilización aparece en ellos con multiplicada insistencia. Dos rasgos en la figuración de su rostro definen el concepto mencionado: la índole bizca de la posición de sus ojos, y la forma de su boca. Indica la primera el conocimiento de la verdadera realidad; la segunda denota la facultad de iniciar la creación, dando posibilidad al ejercicio del poder divino. El hombre, pues, resulta ser para ellos, en esencial unión, el sabio de la verdad y el principio creador del universo. Este concepto humanista, que declara la magnitud de las obras olmecas… se trasmitió a las culturas mesoamericanas”. Si estudiamos la escultura prehispánica desde los olmecas que son los primeros (datan de 1200 años A.D.C.) hasta la azteca, hecha en víspera de la conquista, encontramos en todas ellas como elemento central el hombre; esto indica el sentido humanista de la cultura, pero hallamos, además una imagen que permanece en todos los ámbitos del territorio antiguo de México

durante los treinta siglos de cultura prehispánica: Tláloc (En náhuatl), la unión de un hombre con dos serpientes, y que en otras culturas recibe nombres distintos; Chac entre los mayas, Cocijo entre los zapotecas, Tajín entre los veracruzanos. De esta imagen, desde las primeras manifestaciones hasta las últimas, he tratado de investigar cuál es el significado. eEncontré un texto antiguo que la explica claramente: para mí los textos del siglo XVI que dan testimonio de nuestra cultura, pueden considerarse como verdaderos solo cuando haya abundantes imágenes plásticas que lo corroboren. El texto a que me refiero está en la Histoyre du Mechique; es un texto en francés del siglo XVI, traducido seguramente de otro en español, el cual a su vez debió serlo de otro en náhuatl; en él se explica cómo dos grandes dioses bajaron a un ente con forma humana a las aguas increadas; este ser antropomorfo tenía en las articulaciones ojos y colmillos de serpiente; al verlos, los dos dioses dijeron: “Hay necesidad de crear el universo”, y cada uno de ellos se transformó en una gran serpiente. Convertidos en reptiles llegaron hasta el ser con forma humana, lo tomaron entre ambos y lo oprimieron de tal manera que la partieron en dos.

Acabo de leer un trabajo de un investigador americano, Peter Furst, donde dice que las imágenes olmecas no son solo jaguares sino que están mezclados con imágenes de sapos…

Con una parte de él hicieron la tierra y con la otra construyeron el cielo. El momento en que las dos serpientes se unen con la forma humana para crear el universo, los dioses y el hombre alcanzan la suma del poder creador, que es lo que representa la imagen de Tláloc; en ella vemos el papel que según los antiguos mexicanos, desempeña el hombre en la construcción del universo: es el elemento que puede poner en acción el poder de los dioses para disponerlos a la creación; de tal manera, el hombre viene a ser el motor del poder divino en el acto de la creación. Por eso afirmo que la cultura es fundamentalmente humanista; el hombre en ella recibe las atribuciones de la máxima importancia en la creación universal y por tanto en su preservación. Hombres y serpientes es uno de los varios libros que ha escrito sobre estudios prehispánicos. ¿Cuál es el origen de ese interés? A mí modo de ver, lo único que los mexicanos tenemos como exclusivamente nuestro en la cultura, es el mundo prehispánico; todo lo demás o lo hemos tomado de otras partes o nos lo han impuesto; para empezar el idioma. Ahora bien; el mundo prehispánico ha sido desde el principio mal interpretado: por los frailes quienes para justificar la cristianización de nuestra cultura, la consideraron inferior y como obra del demonio; y por los soldados, a fin de solapar sus hechos sangrientos. La tendencia de dejar que los extranjeros califiquen lo nuestro, ha sido desde entonces permanente; son los eruditos alemanes, franceses o norteamericanos principalmente, quienes han venido a definirnos, y los mexicanos hemos tomado sus juicios como verdaderos y definitivos. He tratado de demostrar el error de estos juicios, y de proponer unos que se adapten más a la verdad. Para este fin no me baso indiscriminadamente en los textos


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Buscando quién me soy cuando soy este sabor labiodental, que sobrenada entre las redes del aroma; estos golpes de tacto en soñolientas aguas desembocando; quién me nace –póstumo ya– si la serpiente de música enjoyada quiebra el cascarón, y adelgazándose –sensual, bicéfala y exacta– cruza la puerta doble del oído.

Homenaje a Rubén Bonifaz Nuño

recopilados por los españoles, sino en las obras de arte de nuestras culturas antiguas, es decir: esculturas, pinturas y códices, en todo hecho antes de la conquista, porque allí no hay ninguna posibilidad de intervención de juicios extranjeros. A partir de las piezas que se han encontrado, busco el significado que tuvieron para quienes las elaboraron, y el que deben tener para nosotros que somos, en mucho, parte de las mismas personas que las crearon. Acabo de leer un trabajo de un investigador americano, Peter Furst, donde dice que las imágenes olmecas no son solo jaguares sino que están mezclados con imágenes de sapos; en el mismo sentido, Allison B. Kennedy, basándose para eso en que hay determinada especie de sapos que exudan sustancias sicotrópicas, tratan de decir, como otros varios, que nuestras culturas antiguas eran farmacodependientes; es decir que están convirtiendo en drogadictos a sus creadores. Esto resulta interesante, porque anteriormente decían que, por ejemplo, los olmecas creían en un dios jaguar, comparándolos con ciertas tribus

amazónicas; ahora los comparan más bien a los actuales neoyorkinos o californianos que no pueden prescindir de las drogas. Me opongo a que se juzgue a los prehispánicos, poseedores de una cultura, una moral perfectamente integrada, con los indios actuales, a quienes se les han hecho durante siglos todas las barbaridades que es posible hacerle a un hombre; Los han explotado, humillado, vencido. La actitud del indio actual no se debe equiparar a la de los de antes de la conquista. Aquellos eran libres en su propio universo. Los de hoy tienen cinco siglos de estar esclavizados dentro de su mismo universo. Cuando estudio las cosas del mundo prehispánico, lo hago en sus obras plásticas. Cuento solamente con lo que me digan estos objetos; además hay que tener en cuenta que por ejemplo, si de los aztecas existe información escrita, aunque falseada o como se quiera, de los olmecas no hay documento alguno. Los olmecas como otras grandes culturas nuestras, no tuvieron necesidad de la escritura; ellos sin alfabeto, plasmaron profundos conceptos metafísicos acerca del hombre y de la divinidad. Tenían nuestros Cárcamo de Tláloc

antiguos indígenas conocimientos de la medición del tiempo, de la astronomía, de la arquitectura: levantaron grandes ciudades lo mismo sobre el agua que encima de un lago, o recortaron la montaña o en medio de la selva o del pantano. Con todo eso, los especialistas describen nuestras culturas antiguas como primitivas: Tláloc, dicen ellos, era la divinidad de la lluvia porque los indios solo se preocupaban por venerar las fuerzas naturales que les iban a dar alimento material. ¿Cómo podríamos definir nuestra cultura? Tenemos una cultura de vencidos que nos ha sido impuesta; yo trato, por medio de mis estudios de reivindicar los valores humanos del mundo prehispánico, buscando su autenticidad con el propósito de dar conciencia de ellos a los mexicanos actuales. El sentido de mis trabajos sobre las culturas prehispánicas no es solamente per se, sino que se orienta a reconquistar la dignidad de nuestra gente, y quitarle a otros la facultad de colonización que desde 1521 hasta la fecha nos está abrumando.


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Libros-Libros

De cómo hacer política con (la) justicia Por Porfirio Romo

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erardo Laveaga dice que divide su vida profesional en dos labores que le apasionan: la práctica del derecho en su faceta de abogado y la escritura de obras literarias. Tal vez le faltó mencionar una tercera, que es una activa vida política con fuertes y amenazadas pretensiones. Su más reciente novela, Justicia, fue publicada a mediados del año pasado y es muy posible que su nombramiento como consejero del IFAI, elevado a consejero presidente hace apenas unas semanas, sea producto de sus habilidades políticas más que de su labor como abogado. Y es que hay casos, como el que ahora nos ocupa, en donde la vida del autor no puede desligarse de su obra.

Justicia es una novela que ofrece en sus primeras páginas ser un thriller ubicado en el México contemporáneo, que inicia con el descubrimiento del cadáver de una colegiala sobre la banca de un céntrico parque capitalino, justo cuando el jefe de gobierno se prepara para dar su informe anual de actividades. La chica, vestida con el uniforme típico de las estudiantes de secundaria, aparece con la leyenda “puta” pintada con lápiz labial sobre su blusa. El crimen se magnifica porque el parque está lleno de reporteros que cubren el informe del alto funcionario, que al ver la oportunidad de una nota escandalosa olvidan su propósito original y se van sobre el asesinato, que obviamente describen con sugerente malicia asumiendo que se trata de la obra de los enemigos políticos del jefe de gobierno. Sin embargo, el desarrollo de la obra no va por el lado policiaco que pretenda descifrar el crimen, es más, deja en claro que lo que menos les interesa a las autoridades es eso, de tal manera que una investigación en forma y el seguimiento de pistas propio de un thriller no es el hilo conductor del relato. En realidad, los elementos que nos hacen pensar en una novela policiaca funcionan solo como un recurso del autor para cautivar a sus lectores, como lo es el tópico de la leyenda pintada en la blusa de la adolescente muerta, pues aunque cumple con alguna función en el desenlace de la historia, no cubre las expectativas que despierta en un inicio. Lo importante para las autoridades es resolver cómo manejar el asunto ante la opinión pública, pues el prestigio de prominentes hombres públicos se pone en entredicho. Entonces la historia que parte de un asesinato se va a enredar en los pasillos de los edificios donde se imparte justicia y ese es el punto preciso al que el autor quiere llegar. Laveaga crea para esto personajes que pueden caber en dos arquetipos de abogados, ya sea que se trate de hombres honestos y comprometidos con la impartición de justicia, que son los menos y que suelen parecer demasiado artificiales, o los que abundan, egocéntricos, materialistas y siempre tendientes a buscar su beneficio personal anteponiéndolo a cualquier interés. Para ello va describiendo situaciones, y sobre todo, relaciones entre el poder político y aquellos que tendrían que actuar de manera imparcial, o ciegamente como lo ilustra la diosa Themis siempre con sus ojos vendados, cuando determinan el castigo o la absolución de algún implicado en hechos delictivos. La tesis que el autor presenta es precisamente esta, que prácticamente nadie actúa de manera objetiva y dentro de una interpretación razonable de la ley. Cada caso, desde el más in-

significante hasta el más gravoso, siempre tendrá una salida orientada por un poder que mueve los hilos atrás de la supuesta independencia de los juzgadores. Nada que nos sorprenda como lectores ante tal revelación, pues es sabido en todos los niveles sociales que así se conducen los miembros del poder judicial, ya por presiones de un poderoso o simplemente por una inercia que los lleva a sacar fallos que poco tienen que ver con la equidad. Quizá lo interesante en esta novela es la forma en que penetra la psicología de sus personajes, abogados en su mayoría, mostrando los resortes interiores que mueven a actuar de una y no de otra forma cuando se ven precisados a tomar decisiones. Muchas veces, situación en la que insiste el autor, enredados en la superficialidad de la forma, en la aplicación de códigos y leyes que favorezcan su causa, más allá de la esencia de lo que es verdaderamente justo. Para evidenciar tal situación, irrumpe en la novela un personaje femenino que habrá de convertirse en el alma de toda la trama, que enarbola la bandera de la justicia absoluta, que es capaz de criticar los desplantes ególatras de su propio novio porque ella es de una entereza diferente. Claro que nadie puede llevar este estandarte sin que tenga una base de ingenuidad, lo que hace que Emilia Miaja, tal es el nombre que la identifica, sea un personaje completamente contradictorio: por un lado es astuta y perspicaz, mientras que por otro es tan cándida que nunca advierte que su lucha está perdida desde antes de empezarla. Es ella quien pretende, por diversos giros del azar, que se haga justicia respecto al asesinato de la chica encontrada en el parque público en el peor momento; trata de desenmascarar la respuesta simplona y falsa de la procuraduría capitalina que dice que ya encontró al asesino, cuando lo que tiene es un chivo expiatorio, o un “pagador” como se le nombra en el oscuro lenguaje del hampa. Esa fue la respuesta inteligente que ofrece el procurador capitalino a una sociedad siempre incrédula de las investigaciones “fast track” (recuérdense los casos como el de Paco Stanley o los terroristas del 15 de septiembre en Morelia), que no obstante cubren un formalismo necesario para poder decir que se aplica la justicia. Un “pagador” es aquel que se confiesa culpable de un delito que nunca cometió a cambio de algo, y en el caso de nuestro relato es un enfermero sentenciado a 40 años de prisión por darle muerte asistida a su propia madre, quien consigue reducir su condena a la mitad al declarase como el asesino de la chica encontrada muerta, sin siquiera haberla conocido. En su ingenuidad abrumadora, Emilia cree

que es una tremenda injusticia que ese pobre hombre, del que desconoce todo, cumpla una sentencia que no le corresponde. Ella es asistente de un ministro de la suprema corte, cargo que obtiene por medio del nepotismo que ilustra la forma en que se recluta al personal en tan sensible área, y es tan ilusa como su jefe, que cree que el sistema judicial mexicano ha de progresar gradualmente hasta alcanzar un nivel digno. Por eso piensa que con su trabajo e influencia puede conseguir que se revierta el resultado amañado del procurador del Distrito Federal, un académico respetable que ha sido muy bueno en las teorías, pero a la hora de la cruda realidad resuelve tal y como le aconseja su pragmático jefe de la policía. Tanto los ministros, como los jueces y ministerios públicos, van a encarnar una maquinaria obesa e inoperante que supuestamente se encarga de hacer justicia entre los ciudadanos. Lo cierto es que siempre se ocupan de sí mismos más que de su verdadera función social; juicios, procedimientos y recursos van y vienen, como lo señala Laveaga, tratando de encontrar fallas en la forma, en los artículos y jurisprudencias aludidos, olvidando el origen que les da razón de ser. Y lo más importante, en toda la novela se insiste en la forma en que el poder judicial se doblega ante el poder político, siempre por encima de cualquier ley o idealismo que busque otorgar seguridad jurídica a los mexicanos. Dicho en otras palabras, el asesinato pasa al último lugar de la lista de intereses, primero se encuentra la pugna y medición de fuerzas entre el procurador y un importante senador de la República. Es curioso cómo el autor se encuentra actualmente atrapado en las propias redes que describe en su novela. Previamente se informó de muchos de los casos de la nota roja que agraviaron a la sociedad para ilustrar su relato. Ahí está la tragedia del News Divine, de la guardería ABC, del director de un penal que permite la fuga masiva de reos o del funcionario judicial que administró las fortunas de jueces que amasaron amparando giros negros. En todos los casos hay una respuesta pobre o simplemente se ha dado carpetazo a cualquier asunto escabroso. Las causas de estos y otros escándalos siempre quedarán oscuras

Dicho en otras palabras, el asesinato pasa al último lugar de la lista de intereses, primero se encuentra la pugna y medición de fuerzas entre el procurador y un importante senador de la República. para los habitantes que las padecen, directa o indirectamente. El trato que las autoridades nos dan a los ciudadanos es como si fuéramos subnormales. Aducen a fenómenos absurdos, como la emanación de gases por generación espontánea, el origen de explosiones que matan decenas de personas y derrumban edificios. Los casos se cierran como si todos quedáramos conformes con esas explicaciones. Lo mismo sucede con el movimiento de piezas en los organismos importantes del gobierno y la sociedad, alguien las mueve sin que sepamos el trasfondo que origina tal remoción, o despido de funcionarios. Asimismo se encuentra Laveaga en estos momentos, cuando su designación como presidente del IFAI pende de un hilo y de la decisión de los legisladores que han amenazado con remover a todos los consejeros. El hombre fuerte, el que manipula y tiene victorias políticas implacables en la novela Justicia, es un senador llamado Diego de Angoitia. ¿Cómo se llamará ese que amenaza con cortar las aspiraciones de Laveaga en su carrera política?


A Contracorriente El Mollete Literario

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Cosecha Roja

Algunas nubes por Mauricio Leyva

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lgunas Nubes es el título de una de las mejores novelas policiacas escritas por el mexicano Paco I. Taibo II en la que, el ingeniero y detective Héctor Belascoarán Shayne, se enfrenta a un caso estimulante en el cual: tres muertos, un hombre en el manicomio y una hermosa pelirroja moribunda en el hospital son, de entrada, el escalofriante marco de una historia de mafia y de poder. Le preguntó a la muchacha hundida en la cama mientras abría la puerta para que El Ángel y El Horrores entraran al cuarto.

Estructurado en trece capítulos, trece como el viernes en que asesinaron a los templarios, trece igual al número de la mala suerte, a cada uno de los capítulos le precede una frase que entraña un detalle o una pista de trascendencia para la obra como con la que inicia el capitulo primero: Si te conozco bien, que te presiento. Situado en una playa de Sinaloa en donde el mítico detective: “estaba sentado en una silla, bajo la última solitaria palmera, bebiendo una cerveza y limpiando de arena un montón de conchitas. De la palapa cercana donde un hombre lavaba vasos en una cubeta, salía la música de un bolero melcochón”; Belascoarán recibe la visita de su hermana Elisa quien luego de algunos días decide revelarle el motivo de su estancia. Este no es otro más que el peligroso y atractivo caso de Ana, una vieja amiga de Elisa a quien le asesinaron a su esposo luego de que balearan a su hermano y muriera su suegro de la impre-

En su peligroso periplo el detective tuerto encuentra pistas de difícil interpretación: “Mierda. Todo era complicado. Suficientemente complicado como para que la historia lo fuera encandilando, hipnotizando…

sión, quedando en estado de shock su cuñado el menor que se encontraba cuando estos hechos ocurrieron. Con huellas de dolor originales y personajes bien estructurados Paco Ignacio Taibo II, en esta novela cuya primera edición fue en diciembre de 1985, comienza desplegar su alto vuelo narrativo en una trama que se tensa como un arco de flecha. En ella se entreveran La Rata, cabecilla de la mafia con el que Belascoarán comparte un pasado en común; del mismo modo converge la policía corrupta a través del personaje del comandante Saavedra, espejo fiel de la corrupción del México de los setenta y por qué no decirlo, también del de hoy. El enriquecimiento ilícito por medio del lavado de dinero es otro de los ingredientes que ensalzan esta historia, al igual

que la imágenes contrastantes que, de tan contrastantes resultan hermosas como cuando Ana, internada es el hospital, recibe la visita de dos veteranos peleadores de lucha libre El Ángel y El horrores: “¿qué te parecen tu nanas? Le preguntó a la muchacha hundida en la cama mientras abría la puerta para que El Ángel y El Horrores entraran al cuarto. Estaban un poco cascadados, las cicatrices en el rostro hacían obvio que los dos luchadores habían tenido mejores tiempos, incluso su paso torpe, la dejadez de sus movimientos, hablaban claramente de que no había ring que los aceptara. Pero aún así, los rostros duros, los cuerpos que imponían por la mole, los músculos que se mostraban a través de las chamarras, las manos descomunales”. Ambos vigilantes son amigos de Belascoarán y quedan al cuidado de Ana mientras él sale a las calles a investigar. En su peligroso periplo el detective tuerto encuentra pistas de difícil interpretación: “Mierda. Todo era complicado. Suficientemente complicado como para que la historia lo fuera encandilando, hipnotizando, pero no le gustaba Anita muerta. Para arrancar necesitaba simpatías, y las necesitaba de alguien vivo. Ya se había hartado de amor por los cadáveres en otras historias”. A la trama principal le acompaña la sub trama de don Gaspar, quien sospecha de la infidelidad de su esposa y decide espiarla contratando los servicios de Belascoarán. En una de sus múltiples vueltas de tuerca, el detective Belascoarán sostiene un encuentro con el escritor Paco Ignacio Taibo II quien resulta ser personaje, también, de la misma historia. Así el alter ego de Taibo se conoce con su creador de un modo inusual, pero fascinante: “Debía tener la misma edad del detective, aunque se parecían poco. El escritor pesaba 78 kilos y le fastidiaba bastante que lo llamaran gordo, quizá porque no acaba de serlo. Midiendo menos de 1.70 con una buena mata de pelo que tendía a caerle sobre un ojo y que constantemente se quitaba de la frente; lentes dorados encima de una nariz larga que a su vez se apoyaba en un bigote poblado pero sin disciplina. Cuando abrió la puerta, tenía un vaso de cocacola en la mano y un cigarrillo en la otra que tuvo que ponerse en la boca para saludar”. Con esta mancuerna se completa el círculo de los personajes que han de vivir y morir en esta novela de algunas nubes, de pocas páginas, de profundas aguas y de vasto misterio. Unidos el detective y el escritor, enfrentan a los sicarios que pretenden matar al segundo y retan a La Rata dispuestos a llegar

al fondo del callejón de los encontronazos. Belascoarán, el tuerto que al bailar cojea y no van admitir en el equipo de gimnasia olímpica, al terminar la obra nos vuelve a sorprender y una última maniobra del escritor cambia el rumbo de sí mismo en su novela, y uno puede percibir a la Ciudad de México de otro manera, como un personaje vivo por cuyas entrañas de asfalto deambulan historias, escritores, quijotescos luchadores y doncellas pelirrojas que visten minifaldas y cantan como reinas.

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De periodista a escritor sin pasar por el Boom

En el diván con Huberto Batis 35 años después Huberto Batis

por Raúl Urbina

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e congratulo de haber tomado 20 minutos de clase con el maestro Huberto Batis en el salón 106 de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, luego de 35 años de conocernos de los cuales un cuarto de siglo lo pasamos en el viejo UnomásUno; él dirigiendo el suplemento Sábado –aunque el padre fue don Fernando Benitez y llevaba la batuta, mientras yo me encargaba del departamento de cables internacionales y años después reporteando y tomando fotografías.

La micro clase fue debido a una auto invitación para obsequiarle una colección del periódico El Mollete Literario. Afuera del salón de clases, estuve en espera de tomar los últimos 20 minutos de su clase, hasta que entró una alumna, momento que aproveche para ingresar. Las palabras del maestro Batis al verme fueron: ¡Hola, qué tal! Un saludo de mano y tomé asiento a su costado derecho. Reinició la clase dirigiéndose a mí; “les hablaba a los muchachos del pulque… y continuó con el análisis de las revistas Algarabia, Moho de Fadanelli y otras. Momentos después se abrió la puerta y una persona informó que se había acabado la clase… el maestro Batis, repreguntó ¿ya es hora?... Se levantó de su silla, tomó su bastón y salimos del salón. Avanzamos por el pasillo rumbo a la salida de la facultad. La plática fue breve, sobre El Mollete Literario y el libro Balance de Hemingway de George Bataille y Harry Levin, del que inicié una relectura, se lo mostré al maestro Batis y contesto: ¡muy bueno! Salimos del edificio y nos dirigimos hacia el estacionamiento, despedida breve. Al verlo, con su caminar lento no puede más que recordar el trabajo del maestro Batis en su oficina de aquel UnomásUno de don Manuel Becerra Acosta y de Luis Gutiérrez Rodríguez. En mi memoria evoqué aquella oficina que ocupó hasta el fatídico 30 de diciembre de 2012 –fecha en que se cerró para siempre, la historia y fuente de trabajo del UnomásUno–. Estaba ubicada en el primer piso del edificio de Corregio 12, a un costado de la sala de juntas. El cuarto no era de más de tres por tres metros, las paredes revestidas de tirol aplanado pintado de blanco, en la pared del lado sur dos pequeñas ventanas que daban a un cubo de aire, a su alrededor suplementos Sábado, encuadernados y apilados que se desbordaban hasta el suelo. Ahí en una mesa de trabajo, entre columnas de recortes de diarios viejos y libros, Batis discutía y recibía los trabajos de colaboradores y de cientos de personajes que pasaron por ese lugar; que de oficina no tenía ni asomo, por lo que en los pasillos le habíamos puesto “el nido de rata de Batis”. Las compañeras de limpieza poco podían hacer y solo limpiaban por “encimita”. Pero lo más significativo de ese lugar era un viejo sillón doble, de tela negra, al que Batis denominó “el diván”, En un tiempo le dio por hacer fotografías de los personajes que lo visitaban, con el fin de ilustrar las páginas del suplemento Sábado. En principio, las gráficas que tomaba no pasaban de ser de personajes conocidos y desconocidos, entre ellos hermosas mujeres –la gran pasión del maestro Batis–, y de un día para otro

comenzaron a aparecer fotografías “cachondas” con una mujer sentada en el diván, mostrando las piernas, leyendo el suplemento, con lo cual no se podía saber su identidad, ya que el suplemento cubría de la cintura hacia arriba, por lo que hasta la fecha muy pocos conocen la identidad de aquellas mujeres. Siempre estuvimos atentos de qué mujer visitaba a Batis y por la vestimenta, la ubicábamos al ver publicada su foto en “El Diván de Sábado”, que así terminó llamándose el espacio. Sabíamos del interés de los lectores del suplemento, pero ellos podían esperar hasta que saliera a la venta. Nosotros buscábamos el adelanto en el departamento de formación. Bellas damas pasaron y posaron por “El Diván de Sábado”. Hubo otras mujeres de las que sí conocimos su identidad. Entre ellas Gloria Trevi, en los inicios de su carrera, pasó y se sentó en el diván y en la mesa de trabajo de Batis. Realizó unos dibujos que se publicaron en el suplemento. Otra fue Bibi Gaytán, que también pasó por el diván y durante mucho tiempo Batis tuvo en su oficina una réplica en cartón a tamaño natural. Si no mal recuerdo, la fotografía mostraba a la cantante en hot pants. Y por qué no recordar las ilustraciones de Héctor de la Garza (EKO) de aquella serie de viñetas de la escultural “Denisse”, que se publicaban en Sábado y que en las primeras publicaciones de la serie, algunos lectores cancelaron sus suscripciones y pedían la cabeza de Eko, porque consideraron obscena una viñeta en la que Denisse tenía un enorme clavo en la vagina. Contra viento y marea, el Batis defendió el derecho a publicarlas. Pero realmente quién ha sido el maestro Huberto Batis Martínez. Sus biógrafos señalan que es originario de Guadalajara, donde nació el 29 de septiembre de 1934. Durante más de 50 años ha vivido un romance con las letras, ya sea como escritor, crítico, ensayista o catedrático. Y a lo largo de más de medio siglo ha demostrado una fidelidad innegable por el mundo cultural mexicano. En la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, hizo la maestría en Lengua y Literatura Hispánicas, de la cual es catedrático desde hace más de 48 años. Ha sido cofundador de la revista literaria Cuadernos de Viento, en donde publicó obra de casi toda la Generación de Medio Siglo. Ha colaborado intensamente en publicaciones literarias como La Revista de Bellas Artes, fundador del periódico UnomásUno y su suplemento literario Sabado, así como en la revista Siempre! Ha desarrollado una incansable labor como editor, investigador en instituciones como El Colegio de México y el Centro de Estudios Literarios de la UNAM. Fue coordinador de los Cuadernos de Poesía de la UNAM y encargado del Taller de Ensayo de la Dirección de Literatura del Instituto Nacional de Bellas Artes. Como editor es reconocido como uno de los más relevantes descubridores de nuevos talentos. Ha marcado un estilo editorial

por su inclinación hacia lo innovador e irreverente, así como por abrir foros de discusión libres de censura. En diciembre de 2009, el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (CONACULTA) le otorgo la Medalla de Oro de Bellas Artes, como un reconocimiento a su labor y aportes a la cultura nacional. En una entrevista realizada a Batis, por Gilberto Blancarte, con motivo de la entrega de la Medalla de Oro de Bellas Artes, señaló lo que significaba recibir el reconocimiento: “Me siento muy alegre porque es un reconocimiento a un trabajo de 50 años. Lo recibo representando a una generación que ya ha desaparecido. Confieso que no lo esperaba porque generalmente lo que está triunfando es otro tipo de intereses. Así que para mí fue realmente una sorpresa que me da mucho gusto, pero al mismo tiempo una pena porque no están vivos los que me acompañaron para hacer lo que hice” –¿Le entusiasma que llegue en este momento la medalla? “Me da ánimos porque estoy enfermo y tomando un receso. Todos mis amigos estuvieron enfermos menos yo. Decían que no estaba enfermo pero sí loco. Ahora me tocó a mí enfermarme. Ahora me siento contento por el reconocimiento y quiero compartirlo con mis alumnos y con mis amigos”. Al preguntarle sobre cuál ha sido la mayor satisfacción que ha tenido a lo largo de su carrera el maestro Batis respondió: “haber publicado a tantos autores que ahora brillan por todas partes. Mi enorme gozo es ver a mis alumnos triunfar”. En cuanto a los recuerdos negativos de su andar por más de medio siglo por las letras, señala que: “Es muy doloroso tener hijos –refiriéndose a sus pupilos– y verlos partir. Duele ver cómo de una revista de jóvenes se iban a una mayor. Recuerdo que Octavio Paz se dedicaba a robarme a mis escritores jóvenes destacados; se los llevaba a la revista Vuelta y les pagaba muy bien”. Al preguntarle si pudiera cambiar algo de su medio siglo de vida dedicado al mundo literario, manifestó: “Creo que me hubiera gustado dedicarle más tiempo a escribir yo mismo, porque al final eso es lo que yo quería hacer, pero como faltaban editores me tuve que ganar la vida corrigiendo pruebas en las imprentas y luego haciendo revistas y suplementos, sin tiempo para publicar yo. En la cabeza traigo muchas novelas y cuentos que escribiré”. La entrevista finaliza con su opinión sobre cuál ha sido la mejor enseñanza que le ha dado a sus alumnos, reafirmando lo que a lo largo de su medio siglo de vida académica ha pregonado en las aulas y fuera de ellas mismas: “Que sean libres y que no se dejen someter por los caciques culturales que están por todas partes. He procurado que convivan todos, elitistas y populacheros, en el mundo de las letras. Me deja gran satisfacción el ser docente porque muchos alumnos han destacado en distintos rubros”.


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Fragmento

La invencible por Vicente Quirarte

A

manece en el sur de la Ciudad de México este primer domingo de enero de 2010. No obstante desequilibrios planetarios, la primavera domina casi todo el año la cuenca de México. Un frío acendrado e imprevisto compensa sus rigores al acentuar las formas sinuosas de la Mujer Dormida, el cono sobrio y viril del Popocatépetl. Precariamente teñidos por el sol, los volcanes flotan en el aire, dibujados con lápiz bien templado. Comienza el día en Ciudad Universitaria. Cantan los primeros pájaros.

Así lo hicieron cuando el magma surgido de las entrañas del Xitle, tras clausurar todo indicio de existencia, dio paso al enfriamiento y al paulatino, irrefrenable impulso de la vida. Desperezan sus músculos tlacuaches endémicos y dan inicio a su diaria búsqueda de sustento. Cobran movimiento que de otra manera ya tienen serpientes y jaguares: animales de una estirpe que no duerme y a través de la mano del escultor que les dio vida realizan trabajo centinela. En este día de asueto y a esta hora de la mañana, la Universidad respira en apariencia solo a través de sus edificios y sus campos, su estadio y sus banderas. Mañana palpitará con quienes le dan plena existencia. Existen varios puentes en Ciudad Universitaria. Para mí, uno es el puente. Debido a sus delgadas planchas de acero, se cimbra, suena, habla como si respondiera al vigor de los pasos que lo tocan. Hoy comienza el año en que cumpliré la edad que mi padre tenía al morir. Es domingo y el puente, todo para mí. Lo cruzo con músculos, corazón y aliento que aún quieren sonar en la sinfonía del mundo aunque no tengan la fuerza, el brillo, la flexibilidad de antes. Ahora que todo es más intenso. Durante mucho tiempo lo evadí. Más poderoso que la pena, el dolor fue mitigándose para darme otra vez la convicción de que los puentes nacen para modificar el tiempo y el espacio. Ahora paso por él siempre que puedo y lo celebro inundado de estudiantes que hacen del presente arma invencible. Aquí estuvo mi padre los últimos momentos de su vida. Sentado a la orilla, con un lápiz en la mano. Puedo afirmarlo así porque mi amigo Carlos Pujalte coincidió en el lugar de los hechos, sin saber que ese hombre, en un sitio y una actitud desconcertantes, era mi padre. Un lápiz en la mano. ¿Qué sucedió con él? ¿Quién lo rescató y lo siguió utilizando? ¿Y el portafolios que siempre lo acompañaba como fiel escudero? Mi padre venía de dar clase en la Facultad de Filosofía y Letras y quiso caer en su campo de batalla, dentro de los límites de la Universidad. Carlos acostumbraba correr a mediodía. Como parte del paisaje vio a un hombre sentado en el puente. De pronto dejó de verlo. No lo vio caer pero sí vio al caído. Ayuda saber que en me­ dio de los curiosos desconocidos que comenzaron a agolparse alrededor, el gran corazón de Carlos, que por razones naturales debe de haber palpitado más que nunca, acompañaba al de mi padre, que paulatinamente se apagaba. Y así como Roberto Moreno de los Arcos, joven director del Instituto de Investigaciones

¿Qué libro llevaba? ¿ Qué se dice a un grupo de alumnos cuando el siguiente acto de la vida va a ser acabar con ella? Una de las lecturas reincidentes de mi padre era el cuento de Alphonse Daudet en que un profesor de francés, durante la ocupación prusiana de 1871, dice a sus estudiantes que por determinación de los invasores solo se enseñará el idioma alemán en las escuelas de Alsacia y Lorena. Por tanto, ha sido removido de su puesto y esa será la última clase. Al final de ella, cuando escucha a los prusianos volver de sus ejercicios militares, en el pizarrón escribe Vive la France. La voz narrativa es articulada por un alumno que llega tarde a clase y nunca antes había aprovechado las lecciones del profesor que durante cuarenta años se afanó en demostrar que el francés era la lengua más hermosa del mundo -patrimonio, orgullo, identidad de patria-porque, explicaba monsieur Hamel, Históricas, fue la última persona cercana que habló con él mientras las jacarandas proclamaban como en ninguna otra parte de nuestra ciudad la inminente primavera, Carlos pudo decirme que papá no murió instantáneamente: jalaba con ansia todo el aire. Para que la insoportable vida alcanzara su fin en notas altas. Para que la extraordinaria vida no se fuera. And I only am escaped alone to tell thee, exclama el Ismael de Herman Melville al final de Moby Dick, con palabras del Libro de Job. No solo porque yo no estaba en México cuando los seres más próximos a la familia comenzaron a hablar, con piadoso y bien intencionado eufemismo, del accidente que había sufrido el maestro Quirarte, me obsesioné por reconstruir cada momento de su estar en el mundo. La mañana en que juntos fuimos a visitar el sitio, Carlos me explicó dónde estaba sentado papá, las ramas que había roto su cuerpo, la forma en que había calculado caer para no hacerlo encima de un automóvil o debajo de sus ruedas. Para no interrumpir el tránsito. Para no estropear el ritmo de terceros. Para que la vida continuara y labor exclusiva de su tribu fuera que­darse a descifrar lo indescifrable.

De pronto dejó de verlo. No lo vio caer pero sí vio al caído. Ayuda saber que en me­dio de los curiosos desconocidos que comenzaron a agolparse alrededor, el gran corazón de Carlos, que por razones naturales debe de haber palpitado más que nunca, acompañaba al de mi padre, que paulatinamente se apagaba.

«cuando un pueblo cae en la esclavitud, si conserva bien la lengua propia, es como si tuviera la llave de la prisión». Después de dar esa que fue su última clase, ¿tenía mi padre el saco puesto o se lo había quitado para aliviar el calor? No se lo pregunté a Carlos y solo ahora aparece la pregunta. Cuando llega el momento decisivo, no obstante el trastorno que acompaña la separación del ritmo natural de la existencia, hay un apego al ritual que sitúa en un mismo pentagrama a príncipe y mendigo: el último lento y abundante desayuno de Maximiliano, la postrera copa de vino a las seis de la mañana, antes de ser fusilado en Querétaro. El personaje evocado por George Orwell que, descalzo y con taparrabos, tiene la elegancia instintiva de esquivar un charco cuando se dirige al sitio de su ejecución. Los puentes y los angustiados. Extraña, inevitable pareja. Los auténticos vencidos no se salvan. Los enamorados a veces lo consiguen. Voraces como nadie, el amor los parte con un rayo seco y les otorga la posibilidad de la resurrección. Los otros se arrojan seguros de llevar un ancla al cuello. Quien evade a la Parca desquicia las agujas del cuadrante: su tiempo no ha llegado. Únicamente el samurai que se hunde su obediente acero, altivo y fulgurante como nunca, es señor de la vida y de la muerte.

*Fragmento de La Invencible de Vicente Quirarte, Editorial Joaquín Mortiz. Vicente Quirarte

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Diccionario

Tartamudo

balbus

Por Mauricio Carrera

T

artamudear es empezar y cortar una palabra por miedo o por un impedimento del habla. Tartamudear es como tener una metralleta en la boca y disparar palabras de manera atropellada e intermitente. Tartamudear es sufrir la burla equiparable a la del cojo o a la del gangoso. Tartamudear es creer que hablar en público es la mayor de las vergüenzas y que un micrófono es un monstruo visible solo para el que tartamudea. Se trata de “un trastorno de la fonación que se manifiesta por la repetición de ciertas sílabas o por bloqueos durante la emisión de la palabra”. El tartamudo “habla con pronunciación entrecortada y repitiendo las sílabas o sonidos”. Los pedantes le llaman disfemia. Es un padecimiento sexista que afecta cuatro veces más a los hombres que a las mujeres.

Aristóteles padeció de tartamudez y le dio el nombre de ischnophonoi, que Galeno interpretó como “voz débil”. Hipócrates la llamó trauloi. Demóstenes, el gran orador del mundo griego, fue tartamudo. Lo venció mediante diversos procedimientos, como gritar al rayo del sol y hablar con la boca llena de guijarros. Otro Demóstenes famoso, el de Don Gato y su pandilla, también tartamudeaba. Y era de color naranja. Los romanos se referían a este trastorno como balbus y taratasa. De la primera proviene “balbucear” y de la segunda “tartamudear”, si bien en su acepción original esta última sólo ocurría cuando la tartamudez era debida a algún problema físico que impedía pronunciar de manera correcta los sonidos. El emperador Claudius era tartamudo. Su tartamudeo era tan evidente que desde la infancia sus amigos se burlaban de él llamándolo: “Cla-cla-cla-claudius”. En la serie de televisión, basada en la obra Yo, Claudio, de Robert Graves, el actor Derek Jacobi, que lo interpreta, también tartamudea, para darle un mayor realismo a su personaje. Los romanos y los griegos eran expertos en señalar algún defecto físico, mismo que terminaba siendo el nombre de quien lo padecía. De esta forma Platón fue llamado así por ser ancho de espaldas, Scaurus por tener los pies chuecos y Cicerón por su nariz como garbanzo. Existía una familia Balbus, por lo que probablemente su patriarca balbuceaba o tartamudeaba. Para 1280 la palabra tartamudo aparece en la Historia general de Alfonso X el Sabio. Quevedo, en lugar de decir tartamudear, decía “tartalear”. Cervantes, por su parte, habla de “el tartamudo paso” en alguno de sus textos. El autor del Persiles, por cierto, sufrió de cierto grado de tartamudez o por lo menos así se infiere del prólogo a sus Novelas ejemplares, donde afirma: “…será forzoso valerme por mi pico que, aunque tartamudo, no lo será para decir verdades”. Sus problemas de tartamudeo comenzaron de niño, en Córdoba, cuando aprendió a leer, por lo que algunos señalan que, más que llamarlo “el manco de Lepanto”, había que llamarlo “el tartamudo de Lepanto”. Tartajoso

trauloi Demóstenes

taratasa o tartamudo fue toda su vida, según afirman algunos estudiosos. En otra obra se refiere a su tartamudeo de la siguiente manera: “mi lengua balbuciente y casi muda…” Francisco de Rojas, el autor de la Celestina, se refiere así a uno de sus personajes, que era tartamudo: “Nunca entabla/ lenguaje disparatado;/ antes, por hablar cortado, corta todo lo hablado”. Charles Darwin, William Somerset Maugham y Winston Churchill fueron tartamudos. También Lewis Carroll. El autor de Alicia en el país de las maravillas no pudo ordenarse sacerdote debido a su tartamudez. Escribió un poema al respecto: “Aprendan bien a escribir y nunca a balbucir, escriban bien y limpiamente, y canten suave y dulcemente, beban café y no té; por supuesto, nada de dulces; come pan con mantequilla y no tartamudees”. Otro tartamudo famoso lo fue el rey Jorge VI de Inglaterra. En 2010 se filmó El discurso del rey, del director Tom Hopper. Colin Firth interpreta a este monarca, quien sufría de tartamudez. Su padre, el rey Jorge V, lo humillaba y reprendía por tartamudear. Le gritaba: “¡Acaba de decir lo que sea! ¡Saca las palabras de la boca y no te demores más!”. Era incapaz de hablar bien frente a otras personas y mucho menos de ofrecer un discurso ante un público o a través de la radio. Tartamudeaba y tartamudeaba, nervioso y balbuciente. Por lo mismo, era tímido y apocado. También, fácilmente irascible, pues le enojaba cargar con el peso de ese defecto. En la película, su esposa, interpretada por Helena Bonham-Carter, lo lleva con un especialista de origen australiano que antes había sido actor, mister Lionel Logue, encarnado por Geoffrey Rush. Es gracias a este apoyo que Bertie, como le decían de cariño, una vez que se convierte en rey debido a la abdicación de su hermano Eduardo VIII (quien coqueteaba con el nazismo) puede ofrecer un discurso por radio, sin casi tartamudear, en el que anuncia la declaración de guerra contra Alemania. Hay otro tartamudo importante: Porky Pig. Nacido el 2 de marzo de 1935, fruto de la inspiración de Friz Freleng (el mismo de la Pantera Rosa), su tan característica tartamudez nació debido a que el primer actor que hizo su voz, Joe Dougherty, se ponía nervioso y balbuceaba. Este actor fue sustituido por Mel Blanc, quien aprovechó lo del tartamudeo para darle un carácter más simpático al cerdito de la Warner Brothers, quien así se despedía tras cada programa: “Eso-es… Eso-es… Eso-es… To… To…Todo… Amigos…” Ana María Matute, Premio Cervantes 2010, fue tartamuda. Su madre contribuyó a ello, severa y anticuada como era. La autora de Los soldados lloran de noche y Paraíso inhabitado, le tenía terror. “Cuando oía sus tacones por el pasillo y su voz diciendo: ¡Ana María!, me echaba a temblar. El terror iba acompañado de

isch-nophonoi

tal angustia que me originó tartamudez”. Sufrió el escarnio de sus compañeras de escuela por su imposibilidad de hablar bien. Se le quitó con la guerra. “Un buen bombardeo lo quita todo”. En ciertas tribus de África se cree que un niño es tartamudo porque se le dejó solo en la lluvia o porque no se informó a los dioses de su nacimiento. En Burkina Fasso la tartamudez es producto de comer grillos antes de los dos años de edad y al suroeste de Camerún porque se ofendió al Dios de las Lenguas. El tartamudeo se cura moliendo un nido de búho y dándole el polvo al niño durante su desayuno o poniéndole excremento de elefante debajo de la lengua. Otro remedio consiste en beber agua de mar con la ayuda de una concha de caracol. En Islandia existe la creencia de que un bebé nacerá tartamudo si durante su embarazo la mamá bebe agua de un recipiente roto. En algunas regiones de México se recomienda como remedio contra la tartamudez colocar un insecto, de preferencia una chicharra, en la boca. Durante algún tiempo se creyó que la tartamudez se originaba al forzar a un zurdo a ser derecho. Como quiera que sea, se trata de un estigma ante el que se recomiendan toda clase de remedios. El tartamudo es vulnerable a las consejas populares y a la broma burda. Le sirve al niño cruel (y todos lo son) para burlarse. Comparte su destino de mofa con el cuatrojos y el mión. El tartamudo daría su reino por no hablar de manera tan estropeada, con trabas y obstáculos, cual si se tratara de una carrera de articulación verbal con vallas. Por las noches, a su ángel de la guarda, le promete portarse bien si le concede el don de la fluidez. Su infierno es esa oralidad alrevesada que lo avergüenza; su cielo, el triunfo de la oratoria más clara, convincente, encendida y admirada.


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A Contracorriente

La poesía, ¿territorio de lo “el hombre le sirve a la femenino? mujer y el poeta a la Por Óscar Wong

L

a presencia femenina es capital para la humanidad. Y la historia lo demuestra. Madre de familia, hija, Musa o Creadora, la mujer se concibe como el centro del mundo. Su figura e importancia data desde el Paleolítico, cuando las sociedades tribales adoraban a una Diosa Madre y cuyas sacerdotisas eran, obviamente, mujeres. Los orígenes de la humanidad, según Johan Jacob Bachofen (1815-1887) no se explican sin El derecho materno, signo y supremacía de la mujer, aunque posteriormente los críticos manejaron el término matriarcado. Bachofen parte de dos principios: el femenino (representado por Isis) y el masculino (cuya manifestación es Osiris) y dos tipos de maternidad: el heterismo de Afrodita, con hijos “sembrados al azar”, puesto que aún no existe la monogamia y, previamente, los ritos de fecundidad dedicados a la Diosa Madre.

En la Edad Media, por ejemplo, hubo reinas que modificaron su entorno, figuras femeninas que, en un momento dado, han servido de modelo, como Eleanor de Aquitania (madre de Ricardo Corazón de León y de María de Aragón), quien incluso modificó el tablero de ajedrez, con la reina moviéndose para todos lados (y retirando al par de reyes originales); es sabido que también hubo juglaresas relevantes. Guillaume de Poiter, el primer trovador, indicaba: “La mujer que inspira amor, es una diosa, y merece culto como tal”. Y Robert Graves, en La diosa blanca, precisa: el hombre le sirve a la mujer y el poeta a la Musa. Durante el renacimiento, las beguinas iniciaron movimientos feministas de importancia, generando casas de asistencia donde se enseñaban diversos oficios a las mujeres y asumiendo funciones de teólogas, frente al escándalo de los religiosos varones. De acuerdo con la Dra. Jean Franco el desarrollo del discurso de la Iglesia judeocristiana, adaptado por los liberales en México –la mujer escolarizada para ser modelo de virtud y madre ejemplar, no precisamente para independizarse– se modifica aparentemente en el discurso de Estado como expresión de poder. En los 60, nuevas instituciones compiten con la nación y la religión por el poder interpretativo. Los medios de comunicación subvierten en algunas instancias los ideales nacionales, con aspectos emancipatorio, como se observó durante 1968, con el movimiento estudiantil. A lo largo del libro, la autora inglesa demuestra que la evolución de nuestro paós debe observarse a partir de las transiciones violentas del Imperio Azteca hasta la Nueva España (1510-siglo XVII), desde la

Musa” No es que exista una sensibilidad femenina, no, sino que ésta ha sido el producto histórico de la limitación y programación pedagógica de la mujer”

Época Colonial hasta el México Emancipado de la Corona Española (siglo XVIII-siglo XIX) hasta el México Independiente, y del México Insurrecto (1812-1910), así como desde el México Revolucionario “Mesiánico”, hasta la modernización (19101999), siempre con la presencia de la mujer, comenzando con Leona Vicario y la Corregidora doña Josefa Ortiz de Domínguez hasta llegar a Frida Kahlo, Ángeles Mastretta y a Rosario Castellanos, por ejemplo (Cf. Jean Franco, Las conspiradoras. La representación de la mujer en México, 1994). En virtud de lo anterior, es válido reflexionar sobre el papel de la mujer en la poesía: ¿es, en verdad territorio de lo femenino? Se parte, desde luego, de que la sabiduría, muchas veces, es intuitiva puesto que la poesía habla a la imaginación. La palabra se impone en todo su espesor, prevalece con todas sus asociaciones y despoja a las cosas, al mundo, de su silencio. La palabra también es mutismo, soledad sonora, como diría el santo poeta. Pese a todo, la interrogante surge de inmediato: ¿existe la poesía femenina en México o sólo debe asumirse como la expresión lírica escrita por mujeres? Héctor Valdés en su libro Poetisas mexicanas. Siglo XX (UNAM, Méx., 1976), que pretende ser la culminación del estudio de José Ma. Vigil (Poetisas mexicanas. Siglos XVI, XVII, XVIII y XIX, Méx., 1893), no revela ningún concepto esclarecedor: simplemente se concreta a enumerar la producción de las mujeres mexicanas. Subraya que en el siglo XIX no hay ninguna poetisa representativa, aunque al finalizar el siglo nace María Enriqueta Jaramillo de Pereira, la cual destacará en los primeros lustros del nuestro, a la par de otras menos conocidas. Enrique Jaramillo Levi, en 125 mujeres en la poesía mexicana del siglo XX (Promexa Edit., Méx., 981), tampoco da una respuesta específica. De hecho no considera el concepto de “poesía femenina”, aun cuando señale algunos rasgos pertinentes en la expresión de las señoras, tales como el lenguaje intimista, el amor (para celebrarlo o lamentarlo), lo místico-religioso y, desde luego, la problemática social. El crítico panameño señala que, “aunque empieza a manifestarse una efervescencia <<feminista>> entre ciertos núcleos femeninos de la población en México y en algunos otros países latinoamericanos, todavía no se da una <<poesía feminista>> estéticamente realizada que acompañe y exprese estas inquietudes” (Op. cit). Por otra parte, Isabel Fraire manifiesta lo siguiente: “La <<sensibilidad femenina>>, existe sólo cuando la mujer trata de adaptarse a un cartabón social (el amor, la ternura, la abnegación, la dulzura, es esperada hipersensibilidad). Cuando una mujer asume su temática, lo que significa ser mujer, como es el caso de Sylvia Plath, entonces hay una diferencia con la temática del hombre, claro. Pero en estos casos la sensibilidad es todo lo contrario de lo que se supone femenino: es violen-

ta, amarga, rencorosa, cerebral, dura. Así es la obra de Sylvia Plath. No es que exista una <<sensibilidad femenina>>, no, sino que ésta ha sido el producto histórico de la limitación y programación pedagógica de la mujer” (Cf. Enrique Jaramillo Levi, “Isabel Fraire: un gesto que converge en la poesía. Entrevista con Isabel Fraire”, Casa del tiempo, No. 9, Méx., mayo de 1981). La reflexión de Fraire es importante, pues determina que la humanidad es reflejada en la mujer –incluso a través de la amarga contradicción–: las pasiones y sentimientos son, de hecho, asexuales; cuando son expresadas por el hombre, la perspectiva es masculina y cuando es por la mujer, la óptica es femenina. En el arte, como en cualesquiera situaciones, se debe hablar de Humanidad. “En la medida en que la mujer es honesta, se brinca la barrera de lo que se supone es su sensibilidad, y entonces te da cosas como la lucidez, la violencia, la franqueza. Se trata más bien de una manera más informada y consciente de abordar la temática de la mujer, y no de una sensibilidad especial. Las novelas de la señora Elizabeth Gaskell, inglesa, son importantísimos ejemplos de lucidez, igual que las de Virginia Wolf y la obra de Sor Juana. Otro ejemplo sería el de Emily Brontë con Cumbres borrascosas. Lo que ocurre es que hay seres sensibles que son mujeres” (Op. cit., ib.). Con una inteligencia insuperable, incluso en el ámbito de las letras mexicanas, Rosario Castellanos es un modelo a

La palabra también es mutismo, soledad sonora, como diría el santo poeta. Pese a todo, la interrogante surge de inmediato: ¿existe la poesía femenina en México o sólo debe asumirse como la expresión lírica escrita por mujeres? seguir: abordó todos los géneros literarios y no desestimó la cátedra ni el periodismo para dar cauce a su preocupación fundamental: oficiar en el altar del conocimiento. Como poeta, desde Apuntes para una declaración de fe (1948) hasta la compilación de su obra Poesía no eres tú (1972) supo enfrentar su vocación con entereza, superando la confesión personal, las particularidades intimistas. Por supuesto que tuvo conciencia de su mestizaje, de la raigambre cultural de una raza vencida, con la consiguiente madurez y profundidad de sus poemas. El desamparo, la pérdida del amor, también potencializan a sus poemas, dándole una gravedad característica. Pero es en su poema Lamentación de Dido cuando su voz se constituye en un flagelo reflexivo que adquiere el rango de oráculo. A través de sus versículos, esta sacerdotisa de la Palabra oficia su ritual. Persiste la fuerza dramática, la liturgia, a través de heptasílabos y alejandrinos. La angustia y la zozobra vitalizan esta revelación álmica, sagrada.

http://poesiadewong.blogspot.com


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Espiral

Las sonatas de Beethoven Por Amadeo Estrada

A

“... y empecé a hacer un Tratado para ver si reducía a mayor facilidad las reglas que andan escritas. En él, si mal no recuerdo, me parece que decía que es una línea espiral, y no un círculo, la Armonía; y por razón de su forma revuelta sobre sí misma, lo intitulé Caracol, porque esa revuelta hacía.”

lo largo de la historia de la música ha habido, por una parte, obras de clara extroversión, hechas expresamente para conciertos, celebraciones incluso, y por otra, trabajos de eminente intimismo. Esta sencilla diferencia establece caracteres muy distintos entre las obras dirigidas a un gran público y los que subyacen, entre tantas otras, en las suites para cello de Bach, la música para viola da gamba de Sainte-Colombe, los lieder de Schumann, o las que aquí nos atañen: las sonatas para piano de Beethoven. El género de la sonata, como se conoció desde los tiempos de Mozart hasta principios del siglo XX, comienza a finales del período barroco y se consolida con Haydn, a su vez profesor de Beethoven, cuyas más de 62 sonatas para teclado son el germen de lo que más adelante desarrollaran Mozart y Beethoven.

Estas sonatas tempranas, muy disímiles entre sí, están escritas en un riguroso estilo clásico que las relaciona estrechamente, como con Mozart, quien refinaría ese estilo en un nivel inusitado que, en sus 18 sonatas para fortepiano, muestra una serie de obras únicas, con un carácter muy distinto en cada una, en donde el interés individual parece ser autosuficiente, como ya sucedía con Haydn y, después, con Schubert, Schumann o Chopin, entre otros. El caso de Beethoven es distinto y constituye un parteaguas singular en la historia de la música; en sus 32 sonatas para piano, a diferencia de las de Mozart, o de las de Haydn, de las tres de Brahms o de las 21 de Schubert, por ejemplo, yace una atractiva cohesión, comunicación entre cada una, además del interés y cohesión que poseen en lo individual. Así, dos coherencias destacan en estas obras: la interna, esa cohesión propia del carácter de cada sonata a través de sus distintos motivos, temas, desarrollos, movimientos, y esa coherencia externa que convierte a las 32 en un ciclo completo. La coherencia interna es tan intensa que, incluso el tema de un movimiento es a menudo el germen del siguiente, lo cual permea el tono general de la obra. Parecería una contradicción que, siendo una colección de obras cohesionadas, las 32 sonatas de Beethoven sean mucho más distintas entre sí que los conjuntos de sonatas de los autores arriba mencionados. Sin poder señalar fronteras exactas entre las sonatas de Beethoven, las primeras están escritas en el estilo clásico, las intermedias muestran una evolución hacia el romanticismo y las últimas avanzan de lo romántico en dirección del siglo XX–. ¿Qué paradigma las une? El terreno de la música requiere también abordarse desde evaluaciones subjetivas para

Sor Juana Inés de la Cruz Romance XXI

entender que todo en este ciclo ocurre dentro de una expresión eminentemente íntima, cuyo mismo carácter de exploración filosófica, avezada y de riesgo lleva la forma sonata al extremo. Resulta sorprendente que estas obras interpretadas sin cesar desde su creación hasta nuestros días, donde cualesquiera de ellas son con frecuencia la obra principal de un concierto, no parecen haber sido hechas para el ámbito público, en el que tanto seducen, sino que dan la impresión de ser una ventana que abre el compositor hacia su mundo privado, mismo que no pierde al mostrarse un ápice de introspección ni de individualidad. Todo esto contrasta con las sinfonías o conciertos del mismo autor, obras extrovertidas e incluso dirigidas a la sociedad, con un sentido de organización de masas o también de una exageración acaso necesaria si se advierte el carácter afirmativo que las caracteriza. En sus sonatas escritas para dos instrumentos, violín, cello o corno, todas con piano,

hay también un carácter intimista, aunque en dichas obras es obligada la extroversión del diálogo entrambos. Llama la atención el ciclo de las 32 sonatas al no haber obras menores y al conformar un conjunto de búsquedas nuevas e insólitas que constituye un diario privado; todo aquel


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Ludwig van Beethoven

que quiera escucharlo, o incluso observarlo, puede acercarse al proceso que siguen sus indagaciones. Por ejemplo, en el primer movimiento de La tempestad busca un camino por dónde seguir el tema, lo examina con arpegios ascendentes en diferentes tonos hasta encontrar, después de varios intentos, el punto en el que continúa la obra. Beethoven no nos muestra el material acabado y perfecto, sino que desea dejar a la vista el proceso, el “cómo se hace”. Resalta aquí la idea de imperfección si se observa que entre los intereses de Beethoven destaca su relación con la esencia de la naturaleza, en él imperfecta, catastrófica, una noción que en biología surge décadas después con Darwin. Los temas que le atraen son diversos y contrastantes entre sí como el riesgo –por ejemplo, la Patética–, la naturaleza, los remolinos –la Appassionata–, la divagación, la contemplación –Claro de Luna–, la efervescencia física –tercer movimiento de Claro de Luna– o el pensamiento mismo. ¿Acaso no es el inicio de la Waldstein el sonar repetitivo de la obsesión? A pesar de estar Beethoven profundamente ligado a las emociones y de ser el primer compositor del romanticismo en música, cuyo centro es el fondo emotivo y el interés por la naturaleza –algo que induce a algunos a darles nombres a algunas de sus sonatas–, aun si sus sonatas contienen ira, arrojo, contemplación, acaso angustia, no parecieran ligarse necesariamente a categorías tales como la alegría o la tristeza. Si hay drama, es diferente del que resonaría en Mozart o en Schubert. El ciclo de las sonatas beethovenianas no pertenece a la teatralidad emocional porque, sin artificios, muestran con claridad una rica búsqueda estructural que deviene un laboratorio en donde explora lo que desarrolla luego en los demás géneros. Así como las mayores exploraciones en Mozart se dan acaso en la sinfonía –la 41 es un buen ejemplo–, Beethoven arriesga, más que en todos los géneros, en las sonatas para piano y en los cuartetos de cuerdas, aunque también introdujo novedades mayores en su tercera sinfonía –Heroica– o en la sinfonía coral. En las últimas obras de dichos ciclos pareciera haber hecho un

salto cuántico hacia un futuro que no siguió ninguna música posterior, inclusive la contemporánea; parece alcanzar al siglo XXI con la Gran fuga para cuarteto o las últimas tres sonatas para piano. Las sonatas de Beethoven marcan un hito y una base en la literatura pianística; su antecedente: las fantasías para fortepiano de Mozart –aunque llevadas hasta un horizonte de aventura nunca antes escuchado–. Las sonatas de Schubert o las de Brahms parecieran responder y continuar a Beethoven, pero sin lograr el grado de coherencia de este último, como se detecta en especial en las últimas sonatas de Schubert, que en un intento de búsqueda cercana a la del modelo que parece adoptar, transita de un carácter a otro completamente distinto sin aportar un elemento de unión que resuelva con cabalidad las rupturas de la forma. En el terreno de la interpretación, las sonatas de Beethoven constituyen un reto mayúsculo en la ejecución y acaso aún mayor en lo interpretativo, en lo que hace a la intención, donde el pianista requiere profundizar en lo reflexivo. Podría hacerse una distinción entre los intérpretes que abordan un amplia variedad de autores y quienes se concentran en el repertorio alemán, del cual el ciclo de estas 32 sonatas es la columna vertebral. La escuela alemana de piano, que aborda también las sonatas de Schubert, las de Mozart y acaso algunas de Haydn, revela la existencia de un grupo de artistas tan connotados como Arthur Schnabel, Annie Fischer, Friedrich Gulda –los tres graban el ciclo una vez–, o Rudolf Serkin –quien no termina la integral–, así como Wilhelm Kempff –graba el ciclo entero dos veces, la primera en los años 50 en monoaural y la segunda en los 60 en estéreo, aunque también hace grabaciones de varias sonatas, del mayor interés, en las décadas de 1920 y 1930–, Claudio Arrau, así como Rudolf Buchbinder, graba dos veces e ciclo–, Alfred Brendel –uno de los intérpretes más logrado de estas sonatas, junto con Kempff, Arrau y Barenboim, ha grabado el ciclo completo en tres ocasiones: años 60, 70 y

90, muy distinto en cada período–, Daniel Barenboim –uno de los mayores beethovenianos de nuestros días, ha grabado la integral cuatro veces, en los años 60, 80, 90 y 2010–. Por fuera de dicha escuela sobresalen distintos pianistas: Emil Gilels, quien muere mientras grababa la integral, deja 29 sonatas dentro de un mismo proyecto y otras producto de ocasiones aisladas–, Vladimir Ashkenazy y Stephen Kovacevich –ambos graban las 32 sonatas sólo una vez–, Maurizio Pollini –graba en dos ocasiones casi la totalidad del ciclo–. La moderna corriente historicista que recupera la sonoridad del fortepiano nace casi al inicio de la segunda mitad del siglo XX con Paul Badura Skoda, otro miembro de la escuela alemana –graba la integral– y prosigue en la primera década del siglo XXI con un intérprete notable, Ronald Brautigam –graba toda la obra de Beethoven para piano–. Aun si estos son sólo algunos de los más destacados, no hay que olvidar a Edwin Fischer –sólo graba algunas aisladas y no un ciclo completo–, Richard Goode, John O’Conor, o Paul Lewis –destacado por Brendel como su alumno –su grabación integral es una de las más recientes–. El último ciclo completo que se ha grabado, con la pianista china HJ Lim, sólo interpreta 30 de ellas, argumentando que las dos del Opus 49 son sonatinas menores, una apreciación difícil de sustentar. El rigor intelectual para interpretar las 32 sonatas de Beethoven es fundamental, quizá por ello varios pianistas que las graban en la juventud vuelven a hacerlo en la madurez. Así como con los dramas de Shakespeare, cada una es un reto para la interpretación que ha marcado con asiduidad la evolución de la escucha del propio público, atraído por todas ellas. Es una experiencia esencial escuchar lo que cada gran pianista aporta en el ciclo completo, porque las 32 sonatas conforman una entidad inseparable; de ahí que es incluso aconsejable, si se puede, realizar la experiencia de síntesis que ofrece la escucha comparada, al menos, de Brendel, Kempff, Edwin Fischer y Brautigam.


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Arte ahora

Pico de Gallo

Otredad, literatura y Pintura una que otra utopía siniestra por Citlali Ferrer

L

a otredad para el hombre moderno es un mal que se soporta con dolor, ya que nos planta frente a la eterna pregunta: ¿cuál es el sentido de la vida? Octavio Paz sitúa el análisis del problema de la otredad en el centro de sus reflexiones y sugiere, en algunos de sus textos, los medios con los cuales el hombre, especialmente su contemporáneo, puede enfrentar esta fuente de angustia y resolver los conflictos que trae consigo mediante el diálogo, la Literatura y el amor.

Sartre ha dicho que la mirada establece una relación de empatía o rechazo. Y en la vida cotidiana podemos observar a la otredad cuando una persona dice: “Con sus ojos me desnudó” Señalando la forma de la otredad establecida por quien le miró. Mircea Eliade señala una constante en las sociedades que toman conciencia de su identidad: “para cada una de ellas existe siempre una diferencia clara entre el territorio propio y el espacio indeterminado que lo rodea”. Según Baudrillard, la otredad es una implosión de todos los límites, es la degradada anulación de las distinciones (pasadopresente, apariencia-realidad, entre otras). Y forzosamente al desentrañar el sentido de la posmodernidad se abre paso a otra forma de comprender los cambios ocurridos en las sociedades y en los sujetos que las conforman. La otredad como concepto en la cultura occidental, se manifiesta a través de la Filosofía, la Literatura y la Psiquiatría. Muy probablemente una de sus primeras apariciones en la Literatura se encuentra en la Biblia, donde Dios, desterró del paraíso a Adán y Eva, por haber pecado; primero se sintieron culpables y después al verse desnudos frente a frente se percataron de la otredad. Adán pudo sentirse otro, distinto, porque no tenía concepto del pecado. Se reconoció diferente al que era, de inmediato buscó algo para ocultar su desnudez. En Eva ocurrió algo similar. La pareja descubrió no sólo las diferencias anatómicas, sino que pudieron experimentar vergüenza ajena. Desde entonces, se estableció bíblicamente la otredad. A partir de ese momento se instaló la difícil relación de la otredad: yo-contigo, tú-conmigo. Diferentes. Juntos pero solos o solos y acompañados. Lo que me hace pensar que para un escribiente la palabra se abre paso a pesar de esta época donde parece que ya nada sorprende, en un tiempo donde permanecemos anestesiados; y el relámpago no nos inmuta porque vamos ciegos por el mundo. En dado caso de que el escritor no sea un impostor, su obra será el resultado de una confesión que nos aproxima a su interior y a aquello que le interesa explorar: el hombre y la trascendencia; con lo que un legendario sentimiento de extrañeza le

por Mónica Contreras

asalta para tomar conciencia de su individualidad al experimentar la realidad a través de la ayuda de la otredad. Un escritor vive de alguna manera separado de los demás; tiene consciencia de que existe aquél que no es él; de que están los otros y de que hay algo más allá de lo que él percibe o imagina. Si bien la otredad es la revelación de la pérdida de la unidad del ser, de la escisión primordial, la conciencia moderna no acepta que su individualidad sea una realidad plural y que detrás del hombre que piensa se esconda otro que mantiene una vida “ilógica”, que sostiene a menudo lo que la razón reprueba. Por lo que se descubre desnudo; se ve a sí mismo y apenas se reconoce. Quizá por esto desde el siglo XIX prevalece un discurso individual en la Literatura sin pretender abarcar la totalidad de la condición humana. El escritor se abre paso a partir de una serie de preguntas profundas y metafísicas. Como un alquimista brinda su revelación y nos deja sitiados en el laberinto. Se cuestiona qué es el ser, qué es lo que lo rodea y por qué no encuentra sentido en nada. Tal parece que no sólo le interesa cavilar sobre el mundo que conoce, sino que a partir de su personalísima perspectiva da muestras de conocer bien la posmodernidad, donde lo que importa no es cómo se dice, ni qué se dice, sino lo que lo dice. El escritor de buen calibre nos remite a la idea de la fragilidad y la resistencia a envejecer y la tragedia que implica no haber hecho lo encomendado. En palabras de Jean Baudrillard: “El problema de hablar del fin (en particular del fin de la historia) es que uno debe hablar de lo que hay más allá del fin y también, al mismo tiempo, de la imposibilidad de finalizar”. Tal vez por eso la cartografía que traza un autor actual tenga la posibilidad de ser incluyente y relacional ya que el lector tendrá que ser partícipe de todo lo que al oficiante de la escritura le cimbra y le duele. En el corpus de una obra actual abunda la hiperrealidad como punto de vista filosófico. En particular, Baudrillard sugiere que el mundo en el que vivimos ha sido reemplazado por un mundo copiado, donde buscamos nada más que estímulos simulados.Simulacro que puede ser bálsamo. Y en efecto parece no haber nada nuevo bajo el sol. Entonces, a partir del reviver o del cover nostálgico, el escritor busca la posibilidad de asirse del mundo, probablemente encontrando en la memoria, justo de lo que carecemos la mayoría de los mexicanos, una manera de retomar el rumbo hacia el inexorable Mictlán. Vivimos en medio de muchedumbres solitarias, de multitudes que buscan algo y no lo encuentran. En consecuencia, no es un descubrimiento afirmar que la otredad ha hecho de nosotros personas solitarias. Que la soledad social penetra hasta los huesos para consumirnos. Vivimos un tiempo histórico en el que la cultura oficial, la cultura de la exclusión, la cultura del destierro a través de los medios de comunicación, imponen una forma de vivir en absoluta soledad. Es el tiempo de la deshumanización, se trata de borrar a la persona, de hacer creer que los otros, nosotros, no tenemos los mismos derechos que los poderosos. Es allí donde se da la otredad que impone la postmodernidad del sistema, nombre de una economía llena de falacias y ficción, de ahí que un escritor se valga de la otredad para darle soporte a su obra. De tal suerte que la Literatura pueda ser un espejo de la propia vida, esa que no es simulación.

G

ottfried Helnwien nació en 1948, creció entre las ruinas de la antes gloriosa Austria en la época de la reconstrucción, no es por nada que podemos ver en él a la oveja negra, al hijo desilusionado, cínico y sobre todo al pesimista.

En la exposición Fe, esperaza y caridad en el Museo de San Carlos, podemos observar hasta Marzo de este año una retrospectiva de su trabajo a través de 56 óleos de gran formato, dibujos y fotografías que nos dan testimonio del devenir de un artista poco conocido en nuestro país y que de alguna manera resuelve problemas sobre la pintura contemporánea , si bien no son respuestas universales sobre el rumbo que esta debería tomar, nos muestran posibles salidas del aparente marasmo en el que ésta se encuentra sumida en los últimos años. Este artista ha incursionado en varios medios : acciones en fotografía e ilustración , cuya influencia se ve en su pintura, en ella , es notoria la relación con el trabajo publicitario, la cultura de masas y la difusión de la imagen, hace evidente que son pinturas de fotografías, se manifiesta en la disolución de las imágenes barridas ó en la imitación de los efectos fotográficos con el pincel en los que es evidente que el registro no pertenece al ojo humano sino a un medio mecánico, pero ya no es una pintura preocupada por la imitación de la naturaleza, ni se pregunta Lata Campbell’s/ Andy Warhol sobre la pureza del medio, éstas pinturas fotográficas no ofrecen sólo una mirada sobre el mundo sino que intervienen en la forma que se percibe la circulación masiva de imágenes, la critican y al mismo se valen de ella para acercarse al espectador. La imagen, desde la aparición del arte Pop y especialmente desde Warhol, es de forma deliberada y consciente un objeto, una mercancía reproducible mecánicamente y por éste motivo circula en el mundo bajo la sombra de la frivolidad y la apariencia y, utilizando este toque de banalidad llega a ser tan fría que se transforma en un fantasma de lo representado, es aquí donde se inscribe el trabajo de Helnwein en el que entremezcla lo siniestro, la miseria psíquica, la culpa, la crítica a los diferentes tipos de fascismo y propaganda, en donde el nazi y el ratón dialogan, donde la historia aparece como una puesta en escena y los niños representan un espectro de lo mejor que se ha corrompido, nos muestra una razón para el Arte: lo que se puede decir con él, su poder original: el acercamiento a la condición humana.


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Teleras en serie

Una historia pornográfica Por Elsie Méndez Baillet

H

ace poco, JR, un amigo, me invitó a ver una película pornográfica en su tablet. Estábamos cómodamente en su cama y acepté entusiasmada. Me sorprendió el tono apacible y frío de la puesta en escena. Mis observaciones al dolor que debía sufrir la modelo por el vaivén de sus colosales implantes, estropearon el interés de mi amigo de continuar con la función y me perdí de la fiesta que tenía planeada para nosotros. Qué pena. Por eso le dedico el artículo y para celebrar el día amor.

La maravillosa mini serie documental de seis episodios, Pornography: A Secret History of Civilisation, (Historia de la pornografía, 1999), de producción británica, dirigida por Chris Rodley y narrada por Marilyn Nilgrom, obtuvo el premio AVN por la mejor serie de televisión para adultos. Muestra, a pesar de las limitaciones que debieron enfrentar los productores para evitar la calificación X, las costumbres eróticas que la humanidad ha

tenido en las diversas etapas de nuestra cultura. Desde siempre, la fuerza del acto sexual ha sido asociado a las religiones en todas las civilizaciones, antiguas y modernas, con significados espirituales. Pero es hasta la época victoriana que las representaciones eróticas se ocultan y surgen como un producto de lujo. Es entonces que aparece el nombre de pornografía. En su primer capítulo, “El camino a la ruina”, se exhibe la libertad sexual que los ciudadanos de Pompeya mantenían orgullosa y abiertamente en figuras, frisos, objetos y pinturas al aire libre. En ese tiempo, el concepto de privacidad era desconocido y los comportamientos de sus habitantes a la luz pública ahora serían impensables para la mayoría de nosotros. El museo británico que exhibió las piezas eróticas tuvo que cubrirlas en parte para evitar abochornar a la educada concurrencia inglesa. En el episodio dos, “Lo sagrado y lo profano”, se relatan los avances tecnológicos que la pornografía tuvo con la invención de la imprenta. Teniendo en cuenta que los grupos de poder mantenían a las masas bajo control, se imprimía la Biblia para aquellos que tenían el privilegio de leer, y el dinero. Sin embargo, fue en esos grupos pudientes que la pornografía se deslizó. Bajo pedido, los lectores obtenían diminutos dibujos eróticos que pasaban inadvertidos para otros en los márgenes de las páginas sagradas . En los subsiguientes capítulos, se expone cómo la pornografía va de la mano con la tecnología: las imágenes sexuales son un gran negocio y se venden en revistas, películas, e irrumpen masivamente en los sesenta por medio del video casero hasta llegar hoy a nuestra casa por la internet. Presupuestos bajos, rodajes cortos y ausencia de técnica consiguen

Y las mujeres ¿qué?

Las olvidadas Por Margarita Ruiz de Velasco

Y

o creo que cualquier cosa es buena para empezar a leer, bueno casi todo. En ese casi todo están las novelas rosa y de esas, no todas.

Nací en una familia de muchas mujeres y, en mi casa, se leía mucho, entre esas lecturas estaban las novelas rosa. Claro, había de rosas a rosas. A mi hermana mayor le gustaban las novelas de Pérez y Pérez, una verdadera aberración. Novelas de príncipes, duques y gente por el estilo; le encantaban unas que se llamaban Madrinita buena y otra Duquesa Inés, una cursilería de aquellas. Pero había cosas rescatables, como las cura de reposo. Todavía hoy las añoro. ¿Te sientes nerviosa? ¿Las cosas están fatal? ¡Nada como una cura de reposo! Te vas al mar (siempre en invierno) a un palacete donde la señora que cuida es una cocinera extraordinaria y que, por supuesto, hace un atole de antología. Cuando sientes que te falta la fuerza, nada como un atolito en una mecedora con vista al mar. Y así, entre atoles, mecedoras, paseos en el mar la cosa se compone; siempre llega el príncipe azul que ya lo pensó muy bien, que te va a pedir perdón y vas a ser feliz hasta que la muerte los separe.

recaudar importantes ganancias. El porno tiene como objetivo la estimulación sexual, como si la narrativa actuara como antídoto a la excitación. Presenta un sexo más cercano a Sade, más puro, más higiénico. Con su frialdad–caliente propone desplazar la razón para dejar camino a los impulsos del cuerpo y, contrario a su austero gasto, representa una “ética del despilfarro sexual improductivo” (Gubern, 1988). El movimiento feminista norteamericano, que también toma fuerza en los años sesenta, censuró la fantasía masculina de su visión sobre la mujer en el porno: putas, lolitas, ninfómanas y otros estereotipos. De esta manera, las mujeres decidieron participar en el discurso de la pornografía, unas como censoras y otras como creadoras, y expusieron lo que deseaban en el sexo y en el porno. Annie Sprinkle reelabora el género, “La respuesta no es su prohibición sino hacer mejores películas porno” y utiliza su biografía como la teoría del PostPorn Modernist. Sin abandonar la pulsión didáctica del porno, la explota y la reorienta. Petra Joy describe su obra así: “[…] finalmente las mujeres se ponen detrás de la cámara para filmar el sexo desde su perspectiva, convirtiéndose en voyeurs en lugar de ser simples objetos de deseo”. Her Porn es un caleidoscopio del deseo femenino, en donde se encuentran una variedad de narrativas y estéticas dirigidas por mujeres. Aunque en el “porno para mujeres” se refuerza el estereotipo de lo que a las mujeres les causa placer en oposición a los varones, otras van más allá del género sexual, exploran los roles y las identidades y fortalecen el carácter colectivo, abierto y compartido de este nuevo espacio de experimentación pornográfica alternativa: política y humedad como forma de resistencia al porno misógino y heterocentrado dominante que entra en crisis frente al intento de las redes sociales de transformar sus producciones en otro artículo de consumo más. La tarea, según las realizadoras del postporno modernista, es repensar estrategias para la generación de “nuevas pornografías de la liberación”, cuyo objetivo es “provocar, enfrentar y desnudar la emoción como último tabú”, la misma emoción que suele ser expulsada en la pornografía habitual. Dejo un link del tráiler de la cineasta Erika Lust para mi amigo JR y para ustedes por el día del amor: http://www.lustcinema.com/movie/barcelona_sex_project

Ahora lo rosa se viste de vampiro. A la chica dulce se le mueven todas sus hormonas cuando ve al chico pálido y ojeroso

Como dije, hay de rosas a rosas. Entre las rosas buenas estaban las de las hermanas Linares Becerra. Nunca me puedo acordar cuál era la seria y cuál la chistosa. Si Concha o María Luisa. No importa, las dos eran buenísimas. Las Linares, como Pérez y Pérez, eran novelistas de la posguerra civil española. Había que decir que en ese mundo el amor, ese amor rosa que todos quisieran vivir, sigue existiendo. Por supuesto hay niveles, para Pérez y Pérez sólo se da en la aristocracia y el franquismo. Ese es el mundo de los buenos, pero de veras buenos. Las Linares son bastante más mesuradas. No tocan el tema, las protagonistas, en su mayoría, son de clase media, bastante fregada, por cierto, que tienen que trabajar ( cosa que para ese entonces está fatal) en lo que sea, como damas de compañía, dependientas, cuidadoras, lectoras de viejitas. De lo que se ofrezca. De la Linares seria me encantaba Esfinge dorada, una novela buenísima aunque el mundo que recrea se parezca al de Pérez y Pérez, aunque Pérez diría que es un mundo de arribistas. La protagonista es una alemana (Gretchen, Margarita para los de acá) rubia dorada incapaz de manifestar sus sentimientos (de ahí lo de esfinge dorada) pero buena persona la dama. Total, el galán de galanes se enamora de ella. Ella también, por supuesto, se deshace el entuerto y son felices. Buenísima novela. La otra, la chistosa, tiene novelas que son un encanto, Esta

semana me llamo Cleopatra, por ejemplo. Divertida hasta decir basta, con personajes maravillosos como Torturas Mentales , una pobre mujer que soñaba aberración y media que le daba por contar sus sueños en el desayuno y dejar a sus oyentes todos deprimidos. Maravillosa novela. Escuela para nuevas ricas es otra, hasta Pedro Infante hizo su adaptación en una película chistosísima o Esta noche tiene su secreto o Salomé la magnifica todas novelas divertidas, hasta creíbles. Rosas, rosas, rosas. Hay una novelista que está con un pie en lo rosa y el otro volando, Carmen de Icaza. Sus novelas, La fuente enterrada y Yo, la reina fueron una influencia importante para Carmen Martin Gaite. ¿Qué tiene de malo lo rosa? Para mí nada. Novelas como las de las Linares Becerra que saben en dónde va el sujeto, verbo y complemento no tienen nada de malo. Malo que te instales en lo rosa, pero, ¡por favor! Hasta Jane Austen escribía novelas rosa, eso sí, en inglés ¡Hasta la abuela de Lady D escribía novelas rosa y se hizo rica! Lo malo fue que la pobre Lady D se las creyó y así le fue a la pobre. Ahora lo rosa se viste de vampiro. A la chica dulce se le mueven todas sus hormonas cuando ve al chico pálido y ojeroso y ni hablar del vampiro que hasta se arrepiente de serlo. Todo en un baño de sangre que francamente, da asco. Pero bueno, ahora lo rosa se viste de sangre.



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